Saori02, gracias por tu precioso comentario del capítulo anterior. De verdad que me emociona que sigas esta historia. Solo queda un capítulo, el que viene será el último. Tengo que agradecerte todos tus comentarios, tu apoyo, y de verdad que soy yo la que te tiene que dar las gracias así que por favor, tutéame que cada vez que veo una review creo que te debo años de vida xD Un abrazo y otra vez, GRACIAS!

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Nota. Este capítulo es +18.

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Capítulo 36.

Tadaima


La voz de Hinata llegaba suave desde el dormitorio. Kageyama abrió la nevera y comprobó las provisiones. Un pack de cervezas, pan de molde, un bote de pepinillos picantes y uno de esos quesos cheddar en lonchas que tienen más conservantes que lácteos. En el lateral, un bote de Nutella, un cartón de leche y mermelada de arándano.

—Ya... Mamá, lo siento, pero... Que sí, que voy a... De verdad, mañana vuelvo al hospital... Que... Mamá, ¡soy mayor de edad!

Kageyama sonrió para sí. Casi podía ver su puchero: cejas apretadas, nariz arrugada, labios cerrados. Los ojos más pequeñitos de lo normal. Seguramente la mano en el pelo, los dedos enredados en un bucle naranja especialmente desatado.

Preparó dos sandwiches de queso con pepinillos y cogió el pack entero de cervezas, echando un último vistazo a la Nutella, con desconfianza. Antes no comía ese tipo de cosas, pero eso no quería decir que no le gustasen. Sin embargo, tras el accidente, cualquier cosa con chocolate le sabía a jabón.

Cuando llegó a la puerta del dormitorio Hinata ya había colgado.

—¡Se supone que tengo dieciocho! —le oyó decir, mirando el teléfono— ¡Puedo votar! ¡Puedo conducir! ¡Puedo ir a un cine guarro a ver pelis para adultos donde hay... tetas y pitos y cosas!

—Esos cines ya no existen, tonto. La gente ve porno en Internet.

Hinata alzó la vista, reparando en su presencia. La sorpresa le duró dos segundos y siguió con su monólogo imposible. Enumeró todas las cosas que un chico podía hacer con dieciocho y no con diecisiete. La mitad de ellas eran inventadas o absolutamente idiotas, pero Kageyama no estaba escuchando -no totalmente, al menos-. Se sentó junto a él en el futón y colocó las dos bandejas de madera con la comida. El pack de cervezas lo dejó en el suelo, junto a las cinco o seis cajas de mudanzas, aún embaladas.

—Come —ordenó, aprovechando una de las escasas pausas en su discurso sobre la mayoría de edad.

—A ti lo que te pasa es que estás enfadado porque eres menor —resolvió Hinata, apoyando la punta del dedo índice en el pan del sándwich y hundiéndolo un poco, dos, tres veces. Después dirigió el dedo al sándwich de Kageyama y repitió la operación, tocando con más fuerza. Está manoseando mi comida, este idiota. ¿Sabes que si me acuesto contigo estaría siendo un poco ilegal?

Kageyama se sonrojó hasta las orejas y respondió con un manotazo.

—No toques mi comida.

—Bakayama, pareces uno de esos coyotes hambrientos —Levantó una esquina del pan y tocó el relleno con aprensión—. Hay... cosas verdes en mi sándwich.

—Son pepinillos —dijo Kageyama, cogiendo el suyo y dándole un mordisco. El pan era americano y odiaba esos panes no-japoneses, pero tenía tanta hambre que incluso podría comido en un Mcdonalds—. Picantes.

En verdad los pepinillos picantes ahora sabían a bollo de carne; el bollo de carne sabía a lasaña y la lasaña, a pepinillos picantes. El Universo había construido un círculo perfecto y le daba miedo criticar esa confabulación cósmica.

—No me gustan, ni a mí ni a nadie. Son como Mineta —anunció Hinata y empezó a sacarlos y ponerlos en el plato de Kageyama—. ¿En serio puedes comerte eso?

—No me saben a pepinillos de todas formas —contestó, encogiéndose de hombros mientras examinaba su propio sándwich. Hinata le miró con extrañeza—. Desde el accidente no siento bien los olores. Se mezclan entre ellos.

—Pero el pepinillo no es un olor.

—El gusto y el olfato están relacionados, idiota.

Hinata frunció el ceño.

—¿Entonces la leche ya no es tu bebida favorita?—. Kageyama no contestó. No se había parado a pensarlo—. ¿A qué te sabe la leche?

—A espinacas.

—¿En serio? Pero eso es terrible.

—Es lo que hay.

Hinata murmuró algo y siguió poniendo pepinillos en su plato, pero esta vez Kageyama consiguió apartarse, alejándose un poco, escapando de su radio de alcance.

Oi, no tienes que tener miedo, Kageyama-kun. Aunque seas pequeñito y sin olfato y yo mayor y súper sexy, no te haré nada que no quieras.

Lo dijo canturreando mientras destruía el sándwich con los dedos y lo comía por partes, primero lo de dentro, el cheddar derretido pegado al pan. Se manchó las manos, se manchó la cara y no dejó de cantar y hablar con la boca llena. Kageyama miraba el desastre hipnotizado, preguntándose si aquello era lo que su tío llamó una vez un síndrome de Stendhal.

Está guapo.
Con la cara sucia y el pelo enredado, está tan guapo.

—Hinata —dijo, y sintió que algo escurría por la mano con la que sostenía el sándwich, pero estaba atrapado en la visión de esas pecas con pegotes de cheddar. Hinata levantó las cejas y le miró, chupándose los dedos de la mano uno por uno.

Chupar.
Dedos.

—¿Puedo comerme un poco del tuyo?

Se chupó el dedo índice con una calma totalmente inaceptable. Se estaba recreando, seguro. La forma en que pasaba la lengua desde el nudillo hasta el final era una provocación, no podía ser otra cosa.

O quizás Kageyama estaba demasiado caliente.

—¿Que quieres comerme qué?

—¿Tu sándwich? —. Hinata levantó una ceja y Kageyama se dio cuenta de que eso que chorreaba por su mano era el cheddar derretido, que había seguido descendiendo hasta manchar el futón. Mierda. Se levantó rápido e hizo lo primero que se le ocurrió; se quitó la camiseta, usándola para limpiar el desastre. La banda sonora la aportaban las risas de Hinata, y se mordió el labio para no acabar riéndose él también, porque de verdad que su tío iba a matarle—. Kageyama-kun, ¿ya te estás desnudando? Eres como una de esas pelis sin trama.

—Qué dices —murmuró, sonrojado. Hinata se arrastró por la cama, se impulsó y le agarró del brazo, desequilibrándole y haciéndole caer en el futón, tirándose encima. Kageyama cayó sobre los sándwiches destruidos, el cheddar, los pepinillos, desastre absoluto y sin paliativos—. ¡Hinata, idiota!

Hinata le miró con una sonrisa maligna, trepando un poco por su pecho hasta estar a la altura de sus ojos. Tenía ojeras, y un bucle bailó hacia delante y cayó sobre la cara de Kageyama, haciéndole cosquillas en la mejilla.

—Bésame —susurró, tocándole los labios con el dedo.

—Bésame tú.

—No puedo besar a un menor, sabes. Podrían llevarme preso. Soy un hombre adulto, y tú sólo un chico... guapo... demasiado joven —murmuró Hinata, con los ojos en su boca.

Al índice se unió el anular, y Hinata acarició su labio inferior con dos dedos, recorriéndolo despacio, de derecha a izquierda. Después siguió con el labio superior, y cuando Kageyama sonrió, se encontró con sus dientes. También los tocó, lento, haciéndole abrir un poco la boca. Entonces tocó su lengua, trazó círculos sobre ella.

Sabía a cheddar.

En los dedos de Hinata, el queso sabía a queso.

¿Una casualidad? ¿Un regalo del Universo? Kageyama envolvió sus dedos con la lengua y los acarició, saboreándolos, cerrando los ojos. Queso. Es queso. Siguió lamiéndolos hasta que el sabor se hizo casi imperceptible, y entonces le miró. Hinata era probablemente la cosa más sexy que había visto en su vida. Tenía las mejillas sonrosadas, los ojos entrecerrados, fijos en su boca, el pelo enredado y se estaba mordiendo el labio, respirando pesadamente.

—Más —susurró Kageyama, todavía con sus dedos en la boca. Al hablar los mordió un poco, y Hinata le ofreció otros dos. El anular y el meñique. Kageyama los tomó, los degustó con calma, el sabor del queso y el olor a licor de cereza unidos en una combinación digna de los restaurantes más exquisitos. Faltaba el pulgar. No se lo pidió, lo cogió por sí mismo y lo tuvo tanto tiempo en la boca que quizás le podría haber borrado las huellas dactilares.

Uh —dijo Hinata, mirándose los dedos.

Kageyama tuvo una epifanía.

Se sentó de golpe, derribó a Hinata boca arriba, pringándole ahora sobre el desastre del futón, sin hacer caso a sus protestas. La acarició las mejillas con la mano izquierda y le miró a los ojos.

—Espérame aquí —dijo, y salió corriendo hacia la cocina, en calcetines, sin camiseta. Derrapó en la entrada, se apoyó en el marco de la puerta y corrió hacia la nevera. Ignoró los Bakayama que llegaban desde el dormitorio y lo cogió todo. La Nutella, la leche, esa mermelada que llevaba caducada desde hacía seis meses pero que no parecía tener moho. Abrazado a sus adquisiciones, intentando que nada rozase con las vendas de su mano derecha, entró de nuevo en la habitación, donde Hinata estaba sentado, intentando limpiarse con su mano buena la espalda llena de queso y pepinillos.

—¿Es un ictus? —preguntó, alarmado. Kageyama transportó sus posesiones al futón y dejó todo allí. Después fue al baño, abrió tres cajas hasta encontrar una toalla y volvió, la colocó sobre el colchón, junto a Hinata, estirando bien las esquinas—. En serio, me estás asustando.

Kageyama se arrodilló en el futón, frente a Hinata, que estaba sentado.

—Túmbate.

—¿Eh?

—Que te tumbes. Por favor.

Hinata parpadeó varias veces, deprisa, las pestañas en un baile de confusión.

—¿Esta es tu manera de ser romántico?

Kageyama sintió que las orejas le ardían. Volvía a sonrojarse, seguro.

—¿No puedes sólo hacerlo?

—Bueno. Pero pídemelo bonito.

Se mordió el labio, apretó los dientes y soltó el aire, despacio.

—Me gustaría que te tumbaras, Shoyo —añadió su nombre al final, como una medida desesperada. Funcionó. Vio cómo las mejillas de Hinata se coloreaban suavemente y se movía sobre la toalla, impulsándose con los brazos, tumbándose allí—. Sin camiseta.

—Quizás en tu mente esto parece romántico pero no lo es, Bakayama —murmuró, incorporándose un poco mientras se quitaba la camiseta. Le quedó enredada en la cabeza, y Kageyama intentó ayudarle con su mano izquierda, pero fue todavía peor. Consiguieron liberarle en algo así como un minuto, y Hinata estaba ya completamente rojo. Kageyama sonrió ante la visión—. Oi, no tiene gracia, sabes.

Miró sus hombros. Las pecas. Las cicatrices. Hinata se echó hacia atrás otra vez, con el ceño fruncido

—Boca abajo.

Aunque no parecía muy convencido, obedeció. Cuando se giró Kageyama se dio cuenta de una cosa. El cabello tan largo, naranja y loco, tapaba el inicio de la columna. La nebulosa de pecas genial estaba ahí escondida, y sintió el impulso de comprobarlo.

Se contuvo, porque había algo que hacer antes.

—No hagas nada sin preguntar.

—No voy a hacer nada, idiota —dijo, siguiendo los movimientos de su cuerpo con los ojos. Hinata se había acomodado sobre la toalla, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados, como si le fueran a dar un masaje. Si tuviera las dos manos, lo habría intentado. Nunca le dio uno, y sabía hacerlo. Atsumu le enseñó en New York. Tenía una forma de usar los pulgares sobre sus escápulas que eran algún tipo de don de la naturaleza, y que creía que sería capaz de imitar.

En otro momento.

Se relamió. De rodillas sobre el futón, abrió el bote de Nutella y metió un dedo dentro.

—¿Qué haces? —preguntó Hinata, mirándole sobre el hombro. Kageyama se llevó el dedo a la boca y probó. Frunció el ceño. Era como si se hubiese tragado media cucharada de champú mientras se duchaba.

—Quiero probar una cosa —murmuró, metiendo otro dedo en el tarro. Hinata giró más el cuello hacia él.

Oi, si piensas meterme Nutella por ahí, avísame—. Kageyama le miró, espantado y se sonrojó, dándole un pequeño puntapié. Antes de que pudiese seguir aventurando chorradas, posó el dedo con Nutella en su espalda y pintó una pequeña línea vertical, una simple mancha. La miró unos segundos y después tiró de ella hacia abajo, ampliándolo hasta que alcanzó unos cinco o seis centímetros-. ¿De verdad no es un ictus?

