Capítulo 38

Cuando regresaron a casa, Demelza se sintió como si flotara más liviana que el aire. Libre de las cargas y de lo que había guardado en silencio dentro de ella, que había estado conteniendo durante demasiado tiempo. Habían regresado en un cómodo silencio. Ross le había pedido que montara en Darkie con él y ella había apoyado la cabeza en su hombro, ambos perdidos en sus propios pensamientos. Esa mañana del primer día del año no había sido menos que incómoda. No entre ellos, sino con sus anfitriones. Demelza había vuelto a insistir en que debería disculparse con su primo y le dijo que ella debía hacer lo mismo con Elizabeth. Ross todavía no sabía exactamente qué había sucedido entre las dos jóvenes. Demelza no había dicho mucho y no creía del todo lo que Elizabeth le relatara del incidente, y tampoco quería preguntar mucho. No después de lo que había sucedido entre ellos la noche anterior. No se atrevería a arruinar el momento de alegría que estaban viviendo mencionando a Elizabeth. Ni por no cumplir con sus deseos de que arreglara las cosas con su primo. Así que a regañadientes le había pedido disculpas por su arrebato. A diferencia de Demelza, que no había tenido la oportunidad de hablar con Elizabeth porque no esta bajó a desayunar. Demasiado cansada después de la emoción de la fiesta, había dicho Francis. Su tío refunfuñó y no les prestó mucha atención, todavía tenía resaca. Y la tía Agatha había agarrado la mano de Demelza y no la dejó comer un bocado, hablándole sin cesar.

"Debes venir a visitarme más a menudo, florecita." La mujer le dijo a Demelza mientras Ross y Verity reían a escondidas.

"A la tía Agatha le cae bien, ahora estás condenado, Ross." - Su prima le dijo.

"¿Y qué hay de tu Capitán Blamey? ¿Se lo presentaste?"

"Un paso a la vez. No quiero asustarlo... ¿Pasaron un rato agradable? No fue una noche sin incidentes... espero que Demelza no se haya sentido mal con la escena caprichosa de Elizabeth. Tiende a reaccionar de forma exagerada y no se da cuenta de que puede ser ofensiva."

"No te preocupes, prima. Lo hicimos. Realmente fue una noche muy agradable."

"¿Estás bien? Estas callada. ¿Te quedaste dormida?"

No, pero casi. Demeza frotó su mejilla contra su clavícula.

"Estoy un poco cansada."

"No puedo imaginar por qué." Ross sonrió y la besó por encima de su cabello. "Estamos cerca. Cuando lleguemos a casa, puedes volver a recostarte un rato más." Pero tan pronto como llegaron a Nampara, todo su cansancio pareció evaporarse y no pudo contener más las palabras.

"Te amo." - dijo, prácticamente volando a sus brazos en el momento en que cerró la puerta de su habitación, presionando besos en sus labios entre su declaración. "Te amo. Te amo. Te amo."

Medio riendo, su esposo hizo todo lo posible por seguirle el ritmo, alejándolos de la puerta y acercándolos a la cama. "No me quejo, amor, pero ¿puedo preguntar qué provocó esta repentina declaración?"

"No es repentina." - dijo Demelza, mirándolo con seriedad. "Te he amado... bueno desde hace meses. Y nunca me he atrevido a decirlo antes de anteayer, porque pensé que nunca podrías sentir lo mismo por mí. Y estaba lista para no repetirlo nunca más..."

"Pero yo también me siento así por ti. Y me gusta oírte decirlo, como ya te dije." - dijo, dando un tierno beso en sus labios, moviendo sus manos sobre sus hombros y brazos. "¿También te gusta oírme decirlo?"

Ella asintió, entrelazando sus dedos con los de él y mirándolo a los ojos.

"Te amo." - murmuró sobre sus labios antes de besarla concienzudamente, un beso dulce y embriagador que sin embargo se sintió como un reclamo de su parte. Demelza gimió contra sus labios presionando las yemas de los dedos contra su pecho. Pero lo apartó suavemente después de un momento, terminando el beso para poder bostezar.

"¿Encuentras mi declaración tan aburrida?" - dijo, tratando de fingir ofensa y conteniendo una sonrisa.

"Oh, lo siento mucho, Ross." Dijo, tapándose la boca con la mano avergonzada.

