Chapter 37
"Sí. De seguro la mocosa esa tenía una aventura con él, seguro que lo engatusó para que obligara a su hijo a casarse con ella." - Era la voz de Elizabeth.
Demelza creyó desfallecer. Sus piernas temblaron. Verity se cubrió la boca con una mano en estupor. ¿Cómo podía pensar algo así? ¿Cómo podía ser tan malvada, tener la mente tan retorcida?
Demelza se tuvo que sostener de la pared, su respiración agitada. "Oh… no puedo creer lo que dijo. No, no le hagas caso Demelza. De seguro no lo dice en serio." - Verity intentó tranquilizarla, pero sonaba insegura también.
No entraron por allí. De haberlo hecho las mujeres se habrían dado cuenta que las habían escuchado. En su lugar volvieron a la sala principal. "¿Estás bien, Demelza?¿Quieres que llame a Ross?"
Demelza no estaba bien, estaba furiosa. Que persona horrible era esa mujer. La odiaba. No solo por la ofensa hacia ella, sino por decir esas cosas del Señor Joshua e insultar su memoria. "No, no Verity. Estoy bien. No te preocupes."
La gente estaba dispersa entre las dos habitaciones, había grupos conversando aquí y allá. El Capitán Blamey había estado esperando a Verity junto a la entrada principal y cuando las vio aparecer de nuevo en el salón le hizo señas a su prima. "Ve, ve Verity. No te preocupes por mí." Verity no estaba muy segura de dejarla, pero Demelza insistió. Era un momento importante en la vida de su joven prima. Así que se quedó sola.
Demelza estaba como en un trance. Los oídos le zumbaban y el estómago le daba vueltas de nuevo. Un sirviente puso una copa de vino en su mano y ella caminó lentamente por la habitación. Nadie la miraba, ni ella reconocía a nadie. Despacio, se asomó a la otra sala. Allí estaban las mujeres. Elizabeth y la Señor Chynoweth sentadas en un sillón y las otras dos de pie, Ruth Teague, creía recordar era su nombre, y su madre. Miró alrededor. Lo vio a Ross conversando con un grupo de hombres. Estaba de espaldas a la entrada ¿se había dado cuenta que se había ido? No se había acercado a ella en toda la noche... Lentamente siguió caminando. No se había percatado hacia donde se dirigía, ni era consciente de lo que iba a hacer hasta que estuvo cerca. Sólo sabía que estaba furiosa con esa mujer, pero tampoco quería parecer una maleducada ni hacer quedar mal a Ross. Quizás lo hizo sin querer…
Cuando estuvo cerca del grupo de mujeres, cerca de Elizabeth el amor de Ross, se tropezó. Su cuerpo se tambaleó hacia adelante por un momento y todo el líquido tinto de su copa se derramó sobre el vestido de Elizabeth.
El zumbido en sus oídos desapareció con el grito de Elizabeth. Todo pareció cobrar vida de nuevo, como si despertara de un sueño.
"Oh, lo siento mucho."
"¡Mira lo que has hecho niña estúpida!" - chilló la Señora Chynoweth.
"Lo siento." - repitió Demelza - "Me tropecé."
Elizabeth se había puesto de pie, mirando con cara horrorizada su vestido de pálido color rosa que ahora tenía una mancha color oscuro que iba desde su cintura hasta la altura de las rodillas. Cuando levantó la mirada hacia ella, la miró con odio. Todo el mundo las estaba mirando.
"¿Qué pasó?" - preguntó una voz familiar a su lado. Era Ross.
"Yo... fue un accidente." Pero en ese instante en que Demelza giró su cuerpo hacia su esposo, Elizabeth pareció desmayarse. Eso pareció. Su madre emitió otro grito ahogado y la sostuvo junto con Ruth Teague por un instante hasta que Ross acudió a su auxilio y la ayudó a sostenerse en pie. "Hay que llevarla a su habitación." - Dijo la Señora Chynoweth. Ross, Elizabeth, su madre y las otras dos mujeres por detrás salieron del salón. Francis fue tras ellos un momento después.
Demelza se quedó parada como una estatua en el centro de la sala. Todo el mundo la estaba mirando. Respiró profundamente una vez, y otra. ¡Judas!
Se moría de vergüenza, pero también no podía dejar pasar lo que esa mujer había dicho del Señor Joshua. Le apenaba haberse comportado así, ya podía oír a Ross diciéndole que se había comportado como una niña, pero no se arrepentía. Además, para todos los demás había sido un accidente. Lo fue. O fue a propósito, no estaba segura. Y no tenía intención de disgustar físicamente a Elizabeth, le pareció que la mujer había exagerado. Y Ross por supuesto que había acudido a ayudarla de inmediato. Entre los rostros que la observaban los ojos de la tía Agatha captaron su atención. La miraban intensamente y Demelza creyó ver un atisbo de sonrisa en sus labios. "¿Se encuentra usted bien, Señora Poldark?" Alguien le preguntó y la sacó de su ensimismamiento. "Sí, sí."
Salió de la sala hacia el salón donde estaban los músicos. Había gente allí también, pero no la encontró a Verity. Se sentía perdida, sola, rodeada de caras extrañas que la miraban juzgándola, o eso le parecía a ella, y necesitaba un rostro amistoso. Pero Verity seguramente aún estaba hablando con el Capitán Blamey, quizás él se estuviera declarando en esos minutos.
Queriendo estar alejada de los invitados, Demelza se decidió a esperar en el hall cerca de la puerta. Si Verity estaba afuera, por allí la vería entrar. O lo vería a Ross cuando bajara por las escaleras que llevaba a las habitaciones.
Pero no fue Ross quien bajó primero.
"¿Demelza?"
Demelza se limpió una lágrima que inconscientemente caía sobre su mejilla cuando escuchó la voz de Francis. Se había escondido en un recoveco oscuro entre las viejas paredes cerca de la entrada. Verity no había vuelto y ella se había quedado en soledad intentado sobreponerse.