Otro puntapié y Hinata se quejó un poquito, pero al menos se calló. Kageyama se movió por el futón y se sentó sobre él, apoyado en su culo. Los vaqueros le tiraban un poco, pero no le importaba. Hinata estaba más delgado, y los huesos de la columna se notaban tanto que podría enumerarlos y recorrerlos uno a uno.

Se agachó sobre él, cerró los ojos y, abriendo los labios, lamió la fina franja de Nutella.

Chocolate.
Sabe a chocolate.

Definitivamente, el Universo estaba jugando muy sucio.

Woa —dijo, sentándose de golpe, con los ojos muy abiertos. Estaba emocionado. Sonreía sin poder controlarlo. Chocolate. Era la primera vez desde hacía ocho meses que el chocolate era chocolate—. Woa, joder, Shoyo.

Le miró a los ojos y soltó una risa. Hinata, sin embargo, parecía al borde de un ataque de pánico, mirándole sobre el hombro.

—Qué. Qué. Dime algo Tobio, porque estoy a cinco segundos de llamar a una ambulancia.

—Aquí —dijo, señalando su espalda— sabe bien.

—¿Eh?

—En ti, las cosas saben a... las cosas —Hinata seguía con cara de no entender una mierda—. Mira, tengo que hacer algo.

—Qué.

—No tardaré mucho.

—Me estás asustando.

Kageyama estaba en trance. Tenía hambre. Se desprendió del cabestrillo para tener más libertad de movimiento, con cuidado de no rozar la mano herida. Acercó el bote de Nutella y metió la otra mano entera dentro. El calor de agosto en esa pequeña habitación hacía que todo se derritiese rápido, y extendió la crema sobre la piel de Hinata con la palma.

Mientras Hinata preguntaba cualquier cosa, se abalanzó sobre él y devoró la Nutella, chupándola despacio, y había chocolate sobre los omóplatos, tapando las pecas, y lo saboreó sintiendo el azúcar y el sabor de la avellana y los dientes también ayudaban, mordiendo un poco allí donde el sabor era demasiado exquisito.

Hinata dejó de quejarse y empezó a respirar suave. Cuando Kageyama echó la segunda capa de Nutella, sobre las escápulas, apartando el pelo con dedos llenos de chocolate, esparciendo más sobre la nebulosa de pecas genial, las respiraciones de Hinata se convirtieron en gemidos.

Kageyama pasó la lengua, suave y plana, desde el nacimiento del pelo sobre la nuca hasta la primera vértebra, y cuando chupó allí, haciendo fuerza, Hinata levantó un poco las caderas y su culo le golpeó la entrepierna, haciéndole ser consciente de lo duro que estaba.

Kageyama jadeó. Tenía más hambre.

—Gírate.

—¿Qué?

Hinata tardaba demasiado en reaccionar. Se apartó de encima de él, hacia un lado, y cogiéndole de la cadera, le dio la vuelta, poniéndole boca arriba. Le miró a los ojos. Se sentía a sí mismo sonriendo, pero no podía evitarlo. Hinata también sonreía, y estaba sonrojado.

—¿En serio te sabe a chocolate? —preguntó, riendo con el ceño fruncido—. ¿Eso no es raro?

—Muy raro —contestó Kageyama, alcanzando el bote de Nutella y sentándose otra vez sobre él. Incluso con los dos en vaqueros, podía notar lo duro que estaba Hinata. Casi sin darse cuenta, se movió un poco contra él, buscando un roce. Los dos suspiraron—. Vale. Voy a comer más.

Hinata estaba alucinando, pero Kageyama más, porque llevaba tanto tiempo sin encontrar que algo que supiese a lo que realmente era que estaba a cinco segundos de vaciar el bote entero sobre Hinata.

—Te dará un subidón de azúcar.

—Sobreviviré —dijo, y echó medio bote de Nutella sobre sus abdominales. El chocolate cubrió la cicatriz que iba desde el ombligo hacia arriba, y Hinata soltó una risa, echando la cabeza hacia atrás, sonrojado. Entonces Kageyama cogió el bote de mermelada caducado, lo abrió y echó por encima. Admiró su obra antes de lanzarse sobre ella.

Sabe a mermelada. Mermelada con nutella.

Creo que moriré.

—Oye, ya que vas a comerte todo eso encima de mí —dijo, bajito, tapándose la cara con un brazo mientras Kageyama empezaba a lamer sobre las costillas con ansia— puedes, no sé, ponerlo por todas partes, sabes.

Kageyama levantó la vista hacia él.

—¿Quieres que te la chupe? —preguntó, serio, con el sabor del chocolate en la lengua. Hinata volvió a esconderse tras su brazo y gritó como un loco.

—¡Bakayama, no lo digas así!—. El sonrojo le bajaba por el cuello hasta las clavículas. Estaba precioso, dulce, casi tanto como la Nutella con mermelada sobre sus pecas. Kageyama se reacomodó, sentado sobre él y con su mano izquierda, luchó durante unos segundos para desabrocharle los vaqueros. Al menos cinco minutos para quitarle los pantalones y los calzoncillos. A esas alturas Hinata ya volvía a mirarle, aunque la tonalidad de sus mejillas era la misma que si llevase dos días quemándose bajo el sol—. ¿Puedes desnudarte tú también? Es... Es raro estar así yo solo.

Kageyama obedeció. Tardó otro tanto en quitarse los pantalones y los bóxers, y lo lanzó todo al suelo, lejos del desastre alimenticio. Sin más miramientos, cogió a Hinata de las piernas y le atrajo hacia la esquina del futón, sentándose en el suelo. Extendió una mano hacia él.

—Almohada —murmuró. Hinata pestañeó un par de veces hasta que entendió. Le tendió la única almohada de la habitación, que estaba junto a su cabeza. Kageyama le levantó un poco y se la puso bajo las caderas.

—Estoy... nervioso —confesó Hinata, evitando mirarle, dirigiendo los ojos hacia el techo. Kageyama, sin embargo, sí se recreó con las vistas. Todavía mejor de lo que lo recordaba, grande y duro para mí, y el pensamiento viajó como un rayo por su cuerpo, dirección al sur—. ¿Esto me lo hiciste muchas veces?

—Ninguna —dijo Kageyama.

Aunque quise muchas veces.
Lo imaginé, soñé con ello, y cuando iba a hacerlo, de adelantaste.

—¿Pero es la primera vez que tú...? No hay dientes en esto ¿vale?

Kageyama le pellizcó en el muslo, haciéndole saltar.

—No es la primera vez, bobo. Sé cómo hacerlo, ahora cállate que me desconcentras.

En verdad sólo había hecho dos o tres en su vida, y Atsumu era un poco como él, no aguantaba una mierda cuando algo le gustaba mucho. Si Hinata seguía teniendo la capacidad de resistencia de antes del accidente, probablemente acabaría con la mandíbula desencajada. Si no moría antes ahogado.

A la mierda, haría que Hinata tuviese el mejor orgasmo de su vida aunque tuviese que morir en el intento.

Se agachó entre sus piernas, sopló con suavidad sobre su polla y antes de que pudiese tocarla con los labios, Hinata cerró los muslos, atrapándole la cabeza. Kageyama le dio una torta en el culo, mirándole con un poco de odio.

—¿Qué haces, idiota?

—¡Son mis... piernas! —exclamó Hinata, gritando, aflojando los muslos. Estaba totalmente sonrojado—. A veces, ya sabes, se mueven un poco solas, son los músculos que se están recuperando, huh. L-lo siento.

—Solo... Solo intenta que no me aplasten el cráneo —dijo, soltando aire. Hinata asintió, moviendo la cabeza de arriba abajo, con la respiración rápida—. ¿Quieres que...?

—Sigue. Por favor. O sea, empieza. Y sigue después —dijo, rápido, echándose otra vez hacia atrás y tapándose la cara—. Puedes... Tú-ah, puedes untarme cosas si te apetece.

Kageyama pensó por qué no. Le habría gustado probar con la leche, llevaba meses soñando con un vaso de leche fresca, pero si derramaba un tetrabrick encima del futón ya si que nada ni nadie podría salvarles. Valoró las opciones del cheddar, pero se decantó por la Nutella.

—¿En serio más Nutella?-susurró Hinata, mirándole con estupor. Kageyama no le contestó, porque estaba demasiado ocupado repartiendo porciones de crema de chocolate por toda su longitud de forma absolutamente desproporcionada—. Estás poniendo un montón y después no voy a ah. AH.

Empezó despacio, lamiendo de abajo hacia arriba, sin tocar la cabeza. Se acercaba, volvía a bajar, saboreaba el chocolate cerca de la base, donde comenzaba el cabello naranja enredado y oscuro. Hinata se retorcía sobre el futón, hablando entre dientes, y pronto tuvo sus dos manos sobre el pelo.

—Ah, vamos —gimió, empujándole un poco. La polla le chocó contra la mejilla y sonrió con maldad mientras seguía chupándole todo lo lento que podía, rebañando la crema, sintiendo como su propia excitación llegaba al máximo—. Tobio...

—Qué —susurró, hablando suave, con los labios sobre su polla. Hinata jadeó, más profundo, apretando el agarre de sus dedos sobre su pelo hasta hacerle daño—. Qué quieres.

—Eso... ah.

—Eso qué —dijo, bajito, dejando que la lengua subiese hasta la punta y pasándola suave por allí una sola vez, tomando un poco de la Nutella y regresando hacia abajo. Hinata gruñó, mitad gemido mitad protesta.

—Te odio —dijo, con la voz cortada, sonrojado terriblemente. Kageyama sonrió hacia él, agradeciendo que estuviese mirando.

—Sólo pídelo —susurró. No se había fijado nunca, quizás porque era la primera vez que estaba ahí abajo, pero Hinata tenía pecas en la cara interna de los muslos, y también cerca de las ingles. No muchas, pero allí estaban, de color suave, como un complemento. Giró la boca hacia allí y mordió, haciéndole gemir otra vez.

—Chungo...yama —dijo, más sonrojado que enfadado—. Quiero-huh, ah... Que tú...

—Que yo qué.

Besó la punta con los labios húmedos y Hinata echó la cabeza hacia atrás, movió las caderas contra su cara, pero Kageyama le esquivó, superando sus cuotas de maldad. Le oyó resoplar y no pudo reprimir la sonrisa.

—Que me la chupes, pedazo de idiota —susurró, volviendo a esconder la cara tras su brazo.

A tus órdenes.

Kageyama no tenía mucha experiencia en el asunto, e ignoraba si la suya sería para ganar una copa de mamadas o más bien tirando a premio de consolación, pero los gemidos de Hinata mientras su boca le trabajaba a un ritmo constante no parecían para nada malos.

Una vez, hacía muchos años, cuando sólo era un niño, presenció una discusión de bar entre los mayores del Aoba, una en la que decidían cómo era la mejor mamada del mundo. Él les miraba, muy serio, preguntándose si a lo mejor estaba tan interesados porque servía de alguna manera para mejorar en el vóley. El debate acabó siendo una discusión entre Oikawa e Iwaizumi sobre una chica -muy bonita, en opinión de Kindaichi; Kageyama ni sabía quién era- que al parecer tenía fama de hacer las mamadas más geniales del instituto.

"¿Y tú como sabes eso?", había preguntado Iwaizumi, señalando a Oikawa, con el ceño fruncido.

"He hecho mis averiguaciones, Iwa-chan".

Iwaizumi torció el gesto, agitando la cabeza.

"Eres un asqueroso" dijo, resoplando.

"¿Estás celoso?", dijo Oikawa. Kageyama recordaba el silencio tenso de los demás. "¿Quieres que te la presente, Iwa-chan? Aunque a ella le gustan otro tipo de chicos, ya sabes. Más dulces y elegantes".

"Paso", dijo Iwaizumi . "Que te aproveche con tus amiguitas".

Se levantó y pretendió marcharse, pero Oikawa le atrapó agarrándole de la manga de la chaqueta del equipo, mirándole desde su asiento, con ese gesto perverso que fue motivo de pesadillas de toda la adolescencia de Kageyama.

"Iwa-chan, ¿quieres saber cuál es el secreto de una buena mamada?"

"No me interesa".

Pero Oikawa le arrastró hacia abajo y le dijo algo al oído, en un susurro corto y suave. Algo que ni Kageyama ni los demás pudieron escuchar, pero que hizo que Iwaizumi se sonrojase tanto que parecía haber enfermado. Kageyama querría haber escuchado algo, para saber si estaba acercándose a la técnica secreta o si, como con los saques de Oikawa que siempre se negó a mostrarle, tendría que aprender por sí mismo.

—Dios —susurraba Hinata, que había soltado su pelo y agarraba las sábanas del futón a ambos lados, retorciéndolas entre sus dedos, convirtiendo la tela en una amalgama de arrugas desordenadas. Kageyama le miraba sin detenerse, disfrutando de la extraña sensación de poder.