"Vuelve a la cama, cariño. Yo me cambiaré y me iré a la mina."

La alegría y esperanza de los días festivos pareció continuar hasta bien entrado el nuevo año. Curiosamente, también atrapó a Ross. No había ninguna razón real para estar alegre, pensaba mientras se reía a carcajadas cuando hablaba con sus trabajadores o cuando se encontraba sonriendo solo en lo más profundo de la tierra, recordando algo que Demelza había dicho o simplemente pensando en ella. Su situación, analizada con frialdad, era exactamente la misma que hacía unas semanas. Aún tenía que ir a trabajar todos los días, todavía no habían encontrado cobre ni estaño de donde sacar ganancias, el dinero aún escaseaba y se estaba acabando, su padre estaba muerto y la pobreza se asomaba en el horizonte. La diferencia era que ahora tenía esposa. Había tenido esposa desde hacía varios meses, por supuesto. Pero ahora se había dado cuenta de que amaba a esa linda niña que su padre había elegido para él. ¿Cómo lo había sabido su padre? No podía entenderlo y ni siquiera lo intentaba. Pero no podía negarlo más. Estaba loco por ella. Había despertado algo en él que nunca antes había sentido. Probablemente debido al vínculo legal y duradero que sus padres les obligaron a prometerse. Nunca había sido el tipo de hombre dado a comparar mujeres. Pero Demelza era diferente a las demás, porque era suya. Su esposa. Suya para proteger, para proveerle, para disfrutar, satisfacer. Y ahora amar. Había sido herido antes, y honestamente creía que era incapaz de aceptar a otra persona en su corazón. Él se había resistido, la había rechazado, la había alejado. Le dijo directamente a la cara que no había lugar en su corazón para otra, pero ella había persistido. Y ella ya estaba allí en realidad. Instalada cómodamente en su corazón, tejiendo redes de alegría, pasión y compañerismo de las que no había escapatoria. Nadie había hecho eso por él antes. Ella se entregó por completo a él, y él no podía hacer menos que devolverle el favor. Y eso le hacía feliz a pesar de cualquier otra cosa. Mientras la tuviera. Mientras ella lo amase.

Demelza, sumergida en su baño, pensaba que nunca había sido tan feliz. Ross había sido el más cariñoso y amoroso de los maridos desde que había comenzado el año y finalmente le había dicho que él también la amaba. Se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que recordaba lo que dijo esa noche en Trenwith, cosa que hacía muy a menudo. Se sentía llena de alegría, su corazón parecía estallar por los abrumadores sentimientos que sentía por él. ¿Era posible que lo amase aún más con cada día que pasaba? Así parecía. Ahora que ambos habían declarado sus sentimientos, estaban más cerca que nunca. Incluso generando quejas en sus sirvientes de que ambos estaban tan distraídos, que estaban descuidando sus quehaceres. Ross les había regañado, diciendo que era su trabajo mantener la casa y la granja en orden, pero Demelza sabía que no estaban tan equivocados. Se había vuelto un poco perezosa en las últimas semanas. Todo culpa de Ross, por supuesto, que la mantenía entretenida con sus actividades amorosas hasta altas horas de la noche o durante las primeras horas de la mañana. Y mientras él quedaba lleno de energía y se levantaba temprano para ir a la mina, ella dormía hasta media mañana. O incluso hasta más tarde. Nunca había estado tan cansada en su vida. Y la pereza la seguía durante la mayor parte del día, y cuando se recuperaba era el momento de hacer la cena y Ross regresaba de Leisure y todo comenzaba de nuevo. Debería intentar no descuidar tanto sus tareas, por el bienestar de Prudie.

"Pareces un pez esperando a que lo pesquen." - Le escuchó decir. No había oído abrirse la puerta, distraída como estaba con sus cavilaciones.

Juguetonamente, frunció el ceño mientras abría los ojos, concentrándose en el hombre moreno y guapo que estaba cerrando la puerta de su habitación tras su espalda. Su estado de ánimo era demasiado feliz y relajado.

"¿Estás diciendo que parezco una sardina?"

Ross le sonrió, sus ojos oscuros bailaron. "Más como un bacalao."

