CAPÍTULO 36

LA NUEVA VIDA DE UNA HONESTA VILLANA

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Nicolette Rothschild hizo su presentación durante una fiesta efectuada en palacio.

El palacio real nunca perdía oportunidad para realizar eventos e invitar a cada noble de la aristocracia en el imperio. Una noche del tercer mes, durante el año 1242 de la Primera Bendición, la elegante figura de una mujer cuyo lacio cabello estaba arreglado en un hermoso arreglo y un vestido azul que envolvía bellamente su figura, atrajo la atención de cada invitado, mucho más de la propia prometida del príncipe heredero, quien en ese instante gozaba de la popularidad y las miradas de todos los invitados.

Nunca antes Evelyn Herschel pasó a ser el segundo plano para todos. Con sus extravagantes pero reveladores atuendos, atrapaba las miradas lujuriosas de los hombres y la envidia de las mujeres. Eso estaba bien. Necesitaba ser el centro de atención, siempre. Era lo que su madre le repetía. Si pasaba desapercibida, jamás atraería la riqueza y el poder.

En el fondo, Evelyn lo odiaba.

En el fondo, Evelyn se sintió parcialmente aliviada de que las miradas pasaran a la desconocida recién llegada.

Pero cuando vio que una de esas miradas era la de Bertrand, entró en pánico.

Porque perder a Bertrand era perderlo todo.

Porque perder a Bertrand era demostrarle a su madre que era una fracasada.

Perder a Bertrand le demostraría a sus padres que no era capaz de lograr sujetar la correa del perro más fuerte con sus propias manos.

Y la única manera de demostrar su pánico era a través del enojo. De la ira. No sabía reaccionar de otra forma. No podía, por más que lo intentaba.

Así que fue la primera en acercarse a Nicolette esa noche, ocultando su pánico, ocultando su enojo, ocultando cuán molesta era ella por atraer la atención de Bertrand. Parecía una noble que había pasado mucho tiempo en el extranjero, debido a que resultaba claro que todos eran desconocidos para ella. Dado que nunca antes asistió a una de las fiestas, no tenía cercanía con ningún noble presente, en especial jovencitas de su edad.

Evelyn llegó a ella, efectuando una inclinación.

—Bendiciones, lady Rothschild. Permítame presentarme. Soy Evelyn Herschel, la hija del conde Herschel y la prometida del príncipe Bertrand.

Nicolette demoró un segundo en reaccionar.

—Mis disculpas, excelencia. Bendiciones a la futura luna del imperio. Soy Nicolette Rothschild, es un honor conocerla.

Elegante, delicada, sin ser excesiva. Cada gesto de Nicolette era controlado y educado. No que dudara que recibiera lecciones fuera del imperio, sin embargo había esperado que fueran un poco toscos, un poco anticuados. Eso sin mencionar que su voz era dulce, aguda. Evelyn se jactaba de que incluso su propia voz era capaz de tentar la más ligera lujuria en los hombres con solo saludarlos. Con suerte, Nicolette solo los alentaría a sostenerla en brazos para protegerla...

Aburrida.

Sosa.

¿Era solo por la adorable belleza de sus rasgos lo que les llamaba la atención a todos? Ridículo.

—Jamás me había topado antes con lady Rothschild.

—He permanecido un tiempo en el extranjero, viajando entre Bromstung y Dovelush. —Su sonrisa era bonita, lo sería más si sus dos dientes frontales no fueran tan grandes. A Evelyn le recordó a una rata.

Una bonita rata con un lazo azul en su pelaje negro, tratando de atraer para sí la atención del gato. Y este juego que llevaba con Bertrand solo permitía dos jugadores, no tres.

Notó por el rabillo del ojo que un sirviente se acercaba con una bandeja de copas, y sonrió sutilmente.

—Pues, en ese caso, como futura princesa, es mi deber darle la bienvenida al imperio. —Su sonrisa se amplió, el sirviente estaba cerca, y ella abrió los brazos en una fingida reverencia—. Que la bendición de Vita y Naturae se derrame sobre usted.

Al abrir los brazos, con el sirviente cerca de ellas, usó fuerza para golpear los brazos que sujetaban la bandeja. El joven perdió el equilibrio de las copas, causando que éstas se derramaran y el contenido se esparciera al suelo, cayendo a su vez en la falda del vestido de Nicolette. El sutil vino manchó la tela, horrorizando a los presentes, pero en especial a Nicolette.