Aunque en aquella charla del Aoba habían dicho que usar las manos es de cobardes, Kageyama no se sentía lo suficientemente habilidoso como para seguir adelante sólo con su boca, así que decidió ignorar ese consejo y decirse a sí mismo que podría mejorar en esto, que tal vez en dos o tres años sería el jefe supremo de la cama de Hinata, y se las haría sin manos y haciendo el pino puente si fuese necesario.

Hinata ya no le apremiaba sujetándole del pelo, pero pronto sus caderas empezaron a moverse y le mantuvo un poco apartado, poniendo una mano sobre su abdomen para que no lo levantase.

—Déjame —susurró Hinata, incorporándose un poco sobre los antebrazos. Como siempre, estaba aguantando un montón—. Déjame moverme, ah.

Kageyama le miró a los ojos. Vidriosos, sólo ligeramente abiertos, con las pestañas húmedas cayendo pesadamente, totalmente hipnotizado. Ya no parecía sentirse tan nervioso, y eso era mucho mejor. Asintió con la cabeza, apartando los dedos de su cintura y poniéndolos sobre su culo.

Hinata empezó un movimiento constante con sus caderas, sin darle más de lo que podía tomar, y sigue teniendo el mismo buen ritmo, sigue siendo tan bueno en eso, pensó Kageyama recordando su forma de bailar bachata. Hinata aumentó la velocidad, pero siempre controlando lo profundo que podía ir, y su mano izquierda volvió a su cabello de nuevo pero sin forzarle, sólo como punto de apoyo. Mientras se movía, un poco más deprisa, un poco más errático, bajó los dedos hasta su oreja y después su mejilla, acariciándole. Kageyama sintió que el pecho le daba un brinco. Si no existía algo parecido a hacer el amor a una boca, Hinata acababa de inaugurarlo.

Había ruido en la calle. Coches que pasaban, personas que vivían sus vidas sin tener ni idea de lo que era estar entre las piernas de Hinata Shoyo arrancándole sonidos que podrían hacer temblar los pilares de la Tierra.

No supo cuánto tiempo estuvieron así. A Kageyama no le importaban los relojes, el tiempo era una invención, se había olvidado de todo, del desastre sobre el futón, de su propia erección desatendida, de los vecinos, del dolor de sus dedos llenos de heridas. Sólo estaba él, su polla con sabor a Nutella, su movimiento rápido pero cuidadoso, sus jadeos, sus manos sobre su pelo, el crujir del colchón bajo su peso, los huesos de sus caderas enmarcando su cara, más rápido, un gemido roto, un poco más.

—Yo voy a... Tobio, voy a...

Intentó apartarle la cara con una mano sobre la frente, pero fue torpe y lento y Kageyama lo recibió en la boca, acompañado de su nombre, To-no-puedo-yo-no-quita-To y un último empujón donde casi sí le ahoga, completamente inconsciente de sí mismo.

Se limpió los labios con el dorso de la mano, admirando la escena. Hinata podría haber sido el modelo de cualquier pintor renacentista, así, desnudo, como un ángel caído, con las piernas abiertas, el pelo enredado y enfurecido y las pecas marcando un millón de caminos de los que sólo pueden recorrerse con la boca.

Hinata tardó un poco en abrir los ojos. Cuando lo hizo, Kageyama estaba otra vez sobre el futón, tumbado a su lado, acariciándole los mechones de pelo naranja que el sudor había oscurecido y apelmazado contra su frente. Kageyama sopló un poco sobre su nariz, y Hinata rió, abrazándole. Tenía el gesto suave, como si todo en él se hubiese destensado. Kageyama le devolvió el abrazo, manchándose con la Nutella y la mermelada de su pecho, y decidió que quería eso todos los días. Desayunar directamente de su piel, mojar pan sobre su ombligo, cenar entre sus piernas.

El abrazo duró como una eternidad, pero cuando Hinata se separó, le pareció insuficiente de una forma casi insultante.

—Eso ha sido woa —susurró Hinata, sonrojándose. Las pecas sobre su nariz eran tantas y tan pequeñitas que Kageyama pensó que tal vez se pediría por su cumpleaños un microscopio con un millón de aumentos, para no perderse nada—. Te tragaste mi... cosa, huh. ¿A qué sabe?

—A onigiri.

—¿Estás de broma?

—No. ¿Por qué?

Hinata soltó una carcajada alegre, ruidosa y desordenada, y Kageyama se rió con él. Tenía el corazón de pronto encendido, como si todo este tiempo hubiese estado en una caja cerrada y oscura, a la sombra, pudiéndose en la humedad. Hinata había llegado y abierto las ventanas de par y en par, y todo era aire, calor de un mes normal de agosto, donde si no estuviesen heridos, si no tuviesen tanto que recuperar, podrían ser sólo dos adolescentes idiotas y enamorados, reencontrándose con la vida.

Hinata volvió a ponerse boca abajo, canturreando con el pelo desordenado, mirándole bajo unos bucles naranjas demasiado irresistibles. Kageyama arrastró los dedos sanos de su mano izquierda desde su espalda baja hasta el hombro, recreándose en los hoyuelos, acariciándolos despacio, recogiendo todo el chocolate y la mermelada por el camino, y cuando lo tuvo donde quería, le besó allí, en el hueso abriendo los labios y recogiendo su premio con la lengua. Hinata gimió. Kageyama deslizó los dedos con chocolate por su cuello y siguió lamiendo sobre su nuez, bajo la mandíbula, despacio, saboreando.

—Ah, Tobio —susurró Hinata, cerrando los ojos. Kageyama le miró a los ojos y, cogiéndole suavemente del pelo, le atrajo hasta su boca. Le besó suave, manchándole la lengua con el chocolate de la suya, dándoselo a probar, compartiéndolo y deshaciéndolo entre los dos hasta que no quedó nada que el dulzor de sus salivas mezclándose—. ¿Nuestra primera vez fue así?

Kageyama volvió a besarle, tirándole un poco del pelo, haciéndole echar la cabeza hacia atrás lo justo para tomar su boca con más profundidad.

—No había Nutella.

—No me refiero a eso, tonto —murmuró Hinata, sin reprimir una risa, aún sonrojado—. Si fue, ya sabes, así de genial.

Kageyama recordó Urano. Recordó la emoción de perderse en una constelación de pecas sin fin conocido, como esos astronautas que salen por primera vez de su nave y flotan abrumados en el espacio exterior, observando la distancia con la Tierra.

—Sí.

Hinata rió.

—¿Y qué hicimos?

Seguro que era una pregunta trampa.

—¿Sexo? —contestó, sin estar muy seguro. Hinata puso los ojos en blanco y le devolvió un beso agresivo, profundo y dominante. Kageyama jadeó y se dejó hacer, sintiendo que el sabor a chocolate se mezclaba con el olor a licor de cereza y me da igual que no vuelva el olor a manzana, este me gusta igual. Quizás más.

—Tobio, eres súper idiota, sabes —susurró, dándole un beso breve en los labios y aprovechando el acercamiento para rozarse contra él, despacio, polla contra polla. Kageyama había perdido la mayoría de su erección en el romanticismo del momento, pero Hinata estaba otra vez como al principio—. Quiero más.

—¿Ya? —preguntó, un poco indignado. Hinata levantó las cejas y miró hacia abajo.

—¿Está mal?

—No —dijo, sonriendo y cambiando el beso por un mordisco en el labio, fuerte, y otro roce, esta vez de Kageyama—. ¿Qué quieres?

Todo —suspiró, y fue él quien hizo el tercer movimiento, un poco más profundo.

Por supuesto, idiota. Eres tú, Shoyo.
No te conformarías con la mitad de nada.
No te mereces menos de lo que deseas.

Los dos gimieron y se besaron con ansia. Kageyama le sonrió, sentándose. Tenía el pecho lleno de pegotes de mermelada con Nutella. La ducha era la mejor opción, pero estaba el problema de movimiento de Hinata. Todavía no se sostenía bien por sí mismo. Sin embargo, nada obligaba a que se duchasen de pie.

Hizo la propuesta, Hinata la aceptó. De peor gana admitió que Kageyama le llevase en brazos al baño, siempre que no fuese como una princesita de esas, así que lo llevó al hombro como un saco de patatas.

Se ducharon sentados en el plato de ducha, con el culo sobre la baldosa blanca y luchando por el control de los grifos de agua caliente y fría que se alzaban sobre su cabeza. Fría, demasiado fría, pensaba cada vez que Hinata levantaba la mano y accionaba el azul para refrescar la temperatura. Sería agosto, estarían sudando, pero Kageyama quería ducharse siempre con agua hirviendo.

—Bakayama, para qué quieres tu agua volcánica estando yo. ¡Au, que me arrancas la piel, bestia! —dijo Hinata, riéndose mientras Kageyama le lavaba un pie, frotando con furia con una esponja nueva que encontró dentro de su plástico—. Digo, que si necesitas calentarte, me tienes a tu disposición.

Le lanzó una mirada seria y Hinata le salpicó, arrastrándole después hacia él y haciendo que resbalasen y quedasen tumbados en el plato, con las piernas fuera de la ducha, mojando todo el baño. Kageyama metió una mano entre sus piernas y le acarició, y otra vez estaba durísimo ese idiota.

—Estamos destruyendo la casa de tu tío, sabes —dijo Hinata, y se le escapó un gemido suave—. ¿Qué... Qué vas a decirle?

—Que fue tu culpa —susurró, aprovechando el movimiento para poner el agua un poco más caliente, conduciendo a Hinata hasta sentarlo con la espalda apoyada en la pared, besándole otra vez—. Que querías follar por todas partes.

—¡Pero cállate! —gritó, dándole un puñetazo flojo en un brazo, con el sonrojo subiéndole hasta el pelo—. ¡Eres lo peor!

Kageyama le besó mientras luchaban por el control de los grifos.

—Sabes —susurró contra sus labios, soltando el agua , dejándole que hiciese lo que le diese la gana—. Así fue nuestro primer beso.

—¿En una ducha?

—Sí.

—Seguro que te lo di yo.

Maldito enano.

—Sí.

—Lo sabía. Vale —susurró, separándose un poco. Así, tan delgado, con el pelo empapado, parecía un poco una de esas ratillas escurridizas de los canales. Kageyama se mordió el labio para no decírselo y arruinar el momento—. ¿Lo hicimos alguna vez en la ducha? Seguro que sería genial. En plan, ya sabes, como en las películas, con el agua cayendo y-

—Antes casi te ahogas mientras nos besábamos.

Hinata cambió el gesto, indignado.

—¡Necesito práctica, vale! ¡Y me caía el chorro directo en la nariz, por poco me muero! En las pelis todo es más fácil —se quejó, girando la cara. Kageyama recordó su insistencia en hacerlo en la ducha de su madre, y cómo estuvieron a punto de matarse. Se acordó de las heridas en las piernas y los moratones en todas partes y de las excusas que tuvo que inventar para explicar esa cortina desgarrada con gotas de sangre.

—Lo intentamos una vez. Lo de la ducha. Fue una de esas ideas tuyas.

—¿No salió bien?

—Fue un desastre —dijo, riendo un poco. Hinata se sonrojó todavía más.

Oi, Kageyama-kun. Tobio. En nuestra primera vez... ¿Quien fue el primero que...? Bueno, ya sabes, huh. ¿Estuve yo arriba, no?

Kageyama le besó otra vez, bebiendo el agua que le escurría del pelo por la frente hasta los labios.

—No. Estuve yo.

Hinata se apartó, mirándole muy serio.

—Qué va.

—Sí.

—Que no.

—Que sí, idiota.

—No te creo. ¿Tienes alguna prueba?

—¿Qué prueba voy a tener?

—Pues no sé. Algo. No puedes decir por ahí que dejé que me ganases en- ¡Ah! ¿Hubo una apuesta, es eso, verdad? Quiero decir, ¿lo echamos a suertes? ¿Perdí una carrera? ¡Nos lo jugamos a piedra papel o tijera! Seguro que hiciste ese movimiento que es tramposo en plan parece que es papel pero luego tienes la mano cerrada —lo dijo movimendo la mano, imitando uno de los mejores trucos de Kageyama en ese juego que, sí, en verdad había usado más veces de las que reconocería—. ¿Fue eso?

—Eres idiota —dijo, sonrojado, poniéndose de pie y cerrando los grifos. Cogió dos toallas de la caja de mudanzas y le tendió una a Hinata, que se secó sentado en el plato de la ducha—. No nos jugamos nada. Lo hablamos y ya.

—Pero eso no puede ser. Yo nunca me lo imaginé así—. Kageyama no añadió nada. Volvieron al dormitorio en silencio, y Hinata, por supuesto, no dio por terminada la conversación. —¿En serio estuviste arriba?— preguntó, serio, secándose el pelo con la toalla y una sola mano.

—Que sí.

Kageyama decidió que la mejor opción era poner otra toalla sobre el futón y después, mientras decidía cómo solucionar el desastre, tal vez darle la vuelta.

—¿Y cuándo estuve yo?

—Nunca.

Hinata le miraba, esperando mientras hacía todas las cosas. Guardar los alimentos, ir y volver de la cocina, meter las cervezas en la nevera, hacer una bola con sus camisetas destruidas y apartarlas para gestionar ese asunto después.