"Atrevido." - dijo, riendo mientras arrojaba agua en su dirección. Su corazón se aceleró cuando sus ojos viajaron hacia el agua en la que ella estaba sumergida, deteniéndose en sus pechos redondeados y pezones respingones. Demelza se sentía mucho mejor de lo que se había sentido esta mañana cuando él se fue, mucho más descansada ahora que se había dado un baño caliente.

"Sirena."

Sonriendo con malicia, Demelza tomó la toallita que colgaba del costado de la bañera. La mirada de Ross se agudizó mientras ella arrastraba la tela por su brazo y hasta su hombro, observando cómo las gotas de agua corrían por su piel. El agua estaba perfectamente transparente, nada oscurecía su cuerpo mientras ella movía la tela hacia abajo y la frotaba sobre sus pechos. Sus pezones, que ya se habían endurecido, se tensaron instantáneamente en pequeños brotes con la estimulación.

"Mmmm..." - ronroneó, frotándolos un poco más fuerte de lo necesario, arqueando la espalda para empujarlos hacia arriba. Las gotas se deslizaron por las curvas expuestas de sus pechos mientras se elevaban fuera del agua.

"Provocadora." - dijo su marido con voz ronca. Ella sonrió al escuchar el roce de la ropa que indicaba que él ya se estaba desvistiendo.

Con un suave suspiro, ignorando su acusación, se pasó la toalla por el estómago y entre las piernas. Su pequeño brote de placer allí se puso firme mientras frotaba el paño con un movimiento circular lento sobre él, haciéndola gemir de verdadero placer. Un calor presionó contra sus hombros y Demelza abrió los ojos para mirar a su marido. Olvidándose de la tela, inclinó la cabeza hacia arriba para pedir un beso.

"Veo que te sientes bastante descansada hoy, mi amor." - dijo contra sus labios. Sus manos dejaron caer la tela bajo el agua para sujetar sus mejillas.

"Oh no." - murmuró, deslizando su mano en el agua y recogiendo el paño para presionarlo contra sus sensibles pliegues. "Sigue adelante."

Demelza le frunció el ceño. "Solo lo hice para traerte aquí."

La sonrisa libertina que le dedicó Ross hizo que su corazón se acelerara aún más. Parecía que tenía el mismo diablo en sus ojos. "Lo sé... pero quiero verte."

Un rubor subió por sus mejillas. Una cosa era comportarse como una mujerzuela para burlarse de él, y otra muy distinta tenerlo tan cerca de ella, mirándola mientras se tocaba. Sin embargo, sabía lo mucho que disfrutaba viéndola, era evidente por el hambre intenso en sus ojos oscuros.

Casi vacilante, tomó la toalla de su mano, el agua se arremolinaba mientras la volvió a frotar sobre su centro de placer. Ross cambió de posición, moviéndose detrás de ella. Su boca bajó a su cuello para besar y chupar su delicada piel. Sus manos se sumergieron bajo el agua tibia, ahuecándose en sus pechos y apretándolos. Se sentía extraño y erótico en su piel resbaladiza, especialmente cuando sus dedos pellizcaron sus pezones y se deslizaron entres sus yemas.

Era un choque de sensaciones que aumentaba su placer, y Demelza se encontró presionando la tela con más fuerza entre sus piernas mientras la frotaba hacia arriba y hacia abajo. Las manos de Ross tocando y acariciando sus pezones, incapaz de agarrarlos firmemente gracias al agua. Arqueando la espalda, se encontró a sí misma gimiendo mientras él lamía la tierna piel que conectaba su cuello con su hombro. Sabiendo que estaba observando los movimientos de su mano bajo el agua, la forma en que la tela contrastaba con sus rizos cobrizos mientras se arremolinaban en la corriente.

La picazón de la necesidad estaba creciendo, floreciendo, y se dio cuenta de que iba a alcanzar el clímax mientras se tocaba a sí misma.

Justo cuando iba a alcanzar la cúspide, Ross soltó sus pechos de repente, la agarró del brazo y lo apartó. Ella se quejó ante la interrupción, su cuerpo tensándose por el orgasmo que había quedado fuera de su alcance. Inclinándose sobre bañera, su boca atrapó la de ella, sofocando su angustia con su beso. Solo la hizo arder más.

Cuando se apartó, ella lo miró.

"Es hora de salir del agua, amor." - dijo, dirigiéndole una mirada cómplice. Ella apretó los dientes.

