NA1: ¡Ahora me ven!


Capítulo 37

Al fabuloso anuncio de Elsa siguió una contemplación mutua en las sillas frente al escritorio de Hans, las cuales tenían cara a cara. La enormidad de lo que ocurría había caído sobre ellos y se habían sentado para sopesar el inmenso acontecimiento de sus vidas.

Tendrían un bebé.

La primera vez ni siquiera habían podido tener un minuto de alegría por el suceso, limitándose al dolor de la pérdida, pero ahora el hecho llegaba a sus vidas exento de tragedia y sin un fantasma.

Y era abrumador para el matrimonio.

Tanto como ser madre y padre. Sonaba como el reto más grande de sus vidas, al que enfrentarse con amor, cariño, miedo, incertidumbre, valentía y determinación; era la entrada a un laberinto sin otra certeza que el querer y hacer lo mejor para el ser que protegerían en el camino lleno de niebla, obstáculos, aprendizajes y cosas felices.

Cuan pequeños parecían en un mundo como ese, y cuan héroes y victoriosos también.

—¿Cómo lo has sabido? —habló él finalmente, rompiendo la fina capa de hielo que se había formado allí.

Llevándose una mano más abajo de su ombligo, Elsa le compartió unas sospechas —sin esa incomodidad que la dominara con la señora Hall— y su reciente visita a la mujer experimentada en embarazos.

—Llamaré al doctor para otra revisión. La comadrona ha dicho que tengo menos de dos meses, supongo que puede ser así.

—¿Tienes temor? —preguntó el sureño con la garganta seca. —Y… no me quiero adelantar, pero tenemos menos tiempo para analizar cómo haremos con la distancia.

A Hans no le sentó muy bien decir lo último.

Elsa, con una franqueza que frenaría a otros, asintió y negó, entendiéndolo. Era diferente sopesar su maternidad cuando no había una realidad en su interior, aunque esta todavía no fuese cien por ciento segura y generara más terror.

—Creo que no se repetirá —contestó ella sujetándose a una actitud favorable, lejos de su habitual forma de ser.

—¿Sabes? Yo también lo pienso, mi instinto, raras veces equivocado, me lo asegura.

La joven reina rió con su arrogancia y le dio un puntapié ligero en la pantorrilla.

Hans palmó el muslo de la pierna de ella, sin recriminarle el golpe. —Bueno, tomando en cuenta las circunstancias, volvió a ocurrir en el frío; necesitas estar más feliz para que te embaraces.

Su broma fue correspondida por una carcajada de Elsa, no empañando su júbilo con la penosa pérdida de su pasado.

Hans se relajó en el respaldo de su silla, observando a su esposa con gusto. Ahora podía entender el cambio que había creído, pues era causa del fruto de ambos que gestaba en su interior.

El pensamiento lo inundó de calidez, como darse cuenta de lo bella que se veía ella con esa felicidad, a la cual podría acostumbrarse y admirar por horas, independientemente de su efecto.

Era un sol que le cegaba con sus rayos.

(Y con el que se sentía más vivo gracias a su presencia.)

{…}

Más tarde, en la cena, Hans se aseguraba que su cuñada no sabría el estado de Elsa a menos que careciera de conocimiento de ella o asumiera que ocurría algo distinto con la rubia. La mirada zarca de su esposa manifestaba su emoción entusiasta, al margen de la imperturbabilidad habitual de su rostro.

Aunque Anna se centraba tanto en sí misma que tampoco sería sorpresiva su ignorancia. En cualquier caso, la había mirado de reojo varias veces y no le había parecido enterada de lo que su hermana mayor revelaba con buen ánimo.

Quiso sonreír efusivo. Esa noticia de Elsa le incitaba a estar visiblemente contento.

En la mañana no podría haber creído que terminaría el día con una novedad que cambiaría su vida; una cosa tan buena que, pese a tomar acciones en favor de ello, había caído como sorpresa para él.

En particular, lo había tomado desprevenido; a él, que tendía a adivinar y adelantarse a sucesos… y que prestaba cierta atención a lo que su esposa competía (por un motivo incomprensible, pero fuerte).