—¿Pero por qué?

Kageyama había vuelto al futón. Estaban limpios, no había Nutella por ningún sitio, y Kageyama le derribó sobre el colchón, tumbándose a su lado y abrazándole. Hundió la cara en su clavícula, suspirando.

—Porque yo no quería—. Estuvieron un rato en silencio. Hinata debía estar esperando, pero Kageyama no tenía muy claro qué podría decirle. Cualquier cosa sonaría a excusa. Sin embargo, Hinata, contra todo lo esperado, no estaba haciendo preguntas. Le acariciaba la espalda, integrado en ese abrazo de pieles desnudas demasiado asfixiante para el mes de agosto. Se había hecho de noche, pero no tenía ni idea de qué hora podría ser. Cogió aire y besó a Hinata en el hombro. Estaba asustado, quería decirle. Me daba miedo confiar ciegamente, soltar el control. Pero ahora es... distinto.

—¿Distinto?

—Ahora no me importa.

Hinata tardó un poco en reaccionar.

—¿No te importa?

-—Si tú quieres.

—Bakayama, decir no me importa suena como no me apetece nada pero si te hace ilusión veré esa peli apestosa sabes.

—No suena como eso.

En verdad no era nada de eso, pero Hinata parecía terriblemente ofendido.

—Claro que sí. Tienes que desearlo muchísimo. ¿Lo deseas hasta morir? ¿Más que ganar la copa del mundo?

Kageyama frunció el ceño.

—No sé si lo deseo. Puedo probar.

—Eso suena fatal. ¿Es porque alguna vez te hicieron daño o algo?

—No lo hice nunca así, idiota. Ni contigo ni con nadie.

—Entonces eres medio virgen —razonó Hinata, abriendo mucho los ojos, caramelo con galletas o algo, algo de eso tan adictivo tenía que haber alrededor de sus pupilas que Kageyama caía enredado aunque no hiciese más que decir una gilipollez tras otra—. Y por tu culpa yo también. Salvo que me haya acostado con alguien más y no lo recuerde, ¿no?

Kageyama frunció el ceño.

—No te has acostado con nadie más, y eso de ser medio virgen es una gilipollez.

—Atsumu me dijo que si sólo lo haces pero no te lo hacen, entonces eres medio virgen. Bueno, él dijo que eres virgen de culo pero eso queda como más feo que ser medio virgen.

—¿Qué mierda hablas con Atsumu?

Oi, hablamos de nuestras cosas—. Nuestras cosas no le gustaba un carajo, pero tampoco tenía derecho a meterse. Atsumu también le contaba a él ese tipo de movidas—. Él dice que con algunas personas es más genial estar arriba y con otras abajo. También dice que es guay cuando puedes cambiar para probar las dos cosas y que eso de activos y pasivos es como de otra época y tal. ¿No tienes curiosidad?

—Idiota —dijo Kageyama que seguía ofendido por el discurso sobre Atsumu y su perfecta versatilidad de película—. Te estoy diciendo que no me importa probarlo. Si no me gusta te lo diré. Y si es horrible no lo haré nunca más.

Hinata pensó durante unos segundos.

—¿Crees que sabré?

—No son matemáticas.

—No tengo fuerza en las piernas, sabes. Dudo que pueda aguantarme encima de ti mucho tiempo.

—Puedes ponerte debajo.

—Debajo es todavía peor, me podré mover menos si me estás aplastando. ¿Cómo voy a ser súper genial en eso si estoy en plan estrella de mar?

Kageyama le besó en el hombro.

—Pues espera a recuperar tu fuerza.

—¡Pero no! ¡Igual después se te pasa la curiosidad esa y me convierto en un pasivo permanente y eso sería un desperdicio porque tengo un montón que ofrecer! -Kageyama apartó los labios de su hombro, sonriendo-. En serio, no te rías, quiero que te mueras por mí y grites mi nombre y no puedas dejar de pensar en lo bueno que soy en eso.

—Estás presumiendo por encima de tus posibilidades.

—¡Ya lo veremos! Una vez dijiste que envidiabas mi capacidad atlética.

—Tu capacidad atlética no tiene nada que ver con cómo follas.

—Bueno, repito. Ya lo veremos.

Se miraron con los ojos entrecerrados, como dos lobos antes de saltar sobre la misma presa, inmóviles. Kageyama rompió el silencio depredador.

—Pues venga, sorpréndeme.

Deshizo el abrazo y se tumbó boca arriba, en el colchón, mirándole con las cejas levantadas. Hinata era un revoltijo de rizos naranjas, dulce y sensual. La competitividad le daba un brillo a sus ojos jodidamente irresistible.

—¿Y ya? ¿En plan confianza ciega?

—Sí.

—¿Puedo hacerte lo que me de la gana?

—Sí.

La cara de Hinata era un poco perversa.

—Vale, he visto vídeos en Internet estos días, te lo aviso para que estés preparado —dijo, emocionado, levantando el dedo índice y cambiando el tono de voz al de los anuncios de madrugada—. Para hacer el amor entre dos chicos es necesario mucho, mucho lubricante.

Kageyama no llevaba ni lubricante ni condones porque aquel era un estúpido viaje por obligación con sus padres. Sin embargo, tenía alta confianza en su tío, así que sin responder, se metió en su dormitorio y abrió el primer cajón de su mesilla de noche, rogando a los dioses clemencia.

Los dioses le escucharon, más o menos. Había una botella de lubricante sin abrir, otra casi acabada y tres condones. Se llevó la botella entera y los tres envoltorios y los colocó en el futón, junto a Hinata.

—No voy a poder volver a mirar a tu tío a la cara.

Había abierto el bote de lubricante y lo estaba oliendo, arrugando la nariz. Finalmente untó una buena cantidad en sus dedos de la mano izquierda y lo dejó junto a él.

—Igual no se da cuenta —contestó Kageyama, hipnotizado por la forma en que el líquido se extendía sobre su piel, hasta los nudillos. Los dedos de Hinata eran finos, delgados, un poco huesudos. Ni de coña se parecerían a lo que había entre sus piernas.

No pienses en eso.

—Ya. Vale, date la vuelta. No, no del todo, en plan de lado, me pondré detrás de ti. Creo que así será mejor mientras no pueda usar mucho las piernas—. Kageyama sólo lo hizo una vez de esa forma, estando él detrás, y no consiguió coordinarse lo suficiente como para tener un buen recuerdo. Atsumu tenía una canción y pensó que era buena idea cantarla mientras lo intentaban de esa forma, la cucharita contenta-contenta, cucharita más seria-seria con Tobio-kun-chimpún. Pero Atsumu era un poco gilipollas y ni siquiera se tomaba el sexo en serio. Hinata se sentó tras él y acarició su espalda baja con los dedos de la mano vendada—. Woa, me encanta el tatuaje de tu pierna.

Pasó los dedos sobre el gemelo, acariciándolo. Kageyama se estremeció.

—¿En serio te gusta?

—Es súper sexy. Pero oye, le faltan las alas. Y deberías haberlo coloreado, como Atsumu. El tuyo parece que está como triste.

—Tal vez lo coloree —susurró, mirándole sobre el hombro—. ¿De negro? ¿Como los cuervos?

Un fénix-cuervo podría ser la evolución definitiva. Hinata le pellizcó.

—¡De naranja! Como mi pelo. ¿No sería guay?—. Kageyama tragó saliva. Podría ser bastante genial-. Voy a abrazarte, ¿mmm?

—Sí.

Hinata le abrazó, envolviendo un brazo delgado alrededor de su pecho, y cuando se pegó a él le sintió muy duro contra su culo. Por primera vez eso no le gustó. Se agobió.

Kageyama estaba nervioso. Muy nervioso. Tan nervioso que empezó a hacerse un montón de preguntas una detrás de otra como ¿Tendría que ir antes al baño? ¿Será suficiente con la ducha de antes? ¿Hinata hacía algo especial? ¿Qué pasa si me hiere gravemente y no puedo volver a jugar al vóley? ¿Cómo mierda me va a gustar tener algo en mi culo?

El abrazo se deshizo cuando Hinata deslizó la mano sobre su cadera y después hasta su polla. Tenía los dedos empapados en lubricante y el toque fue exquisito, un mimo casi tierno, le arrancó un gemido involuntario que le sacó de sus divagaciones.

—¿Estás asustado?

La voz de Hinata era tan suave como sus caricias.

—No.

Casi podía verle sonreír. Sintió sus labios en la nuca y su aliento en el nacimiento del pelo, y otra vez su mano húmeda subió y bajó, de nuevo, así hasta que perdió la cuenta, llevándole muy despacio. Pronto Kageyama ya ni recordaba lo que iban a hacer, y movía las caderas intentando apurar la velocidad contra los dedos cabrones de Hinata, que le mordió la oreja y le susurró al oído.

—Voy a hacer que sea súper rico. La voz de Hinata le precipitó tanto que tuvo que alejarse de su mano para no acabar en ese instante. Vale. A la mierda. Kageyama se giró y le agarró del culo, atrayéndole contra sí para besarle con desesperación. Hinata le sujetó de la cadera y rió, echando la cabeza hacia atrás—. Date la vuelta, Tobio, es mi turno. ¿También te cuelas así en la carnicería?

—Y si te lo hago yo a ti —propuso, arrastrándose contra él, buscando más roce, apoyando su frente contra ls suya—. Te juro que te encantará. Podemos hacer-

—No. Dijiste que tenías curiosidad —dijo, con su mejor cara inocente—. Déjame intentarlo, si no te gusta lo dejamos, ¿vale? Porfi.

Gruñó un asentimiento y se giró, metiendo una mano bajo la almohada para tener algo a lo que agarrarse cuando empezase el horror.

¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Nadie ha muerto por un pene, no?

Tampoco es tan grande, ¿o sí? ¿Cómo lo hacen esos chicos de las películas porno?

Mierda, debí escuchar a Atsumu cuando habló de aquello de los topes.

Hinata se movió tras él. Oyó la botella de lubricante abrirse y después el sonido de cuando aprietas el plástico y lo espachurras. Lo siguiente fue sentir su mano otra vez entre las piernas, más resbaladiza que antes.

—Si vas a hacerlo hazlo ya —protestó, casi una súplica, apretando los párpados. Mejor que acabase cuanto antes. Hinata le dio un mordisco en el hombro como venganza.

—¿Tienes miedo de no aguantar nada, Rápidoyama? —susurró Hinata, moviéndose un poco contra su culo, provocándole. Kageyama quería darse la vuelta y darle una patada en las bolas, o follarle hasta que se le quitase ese aire de superioridad insoportable—. ¿Voy a aguantar yo más, como siempre?

Abrió los ojos, olvidándose de todo lo demás, y le miró sobre el hombro.

—¿Lo recuerdas?

—¿Eh?

—Idiota. Que si recuerdas eso.

—El qué. Si es otra excusa para estar arriba yo no-

—Shoyo, acabas de decir que siempre aguantabas más. ¿Te acuerdas de eso?

Hinata le miró a los ojos, desde atrás. Parecía aturdido.

—Sí. Me acuerdo... Me acuerdo de que siempre teníamos la broma de que tú no aguantabas nada.

Idiota, enano.

—No teníamos una broma. Eras tú haciéndote el simpático —replicó Kageyama, un poco enfadado, pero no tanto porque era un recuerdo real y eso compensaba la estupidez de Hinata—. Es un recuerdo.

Hinata rió, feliz, y le empujó otra vez de lado, volviendo a agarrar su polla sin la más mínima delicadeza y apretándola en un empuje fuerte y decidido.

Huh, Tobio, estoy muy contento. A lo mejor si te hago el amor súper dulce me vienen todos los recuerdos así de golpe.

Kageyama tragó saliva.

—Menuda excusa de mierda.

—O a lo mejor me vienen poco a poco y tengo que hacerte el amor un montón de veces para ir recuperándolos.

—Veremos qué tal se te da. Estás presumiendo mucho para no haber conseguido nada —Hinata rió y le lamió la oreja, como si la cosa no fuese con él—. ¿Piensas seguir o qué? Vas a conseguir que me aburra.

No había terminado de hablar cuando Hinata inició un ritmo suave mientras hacía algo así como tararear una canción cerca de su nuca. Era un loco, un pelirrojo demente y peligroso capaz de producir desastres naturales, catástrofes infinitas.

Cantar mientras haces una paja, en qué cabeza cabe.

—C-calla, .

—¿Más deprisa?

Asintió con la cabeza, porque las palabras empezaban a fallarle. Hinata le bombeaba despacio, con movimientos precisos, subía y bajaba controlando la velocidad y el ritmo como quería, y era su maldita mano izquierda, en serio, me caes tan mal a veces, siempre con esos instintos perfectos, apretó los ojos y se preparó para la subida genial que acababa de comenzar, cuesta abajo, más rápido, dios sí así, ya estaba bajando, otra vez arriba, deprisa, más deprisa, resbalando húmedo y más apretado, sus dedos escurriendo por todas partes, le llevaría directo a-

—Qué haces.