"¡Oh! Francis... ¿Cómo - como está Elizabeth?" Dijo con voz temblorosa.
"Ella está bien, se recuperará."
"Yo lo siento tanto. Estoy tan apenada... Fue un accidente, me tropecé y..."
"Demelza... Solo fue un poco de vino en un vestido. Nada por lo que valga la pena preocuparse."
"Pero pareció desmayarse."
"Por supuesto que no. Elizabeth tiende a exagerar. Más desde que está esperando. No te preocupes..."
"Aun así, me gustaría disculparme con ella."
"Escuché que ya lo hiciste. Pero si te mortifica tanto, de seguro bajará de un momento a otro. ¿La esperarás aquí escondida en la oscuridad?"
"Yo... no – no estaba escondida. Solo estaba esperando a Verity, o a Ross."
"Y llorando un poco."
Demelza miró a su primo desde bajo sus pestañas. No había llorado realmente, sólo una lágrima. Pero el la observaba con una sonrisa compasiva que le dio algo de consuelo. - "Discúlpame."
"Soy yo el que debería pedirte disculpas. Después de todo esta es tu fiesta y estás aquí llorando sola, escondida en la oscuridad."
"Oh no, Francis. No tienes porqué disculparte. Todo ha sido hermoso, más que hermoso. Jamás estuve en una celebración como esta y me divertí mucho. Fui yo la que arruinó la noche con mi torpeza." - Y Elizabeth, pensó. Pero eso no se lo iba a decir.
"No arruinaste nada, mi querida prima." - le aseguró sonriendo.
"Tienes una casa muy bonita." - Dijo ella para llenar el incómodo silencio que se produjo a continuación. Ambos miraron el hall, y el salón que estaba más allá. Con sus paredes tapizadas con retratos de sus antepasados colgando desde el techo. Era imponente e intimidante para alguien como Demelza a quién su pequeño salón en Nampara le parecía un palacio.
"Es de mi familia. De todos los que aquí vivieron. Un poco de Ross también, así que ahora es un poco tuya... Fueron personas importantes por aquí," - dijo señalando los retratos - "algunos también fueron grandes personajes... Ven. Te enseñaré algo que de seguro te gustará."
Francis se dio media vuelta y se dirigió escaleras arriba, pero se volvió al notar que Demelza no lo seguía. Se había quedado quieta, no sabía si era correcto subir con él y dejar la fiesta. Los demás invitados aun bebían y conversaban animadamente y los músicos se estaban acomodando para comenzar a tocar de nuevo. "Solo será un momento."
Quizás lo encontrara a Ross arriba y tal vez pudiera aprovechar para pedirle disculpas a Elizabeth. Era lo correcto, por más que no tuviera ganas y las disculpas no fueran sinceras. Así que lo siguió. Pero no fueron a la planta alta. En vez de continuar por el pasillo que llevaba a las habitaciones, Francis abrió una puerta escondida en un panel de madera. Del otro lado la oscuridad era total.
"Mmm... deberemos llevar alguna luz." - le dijo y tomó un candelabro que estaba sobre una mesa en el pasillo. Francis desapareció por la puerta y al hacerlo con vela en mano iluminó una tenebrosa escalera que subía girando hacia la negrura total. Demelza asomó la cabeza también y miró hacia arriba, solo podía ver los escalones entre las paredes que se ceñían estrechas sobre ella. "Olvidé lo tenebroso que era." Francis le dijo, su cara apenas iluminada por el resplandor de la luz que sostenía en su mano. "¿Te animas?"
"¿Qué hay?" - Preguntó curiosa.
"Tesoros."
Sí se animó. A tientas, a veces apoyando sus manos en los escalones, subieron al altillo. Francis por delante guiando el camino, pero dándose vuelta a cada momento para iluminarla y asegurarse de que estuviera bien. A mitad de las escaleras pareció arrepentirse de haberla hecho subir por un lugar tan sucio y tétrico. Elizabeth jamás se habría atrevido, ni él la habría invitado. Pero Demelza le aseguraba que estaba bien, aun cuando parecía arrastrarse por los escalones. Cuando llegó arriba se puso de pie sacudiéndose las manos y la tela de la falda que era lo que le daba más pena de ensuciar, pero nada que no pudiera limpiarse.
"Me olvidé que estaba tratando con una aventurera. Ten, sostén esto por un momento si eres tan amable."
Arriba solo había una pequeña puerta de pesada madera que Francis procedió a abrir. Adentro solo había oscuridad. Francis volvió a tomar la vela y entró agachando la cabeza mientras ella se asomaba por el umbral con intriga y algo de temor.
Poco a poco el interior se fue iluminando mientras Francis encendía las viejas velas que estaban en las paredes y sobre algunos de los muebles. Había telarañas colgando del techo y un par de pequeñas ventanas circulares que estaban tan cubiertas de tierra que no dejaban entrar la luz de la luna.
"¿Recuerdas que te conté que cuando era niño me quería ir a explorar?"
"S-sí."
"Pues, creo que es porque corre en mi sangre. Mi bisabuelo, el padre de la tía Agatha, era un explorador. Cuando tenía más o menos mi edad, dejó todo y se fue a Egipto a buscar tesoros." - Francis hablaba con entusiasmo. Para entonces las llamas de las velas ya habían encendido e iluminaban la pequeña habitación que estaba llena de muebles, roperos y escritorios. Todos con una gruesa capa de polvo encima. Demelza no quería apoyarse en ningún lado y tuvo la urgencia de ir a buscar unos trapos y una cubeta con agua y limpiar. Era cierto que nadie había entrado allí en años.
"¿Encontró algo?" - Preguntó.
"Lo hizo."