"¿No quieres unirte a mí?" - preguntó vacilante, mientras él la ayudaba a pararse sobre sus piernas temblorosas.

"Siempre tienes las ideas más creativas, mi niña." Murmuró y se imaginó a sí mismo metiéndose en la pequeña bañera con ella, ambos empapados. Pero el agua seguramente ya se estaba enfriando y no tenía la paciencia para subir más baldes por las escaleras.

Entonces ella gimió, estremeciéndose cuando él pellizcó su pezón. El tierno capullo estaba más sensible de lo habitual, y el destello de dolor la hizo aferrarse a él. Ross se apartó unos centímetros para mirarla, preocupación escrita en su rostro. "¿Te lastimé?"

"No, no, Ross. Todavía están un poco sensibles. Por el agua." Respondió rápidamente, no queriendo que él se distraiga. Ross la ayudó a salir de la bañera.

Era cierto, su cuerpo se sentía exquisitamente sensible cuando él la secó con una toalla, frotando enérgicamente sus extremidades y pasando más tiempo en sus pechos y entre sus piernas. Demelza tenía sus manos apoyadas sobre sus hombros para ayudarla a mantener el equilibrio. Movió sus caderas mientras sus dedos se deslizaban por su abertura, tratando de mantener el contacto.

"Mi amor..." dijo, gimiendo de angustia cuando él se apartó, dejándola otra vez al borde de la satisfacción.

"Paciencia, cariño." - murmuró él, dejando caer la toalla junto a la bañera. Ross le soltó el cabello y lo dejó caer por su espalda como una cascada de luz y brillo. La tomó en sus brazos y la llevó a la cama mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos y daba besos en su hombro. Sus dientes rasparon contra su clavícula, haciéndolo estremecerse levemente, Ross apretó sus brazos alrededor de ella para asegurarse de no dejarla caer accidentalmente ni una pulgada.

Manipulándola como si estuviera hecha de porcelana fina, la acostó en la cama, arrastrándose ansiosamente encima y deslizando sus manos por sus brazos hasta llegar a sus muñecas, las que llevó junto a su cabeza. Los pequeños gemidos que hizo en la parte posterior de su garganta fueron directamente a su polla, que ya estaba dura como una roca al verla tocarse bajo el agua. Ella se meció debajo de su cuerpo, frotándose contra sus muslos, buscando que su miembro la penetrara de una vez.

La pasión de Demelza nunca dejaba de excitarlo, lo hacía luchar por autocontrol mientras su esposa trataba de acelerar el paso. Había experimentado con mujeres y eso le ayudaba, pero solo hasta cierto punto. Nadie era como su esposa. Deseaba a Demelza como no lo había hecho por ninguna otra mujer en su vida. Suya para apreciar, proteger, amar. Todavía lo hacía estremecerse el pensar en cómo lo miró cuando ella escuchó las palabras salir de sus labios por primera vez. Él no había tenido la intención de ocultárselo, simplemente no se había dado cuenta de que se sentía así.

Envolviendo sus largos dedos alrededor de los suyos, bajó su rostro hacia el de ella y la besó, tomándose su tiempo. La idea de tenerla en el agua todavía bailaba en el fondo de su mente. Quizás ella también estuviera dispuesta a probar algo más esa noche. "¿Quieres jugar, mi amor?" - susurró contra su piel. Para ser honesta, ella habría dicho que sí a cualquier cosa. Ross la dejó un segundo después de que asintiera, para volver un momento después con su pañuelo de cuello colgando de sus dedos. Esto también había sido idea de ella.

"Ross…" Demelza gimió mientras él envolvía sus muñecas con firmeza, asegurándolas sobre su cabeza, sabiendo que tener sus manos atadas significaba que él se tomaría su tiempo. Se burlaría de ella. Jugaría con ella. La atormentaría, mientras ella estaba atada e indefensa e incapaz incluso de instarlo a que se apresurara.

Esto era lo que consiguía por intentar tentarlo cuando estaba en su baño.

"Perfecta." - murmuró él, deslizando su cuerpo hacia atrás para poder admirar la bonita imagen de su esposa, con su cabello cobrizo desparramado sobre la almohada, sus brazos estirados hacia arriba sosteniéndose de la cabecera de la cama y sus pechos levantados con sus bonitas puntas rosadas, como una dulce ofrenda para su boca y manos. Llevó sus dedos a sus pechos, mirando su rostro mientras le pellizcaba los pezones con fuerza.