De verdad le impresionaba haberse perdido algunas de los síntomas de su embarazo, si bien Elsa era perfecta para disimular. Al día siguiente prestaría atención a esa inconformidad matutina; no abandonaría la cama antes que ella se despertara, como era su costumbre en los días que no tenían sexo de mañana.

Hans mantuvo su tenedor en el plato, repentinamente invadido por muchos sentimientos y emociones que precedieron a su hambre.

Ya no había necesidad de compartir cama con Elsa; no tendría oportunidad de atisbar esa afectación de ella porque amanecerían en sitios separados.

Eso estaba bien, ¿no? De momento —y confiaba que así fuera hasta siete u ocho meses después— habían cumplido el objetivo de su matrimonio.

Sin embargo, el sexo entre ellos era grandioso y en las semanas de embarazo de Elsa no había demostrado perjudicar al bebé. ¿Por qué detenerse en el tiempo que a él le quedaba en Arendelle?

¿Y desde cuándo él quería tanto ese acto?, se cuestionó frunciendo el ceño.

Así mismo, ¿sería prudente hacerle gastar fuerzas?

Libró a su garganta de presión y se obligó a tragar el resto de su comida para no evidenciar esa anormalidad en él.

Inquieto, hasta el término de la cena prefirió buscar señales en Elsa de su renuencia a ciertos alimentos. No encontró nada contundente, mas ayudó a que el tiempo transcurriera rápido y debieran retirarse del comedor.

En su camino a la biblioteca descubrió que Elsa lo acompañaba y que sus hombros ya no estaban tensos.

Se aclaró su garganta cerca de su destino, haciendo que ella lo mirara. —¿Se te ofrece…?

—Voy a leer. —Elsa alzó sus cejas casi con diversión y prosiguió su andar.

Movió la cabeza en reconocimiento. —Parece que tenemos las mismas ideas.

Ella se acomodó un mechón de cabello suelto de su trenza y él la atrapó viéndolo de reojo.

—¿No vas a trabajar? Está terminando enero, debe ser un tiempo ocupado —preguntó Elsa cuando él abrió la puerta de la biblioteca.

Se encogió de hombros. —En realidad, no. Y es una buena noche para estar trabajando.

—Tu negocio estará en peligro.

Él sonrió de lado.

—¿Vas a mantenerme?

Elsa bufó escogiendo una sección diferente a la suya. Tardó más que él decidiendo una lectura, porque Hans se encontraba sentado junto al fuego en su aparición; empero, él no había comenzado a leer ese diario de viajes en África y solo descansaba los pies en un taburete bajo.

Ella ocupó el sofá frente al sillón donde estaba él. Al notar su compostura, Hans puso los ojos en blanco. Lo respetaría si no supiera que le gustaba la comodidad; en consecuencia, se inclinó y, a como permitía la mesa, empujó con el pie otro escabel para uso de ella.

La vista de su esposa se desvió al pequeño mueble, negando para sí.

—Te sientas en el suelo, esto es nada. Además, si te ven, una ceja tuya asegurará que no habrá indiscreciones. —Sonrió ladino. —Compláceme, Majestad.

Tras un instante de duda, ella hizo algo mucho más atrevido (hablando de Elsa), quitándose el calzado para acomodarse a lo largo del sofá, su sien apoyada en el respaldo de este.

Rió entre dientes mientras abría su libro.

Un periodo indeterminado después, las voces de Anna y Olaf rompieron el silencio; conversaban sobre qué escoger esa ocasión y que el muñeco esperaba poder leer todos los libros de la biblioteca como ella.

Él elevó la mirada irritado al tiempo que Elsa recuperaba sus zapatillas.

—¡Oh! —exclamó el muñeco de nieve apareciendo por ahí. —¡Hola!

Anna los escudriñó brevemente.

—Les van a doler los ojos —señaló Olaf riendo. —Nosotros leemos en el salón porque la biblioteca es muy oscura.

La boca de Elsa se curvó amigable hacia el muñeco. —Tendremos que usar lentes, ¿cierto?

A él se le escapó una mueca que acrecentó la sonrisa de ella. Gracias a Lars, que de tanto leer había comenzado a usar gafas, sabía que podía ser cierto.