—¡Oh, dios mío! ¡Cuánto lo siento! —Evelyn, que había retrocedido, se cubrió la boca con sus manos.

Nicolette observaba con espanto la tela estropeada de su vestido, totalmente insalvable. El sirviente no dejaba de dar disculpas, algunas cuantas personas se acercaron extendiendo sus pañuelos con el fin de esperar secar la mancha, pero era inútil.

Evelyn, quien para entonces fingía llorar, lágrimas débiles en sus mejillas, se acercó una vez más a Nicolette.

—Lady Rothschild, le pido mis más sinceras disculpas. ¡Mi torpeza arruinó su vestido!

—Es... Su Alteza, está bien, h-ha sido un accidente —tartamudeó Nicolette, el contenerse y mantener la calma costándole una barbaridad.

El hecho de que no echara el llanto irritó un poco a Evelyn, no obstante continuó su farsa disculpa hasta que Nicolette se excusó, acompañada de otras damas, para cambiarse el vestido. El desastre fue limpiado, Nicolette y su debut arruinado siendo la comidilla durante la próxima hora en el baile. Una mano tomó el codo de Evelyn, girándola y llevándola a un balcón privado.

Era Bertrand.

—¿Quieres explicarme qué demonios pasó hace un momento?

Los ojos castaños de Evelyn brillaron hacia él. Finalmente la estaba mirando de nuevo.

—Solo un pequeño accidente. —Dio un paso más cerca del hombre—. Un sirviente torpe se tropezó y derramó las bebidas sobre una chica. Mi amado príncipe, dentro de poco habrá una cuadrilla. ¿Le gustaría participar?

Pero Bertrand no cayó en su juego.

—Evelyn, si intentas hacer otro escándalo, ordenaré que te envíen de regreso a tu palacio —gruñó con molestia, los dientes apretados al tiempo que contenía las ganas de zarandearla—. ¿Me has entendido? No pienso permitir que arruines este baile con otras de tus malditas escenas infantiles.

—¿Quién está haciendo una escena infantil? —Las mejillas de la mujer se tiñeron de rojo, evidenciando su enfado—. ¡¿Por qué me culpas a mí y no al imbécil de ese sirviente?! ¡Yo no fui quien derramó la copa!

—¿Debería creerte? Justo antes de que pueda presentarme adecuadamente, te adelantas y causas una escena. ¿No es demasiada coincidencia?

—¡Que calumnia! Como dijiste, me adelanté a darle la bienvenida. Un estúpido sirviente se tropezó y manchó de vino su vestido. —Se cruzó de brazos, apretando un poco con el fin de que sus senos se vieran más grandes y la vista de Bertrand cayera en ellos, distrayéndolo. No funcionó—. Conmigo o sin mí, estoy segura de que hubiera pasado de todas maneras. ¡Deja de culparme por las estupideces de los demás!

—Como si pudiera creer que eres inocente de este incidente. —Bertrand le dio una mirada de disgusto en cambio, retrocediendo un paso—. Una situación más, y te enviaré a tu palacio sin hacer preguntas primero. Es mi advertencia.

Bertrand ni siquiera esperó que respondiera. La dejó ahí, sola, en el balcón con la suave aunque fría brisa golpeando sus hombros desnudos. Evelyn pateó el suelo, en un arrebato, gruñendo de frustración. Él ni siquiera hizo caso a su petición. Y en lo que restó la noche, tampoco bailó con ella.

Bailó con Nicolette, quien se había cambiado el vestido una hora después.

Esa noche arruinada, fue la primera vez que Evelyn Herschel conoció a Nicolette. Y fue la primera noche de muchas que se vieron arruinadas de la misma forma desde que esa mujer entró en su vida perfectamente planeada.

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La figura de Deckard se presentó en el jardín, en sus brazos cargaba el cuerpo sin vida de Evelyn. Con apenas algo de cuidado, dejó el cuerpo en el suelo, pasando sobre el mismo para dirigirse a los sirvientes, a Raynor, a Eciar, quienes estaban ahí. Para Deckard, habían transcurrido cuatro horas desde que se llevó a Evelyn; para ellos, apenas pasaron unos cinco minutos.

El caos explotó con el primer grito de una de las sirvientas.

—¡Evelyn! —Eciar no dudó en dejarse caer al lado del cuerpo de la mujer.