Francis abrió con mucho cuidado uno de los roperos. Buscando alrededor, encontró un cofre de dónde sacó una tela que dispuso sobre un escritorio y sobre ella comenzó a sacar objetos del mueble. Demelza no sabía que eran, se tuvo que acercar para verlos mejor. Sus ojos brillaron asombrados, jamás había visto nada igual. Había jarrones, vasijas, cuencos, pequeñas estatuillas, lo que parecían utensilios. Todos con una forma extravagante, con letras grabadas que no eran letras sino garabatos o símbolos extraños...
"Son jeroglíficos. Un lenguaje egipcio de hace miles y miles de años. ¿No es increíble?"
"Sí, es... es maravilloso."
Acercaron un par de velas y con mucho cuidado examinaron cada objeto. Francis le contó sobre su bisabuelo, como había vuelto deshonrado por abandonar a su familia, pero con un tesoro que nadie nunca apreció. Demelza lo escuchaba maravillada, le parecía una aventura extravagante e increíble, pero todos esos objetos eran la prueba de que era verdad. Y Francis a su vez le hablaba con tanto entusiasmo, hacía años que no subía al ático y veía lo que la tía Agatha le había mostrado por primera vez hacía tanto tiempo y contado todo lo que sabía de su padre. Ella era solo una niña cuando él se fue, pero recordaba a ese hombre extraño que volvió y pasaba horas encerrada con él ahí arriba inspeccionando cada uno de los tesoros. También había muebles extraños con forma o patas de gato y muchas estatuillas que parecían de cuerpo humano, pero con cabeza de animal que Francis dijo era un Dios egipcio. Demelza lo miró incrédula. Era un Dios con forma extraña en verdad.
"¿No te asustarás si te muestro algo?"
"¿Qué es?" - dijo con mucha más curiosidad que susto.
"Un sarcófago. Donde enterraban a los muertos."
Demelza juntó mucho coraje cuando su primo destapó una tela polvorienta y descubrió lo que según él era un ataúd. Pero este era enorme y de piedra y estaba tallado en la tapa. "¿Hay alguien adentro?" - preguntó con voz temblorosa, su coraje no llegaba a tanto.
"No. La momia y el sarcófago de oro se lo quedó el gobierno, y ahora están en exposición en el Museo Británico."
"¿Sarcófago de oro? Eres rico..." dijo Demelza, arqueando una ceja y mirando a su alrededor. Pensó en Ross y en su lucha por conseguir más capital para invertir en la mina. De seguro Francis podría ayudarlo.
"Nada de esto tiene ese tipo de valor. Cuando volvió, mi bisabuelo si trajo algunas riquezas. Monedas de oro y piedras preciosas, pero las usó para construir esta casa. Supongo que se sintió culpable por abandonar a su familia durante tantos años. Nunca la vio terminada, murió al poco tiempo. Y todo lo que queda ahora son cacharros de cerámica, madera y piedra sin valor. Y pergaminos que nunca nadie jamás leerá..."
La puerta chirrió y ambos pegaron un salto cuando escucharon el ruido de la puerta. Como un fantasma salido de la oscuridad, Ross apareció un segundo después.
"¿Qué haces aquí?" - Su voz grave retumbó en el reducido espacio. Demelza no llegó a responder. "¡Te dije que te alejaras de ella!" - Gruñó, con un dedo acusatorio apuntando hacia su primo.. Sus ojos estaban oscuros, la tenue luz no llegaba a ellos. Ninguno de los dos llegó a decir nada porque Ross tomó a Demelza de la muñeca y comenzó a tirar de ella hacia la puerta.
"¡Ross!" – protestó mientras bajaban por las empinadas escaleras. Sus pies prácticamente no tocaban los escalones. Quiso soltarse de su mano para sostenerse, pero Ross ni siquiera miró hacia atrás mientras descendían. Cuando por fin llegaron al hall del primer piso y pudo asentar los pies firmemente, Demelza tiró fuerte de su brazo y lo obligó a detenerse.
"¡Ross! ¡Eso fue muy grosero!"
Ross se volvió. En la claridad del pasillo podía ver sus ojos brillando con furia. Era lo que temía, por supuesto que se enojaría con ella por lo que había ocurrido con Elizabeth. De seguro la mujer le había echado toda la culpa, hasta se podía imaginar las cosas que le habría dicho de ella.
Demelza no estaba del todo equivocada. Pero no era ese el motivo por el que Ross estaba molesto. ¿Acaso ella no se daba cuenta? Verla bailar con William, con Francis, ¡con George Warleggan! Por Dios Santo. Todos baboseándose por ella, mirándola con ojos libidinosos. En ese vestido, con ese escote… si, él había ayudado a asistir a Elizabeth, ni cuenta se había dado de que Francis los había seguido. La Señora Chynoweth había puesto un frasquito en su mano para que se lo hiciese oler a Elizabeth y esta recobrara un poco el sentido. Y luego Elizabeth había tomado su mano y le pidió que se quedara un momento. En susurros le contó lo que había ocurrido. Que Demelza había derramado una copa de vino deliberadamente sobre ella. "Esa muchacha no sabe lo que son las buenas costumbres." – "De seguro fue un accidente." Había dicho él. Elizabeth hizo un gesto raro y exclamó mirando su panza. Al parecer el bebé se había movido. Sin ningún reparo, tomó su mano y la puso sobre su barriga para que él lo sintiera también. Ross se puso de pie de inmediato. No quería sentir al bebé de Francis… De hecho, no quería siquiera tocar a Elizabeth. Estaba mal.
Un rato después de que subiera con Elizabeth, bajó a buscar Demelza. El baile había vuelto a comenzar, pero su esposa no estaba allí. Tampoco en la sala contigua donde algunas personas conversaban junto a la chimenea. Se encontró con Verity, quien se veía muy feliz pues de seguro el Capitán Blamey no había perdido tiempo en pedirle su mano luego de obtener la aprobación de Charles, pero ella tampoco la había visto. Quizás había vuelto a su habitación, pensó. Y hacia allí se dirigía cuando en el pasillo notó que la puerta escondida estaba entreabierta. Él había subido antes, por supuesto. Cuando eran niños y exploraban la casa pretendiendo buscar un gran tesoro escondido en ella, siempre acababan en el ático. Entonces subió.