—¡Sí! —Con sus diminutos dedos, el muñeco de nieve trató de crear dos círculos alrededor de sus grandes ojos. Cambió de opinión y los enfocó uno a uno con sus manos alejadas de sí, imitando unas gafas. —Elsa, tú te verías bonita. Hans, no.

Anna soltó una carcajada, interrumpida al oírse una risa suave de su mujer.

Los otros dos la contemplaron; Anna atónita, Olaf satisfecho.

Pagado de sí mismo, Hans pensó que era muy tranquila en comparación de las ocasiones en que había reído en privado.

—Vámonos, Olaf, o Hans te arrancará las manos —apremió la pelirroja saliendo de su estupor.

—Uy, sí. ¡Oh! ¿Por qué no releemos Frankenstein? Me siento inspirado.

—Qué bien. Es más corto que El Quijote.

—¡Ah! ¡Me encanta ese libro! ¡Qué gran caballero!

Hans parpadeó por el gusto literario de la creación de Elsa, suponiendo que influía ser parte de ella. O tal vez la criatura mágica solo veía el lado gracioso de esa compleja obra.

—Qué pena con tu vanidad —comentó Elsa burlona volviendo a su posición anterior.

Hans viró los ojos.

Continuaron sus respectivas lecturas, solo interrumpidas por las campanadas de las nueve de la noche —su hora de retirada en las últimas semanas—, puesto que sus miradas se cruzaron con ese sonido.

El costado de su rostro que tenía más lejos la chimenea, se sintió igual de cálido a su opuesto. Por su parte, ella miró al fuego bajando las piernas del mueble.

—Me iré primero —informó ella poniéndose en pie con el libro abrazado a su pecho. Se veía insegura aferrándose a él.

—Elsa… —La llamó en tono tenue.

Ella se detuvo dándole la espalda a su marido. Su respiración se acortó, diferenciándose al impulso de su corazón; ambos le recordaron el asunto que quedaba en su mente sin la incertidumbre de un posible embarazo.

La habitación se sintió tensa en su espera por las palabras de él, pero no hizo nada por romper el silencio. Presentía que él tenía la misma duda que ella respecto a su arreglo de alcoba; estando embarazada no había por qué yacer juntos.

Esa duda había supuesto una desconcertante gran decepción e impotencia… Disfrutaba de ello, ya lo había aceptado, aunque el sentimiento debía atenuarse por la realidad, debido a que no sería la primera vez que se interrumpieran sus relaciones por meses.

O había algo más que se resistía a ver.

Todo aquello había hecho que quisiera leer para adormitarse y distraerse; un intento fallido porque había tenido que repasar párrafos, consciente de la presencia de él, y no se había cansado.

Hasta la somnolencia que aparecía últimamente no había surgido.

—¿Dormirás sola?

Sonaba tan inseguro (y anhelante) como ella se sentía.

Fue consciente de su presencia atrás de ella. Tembló moviéndose ligeramente hacia él. —Te gusta acostarte conmigo, nuestros cuerpos se acoplan; no hay necesidad de pensar en nada más —susurró Hans para los dos, provocando un brinco en la piel de su cuerpo. —Y si no estás cansada…

La mano de él se posó en el lugar donde albergaba su hijo o hija, estremeciendo su corazón.

—…podemos celebrar.

Tentativamente colocó su mano sobre la de él y le apretó. Experimentó un sentimiento conocido que limitó al ser en su interior.

—Devolvamos los libros.

Su frase fue la indicación para irse al dormitorio, y el contenido de su oración sirvió para regalarse unos momentos de amainar esa magia que la había recorrido de pies a cabeza. No obstante, en su tarea de encontrar el sitio vacío en los libreros, Elsa estuvo temblando por dentro gracias a la excitación de lo que vendría, así que al reunirse con él en la puerta estaba intranquila.

Sus emociones insistieron en el recorrido a su habitación, creándole un entusiasmo superior a las muchas ocasiones que realizaran ese camino.

Y empeoró porque él ingresó directo a los aposentos de ella, en vez de ir a los suyos como regularmente lo hacía.

La ropa desapareció rápido, pero la compañía de sus cuerpos aconteció en procesión pausada y dominándola en las sensaciones como si se tratara de un capítulo nuevo y desconocido.

Lágrimas se acumularon en sus ojos en el toque a las estrellas y tanta emoción la mantuvo despierta cuando él se había dormido, con su pierna prácticamente pegada a la de ella.