Un cuerpo hecho un desastre, con solo el rostro reconocible. La mayor parte del cabello antes rubio era ahora marrón debido a la sangre seca, el vestido rojo se volvió harapos que apenas cubrían el destrozado cuerpo femenino. Cortes en abundancia recorrían el torso, piel quemada en los brazos, la espalda y piernas, una avanzada putrefacción comenzaba desde el hombro derecho a su clavícula.

Para Raynor y los demás que evitaban ver el cadáver de Evelyn, sus miradas estaban enfocadas en Deckard. El aura mágica que exudaba de sus poros era intenso, aplastante, parecía quitarles el aire a pesar de la brisa que azotaba el jardín pero que levantaba a su vez el penetrante olor metálico de la sangre y el nauseabundo de la muerte.

Tener ante ellos esta imagen del Maestro de la Torre era cuanto menos escalofriante, puesto que el humor de Deckard no había disminuido, ni la oscuridad en su mirada o la sangre que manchaba sus manos y prendas.

—Recoge la basura. ¿A dónde han llevado a Nicolette? —exigió a Raynor.

Le tomó unos segundos al segundo príncipe responder. Íntimamente, no conocía a Deckard, sin embargo desde que entró como discípulo en la torre de magia, desde que fue declarado de manera oficial como mago y comenzó a servir para la torre, nunca antes había presenciado este estado en Deckard. Era como si solo hubiese ira, odio y venganza en su ser.

Este era un Deckard que no podía reconocer en lo absoluto.

—Evelyn... ¡Evelyn! —Eciar no dejaba de clamar su nombre, el llanto atascado en su garganta hasta que por fin escapó con un grito desgarrador que estremeció a las sirvientas.

Raynor estaba controlándose a duras penas, pues se conocía lo suficiente para saber que si sus ojos claros se dirigían por un minuto más hacia Evelyn, sin lugar a dudas colapsaría. ¿Cómo? ¿Cómo esto pudo ocurrir? Para su sorpresa, no importaban las pruebas contundentes, él creía con fervor que Evelyn no envenenaría a Nicolette. Sin embargo, los incidentes que han venido ocurriendo, todos provocados por Evelyn hacia Nicolette, y los abusos además hacia sus propias sirvientas, todo servía para imponer una imagen de despiadada en Evelyn. Nadie le creería, nadie abogaría por ella, salvo quizá Eciar, la cual cuya opinión, dicho sea de paso, no valía nada.

A pesar de ir en contra, se atrevió a dar un paso para interponerse en el camino de Deckard.

—Maestro Deckard, si me lo permite, necesito exponer mi opinión. Esto... —Su mano temblorosa se dirigió al cuerpo sin vida tras el gran mago— esto es... es demasiado. Maestro, usted siempre ha dicho que solo Vita es el único capaz de dar y quitar la vida.

—Así es, y yo solo exterminé una plaga. ¿Llamas a esto vida?

Raynor pareció a punto de retroceder un paso, no obstante, se mostró firme.

—¡Aun así! Sentenciarla a muerte, dejarse llevar por la ira y... ejecutarla de esta manera tan vil e inhumana... —Raynor tuvo problemas para encontrar más palabras un segundo—. Maestro, esto no—

—¡Maldito bastardo! —El grito de Eciar interrumpió a Raynor. Levantó su cuerpo, las piernas inestables, pero tuvo la suficiente fuerza de voluntad para sacar una daga de su cinturón y arremeter hacia Deckard, el dolor, la furia y el deseo de venganza; la tristeza, el enojo y la desesperación, todas esas emociones brillando en sus ojos—. ¡Voy a matarte, escoria de...!

Antes de que siquiera la punta de la daga tocada la tela de la túnica, la figura de Deckard se desvaneció, reapareciendo un milisegundo después tras Eciar y sostuvo su cuello desde su espalda.

—Insecto —escupió con desprecio, elevando a Eciar, sus pies se sacudían al tiempo que el rostro se volvía rojo, luego morado.

—¡Maestro! —Raynor trató de detenerle. Deckard lo sostenía desde la nuca, pero la magia partía desde sus dedos y penetraba a través de la piel de Eciar, cerrando sus vías respiratorias. Si no lo detenía ahora, desintegraría los pulmones de Eciar hasta volverlos polvo desde el interior—. ¡Maestro, deténgase ahora!

