¡Hola!

Bueno, antes de nada, explicaciones. He dividido el último capítulo en dos partes, con todo el dolor de mi corazón, pero es que son 20.000 palabras y todo tiene un límite, también vuestra paciencia xD Por otro lado, perdonad la espera, esta semana he estado enferma y no he podido terminar de corregirlo todo. También por eso he preferido publicar la mitad del en una parte y la otra mitad espero publicarla mañana si me deja mi salud.

En cuanto a vuestras maravillosas reviews:

Nin: me ha hecho tanta ilusión tu review, ¡no lo puedes imaginar! De verdad, al final lo único que importa de tu historia es tener lectores a los que les emocione y les llegue lo que quieres transmitir. Leer que es de tus escritos favoritos me hace una persona muy feliz, no creo merecer tanto, voy a guardar tus palabras para siempre. Gracias por escribirme.

Saori02: de verdad, adoro tus comentarios! Gracias por seguirme desde hace tanto tiempo, de corazón! Me emocionada cada vez que te leo


Capítulo 37

En el mismo escenario (Parte I)


Kageyama extendió los dedos abarcando parte de su cadera, músculo y hueso moviéndose en la dirección que marcaba su cuerpo. La mano de Atsumu atrapó la suya, se cerró alrededor de su palma y le miró con una sonrisa a medio camino entre la burla y la soberbia.

—Puedes hacerlo mejor —dijo, dándole un ligero toque en la pierna con la rodilla, acercándose. Kageyama frunció el ceño e intentó centrarse en la música—. Vamos, el martes estabas más suelto. ¿Tengo que emborracharte todas las veces?

—Cállate —gruñó, apretándole los dedos contra los suyos, obligándole a girar un poco. La música no ayudaba, la bachata era un maldito infierno.

Reunió todas sus habilidades para ejecutar el estribillo. Atsumu se había limitado a mostrarle los movimientos básicos, nada muy elaborado, pero Kageyama se sentía como si le hubiesen pedido que aprendiese a respirar bajo el agua. Le pisó unas cuatro veces en tres compases y Atsumu se limitó a reírse y cantar la canción más alto, siguiendo el ritmo.

Oyó el giro del bombín de la llave y el giro de la cerradura. Habían apartado el kotatsu del centro y movido un poco el sofá hacia las ventanas, para ganar algo de espacio. Atsumu asomó la cabeza sobre su hombro y miró hacia la puerta.

—¡Llegas tarde! —gritó, dejando a Kageyama medio sordo. Le piso dos veces más, y una no fue por accidente.

—Parece que no lo suficiente —contestó Sakusa, sin alzar la voz, echándose gel hidroalcohólico en las manos, usando el dispensador automático colocado junto a la puerta. Deshechó la mascarilla de un solo uso en el contenedor situado estratégicamente al lado del dispensador, y se colocó otra nueva, volviéndose a asear las manos. Kageyama aprovechó el cambio de canción para intentar aplicar todo lo que había aprendido en los tres meses que llevaban ensayando. Apretó la mano sobre la cintura de Atsumu y le acercó un poco, intentando deslizar una pierna entre las de él, sutil, sexy... Le dio un rodillazo en los huevos. Atsumu apretó los dientes, maldiciendo hasta la quinta generación de Kageyamas—. Santa mierda.

Los dos miraron a Sakusa. Se había apoyado en la pared del salón, con los brazos cruzados, analizándoles. Llevaba puesta la equipación de los Wolfdogs de Nagoya, negra y roja, pero no venía de entrenar. Había estado en un asunto promocional del que Atsumu consiguió librarse, como siempre, con referencias abstractas a los problemas de salud de su abuela.

La abuela de Atsumu en verdad no tenía ningún problema; vivía en su casa tradicional de Kobu, felizmente enganchada a las telenovelas turcas, el pastel de zanahoria y el manga yaoi, que Kageyama no sabía qué era pero al parecer se trataba de un asunto del que no debía hablarse en público.

—Qué —dijo Kageyama, mirando a Sakusa con más irritación que interés por su respuesta. Le miró sobre la mascarilla, levantando una ceja.

—¿Por qué no te lleva Miya? —preguntó—. Tú no sabes bailar.

—Claro que sé —replicó Kageyama, indignado, pisando otra vez a Atsumu y me cago en la bachata y en los putos bailes latinos y esto me lo vas a deber toda la vida, Hinata idiota.

—Vamos, Tobio-kun —rió Atsumu, pellizcándole en la espalda, donde le tenía sujeto—. Tiene razón. Es posible que me hayas dejado estéril de una patada en los huevos. Además, a Shoyo le va a encantar la sorpresa aunque no sepas llevarle. En serio, él no va-

—Que no. Que yo soy el chico —le cortó. Atsumu soltó una risotada.

—Los dos sois chicos —dijo Sakusa, y Kageyama bufó, porque qué podría entender él. Estaba en juego convertirse en Jacqueline de por vida, una cuestión verdaderamente seria.

—Déjalo, Omi. Es una batalla perdida —Kageyama volvió a pisarle—Menos mal que sé que no siempre te mueves tan mal.

—Es tu culpa —dijo, sonrojado hasta las orejas—. No te dejas llevar bien.

Sakusa avanzó hasta ellos.

—Aparta —dijo, mirando a Kageyama. Sus ojos, negros, grandes, eran intimidantes. Kageyama no le tenía miedo, aunque sí respeto. Sonaba otra bachata distinta, con la misma cadencia que todas las anteriores. Kageyama soltó a Atsumu y dio dos pasos hacia atrás. La mirada de Sakusa se giró hacia él—. Tú, ven.

Extendió una mano hacia Atsumu, que se pasó los dedos por el pelo para después tirar un poco de su camiseta negra sin mangas con el murciélago de Batman en amarillo desgastado.

Haciéndose el interesante, por supuesto.

—¿Quieres bailar conmigo, Omi? —Sakusa levantó una ceja y Atsumu rió—. Quítate la mascarilla. No magreo con extraños.

Sakusa ni le escuchó. Dio un paso hacia él, le cogió la mano izquierda, apartándola del mechón de pelo que estaba estrujando, y poniendo la derecha sobre su cadera, le atrajo hasta que quedaron pegados. Y entonces se obró la magia.

Tiene que ser magia, seguro.

El cabrón de Sakusa, ejemplar en los estudios, bueno en prácticamente todas las posiciones del vóley, inteligente, con al menos cuatro idiomas además del japonés, sabía bailar. Y no de cualquier manera. Lo hacía tan bien como Atsumu. Quizás mejor que Hinata.

Apenas se desplazaban más allá del metro cuadrado. Estaban tan juntos que parecían dos piezas de un mismo engranaje, moviéndose como si pudiesen predecir lo que el otro haría. Kageyama se fijó en el sutil giro de las caderas de Sakusa, su mano descendió hasta la espalda baja de Atsumu y la usaba para guiar su movimiento, y él tomaba la guía con suavidad, deslizándose al ritmo de la música, acompasándose. Atsumu estaba sonrojado y eso era un evento cósmico.

Kageyama se sentó en el sofá, sin dejar de mirarles. Estaban en calcetines y pantalón corto, pero ni siquiera eso podía restar sensualidad a su baile. En el giro Sakusa hizo el mismo movimiento que Kageyama había intentado antes, pasando una pierna entre las de Atsumu, que le siguió como si supiese lo que iba a hacer, y de pronto estaban abrazados en un baile casi sin desplazamiento.

Puro sexo.

Kageyama abrió mucho los ojos.

—¡Eso! —exclamó, señalándoles— ¡Quiero aprender a hacer eso!

Atsumu y Sakusa se detuvieron, y Atsumu soltó una carcajada. El sonrojo le había subido por la nariz hasta la frente, dándole un aspecto suave. Incluso dulce. Estaba sin palabras, y eso era un hecho histórico. Sakusa se bajó la mascarilla, todavía mirándole. No estaba sonrojado, pero le brillaban los ojos.

—Suerte con ello—dijo, con la mirada sobre Atsumu—. Me voy a la ducha.

Con la música aún sonando, Sakusa cogió su bolsa de deporte del suelo y siguió por el pasillo en dirección al final de la casa. Atsumu abrió mucho los ojos y se quitó la camiseta de golpe y se la lanzó a Kageyama, para hacerle después un gesto con la mano que significaba "pírate".

—¿No vas a enseñarme ese paso? —preguntó, frunciendo el ceño—. La boda es mañana.

—Tío —susurró Atsumu, señalando el baño con un dedo estirado—. Vamos, vete a dar un paseo o algo.

—¿Un paseo? Dijiste que me llevarías a Kariya.

—¡Y te llevo, shimota! Pero después, entiendes, después—Kageyama apretó los labios, sin comprender nada. El idiota de Atsumu le dijo que le iba a enseñar bachata antes de la boda y ahora, en su último ensayo, resulta que tenía prisa por ducharse—. Dios, Tobio, qué lento eres. Pon la tele. Mira, ¡tengo un canal de vóley a todas horas!

Cogió el mando, pulsó unas cuantas teclas y sintonizó Televóley. Subió el volumen hasta el número quince. Es decir, muy alto. Después le dio una palmada en el hombro y salió corriendo como un loco por el pasillo, hacia el baño.

El piso era diminuto, una cocina-salón, un dormitorio donde no cabía más que una cama y un escritorio, y un baño con plato de ducha. Todo a lo que se podía aspirar en el centro de Inazawa, según dijo Atsumu. Kageyama había vivido en una feliz ignorancia del drama-buscar-apartamento durante un año y medio, el tiempo que llevaba en la residencia deportiva de los JTEKT Stings.

Los últimos dos meses había descubierto los sinsabores de la vida, teniendo que encargarse de la bautizada por Atsumu OPF (Operación Piso Fantástico). Inicialmente había buscado tanto en Kariya como en Toyota, mientras Hinata y él no llegaban a un acuerdo sobre dónde narices vivirían.

Tenían unos puntos básicos en común. De hecho, había una lista que podía resumirse en: Ciudad no gigante, apartamento exterior, cerca de un parque, dos dormitorios, terraza. Después añadieron algunas exigencias complementarias siendo bastante conscientes de la dificultad de encontrar algo así.

Hinata quería una casita tradicional con engawa y ofuro, suelos de tatami, paredes de shoji y un estanque koi para meditar. Kageyama prefería que el suelo fuese de tarima y las puertas occidentales, y el asunto del estanque le parecía un poco aparatoso porque ¿luego quién va a limpiar el puto estanque, me lo explicas? Tú te pones a meditar y a ver Boku no hero y yo a quitar hojas y bichos todo el día. Los dos querían un jardín lo suficientemente grande como para poder colocar dos postes y una red de vóley.

Cuando Atsumu y Sakusa le ayudaron con la app a introducir los filtros con sus exigencias, ambos se rieron en su cara. Contactaron con agentes inmobiliarios y con su presupuesto, nadie podía ofrecerles algo como eso, así que volvieron al punto de partida. Piso exterior, terraza, dos dormitorios.

Kageyama estaba seguro de que Kariya era la mejor opción, 150.000 habitantes era la definición perfecta de "sitio no gigante", frente al medio millón de Toyota. Hinata, que no quería aceptar su derrota, propuso Chiryu como punto medio; 70.000 habitantes. A 5 km de Kariya, Tobio, incluso puedes ir andando a los entrenamientos, y a veinte minutos en coche de Toyota. Después de una búsqueda intensiva, lo encontró. Uno muy bueno, estaba seguro de que Hinata acabaría reconociendo su buen gusto y su maestría como busca-pisos. Lo fue a visitar, Hinata le dijo adelante, sorpréndeme, confío en tí, lo apalabró con el propietario, firmó convencido de que era lo que estaban buscando y, en fin, lo alquiló. Incluso puso algunas cosas.

Cuando se lo contó, una semana antes, Hinata le dio la noticia.

"Es que verás, hay un problemita". Kageyama había sentido un impulso homocida bastante importante.

"Si me dejas después de haber estado buscando piso como un imbécil, te juro que te arranco las bolas y me hago unos pendientes".

"Vaya, Tobio. Seguro que si pensase en dejarte así conseguirías de convencerme de seguir juntos".

El problemita era que todos los planes giraban en torno a dos premisas: que Kageyama había firmado una temporada más con los JTKET de Kariya, y que Hinata tenía un preacuerdo con los Toyota Motor Sunhawks, un equipo de la V-Challenge League, la Segunda División de vóley, con sede en la ciudad de Toyota.

Sin embargo, Hinata había tenido una revelación. Había soñado que jugaba contra Kageyama en un partido oficial, y que llevaba una equipación negra. Los Sunhawks vestían de azul, así que se pasó una noche entera investigando hasta que descubrió que el día que aterrizaba en Japón, la jornada antes de la boda, había una prueba abierta de las Panasonic Panthers de Hirakata.

"Es una señal", había dicho. "Aunque no sé si llegaré a tiempo, el vuelo aterriza una hora antes de la prueba, tendría que cambiar el billete y no tengo dinero ahora para eso". Se fue deshinchando mientras hablaba. Kageyama no tenía ni idea de dónde mierda estaba Hirakata, pero lo buscó en Google cuando aún seguían al teléfono. Cerca de Kobe. Dos horas en coche de Kariya. A la mierda la posibilidad de vivir juntos.

"Cambia el vuelo", había dicho, con los ojos en el mapa y la voz tranquila. "Te dejo yo el dinero. Tienes que ir a esa prueba".

Si había alguna posibilidad, por remota que fuese, de que Hinata jugase en Primera División, no podían dejarla escapar.

Kageyama echó la cabeza hacia atrás y posó la mirada en la pantalla. Serbia contra Estados Unidos. Era el mundial femenino. Se fijó en los colores de las camisetas de las americanas. Los mismos que ahora vestía Quien-tú-sabes. El nuevo nombre fue cortesía de Kunimi, en el grupo que tenía con Kageyama y Kindaichi, alegando que se perdía con tanto Dani, Kásper, Buckley.

Cuando se lo contó a Atsumu, en plena partida de Monopoly, se emocionó un montón y dijo que entonces deberían llamar a Yoko Nagini. Kageyama no tenía ni idea de quién era Nagini, y cuando lo manifestó en voz alta Atsumu le lanzó un cojín a la cabeza y Sakusa torció el gesto con horror y murmuró algo así como pfff, muggles.

En la televisión, la bola recorrió la pista como un rayo, y una rematadora alta la machacó junto a la red. Kageyama vio lo que quedaba de partido y cuando empezaron a pasar cosas en el baño, tuvo que subir el volumen hasta veinte puntos, casi quedándose sordo.

Viernes. Al día siguiente sería la boda, a las doce del mediodía. Un ritual sintoísta, aunque ni la novia era japonesa ni el novio especialmente religioso.

Hinata ya habría llegado a Japón. Estaban otra vez en el mismo continente, en el mismo país, incluso en la misma isla. Después de un año y medio.

Sakusa y Atsumu aparecieron juntos en el salón, en vaqueros y camiseta, con el cabello aún mojado. Discutiendo.

—¿Y cuándo piensas ir a recoger la hakama?

—Mañana temprano, ya te lo he dicho.

—¿Y las flores?

—También mañana. Un poco antes. ¿Quieres dejar de mirarme con esa cara, Omi-Omi?

—Es que mañana es la boda —dijo, sereno pero extremadamente serio—. A las doce.

—Ya lo sé.

—¿Y tu traje? ¿Lo recogiste?

—Lo recogeré mañana con la hakama de Samu. No voy a ir dos veces pudiendo ir una —dijo, peinándose el pelo con los dedos. Ya no llevaba el tinte rubio, sino su color natural, castaño. Sakusa suspiró—. Qué. Dilo, en serio, qué.