En esas circunstancias, su mente repitió el patrón de múltiples veces en el día, quizá acciones que se volverían sus conductas a moderar en los próximos meses (o no); era rozarse el vientre con los dedos, acariciarlo o simplemente depositar su mano arriba de él. Incluso inconscientemente lo llevaba a cabo.

Sonrió. Todavía no podía creerlo, sin importar la preparación que hubiera tenido. Si se pellizcaba, podría salir de lo que parecía un sueño y no quería.

—Te cuidaré —juró una vez más.

Previniendo que pudiera dormirse, se recostó sobre su lado izquierdo, siguiendo la recomendación de la comadrona de empezar a habituarse a eso. En tal posición, su cuerpo miraba al de Hans, descansando apaciblemente.

Su mano se apartó un momento de su abdomen y subió hasta el cuello de él la cobija que necesitaba más que ella. En su varonil y guapo rostro surcó un gesto de satisfacción.

—Descansa —murmuró ella, devolviendo su mano a su vientre sin apartar su mirada de su compañero de cama.

En algún momento el sueño hizo acto de presencia.

Ella no se percató que, antes de eso, su pierna se entrelazaba con la de su marido.

{…}

—Tendré un bebé.

La única respuesta de Skygge fue lamerse la pata desinteresado. Elsa negó riendo; no podía esperar que él entendiera lo que le había comunicado… o podía ser una muestra de celos por alguien que amenazara su privilegio con ella.

—Tú vas a cuidarle y te amará como yo.

Él maulló deslizando su cola en su antebrazo y sus ojos amarillos se clavaron en su rostro, como sugiriéndole que callara su monólogo.

Suspiró. —Supongo que prestarás más atención cuando me crezca el estómago.

Skygge se enrolló encima de sus muslos para dormirse. Ella también bostezó, contradiciendo a las diez horas de sueño que había tenido.

…las cuales se habrían alargado de no despertarse para vaciar su estómago.

Cogió el lápiz en el escritorio para dibujar y llevaba un par de bosquejos de su próximo mueble cuando la puerta de la oficina se abrió.

Inspiró profundamente ante el aroma a pan fresco y especiado que acompañó a la entrada de Hans. No era chocolate, pero la boca se le aguó como si lo fuera.

Ladeó la cabeza y lo vio mientras cerraba la puerta. Le pareció gracioso que llevara servilletas, un plato de banquete, un cuchillo y una bolsa de papel. Probablemente habría vasos y una jarra si no hubiera un servicio de limonada en el escritorio, solicitado por ella.

—Mencionaste esta mañana que la comadrona te había recomendado cosas saladas y jengibre para las náuseas y mareos —comentó él caminando a la mesa, causando que su corazón se apresurara sin realmente hacerlo. Él todavía estaba en el dormitorio cuando ella corriera al baño; si no le hubiera detenido, habría entrado y ofrecido una mano como ahora, el modo en que podía ser útil. —Es pan de jengibre.

Asintió esperando que sus orejas no se mostraran rojas, porque sintió calor en ellas.

Él dispuso los artículos en la mesa para cortar el largo pan en rebanadas.

—Ayer por la cena y hoy en el desayuno… es imposible que Anna no adivine. O tal vez yo veo más.

Elsa sintió inquietud al escucharlo, no tanto por su hermana, sino de lo último, aunque la repentina mezcla de formas frente a sus ojos la centró en otra cosa.

Cerró los ojos apoyando la cara en sus palmas, ocultando el mundo danzante.

—¿Estás bien? —le preguntó él preocupado. Ella sintió sus dedos sin guantes en la curva de su codo, ofreciéndole un confort que no esperaba.

Temiendo que asentir empeorara su situación, decidió hablar. —Sí, un mareo. Ya pasará.

Hans presionó sus labios en una línea e, impedido de —y queriendo— hacer algo más, frotó su pulgar contra su brazo.

Se cuestionó cuánto tiempo, antes de la confirmación, ella había cuidado no enseñar sus malestares, tan bien que ni su agudeza visual y conocimiento de ella le había impedido notarlo.