—Un pedazo de mierda cansado de vivir, ¿por qué debería parar? —Su tono fue frío, algunas sirvientas eran incapaces de huir, congeladas por el terror, el pánico en sus cuerpos, otra se había desmayado—. Míralo, suplicando que acabe con él, que extraiga quizá hasta la última gota de su sangre y haga una pintura con ella, o quizá que esparza sus restos por el bosque negro, que sea alimento de las quimeras oscuras. —Su mano se apretó, arrancando un gemido desesperado de aire de Eciar—. ¿Qué piensas, que tú y esa perra se vuelvan alimento de alimañas?

—¡Deckard, acaba con esto ya! —gritó Raynor, en su límite.

Fastidiado de tanta interrupción, Deckard dejó caer con descuido el cuerpo de Eciar. Se atrevió a pasar sobre él, pisando en el proceso su brazo y quebrando un hueso. Eciar dio un grito ahogado, con Raynor cayendo a su lado para usar la magia, curando la herida.

Deckard no dio una mirada a su espalda, ni Raynor preguntó a dónde iría. Era innecesario. Se marchaba para asegurarse de que Nicolette estaba a salvo.

—Tonto... Imprudente. —La voz baja de Raynor comenzó a regañar a Eciar, su brazo entumecido debido a la magia. Probablemente también tenía daño interno, pero Raynor no estaba muy instruido por completo en ese tipo de magia—. ¿Por qué lo atacaste de esa forma?

—Evelyn... Evelyn... —Gruesas lágrimas caían por el rostro de Eciar, sin que Raynor supiera si eran de dolor o ira—. Él asesinó a Evelyn...

Raynor apretó los dientes. Dos dedos en la frente de Eciar y fue puesto en un estado de inconsciencia. No iba a poder lidiar con todo si sumaba a Eciar a la ecuación. Tomando el mayor esfuerzo, el mayor dolor de sí, su atención se dirigió a Evelyn. Una agónica impotencia se sumó al cúmulo de emociones que traía en su interior desde que Deckard apareció con su cuerpo sin vida.

Con pesadez, avanzó, sus manos temblaban cuando se agachó para tomarla en brazos.

—Perdóname... Evelyn, lo siento mucho. —Era incapaz de dar una mirada a sus heridas, enfocándose en el rostro que, aunque con rasguños y manchas de sangre, había permanecido casi intacto—. Lo siento mucho.

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Cinco meses han transcurrido. El aire que se respiraba en Menevras llevaba consigo un deje de paz. Para la mayoría de los corazones en el imperio, era como si la sombra de la presencia de Evelyn Herschel nunca hubiera cubierto la luz de sus vidas.

Aquellas jovencitas que intimidó la olvidaron, aquellas sirvientas que abusó sonreían felices, Nicolette que fue su víctima más grave ahora era nombrada como la prometida del príncipe heredero y la futura princesa del imperio. La familia Herschel, debido al escándalo que trajo consigo las locuras y desgracias de su hija, no tuvo la cara para permanecer en el imperio y acabaron marchándose del mismo hace mucho. Ahora, la comidilla era la familia del barón Rothschild, pues se decía que pronto recibirían un nuevo título nobiliario que los llevaría a ascender en la escala de la aristocracia con motivo del compromiso entre su joven hija y el príncipe heredero.

Eciar había desaparecido hace mucho tiempo. Raynor no supo de él una vez enterró a Evelyn. Tampoco tenía la cabeza, el ánimo en sí, para averiguarlo. Mucho menos podía sentirse feliz, por más que lo deseaba, hacia su hermano. Desde la muerte de Evelyn, se estableció un trato frío, distante, entre su hermano y él, así como entre Deckard y él mismo. Estar en la misma habitación que su hermano y Deckard nunca antes se sintió tan asfixiante. Empeoraba si Nicolette estaba presente.

Todo había cambiado.

Deckard sentía algo similar, una vez escuchó que Nicolette sería comprometida a Bertrand. Tuvo que admitir que una parte de él tuvo la esperanza de que le pertenecería el corazón de la chica, que luego de haberla librado de aquella que volvía su vida un infierno, Nicolette iría a sus brazos, agradecida, y derramaría en él los sentimientos que tenía hacia él.

Sí derramó sus sentimientos, pero hacia Bertrand, destrozando su corazón por completo.

Lo peor es que, si bien todavía la quería, era incapaz de negarle la entrada a los terrenos de la torre negra por mucho que su presencia, acompañada por el centellante anillo en su mano que la proclamaba como la futura princesa del imperio, dolía.

—Bendiciones a la futura luna del imperio. —Deckard se inclinó hacia ella. Jamás, en ningún momento, se atrevía a inclinarse ante un miembro de la realeza, pero era imposible si se trataba de Nicolette—. Me siento alegre de que haya venido a verme.