—No puedes hacer todo eso justo antes de la boda. Podría haber algún imprevisto y no tendrías tiempo de solucionarlo.

Kageyama no dijo nada, aunque estaba de parte de Sakusa. Atsumu se había mostrado muy emocionado con la idea de ser el wedding planner de la boda de Osamu y Rocío, supuestamente porque me hace ilusión ser parte de todo esto, compartimos el cordón umbilical, pero la verdad había salido a la luz meses antes, en una noche con exceso de sake. Atsumu sospechaba que la prometida de su hermano era mala gente, una tía chunga, una aprovechada que sólo me lo quiere robar.

Había abierto tres grupos desde entonces, el primero con el nombre "Paremos esta boda", donde por error invitó a Osamu y se vio obligado a cerrarlo bajo amenaza de muerte. El segundo lo llamó "Plan Stop Boda", y todo el mundo lo abandonó en cuanto vieron la imagen de Rocío con una diana sobre la cara. En el tercero, sin nombre, sólo estaban Kageyama, Hinata, Atsumu, Sakusa y Bokuto. Este último invitado por Hinata por equivocación, pero que se quedó porque no sabía donde estaba la tecla para salirse.

—Mi hermano morirá igualmente dentro de poco —murmuró Atsumu, poniéndose los calcetines—. Un año, eso es todo lo que necesita esa tía para ganarse la nacionalidad y hacerse con el restaurante y después empujar a Samu por un puente, o echar veneno en su comida, o clavarle un cuchillo en un ojo mientras duerme. Es violenta. Tú estabas ahí en el cumple de mi padre, Omi. Lo viste. Intentó apuñalarme con el tenedor.

—Le dijiste que su país huele a ajo.

—No lo dije yo. Lo dijo Victoria Beckham —se defendió, atándose las zapatillas de deporte. Kageyama se preguntó si Victoria Beckham sería la colocadora de la selección de Reino Unido. Esperaba recordar el nombre para buscarla después en Wikipedia.

—No puedes decir cómo huele un país donde no has estado.

—¿Por qué no? Nunca he estado en Hogsmeade y sé que huele a cerveza de mantequilla.

Hogsmeade no es un país.

—Ojalá fuese un país —farfulló Atsumu, incrustándose las deportivas con rabia—. Rescataría a Samu y pediría asilo político. En España hay mafias. ¿Es que no has visto El Padrino?

—Creo que eso era Rusia —aportó Kageyama. Hinata le obligó a ver esa película como un millón de veces, todavía no entendía con qué objetivo, si había pasado el noventa por ciento con los ojos cerrados.

—Por Dios, era Italia —dijo Sakusa, mirándoles a ambos—. Ni si siquiera sabéis situar España en un mapa.

—¡Claro que sí! —gritó Atsumu, empujándole un poco. Sakusa le esquivó y se quitó el polvo inexistente de los pantalones—. Está, bueno... Por Europa. Cerca del mar. Y está Alemania por ahí, y ese país que los hombres llevan falda... Shimota, ¿a quién le importa?

Kageyama asintió. Ellos eran japoneses, ¿por qué tenían que saber nada sobre países lejanos de extrañas tradiciones y nombres todavía más raros?

¿Qué clase de nombre es Rocío?

—Suficiente, por favor —dijo Sakusa, abriendo la puerta de casa—. Kageyama, ¿te acercamos a Kariya?

—Pero todavía no he aprendido ese paso de antes —dijo, nervioso. Era su última oportunidad para aprender a bailar bachata, la última, no habría otra—. Sakusa-san, por favor, enséñame.

Hizo una reverencia muy pronunciada, casi doblándose por la cintura. Atsumu saltó sobre su espalda, partiéndose de risa.

—¡Tobio, lo tuyo no tiene arreglo! ¡Ríndete! ¡Mejor sorprende a Shoyo-kun con una mamada!

Kageyama se lo quitó de encima, sonrojado, a tiempo para ver a Sakusa poner los ojos en blanco.

—Lo siento, pero tiene razón. Tu caso es extremo. No tienes ritmo —dijo, serio. Sakusa solía decir las cosas tal y como las pensaba, y a Kageyama eso le gustaba, aunque en esta ocasión habría querido meterle un pie por la boca—. Y ahora tenemos que ir a Obu a recoger los trajes.

—¡Que voy mañana!

—No puedes ir a buscar el traje del novio el día de la ceremonia —replicó Sakusa, cogiendo el tícket de la tintorería del corcho de la cocina y metiéndolo en el bolsillo de la chaqueta de Atsumu—. Pasamos ahora, cuando dejemos a Kageyama. Ni siquiera entiendo por qué teniendo seis tintorerías en un radio de mil metros decidiste llevarlo todo a Obu. A 40 kilómetros de casa.

—No fue una decisión, ya te lo dije. Dejé a Tobio-kun en Kariya y la vida me llevó a Obu.

—Te perdiste.

—¡Fue la vida!

Kageyama atesoró ese dato. Tal vez lo necesitase en un futuro, cuando Atsumu volviese a reírse de él por no poder ser un ser humano operativo sin un GPS en su bolsillo.

Atsumu protestó todo el camino hasta la Molly-Molly. Siguió protestando mientras conducía por la autovía que surcaba la prefectura de Aichi en dirección oeste, y Sakusa, sentado de copiloto, zanjó el monólogo con música, sintonizando Asia Dream Radio que emitía un especial de idols de K-Pop. Cuando sonó BTS Atsumu empezó a conducir más suave, a cambiar mejor de marchas y a los diez minutos llevaban las ventanillas bajadas y gritaba a todo pulmón.

This is getting heavy
Can you hear the bass boom? I'm ready woo hoo

Entraban en Obu cuando ya estaban los tres cantando y bailando. La cabeza de Sakusa se movía al ritmo de la música y hasta se había bajado la mascarilla y se reía de los falsetos híperagudos y chillones de Atsumu, que estiraba la mano izquierda hasta alcanzar su nuca y enredar los dedos en sus rizos. Kageyama ni siquiera se sabía la letra de ninguna de las canciones, pero el aire que entraba por las ventanillas le daba en la cara, con el sol suave de abril, y sonreía casi sin darse cuenta.

Si la prueba con las Panthers salía bien, tal vez tendría que esperar para vivir con Hinata los siete días de la semana, pero el piso de Chiryū sería de los dos de viernes a domingo. Se moría de ganas por ver la cara que pondría cuando viese la terraza. Era enorme, el anterior inquilino había dejado plantas aromáticas y ornamentales por todo un lateral y una mesita de madera en el centro. Podrían pasarse los domingos de vacaciones jugando al ajedrez mientras atardecía a su espalda. Tampoco había vecinos ni vistas indiscretas, y Kageyama se preguntaba si Hinata querría inaugurar la temporada sexual bajo las estrellas.

Todo estaba bien en todas partes, y eso le daba un poco de vértigo. Cogió su móvil y escribió.

Kageyama. 18.30.
escribiendo...
escribiendo...
¿Sabes algo ya?

Después le dio la vuelta, rápido, para no ponerse nervioso esperando una respuesta. Miró por la ventanilla e identificó los edificios. Obu estaba a una hora andando de Kariya, y a veces, cuando el día estaba despejado, iba hasta el Parque Okura para correr entre sus cañas de bambú. Siempre que pasaba por la zona donde estaban más juntos se cruzaba con parejas que paseaban su amor de la mano, y le parecía que no sería tan disparatado un plan así. Había un estanque con patos. La última vez compró comida con el objetivo de volver y dársela, mejor acompañado.

Atsumu aparcó de cualquier manera sobre la acera, frente a la tintorería. Lanzó las llaves a Sakusa por la ventanilla, muévelo si viene la policía, y él murmuró algo sobre las últimas multas que llegaron la semana anterior mientras pulverizaba spray desinfectante sobre el llavero. Tenía sólo dos llaves -del coche y del piso- pero un montón de chorradas como pulseras de festivales, un pompón rosa, un oso panda con una camiseta multicolor, el logo del Inarizaki y el de los Wolfdogs. También una campanita, según Atsumu, para encontrarlas fácilmente en las profundidades de su bolsa de deporte.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Sakusa, desde el asiento de delante, echándose gel en las manos. Kageyama apretó el móvil en su mano.

—Todavía no me ha dicho nada.

En la radio seguía sonando BTS en bucle. Lo único nuevo que tenía Molly-Molly era la radio; Atsumu había sustituido el viejo cassette de cinta por un reproductor más moderno con conexión USB.

For a boy with, for a boy with love

—Ha apuntado alto —La voz de Sakusa sonaba amortiguada por la música. Kageyama acarició el dorso del móvil con el pulgar y miró por la ventanilla, el cartel rosa medio descolgado donde se leía ¿Tu perro ha vomitado tu alfombra? ¿Una mala resaca? ¿Un bebé con escapes? Tintorerías Chas-Chas—. No te preocupes demasiado. Van a cogerle.

—¿Cómo lo sabes?

—Le vi jugar en ese evento benéfico en Cancún el mes pasado. Lo subieron a Youtube.

El corazón de Kageyama se saltó un latido. Atsumu estaba en la puerta de la tintorería aparentemente coqueteando con las dos chicas que la regentaban.

—¿Y qué te pareció?

—¿No lo viste?

Atsumu le daba su teléfono a las chicas, apoyado en la puerta de la entrada con esa mirada que ponía cuando quería comerse el último yogur de la nevera.

—No quiere que le vea hasta que juegue en un partido oficial —dijo, sintiéndose un poco idiota. En verdad era una de esas exigencias estúpidas de Hinata que él acababa cumpliendo para no tener que aguantarle, pero esta, precisamente esta, le había costado mantenerla.

—No puedo creer que le hayas hecho caso.

—Yo tampoco.

—Pues deberías verlo. Va a ser tu oponente, necesitas estudiarle. Puede que te sorprendas —Atsumu abrió la puerta trasera de Molly-Molly para dejar los trajes, mientras las chicas se acercaban por el lado de la ventanilla de Sakusa. Comenzaron a mandar saludos a Atsumu y una le dijo algo moviendo los labios, algo que parecía ser llámame, guapo—. ¿Has cogido todo o te has distraído ligándote a medio Japón?

Atsumu cerró la puerta trasera y volvió a sentarse al volante. Se giró hacia Sakusa y antes de que pudiese decir nada, se inclinó sobre la palanca de cambios hacia su asiento, le cogió de la nuca, enredando los dedos en sus mechones rizados, le bajó la mascarilla y le besó, suave, dándole a probar su lengua en un toque rápido. Cuando se apartó Sakusa le buscó con la boca, pero Atsumu ya estaba girando la llave en el contacto y se limitó a subir el volumen de la radio.

Kageyama se fijó en las chicas de la tintorería, muy indignadas. Juraría que Atsumu las había mirado mientras besaba a Sakusa.

El móvil de Kageyama vibró y lo cogió, nervioso. Podían ser malas noticias. Era consciente de que la posibilidad era muy real. Era abril, y solamente estaban abiertas las pruebas de los Panasonic Panthers. Hinata había querido ser franco con los Sunhawks, y dado que no podía firmar con ellos y luego hacer una prueba para otro equipo, renunció a esa oferta. Había puesto todos los huevos en la misma cesta. Esa misma mañana, antes de coger el avión, le mandó un mensaje.

Todo o nada. Como dijo Dumbledore, debemos elegir entre lo correcto y lo fácil. ¡Panteras o muerte! ¡Venceremos!

El avión de Hinata llegó de México a mediodía y con el jet lag a tope y sin siquiera dejar las maletas, se fue directo a la prueba. Kageyama no tenía mucho aprecio por las panteras, principalmente porque esa temporada habían fichado como colocador a Oikawa-san. Sólo tuvieron un partido y lo perdieron, y ahora no sólo tenía que competir contra Atsumu por el mejor saque de la V-League, sino también contra su eterno senpai, que no dejaba de subir de nivel.

Había mil cosas que podían salir mal. No, mil no. Un millón. Tal vez no estaba tan recuperado como creía. Tal vez esa clínica milagrosa de Ciudad de Mexico donde se hizo amigo hasta de los limpiadores nocturnos no fuese tan genial después de todo. ¿Qué podría decir? Llevaba un año y medio sin verle, un año entero y sus seis meses posteriores. Habían hecho muchos intentos para encontrarse antes, pero siempre surgía algún problema. Fue todo lo contrario a fácil, y Kageyama escupiría en un ojo a todos los que le decían que bueno, tampoco es tan difícil una relación a distancia. Y una mierda. Que no es lo mismo tener a tu novio en Hokkaido que en otro puto continente.

Por suerte les quedaba la tecnología. Las videollamadas. Las fotografías. Los streaming de la cuenta de Tiktok de Hinata donde hacía cosas tan random como cocer un huevo en el microondas y solo eso tenía un millón de visitas. Hinata tituló el vídeo con el mensaje "Mi mejor huevo, se lo dedico a mi novio Tobio que seguro que se muere por probarlo". El viejo chat del Karasuno revivió con Nishinoya escribiendo "entonces Kagehina ya es canon?" y Tsukishima mandó tres filas de emojis vomitando.

Kageyama recibió como un millón de mensajes en su cuenta -donde sólo subía cosas de vóley- preguntándole cosas tan rándom como si Hinata era pelirrojo en todas partes. Por Dios. Ese día desinstaló la app.

Suficiente Tiktok por siete vidas, gracias.

Desbloqueo la pantalla y miró el mensaje. Hinata. Le enviaba una fotografía. Bueno, si en vez de panteras el resultado era muerte encontrarían la solución. Podría consolarle con sexo en la terraza. Si no era suficiente, también estaba la opción de aprenderse un par de párrafos de algún libro de Harry Potter y fingir que se los había leído.

La abrió. Era un selfie, una camiseta negra con el número cinco, apoyada sobre el pecho de Hinata. En la parte superior de la imagen se apreciaba el esbozo de su sonrisa.

Hinata. 19.06
Prepárate, porque te voy a devorar! Escucha mi rugido, grrrroaaaar!

Kageyama sonrió, grande, hasta las orejas, con un vals de emociones que se expandía al ritmo de su sangre, con cada latido, llegando al último centímetro de su cuerpo. Se apoyó en los dos asientos de delante, sacando la cabeza por el medio, entre Atsumu y Sakusa, respirando el aroma que entraba por la ventanilla. Podía olerlo, era real, un regalo efímero. Primavera. Sakura.

—Ey, chicos —dijo, tocando a cada uno en un hombro—. Hinata es una pantera.


—Del uno al diez.

—No seas idiota.

—Venga, jo, del uno al diez...

Sostenía el teléfono móvil con el hombro mientras luchaba por abrocharse la camisa, mirándose al espejo. Al otro lado de la línea, Kageyama suspiró.

—Ocho.

—¿Ocho? ¿En serio ocho? —exclamó Hinata, fingiendo indignación mientras remetía en el pantalón los bajos de la camisa. Había elegido una de flores minúsculas en tonalidades naranjas, marrones y ocres. El traje era de un camel oscuro moderno, y aunque hacía años que no se ponía una americana, le pareció bastante genial, como un James Bond pero en alegre—. Piénsatelo mejor, Bakayama. Llevas un año sin verme.

—Un año y seis meses.

—Eso. ¿Y sólo tienes un ocho de ganas de empotrarme?

—Idiota, son las siete de la mañana —le oyó decir, y Hinata contuvo una risa—. Acabo de despertarme.

—Entonces que por cada hora que pase subiré un punto en empotramiento hasta que no puedas resistirte a mis encantos pelirrojos —dijo, casi cantando. Después se sonrojó.

—Eso de encantos pelirrojos suena a anuncios por palabras.