Ahora Demelza lo miraba expectante, y él también a ella. Un remolino de emociones lo envolvía y no podía identificarlas todas. No sabía si estaba enojado, celoso o qué. Feliz o frustrado. Lo que si sabía es que lo que fuera que sintiera, lo sentía por ella. Por Demelza, su esposa. Y era un shock, aunque no debiera ser así. En su vida solo había amado a otra mujer y creyó que ese amor estaría siempre con él, pero esa noche se dio cuenta que no era así. Algo faltaba mientras estuvo con Elizabeth, algo dentro suyo que siempre le atraía, ahora estaba vacío. Y en su lugar toda su atención estaba puesta en esa otra mujer a la que él conocía tan bien. A quien quería abrazar hasta en sus sueños y lo hacía sentir completo. Esa mujer que lo miraba ahora disgustada esperando que se explicara.
Estaban en medio del pasillo. La mayoría de los sonidos del salón de baile se habían desvanecido y no había nadie a la vista, lo que les dio una privacidad momentánea. El calor en sus ojos cuando la miró hizo que su corazón latiera más rápido. Un músculo de su mandíbula se apretó y luego, de repente, Demelza se encontró empujada contra la pared. Sus piernas retrocedieron unos pasos. No cayó, pero sus pies tampoco tocaron el suelo; la pierna de Ross estaba encajada entre las de ella, y él era lo suficientemente alto como para que ella apenas pudiera sentir los dedos de sus pies rozando el suelo. Todo su peso descansaba sobre su núcleo, e incluso el enojo que sentía hasta hace unos momentos no detuvo el destello de placer que la atravesó como un relámpago.
Sus labios la devoraban. Sintió su dura verga hundirse en su estómago, y Demelza se aferró a él por un momento, tambaleándose por lo repentino de su pasión cuando esperaba que él estuviera molesto con ella.
Demelza gimió mientras él se mecía contra ella, haciendo que su entrepierna latiera mientras su peso se movía sobre él. La dureza de su muslo era casi dolorosa contra sus suaves pliegues, incluso a través de la tela acolchada de su nuevo vestido. Su lengua bailaba en su boca, deslizándose contra la de ella como si se batiera en duelo por la posesión del espacio, hasta que ella apenas podía respirar. Se sentía como si todas sus partes íntimas, desde los senos hasta su coño, estuvieran hinchados de excitación.
Cuando sus manos se ahuecaron en sus nalgas, haciéndola mecerse aún más firmemente contra su muslo, y retorcerse más de intenso y tortuoso placer, fue cuando se dio cuenta de dónde estaban y trató de alejarse, empujando sus manos contra sus hombros y apartando su boca de sus labios.
"Ross... alguien podría vernos." - logró decir antes de que Ross volviera a capturar sus labios. Ella le devolvió el beso, sin soltarle los hombros. Cuando movió la boca hacia abajo, protestó de nuevo. "Francis bajará en cualquier momento." - dijo y trató de zafarse con más vigor. Pero Ross no cedió.
No fue hasta que escuchó la tela rasgándose, cuando la fabrica de su falda se soltó y Ross finalmente se apartó que pudo volver a sus cabales. Sus labios se sentían hinchados por sus rudos besos, sus pechos pesados, y ella lo miró fijamente, aturdida mientras jadeaba por aire. Y luego bajó la vista hacia el desgarro de su hermoso vestido.
"¿Te importa mucho lo que él piense?" - "¡Me desgarraste el vestido!" Ambos exclamaron al mismo tiempo.
"¿Qué hacías a solas con él?" - Preguntó ignorando lo que ella acababa de decir.
"¿Qué?... Solo me estaba mostrando el tesoro de su bisabuelo."
"Sí, estoy seguro de que eso era todo lo que quería mostrarte..." - Demelza lo miró con incredulidad. ¿Qué estaba insinuando? Y peor aún, ¿en qué estaba pensando?
"¡Eres... despreciable al decir eso!" Se las arregló para decir y se alejó tropezando en la dirección de su habitación, con él caminando firmemente a su lado.
"Demelza..." Pero Demelza no respondió. Ross la siguió, por supuesto, y ella casi golpea su cara con la puerta cuando trató de cerrarla y dejarlo afuera. Finalmente se cerró con un estruendo cuando él la cerró de golpe tras su espalda.
Demelza entró en la habitación con la mano todavía tanteando el agujero que había hecho en la tela. Lo había rasgado, no habría forma de coserlo sin que se notara. "¡¿Cómo pudiste decir eso?!" - estalló. Él todavía estaba parado cerca de la puerta, mirándola. Se sintió acalorado. Una carga corriendo a través de él. "¡¿Cómo puedes siquiera pensar eso?!" - Casi gritó.
"¿Qué debo pensar si te vas a solas con él?" - Dijo, hablando bajo, inseguro. Consciente de que estaba arruinando las cosas, que no lo decía del todo en serio. Que no la estaba acusando a ella tanto como a Francis.
"¿Que debes pensar? ¿Y qué debo pensar yo? ¿Acerca de que me dejaste sola toda la noche en mi primera fiesta...?"
"No parecía que me echaras de menos."
Demelza lo miró furiosa. Caminó por la habitación, mirando a su alrededor, claramente angustiada. Se llevó la mano a la cara, sosteniendo sus mejillas. Ross se acercó, quería decir algo, pero las palabras se le atascaron en la garganta.
"¿Crees que soy como ella?" - Dijo luego de un momento, conteniendo las lágrimas. Sus ojos estaban enrojecidos cuando lo miró. "¿Crees que haré lo mismo que ella te hizo a ti? ¿O peor aún, que soy la chiquilla pordiosera que ella dice que soy? ¿Sin saber cómo comportarme, arrojándome a los hombres para mejorar mi posición?"