Nicolette sonrió.

—Deckard, puedes dejar las formalidades. No tienes que ser tan regio. —Dio un paso, su mano se estiró y logró alcanzar la mejilla del hombre—. Siempre vendré a verte.

Deckard tomó la delicada mano, cubriéndola con la suya y así mantenerla contra su piel.

—Desearía más que estuvieras de forma permanente aquí. —Su intensa mirada la atravesó—. Desearía más que me hubieras escogido —acabó susurrando.

Con un suspiro, Nicolette negó, y logró zafar su mano.

—Amo a Bertrand, lo sabes. Yo... lo lamento tanto. Quisiera poder tenerte a mi lado, conservar tu cariño como amistad. Eres importante para mí, después de tu apoyo y... Te debo mi vida.

El hombre apretó los dientes, su interior nada satisfecho con eso. Su corazón no soportaba un puesto de amistad, no soportaría verla del brazo de otro, un sentimiento amargo se filtró en su pecho, una acidez envolviendo su corazón ante la idea.

—¿A qué debo tu visita?

—Solo pretendo saber cómo estás, y también tomar un par de consejos tuyos. —Ella sonrió, sus emociones cambiando, el anterior tema olvidado tan rápido—. ¿Se puede?

Le desconcertó lo fácil que era para Nicolette desechar su deseo, su esperanza a sembrar algo de culpa, de duda y que ella pudiera escogerlo. Le desconcertó que no le diera importancia, pero optó hacer lo mismo y enfocarse en su petición.

—¿De qué se trata?

—Ahora que he sido nombrada futura princesa, consideré que habrá futuros peligros hacia mí. Si tuviera magia, podría defenderme a mí misma, así que se me plantó la cuestión de si existe algún método para cosechar magia propia. —Los ojos brillantes de Nicolette, azules como un cielo despejado, se fijaron en la mirada de Deckard—. ¿Es posible? ¿Es posible para mí obtener magia? Creo que podrías hacerlo, ¿cierto? Eres el mago ancestral, el más poderoso de—

—No.

En medio de su diatriba, haciendo un giro sobre sus pies que esperaba la pintara encantadora, la corta pero rápida negativa la interrumpió. Nicolette sintió como un balde de agua helada fuera tirado sobre su cabeza.

—¿Disculpa?

Deckard se cruzó de brazos, y aunque intentaba ocultarlo, ella fácilmente pudo ver la mirada que le dirigió y que claramente decía: "¿Acaso eres estúpida?". La sonrisa de Nicolette se esfumó.

—Solo Vita puede conceder la magia. ¿Por qué piensas que yo, que alguien más, que en realidad se puede obtener de otras formas? —Bufó como si la simple idea le divirtiera—. La única forma en la que puedes obtener magia es naciendo de nuevo. Y eso solo te daría una posibilidad de una entre cien.

Nicolette aferró en un puño la tela de su falda.

—Pero eres el mago más poderoso, dicen que tu nivel de maná podría incluso superar al del antiguo mago ancestral, ¡igualar al del propio Vita! —insistió ella, y no supo por qué a Deckard le pareció captar un ligero tono de desespero en su voz.

—Si tan preocupada estás de salir herida por culpa de ese título real, ¿por qué no renuncias a él? Nicolette, yo mismo podría protegerte. —Deckard dio un paso adelante hacia ella—. Yo puedo protegerte de todo, solo deja a ese príncipe imbécil. Quédate conmigo.

Ella retrocedió, luciendo casi ofendida.

—¿Cómo podría? ¿Y vivir en esta torre toda mi vida? —Nicolette comenzó a caminar de un lado a otro—. No puedes pedirme eso, me marchitaría como una flor que es arrancada del jardín. —Ella ni siquiera prestó atención al efecto que tuvo sus palabras en el mago. Continuó hablando—. Tiene que haber una forma, deberías encontrar una manera de que yo pueda hacer algo, ¡por muy mínima que sea!

Para entonces, el nivel de paciencia de Deckard, que por lo general siempre era bastante alto con ella, estaba decayendo súbitamente.

—No la hay, y si tanto deseas entonces quedarte con el príncipe heredero, pídele a él que te encuentre algo de magia. Aunque conociendo el poco cerebro que tiene, dudo que entienda siquiera lo básico del maná. —Deckard gruñó, sus brazos cruzados frente a su pecho—. Solo Vita puede conceder un núcleo de maná, como dios de la vida y la magia. Es una ley absoluta que todo mago competente sabe.