Lo dijo en voz alta, y su voz sonó contra el silencio repentino de la habitación. Hinata bajó el ritmo abruptamente y soltó su polla, dejándole en el borde, todavía con vértigo en la garganta.

—Jugar contigo. Este es mi turno y me has dicho que puedo hacerte lo que quiera.

Capullo.

Echó lubricante directamente entre sus piernas, y Kageyama jadeó ante la sensación fría. Después sintió sus dedos deslizarse por sus testículos y deseó que pasase deprisa porque quedaría fatal si se corría en ese momento, tendría que aguantar sus delirios de grandeza por siempre, pero ese idiota se quedó el tiempo suficiente como para que el vértigo volviese a construírse y voy, estoy a punto, dios-

—Joder.

Hinata se apretó contra él y le mordió el hombro, suspirando. Sus dedos se alejaron, dejándole de nuevo sin su recompensa, siguieron el recorrido hasta el final, y se detuvieron allí, acariciándole despacio, tomándose todo el tiempo del mundo. Kageyama se tensó tanto que incluso contuvo la respiración.

Oi —susurró Hinata—. Respira.

—Calla.

—Tienes que respirar, no duele si estás tranquilo.

—Pero si no te acuerdas —los dedos de Hinata seguían bailando, acariciando, sin ir más allá. Kageyama sintió su silencio como una respuesta—. ¿Te acuerdas?

—No sé si es real o un sueño —susurró en su nuca, y pasó la lengua despacio sobre su última vértebra—. Pero recuerdo la sensación.

—Qué sensación.

Esta —. Hinata deslizó un dedo hasta la mitad, y Kageyama apretó los dientes y maldijo en voz baja y después en voz no tan baja, porque aquello no podía gustarle a nadie, y porque no entendía cómo Hinata lo había llevado tan bien la primera vez, cuando sus dedos eran mucho más grandes. Intentaba razonar la situación, convencerse a sí mismo de que no era tan horrible, todos los chicos lo hacen, ellos lo hacen todo el tiempo, cuando Hinata movió un poco el dedo y la incomodidad aumentó—. Tobio, ey. Somos nosotros, sabes. Soy yo, Shoyo. Si te está pareciendo horrible, dímelo y lo dejamos.

—Sigue —gruñó, apretando la almohada. Hinata rió en su oído.

—Seguro que yo no me quejé tanto.

—Te quejaste más —mintió, y Hinata aprovechó su despiste para meter al dedo hasta los nudillos, arrancándole otra queja.

—Mentiroso. ¿Más lubricante?

Kageyama no contestó. Hinata apretó la botella directamente contra su piel, haciéndole temblar. Había actividad todas las partes sensibles de su piel, de alguna manera era como si todo él estuviese en carne viva. Su dedo volvió, lento pero sin dudas, y no fue tan molesto, pero definitivamente no era placentero. No se parecía en nada a la sensación de estar sobre Hinata, abrazado por sus muslos, con cada célula suspirando en un vaivén cálido, húmedo, opresivo, delicioso. El recuerdo viajó a su entrepierna y le hizo gemir, y Hinata aprovechó para añadir otro dedo. El dolor fue menor que con el primero.

—¿Quieres que pare?

—No.

—¿Te gusta?

Apretó los dientes, analizando el movimiento de los dos dedos.

—No es horrible.

—Bakayama —suspiró Hinata—. Quiero que hacerte el amor, pero si esto es horrible para ti, me pondré abajo. En serio. Sólo dilo. Lo haremos en otro momento, o nunca. Si no te gusta hay otras mil formas.

"Tenéis un Universo para vosotros, constelaciones, planetas, estrellas... Busca otros y enséñaselos".

Kageyama le agarró por la muñeca y apretó, manteniendo la mano donde estaba. Después cogió aire y lo soltó, avergonzado.

—¿Sabes buscar la próstata?

—¿Eso no es de las chicas?

—Idiota —resopló, apretando la cara contra la almohada—. Las chicas... no tienen próstata—. Deslizó su mano hasta la altura de los dedos de Hinata, haciendo que los sacase un poco, sin reprimir un suspiro—. Puede que sea... a esta altura.

—¿Has probado tú mismo? —preguntó Hinata. Hablaba con curiosidad, pero lo hacía en susurros. Kageyama estaba terriblemente duro. Apretó los dientes, intentando serenarse.

—No —. En verdad lo intentó una vez, poco antes de que Hinata fuese a New York, en aquella semana que pasó más tiempo sin los pantalones que con ellos tras la apuesta estúpida de aguantar sin tocarse, pero era difícil y extraño y se agobió y decidió que eso no era para él—. Pero es por ahí.

Hinata movió los dedos hacia dentro.

—¿Si la encuentro me avisas? ¿Te darás cuenta?

—N-no se hace así —murmuró Kageyama, respirando por la boca, redirigiéndole, y tener a Hinata hablándole al oído mientras movía sus dedos de esa forma era terriblemente caliente. Hacia... Es más... Tienes que... AH.

Hinata dobló un poco uno de los dedos y Kageyama se quedó sin respiración.

Qué coño ha sido eso.

Se sonrojó ante su jadeo, pero Hinata ni se inmutó. Volvió a hacer el mismo movimiento, y esta vez usó los dos dedos para acariciarle.

Joder, joder.

—¿Así? —Hinata empezó a arrastrar las yemas, un poco rugosas, un movimiento suave de dos dedos, rítmico. Kageyama se olvidó de su nombre. Se olvidó de su historia, de su pasado. Se olvidó del vóley. Su única verdad era el placer profundo y sordo que empezaba a construírse en su vientre, haciéndole gemir. Él nunca hacía ruido, y apretó los labios, quería contenerse, pero era demasiado. Hinata movió su polla contra sus nalgas, apretándose entre ellas, y después le mordió entre el hombro y el cuello, recreándose en el mordisco, fuerte, notó el pico de sus colmillos sobre la carne. Le dejaría una marca, seguro que morada. Los dedos, hacia delante y atrás, le arrancaron otro gemido. Hinata le sopló el aliento en el cuello, cerca de la oreja—. No te preocupes, Tobio. Cuando esté dentro lo encontraré también.

Su voz, más ronca, la caricia de sus labios en el oído, los dedos moviéndose tortuosamente, arrastrándose sobre ese lugar, Kageyama no pudo retenerlo, ni siquiera supo que estaba llegando hasta que todo su cuerpo se contrajo y se corrió en un grito mudo, con la respiración descoordinada y las caderas buscando más de esos dedos, más contacto, más roce. Hinata siguió acariciándole hasta que se agotó, y sólo entonces retiró los dedos, besándole en la nuca.

Woa —suspiró, sus labios contra el pelo—. Sólo... con mis dedos.

Kageyama quería indignarse, quería decirle bueno tampoco te emociones pero no era capaz. Cualquier cosa que dijese quitándole importancia sería mentir. Empezaba a conectar con el mundo, consigo mismo.

Existo. Me llamo Tobio. Soy un colocador japonés.
Estoy vivo, y tengo un novio idiota muy bueno con los dedos.
Se llama Shoyo.
Sabe volar, y cose alas a los que han perdido las suyas.
Hinata Shoyo.

Hinata le abrazó con fuerza, acariciando su pecho y su abdomen otra vez sucio como si no le importase nada, y repartió besos por todos los sitios que tenía a su alcance; el cuello, la espalda, la nuca, el pelo, la mandíbula, la oreja. Kageyama los recibió con los ojos cerrados, permitiendo que la respiración se recompusiese, reconstruyéndose desde cero.

Cuando se dio cuenta, Hinata volvía a tener sus dedos dentro de él. Ni siquiera tenía claro cuántos eran, parecía que dos, quizás tres, pero se movían despacio, en todas direcciones. Kageyama no creía que nunca pudiese volver a tener un orgasmo como ese, así que no dijo nada. Se dejó hacer, rendido, respirando despacio, mientras Hinata le besaba sobre la columna y le susurraba palabras suaves. Todo suave, menos sus dedos. Pronto empezaron a moverse, y ya no eran molestos.

Kageyama se preguntó si funcionaba así. Si había pagado el peaje y ahora podría recibir a Hinata e ir a donde fuese que quisiese llevarle.

Agarró su muñeca como antes, pero esta vez con fuerza.

—Fóllame —susurró, echando la cabeza hacia atrás. Su mejilla se encontró con la de Hinata, que jadeó en su oído mientras asentía. Sus dedos todavía se movieron un par de veces más. En una de ellas, y no fue casualidad, volvió a tocarle en su punto, y bastaron un par de caricias para ponerse duro otra vez.

Después hubo un breve período de soledad. Sin dedos, sin un aliento cálido tras él, sin la sensación del cuerpo anhelante de Hinata contra su espalda, esperando, preparándose para deshacerlo. Tenía un poco de frío, pero no le dio tiempo a gestionarlo cuando otra vez estaba junto a él, tras él, con más lubricante. Oyó el sonido del plástico del condón al rasgarse, y después notó el olor. Tenía que ser a látex, seguro que era látex, pero para su olfato deteriorado parecía otra cosa, algún tipo de cítrico.

¿Mandarina, en serio?

Le oyó gruñir un poco y se giró, frunciendo el ceño. Hinata estaba sentado, luchando contra el condón, poniéndoselo al revés y sin que la mano derecha pareciese cooperar mucho. El recuerdo de la noche con Yoko hizo que el estómago se le revolviese, y luchó por apartarlo de la mente. Esa cabrona mentirosa no tenía derecho a quitarles también este momento.

Se sentó frente a él con el corazón todavía hecho un desastre y le cogió de la nuca, atrayéndolo hacia un beso hambriento. Ahora lo tenía claro. Quería a Hinata llenándole hasta ahogarle, llevándole hasta el límite, haciéndole arder como cuando jugaba al vóley.

Le quitó el condón y lo giró, mostrándoselo. Lo haría cuantas veces fuese necesario, hasta que se convirtiese en un experto en eso, hasta que fuese como esos tíos de Tiktok que ponen un condón con la boca mientras cocinan tortitas para el desayuno.

—Esto hacia arriba —dijo, poniéndole el condón delante de los ojos. Hinata asintió, como un buen chico, obediente, dócil. Todo una fachada. Kageyama le conocía, veía la forma en que se relamía, cómo miraba el desastre húmedo de su pecho, cómo estaba delgado y herido pero no había perdido nada del fuego que era capaz de hacer que todos ardiesen. Kageyama colocó el condón sobre la punta y Hinata puso su mano sobre la de él.

—Vale. Vuelve a tumbarte.

—¿Puedes tú solo?

Echó una mirada hacia abajo, y Hinata desenrolló el condón con dificultad, bufando.

—Esto aprieta como la muerte.

—Tienes que comprarlos grandes, de los de talla especial. La tienes demasiado-

—Sí, ya lo capto, cállate —dijo Hinata, sonrojado, empujándole para que se tumbase—. Oi, ¿ponemos música?

Kageyama frunció el ceño, tumbado boca arriba.

—Lo que sea pero deprisa—. Hinata estiró el brazo sobre el futón y alcanzó su teléfono móvil. Buscó un poco, y Kageyama otra vez estaba nervioso. La erección de Hinata estaba en todo su esplendor, a ese idiota no le afectaba nada, nada lo desconcentraba de su modo-sexual.

—Sabes, es Nirvana —dijo, casi en un susurro, como si no fuese importante. Seleccionó la canción y pulsó el play, dejó el móvil junto a ellos y se tumbó al lado de Tobio, lamiéndole la oreja mientras su mano izquierda recorría su brazo, su pecho, acariciaba su ombligo—. Siempre pensé que dejaría de ser hetero si Kurt Cobain resucitase para mí.

Kageyama jadeó, un poco indignado.

—Tú nunca fuiste hetero —Hinata había puesto una música loca con gritos y guitarras eléctricas que le hacía pensar en todo menos en sexo—. No me gusta esta música.

—Es verdad —dijo Hinata, riendo y separándose, recuperando su teléfono—. Eres duro en la cancha y romántico en la cama. Te lo voy a hacer con una balada, como a ti te gusta.

Kageyama sintió las palabras directamente en su polla, y ni siquiera supo qué puta canción había seleccionado -música lenta, suave- porque ya le tenía encima, besándole, exigiéndole abrir la boca para él y entregarle todo. Siempre se imaginó que si Hinata tomaba el control no se lo pondría fácil. No tendría misericordia. Sin esperar una respuesta, Hinata le hizo rodar hasta estar otra vez a su espalda, y en un instante volvió a sentir sus dedos, más resbaladizos, y después su respiración junto a la cara, su aliento en la mejilla.

—¿Puedo? —preguntó, y Kageyama echó el culo hacia atrás hasta que chocó con sus caderas, jadeando.

—Da lo mejor de ti —dijo, con la voz rota. Un reto. Siempre funcionaba entre ellos. Hinata le mordió el hombro con la suficiente fuerza como para dejarle una marca y antes de que pudiese pensar, le movió la pierna hacia delante para tener mejor acceso.