"¿De qué estás hablando? Ella no piensa eso de ti..."
Demelza resopló.
"Claro que no, Ross. ¿Cómo podría? Ella es perfecta. Una dama impecable, nacida para ser admirada. Estuvo sola contigo durante parte de la noche y justo hace un momento la llevaste a su habitación. Pero no piensas mal de ella, piensas mal de mí porque no sé cómo comportarme en un evento como este. Porque soy una niña maleducada como solías llamarme."
"¡Nunca te he llamado así!"
"Una niña que no sabe nada. Una niña a la que utilizas para obtener tu satisfacción mientras amas a esa mujer horrible..."
"¡Yo no la amo!"
"¡Ahora te atreves a acusarme, mientras eres tú quien me folla todas las noches estando enamorado de otra mujer!" - Ella siguió adelante, sin escuchar lo que él decía.
"No te follo, te hago el amor... ¡Eres mi esposa!"
"¿Y sin embargo me acusas de ir a tus espaldas con tu primo? ¿Por qué?"
"¡¿Porqué? ¿Porqué?!... Porque estoy celoso. Estoy celoso de cada uno de los hombres que vi esta noche observándote. Y no quiero que Francis te aleje de mí como lo hizo antes porque..."
"¡¿Porqué?!"
"¡Porque te amo! ¿Es eso lo que quieres que diga? ¡Te amo!..."
Demelza abrió la boca, sus ojos brillaban a la luz de las velas. Respiraba con dificultad, todavía molesta, y Ross también estaba enojado. Ella siguió cada uno de sus pasos mientras caminaba hacia la puerta y la abría de par en par.
"¿Quieres que lo grite para que todos lo escuchen?... ¡AMO A MI ESPOSA! ¿ME OYEN? ¡LA AMO!" - gritó asomando la cabeza por la puerta abierta. Afortunadamente, todavía se escuchaba música escaleras abajo, por lo que no mucha gente lo escuchó.
"¡Ross!" - Demelza corrió a su lado, lo tomó por la manga metiéndolo dentro y cerró la puerta. - "¡Judas!" Exclamó apoyando su espalda contra ella. Se miraron. Todavía podía escuchar el murmullo proveniente del exterior, pero bien podrían haber sido las únicas dos personas en el mundo en ese momento.
"Te amo, Demelza..." Dijo él de nuevo, con mucha más calma y mirando directamente hacia su alma.
Ella se quedó sin palabras.
"Yo... lo siento. Eso fue injusto de mi parte. Sé - sé que tú no harías nada como eso, es solo... No entiendo cómo sucedió esto. ¿Cómo es posible que alguien tan dulce, generosa y hermosa como tú llegara a estar con un hombre como yo..."
"¿Como tú?" - Susurró, sus rodillas a punto de ceder.
"Un fracasado, desconsiderado..."
"Tú no eres..."
"No, no ahora. Porque ahora te tengo a ti. Y lamento no haberme dado cuenta antes de esto. No la amo a ella. Te amo a ti, Demelza. Mi niña. Mi esposa. Independientemente de cómo la vida nos haya unido, no importa. Te amo... Y sé que no soy perfecto, ni mucho menos. Tengo más defectos que cualidades. Soy celoso, posesivo y controlador y te quiero solo para mí."
Demelza no pudo evitarlo. Las lágrimas corrían por sus mejillas.
"Oh, Ross..." - jadeó - "...pero si soy tuya."
No podía creerlo y, sin embargo, sabía que era verdad. Él la amaba. Su corazón latió aún más rápido cuando él dio un paso más y acercó sus manos a su rostro. Sus dedos recorrieron suavemente sus mejillas, secando las lágrimas que aún empañaban su piel. Su rostro flotaba tan cerca del de ella, mirándola, sus ojos buscándola desesperadamente.
"No quiero que no lo digas. También quiero oírte decirlo."
"Te amo, Ro..." - sus labios estaban tan cerca que ella ni siquiera lo terminó de decir que ya estaban sobre los suyos.
Se habían besado muchas veces antes. Había habido besos llenos de lujuria y besos dulces. Besos en los que sus lenguas parecían luchar por reclamar, besos que no eran más que una formalidad y otros cargados de pasión. Pero ninguno de ellos había sido como éste. Un beso lleno de amor. Tan puro y tan pleno.
Él sostuvo su rostro y ella se abrazó a él por temor a que sus piernas realmente fallaran. "Lo siento." y "Te amo." Susurró entre sus labios cuando se separaban.
Cuando se apartaron y se miraron a los ojos de nuevo, fue como si se volvieran a ver por primera vez. Y ninguno de los dos no pudo evitar reír.
"Querido Ross... serás mi muerte..."
"¡Nunca!"
"Te he amado durante tanto tiempo... y nunca creí que tú... que alguna vez..."
"Yo tampoco me lo imaginaba. Pero es verdad. Siento que tuvieras que averiguarlo así."
Demelza rió de nuevo. "Verity tiene razón. Eres terrible en las fiestas."
"Las detesto."
"Lástima. Ross, debes disculparte con tu primo. De verdad, solo me estaba distrayendo porque me encontró sola."
"Mi culpa también..." - sosteniendo sus manos entre las suyas, le dio otro beso rápido en los labios.
"Y esto, esto también fue culpa tuya." - dijo ella, dando un paso atrás y mirando su falda.
"También perdóname por eso."
"Estas perdonado. Pero necesitas aprender modales..."- bromeó y él negó con la cabeza, presionando su frente contra la de ella. Cerró los ojos y la abrazó, sus dedos frotando ligeramente la parte baja de su espalda.