—Esto... ¡Eso no puede—!

—Estar con Bertrand te ha vuelto idiota —escupió Deckard.

Todo el cuerpo de Nicolette quedó petrificado.

—¿Qué dijiste?

—Lo escuchaste. Ha de ser contagiosa la estupidez que exuda esa bestia.

—Tú estás... ¿estás insultándome? —El tono incrédulo, por no decir que enfadado, de Nicolette acompañó sus palabras. Deckard jamás la había tratado de dicha manera antes, y no podía creer lo que acababa de escuchar.

El hombre tardó unos segundos en responderle, como si deliberase si afirmar o negar, y aunque habló, su silencio fue suficiente para que Nicolette percibiera su duda. Inaceptable.

—Por supuesto que no. Solo digo que estás siendo obtusa. No puedes hacer magia, no hay forma. Ni ahora, ni en un futuro. No en esta vida.

Ella no quería aceptarlo, no iba a aceptarlo.

Todo lo que siempre soñó era tener un núcleo de maná, uno idéntico al de su hermano. La vida no la había bendecido con uno, y siempre tuvo que mirar desde la distancia las habilidades de su hermano, de los demás que sí poseían maná y se podían convertir en mago por ello.

Deckard era... era un inútil.

De alguna u otra manera, iba a demostrar que estaba equivocado.

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Un día de otoño, dos años después, Nicolette fue declarada princesa heredera días posteriores al matrimonio que se efectuó entre Bertrand y ella. Al mismo tiempo, la guerra con Bromstung había dado inicio. Apenas duró un par de años hasta que Deckard detuvo a las tropas que invadieron las costas del imperio y sembró un alto al imperio vecino. Las negociaciones de paz fueron duras, y se extendieron por varias semanas. No obstante, permitir tal asedio significaría poner en riesgo a la familia real, pues las intenciones de Bromstung era acabar con el mismo para así adueñarse con las vastas tierras que gobernaba.

Nicolette visitaba la torre en muy pocas ocasiones luego de aquella discusión de años atrás. Deckard jamás pensó que la razón real era que, para ella, ya no valía la pena involucrarse con él. Deckard no le daría lo que deseaba, su único interés ahora radicaba en mantener a Bertrand en sus manos, lo cual siempre era fácil: tan solo tenía que mantenerse callada, satisfacerlo en la cama y ser adorablemente hermosa en público para él.

Pero aún faltaba algo.

Colton Rothschild era el hijo mayor del ahora duque y hermano mayor de Nicolette. Era un hombre atractivo, solitario y de fría apariencia. Decía siempre lo justo, muy pocas veces sonreía y era bastante eficiente con sus habilidades. Pero frente a Deckard, era alguien torpe, tartamudo y con un nivel de magia apenas aceptable.

Ambos se reunieron en un salón poco concurrido del ala norte del palacio. Bertrand había salido para sus inspecciones semanales en las minas de plata, y todavía no había regresado.

—Han pasado cinco años. Dime que esta vez has encontrado algo.

Colton asintió.

—Hay un mago llamado Lothi, practica la magia oscura y desertó hace mucho de Menevras. Pero en mi búsqueda por encontrarlo me topé con alguien... bastante interesante.

Nicolette esperó a que su hermano continuara, sin que hablara.

—¿Quién? Colt, deja los misterios.

El hombre de ojos claros dio un vistazo a su alrededor, y luego comenzó a explicar.

—Su nombre es Rawdon. Su nivel de maná oscura es increíblemente alta, y mostró interés en mi búsqueda por Lothi. Poco después me enteré que él es el líder de la Secta Muerte Oscura, un grupo de magos que siguen los ideales del dios Mors.

Nicolette retrocedió.

Quizá no supiera de la magia, pero bien sabía lo peligroso que era ser sectario a favor del dios de la muerte. Deckard aborrecía enormemente la magia oscura, era cruel e inhumano con los magos que se desvían de la pureza de la magia de Vita. Dudaba que fuera una buena idea involucrarse con ellos.

—¿Le dijiste algo?

Colton asintió otra vez.

—Rawdon dijo que Deckard estaba equivocado, hay formas de que un mortal sin maná pueda poseerlo. Mors puede hacerlo.

La respiración de Nicolette era un poco errática, como si no estuviera segura de qué opción tomar. Ella quería la magia, quería ser poderosa, pero si Deckard descubría sus planes, todo acabaría, incluso su vida.