—Pues igual debería poner uno, ¿sabes? Uno que diga encanto pelirrojo de 1,75 lo hace todo y muy bien.
Le oyó murmurar algo relacionado con los centímetros de más y soltó una carcajada. De los dos, Kageyama era el que tenía peor despertar. Era capaz de levantarse a cualquier hora para jugar al vóley, pero no estaba de buen humor. Cero de buen humor. Al contrario, era como un Sukuna reencarnado, hijo del caos y la devastación, vagando por los pasillos como un alma en pena en busca de un café con leche. Hinata, sin embargo, reunía toda la energía de la galaxia, y quería saltar y bailar y cantar y por supuesto, hacer el amor. ¿Para qué tener un novio con el pelo liso y perfecto si no puedes hacerle sudar antes de que comience la jornada laboral?

—Yo me estoy vistiendo, sabes. Leí una revista que decía que para ser el invitado más sexy de una boda es mejor no llevar calzoncillos, ¿crees que es cierto o sería un poco troll? —preguntó Hinata, y mientras Kageyama balbuceaba alguna respuesta incomprensible en su dialecto-pre-desayuno, se tomó una fotografía con el móvil frente al espejo, con la corbata en la mano. Cuando ya la había enviado se dio cuenta de que el botón del pantalón estaba desabrochado y se intuía un poco el inicio de vello pelirrojo. En fin, ¿qué importaba?—. Mira la foto. ¿Con o sin corbata?

La corbata era marrón, más oscura que el traje. Kageyama tardó un poco en contestar.
—Diez.

—¿Eh? ¿Qué dices?

—Diez. Digo que diez. Joder, cien. Mil. Un millón.

Soltó una risa, sonrojándose. Menos mal que no podía verle.

—Eres muy tonto, Tobio. A ver, venga, ¿crees que puedo pasar de la corbata?

—¿En serio no vas a llevar ropa interior?

—Ya te he dicho que voy a ser muy sexy. Céntrate en la corbata. Me da un poco de pereza, no sé si recuerdo cómo se hacía el nudo... ¿Tú vas a llevar?

—Sí. Póntela. Así luego puedo arrancártela.

Ya se ha despertado.

—Prefiero que la uses para atarme.

—¿Por qué? ¿Vas a escaparte? —Hinata rió, agitando la cabeza. Kageyama a veces parecía realmente idiota.
—Ah, Bakayama, qué lento eres a veces. Atarme a la cama.

Kageyama tardó un poco en contestar.

—¿Llevas lubricante?

—¡No preguntes esas cosas! —exclamó, sonrojándose. Hizo una bola con la corbata y la guardó en el bolsillo, esperando encontrar a alguien que supiese cómo ponerla—. Cuando vivamos juntos voy a poner unas normas de lenguaje. Las colgaré en la nevera, algo así como "en esta casa se hace el amor".

—No voy a poner eso en mi nevera.

—Te he traído un imán de un nopal. Podemos usarlo para sujetar las normas.

—¿Qué coño es un nopal?

—Tú, Bakayama. Tú eres un nopal.

Kageyama gruñó un poco.

—¿Llegarás a tiempo a Kōbe? —preguntó, preocupado.

—No seas agonías.

Eran las siete. Tenía algo así como tres cuartos de hora de viaje hasta Kyoto, y allí planeaba estar un par de horas como mucho. Otra hora de vuelta hasta Kōbe. Hasta podía desayunar antes de salir.

—Vas muy justo.

—No lo pienses. Tengo que ir de todas formas —dijo, hablando con la boca llena, zampándose un plátano en tres bocados, todo con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja—. Van a flipar con la sorpresa.

Hinata era bueno en eso de planear regalos. Le gustaba pensarlo con mucha antelación, valorar las opciones que sabía que harían a la otra persona vibrar. No conocía mucho a Osamu, pero Atsumu dio las pistas. Era un regalo colectivo, de los cuatro -Atsumu, Kiyoomi, Kageyama y él-. A Osamu le encantaba la música indie, y su grupo favorito durante la adolescencia al parecer fue uno formado por cuatro chicas que solían tocar por los bares y en la puerta del metro. Nunca llegaron a tener mucho reconocimiento, pero Osamu estuvo completamente enamorado de su música. Según Atsumu, hubo una época en la que se tiraba en el suelo de su habitación, con los ojos cerrados, a escuchar la voz de la cantante deslizarse por las notas. Decía que estaba recomponiéndose, y Atsumu tenía la teoría de que algo había pasado entre él y Suna, pero nunca logró confirmarlo. Al parecer Osamu no había querido invitarle a la boda, y eso, según Atsumu, era un indicio muy poderoso.

Poco tiempo después de que Osamu y Atsumu se fuesen a vivir al piso de su abuela, hubo un pequeño incendio que afectó a parte de su casa familiar. El disco de aquel grupo se perdió. Atsumu sólo recordaba el nombre artístico de la cantante principal, Karu. Hinata llevó a cabo una investigación exhaustiva para saber si podrían conseguir un disco, pero encontró algo mejor. La chica seguía tocando, dando algún concierto en algún bar, sola con su guitarra. Consiguió su contacto y le ofreció tocar en la boda, pidiéndole por favor que tocase alguna canción de su viejo repertorio. La chica aceptó, con la única condición de que la fuese a recoger a Kyoto.

Hinata adoraba conducir. La carretera era el único sitio donde la velocidad no le entusiasmaba -la carretera y la cama-, y prefería ir tranquilo, escuchando música, con las ventanillas bajadas y sintiendo el rugido del viento despeinándole por la autovía. Así llegó a Kyoto. Tenía la dirección de Karu en el GPS, pero antes había otra cosa que hacer.

Algo que no le había contado a Kageyama.

No le gustaba tener secretos, pero esto era algo que sentía que tenía que hacer solo. Kageyama lo haría si lo considerase conveniente, y en caso de que así fuese, no quería forzarle.
Se lo diría después de hacerlo.

Aparcó lo más cerca que pudo. Había dejado de lado la idea de llevar zapatos pese todo lo que leyó en Internet sobre lo terrible que era usar traje con zapatillas de deporte. Caminó deprisa, intentando no correr para no acabar sudando la camisa. Le pidieron identificación en la entrada principal, y parecieron sorprenderse de su presencia.

—¿No está aquí? —preguntó, un poco asustado de haberse confundido. La mujer de la recepción negó con la cabeza y le dedicó una sonrisa suave.

—No, no. Es que es la primera visita que recibe.

El recinto era cuadrado, de piedra, y albergaba un jardín de cerezos en el centro. La primavera estaba en su apogeo y la sakura había florecido, dotando al lugar de un encanto casi ensoñador. Había personas paseando, todas en pijama o bata. Hinata recordó sus meses en el Hospital de Sendai. Le habría gustado tener un jardín así para cerrar los ojos con el sol sobre las mejillas mientras todas sus heridas sanaban.

—Tiene que esperar aquí —le dijo la mujer, señalándole una silla blanca, impoluta, dentro de una habitación de ventanas acristaladas donde sólo había una mesa, dos asientos y un dispensador de agua mineral. Hinata no se acostumbraba a que le tratasen de usted, como si su cuerpo se hubiese hecho adulto a traición, sin pedirle permiso ni rendirle cuentas—. Tengo que preguntarle si quiere verle.

—Muchas gracias —contestó, haciendo una pequeña reverencia. Cuando la mujer se marchó, dejando la puerta abierta, se bebió dos vasos de agua del dispensador y en la segunda vez se salpicó un poco la camisa.
Mierda.

No pasa nada, el agua se seca.

Se había olvidado el reloj en el coche, y no le permitieron entrar con teléfono móvil, así que no tenía ni idea de qué hora era. Esperaba no llegar tarde a recoger a Karu. Fuera cual fuese el tiempo que estuvo allí esperando, se le convirtió en un mundo. Estaba ya dando vueltas alrededor de la sala, como un animal enjaulado, cuando sintió a alguien en la puerta. Se giró y la vio.

Yoko.

Si no supiese que era ella habría pensado se había equivocado. Llevaba el pelo corto, muy corto, tanto como él, oscuro y desordenado. Le daba un aspecto vulnerable. Tenía ojeras, estaba muy delgada y no le miraba. La mujer que la acompañaba la cogía del hombro, como si la abrazase.

—¿Segura que quieres atender a tu visita, Yoko-chan? —preguntó la mujer, con voz suave. Yoko tardó un poco en contestar y al final asintió con la cabeza. La trabajadora la condujo hasta su asiento y la ayudó a sentarse mientras Hinata permanecía de pie, con el vaso de plástico vacío en la mano, mirándola. La mujer se acercó a él y le habló en voz baja—. Una hora como mucho. Está medicada, así que puede que no te conteste— alzó otra vez la voz—. Estaremos ahí fuera, Yoko-chan. Si necesitas algo, pulsa el timbre. Lo mismo para usted, Hinata-san.

Hinata tomó asiento frente a ella.
Hacía mucho que no estaba en un sitio tan silencioso.

—Ey, hola —dijo, con voz suave. Ella no contestó—. Tienes un jardín súper chulo. La sakura está preciosa esta época —ninguna respuesta. Hinata estaba preparado para eso—. No estaba seguro de que fueses a aceptar mi visita.

—Qué quieres.

Le miró a los ojos. Su voz intentaba ser desafiante, pero su mirada, pese a ser la misma de siempre, no inspiraba temor. No amedrentaba. Hinata se dio cuenta entonces de que los ojos de Yoko miraban del mismo modo, pero tal vez era él quien había cambiado. Era él quien estaba en una posición distinta. Ya no estaba indefenso.

—Quería hablar contigo.

—Si vienes a pedirme que testifique contra Dani, ya sabes dónde está la puerta.

También se esperaba eso. Sabía que un año antes, cuando presentaron las denuncias, su abogada se había puesto en contacto con ella con ese mismo objetivo, sin ningún resultado. Entonces Yoko ya estaba interna en un centro de salud de Tokio. Había pedido el alta voluntaria seis meses antes, pero en enero volvió a ingresar, de nuevo de forma voluntaria, esta vez en Kyoto. Los medios de comunicación habían especulado largo y tendido de los motivos. Antes de su última crisis, comenzaron a circular por las redes vídeos íntimos de ella. Hinata no pudo evitar que la mirada se desviase hasta las marcas de sus brazos. Ella se dio cuenta y se removió en la silla.

—No, no vengo a eso—dijo, sin levantar la voz. Juntó sus manos, un poco nervioso, jugando con sus dedos—. ¿Cómo estás?

—¿Te importa acaso? —dijo, pasándose la mano por el pelo.

—Te ves rara sin un cigarro en la boca.

Lo dijo porque fue lo que se le pasó por la cabeza. Ella frunció el ceño.

—¿Has vuelto de México para decirme eso?

—No he vuelto por ti —aclaró, serio pero suave—. He pasado las pruebas de las Panasonic Panthers. Jugaré con ellos esta temporada.

El gesto de ella cambió de golpe. Abrió mucho los ojos.

—¿Las panteras de Aichi?

—Yo también estoy flipando —contestó, sonriendo, mirándose las manos, con la emoción volviendo a salir por todas partes—. Fue como... Woa, es que yo sabía que era como súper difícil sabes, me esforcé pero era consciente de mis limitaciones.

Abrió la mano derecha y la cerró. Yoko siguió el movimiento con la mirada.

—Jugarás contra Tobio-kun —dijo. Hinata sintió una punzada en el estómago cuando escuchó el nombre de sus labios.

—Estaremos a lados distintos de la red—dijo, mirándola con una sonrisa sincera—. Eso me gusta. Así podremos medirnos.

Yoko se pasó la lengua por los labios.

—¿Sabe que has venido?

—No.

—¿A qué vienes? —. La pregunta ahora no era amenazante—. No puedo darte nada.

—No quiero que me des nada. De hecho, soy yo el que quiero darte algo—. Yoko puso tal gesto de extrañeza que Hinata tuvo que morderse el labio para no reírse de los nervios. Pasado el momento recuperó la serenidad y tomó aire, despacio. Abrió sus propias manos y las miró. Todavía tenían cicatrices, marcas físicas, allí donde la carne se rompió contra el asfalto, donde los nudillos se quemaron al tocar el suelo—. He pensado mucho todo este tiempo. En lo que pasó. En lo que hiciste. Me he esforzado un montón por acercarme a los sentimientos de Tobio, por compartirlos y he hecho mi mejor esfuerzo por odiarte.

—¿Estás planeando una venganza? —insistió Yoko, frunciendo el ceño—. No, ya lo entiendo. Es para reírte de mí. Vale. Ríete. Me importa una mierda.

—No es una venganza. Quiero decirte algo que llevo tiempo pensando. Sólo si quieres escucharlo, si no me iré, no pasa nada. He venido, ya sabes, en son de paz —dijo, levantando la mano derecha. Yoko le miró durante un par de minutos, estudiándole como los depredadores ante una presa. Sólo que Hinata ya no se sentía así. No era un animalillo indefenso, ahora soy una pantera.

—Bien. Te escucho.

Hinata se mordió el labio, se tomó su tiempo antes de seguir hablando.

—Me imagino que no necesitas nada de lo que voy a decirte, no es que sea idiota, pero yo estuve donde estás tú ahora. Estuve atrapado por un montón de sombras. Pasé mucho miedo cuando creí que no podría volver a jugar al vóley, y también cuando pensé que me había perdido a mí mismo con mis recuerdos, pero encontré mi puerta y ahora todo está bien. Sé que Kageyama-kun también estuvo ahí, quiero decir, estuvo también en ese sitio... Ese pozo... Sé que tuvo que levantar piedras súper grandes para ver su camino y yo sé que tú-

—Kageyama no querría que vinieses —le cortó ella, en voz baja, agitando la cabeza—. No querría que me dijeses nada de esto, querría aplastarme la cabeza. Es completamente opuesto a ti, es como Dani. Es frío, es egoísta, es rencoroso, es-

—En realidad es mucho mejor que yo. No hay nada frío en él. Es todo... Woa, y fiu y paam. Lo que pasa es que es un poco como Urano, ¿sabes? No se deja ver de primeras. Tienes que esforzarte y tener un montón de suerte. Y ¿egoísta? Él iba a ceder al chantaje de Kásper sólo para que yo pudiese recuperarme en la Ocean. Y si tiene rencor no puedo culparle. A veces me gustaría sentirlo yo también, porque odiar a quienes te hacen daño da menos dolores de cabeza que intentar entender por qué lo hicieron.

—Folló conmigo. ¿Eso también es woa? ¿Se lo has perdonado?

Yoko parecía furiosa, pero no de la misma forma que dos años antes, cuando se encontraron en el Hospital. Había algo distinto en sus ojos. Quizás fuese la medicación, o quizás el tiempo. Hinata se había esforzado mucho por no sentirse así, pero no podía evitarlo. Una palabra revoloteaba en sus tripas, se posaba en sus hombros, a veces aplastándole.

Compasión. Perdón.

Kageyama no podría entenderlo, porque ni él mismo se entendía. Simplemente se estaba dejando llevar por su corazón.

—Eso no es algo que yo tenga que perdonarle —replicó, mirándola a los ojos—. Pero las peores cargas son las que nosotros mismos nos ponemos, así que me gusta pensar que ha conseguido perdonarse.

El silencio no se hizo tenso; se extendió como un manto, despacio, arropando la pequeña habitación, cubriendo todas las esquinas.