Se sintió aliviado, completo... feliz. Como si de repente hubiera tenido una epifanía y ahora todo pareciera más brillante y tuviera sentido. Amaba a su esposa. Esa niña pobre que su padre había rescatado y convertido en su mujer. Esa niña que lo molestaba e intrigaba en la misma medida cuando se conocieron pero que poco a poco se le había metido bajo la piel. No fue la declaración más romántica que pudo haber hecho. Honestamente, hubiera preferido estar en casa y no en esa espantosa fiesta en la que tuvo que presenciar a todos los hombres comiéndose con los ojos a su esposa. Y sí, tal vez había exagerado cuando descubrió que estaba sola con Francis. Eran celos, simple y claro. Además, de lo que se había dado cuenta cuando estaba con Elizabeth era que no se sentía de la misma manera que solía sentirse cuando estaba con ella. Y ella había intentado hablar mal de Demelza, aunque él no creía que fuera por malicia. Elizabeth simplemente no estaba acostumbrada a tratar con trabajadores, personas fuera de su círculo de confianza. Pero eso no importaba ahora. No cuando los dedos de Demelza subían acariciando su cuello y hasta su mejilla.
Fue ella quien lo besó esta vez, con una sonrisa de felicidad en el rostro.
La tomó en sus brazos, una mano detrás de su espalda y la otra detrás de sus piernas mientras ella jadeaba por la sorpresa. Se dirigió directamente a la cama.
"Oh... pero..." - dijo contra sus labios.
"¿Pero?"
"¿No vamos a volver a la fiesta?... Tienes que hablar con Francis." Le recordó, no muy convencida de que eso era lo que realmente quería mientras Ross la cargaba. Ross la hizo saltar en sus brazos, levantándola un poco para abrazarla mejor. Demelza chilló y le rodeó los hombros.
La besó en los lugares que estaban más cerca de sus labios. Sus mejillas, frente y comisura de boca. "¿De verdad quieres bajar de nuevo?" - suspiró.
Podía ver el pulso en su cuello, la forma en que trabajaba su garganta mientras sonreía, los pequeños rulos oscuros que se enroscaban detrás de su oreja porque eran demasiado cortos para ser recogidos... con su mano libre, se estiró para acariciar su cabello.
"Tú... no has bailado conmigo." - susurró ella, aún no muy convencida de sus propias palabras.
"Quiero complacerte, Demelza. Dime si prefieres volver con toda esa gente extraña, podemos hacerlo. O... podríamos quedarnos aquí a hacer el amor y mostrarnos lo que sentimos el uno por el otro... es tu elección."
Realmente no había elección, ¿no era así?
"¿Cuál va a ser, cariño?"
Su boca se secó ante el gruñido áspero de su voz. Debajo de su vestido, sus pezones se tensaron en pequeños puntos, frotándose contra la tela mientras sus manos la sujetaban.
"Nos quedaremos aquí." - respondió en voz baja, mirándolo con timidez.
Ross reanudó entonces los pocos pasos hacia la cama, mientras ella aprovechaba su cercanía para rozarle la barbilla con los labios.
"¿Qué estás haciendo, niña?"
"¿Tocándote?" - dijo, haciéndolo de nuevo, y esta vez dejando que sus labios se deslizaran por el costado de su garganta.
Ross la levantó de nuevo en sus brazos, esta vez sosteniéndola de tal manera que sus propios brazos quedaron atrapados contra sus costados.
Una ola de suficiencia masculina lo invadió, lo que ayudó a moderar su ansiedad por hundirse en su cuerpo. Ella era toda suya. La tenía en sus brazos. Él la amaba y ella lo amaba a él, y estaban a punto de unirse y él iba a estar donde pertenecía. La arrojó sobre la cama.
Parpadeando, sus mejillas sonrosadas y sus bonitos labios rosados ligeramente separados, lo miró con una especie de encandilamiento sensual. Ross se quitó la chaqueta de un tirón, disfrutando de la forma en que sus ojos se abrieron cuando él comenzó a desnudarse. Se sentó y observó con impaciencia cómo caía al suelo una prenda tras otra de ropa.
La forma en que lo miraba le causaba un exquisito dolor en los testículos, sus ojos se enfocaron en su miembro mientras se elevaba de su cuerpo como si quisiera alcanzarla.
Mientras él estaba allí, disfrutando de verla observándolo, sus ojos subieron lentamente por su cuerpo hasta su rostro. Su pequeña lengua rosada se movió, humedeciendo su labio inferior, recordándole lo dulce que era su boca. Pero ese no era el lugar al que se dirigía su polla hoy.
"Entonces, ¿ya no estás enojada conmigo?" Demelza sacudió su cabeza. - "¿Amas a tu marido?"
"S-sí." Sorprendentemente, se sonrojó. Fue encantadoramente erótico ver a su atrevida mujercita ponerse colorada. Demelza podía hacer cosas indescriptibles y excitantes cuando estaban en casa por las noches, pero ahora que acababan de declararse su amor parecía hasta un poco tímida.
"Te voy a hacer mía, mi amor."
"Ya soy tuya, mi amor."
Él avanzó, arrodillándose en la cama e inclinándose sobre ella mientras ella comenzaba a deslizarse lentamente sobre su espalda, sus ojos fijos en los suyos. Frunció el ceño mientras él se cernía sobre ella, su boca flotando justo encima de la suya. "Bésame, Ross."
Niña ansiosa. Ross no respondió, solo bajó sus labios a los de ella, besándola de nuevo. Saboreándola. Conquistándola. La tela de su vestido rozó su cuerpo, estorbándole mientras extendía su cuerpo entero sobre ella. Demelza jadeó en su boca, sus piernas se abrieron automáticamente para él, acunándolo contra la tela poco acogedora.
Maldito vestido.
Con un sonido de molestia, Ross se apartó y agarró el borde del escote con ambas manos.
Ross gruñó mientras rasgaba el vestido en dos, dejando al descubierto el corsé y la enagua debajo. "¡Ross! ¡Me gusta este vestido!" - exclamó sorprendida.