Demelza se retorció, la punzante sensación de dolor se mezcló con el placer disparándose a través de ella y haciendo que su cuerpo ya sensible se agitara aún más alrededor de la tensión en su vientre. Su marido se cernía sobre ella como un dios oscuro, con los ojos clavados en ella, observando cada matiz de su expresión mientras pellizcaba y hacía rodar los tiernos brotes, tirando de ellos y haciéndola jadear mientras ella se movía y se retorcía debajo de él.

Frotarse contra sus muslos no hizo nada para aliviar la creciente necesidad entre ellos, y ella gimió, arqueando la espalda y rogándole por más.

Ross se echó hacia atrás y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, con una mano todavía en un pecho y la otra deslizándose por su estómago hacia su montículo.

"Ross, por favor, tócame." - suplicó, tratando de levantar las caderas, pero incapaz de hacerlo con su peso en la parte inferior de su cuerpo.

"Te estoy tocando, cariño."

Ella gimió. "Más... por favor... tócame... ahí."

"Ahhh… pídemelo amablemente. Cómo a mí me gusta." - bromeó, pasando su mano por su cadera.

"Por favor, mi amor."

Esas fueron las palabras mágicas. A Ross le encantaba escucharla sin aliento cuando le decía así. Por el otro lado ella también lo sabía, y cada vez se sentía más cómoda llamándolo de esa manera. Y esperaba que eso lo instigara a hacer lo que ella quería.

Ross llevó un dedo por entre sus labios íntimos, sintiendo el calor abrasador de sus pliegues, deslizándose gentilmente a través de su crema resbaladiza.

"¿Esto es lo que quieres?" - preguntó, haciendo girar su dedo en un pequeño círculo.

Demelza gimió, retorciéndose debajo aún más mientras trataba de atrapar su mano, para mecerse contra ella. "No, amor. Por favor, más."

"Eres tan mandona desde que sabes que te amo." - dijo, sacudiendo la cabeza. "Pero sabes que siempre cumpliré, ¿no es así?"

"Sí." Dijo ella, sus ojos verdes suplicándole que le diera lo que quería. Lo que necesitaba. Estaba dispuesta a decir cualquier cosa para conseguirlo.

Inclinándose, besó su vientre, su dedo sondeó su carne más en profundidad y ella jadeó, estremeciéndose mientras él bombeaba su dedo lentamente dentro y fuera de su coño. Cuando se alejó de nuevo, su voz se quebró en un lamento.

Rápido como un guiño, Ross la hizo voltear, colocándola de rodillas con la parte superior de su cuerpo estirada ante ella. Ella lo miró por encima del hombro, su expresión era una mezcla de frustración sexual, necesidad y pasión.

"Ross..." - susurró. Tan bajo que llamó su atención.

"Si mi amor. ¿Quieres algo?" - dijo, burlándose de ella. Acariciando la piel de su espalda y hombro con su barbilla áspera.

"S-sí... ¿Me... Tú me...?" - tartamudeó - "¿Me nalguearías?"

Ross estuvo a punto de venirse en el acto.

"Te dije que no te volvería a castigar." - dijo después de un breve momento cuando al fin pudo hablar.

"Lo dijiste, siempre y cuando yo me comportara bien." - dijo apresuradamente. No quería contarle más, solo quería experimentar lo que había sentido esa noche hacía tanto tiempo. Ese placer prohibido.

"¿Y te has estado portando mal?"

"Quizás."

"¿Qué hiciste?" - preguntó intrigado.

"Ross, por favor. Te diré después." - gimió, necesidad clara en su voz. No iba a negarse a su petición. Sosteniendo una mano en su espalda baja para mantenerla en su lugar, su otra mano subió y bajó sobre su trasero con un ruidoso chirlo. Demelza dejó escapar un gemido agudo, presionando las caderas contra la mano que la sostenía, como si intentara levantar su trasero para pedir más. "No quiero que te angusties, cariño... pero esto no te angustia, ¿no es así mi amor?"

Su voz era un canturreo bajo y seductor, y cuando azotó el otro cachete del trasero de Demelza, ella gimió de nuevo. Era verdad, no estaba angustiada en lo más mínimo.