—¿Cómo puede? Es más, ¿por qué querría ayudarnos? Y, Colton, si haces magia negra, ¿no dijiste que dañaría tu aura? —Para entonces, odiaba no poder ver el flujo de energía que despedían los magos—. Deckard se enteraría si viera tu aura manchada...

—Rawdon tiene un plan, pero requiere un sacrificio. Hay una profecía dictada por los dioses hace muchos siglos y habla del hijo y la hija de los dioses. Deckard es uno de ellos. Deckard es hijo de Vita.

Nicolette abrió muchísimo los ojos, la sorpresa ante tal revelación expresada en su rostro.

—Pero, él nunca dijo nada...

—Aparentemente no está consciente de eso.

—¿Y qué hay de la hija?

—No está en este mundo. Necesitamos traer el alma de la hija de Naturae y colocarle en el cuerpo de una persona que Deckard odie —explicó su hermano—. Básicamente, la profecía indica que si ambos hijos se atacan entre sí, romperán la magia pura, que es la base de toda la magia sagrada del mundo. Una vez que eso suceda, Mors vendrá a la tierra media. Romperá el equilibrio total.

—¡Pero si eso sucede, todos moriremos! —El pánico invadió a Nicolette—. Estamos... —Tuvo que bajar la voz— estamos hablando del dios de la muerte y la maldad.

—Si ayudamos a Rawdon con esto, él nos beneficiará frente a Mors. Rawdon parece tener una conexión bastante fuerte con Mors. Podrá conseguir que Mors cumpla tu deseo de un núcleo de maná.

Nicolette no dijo nada enseguida. La perspectiva era tentadora, pero acompañaba el temor de relacionarse con el dios de la oscuridad. Repasó de nuevo el dichoso plan mencionado por su hermano. Seguía incrédula ante la idea de que hubiera una profecía, que Deckard fuera el hijo de Vita. Enseguida pensó que todo calzaba, todo comenzaba a tener sentido entorno a la magia del mago carmín. Recordaba que hace años dijo que la magia de Deckard podría comparar la de Vita, ¡y lo hacía porque era su propio hijo!

—El problema es que... no conozco de alguien que Deckard odie. La última persona que viene a mi mente es esa tonta de Evelyn Herschel. Pero ya Deckard la mató.

Notó de reojo que los ojos de Colton brillaron, de una forma calculadora a cuando comenzaba a planear algo o se le ocurría algo.

—¿En qué piensas?

—En que podríamos idear algo para traerla de regreso a la vida, alterando el tiempo y trayendo a su vez el alma de aquella hija de Naturae.

—¿Quieres usar a Evelyn Herschel para esto?

Colton no afirmó de inmediato, pensando un poco más, y finalmente lo hizo.

—Recuerdo el escándalo que se desató ante la forma en cómo el mago de la torre mató a aquella mujer. También que no fue siempre una blanca paloma.

—Deckard la detestó terriblemente.

Colton no respondió a eso, permaneció en silencio, y la observó.

—Discutiré esto con Rawdon. Habrá que combinar la magia del tiempo y la nigromántica. Y eso hará que pierdas las memorias que tienes hasta este punto...

—Si eso llega a pasar, ¿entonces cómo podré actuar en el momento? ¡No sabré nada del plan!

—No podremos usar magia en ti debido a que eres una mortal corriente, pero Rawdon y yo nos aseguraremos de mantenerte al tanto de las cosas llegado el momento.

—¿Deckard también recordará todo?

Colton negó.

—No... No, nos aseguraremos de que la magia afecte a todos. Nadie, excepto Rawdon y yo recordará los eventos que ocurran.

Y si eso pasa, todos estaremos en peligro.

Fuera de la puerta del salón, Raynor llevaba rato escuchando.

Él solía ocupar las habitaciones del lado norte para trabajar, y acababa de salir de una habitación contigua cuando escuchó las voces, usando un sutil hechizo para oír a hurtadillas. Conforme más escuchó, más pálido fue su semblante.

Había muchas cosas de las cuales no sabía, y una de ellas era esa supuesta profecía. La segunda, el real origen de Deckard, pero la peor de todas era la verdadera cara de Nicolette. Nunca antes había confiado en ella, se mantuvo sus opiniones cuando su hermano mostró interés en ella, despreciando a Evelyn, ya que parecía que Bertrand en verdad se había enamorado. Si bien su relación con su ahora cuñada era cordial pero fría, jamás tuvo motivos para creer que había oscuridad en su corazón.