"Te compraré uno nuevo" - murmuró él, ayudándola a quitárselo y tirando la tela arruinada al suelo, enviando rápidamente el resto de su ropa sobre ella. Era como desenvolver un regalo y nunca había sido muy paciente. Siempre le había gustado arrancar el papel de regalo de las cajas, y Demelza era mucho mejor que cualquier regalo que hubiera recibido en su vida. Aunque, por supuesto, una vez que ella estuvo desnuda, él tenía toda la intención de tomarse su tiempo y saborear a su esposa.
Sus exuberantes curvas lo atraían, sus piernas abiertas revelando labios relucientes que asomaban entre su mata de rizos cobrizos. Sus ojos llenos de emoción en su rostro la hacían perfecta. Era tan bella.
Se inclinó para tomar un pezón en su boca, haciéndola jadear y retorcerse mientras sus manos presionaban sus muslos, manteniéndolos abiertos. Sus pulgares trazaron pequeños círculos en la suave piel interior de sus piernas, acercándose lentamente cada vez más a su adorable ápice.
Gimiendo, Demelza se aferró a sus hombros, deslizando sus dedos por su cabello, porque no había mucho más que pudiera hacer. Estaba de espaldas, desparramada e indefensa, completamente excitada y enamorada de su marido. La molestia y la tristeza de unos minutos antes no era nada comparada con los fuegos que su esposo estaba avivando dentro de ella. Y el hecho de que la amaba hacía que todo fuera más placentero en comparación. Cuando trató de mover las piernas, queriendo abrazarlas a su alrededor, sintió una oleada de humedad fluir a través de su coño mientras él la sostenía en su lugar.
Como siempre, Ross tenía un dominio completo sobre su cuerpo y el conocimiento de que sus sentimientos por él eran recíprocos la dejó absolutamente sin aliento. Cualquier rencor persistente por cómo se había comportado esa noche se había desvanecido por completo. Tenía cosas más importantes en las que concentrarse.
"Por favor... más..." suplicó, mientras él cambiaba de pezón, dejando uno húmedo y frío al aire libre mientras envolvía el otro en su boca caliente. La constante sensación de succión y el aleteo de su lengua contra el sensible capullo la hicieron arquearse mientras sus paredes se apretaban. Sus piernas se vieron obligadas a separarse aún más cuando sus manos se deslizaron más arriba sobre sus muslos. Quería gritar de frustración cuando rozaron los labios de su vagina y luego se detuvieron. "¡Oh! Ross..."
Él gimió alrededor de su pezón cuando ella dijo su nombre, y ella se estremeció ante las vibraciones que la recorrían a través de su pecho. Se sentía como si su cuerpo estuviera en llamas y sabía que él tenía los medios para apagar el fuego, o quemarla por completo. La humedad que se filtraba de su coño no hizo nada para sofocar el calor, su necesidad de retorcerse solo la frustraba aún más mientras buscaba algún tipo de presión para su clítoris y no encontraba nada.
"Paciencia, mi amor." - dijo él, levantando la boca de su pezón, la mirada de diversión en su rostro ofuscándola nuevamente.
Ella le frunció el ceño. "Ahora, mi amor."
"Sirena."
Demelza puso los ojos en blanco.
Ross se movió hacia arriba, sus ojos clavados en los de ella, y ella sintió algo caliente y duro rozando contra su entrada. Su respiración se atascó en su garganta cuando la exquisita fricción asaltó sus labios de repente, presionando arriba y abajo pero sin llenarla. Demelza chilló, presionando el pecho de Ross con sus pequeñas manos.
Tomando sus manos, levantó ambos brazos por encima de su cabeza y le agarró las muñecas con una mano para poder liberar la otra. "Eres tan sensual, Demelza. Siempre tan acogedora, cariño. No puedo dejar de pensar en ti, en hacerte el amor una y otra vez..."
La mirada de suspicacia que le brindó habría sido un insulto si no fuera tan graciosa. Cambió inmediatamente mientras acariciaba su cuerpo, pellizcando su pezón en el camino, hasta que pudo rozar su palma sobre sus caderas y alcanzar el lugar entre sus piernas para frotar su clítoris con el pulgar. La expresión de su rostro cambió a asombro cuando se tensaba a su alrededor y luego jadeó. Tan pronto como sus músculos se relajaron, Ross aprovechó la oportunidad para balancearse hacia adelante, empujando unos centímetros en su cuerpo.
"¡Oh, Ross! Yo también..." Su espalda se arqueó, empujando sus pechos hacia él, mientras su cabeza caía hacia atrás y le ofrecía su vulnerable garganta. Ross se inclinó y mordió la piel suave, sin dejar de frotar lentos círculos sobre su clítoris, dándole tanta sensación adicional como fuera posible para ayudar con la lenta invasión de su túnel. El estrecho canal latió a su alrededor mientras empujaba, poniendo a prueba su autocontrol, haciéndolo querer hundirse en ella una y otra vez, fuerte y rápido, hasta que llenarla con su semilla de nuevo.
"Eso se siente... oh Judas... Siempre te sientes tan bien, amor." Demelza se retorció mientras él se hundía más profundamente, sus brazos solo tiraban ligeramente del agarre en sus muñecas. De alguna manera, era más excitante cuando él la sostenía así y ella no podía moverse o intentar apresurar su ritmo. Además, la forma en que él estaba frotando su clítoris la hizo apretar los puños de placer, él se movía tan lento, tan tiernamente. Haciéndole el amor como nunca antes.
"Dios... quiero oírte decir eso siempre." - susurró, antes de inclinarse y capturar sus labios. Se movió de nuevo, colocando su cuerpo entero sobre ella mientras su mano viajaba de regreso a su cuerpo.