—¿Puedes mantenerte así? —susurró la pregunta, y su voz, suave, decidida, parecía tan distinta que Kageyama quiso girarse un poco para comprobar que efectivamente era él. Un rizo enredado y naranja sobre su hombro se lo confirmó. Otra vez los dedos, más lubricante.

Joder —gimió Kageyama, apretando los párpados, con una urgencia que se mezclaba con el miedo, estaba asustado de verdad. La canción era lenta. Todo era lento. Hinata se pegó a él y se deslizó, despacio, sin empujarse, tentando, adelante y atrás, y estaba cálido y Kageyama tenso, un puñado de ganas y nervios que empezó a escurrir se entre sus dedos cuando Hinata jadeó en su cuello, y le besó suave, y después le mordió mientras seguía torturándole, adelante y atrás, balanceándose entre sus nalgas—. Métela... idiota.

Le sintió situarse, se obligó a respirar y relajarse, y cuando soltó aire Hinata pasó dos dedos por su entrada y se empujó, sólo la punta. Kageyama jadeó, apretándose y echando la cabeza hacia atrás. Le dio un cabezazo fuerte, pero si le hizo daño, Hinata no dijo nada. Se limitó a gemir en su oído.

—Woa, esto, huh —susurró, y tenía saliva en los labios y Kageyama la sintió escurrir por el lóbulo mientras todas las células de su cuerpo se esforzaban en vaciarse, en dejarlo todo atrás para que Hinata se abriese paso y encontrase su lugar—. Dios, Tobio.

—Sigue —consiguió decir, y no sabía cómo iba a soportarlo pero no le importaba, porque se había rendido, era Hinata quien lo llevaría hasta donde le diese la gana y la sensación de simplemente cerrar los ojos y perderse estaba demasiado cerca como para no tomarla.

—Avísame... Uh, vale... Yo... Yo no sabía que esto... —le oyó respirar con dificultad, contra su nuca, y después le regaló un beso suave, y otro más—. Avísame si te duele.

Hinata se empujó un poco más. Todas las suposiciones de Kageyama sobre su tamaño se quedaron cortas. Gruñó, echando otra vez la cabeza hacia atrás, pero esta vez Hinata debió moverse y evitó el golpe.

Ardía, todo en su interior estaba en llamas y Hinata avanzaba quemándolo, reduciéndole a cenizas, un incendio masivo, combustión total, dolor que se mezclaba con un placer primitivo y una sensación desconocida, abrumadora, es demasiado, gimió sin poder evitarlo, demasiado de él en mí, pero quería más, siempre quiso más de él.

Hinata pasó el brazo izquierdo tras su rodilla y le levantó la pierna, jadeando en el movimiento, y Kageyama sintió entonces que todo se complicaba, la respiración, el pensamiento, sigue avanzando, su mente estaba sobrepasada, más lejos, más profundo, ¿cómo se respiraba?, ¿estoy respirando?

—Shoyo —suspiró, echando la cabeza hacia atrás y apoyándola en su hombro. Hinata le besó en la mejilla y subió su pierna un poco más.

—Ya casi está, casi lo tengo... —susurró, manteniendo la calma, como si no se estuviese enterrando entero, y Kageyama no podía acordarse de nada, no podía pensar en nada que no fuese el incendio en su vientre, expandiéndose por los vasos sanguíneos, dominándole, arrodillándole como sólo podía hacerlo Hinata. Sintió su mano alrededor de la polla y gimió, y el gemido se convirtió en un gruñido cuando se enterró hasta el fondo, y ahora fue Hinata quien le dio un cabezazo, y después su boca abierta apoyada en el hombro, jadeando contra su piel, y un beso descuidado y húmedo, o tal vez fue otro el orden, porque no podía hacer nada que no fuese gemir y temblar, intentando recordar cómo se respiraba—. Tadaima, Kageyama-kun.

Kageyama rió, fuerte, con los ojos cerrados, soltando todo su cuerpo, y tenía lágrimas en la cara.

Okaerinasai... idiota —susurró, sintiendo su sonrisa sobre el hombro.

Echó la mano hacia atrás y acarició el brazo que sujetaba su pierna, pasando los dedos con torpeza, sintiendo el vello de Hinata de punta. Después hubo un gemido, y un beso en su oreja, y otro en su pelo, y Kageyama se encontró feliz, sonriendo en medio de su incendio.

—Múevete —consiguió decir, todavía con la cabeza apoyada en su hombro y el cuello tirante y la risa colgando de la boca. Hinata abrazó su pierna, forzándola hacia arriba, y sintió sus testículos golpearle con el movimiento leve, casi inapreciable.

Woa —susurró Hinata, saliendo despacio para volver a entrar—. Woa, uo, esto... Esto es... joder. N-no sabes... Tobio, ah, es que yo no...

—Shoyo, cállate, joder, cállate y muévete —pidió, sin aliento. Hinata se movía con un balance lento, desesperante—. Más. Por favor, tú-

—No —dijo Hinata, en su oído—. Te dije... Te dije que cuando te follase, te lo haría lento.

Kageyama jadeó, y su cerebro juntó pensamientos, se ha acordado de eso, y también ese movimiento, dónde coño aprendió a, no podía procesarlo, sigue sigue no puedo más sigue. La respiración, tenía que recordar la respiración, concentración total, pero Hinata estaba por todas partes, lo tenía en cada centímetro, le había atrapado como un depredador a su presa y se había hecho una capa con su piel, y ahora lo tenía ahí, detrás, pero también delante, y dentro, más allá de su pecho, reclamándolo todo sin piedad.

Así era él. Nunca supo de medias tintas ni cuando jugaba, ni cuando amaba.

Le sostuvo de la cadera y mantuvo el movimiento suave, profundo, le estaba follando como le gustaba, y Kageyama lo quería así, lo quería fuerte, pese a los golpes, lo quería entero, valiente, uniendo las grietas, susurrándole al oído promesas imposibles mientras le quemaba hasta los huesos con cada embestida.

Él es todo, y lo sabe.
Me gusta que lo sepa.

—Tobio —susurró, llevándole por donde quería, y Kageyama estaba seguro de que con una sola palabra podría hacer que se corriese—. Te sientes... tan bien.

Joder.
Ni siquiera podía responder.

Ah.

Fue suficiente para que Hinata aumentase la fuerza de cada movimiento, y se las ingenió para alcanzar la botella de lubricante y echar medio bote y suavizarlo todo más, dios, Kageyama se ahogaba, sintió que la cara le ardía, estaba llorando, ¿cuánto rato llevaba llorando? y Hinata le abrazó para sostenerle mientras se lo hacía más duro, y si puede hacerlo así ahora cómo será cuando esté recuperado. El pensamiento murió en su garganta cuando Hinata subió el brazo y puso los dedos en su cuello, suave, sin apretar, apoyando el pulgar sobre su nuez mientras lamía la parte trasera de su oreja.

Entonces cambió el ángulo y Kageyama abrió los ojos de golpe, ahogando un grito.

—Lo encontré —susurró Hinata, y le sintió sonreír contra su cuello, apretando la mano, cortándole un poco la respiración. Kageyama gimió, ya no estaba llorando, quería más de eso, quería que lo repitiese y movió las caderas hacia atrás buscándole, y Hinata gimió y se sujetó con más fuerza a su cuello, pero sin ahogarle—. Qué bueno, ah.

—D-deprisa... —Estaba dispuesto a suplicar. Se dio cuenta de que estaba más duro que nunca, y ese dolor se unía al que provocaba Hinata con su movimiento torturador. Cuando volvió a rozarse contra su próstata, lento y cabrón, Kageyama jadeó tan profundo y fuerte que ni se reconoció, como si su voz saliese de un punto desconocido de su pecho, más primitivo que consciente—. Por... Por favor, Sho-

—No —Hinata se apretó más contra él, fusionándose, aplastándose contra su espalda, sentía el sudor de su frente en la nuca, su aliento en la oreja, su olor a licor de cereza emborrachándole, nunca había estado tan superado, tan fuera de sí mismo, tan expuesto—. Lento es más rico.

Kageyama volvió a sentir las lágrimas en las comisuras de los ojos, el placer llamando a todas las puertas y Hinata negándoselo, frotándole a media marcha de lo que necesitaría para correrse y dejar que todo explotase a su alrededor, meciéndole en ese abrazo que era lo mejor que le había pasado en la vida.

El sexo que había tenido con Hinata siempre fue genial, pero esto. Esto era otra cosa. Era la miel sobre el pastel, la nata en la punta de la lengua, chocolate derretido en los labios. Imposible seguir viviendo ahora que conocía esto. Si podía volver a levantarse no querría hacer otra cosa nunca más, y eso era un problema, porque había demasiado dolor y demasiado placer y todo rebosaba por todas partes y no controlaba una mierda de lo que pasaba en su cuerpo y por primera vez flotaba en los brazos de otra persona, desprovisto de ataduras, libre.

Así es como lo haces.

—Tobio... —susurró Hinata, y sus penetraciones se hicieron más cortas, centradas sólo en rozarle una y otra vez en el mismo punto, arrastrándose, sin ir más allá, empujándolo, machacándolo-. ¿Estás cerca?

—S-sí —dijo, aunque no tenía ni puta idea porque llevaba mucho tiempo balanceándose junto al precipicio, sujeto sólo por un dedo—. Si... Si pudieses...

-Qué —Hinata hablaba en su oído, sin dejar de moverse—. Qué... necesitas.

Con la mano temblando buscó la de Hinata y la llevó hasta su polla. Le sintió sonreír en su nuca. Sin dejar de moverse, Hinata cogió la botella de lubricante y la vació sobre la erección de Kageyama, arrancándole otro gemido.

Este tío.

Estaba frío, pero cuando Hinata lo envolvió con los dedos la sensación le hizo otra vez echar la cabeza hacia atrás, perdiéndose.

—Tranquilo, Tobio. Deja que te lleve —susurró en su oído. Acompasó las caderas con su mano, todo era lento, suave, y Kageyama de pronto sintió que el borde se acercaba, lo veía, estaba ahí, era como si se aproximase despacio, un placer que se construía por todas partes, catedrales, rascacielos levantándose ante sus ojos sin que pudiese detenerlos, estrellas por todas partes, constelaciones bajo los dedos y música que se mezclaba con los gemidos que no sabía si eran suyos y le obedeció, llévame donde quieras, Hinata le abrazaba con fuerza, con un solo brazo y le conducía hacia abajo, hasta el mejor orgasmo de su vida.

Estalló, todo, por todas partes, estaba seguro de que su placer tuvo que sentirse en el espacio, que la onda expansiva llegó hasta Urano y a la estrella polar y que había planetas donde se rompieron los cristales de todos los edificios.

Woa —susurró Hinata, pasando los dedos por la humedad de su pecho, arrastrándola—. Dios, voy a... T-tengo que...

Todavía tenía la visión borrosa cuando Hinata cambió el agarre, soltando el abrazo y llevando su mano a su pierna -ahora se daba cuenta, estaba temblando, Hinata temblaba, ¿sería demasiado esfuerzo? ¿estaría bien?-, la levantó otra vez, hacia arriba, besó la parte trasera de su rodilla y se enterró otra vez hasta el fondo, ahora con más fuerza, le oyó gruñir y jadear y notó cómo apoyaba la mejilla junto a su oreja y Kageyama echó la cabeza hacia atrás para darle más contacto, sus rostros juntos. Hinata estaba sudando, tenía el rostro empapado, ojalá pudiera verle, ojalá pudiese ver su gesto en este momento.

No quiso mirar hacia atrás, porque Hinata estaba corriendo tras su orgasmo y no quería romper su carrera. Movió la pierna un poco más hacia arriba, dándole mejor ángulo, y Hinata le folló ahora más rápido, duro, qué bien lo hace duro, sin perder el ritmo, buscando para sí lo que antes le había negado.

—Shoyo —susurró Kageyama, sus mejillas juntas, los párpados relajados, las lágrimas de sus ojos se habían mezclado con el sudor de Hinata—. Te quiero. Te quiero... muchísimo.

Lo dijo tan bajo que dudó si lo habría oído, pero estaban tan cerca, Hinata gimió y se enterró una vez más antes de correrse, jadeando con la boca abierta, y siguió moviéndose mientras agotaba su orgasmo, y Kageyama acariciaba la mano sobre su pierna, sonriendo como un idiota.

—Uh, woah -susurró, sin aire, en el medio de una tos—. Te... yo... quiero también... yo-tú.

Kageyama soltó una risa fuerte, que fue como dejar que la poca vida que le quedaba saliese por todas partes.

—Acaba de follarme Yoda.

Hinata también rió, descompasado, restregando su mejilla con la de él.

—Yo siempre tuve una ship... Darth Vader con... Obi wan, sabes —dijo, ahogado—. Pero podría ser también... Darth Vader con Yoda. Pequeñito pero súper genial. Y tú, ya sabes, siempre fuiste un poco Sith.

Aceptó la comparación. Todo el mundo sabe que los Sith son más poderosos que los Jedi, en cualquier caso.

—Anakin era heterosexual.