—Me gustaba —dijo Yoko, con la mirada un poco perdida, puesta en los pétalos de sakura que volaban en círculos cerca del cristal—. Kageyama-kun. Tobio. Dani me pidió que me lo ligase para mantenerle en la Ocean, y le dije que sólo iría con él a tomar una copa, que no pasaría de ahí. Nunca me había gustado nadie que no fuese Dani. Pero Tobio... Me recordaba a él. No en su carácter ni en su forma de hablar, era algo sutil. Su manera de mantener la distancia conmigo, incluso su silencio. No me gusta la gente que llena el aire de palabras. Había algo en él que me resultaba familiar. Entonces dejé de hacerlo por Dani. Me di cuenta de que Kageyama-kun sentía algo por alguien, y que eras tú, pero me pareció que yo le gustaba y que si presionaba un poco, a lo mejor podría ganarte. Dani me dijo que estaba flipando, que Kageyama no me hacía ni caso. Así que cuando viniste a New York insistió en que si no podía ganarme a Kageyama-kun, entonces debía intentarlo contigo.

—Sí le gustabas, al principio —dijo Hinata, sonriendo con suavidad. Era la primera vez que confesaba ese sentimiento en voz alta. Yoko abrió más los ojos, sorprendida—. Bueno, no me lo ha dicho, pero no hace falta. Kageyama-kun no suele pasar tiempo con personas que le disgustan. Incluso dejaba que corrieses con él, y no creo que fueses a su velocidad ¿sabes? Creo que si tú hubieses sido sincera y buena con él, o si yo no existiese, tal vez habría sido diferente.

—¿En serio crees eso? —Hinata asintió— ¿Y por qué no hiciste nada? ¿No te daba rabia?

—¿Qué iba a hacer? ¿Montar un numerito, reclamar a Kageyama-kun como si fuese de mi propiedad? Claro que me daba rabia que pudiese gustarle otra persona, y tengo ojos en la cara. Podía verte. Una chica guapa, divertida... Yo estaba a miles de kilómetros. Aunque hubiese querido no habría no podía hacer mucho frente a ti, pero es que tampoco estaba luchando ¿entiendes? Lo mío con Tobio nunca fue una guerra. Nosotros nos encontramos al principio del camino y, bueno, descubrimos que era mucho más genial si lo recorríamos juntos. Y si de pronto uno se parase, no sé, a mirar un árbol, porque se quedase flipando con las flores o las hojas o lo que sea, pues el otro esperaría y después seguiríamos. Es que siempre ha sido así. Nunca me ha parecido que tuviese que luchar por su cariño, siempre lo he sentido como mío, pero no porque sea de mi propiedad, sino porque cada vez que él ha podido elegir, y han sido un montón de veces, siempre me ha elegido a mí.

Yoko estaba llorando.

—La noche que nos acostamos —empezó Yoko—, en aquella fiesta. Fue idea de Dani y yo creí que tal vez si Kageyama estaba con los dos, contigo y conmigo, podría comparar y decidirse por mí. Creí que estaba confundido, que en realidad él no-

—¿Nos drogaste?

—A ti sí. Me habías dejado muy claro que no querías nada conmigo. Dani me dio algo para que echase en tu vaso, no sé qué era. Creo que se pasó y te quedaste medio muerto.

—¿Y a Kageyama-kun?

—Kageyama sólo tomó la droga que quiso tomar. No sé si lo recuerdas, pero estuvimos fumando eme. Yo no le drogué. Fumó el solito. Tampoco le obligué a acostarse conmigo.

—No le obligaste, pero te aprovechaste de la situación. Sabías que él no lo habría hecho estando bien.

—Sí lo habría hecho. No él y yo solos, pero estando tú, sí. Lo hizo porque pensó que tú querías hacerlo. Joder, no sé por qué le das tantas vueltas.

Hinata se mordió el labio. No había ido a discutir de eso.

—¿Hay vídeos de esa noche?

—Sí. Los tiene él. Dani no quería grabarme con Kageyama, ni contigo. Lo que le interesaba es que estuvieseis lo suficientemente drogados como para querer hacer un trío en el que follaseis entre vosotros. Y así tener imágenes vuestras. De vosotros dos haciéndolo.

A Hinata no se le escapó su cara de asco.

—¿Y para qué mierda las quiere? ¿Para volver a extorsionarnos? ¿Es que no le llega con todo lo que tiene de su piso?

Yoko sonrió, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Tenía la nariz roja.

—¿No te lo imaginas? Dani está enamorado de Tobio. Pillado, colgado, hasta el culo por él. Es tan obvio—. Hinata parpadeó, sorprendido. Sabía que Kásper estaba obsesionado, pero obsesionarse y enamorarse son dos cosas distintas—. Pero nunca le pondría un dedo encima. Dani nunca admitiría una debilidad como esa, ¿otro hombre? Imposible. Por eso quería que yo estuviese con Tobio. Si estaba conmigo no estaría con nadie más, y le tendría cerca. Se conformaba con jugar juntos al vóley, con tenerle comiendo de su mano en la cancha. Esos vídeos son de consumo personal. Tiene la esperanza de que lo que haya entre vosotros se muera con el tiempo, y él estará ahí, siendo el mejor rematador del mundo, con una oferta millonaria en la mano para jugar con el colocador más cotizado. La vida da muchas vueltas, y Dani piensa a largo plazo.

—¿Cómo puedes hacerle tanto daño a alguien a quien quieres?

Yoko sonrió.

—Dani no tiene el mismo concepto de amor que tú. Las personas que aman son suyas, y si no son leales, es que no le quieren lo suficiente. No parará hasta que Kageyama vuelva a colocar para él.

Si eso era amor, entonces mejor que le partiese un rayo.

—Kageyama quiere matarlo con un cortacésped —anunció—. Si no lo ha hecho es porque no hay vóley en la cárcel. Bueno, en verdad sí hay, pero eso él no lo sabe. Y es mejor que no lo sepa nunca.

—Por eso me gustaba. Tobio tiene sangre en las venas —dijo Yoko, secándose los restos de lágrimas de las mejillasa—. Eres tú el que actúas sin sentido, viniendo aquí a hablar con una persona como yo, que te hizo tanto mal. ¿Por qué haces eso? ¿Para sentirte mejor contigo mismo?

—Supongo que en parte sí, pero no es sólo por eso.

—Mira, Hinata. Tú eres como yo. No eres fuerte. ¿Sabes lo que dice mi terapeuta de aquí? Que me enamoro de personas que me hacen daño y les perdono todo, porque creo que ese tipo de amor es a lo que puedo aspirar. Tú haces lo mismo. Las personas fuertes tienen carácter. Son como leones. Kageyama es un león, egoísta y orgulloso y ¿qué eres tú? Un cervatillo asustado. Dani lo sabía. Sabía que te tumbaría y por eso fue a por ti. Porque él también es un león.

Hinata se fijó en la herida del dedo anular de la mano derecha. Se había cortado accidentalmente con el cuchillo mientras cocinaba y cuando pasó, apenas lo sintió. Se asustó de que su mano derecha volviese a ser un desastre, y en pleno ataque de miedo llamó a Kageyama. Eran las tres de la mañana en Japón, y al día siguiente tenía un partido importante. Sin embargo, estuvo hablando con él dos horas, hasta que se calmó.

Yoko no tenía ni idea de nada.

—Puede que yo no sea un león, sabes, pero soy una pantera —dijo, abriendo y cerrando la mano, con la vista en sus propios dedos—. Aunque Tobio es el más fuerte de los dos, pero no por su orgullo. Si él no se hubiese levantado después del accidente, si no hubiese tenido las agallas para volver a jugar pese a estar roto por dentro, yo no habría llegado hasta aquí. Cuando me desperté... Bueno, todo estaba mal entonces.

—Si yo tuviese a alguien esperándome como Tobio te esperaba a ti, le habría llamado nada más despertar.

—A lo mejor es que tengo un poco más orgullo del que crees —rió Hinata, pasándose una mano por el pelo, recordando cosas que habría preferido olvidar. Ella frunció el ceño—. No me desperté como en las películas, en plan ¡Hola, cuánto tiempo! No podía hablar. No podía mover nada de mi cuerpo más que los ojos. Estuve un mes usando pañales. Eso no lo sabe nadie, quiero decir, sólo mi madre. Ella pidió una baja para cuidarme, y me cambiaba, me bañaba, me lavaba los dientes... Me contaba todas las noches el mismo cuento, mi favorito cuando era pequeño. Se quedaba conmigo hasta que me dormía, y a veces no podía parar de llorar ni en sueños. No quería que nadie me viese así, hasta me dolía que lo supiese mi hermana. Un día ella, Natsu, apareció con una tablet y un partido de la Ocean, y cuando vi a Tobio luchando con la pierna destrozada, a Atsumu a su lado sujetándole, me dije que no tenía derecho a seguir hundiéndome. Tenía que pelear.

—¿Por qué... me cuentas algo así?

Hinata sabía que le estaba mirando, pero él seguía atento a sus manos. Kageyama también tenía cicatrices. Las echaba de menos, quería verlas. Quería tocarlas, besarlas, recorrerlas con los dedos y memorizarlas para no olvidar nunca todo lo que pasó.

—Supongo que porque te veo atrapada, y me gustaría que supieses que tienes opciones. Siempre hay opciones cuando se deja de mirar hacia atrás —alzó la vista hacia ella. —He venido a decirte que te perdono.

—¿Y por qué crees que necesito tu perdón? ¿Acaso te lo he pedido?

—Sí lo has hecho —respondió, centrado en sus manos, en las líneas de vida que según algunas personas -videntes, tarotistas, lo que sea- predicen tu paso por el mundo—. No con palabras, pero lo he sentido de esa forma. El año pasado, antes de irme, hable mucho con Kageyama-kun. Me di cuenta de cosas que... Tuve que decirle que le perdonaba cosas que hizo mal, cosas que para él eran cargas, aunque tampoco eran su culpa, incluso algunas eran culpa mía —pensó en las veces que presionó a Kageyama para que saliese del armario; pensó también en el peso que arrastraba por no haber afrontado su sexualidad de forma más abierta, con menos miedos—. Ahora todo está bien para él, porque se acepta y se perdona. Tobio cogió todo eso y, no sé, construyó su puerta. Creo que hay que tener una puerta.

—¿Una... puerta?

—Sí. Necesitas construir una puerta para después, ya sabes, cerrarla —dijo, haciendo el gesto con la mano—. Cuando te vi por la tele hace unas semanas, quiero decir, cuando viniste aquí y lo sacaron en los medios... Tu mirada era... como la mía cuando desperté. Me puse súper triste, aunque no tiene sentido porque hiciste cosas horribles y me odié un poco por ello, pero luego lo entendí. Tú tienes tus propias sombras, y estás metida en ese sitio del que no puedes salir. Y como he estado en un sitio parecido, y sé que se pasa mucho miedo cuando todo está oscuro y no encuentras cómo... Me pareció que tú todavía no tenías tu puerta.

—No estoy aquí a la fuerza, sabes —susurró ella, entre lágrimas—. Puedo irme cuando quiera.

—Pero no te has ido —dijo Hinata—. Bueno, es una tontería, pero pensé que a lo mejor si te perdonaba pues, no sé, quizás podrías empezar por ahí a construir tu puerta y algún día, no sé, a lo mejor podrías cerrarla y empezar de cero.

Exhaló y alzó la vista, preparado para enfrentarla.
Yoko volvía a llorar.

Estuvo haciéndolo mucho rato. Hinata esperó. Sintió como las partes que quedaban tensas dentro de sí mismo empezaban a aflojarse, a detensarse. Extendió la mano derecha, abierta, los dedos estirados, a través de la mesa, justo hasta el punto medio, y ella la miró, con las lágrimas recorriéndole las mejillas.

Después de un rato cogió su mano. Hinata supo entonces que si todo estaba bien, ahora estaba mejor. Sonrió, y Yoko se mantuvo seria, pero su gesto se aflojó.

—¿Kageyama-kun también...?

—No —dijo, rápido—. Él tiene su propio criterio. No te ha perdonado, y no sé si podrá hacerlo. Seguramente también usaría contigo el cortacésped.

Yoko asintió. Ya no estaba llorando. Permanecieron así mucho rato. Hinata giró la mirada hacia la ventana. Se veían los árboles, la sakura, el sol despejado. Era un buen día. La mano de Yoko estaba fría.

—En verdad sí que hay algo que me gustaría pedirte en compensación por mi puerta —dijo, siguiendo el recorrido de un pétalo rosa que voló libre hasta chocar suavemente contra el cristal.

—Lo siento pero... No puedo hacerlo, no puedo testificar contra-

—No es eso —le cortó, retirando su mano en un gesto suave. La metió en el bolsillo del pantalón y sacó una bola de tela. Levantó una ceja y ensayó su sonrisa de cinco estrellas—. ¿Sabes anudar una corbata?


Respiró fuerte, adrede, hasta formar vaho en la ventanilla. Hinata siempre hacía eso para después pintar cosas. Tras los nacionales, recordó, en su viaje de vuelta como compañeros de asiento, con el clima propio de los perdedores y de las despedidas, dibujó un kanji, solo uno.

Confianza.

Kageyama no lo vio hasta que pararon en una gasolinera y algunos de los chicos bajaron al baño o a comprar algo de comer. Él prefirió quedarse allí, al igual que Tsukishima, que dos asientos más atrás, parecía dormir con los ojos cerrados y el sonido de la música escapando de sus auriculares.

Hinata bajó con los demás y él le robó el asiento de la ventanilla. Ni siquiera había luchado contra él para ganarlo, no después del último partido. Suspiró, y su aliento reveló el dibujo. Lo conocía, lo había visto en alguna parte. No recordaba dónde.

Fue mucho tiempo después cuando se dio cuenta. Cuando se conocieron, en aquel pasillo de los baños antes del partido de secundaria, el debut de Hinata en una pista, encontró una cuerdecita roja con ese mismo kanji. Y meses más tarde, tras su primera vez, en esa noche insuperable que ya sólo existía en su recuerdo, la cortó en dos y le dio a Hinata la mitad.

En verdad Hinata tenía mucho más que la mitad de cualquier cosa que en algún momento hubiese sido suya.

Kōbe comenzaba a levantarse por todas partes, las casas tradicionales a la orilla de la autovía daban paso a los bloques oscuros y sin alma. El cielo iba perdiendo protagonismo, desplazado por la presentencia aplastante de la mano humana. Kageyama no tenía vergüenza de admitir que era de pueblo.

El pueblo era amable. Nanae-san te permitía llevarte una bolsa de aceitunas en aceite apuntando el nombre de tu madre, y si se te olvidaban las llaves de casa, podías encontrarlas debajo del felpudo. Los niños iban solos al colegio y la palabra secuestro era jerga de videojuego o peli de malos. No necesitabas presentarte, no necesitabas demostrar nada, porque para bien o para mal, todos sabían quién eras.

En la ciudad podías pasar desapercibido, pero Kageyama prefería otro tipo de soledad. La elegida, la de vivir en un sitio donde puedes encontrar a alguien si lo necesitas. Nunca se sintió tan solo como en New York, viviendo en un piso lleno de gente, en un edificio con más de cien vecinos. Si no le tragó la vida fue por esa persona que estaba ahí, cantando a gritos el último single de BTS a un volumen completamente inasumible. Conducía Sakusa, porque Atsumu ya había empezado a beber. Le miró desde el asiento de atrás. Nunca le había dicho gracias, porque era una palabra demasiado pequeña. ¿Cómo se puede agradecer a alguien que te salve de tus demonios? Sin embargo, ahí había una promesa muda, una que estaba grabada a punzón en sus huesos.

Mientras él estuviese vivo, Atsumu siempre tendría una mano a la que agarrarse.

Como si sus pensamientos se hubiesen proyectado hacia él, Atsumu se giró un poco y le miró. Sonrió. Tenía ya las mejillas sonrojadas por el alcohol, y Sakusa aprovechó su descuido para bajar la música.