Al mismo tiempo, sentía respeto y una onza de alivio. Era asombroso, injusto y admirable que una mujer procurara meses por un bebé, tuviera pruebas de su presencia y formara una conexión especial, mientras el hombre esperaba hasta el nacimiento buscando cambios en la madre.

Él estaba alegre por el bebé que tendrían, pero sabía que no igualaría a lo que vivía ella, que sí notaba diferencias (perceptibles) en su persona, anunciando esa dichosa llegada. No obstante, corregiría esa carencia formando un vínculo con su hijo o hija cuando hubiera nacido, máxime creando una relación que no había tenido con sus padres o hermanos.

Una inconformidad se añadió a sus emociones… la diferente ubicación haría difícil ese propósito.

(Y también la búsqueda de cambios en ella.)

Al ver que Elsa erguía los hombros, él se enderezó en su asiento y cogió una rebanada del pan, que colocó en una servilleta antes de depositarlo cerca de ella.

—Gracias —le dijo su esposa suspirando y tomándolo con cuidado.

Él mordió el suyo asintiendo.

Realmente agradecía no ser quien quedara preñado.

{…}

El primer día de febrero, saliendo de su baño, Elsa comenzaba a suponer que trabajaría en sus aposentos durante el curso de su embarazo, debido a que era agotador subir las escaleras a aliviarse o vaciar el cubo con tapa que creara para su vómito. Sería más sencillo concentrarse en un sitio con el retrete a unos pasos, que a metros.

Y la cama cerca.

Ese era el lado malo de su embarazo. Constantemente quería dormir, vomitar, orinar, comer o llorar, síntomas que no iban bien con dirigir un reino. Haciendo una actividad menos demandante lo llevaría mejor, pero resolver los asuntos de Arendelle era mucho, sobre todo con la comunicación por mar reabierta.

Sin ganas de bajar todavía, fue a la cama y se acostó con los pies cayendo por el borde del colchón.

Extendió los brazos respirando hondo y mirando el techo.

Después de unos momentos su mano acudió a la mitad de su cuerpo. ¿Cuánto tardarían en darse cuenta? Estaba un poco hinchada del vientre, algo que la anonadaba según el cálculo del médico y la partera. Para su tiempo encinta engordaba rápido y, por su delgadez, ya empezaba a notarse en lo mínimo.

Adicionalmente, los otros cambios llamarían la atención de alguien.

O tal vez yo veo más —repitió en voz alta las palabras de Hans, sintiendo una agitación como al oírlas por primera vez.

¿Qué veía?

—Dios. —Cubrió su boca con su mano libre.

¿Se notaría lo que negaba, si era verdad, como era evidente en los rostros de Anna y Kristoff? ¿Sabría que ella había desarrollado…?

Cerró los ojos, abochornada y consternada. Si era así… Frunció el ceño, sin una idea precisa de lo que significaría para Hans que ella se enamorara de él.

Cabía la posibilidad de que no le importase; le habría desanimado, en el mejor o peor de los casos. Aún más, para su esposo sería halagador que tuviera esa clase de sentimiento hacia él sin haberlo invitado.

Y no lo había hecho, su comportamiento no mostraba nada fuera de lo común.

Resopló, sabiendo que mentía en eso. Hacia ella había actuado de formas gratas, diferenciándola del resto; era cálido sin exagerar, gracioso, preocupado, ameno, y la respetaba y apoyaba.

—Porque eres su esposa —señaló en alto para oírlo fuera de su mente, enfatizándolo.

Con ese panorama, ¿por qué habría impedimentos para amarlo?

Ella simplemente…

Abrió los ojos de golpe recordando sus convicciones al principio de su matrimonio. Era una receta para el desastre, las cosas se complicaban inmiscuyéndose demasiado en la vida del otro y agregando romance a la situación.

Principalmente en su tipo de matrimonio.

Con cinismo, pensó que, a pesar de haberle confesado que no había estado con otra mujer, ahora Hans lo haría; estando la esposa embarazada, era típico de los hombres en su clase, y en uno con un apetito como el suyo sería extraño que repitiera su fidelidad otra temporada alejados, cumplido su objetivo de dejarla encinta.

No le importaría estar casado, como había sido evidente en su acuerdo inicial. No le importaría su esposa.

Y si ella le amara, dolería sobremanera.