—Yo también—. Kageyama volvió a reír, y Hinata salió de él, se quitó el condón, lo ató y lo apartó, para después abrazarle, cara a cara, por fin. Kageyama se alegró de haberlo hecho así, de espaldas, porque semejante expansión de pecas le habría hecho durar cinco segundos. Hinata le besó en los labios, y Kageyama abrió la boca, suave, desenredado, completamente entregado a la causa—. Sithyama. Bienvenido al lado bonito de la fuerza.

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Yūji era un tío bastante genial, para lo que se supone que debe ser un tío, desde el punto de vista de Hinata.
Les dejó la casa hasta la madrugada, lo que permitió que pudiesen tener otras tres rondas más de sexo. Kageyama se negó a una cuarta, alegando cosas tan peregrinas como idiota, me voy a quedar como uno de esos ríos sin agua y también no tenemos más condones ni más lubricante, usaste diez litros la primera vez.

Yūji no dijo nada acerca de su falta, si es que se dio cuenta. Tampoco del dispendio de Nutella y mermelada, aunque volvieron a colocar todo en su sitio como si nada. Ni siquiera le pareció mal que le hubiesen cogido prestadas dos camisetas viejas. Y al día siguiente, cuando se despertaron, estaba en la cocina y les había preparado el desayuno.

Hinata comió sentado en su silla de ruedas. Tostadas con Nutella. Kageyama se comió el pan sólo (empachado, tiene que estar empachado el muy bruto) mientras se miraban todo el tiempo, riéndose por lo bajo, sin decir nada. Hinata le sacó la lengua y le enseñó un pegote de Nutella bastante grande, y Kageyama se puso como muy rojo y le lanzó una bola de papel.

—Dios, voy a necesitar insulina —se quejó Yūji, comiéndose su tercera tostada de Nutella. Hinata no pudo evitar sentirse un poco mal al acordarse de cómo metió Kageyama los dedos en ese bote del que ahora su tío se servía con total confianza.

Sabía que después del desayuno debía regresar a Miyagi, y aunque los padres de Kageyama también volvían ese día y no tendrían problema en llevarle, prefería usar el tren. No quería tener que dar más explicaciones. Además, necesitaba ponerse su playlist, repetir doscientas veces la música de anoche y mirar por la ventanilla sin pensar en nada, sólo para asimilar lo increíblemente genial que fue todo.

Los besos. La complicidad.

Cuando tengamos nuestra propia casa habrá Nutella por todas partes, un bote en cada esquina, le dejaré siempre mi piel a Tobio para que el chocolate sea chocolate para él.

Kageyama le acompañó a la estación, empujando su silla. Aunque no lo necesitaba, le dejó hacerlo, porque eso significaba estar un rato más con él.

No habían dormido más de tres horas, pero se despertó con un montón de recuerdos nuevos. Kageyama los reconstruía con besos suaves sobre los hombros y, con una voz distinta a la que tenía para el resto del mundo, le contaba historias que parecían de una película hasta que brotaban de sus labios y se volvían familiares.

Nuestras.

—Prométeme que no vas a firmar —dijo, sin filtro, mientras esperaban en el andén. Kageyama estaba detrás de la silla.

Aunque era agosto, había viento. Hinata tenía el pelo enredado, hecho un desastre, como si hubiese metido los dedos en un enchufe. Kageyama se echó hacia delante, posándose un poco sobre los manillares y el respaldo, apoyando la cabeza sobre sus bucles naranjas.

—No puedo prometerte eso.

Había bastante gente esperando el tren bala. Hinata apretó los labios y puso las manos en las ruedas, alejándose de Kageyama, que estuvo a punto de caerse al suelo. Se giró y le enfrentó, mirándole a los ojos.

—Mañana voy a buscar un abogado —dijo, serio—. Voy a denunciar a Kásper por los vídeos. Y a Yoko. A ella también la denunciaré por lo que pasó en aquella fiesta. Nos drogó, y eso es un abuso. Me gustaría que tú también denunciases, aunque no te voy a presionar. Respetaré tu decisión, pero quería que supieses que esta es la mía. Pienso ir hasta el final.

Kageyama le miró durante unos segundos. Tenía el gesto un poco duro, pero mucho menos que hace un par de días. A Hinata le gustaba pensar que, de alguna manera, había conseguido suavizar sus partes cortantes.

—Tendrás que ir a juicio y no tenemos pruebas.

—No importa. Les contaré lo que pasó. No voy a quedarme callado.

—¿Y si te perjudica?

—¿Qué más puede pasarme? No me importa. No tengo miedo.

Se miraron a los ojos. Los de Kageyama siempre eran bonitos, pero algunas veces, sólo en ciertos momentos, reflejaban el cielo y las nubes como si estuvieses mirando una de esas lagunas que sólo existen en los wallpapers del ordenador. Esta era una de esas veces.

—No sé si estoy preparado. No nos creerán y será... Como volver a pasar por eso.

—No será fácil —dijo Hinata, cogiendo aire, despacio—. Pero es lo único que podemos hacer para que nadie más viva lo mismo. Podemos ser héroes, ¿sabes? Como Midoriya. Aunque tú siempre fuiste un poco Bakugo.

Kageyama sonrió un poco.

—También podríamos matar a Dani.

—Ya te dije que lo del cortacésped era mala idea. Además, te mareas con la sangre. Al final tendría yo que hacer el trabajo sucio.

—¿Y una carta explosiva?

—Seguro que nos explotaba en las manos.

—¿Arañas?

—Bakayama, tienes que dejar de ver esos programas de la MTV.

Kageyama gruñó un poco, apretando los labios.

—No hay vóley en la cárcel.

Hinata soltó una carcajada, aunque estaba seguro de que no lo había dicho de broma. Al menos no del todo.

—No vamos a matar a nadie. Pero Kásper nos hizo eso siendo mayor de edad y nosotros menores. Es él el que acabará en la cárcel mientras tú y yo machacamos a la Ocean en un partido oficial. ¿No te encantaría?

Los ojos de Kageyama parecieron dudar por un momento.
Duda porque no sabe si va a firmar, este idiota.

—¿Te importa que me lo piense?

—Claro que no, tonto. Cuando me reúna con el abogado te cuento -Pensó durante unos segundos, pero decidió hablar—. Hay otra cosa que quiero contarte. No quería decirte nada aún, porque no es definitivo, y porque todavía tengo que-

—¿Qué pasa? ¿Has tenido más problemas con Yoko?—. La cara de Kageyama se torció—. ¿Es Dani? ¿Ha subido algún vídeo?

—No, no es nada de eso. Es sobre, ya sabes, nuestro futuro—. Nuestro sonaba bastante bien. Demasiado para seguir hablando. Aún así, tenía que hacerlo, porque conocía a Kageyama. Iba a firmar esa mierda con la Ocean, donde acabaría bajo las garras de Kásper, bailando a su ritmo, hasta que todo explotase. Porque explotaría. Kageyama era un cuervo, y los cuervos son animales que no sirven para vivir enjaulados—. Tengo una alternativa.

—¿Una alternativa?

—Un sitio donde me ofrecen un año de rehabilitación para deportistas. Para jugadores de vóley. Sería un favor a través de un amigo. No tendría que pagar nada.

Kageyama frunció más el ceño, volviendo a su gesto habitual de cuando tenían quince años.

—Parece una estafa.

—Bakayama, no es una estafa. ¿Recuerdas a Migueru?

—Claro que lo recuerdo. ¿Qué tiene él que ver?

—Me llamó hace unos días, cuando se enteró de que había despertado. Estuvimos hablando un montón de rato y al final me contó que su padre es director del centro de rehabilitación al que van los jugadores de su equipo. Que podría conseguirme una plaza. Es un centro privado, pero no tendría que pagar. Eso me dijo.

Kageyama le miraba sin pestañear.

Migueru —pronunció, despacio—. ¿No era mexicano?

—Sí. De Ciudad de México.

La megafonía avisó de la llegada del tren bala. Hinata giró la silla, otra vez en dirección al andén, dando la espalda a Kageyama, que volvió a apoyarse en la parte trasera. Pasó una mano por su pelo, enredando los dedos en él, como había hecho la noche anterior. Le acarició los rizos despacio, como si tuviesen todo el tiempo del mundo.

—Sabes —dijo, bajito. Estaba cerca de su oído, y Hinata aguantó la respiración mientras veía a una pareja de ancianos muy entrañables abrazándose en el andén de enfrente—. A veces siento que estamos atrapados en una... despedida infinita.

Hinata echó la cabeza hacia atrás hasta que rozó con su cara. Kageyama bajó los dedos hasta su oreja y le hizo un mimo, tirando un poquito.

—No importa cuántas veces te despidas de mí, Bakayama. Estamos unidos por las estrellas. Siempre vamos a reencontrarnos, pase lo que pase.

—Cómo lo sabes —dijo Kageyama, dejando que sus dedos acariciasen el bucle naranja de la patilla. Hinata cerró los ojos.

—Simplemente lo sé —dijo, y rió después, echando una mano hacia atrás y atrapando su pelo, siempre tan liso, siempre tan genial. Tiró un poco, haciéndole protestar—. Cuando estoy contigo es como si siempre estuviese nevando.

Kageyama le abrazó desde atrás, casi asfixiándole.

—Antes del accidente te hice una promesa, a lo mejor no la recuerdas —dijo, sin soltarle, hablando bajito. Hinata le acarició la mano, con el corazón a mil. No importaba la de cosas que hubiese hecho con él, la de mierda que hubiesen superado juntos. Cuando le hablaba al oído le desarmaba como la primera vez—. Te prometí que levantaríamos juntos la copa del mundo.

—Es una buena promesa —dijo Hinata, sonriendo.

—Haz lo que tengas que hacer para eso. Si hay un camino, síguelo, yo te apoyaré -susurró, apretándole más fuerte—. Quiero levantar esa copa contigo, Shoyo.

—Vamos, que no aceptarías una copa de vóley sentado —rió Hinata. Kageyama le revolvió el pelo.

—No me hables más del puto vóley sentado.

Disfrutaron de los minutos hasta que el tren comenzó a acercarse. Hinata se giró y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

—Todavía tengo muchas cosas que hablar con Migueru. Y con mi madre. Este año tengo que repetir curso, no sé cómo podré solucionar eso.

—Seguro que lo podemos arreglar —dijo Kageyama, serio. Hinata sintió que algo le saltaba en el pecho. Hablaba en plural, incluso cuando era evidente por su gesto que no le gustaba la idea de que se fuese. A él tampoco. Pero no quería que Kageyama aceptase esa mierda de la Ocean, y tampoco podía quedarse atrás sin recibir una rehabilitación adecuada cuando tenía esa oportunidad—. De todas formas no es como si te fueses a ir mañana.

—No. Supongo que si le digo que sí, podría irme en cuanto consiga andar un poco por mí mismo.

—En un par de semanas estarás andando sin muletas —resolvió Kageyama. Hinata rió, indignado.

—Pero qué estás diciendo.

Le vio levantar una ceja, mirándole de reojo.

—Hice una apuesta. No me gusta perder.

Es el campeón de los idiotas.

A su alrededor todo el mundo se abrazaba y se besaba como si el mundo se acabase en las próximas veinticuatro horas. Hinata pensó que si así sucediese, no habría estado tan mal su paso por el planeta. El tren se detuvo.

Ninguno de los dos quería despedirse, pero Kageyama se acuclilló delante de la silla. Volvía a llevar el brazo derecho en el cabestrillo, y le acarició la mejilla con la otra mano, serio.

—¿Me das un beso? —pidió Hinata, no muy seguro, porque estaban en un sitio público. Kageyama le pellizcó bajo el ojo, cogiendo un moflete, y se abalanzó sobre él. La silla empezó a rodar hacia atrás y estuvieron a punto de caerse del andén, pero un señor les frenó, y dieron las gracias sonrojados.

—El freno, idiota —dijo Kageyama, con el rubor trepando hasta el pelo. Hinata rió, nervioso, y echó el freno mientras tiraba de su camiseta hacia abajo y atrapaba sus labios. Fue un beso dulce, ni siquiera hubo lengua. Hinata se derritió hasta la última célula de su cuerpo.

—¿Vas a querer seguir conmigo aunque me vaya un año?—. Lo soltó sin filtro, como se dicen las cosas importantes y también las indigeribles. Kageyama empujó la silla por la pequeña rampa del vagón, bufando un poco por el esfuerzo. Eran los últimos en subir, apurando el tiempo al máximo.

—Idiota —dijo, sin esperar a que Hinata se girarse y le mirase—. Cuando vuelvas viviremos juntos.

Hinata hizo rodar las ruedas, rápido, enfrentándole. Las puertas empezaron a pitar.

—¿Como una pareja de verdad, en serio? ¿Lo dices en serio? —preguntó Hinata, casi gritando, levantando las cejas. Las puertas se cerraron. Kageyama golpeó suave el cristal, con una sonrisa de esas que uno podía ver una vez cada cincuenta años.

Como Urano sin telescopio.

Le oyó gritar a través del cristal, antes de que el tren empezase a andar.

—Como Keneddy y Jaqueline.