—¿Quieres un poco, Tobi-Tobi? —preguntó, tendiéndole a Kageyama una petaca de metal rosa con un dibujito de Frida Kahlo. Se la había mandado Hinata desde Ciudad de México, con una nota que decía quise mandarla con tequila pero en los envíos me dijeron que no se podía, así que te mando la botella por separado. Atsumu se ocupó de rellenarla, por supuesto. Kageyama negó con la cabeza.

Eran las diez de la mañana, por Dios.

—Tus padres te van a desheredar —dijo Sakusa, con la mirada fija en la carretera. Atsumu soltó una risa y se giró hacia él, metiéndole mano—. Estoy conduciendo, Miya.

—Me gusta cuando dices Miya —ronroneó, acariciando la tela del pantalón oscuro de traje.

—A mí me gusta cuando recuerdas que Kageyama va sentado atrás.

—Tobio tiene la mente abierta —rió Atsumu, pero Sakusa movió la pierna para librarse de su mano—. ¡Omi, te has pasado la salida!

—No me la habría pasado si dejases tu maldita mano.

—Hay otra ahí delante —dijo Kageyama, mirando el GPS de su móvil. Atsumu chistó.

—¡Estamos en mi ciudad, deja esa cosa! Omi, mira, métete por la derecha y después giras por-

—¿Dices que es por allí, Kageyama?

—¡Oye, que me hagas caso a mí!

—Sí, por allí justo —dijo Kageyama, asomándose entre los dos asientos delanteros y señalando con el dedo. Atsumu le apartó la mano con indignación, bajándosela.

—Os odio. A los dos. Casi tanto como a Samu.

Siguieron el camino que indicaba el GPS hasta el barrio de Sinnomiya. Dieron con el aparcamiento principal, cerca del santuario Ikuta y Sakusa aparcó la Molly-Molly con una precisión digna de chófer de alto standing. Aunque quizás sólo era el beneficio de la comparación, porque por mucho que Atsumu dijese que eran injurias de Osamu, todos sabían que aparcaba de oído, dando un toquecito al de delante, un toquecito al de detrás. El día estaba un poco nublado, pero no anunciaban lluvias. Atsumu había maldecido un poco a esos dioses que no mandaban un monzón para arruinar el peinado estúpido de esa odiosa novia europea.
Atsumu cogió la hakama de su hermano, enfundada en una bolsa oscura, y Sakusa y Kageyama empezaron a cargar las flores. Solo eran tres coronas grandes de claveles rojos. Cuando llegaron a la puerta se encontraron a un Osamu con cara de loco, en vaqueros y camisa blanca.

—¿Se puedes saber dónde coño te habías metido? —gritó, dirigiéndose a Atsumu. Éste frunció el ceño y le estrelló la enorme funda contra el pecho.

—¡Recogiendo tu puta hakama!

—¡Eso tenías que haberlo hecho ayer, idiota! Dios, ¿eres consciente de la hora que es? ¿Por qué mierda no viniste al ensayo?

—¡Porque tenía que recoger la hakama!

Era un bucle argumental evidente. Osamu cogió a su hermano de la solapa de la chaqueta y le acercó tanto que parecía que sus cabezas chocarían.

—¡Hueles a alcohol! ¿Cuánto has bebido? —dijo la pregunta en voz baja, mirando hacia atrás. Kageyama asomó la cabeza tras los claveles. Allí estaban una pareja de adultos que a juzgar por el idioma extraño que hablaban, debían ser los padres de la novia—. Si te ve así Rocío ella va a-

—Samu, todavía estás a tiempo —dijo Atsumu, agarrándole de los hombros—. Huyamos. ¡Sube a Molly-Molly! En serio, no tienes que hacer esto. Reconoceré que fuiste el más feliz, lo pondré por escrito, pero no te cases con esa tía, ¡ni siquiera es guapa! ¡Te agarraste a la primera que te dejó meterla! Si yo hubiese hecho eso estaría casado con la loca de Sakura, no habríamos perdido el sofá pero habría sido un desastre. Además, a tí te gustan los tíos, tú estabas enamorado de-

—Voy a matarte —Osamu le dio un empujón que estuvo a punto de derribarle, pero Atsumu lo resistió—. Te voy a partir esa cara de mierda que tienes.

—¡Atrévete, vamos! ¡Sabrás mucho kárate pero yo he ido a zumba desde los diez años! ¡Tengo unas piernas como columnas!

Se engancharon a empujones, y antes de que Sakusa se interpuso, dando la espalda a Atsumu y mirando a Osamu, que tenía el cuello colorado de los agarrones de su hermano y jadeaba, como si estuviese a punto de volverse loco.

—Yo me encargo, ¿vale? —dijo, con un tono conciliador poco habitual en él. Kageyama no movió un dedo. En realidad cuando Osamu se ponía en ese plan daba un poco de miedo. Miró a Sakusa a los ojos y, tras meditarlo, resopló.

—Lo dejo en tus manos, Kiyoomi-kun —dijo—. Como haga cualquier atsumada, te juro que te quedas sin novio.

—¡Como si pudieses tocarme un pelo, feo, que eres muy feo! —gritó Atsumu, ante la atenta mirada de la mitad de sus familiares que ya estaban llegando al templo. Sakusa le agarró del brazo y se lo llevó hasta la Molly. Le metió dentro casi a la fuerza y Kageyama aprovechó el momento para acercar las coronas de flores y ayudar a los empleados a colocarlas.

Se sentía raro embutido en un traje de chaqueta. Iba de negro y con camisa blanca, y sabía que eso era probablemente lo más soso que existía, pero le pareció que era sencillo. Nadie se fijaría demasiado en el chico con un traje del montón, y eso era precisamente lo que quería. Pasar desaparecibido. Ni le gustaban las ceremonias, ni había estado nunca en una boda.

Cuando le llegó la invitación pasó dos días buscando una excusa para no asistir, hasta que Hinata le llamó diciéndole que a él también le habían invitado y que sería muy genial que se vistiesen a juego. Meses más tarde, cuando ya habían confirmado su asistencia, descubrieron que el que mandó sus invitaciones no fue Osamu sino Atsumu. Kageyama había intentado asesinarle, pero ni su muerte le podía librar de acudir a una boda una vez confirmada la asistencia.

A las once y media ya habían llegado la mayoría de los invitados. Osamu hablaba con sus suegros en un español bastante fluido, ya vestido con la hakama y el kimono de la celebración, aparentemente más calmado. Atsumu también parecía más tranquilo -y más borracho, podía verse la silueta de su petaca en el bolsillo del pantalón gris de su traje-, y estaba presentándole a Sakusa a la totalidad de los Miya, que al parecer eran algo así como un millón de hombres y mujeres excesivamente altos para ser japoneses.

Kageyama estaba seguro de que Atsumu había invitado a mucha gente por su cuenta, en lo que llamó sus prerrogativas de gemelo, y el gesto de horror de Osamu cada vez que un jugador de vóley aparecía por la puerta sólo se lo confirmaba. Sin embargo, lo peor estaba por suceder. Kita llegó con Suna, y ahí sí se descompuso el rostro de Osamu. Desde su sitio junto a la puerta de entrada al templo lanzó una mirada terrible a Atsumu, que la captó y huyó hacia el exterior. Kageyama pensó en una película argentina que Hinata le había obligado a ver, donde la novia descubría en plena celebración que su novio le había sido infiel y se liaba a puñetazos con la amante, también invitada.

Hinata, idiota, ¿dónde mierda estás?

Necesitaba que llegase pronto para que pusiese voz a los chismes.

La recepción dio paso al rito en sí, y los invitados fueron tomando asiento. Hinata no estaba por ninguna parte, y le dolía el cuello de tanto mirar hacia atrás. Se había dejado el teléfono móvil en la Molly-Molly, así que no podía consultar la página web del servicio de emergencias locales para saber si había sucedido algún accidente terrible. Atsumu se sentó a su lado, empujándole con el culo para que le hiciese un hueco en la esquina del banco.

—Qué haces —dijo, en voz baja, mirándole con el ceño fruncido. Se suponía que tenían sus lugares reservados, y el de Atsumu, obviamente, era con la familia—. Tienes que sentarte delante.

—No quiero.

—Atsumu.

—Que me dejes.

—Estás siendo un idiota —dijo Kageyama, pellizcándole el muslo. Atsumu le dio un pisotón, dejando sus pulcros zapatos negros completamente llenos de polvo. Yo le corto las pelotas. Ambos estaban sentados y Kageyama empezó a empujarle, haciendo fuerza con las piernas, para sacarle del banco. Atsumu también hacía fuerza en sentido contrario, mientras todo se llenaba de invitados elegantes y me cago en tu puta vida Atsumu lárgate del banco y deja de hacer el imbécil, pero Atsumu estaba borracho y loco.

—¿Atsumu? —La lucha a muerte cesó cuando oyeron la voz femenina. Alzaron la vista y allí estaba, ataviada con un kimono rosa estampado en flores blancas, con un moño alto y perfecto.

Sakura.

Kageyama y Atsumu miraron hacia Osamu, que de forma poca disimulada le dedicó a su hermano un bonito gesto con un único dedo levantado.

Hinata, ven pronto, se masca la tragedia.

La presencia de Sakura hizo que Atsumu dejase por fin el banco de Kageyama y se fuese, probablemente a otro continente, quizás a reclamarle a su ex el sofá con el que llevaba jodiendo los últimos dos años. Kageyama miró el reloj. Las doce y cinco. La boda comenzó. Todos los invitados estaban ya dispuestos, todos menos uno. Un invitado idiota y pelirrojo y enano que quizás hubiese muerto ahogado con su propia corbata y le encontrarían muerto en el cuarto de baño de un hotel inmundo y-

—Disculpe, huh, sí... Ah, perdone señora, no quise pisarla... ¡Huh, perdón, amable viejecito! ¡No sabía que eso era su pie!

Empujando a toda la fila de personas que ocupaban el banco, apareció Hinata.

Su traje era castaño, su camisa una horterada sin precedentes, su pelo un desastre enredado y sin peinar. Sus mejillas, sonrojadas por la carrera. Sonreía. Kageyama se perdió en la forma de sus labios, en ese colmillo un poco afilado con el que sabía hacerle rabiar, clavándolo en la parte trasera de su oreja, torturándole, dolor y saliva, suave y capullo.

Una declaración que desbordaba por todas partes, un vaso lleno hasta los topes convertido en fuente, y Hinata acercándose, peligroso, salvaje, abriéndose paso, desplazando al niño que estaba ahí y sentándose al lado de Kageyama con tanta fuerza que estuvo a punto de empujarle fuera del banco.

Woa —dijo, jadeando. Venía corriendo. Kageyama le miraba aguantando la respiración. Su pelo. En la última videollamada estaba largo, parecía uno de esos surfistas locos, pero ahora no. Se lo había cortado, y llevaba rapada la zona de la nuca y sobre las orejas, y el resto parecido a cuando iban al Karasuno, pero más corto. Quería pasar las yemas por allí, descubrir cómo se sentía acariciarlo ahora. Hinata atrapó su mano derecha y la aplastó con la suya contra el banco de madera, enredando sus dedos. Se miraron a los ojos, y la sonrisa de Hinata se le clavó entre las costillas—. Ya estoy aquí, ¿me has echado mucho de menos, Kageyama-kun?

—No te emociones tanto, idiota —contestó, esforzándose por no sonreír mientras las comisuras se rebelaban y se estiraban hasta sus orejas. Hinata le forzó a abrir la palma de la mano y se mordió la lengua, sin dejar de mirarle, mientras arrastraba los dedos sobre su piel—. ¿Qué haces?

—Contarte cosas —susurró, girándose hacia el centro. Kageyama le miró un poco más mientras el sacerdote daba comienzo a la ceremonia con la entrada de los novios. Kageyama pudo entender lo que Hinata escribía contra su palma.

Hola, caracola.

Primero entró Osamu, del brazo de su padre. Kageyama buscó a Atsumu con la mirada y le vio girado hacia el sacerdote, al contrario que el resto de los invitados. Estaba discutiendo en susurros con Sakusa, ambos en primera fila. La madre de Atsumu, sentada a su derecha, le dijo algo que le dejó en silencio.

Después entraron la novia y su madre. A Kageyama nunca le pareció que tuviese cara de loca, aunque tampoco tenía muy claro que existiese una cara específica para distinguir a la gente que asesinaba a sus parejas mientras dormían. Llevaba la vestimenta tradicional japonesa, aun siendo española y Kageyama sabía, porque Atsumu lo había contado, que eso no había sentado bien en toda su familia, pero peor les habría parecido una boda occidental.

Guapa, escribió Hinata en su mano, trazando las líneas despacio. Kageyama sonrió. Movió los dedos sobre su palma, respondiéndole. Tú más. Hinata soltó una risa.

Kageyama pensó que si él se casase le gustaría que fuese a lo japonés. Se imaginó con una hakama como la de Osamu y le pareció que sería bonito. Luego miró a la novia y se atragantó imaginándose que era Hinata quien estaba ahí metido dentro de su traje.

—Tobio —susurró, y Kageyama, muy sonrojado, se acercó a su oído—. ¿Te pondrías el wataboshi por mí?

—Eso tú —dijo Kageyama, solo moviendo los labios. Iba a apartarse, pero Hinata le retuvo con los labios contra su oreja, malvado y puñetero enano-no-tan-enano pelirrojo.

—Yo llevaría la hakama, porque soy el chico de la relación —susurró, pegando la nariz contra su oreja, pero la anciana de la fila de delante se giró y les miró con tanto odio que Hinata se apartó como un resorte. Los dos aguantaron la risa, sonrojados, con la manos sujetas sobre el banco.

La ceremonia duró veinte minutos. Les llamaron la atención unas cinco veces, por hablar entre ellos, y una porque Hinata empezó a acariciarle la pierna en una dirección peligrosa y Kageyama intentó zafarse dándole patadas en la espinilla, y acabaron en una lucha de pies que hizo vibrar todo el banco y que no gustó nada a los parientes de la fila.

Cuando Osamu y Rocío terminaron el san-san-kudo, a Kageyama le apretaba el pantalón en sitios indecentes, Hinata estaba sonrojado hasta la punta de las orejas, y su repertorio de guarradas al oído parecía no tener fin. ¿Dónde había ido el Hinata vergonzoso con las cosas sexuales, que se ponía histérico sólo por escuchar la palabra follar?

Hinata se levantó de los primeros, y desde el banco Kageyama admiró a ese chico sonriente, brillante, más alto, más musculado. Igual de pelirrojo, aunque el sol mexicano le había quemado un poco las puntas de los mechones más largos, y había coloreado su piel, dándole un aspecto apetecible. Para rebañar y no dejar gota. Kageyama recordó el bote de Nutella que llevaba en la maleta. Seguro que se había derretido, al calor de la Molly-Molly, y sería más fácil deshacerla con la lengua.

—¡Tsumuuu! —Hinata salió corriendo por el templo, esquivando parientes octogenarios, y se lanzó sobre Atsumu, que le levantó en brazos. Si no llega a estar allí la columna para frenarle, se habrían ido los dos al suelo. Una tía tercera de Atsumu murmuró algo sobre los chicos de hoy en día, mientras Hinata empezaba una lucha a muerte contra Atsumu en un juego de cosquillas—. ¿Has visto qué fuerte estoy?

Hinata se remangó la camisa y sacó bíceps. No contento con eso, levantó un poco la camisa y le enseñó los abdominales. Kageyama se preguntó si habría algún arbusto en el jardín para esconderse detrás a examinar todos los demás músculos nuevos de su cuerpo.

Atsumu tocó el brazo y los abdominales y luego le abrazó, riendo, y le revolvió el pelo. A Kageyama le dio un poco de envidia, porque él también quería enredar los dedos en esa maraña pelirroja.