Se sentía estirada y completamente llena, como lo había estado muchas veces antes. Pero se sentía mejor y mucho más íntimo ahora... de hecho, tenerlo dentro de ella así, con su peso encima, se sentía tan maravillosamente bien que pensó que podría quedarse así para siempre.
Luego Ross empezó a moverse.
A pesar de que su pulgar ya no acariciaba su clítoris, el pequeño brote estaba hinchado y sensible, y cuando se enfundó completamente dentro de ella nuevamente, su cuerpo se presionó contra él de la manera más deliciosa. Demelza emitió un grito ahogado, levantando las caderas, tratando de tener más contacto mientras el éxtasis zumbaba a través de su cuerpo. Su beso era exigente mientras empujaba lentamente dentro y fuera de su túnel, su lengua la atravesaba al mismo tiempo que lo hacía su miembro, amortiguando sus gritos y gemidos.
Podía sentir cada centímetro frotándose dentro de ella, duro y caliente y extremadamente satisfactorio. Era mucho, mucho mejor ahora que sabía que él la amaba.
Lentamente, sus movimientos comenzaron a ser más rápidos, más duros y sus labios se separaron de los de ella mientras ambos jadeaban por respirar. Su expresión era casi una mueca mientras bombeaba sus caderas, haciendo los ruidos más increíbles que parecían perforarla hasta el centro de su corazón. Demelza no podía creer lo salvaje, primitivo y guapo que parecía. Desnudo y encima de ella, unido a ella, era más íntimo que nunca. Eran uno.
"Pon tus brazos alrededor de mi cuello." - ordenó mientras le soltaba las muñecas.
Ella obedeció con presteza, queriendo aferrarse a él. Tocarlo. Sus dedos se deslizaron en su cabello mientras él cambiaba su posición ligeramente, ambas manos se deslizaron debajo de su cuerpo para agarrar sus nalgas, obligándola a inclinar sus caderas hacia arriba, pero eso no fue nada comparado con la oleada de éxtasis cuando su polla se frotó sobre el lugar más maravilloso dentro de ella. El placer se disparó más alto cuando, al final de su embestida, su cuerpo presionaba contra su clítoris y las dos sacudidas de sensación se conectaron.
Sin darse cuenta, Demelza arañó sus hombros, estallando en mil pedazos debajo de él mientras Ross se arraigaba dentro de sus sensibles labios. El estremecimiento de sus músculos casi lo deshacen, pero Ross apretó los dientes y se aferró a su propia liberación.
"Oh... oh Ross... te amo... Judas... ¡OH!"
La conmoción y el asombro en su rostro fueron borrados por el éxtasis mientras gritaba con pasión, obviamente superada por un inmenso clímax, como nunca había experimentado. Era exactamente lo que él había estado buscando, esperando, mientras se posicionaba de modo que sus puntos dulces interno y externo eran estimulados por sus embestidas. Ahora podía dejarse llevar.
Demelza gritó de nuevo, retorciéndose y arrastrando las uñas por su espalda mientras temblaba con la intensidad de su orgasmo, que solo aumentaba a medida que él comenzaba a buscar su propio clímax. Los golpes fuertes entre sus muslos generaron espasmos en su coño. Eran mucho más fuertes y más rápidos que antes, mientras Ross se movía en la apretada vaina de su cuerpo, tomándola tan fuerte como podía.
Quería que cada centímetro de ella lo sintiera, lo amara.
"Mía." - gruñó, sintiendo el cosquilleo en la base de su columna que señalaba su propio orgasmo era inminente. Ella era suya, toda suya y de ningún otro hombre. Siempre.
"¡SÍ!" gritó, mientras él se ponía aún más duro, más grueso dentro de ella.
Las lágrimas corrían por su rostro, de lo que estaba seguro que ella no era consciente, su cuerpo se tensaba contra el suyo. Su coño se convulsionó y lo apretó, y él gimió su nombre con el rostro hundido en su cabello mientras empujaba una última vez y comenzaba a vaciarse dentro de ella. Se balancearon juntos, su ingle frotándose contra su clítoris y labios hinchados mientras chorro tras chorro de crema espesa completaban su unión. Continuó meciéndose, sus movimientos se volvieron más suaves cuando ella se sacudió debajo de él, gimiendo por la avalancha de sensaciones abrumadoras. Lentamente regresaron a la tierra juntos, mientras él besaba las lágrimas saladas de sus mejillas, acariciando su cabello y tranquilizándola... calmándola... Las tempestuosas corrientes que la habían llevado a las profundidades se desaceleraron y se arremolinaron, permitiéndole relajar sus brazos de sus hombros.
Por como ardían, tendría marcas allí mañana. Posiblemente durante varios días. La idea le hizo sonreír. "Te amo, Demelza."
"¡Oh!" susurró, estremeciéndose de nuevo cuando su miembro finalmente salió de su cálido refugio.
Resoplando, Ross se apartó con cuidado de ella, levantándose para buscar un paño y mojarlo en el lavabo que la señora Tabb les había preparado. Cuando se dio la vuelta, su esposa estaba justo donde la había dejado, suaves rizos rojos descansando sobre la almohada, los brazos a los lados y las piernas aún abiertas. Ella lo miró con los ojos entrecerrados, sin la menor molestia por mostrar ningún tipo de modestia, mientras él limpiaba cuidadosamente el lío que habían hecho, suspirando un poco con alivio cuando el paño frío se deslizó sobre sus calientes labios.
Cuando Ross regresó a la cama, después de limpiarse la polla también, llevó a Demelza al otro lado de la gran cama de la habitación de Trenwith, lejos de la humedad de las sábanas. Ella se acurrucó contra él de inmediato, su mano descansando sobre su pecho, haciendo un sonido de satisfacción somnolienta.
"¿Mi amor?" - susurró, disfrutando como sonaba ese título en su boca.
"¿Mmhhh?"
"Siento no haber bailado contigo esta noche. Te prometo que lo haré la próxima vez ".
Fin del Capítulo 37