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El mes de agosto fue el más cálido en Miyagi de los últimos diez años. Todo el mundo dormía con las ventanas abiertas, y se reportaron más picaduras de mosquitos que en los últimos tres veranos.

Hinata recorrió la habitación del hospital de punta a punta, caminando, el día doce de agosto. El quince lo hizo a la pata coja, y el veinte, justo antes de su alta, jugó su primer y último "partido oficial" con el club de vóley sentado. Le pitaron falta grave al final del segundo set, por rematar una bola saltando sobre la pequeña red, impulsándose con el culo.

Algunas personas le abuchearon desde las gradas, pero Kageyama aplaudió poniéndose de pie e incluso vitoreando un poquito, como uno de esos locos random que saltan a los campos de fútbol. Llevaba una gorra rosa en la que se leía Club de voley sentado Hospital de Miyagi, y unas gafas de sol, porque según él así guardaba el anonimato, pero salió en la revista japonesa June del mes de septiembre bajo el título "Kageyama Tobio animando a su novio, Hinata Shoyo". La madre de Kageyama compró cinco ejemplares y los repartió entre sus amigas y Kageyama estuvo dos semanas enfadado porque para qué me puse la puta gorra, idiota, enano idiota, es culpa tuya, mira qué horror de imagen, el rosa no es mi color, yo soy un cuervo.

Un cuervo que, por supuesto, no firmó el contrato con la Ocean.
Y un cuervo que acompañó a Hinata a poner la denuncia contra Daniel Buckley y Yoko Usui.

A mediados de septiembre Kageyama pasó las pruebas de admisión de tres equipos de la V-League: los JTEKT Stings de Aichi, los Panasonic Panthers de Osaka y los JT Thunders de Hiroshima. Pudo elegir, y se decantó por los JTEKT, porque tenían una residencia para jugadores y la madre de Kageyama se negó rotundamente a que volviese a vivir en un apartamento siendo aún menor de edad.

Atsumu había logrado entrar en los Wolf Dogs de Nagoya, también en la prefectura de Aichi, así que vivían muy cerca. Aunque no pudiesen verse a menudo, eso tranquilizaba a Kageyama, porque sabía que si ocurría cualquier desgracia estaría lo suficientemente cerca como para contar con él.

Además, Atsumu se había sacado el carnet y había invertido el poco dinero que le quedaba de la Ocean en una furgoneta de segunda mano, de esas medio hippies que ya no se ven por el mundo, a la que había llamado Molly (cuando arrancaba antes del tercer intento, Molly-Molly) en honor a la chica surfista que según él le había dado mejor sexo que todos los estúpidos de los que me he enamorado. Osamu insistía en que la chica no se llamaba Molly sino Holly y que Atsumu era un idiota que había comprado una furgoneta de los años setenta sólo porque era amarilla y su último dueño le había colocado unas pegatinas de flores.

Fue en esa furgoneta, en Molly-Molly, en que Kageyama y Hinata hicieron su última escapada antes de que Hinata partiese hacia Ciudad de México y Kageyama empezase los entrenamientos, a finales de septiembre, cuando empezaba a refrescar. Hinata no había recuperado su agilidad y estaba lejos de volver a ser quien fue en el plano deportivo, pero caminaba sin muletas, y Kageyama intentaba no odiarle un poco pero le parecía bastante mal que se hubiese sacado el carnet de conducir antes que él, justo al mismo tiempo que Atsumu. El teórico en tres días (¿ves Tobio? ¡Soy más listo que tú! ¡Cero fallos en el test, mira mi nota, ceeeerooo!) y el práctico, en diez clases. En serio, diez. Atsumu necesitó cuarenta (un intensivo de un mes, mañana y tarde, según él porque el examinador se enamoró de su culo y le suspendió cuando se negó a salir con él; según Osamu, porque eres demasiado tonto como para meter un coche en una plaza sin golpear a todos los de alrededor.

Atsumu les prestó la Molly-Molly y durante una semana recorrieron la costa de Shimane, desde Gotsu hasta Oda, durmiendo junto a playas perdidas, bañándose en el mar por la noche pese a los temores de Kageyama (¡Idiota, esta es la hora de los tiburones, quieres que te amputen una pierna o qué!) y haciendo el amor sobre el colchón que Atsumu les había obligado a comprar (Y una mierda voy a dormir después ahí si os dejo el mío), siempre mejor al llegar del agua, nada más secarse, antes de la ducha, porque a Hinata le encantaba que al lamer la piel de Kageyama le supiera un poco a salitre y océano. Las pecas se multiplicaron, y fue una sorpresa para ambos descubrir que a Kageyama también le salían -pocas, casi invisibles-, sólo en la nariz, si pasaba mucho tiempo al sol.

En octubre Hinata partió hacia Mexico.

No hubo lágrimas en el aeropuerto, ni tampoco mucha gente. Sólo la madre de Hinata, Natsu y Kageyama (bueno, y Atsumu, pero prefirió irse y después volver a recoger a Kageyama para regresar a Aichi porque sobro, Shoyo-kun, no ves que sobro, que eso es una movida familiar y además tengo que llevar a Molly-Molly a su desinfección preventiva semanal o Omi-Omi se niega a subirse, entiendes, se niega, dice que es un nido de gérmenes roñosos y qué quieres que haga). Habían tenido la fiesta de despedida el día antes y Hinata se había emborrachado hasta la muerte y había vomitado encima de Tsukishima unas tres veces, ganándose su desprecio eterno, pese a sus promesas de comprarle un montón de cosas mexicanas.

Mio y Natsu no lloraron, pero se fundieron en un abrazo de cabezas naranjas en el que hubo un montón de secretitos y cosas que Kageyama sólo intuyó desde lejos, y después tres dedos uniéndose en una promesa silenciosa y dos canciones sin sentido y un baile de hermanitos que acababa en aullidos y cosas pelirrojas.
Después ellas se fueron, y Hinata y Kageyama tuvieron su despedida. La quinta o sexta. Llevaban despidiéndose casi dos meses.

Kageyama no quería preliminares. Le dolía la cabeza, probablemente de ese trozo de pan duro que Bokuto-san le lanzó creyendo que era divertido, y también un poco el pecho, pero eso seguro que era el corazón. Abrazó a Hinata sin siquiera mirarle, apretándole con todas sus fuerzas hasta cortarle la respiración. Quería que le doliesen todos los huesos, que recordase sus brazos y su olor y lo llevase dentro, como llevaba él su nombre.

-Entrena hasta que sangres -le dijo, cerca del oído, con los labios sobre su pelo. Lo seguía teniendo largo, más que cuando despertó, y obviamente, enredado y hecho un desastre.

-Me encanta cuando me susurras tu amor, Bakayama -contestó Hinata, devolviéndole el apretón y pellizcándole en la cadera con la mano derecha. A veces podía hacerlo. Los dedos no le respondían bien del todo, y lo mismo estaba dos días normal que se tiraba tres con el puño cerrado, pero había avances. Había muchas esperanzas.

Hinata se puso de puntillas, buscando su beso. Kageyama se lo dio, leyó cómo lo quería, suave, le ofreció un poco más, la lengua le sabía a pasta de dientes y todavía un poco a Nutella -se habían vuelto muy aficionados a la Nutella nocturna, y la noche de la despedida no podría ser menos-.

—Llámame cuando llegues —dijo Kageyama, acariciándole las mejillas con los dedos. Ya no tenía puntos, y sus heridas estaban cerradas, al menos las que podían verse. A Hinata le gustaba pensar que la sal del océano durante su viaje había ayudado a curarlas—. ¿Llevas tu diccionario?

—Sí...

—No te separes de Migueru. Podrían secuestrarte.

—Tobio, eres peor que mi madre, sabes.

—En serio, mírate. Eres secuestrable.

Hinata rió, abrazándole más fuerte por la cintura.

—Pues secuéstrame. Cógeme en brazos y llévame a una de esas islas del norte. Sólo necesitamos, ya sabes, un bote de esos de diez kilos de Nutella y una pelota de vóley.

Kageyama frotó su nariz con la de él, en un mimo suave.

—Me gustaría hacer eso, pero tenemos una promesa.

—La copa, ¿eh?

—No la olvides.

—No olvides tú la otra—. Kageyama le dio un beso suave en los labios—. A partir de mañana empezaré a buscar fotos de apartamentos.

—Queda un puto año, Shoyo.

—Bueno, pero me hace ilusión, sabes. ¿Puedo mandarte las fotos? ¿Porfi? Aunque quede un año.

Kageyama puso los ojos en blanco y rió.

—Vas a hacer lo que te dé la gana igual.

—Pero es mejor cuando haces como que te parece bien y luego te lo recompenso con mi lengua.

—Cállate, tonto. Vete ya, no empieces lo que no vas a acabar.

Hinata soltó una risa feliz y le besó en la boca, forzándole a abrirla más, entregándole su lengua y regalándole un último baile húmedo, su aliento contra los labios, dame otro, y después un pico y otra vez la boca queriendo seguir, agarrándose a su ropa, el último sólo otro más y me voy te lo prometo, y cuando de verdad fue el último, Hinata salió corriendo sin mirar atrás porque no quería ver a Kageyama triste, y tampoco con dudas. Ninguno de los dos podía permitirse algo así.

Iban a volar otra vez, primero por separado, y se reencontrarían arriba.

Me voy para recuperarlo todo.
Cuando vuelva, empezaremos de cero.

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Una semana después, cuando Hinata ya estaba completamente instalado en una de las habitaciones para internos de la clínica de rehabilitación deportiva, y Kageyama había comenzado su nueva vida en Aichi, a ambos les llegó una notificación del Juzgado americano que llevaba el asunto de Kásper y Yoko.

Habían rechazado continuar el procedimiento por falta de pruebas.

Kásper, que hasta ese momento estuvo suspendido provisionalmente de la Ocean mientras se mantenía en libertad provisional y se decidía su situación judicial, regresó al equipo. Y no sólo eso, sino que la selección estadounidense decidió que la falta de cargos contra él permitía convocarle en firme para representar al país en los mundiales de vóley.

Yoko había sido seleccionada para desfilar en una de las mejores pasarelas francesas, pero las últimas noticias hablaban de que estaba ingresada, de nuevo, en un centro de salud mental.

Todos los medios se hicieron eco del regreso de Kásper y del fracaso del proceso contra él. Se rumoreaba que hubo presiones, que se movieron maletines con mucho dinero. Las abogadas de Hinata y Kageyama presentarían recursos, pero no tenían demasiadas esperanzas.

Kageyama leyó la noticia un viernes. Su madre se lo contó, la carta había llegado a Miyagi. El móvil acabó contra la pared de azulejo. No fue fácil para él dar el paso de denunciar, aunque siempre supo que ese podría ser el resultado. Las abogadas fueron realistas en cuanto a sus posibilidades, y todavía tenían la vía civil abierta contra Yoko por aquellas declaraciones televisivas. Sin embargo, a Kageyama no le interesaban las indemnizaciones. El dinero no podía pagar nada de lo que hicieron.

Hinata estaba saliendo de su tercera sesión de fisio cuando vio el mensaje de Kageyama con la foto de la carta. Tenía otro igual de su abogada. Todavía no había terminado de leer cuando el teléfono vibró. Era un SMS.

¿Quién manda SMS en este siglo?

Era anónimo, pero no necesitó leer el destinatario para saber de quién venía.

"Te ha salido mal la jugada, marica.
Disfruta de tu nueva vida en el vóley sentado mientras yo levanto la copa del mundo. La de verdad".

Hinata miró el teléfono. Le hervía la sangre en las venas.
Lo más rápido que pudo, escribió.

¡Hola Kásper!
Veo que estás aprovechando tu libertad para cosas súper productivas. ¡Es genial que ahora en vez de espiar a chicos menores teniendo sexo, sólo mandes mensajes anónimos amenazantes! Estás avanzando un montón.
Sigue esforándote, nadie dice que la vida de un psicópata sea sencilla.
Por cierto, lo de la copa del mundo, no te aferres mucho a ella. En un año será mía y estará en mi salón, y Tobio y yo la miraremos mientras hacemos el amor allí donde tus asquerosos dedos no puedan ni rozarnos.
Te veo en la pista.
Shoyo.

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¡Pues el siguiente capítulo será el final! Y preveo que tan largo como este xD
No me odiéis, pero quedan algunas cosillas que cerrar.

Espero poder publicarlo en una semana, pero quizás tarde algo más. Si es así, lo siento. Necesito saber que está todo bien y cerrado para poner fin a esta historia que ha sido tan importante para mí y a la que he dedicado tanto tiempo.

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Notas

*Tadaima: es el "Estoy en casa" de los japoneses. La persona que está en casa contesta: "okaerinasai".

Nota final.

Tengo que confesar que me he quedado con las ganas de escribir sobre ese viaje por la costa, romántico y sexy, en la Molly-Molly, bañándose en playas con piedras en las que Kageyama no quiere meterse porque le dan asco las algas, y dónde Hinata intenta convencerle de las maravillas del nudismo.

¿Estaría bien para un posible mini spin off?