Los ojos se le humedecieron sin querer.

¿Qué había estado haciendo? Por eso había sido un error ser tan expresiva en su compañía, la había dejado vulnerable y afectada.

Una cosa era forjar una amistad para el bienestar de sus hijos y otra esa relación estrecha que estaban teniendo y que la hacía confundir su corazón. Sí, eso era, se estaba involucrando demasiado y creía que lo amaba románticamente…

No lo amo.

No, ella no estaba enamorada de él. No había amor entre los dos.

Y tampoco podía estarlo sabiendo que nunca sería correspondida. Hans rechazaba el enamoramiento tratándose de él.

Sorbió con la nariz. —No pongas tal desgracia cerca —se dijo como recordatorio.

Debía ceñirse a esa declaración de límites. Si hubiera una oportunidad, quizá, y solo quizá, se aventuraría a creer que había algo más profundo. Como era imposible, darle relevancia era de necios ilusos.

Además, tenía que permanecer tranquila por el bien de la criatura en su seno.

Eran amigos y serían compañeros de crianza. Eso sería todo.

Sin añadir pensamientos, se levantó de la cama para ir a su despacho y trabajar, donde la ocupación serviría para no entrar en temas escabrosos e inútiles.

A media escalera sintió una punzada en la cabeza, por lo que cambió sus planes. Cogería unas galletas de chocolate de la cocina, siempre preparadas para su hermana y ella, y un remedio para el descontento; después buscaría su material de dibujo e iría a la oficina de Hans a relajarse.

Eso hizo y media hora más tarde se hallaba en la estancia vacía, apoyada al escritorio.

Así la encontró Hans, que volvía de hacer ejercicio.

El primer pensamiento de él fue que otra vez estaba lejos de su rincón, pero determinó que se cuidaba por el bebé. El segundo vino cuando se sentó en su sitio detrás del escritorio; este giró en torno a una expresión opaca en Elsa, contrastando la alegría desde que confirmara su embarazo la semana anterior.

—¿Está todo bien? —Tuvo que preguntar pasado unos minutos, desprovisto de explicaciones e interesado en la respuesta. —Luces…

La vio tensarse. Él arrugó el ceño.

—No sabes todo de mí —repuso ella circunspecta.

El bermejo se quedó anonadado y no insistió. Recordó entonces que ella era recelosa de algunas cosas, pese a mostrarse más amistosa últimamente.

Eso no impidió que sintiera una pequeña piedra en el pecho, una sorpresa inmensa para él.

{…}

Si bien Hans le había dado a Elsa el privilegio de ingresar a su oficina sin anunciarse, él no había sido otorgado con esa libertad, ni la había pedido, y en ese momento que estaba frente a la puerta de su despacho le irritaba. Sería una desventaja prepararla a su presencia para el asunto que quería abordar con su visita.

Temía que estuviera pasándole algo grave con su embarazo, o su vida en general, puesto que llevaba unos días con aspecto taciturno. Con la experiencia de un año atrás y el anhelo truncado de su cuñada, ella podía tener dificultades en esa etapa que la había hecho muy feliz al enterarse.

Además, se estaba recluyendo.

No había ido a su oficina el día anterior, tampoco en el transcurso del actual; pronto sería la cena y era un cambio importante en su rutina de los últimos tres meses y medio. También la noche pasada habían dormido en la misma habitación sin tener relaciones maritales; en cuanto a eso, no tenía problema por solo haber dormido juntos, sencillamente era raro que ella le invitara a su habitación, pero al acostarse en la cama le dijera que no harían nada y podía quedarse.

Le preocupaba y, admitía para sí, lo hacía más por ella que por el bebé en su vientre. Tenía una constricción en el área de sus pulmones que respondía solo por Elsa, quien había confiado en él otras veces y no en esa que parecía importante.

Negó y suspiró golpeando la puerta.

Recibido por el silencio, decidió entrar. Cual fuera su sorpresa al hallar el despacho vacío.

Sabiendo que su esposa no estaría en la oficina que él acababa de abandonar, ya que se habrían cruzado al dirigirse a ella, decidió intentar con la biblioteca. Al no encontrarla ahí, fue a su oficina y revisó de nuevo el despacho de ella, ambos vacíos.