—Te has rapado por aquí —dijo Atsumu, pasando los dedos por la parte rapada. Hinata rió y se estremeció, cerrando los ojos como un gato.

—¿No es gustosito?

—¡Me flipa! Pero que sepas que no pienso tener piedad. ¿Verdad, Omi? Esta temporada el plato del día va a ser estofado de pantera.

—Ey, vosotros —dijo Osamu, acercándose a ellos—. No os pongáis muy en plan orgullo gay, que a la abuela le va a dar un infarto.

—A la abuela le va la movida —dijo Atsumu, apretando los dedos en el cabello de Hinata y arrastrándole hasta un abrazo obligado, mirando a su hermano—. ¿Qué pasa, Samu? ¿No te lo diviertes recién casado? ¿O es que no te han gustado mis invitados a tu boda hetero?

—Te voy a partir la boca en mi boda hetero.

Kageyama buscó con la mirada a Sakusa por si era necesaria una intervención, pero estaba ya fuera, hablando tranquilamente con el padre de los gemelos. Fue Hinata el que se desenredó de Atsumu y se puso entre los dos.

—¡Osamu-san! La boda ha sido suuuper romántica. Casi lloro con el san-san-kudo. Aunque el sake es un poco asqueroso, ¿crees que los dioses se enfurecerían si alguien se casa con Cola Cao? Por cierto, me encanta tu hakama. ¿Llevas ropa interior debajo, o vas con todo, ya sabes, en plan comando? ¡Yo no llevo nada! ¡Leí en una revista que para ser el invitado más sexy hay que llevarlo todo colgando!

Osamu le miró espantado, Atsumu soltó una carcajada y Kageyama cogió a cada idiota por un brazo y los alejó a la fuerza, tomando el control de la situación. No les soltó hasta que estuvo junto a Sakusa, que ahora hablaba con Suna, Kita y un Aran que había crecido por lo menos cinco centímetros desde la última vez, los tres con trajes oscuros, como si fuesen guardaespaldas.

Ya juntos, esperaron la salida de los novios del templo. Tardaban un poco porque la novia debía cambiarse. Cuando salió llevaba un vestido de novia blanco, al estilo occidental, ajustado al cuerpo, con una gigantesca cola.

Woa —dijo Hinata—. Eso también te sentaría bien, Tobio.

—Qué dices, idiota.

—Ey, Atsumu —dijo Hinata, cogiendo a Atsumu del brazo, que ya se tambaleaba por el efecto del alcohol y no era ni la una de la tarde—. ¿A que Kageyama-kun estaría súper sexy vestido de novia? Con un traje entallado que resaltase su culo.

Atsumu lanzó una mirada de asco hacia la novia y después miró a Kageyama. Completamente borracho, pensó éste, que conocía los grados de alcoholización de Atsumu que iban desde el uno-dos (parcial seguridad, riesgo de comentarios fuera de tono), pasando por zonas intermedias de cinco a siete (menciones indebidas a líos pasados, posibles demostraciones de masculinidad en plan a ver quién come más onigiri en dos minutos sin morir) y la zona de peligro, del nueve al diez, donde podía encuadrarse el sexo en público o la exhibición random de su pene.

Kageyama fue testigo de una noche muy arrastrada en New York donde se lo mostró a una vecina por la terraza. La vecina era una señora que siempre les llamaba guarros, pandilla de no-hombres y Atsumu, después de beberse hasta el agua de los floreros, decidió que era una oportunidad tan buena como cualquier otra para demostrarle a aquella homófoba cómo está el mercado gay nipón.

—Yo siempre creí que Tobio ganaba en pelotas —dijo, y se tropezó un poco al pasar el brazo tras los hombros de Hinata. Kageyama puso los ojos en blanco—. En serio, tío. Desnudo das menos miedo.

—Bueno, no te creas —aportó Hinata, que no necesitaba emborracharse para ser imbécil—. A veces pone esa cara aterradora. Una vez estábamos como súper en el tema y se dio cuenta de que no quedaban condones y entonces él-

—Shoyo, idiota, ¿quieres dejar de contar nuestra puta vida? —dijo, dándole un golpecito en la cabeza con los dedos. Hinata se quejó y hundió la cara en el hombro de Atsumu.

—¡Esto es una charla privada de amigos!

—No se cuenta intimidades a los amigos.

—Yo ya conozco todas tus intimidades, Tobio-kun —rió Atsumu—. Somos como la canción esa de Maluma, felices los cuatro. Si Omi quisiera hasta podríamos tener una relación poliamorosa, ¿verdad, Omi-Omi?

Sakusa resopló.

—Me llega con un idiota, gracias.

—¿Y quién es el chico en la relación poliamorosa? —preguntó Hinata, abriendo mucho los ojos.

Kageyama estaba a punto de darle una colleja cuando sucedió lo que a partir de ese momento todos conocerían durante muchos años como El Suceso. Kageyama vio por el rabillo del ojo que algo salía despedido hacia él mientras a su alrededor todo eran gritos, había una cosa redonda viniendo hacia él por el aire, como en un pase circular perfecto, se puso bajo el objeto no identificado que podría ser una bola, estaría bien que fuese una bola porque qué otra cosa podría ir hacia él por el aire rodando, el tamaño adecuado, y él era un colocador, es lo que soy, así que lo tocó con las manos, lanzándolo hacia Hinata, rápido.

Hinata estaba allí, por supuesto, y lo remató contra el suelo.

El ramo de la novia.


—¡No me lo puedo creer! —lloraba Atsumu, que se había congestionado siete veces de la risa. Abrazaba a Kageyama y a Hinata, a cada uno con un brazo, sobre la mesa donde alguien -y por alguien debería decirse Atsumu- se había empeñado en colocar una enorme fuente de ponche aunque ellos eran japoneses y ningún japonés que se precie bebe ponche. Kageyama ni siquiera sabía qué mierda era el ponche—. ¡En serio, si lo hubiésemos planificado no podría haber sido más genial! ¿Visteis la cara de Ro-Ro?

—Te ha dicho tu hermano que no la llames así —dijo Sakusa, llevándose el ponche a los labios con evidente gesto de disgusto.

—¡Vamos, Omi! A ti también te pareció gracioso. ¡Ro-Ro nos odia! Odiar a los amigos de tu marido es el primer paso hacia el divorcio. ¡Estamos más cerca!

—Llevan cuatro horas casados —murmuró Sakusa—. Además, yo creo que se les pasó cuando vieron el regalo.

El regalo había ganado a El suceso, claro, aunque este asunto también sería objeto de discusión durante los años posteriores.

El regalo era Karu, con su guitarra acústica y su amplificador y su kimono oscuro, en el centro de la pista, cantando las canciones preferidas de Osamu. Atsumu intercambio con él un par de miradas. Kageyama sabía que leían la mente, casi podía ver las ondas cerebrales surcar la pista de baile.

—¿Qué te dice? —le preguntó en un susurro, hipnotizado por una canción triste que hablaba de amores imposibles e historias que mueren antes de empezar por falta de valentía.

—Que tengo razón —susurró Atsumu, soltando a Hinata y manteniendo el brazo alrededorr de Kageyama, que miró otra vez hacia Osamu; estaba bebiendo una copa. Tenía los ojos llorosos, pero no miraba a la cantante. Miraba a la otra esquina de la pista, donde sus excompañeros del Inarizaki compartían risas y confesiones—. Pero es su vida y él decide como vivirla. Y una mierda, Samu. Y una puta mierda.

Kageyama en ese instante fue consciente del parecido de los gemelos. Iguales. Como dos gotas de agua. Ninguno de los dos estaba alegre, y ser consciente de eso le hizo sentir una pena densa. ¿No ser feliz el día de tu boda? No es que él fuera un romántico, pero resultaba lamentable.

Atsumu soltó repentinamente a Kageyama y cogió a Sakusa de la mano.

—Omi, baila conmigo.

—¿Seguro que...?

—La abuela está en modo shogunato y todos sabemos que lee yaoi a escondidas. Por favor.

Sakusa le pasó la mano por el pelo, colocándole un mechón castaño. Kageyama se dio cuenta de que hacían una pareja bonita. No era habitual verles siendo cariñosos públicamente, pero cuando sucedía era como si se encendiesen un millón de libélulas en un estanque oscuro.

Atsumu se merece eso.
Alguien que se entregue, que devore hasta los bordes, como hace él cuando se enamora.

Atsumu empujó a Kiyoomi a la pista de baile. Antes de llegar se giró, miró a Kageyama sobre el hombro y le hizo un gesto.

Mierda.

Se suponía que llevaba semanas preparándose para hacer esto. Hinata estaba ahí, tan guapo, tan pelirrojo, tan hortera con su corbata perfecta y su culo, ¿desde cuándo tenía un culo tan genial? No, su culo siempre había sido bastante bueno. Pero esto ya era un abuso, menos hueso, más músculo, una desfachatez sólo comparable a sus brazos y sus muslos, y debía hacer algo al respecto. Tal vez tocarle, quizás recorrerlo con las manos para medir cada parte, registrar los cambios. Pura curiosidad, sin segundas intenciones. A lo mejor sí una pequeñita de morderle, clavarle los dientes en una nalga, dejarle una huella. Darle una palmada fuerte, con la mano abierta, regalarle la huella de sus dedos, grande, púrpura, mientras le roba el aliento contra la almohada.

La mujer de Osamu apareció frente a ellos. Kageyama quería huir, pero dos cosas se lo impedían. La primera era la mesa que tenía detrás, bloqueándole la escapatoria. La segunda, la erección en sus pantalones, que intentaba ocultar con el botellín de cerveza que seguía sin saber a cerveza.

—Shoyo —dijo ella, y fue todo lo que pudo entender, porque entonces empezó a hablar en español. Hinata escuchaba, reía y contestaba. No parecía que le estuviese llamando imbécil por haber rematado la colocación de su ramo nupcial contra el suelo. Después de unos segundos de charla, Hinata cogió a la chica del brazo y se dirigieron a la pista. Kageyama frunció el ceño, y Hinata le dedicó una mirada de luego te cuento y se encogió los hombros.

En el centro de la pista, Hinata bailó una lambada con la novia. Kageyama ni siquiera sabía que ese baile existía. Mierda, y yo aprendiendo la mierda de la bachata. Bailaban rápido y extraño, y obviamente eran el centro de miradas, porque estamos en Japón, no en el puto festival de culturas del mundo. Rocío, profesora de flamenco, conocía los bailes latinos, y Hinata sabía hacer todo lo sensual que existía, obviamente. Kageyama no se cortó al mirarle.

Todo el mundo se va a restregar con mi novio, parece ser.

Atsumu y Sakusa no eran buenos en eso, pero tampoco malos. Se defendían. La tristeza se había borrado de los rasgos de Atsumu, lo estaban pasando bien y hasta Sakusa reía abiertamente ante el espectáculo de intentar imitar lo que hacían Hinata y Rocío.

Osamu bailaba con su abuela, que estaba completamente borracha y gritando consignas políticas en kansai. En un segundo los papeles cambiaron, y Hinata estaba bailando con la abuela, que no tenía ni puta idea de bailar lambada pero sí más ritmo que siete Kageyamas. Además, se agarraba a Hinata como si fuese el último hombre sobre la faz de la tierra. Osamu bailaba con su mujer y desde allí lanzaba comentarios de apoyo a su abuela, mientras Hinata la llevaba por toda la pista y la señora le tocaba el culo sin ningún tipo de remordimiento.

—¡¿Nandeyanen, abuela?! —Atsumu estaba muy colorado, sudando, junto al enorme barreño de ponche, bebiendo de su petaca rosa. Se había quitado la corbata y la llevaba anudada a la cabeza, como si fuese un ninja loco. Hinata también estaba medio descamisado, la abuela Miya le había abierto como los tres botones superiores de la camisa—. Dios, arráncame los ojos, Tobio.

—Arráncamelos tú a mí. ¿Qué mierda le pasa a tu abuela?

—Y yo qué sé, será el ponche—. Y una mierda el ponche—. O igual es el culazo de Shoyo, ¿no? Shimota. Está para cogerle y empotrarle hasta que-

Oi, tío, estás hablando de Shoyo —le cortó, dándole un pisotón—. Con un Miya frotándose con él es suficiente.

—Pues ve y reclama tu baile, o tendré que ir yo y estoy bastante caliente. Pero no te pongas celoso, que tu culo también es sexy —rió Atsumu, devolviéndole el pisotón y dándole una palmada en el trasero. Estaba en fase ocho, tal vez nueve, Kageyama sabía que debía tener cuidado de que no sacase el pene en cualquier momento—. Vamos, Tobio-kun. Me has mareado con la puta bachata hasta la náusea. Ve de una vez y dale ese baile.

La mirada de Kageyama se cruzó con la de Hinata que le hizo un gesto que significaba socorro.

—Vale. Voy. Voy —lo repitió para autoconvencerse—. Estoy yendo.

Atsumu le tendió la petaca. Kageyama la miró con aprehensión, pero bebió. Dios santo, tequila.

—Bebe más.

Bebió más. Y después le arrebató la petaca y se la metió en el bolsillo.

—La tomo prestada.

Antes de que empezasen las quejas le dejó atrás y fue hacia la pista. La abuela Miya no sabía bailar bachata, pero no parecía importarle porque estaba muy ocupada desnudando la corbata de Hinata. Kageyama se plantó junto a ellos y repitió dos veces Hinata, Hinata, sin que aquella mujer se diese por aludida. Hinata le miraba con una sonrisa en la boca, y Kageyama sacó la petaca, bebió un trago largo de tequila y mientras la abuela Miya aún se entretenía con la corbata, se acercó a Hinata, le cogió de la mejilla, le giró la cara y le dio un beso en los labios. Fue sólo un pico, pero la mujer se soltó como si se hubiese quemado.

Un punto para mí.

Era su oportunidad de recuperar a su novio robado. Cogió la mano de Hinata y tiró de él hacia sí mismo. Vale, había ensayado mucho, pero ahora estaba con él y estaba borracho y él era demasiado guapo. Y esa señora, la señora seguía allí, mirándoles, diciendo algunas cosas incomprensibles en Kansai. Kageyama debía asegurar su posición. Puso la mano izquierda sobre la cadera de Hinata y sostuvo la derecha entre sus dedos, y le acercó a su pecho hasta que hubo medio balón de distancia entre ellos. Entonces repitió lo que había ensayado tantas veces. Movimiento de caderas. Seguridad. Espalda recta. Fluir con la música. Hinata abrió mucho los ojos, siguiendo el movimiento.

No le pises. No le pises.

Le pisó.

Woa, ¿y esto? —susurró Hinata. Kageyama descubrió qué bailar con él era como bailar con Atsumu pero con el corazón en la mano. Era evidente la diferencia de nivel en esto entre ambos, pero no le importaba. Era divertido. Era sexy. Si hubiesen estado solos, le habría arrancado la ropa con los dientes.

—He aprendido mucho este año y medio —dijo en su oído. Hinata sonrió y le abrazó, moviéndose con él.

—Jo, Tobio, ¿ya estás así? Pero si ni te he besado —susurró Hinata contra su cuello. Kageyama tardó en entenderle, y se sonrojó hasta el tuétano.

—Es la petaca de Atsumu, idiota, que eres un pedazo de idiota.

Huh, me había hecho ilusiones —rió Hinata. Kageyama se puso nervioso y le pisó tres veces seguidas—. Te mueves bien.

Kageyama reunió toda la valentía que había estado cultivando, imitó el gesto que le había visto a Sakusa el día anterior y suave, deslizó su rodilla entre las piernas de Hinata, pegándole más contra él, bajando la mano izquierda hasta el punto donde la espalda deja de ser espalda, dejando bajo su palma la cinturilla del pantalón. Ninguno de los dos llevaba chaqueta, y Kageyama estaba seguro de que nadie podía estar más sexy en camisa que Hinata. Siguió su movimiento, acomodándose a la intromisión de su pierna, y se movió contra él de una forma que le hizo tragar saliva y sonreír. Hinata apoyó la cabeza contra su mejilla, y su sien quedó a la altura de su boca.