En todo caso, estaba más excitada que antes. Las fantasías de Ross iban más allá de cualquier cosa que pudiera imaginarse, pero él siempre decía que ella tenía las mejores ideas, y cada vez que se entregaban a ellas, los excitaba a ambos a alturas salvajes. Ella confiaba en él completamente, y sinceramente, no podía ver el daño en ser nalgueada así, ya que no estaba ni cerca de ser tan doloroso de como lo había sido la primera vez, pero tenía que protestar de todos modos. A pesar de que le gustaba, incluso cuando fue idea suya. Cuando la palma de su mano se estrellaba en la carne de su trasero, sentía como si debiera expresar algún tipo de indignación femenina.

La ráfaga de toscas palmadas en su trasero la hizo arder, por dentro y por fuera. Gemía cuando la mano de Ross abofeteaba, luego acariciaba y después bajaba a rozar sus labios empapados, antes de levantarse y nalguear su trasero con punzantes palmadas de nuevo. Tirando de las ataduras, le rogaba más cada vez que metía sus dedos dentro de ella, el placer se elevaba hasta que sintió que podría tener un orgasmo solo de sentir su mano bajando sobre su carne ardiente y dolorida.

Ross la nalgueó hasta que su trasero se puso de un rosa caliente y sonrojado y su excitación goteaba por sus muslos. Su polla era de color rojo oscuro, se veía enojado y exigía ser enterrado dentro de ella. Algo que ya no se iba a negar más.

Ross puso a su esposa boca arriba, la agarró por los muslos y los separó. Los labios hinchados de su coño florecieron como los pétalos de una flor, cubiertos con un rocío cremoso, su clítoris tan regordete y ansioso que estaba más hinchado de lo que lo había visto jamás. Enganchando sus piernas sobre sus brazos, extendió la mano para ahuecar sus pechos mientras alineaba su polla con su calor húmedo.

"¡Sí, por favor, Ross, por favor, Judas!" - gritó Demelza mientras él empujaba hacia adelante, su cuerpo se ondulaba y apretaba a su alrededor mientras él pellizcaba sus pezones y los usaba para mantenerla en su lugar mientras la llenaba.

Su coño padeció un espasmo alrededor de él, sus piernas se doblaron y trató de atraerlo más mientras sollozaba en éxtasis. Emitiendo un gruñido bajo en el fondo de su garganta Ross se inclinó hacia adelante y comenzó a bombear con fuerza, rapidez y sin piedad, sabiendo que ella estaba lo suficientemente excitada como para poder soportarlo. De hecho, Demelza había comenzado a tener un orgasmo casi en el momento en que él la había penetrado, abriéndola con la deliciosa fricción de su polla deslizándose dentro de ella.

Con las muñecas atadas y sujetas a la cama y la parte inferior del cuerpo bajo el control total de Ross, no había nada que pudiera hacer más que gemir y convulsionar a su alrededor mientras él la tomaba. Su coño ardiendo y hormigueando deliciosamente cuando su primer clímax comenzó a disminuir, incapaz de disiparse por completo mientras él todavía se movía dentro de ella, su cuerpo se frotaba contra sus sensibles labios hinchados y el gordo capullo de su clítoris.

Estaba duro como una roca, un trozo de acero que invadía su cuerpo y frotaba un exquisito lugar que la llenaba de placer con cada embestida. Demelza se retorció, sabiendo que él estaba mirando cada estremecimiento, cada giro de su cuerpo, y lo disfrutaba. Saber que todo su enfoque estaba en ella era una experiencia felizmente satisfactoria, incluso si la oleada de placer se estaba volviendo casi dolorosa en su intensidad.

Un segundo orgasmo se apoderó de ella cuando él apretó su cuerpo contra el de ella, atrapando su clítoris entre ellos y usando su pelvis para enviar oleadas de éxtasis a través de sus nervios.

Demelza gritó, su coño apretándose alrededor de la gruesa vara dentro de ella, tratando de ordeñar su semilla. En cambio, Ross continuó empujando, fuerte y profundo, haciéndola gritar junto a su oído mientras su cuerpo se inclinaba y trataba de moverse debajo de él. Intentó juntar las piernas, pero sus brazos la sostenían con demasiada fuerza. No había defensas para sus vulnerables labios mientras continuaba su despiadado asalto a sus puntos más sensibles.