Oscuridad para incluso aceptar usar la magia negra en traer a Evelyn, en destruir la paz del imperio, solo para... ¿qué? ¿Brindarle magia? ¿Realmente creía que Mors iba a brindarle magia? Era el dios de la muerte, la maldad, el engaño. No hacía falta ser un genio para saber que Mors le traicionaría apenas fuera liberado.

Raynor se marchó de ahí lo más rápido que pudo, usando la magia para teletransportarse al bosque Lynd. ¿Qué podría hacer, contarle a Deckard? ¿Cómo podría, sin pruebas? Era un secreto a voces del amor que Deckard sintió hacia Nicolette, no tenía idea de cómo era su relación ahora, salvo que a veces le descubría observándola a lo lejos.

Si lo pensaba bien, ¿podría en verdad el hombre haberse enamorado de ella? Ya no confiaba en Nicolette, y bien pudo haber usado un encantamiento.

No. De ser así, Deckard lo habría notado.

Decidió enfocarse en la dichosa profecía. ¿Que decía exactamente? Y lo más importante, ¿dónde podría encontrarlo?

Sus ojos buscaron la torre de magia.

—Mierda.

Raynor jamás maldecía, pero esta vez, la situación le superaba.

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El único lugar donde podría encontrar algo era en la extensa biblioteca de la torre. Había un baúl que contenía viejos libros, tomos y aparentemente diarios de Lynd que fueron movidos de su antigua habitación a una esquina de la biblioteca y, tantos años después, aún nadie se dignó a clasificarlos. Fue lo primero que Raynor comenzó a hurgar cuando lo encontró, lleno de polvo luego de tanto tiempo olvidados. No le sorprendía en absoluto el estado de abandono, Deckard jamás brindó interés a las viejas posesiones de Lynd luego de que el hombre muriera, además de que habían cosas más importantes para los demás magos que echar un vistazo.

Raynor llevaba ya una hora buscando. Por un momento pensó que no encontraría nada. ¿Quizá Colton ya había encontrado la profecía en el baúl y se lo llevó? Estaba entrando en desespero. Si no hallaba nada, tendría que pensar en otra forma, incluso tener que recurrir a Deckard.

Raynor y él casi no hablaban, solo lo concerniente a su trabajo. Estar en la misma habitación se tornaba incómodo para Raynor, pues aún podía ver las manos del mago manchadas con la sangre de Evelyn, esa cruel mirada en sus ojos, la forma poco cuidadosa con la que dejó el cuerpo en el suelo. Dudaba que en algún futuro cercano su relación con el mago mejorase.

Dudaba poder perdonarle su muerte.

Pero si esos dos sujetos, Colton y Nicolette, aliados con Rawdon, pensaban devolver el tiempo y regresar a Evelyn, Raynor tendría que cambiar las cosas, encontrar una forma de comunicarse con Deckard para así evitar el terrible destino que caería sobre Menevras. Principalmente, le preocupaba perder sus recuerdos.

Perdido en sus pensamientos, un delgado libro se resbaló de su mano. Al recuperarlo, al posar sus ojos en las páginas, se dio cuenta de que no era un libro de texto, sino un diario. Jamás conoció a Lynd, pero supuso que la elegante caligrafía debía ser su letra.

Al hurgar en el baúl, encontró más de ocho diarios iguales, porque eso eran todos. Diarios llenos de pensamientos del antiguo mago ancestral, durante las épocas en las que educaba a Deckard, y en las que, para desconcierto de Raynor, comenzaba una búsqueda. Fue en uno de los diarios en los que encontró la, tan buscada por él, profecía.

—Oh, Dios mío...

Era cierta.

Lo que dijo Colton sobre la magia pura quebrándose, era espantosamente cierta.

Y no solo eso, el resto de diarios expresaba que, lo que en realidad estaría buscando Lynd, era la hija de la diosa Naturae. Una hija que sufre calamidad tras calamidad hasta hallar la muerte. De inmediato Raynor consideró llevar esos diarios con Deckard, pero algo le contuvo.

Lynd, en sus diarios, jamás le reveló nada a Deckard. Algo tan importante como esto, ¿por qué nunca lo hizo?

Por eso, calló.

Por eso, él mismo encontraría la manera de buscar una solución.

Y por eso, encontraría la forma de solicitar la ayuda del propio Lynd.