—Pues ya verás después —susurró, sin dejar de bailar.

—¿Después? —preguntó Hinata, con esa voz de fingida inocencia que usaba a veces. Kageyama le apretó contra él, deseando tener un uno por ciento de la sensualidad de Sakusa.

—Cuando estemos en la habitación.

Hinata soltó una risa, apartando la cara. Estaba sonrojado hasta la raíz del cabello, tan dulce. Aprovechó el giro para cambiar papeles y cogió a Kageyama de la cintura, agarrando su mano izquierda y llevándole. Kageyama frunció un poco el ceño. Giró la vista hacia la mesa del ponche, donde Atsumu le hacía el signo "ok" emocionado, con ambas manos, sonriendo con un montón de dientes mientras Sakusa se limitaba a asentir con la cabeza.

—La fiesta acaba de empezar —dijo Hinata, mirándole los labios—. ¿Voy a tener que esperar tanto?

—¿Quieres irte ya?

Habían reservado un hotel en Kōbe para no tener que conducir si bebían. Ahora le parecía la mejor decisión de su vida. Sin embargo, le había prometido a Sakusa quedarse lo suficiente como para echarle una mano con Atsumu si la cosa se desmadraba. No le gustaría irse tan pronto.

—No, Bakayama. Estaba pensando en otra cosa.

—Qué cosa.

Hinata se pegó a él y susurró en su oído.

—Baños.

No tuvo que repetirlo dos veces. Kageyama le cogió de la mano y empezó a tirar de él entre la gente, abandonando la pista de baile. A su espalda oía los gritos de la abuela Miya, indignada. No pudo evitar sentirse un poco enfadado con aquella señora loca. Hinata tenía un ataque de risa, y había bebido como el triple que él, pero parecía completamente sobrio. ¿Desde cuándo no le hacía efecto el alcohol? ¿Tanta tolerancia había conseguido en Mexico?

Encontraron los baños de hombre y le empujó dentro. Hinata se lanzó sobre él como una auténtica pantera. Le abrazó por el cuello y le besó salvaje, profundo, todo lengua y ganas, sin guardarse nada. Había muchas cosas en su beso, y ninguna era inocencia. Kageyama saboreó el ponche en su lengua y decidió que no estaba tan mal. Atrapó a Hinata contra los lavabos y le subió, apoyando el culo sobre el mármol helado, abriéndole las piernas. Él las envolvió en sus caderas, abrazándole. Se movieron al mismo tiempo, y Kageyama jadeó en su boca al notar la dureza del roce.

—Te eché de menos —susurró, cogiéndole la cara con las manos. Hinata sonrió y le pasó la lengua por los labios, haciendo el tonto.

—¿Sigues en un diez? —preguntó, con la voz un poco ronca.

—Quizás un nueve —contestó, mordiéndole en la mejilla y rodando la boca hasta sus labios. Hinata rió, dejándose besar—. ¿De verdad no llevas ropa interior?

—Tendrás que comprobarlo.

Kageyama se separó un poco para mirarle a los ojos.

—¿Aquí?

Hinata se frotó contra él, despacio, con premeditación, mirándole sin pestañear. Había recuperado los músculos en sus brazos y sus piernas eran mucho más fuertes. Le atrapaban contra él, y le hacían moverse a su mismo ritmo. Kageyama asintió, apoyando su frente en la de él. Tenía que llevarle a uno de los cubículos, porque eso de correrse dentro de los pantalones y andar por la vida pringoso e inmundo dejó de ser divertido con dieciséis años.

Le agarró el culo y le levantó. Hinata rió en su oreja, sorprendido, y se abrazó más fuerte para no caerse.

—¿Y esta exhibición de fuerza? —dijo, entre risas, y le mordió la punta de la oreja. Kageyama gruñó, intentando conservar su orgullo. ¿Desde cuándo pesaba siete toneladas? —No puedes conmigo.

Abrió la puerta de uno de los baños individuales de una patada y entró con Hinata en brazos; se desequilibraron contra la pared y Hinata estiró una mano para cerrar y pasa el pestillo, sin dejar de reírse. El peso era insostenible, y Hinata se fue escurriendo hasta quedar en el suelo, entre él y la pared, con la mitad de la camisa enredada en la cintura. Kageyama quería abrirla de golpe, rebentar todos los botones, pero tenían que volver a la fiesta sin que pareciese que les había atacado un oso gris americano.

—Tobio —gimió Hinata, besándole con la boca abierta, ofreciéndole su lengua. Kageyama jadeó, aplastándole más contra la pared. Bajó la mano hasta sus pantalones, pero Hinata ya los estaba desabrochando por sí mismo. En un gesto rápido los bajó. No llevaba calzoncillos.

—Joder, Shoyo —susurró, mordiéndole en el cuello. Kageyama estaba tan nervioso y alcoholizado que no podía ni desabrochar sus propios pantalones. Hinata se pegó a él, desnudo de cintura para abajo y se frotó sin vergüenza, jadeando en su oído

—Desnúdate y házmelo.

Kageyama parpadeó.

—¿El qué?

—El desayuno —contestó, riendo en su cuello—. Qué va a ser, Tobio, qué, tú qué crees, que estoy fatal— susurró, desabrochándole los pantalónes y girándose, apoyando las manos contra la pared—. Date prisa antes de que me brote una nueva virginidad.

—Pero... Estamos...

Hinata empezó a tocarse. Así, sin más. Kageyama estaba alucinando, seguro. Debía ser fruto de la bebida, porque después de un año y medio por fin estaban juntos y lo tenía así, agachado para él, ofreciéndole el culo contra sus caderas, incitándole a empezar. Cogió aire, tratando de relajarse. El miedo a que el alcohol hubiese arruinado cualquier asunto relacionado con su polla se esfumó cuando vio la alegría con la que se liberaba al bajarse los boxers. Coló una mano entre sus piernas y detuvo el movimiento, arrancándole una queja.

—Lubricante —susurró, envolviendo la mano despacio alrededor de su erección, esperando que Hinata hubiese sido más previsor. Giró la cara, sonrojado, sexy. Sólo llevaba la camisa y la corbata.

—En mi... pantalón.

—Buen chico —dijo Kageyama, sonriendo mientras sacaba el envoltorio plateado.

—No digas buen chico, pareces un actor de peli porno barata.

—¿Y qué digo? —preguntó Kageyama, abriendo el envoltorio y echando la mitad en sus dedos.

—Mi nombre —susurró, mirándole sobre el hombro—. Mi nombre al oído mientras me rompes.

Maldito. Pelirrojo. Satánico.

—¿Condones? —preguntó, casi sin habla, acariciándole la espalda. Hinata negó con la cabeza. Abrió la boca para quejarse y ya sabía qué iba a decir, siempre los compro yo Tobio, eres un desastre pero Kageyama tenía de todo en la Molly-Molly. Le puso la mano sobre la boca, impidiéndole hablar—. ¿Quieres sin...?

Hinata asintió como loco.

Fue intenso, rápido. Que no tuviesen condones no ayudó a que Kageyama durase. Húmedo. Hinata sólo necesitó cinco minutos y dos dedos para estar listo. Caliente. La mano izquierda manteniendo la camisa arriba, la derecha sujetándole la cadera para organizar el movimiento. Profundo. El ángulo era bueno, y Kageyama se dobló sobre su espalda para pasar la nariz por el atisbo de nebulosa de pecas genial, hasta la nuca rapada, mientras le follaba, lento las dos primeras embestidas, duro el resto, como Hinata lo pedía. Más- más fuerte -Tobio-ah-quécalienteestás- párteme.

Pronto se olvidó de la camisa y le abrazó con la izquierda para que su cara no chocase con la pared cada vez que empujaba contra él. No había más ruido que el de sus respiraciones y la humedad de sus cuerpos al encontrarse, con el lubricante escurriendo por los muslos. Le hizo girar y le levantó, y Hinata rió entre jadeos y dijo algo así como te vas a lesionar, pero Kageyama estaba borracho y excitado y si tenía que lesionarse pues mejor que fuese follándole como si le quedasen veinte minutos de vida -que si seguía hablándole al oído, serían cinco de sexo-. Hinata no podía hacer mucho en esa posición, pero sí aprovechó para susurrarle un millón de veces te quiero mientras Kageyama acababa con él y en él, mordiéndole el hombro con tanta fuerza que le arrancó un grito y lo que al día siguiente sería un morado.

—Tú —acertó a decir Kageyama, sin aire, sudando, acariciándole el pelo mientras Hinata cortaba trozos de papel higiénico y se limpiaba—. Tú no te has corrido.

—Pero estoy bien —le interrumpió, intentando ponerse la ropa sin manchar nada. Kageyama negó con la cabeza y deslizó una mano hacia abajo, entre sus piernas—. ¡Eh, no, tonto, que estoy bien! Vamos a la fiesta, luego seguimos.

—¿Seguro?

—Pues claro, Bakayama. ¿O crees que no me lo voy a cobrar? Hoy y mañana y pasado mañana y al otro. Tenemos que inaugurar el piso.

Se vistieron, pero Kageyama no estaba nada convencido de ese asunto. No quería ser el tío que deja a medias a su novio, se sentía moderadamente mal por ello. Hinata se puso frente a la puerta antes de salir, mirándole.

Oi, no te dejo salir antes de que cambies esa cara de culo.

—No tengo cara de culo.

—Claro que la tienes. Cámbiala. Pon la de antes. La de qué rico te sientes, Shoyo.

Lo dijo aplastándose el pelo con las manos, imitándole, incluso bajando un par de tonos la voz. Kageyama se sonrojó e intentó golpearle, pero Hinata le esquivó riendo y le mordió en el cuello.

—Eres un enano pelirrojo y pervertido —murmuró, con el calor subiéndole hasta las orejas. Hinata rió alegremente en su oído.

—Ya, pero mira. Llevamos corbata —dijo, tirando de la de Kageyama—. Así que vamos a celebrar nuestro reencuentro ahí fuera y espero que al menos uno de los dos termine la noche atado a la cama.

Sí, lo es.

Un pelirrojo demoníaco que me llevará al infierno.


Lo malo de las bodas de mediodía es que le crean a uno una sensación de irrealidad. Cuando se dispusieron a abandonar la sala de fiestas eran las nueve de la noche, acababa de anochecer y se sentía como si regresasen de un after a las diez de la mañana. Atsumu iba descalzo, porque decía que los zapatos le hacían heridas. Sakusa llevaba sus zapatos, y prácticamente a él, cogido de un brazo. La chaqueta de su traje ni se sabía dónde estaba, la cobrada que antes tenía en la cabeza ahora la llevaba de cinturón. Kiyoomi, sin embargo, se mantenía estoico, imperturbable en su apariencia de modelo de revista, con la camisa blanca, pulcra. No olía a sudor, sino a ese desorodorante masculino que usaban tantos chicos y que Hinata identificaba con los vestuarios y el vóley.

Si Atsumu estaba en un nivel diez de borrachera, Kageyama se había situado en un siete. Tal vez un ocho. Hinata no le sujetaba, pero podría haberlo hecho, porque iba dando tumbos. Por lo menos llevaba los zapatos puestos.

—Shoyo —dijo, con voz un poco pegotosa. Hinata rió y se dejó abrazar. Le estaba chupando una oreja—. No te vayas más.

—No me voy a ningún sitio.

—¿Vamos a cenar Nutella?

—Luego, Tobio. Hay que llegar al hotel.

—Quiero estar con Samu —sollozaba Atsumu, sentado en el medio del suelo, frente al salón de fiestas. Kiyoomi intercambió una mirada con Hinata. El asunto empezaba a irse de las manos—. Es mío. Es mi gemelo. Me lo han robado. Primero mi virginidad, luego el sofá y luego mi hermano. Las mujeres me odian.

Sakusa intentó razonar con él, pero era imposible. Empezó a llorar de verdad. Hinata pensó que se le podría partir el corazón si no dejaba de verse así, aunque fuese fruto de una borrachera, era realmente triste. Intentó ayudar con el consuelo, pero sólo lograron que se tumbase en el suelo y llorase con los ojos en el cielo. Kiyoomi suspiró.

—Puedo arrastrarlo —dijo en un susurro, serio, mirando a Hinata— ¿Podrás con Kageyama?

Kageyama estaba también mirando al cielo, hablando solo, a unos cinco metros.

—Intenta levantar a Tsumu. Creo que Kageyama puede desplazarse por sí mismo—. Se dirigió hacia donde estaba y empezó a explicarle la situación, esperando que su nivel de raciocinio fuese suficiente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Kageyama estaba más bien en un nueve. Sobre diez. Nunca le había visto alcanzar tales cuotas de borrachera—. Atsumu está en la mierda, sabes. Hay que sacarle de aquí y enchufarle urgentemente el directo de Los Ángeles de BTS.

Kageyama apartó los ojos del cielo y le miró directamente. Hinata sintió el escalofrío recorrerlo desde el último pelo de la cabeza hasta la uña del dedo pequeñito del pie.

Este chico es mi novio.
Esos ojos me miran a mí.

Le apartó un mechón pelirrojo y enredado y le sonrió. Así, suave, dulce. Habían follado en los baños, pero una sonrisa tierna de Kageyama valía por un millón de polvos salvajes.

Tal vez un millón no, pero sí cinco o seis.

—¡Atsumu! —gritó Kageyama, dejando a Hinata con sus pensamientos. Cogió a Kiyoomi de los hombros y le miró a los ojos—. Yo me encargo.

El yo me encargo fue una hora, una maldita hora. Hinata y Kiyoomi esperaron con la espalda apoyada en el lateral de la Molly-Molly mientras, a unos diez metros, en el suelo del aparcamiento, Atsumu y Kageyama hablaban en susurros. Atsumu era el que más cosas decía, y Kageyama parecía escucharle y contraargumentar. Era imposible apreciar nada.

—¿Crees que se puede tener una charla en ese estado? —preguntó Kiyoomi, contrariado. Hinata sonrió.

—Ellos sí —echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos—. Estoy molido.

—Quizás es mejor tirar hacia Inazawa. Apenas he bebido, y lo último fue hace tres horas.

—¿Estás seguro? Tenemos hotel aquí cerca. Podéis quedaros con nosotros, compartiremos habitación.

—Creo que Atsumu estará mejor en casa.

Hinata asintió.

—Bueno, pues vamos con vosotros. ¿Nos acercarcaríais al piso nuevo? No quiero que conduzcas con Atsumu durmiendo.

—¿Y tu coche?

—Hirakata está aquí al lado. Puedo venir el lunes en tren y recogerlo. Tampoco puedo conducir, yo sí he bebido.

Kiyoomi asintió. Un poco después, Kageyama y Atsumu se levantaron del suelo. Ninguno de los dos dijo nada. Abrazados por los hombros se acercaron hasta la Molly-Molly y Hinata abrió la puerta trasera para que pudiesen sentarse juntos. Iba a cerrarla cuando oyó una voz a lo lejos.

—¡Tsumu!—. Todos asomaron la cabeza, menos Atsumu. Era Osamu—. Tsumu, ¿se puede saber dónde mierda vas? ¡La abuela ha intentado enrollarse con Rin!

Atsumu asomó la cabeza. Los dos tenían el mismo gesto, aunque Atsumu estaba mucho más borracho.

—Samu —dijo, mirándole como en los telefilmes dramáticos.

Oi, no. No hagas eso.

—Samu.

—Tsumu, que te digo que no.