Ella sollozó de alivio y liberación mientras él gemía y temblaba, su polla hinchándose dentro de ella, palpitando contra sus paredes internas mientras chorro tras chorro de semilla caliente la llenaba. Gotas de humedad se aferraron a sus largas pestañas mientras revoloteaban, sus ojos rodaban hacia arriba mientras los últimos espasmos de placer desaparecían de su cuerpo.

Los antebrazos de Ross le impidieron dejar caer todo su peso sobre Demelza mientras le soltaba las piernas y se inclinaba sobre ella, buscando sus labios con los suyos. Tuvo cuidado de no poner todo el peso de su cuerpo sobre ella. Últimamente terminaba tan cansada que dormía hasta el mediodía, aunque no parecía estar peor después de sus vigorosos actos sexuales. Devolviéndole el beso, hizo esos sonidos felices y soñadores que indicaban que él la había satisfecho y que estaba contenta.

Apartando los labios, bajó la mirada hacia esos ojos verdes esmeralda que lo habían capturado desde el principio, incluso si no había sabido en ese momento lo que eso significaba.

"Te amo, Demelza." - dijo, poniendo su peso en un brazo para poder tocar y acariciar su mejilla, le encantaba la suavidad de su piel, la alegría que sentía en ella con cada lánguido movimiento. "Nunca me había sentido así antes. Eres la mujer perfecta para mí, nunca dudes de ello."

La felicidad que brillaba en sus ojos no tenía sombra, y sabía que finalmente había encontrado las palabras adecuadas, las que había estado esperando escuchar porque ella envolvió sus manos atadas alrededor de su cuello y lo besó.

Una vez que estuvo desatada, limpia y cubierta con su camisón - había comenzado a tener frío por las noches y no quería dormir desnuda - ambos se acomodaron bajo las sábanas. Ella ya bostezando y él medio sonriendo.

"No te rías de mí." - dijo. Volviéndose hacia él. Solo para hacerlo sonreír más evidentemente - "¡Ross!" Acarició su nariz con la suya, hasta que la respiración de ambos se relajó. Ella había cerrado los ojos, pero él sabía que no dormía.

"¿Mi amor?"

"¿Mmmm?"

"¿Qué fue lo que hiciste?"

Demelza abrió los ojos lentamente para encontrarse con los de él brillando en el resplandor del fuego. "¿Dijiste que te habías portado mal?" - preguntó levantando una ceja.

Ella frunció los labios. Lo que le llamó la atención... de verdad había hecho algo.

"¿Has sido una niña traviesa, florecita?"

"No, Ross. Yo..."

"¿Sí?"

"¿Prometes no enojarte conmigo?" - susurró.

"Sea lo que sea que hayas hecho, ya has recibido tu castigo..."

"Ross..."

"Lo prometo." - dijo, dándole un rápido beso en los labios. No sabía lo que ella iba a decir, pero ciertamente no esperaba lo que dijo a continuación.

"Se trata de Elizabeth."

"¿Elizabeth?... ¿Qué ha..."

"Y de esa noche en Trenwith. Yo... yo... No fue un accidente. Lo hice a propósito. Le tiré el vino deliberadamente."

Ross movió la cabeza sobre la almohada claramente sorprendido. Para aquel entonces, aun no le había dicho que la amaba. De hecho, ella creía que él amaba a Elizabeth, pero no pensaba que Demelza hubiera hecho algo para lastimarla por eso. "¿Por qué?" - susurró, pero ella no respondió. - "¿Demelza?"

"¡Porque es una mujer horrible!" - exclamó. "La escuché decir cosas espantosas. Y me enojé..."

"¿Acerca de ti?" - pero ella no respondió.

"Quizás escuchaste mal. Elizabeth no es mala. Y si dijo algo fuera de lugar, estoy seguro de que no fue en serio."

Demelza cerró los ojos. Qué tonto de su parte decírselo.

"Mi amor, no guardes ningún resentimiento contra ella. Sé que no está en ti ser rencorosa."

"No, Ross. Por supuesto. Me hubiera gustado disculparme, eso es todo."

"Estoy seguro de que tendrás la oportunidad. Ahora a dormir, mi amor, o mañana dormirás hasta la cena."

Fin del Capítulo 38