—¿Y qué pasa con...?

—Eso tampoco.

—Pero.

—Bueno. Mañana hablamos del resto.

Hinata parpadeó intentando entender algo. ¿Qué estaban diciendo? ¿En serio estaban conversando?

—Telepatía gemelar —susurró Kageyama en su oído, tirando de él hacia dentro de la Molly-Molly—. Sakusa-san, conduce tú. Quiero enrollarme con Shoyo.

—Por Dios —gimió Osamu, cerrándoles la puerta de la Molly en las narices, asqueado. Atsumu salió por la otra puerta y también cerró. Hinata se zafó de las manos de Kageyama y se asomó a la ventanilla. Quería ver el desenlace.

—Shoyo, quiero que me hagas lo de-

Shh, calla —le cortó, tapándole la boca con la mano.

Sin embargo, fuera no había palabras. Kiyoomi se sentó al volante mientras Atsumu abrazaba a su hermano. Si dijeron algo más, fue telepáticamente.

El camino de vuelta a Aichi se hizo corto. Al final Kageyama y Atsumu fueron atrás, dormidos, cabeza contra cabeza, roncando. Hinata fue de copiloto dando conversación a Kiyoomi para que no se durmiese las dos horas y pico de viaje.

—¿Has sabido algo más de Quién-tu-sabes? —preguntó Kiyoomi, ya cerca de Chiryu.

—Bueno. Sí —Hinata miró un poco hacia atrás, donde Kageyama y Atsumu dormían—. A veces me manda mensajes.

—¿No se lo has dicho a Kageyama?

—Sí, lo sabe. Solo que... Al principio le reenviaba todos, pero me di cuenta de que le afectaba mucho. Se pasaba días mal, enfadado, triste. Ahora le reenvío solo algunos. Son todos parecidos, sabes. Demasiado abstractos para que la policía haga nada, pero son Quien-tú-sabes todo el tiempo.

—Se acabará cansando.

—No creo —murmuró Hinata, mirando por la ventanilla—. Las personas como él si encuentran una puerta, la queman.

Kiyoomi no le había entendido, por supuesto, pero tuvo la delicadeza de no preguntar nada. Hinata no estaba triste, ni siquiera preocupado. No iba a dejar que ese tío empañase la felicidad del momento. Estaba en casa, iba a vivir -aunque fuese de viernes a domingo- con Tobio y jugaría con las panteras. En la V-League, cuando hace dos años no podía ni levantarse solo de la cama del hospital.

Era un sueño y lo más importante, no se acababa así. Porque quedaban otros pasos. Porque todavía no estaban en lo más alto.

Llegaron cerca de las doce. Intentó que Kiyoomi y Atsumu se quedasen a dormir, tenían dos dormitorios según había dicho Kageyama, pero prefirieron volver a su apartamento. También fue difícil arrebatar a Kageyama las llaves de su bolsillo. Cuando lo consiguió y abrió, Hinata se encontró con un piso pequeño, acogedor, con unas ventanas enormes por las que se colaba la luz de la luna.

—Sor-pre-sa —murmuró Kageyama, apoyado en el marco de la puerta, a su lado. Hinata le miró. Estaba sonriendo, y estiró una mano para acariciarle los rizos, despacio, dulce. Hinata rió y tiró de su brazo hacia dentro, cerrando la puerta—. Qué piensas.

Woa —dijo. En verdad faltaban muebles, prácticamente todos. Había un sofá con estampado propio de otro milenio, una balda de madera en una pared que necesitaba urgentemente una mano de pintura, y una mesa rosa con estrellitas de purpurina en el medio de todo—. ¿Esa mesa no es de Natsu?

—Se puso muy pesada —dijo Kageyama, abrazándole por detrás, más bien apoyándose. Arrastraba las palabras, despacio—. Dijo que quería algo suyo aquí.

—Muy poco gay, gracias Natsu —rió Hinata, pasando la mano por la mesa. Se moría de ganas de estrujar a su madre y a su hermana, y esperaba poder ir a Miyagi al día siguiente, si Kageyama no estaba luchando por sobrevivir a una resaca criminal. Sintió que le empujaba contra la mesa y antes de poder darse cuenta, estaba sentado en ella—. Oi, este es el escritorio de mi hermana.

—¿Y? —preguntó Kageyama, demasiado borracho para poder desabrochar los botones de su camisa, así que optó por la vía rápida, tirando. Hinata rió, dándole un manotazo.

—Mañana no te va a parecer tan genial, esa camisa te costó una pasta. Estuviste rayándome tres días.

—Terraza —murmuró, mordiéndole en el cuello. Sólo había arrancado tres botones y de la camisa y Hinata aprovechó para echar un vistazo. Tan sexy como de costumbre.

¿No quieres ir al dormitorio?

—No. Terraza.

—Vale. Venga, llévame a la terraza —dijo, riéndose. Kageyama le cogió de la mano y le condujo, dando unos cuantos tumbos, hasta la terraza. Antes de llegar se detuvo y le empujó contra la pared, a unos centímetros de la balda. Le cogió la cara con una mano, haciéndole alzar la barbilla y le besó suave, sin lengua, acariciándole la mandíbula y el pelo. Hinata pasó de sólido a líquido, hirviendo, dejando que sus labios borrasen cualquier huella que hubiese dejado la distancia—. Hola, Shoyo.

—Hola, Tobio.

Volvió a besarle, y después intentó hacer lo mismo con los botones de su camisa, pero Hinata le apartó entre risas, negando con la cabeza..

—¡No! Esta camisa es súper vintage, quita tus zarpas de mí.

—Con estas zarpas —dijo Kageyama, totalmente borracho, enseñándole las manos— voy a colocarte una bola.

—Espero que estés hablando de vóley —dijo Hinata, sonrojado, riéndose. Kageyama no se reía. Estaba cerca, muy cerca, y le miraba con unos ojos azules serenos e intimidantes. Kageyama hizo un movimiento con las manos simulando la forma de una pelota, y Hinata llenó los mofletes para no soltar una carcajada, porque igual en su borrachera aquello era algo importante.

—Voy a colocarte una bola —repitió, señalándole con el dedo.

—¿Sólo una?

—Una. Mírame bien —dijo Kageyama, enseñándole el dedo índice, muy cerca de su cara—. Una. A ti. No sé cuando, pero sé que voy a colocártela. Con esa bola marcarás el punto que nos dará la copa del mundo —se alejó un poco de él hasta ponerse junto a la balda del salón—. Aquí. Colgué este estante para que pongamos la copa del mundo. Tiene su sitio. ¿Ves? Aquí.

Hinata tenía los ojos llenos de lágrimas. Le abrazó por la cintura y le besó, y después pasó los dedos por la balda vacía.

—Vamos a verla juntos —dijo, y le dio un beso en la mejilla—. La vista desde la cima.

Kageyama le besó y le condujo hasta la terraza, y Hinata dejó que sus brazos le envolviesen, cálidos, apretándole demasiado hasta que sus costillas crujieron, deshaciéndole de la ropa y cuánto te he extrañado, este lunar, tu olor, y el trote de sus corazones, otra vez en minus tempo, se escuchó en la cara oculta de la luna.


2 años y dos meses después. Junio.

—¡Corre, abre la puerta!

—¿No ves que tengo las manos llenas de mierda?

—No me lo recuerdes, Dios. Aleja de mí esa bomba vírica.

Kageyama cambió el peso de una pierna a otra. La puerta estaba cerrada, pero se les oía discutir desde fuera. Cuando Atsumu abrió, estaba sosteniendo a Sasuke en una cadera. No llevaba pañal, tenía la cara llena de mocos y olía como la muerte. Junto a ellos, moviendo el rabo con alegría, apareció Naruto. Hinata entró dando saltos y abrazó primero al perro y luego a los humanos, ajeno a la inmundicia generalizada, mientras Kageyama arrugaba la nariz intentando reducir la carga olorosa.

—¡Tsumi! —exclamó Shoyo, besando la cara del niño.

—Huele a mierda —anunció Kageyama, señalando al bebé—. Y está sucio.

Atsumu torció el gesto.

—Ya lo sé, se ha cagado, se caga todo el tiempo, es un puto pozo sin fondo y Omi no para de limpiar y fregar y creo que me va a dar una de esas sensibilidades químicas con tanto olor a lejía.

—¿Cuándo vuelven Samu y Rocío? —preguntó Hinata, tendiendo los brazos para que le pasase el bebé. Atsumu se lo entregó, aliviado.

Supuestamente mañana. Tenemos comida familiar en Kobe, y dice que tiene que darnos una noticia. Como haya vuelto a preñar a la española te juro le hago una vasectomía mientras duerme para que deje de reproducirse.

—¡Me voy, Atsumu! —gritaba Kiyoomi desde los baños— ¡Como tengas más sobrinos te juro que te vas a la mierda!

—¡Que te jodan, Omi, yo no tengo la culpa!

—¡Claro que la tienes! —Kiyoomi volvió del baño. Estaba sudando, llevaba un traje EPI de plástico, mascarilla FFP2 y guantes de látex, y sostenía un bote de desinfectante especial. Señaló a Atsumu con el dedo—. Todo por esa estúpida competición a ver quién es más feliz.

Kiyoomi tenía razon. Un mes después de la boda de Osamu, Atsumu le dijo a Kiyoomi que sólo podría ser feliz si adoptaban un perrito. El amor de Sakusa debía ser realmente grande, porque aceptó. Juró y perjuró que adoptarían un perro de pelo corto, un pintcher enano de cinco kilos que no diese problemas ni ensuciase ni ladrase ni fuese demasiado canino, pero Atsumu le llevó a la perrera de la prefectura y acabaron adoptando un cruce de perro lobo checoslovaco de treinta kilos, porque le puso ojitos y además ellos eran los Wolfdogs de Nagoya así que era una señal. Naruto dejaba pelos por todas partes, intentaba fornicar con la pierna de todas las visitas -especialmente con la de Shoyo, al que tenía adoración- y, según el relato de Kiyoomi, incluso le había sorprendido frotándose contra un cojín del kotatsu.

Atsumu estaba convencido de que la llegada de Naruto fue lo que motivó a Osamu y Rocío a tener un bebé. "Samu quiere ser más feliz, pero no lo va a conseguir, yo voy a ganar en felicidad". El niño tenía ahora un año y cuatro meses, y sus padres habían tenido que volar a Hokkaido por un asunto urgente de negocios que hacía difícil llevarle. Rocío había dejado la nevera llena de biberones de leche materna, porque no quería que su hijo tomase de fórmula y Kiyoomi cuando vio todo aquello se fue directo a la tienda de suministros sanitarios a pedir, por favor, que le vendiesen un equipo de protección apto para ambientes infecciosos.

El bebé se llamaba Atsumu. Eso había sido un golpe bajo, y el Atsumu adulto les maldijo porque él era el único y genuino Atsumu de la familia Miya, engendrado en una playa con su nombre, pero en verdad estaba jodidamente enamorado de su sobrino. No engañaba a nadie. Sin embargo, sólo para fastidiar a su hermano y a su cuñada, le había apodado Sasuke. Eso también era útil para distinguirles. En todo caso, ya le tenía preparada una pelota de voley para cuando aprendiese a mantenerse senteado.

Hinata se sentó en el sofá, con Sasuke en brazos, y sintonizó Televóley. La retransmisión empezaría en cinco minutos. Atsumu intentó sentarse en el brazo del sofá, pero Kiyoomi le dio un golpe en plan látigo-cepa con un trapo.

—¡Cámbiate de camiseta! ¡El agente infeccioso te vomitó encima!

—¡No llames agente infeccioso a Sasuke!

—¡Callaos! —gritó Kageyama, golpeando el sofá, conectando Skype en los dos portátiles. En un instante estaban en una pantalla Bokuto, Kuroo y Tsukishima y en otra, Hoshiumi, Ushijima y Komori.

—¡Kiyoomi! ¿Dónde está mi primo? —preguntó, asomándose más.

—Esto es tu jodido primo —respondió Atsumu, arrastrando a Kiyoomi frente a la cámara.

—Santa mierda. ¿Tan mal está la cosa? —preguntó Komori, alarmado. Kiyoomi abrió la boca para contestar y Sasuke vomitó en propulsión a chorro, encima de Hinata y Kageyama, que maldijo a todos los Miya hasta siete generaciones. Kiyoomi empezó a rociar producto desinfectante por todas partes mientras Tsukishima abandonaba la pantalla con cara de asco extremo.

Dos minutos después, con Sasuke enchufado a un biberón en manos de Hinata, Atsumu con una camiseta limpia y Kageyama en calzoncillos huyendo del vómito, el Comité seleccionador apareció en directo. El presidente se levantó, hizo una reverencia sutil, carraspeó y leyó la lista de los seleccionados como titulares para el último partido del mundial de vóley, la final, que se jugaba en dos semanas.

Todos los conectados estaban en la plantilla de la Selección japonesa, aunque había muchos más. Oikawa-san, Nishinoya, Iwaizumi, entre otros. Todos eran potenciales seleccionados.

—Sakusa Kiyoomi.

Atsumu gritó de emoción, pese a los shhh de todos. Cogió a Kiyoomi de la cintura, envuelto en kilos de plástico, y le levantó, besando su pelo, la única parte de su cuerpo no protegida.

—No podré jugar. Habré muerto de tifus —dijo, dejándose aplastar por Atsumu. Naruto saltaba sobre ellos, poniendo sus gigantescas patas sobre la espalda de Kiyoomi.

—Ushijima Wakatoshi —aplausos en la pantalla—. Nishinoya Yu.

—¡Nishinoya-san! —gritaron Kageyama y Hinata al mismo tiempo, aunque no estaba conectado para poder verle. El móvil de Kageyama vibraba sin parar, debían ser mil millones de mensajes en el grupo de los ex Karasuno.

—Tsukishima Kei.

—¡Kei! ¡Que te han elegido! —gritó Kuroo, girándose hacia atrás.

—Bokuto Kotaro —más aplausos. Tensión.

Solo quedaban dos nombres, aunque el resto estarían convocados. Hinata extendió la mano sobre el sofá y Kageyama, sin mirarle, la sujetó, entrelazando sus dedos.

—Hinata Shoyo.

—¿Ves? —susurró Kageyama, se giró hacia él y le cogió de la cara, besándole dulce, con lengua, ante la atenta mirada de Sasuke y los aullidos de todos los que les veían por la webcam.

—Por eso no quería volver —dijo Tsukishima, asqueado, volviendo a marcharse.

—¡Tobio, que estoy emitiendo en Tiktok! —gritó Hinata, apartándose, sonrojado, señalando su móvil apoyado sobre la mesa. Kageyama miró hacia abajo. Estaba en calzoncillos.

—¡Idiota, enano! —gritó, huyendo de la cámara tirándose al suelo.

Mientras huía, dijeron el último nombre.

—Kageyama Tobio.

Era oficial.

Jugarían la final del mundo en New York, en dos semanas, contra la selección estadounidense.
En la televisión se enmarcaban los jugadores de los dos equipos y allí, en último lugar, en grande, el rematador por la izquierda de los americanos, el jugador más joven en conseguir el título a mejor as del mundo: Daniel Buckley.

Después de tres años se reencontrarían en la pista.


Notas

La segunda parte del capítulo no es tan larga, pero lo corté por aquí porque me pareció el mejor punto. Aunque podía haber cortado después de la boda, de esta manera me gustaba más.

En serio, perdonad mi incapacidad de planificación. Os juro que ya está, ha terminado, no estoy alargándolo, es que no sé calcular extensiones y cuando corrijo añado 50 escenas. Perdonadme y gracias por leerme, os amo intensamente.

Un abrazo especialmente grande si hay alguien que me lee desde Colombia.