La otra opción viable era su dormitorio, así que fue a él preguntándose si ella estaría retirándose temprano por cansancio.

Durante unos momentos pensó que estaba exagerando, pero tenía un presentimiento y una necesidad que volvían imperante aclarar esa actitud decaída de Elsa. De hecho, le parecía tan potente que no alcanzaba a concebirlo por completo, ni entender qué era esa fuerza moviéndole a ella como si de un imán se tratara.

No se iba a poner a analizarlo o perdería tiempo e ímpetu; seguiría haciéndolo sin ser consciente del motivo, confiando en su instinto.

Llegó a la puerta de ella y tocó con sus nudillos. Parte de su inquieto corazón se calmó al ser invitado a pasar.

Lo primero que vio fue que tenía el rostro desvaído, más blanco que su habitual tono de piel, y se afligió porque tuviera un malestar severo con su embarazo, que quedó confirmado con los artículos de oficina en la mesa.

—¿A qué se debe que me busques? —inquirió ella tranquilamente.

—¿Te encuentras mal? —Fue hacia el sillón libre frente a ella, que se tensó mirándolo hacerlo.

Él sintió que una cosa pesada caía en su estómago y una niebla empezó a surgir en su mente.

—No mucho.

—Te has ausentado de la oficina.

Ella apretó los labios, frustrándole. —Lo sé.

—Hay algo más —aseveró impulsivo.

—Me temo que no. —Habría funcionado si sus ojos azules no se mostraran ansiosos.

La roca en su estómago le hizo bufar.

—Lo que tú quieras no será realidad por tu deseo, Hans.

Frunció el ceño. Sonaba más un recordatorio a sí misma.

—Elsa, ¿qué pasa? Puedes decírmelo.

Ella cerró los ojos e inspiró.

—No es nada. Si solo era eso lo que querías, estoy bien.

Deseaba decirle que la conocía y estaba seguro de que ocurría algo, pero sabía que a ella le inquietaba que viera en lo profundo de ella lo que no podía admitir para sí misma.

Irritado, asintió y se levantó vencido. Como debía estar calma, según recomendación del médico, presionarla sería inadecuado.

Sin embargo, de pie alcanzó a leer un párrafo de una carta mencionando que quedaban pocos años para reclamar Arendelle del asqueroso hielo que debía llamar familia, y se enfureció.

Avanzó hacia la salida, porque debía descargar su ira por esos parientes de Elsa en otra parte. Lamentablemente, recordó la confesión sobre el congelamiento y su temor de que afectara a Anna y se detuvo, controlando sus ánimos asesinos con la certeza de que no debía dejarla sola.

Teniendo el corazón pulsando en suspenso, giró y caminó hacia ella, retomando su lugar en el sillón.

—¿Qué haces? Ya te he dicho que no…

—Quiero que te apoyes en mí —soltó sin pensar.

Elsa se quedó boquiabierta.

—Quiero saber lo que sientes para excusar el coraje que me corroe por dentro. Siento tanta rabia que quisiera ir a matar con mis propias manos a cada bastardo que te despreció y que te hizo daño. A esos que te quitaron la posibilidad de elegir y te encerraron en una jaula que tú no querías y no te merecías. Quiero tener la oportunidad de asumir mi responsabilidad de lo que tuve parte en causar. Pero más que nada quiero conocer tu dolor para saber cómo aliviarlo.

Se quedó estupefacto, con una rauda emoción en su pecho. No sabía de dónde había venido ese discurso suyo, solo había abierto la boca y hablado.

Pero se sentía bien haberlo pronunciado.

Ella desvió los ojos un segundo y después lo miró con una expresión hueca.

—No lo necesito. —A Hans se le paralizó el corazón. —Tenía miedo de quedarme sola porque te irás a América, pero ya no. Te haces más ideas. No te necesito. Y puedes regresar a Estados Unidos, no te necesito aquí, puedo llevar mi embarazo sola.


NA2: ¡Ahora no me ven!

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¡No me ven!

En fin, tengo derecho a una explicación antes de que me acaben por su frustración. El golpe a tanta alegría tenía que venir en un solo capítulo, no podía prepararles antes. No piensen que me gusta crear giros innecesarios. Todo está calculado con las personalidades, aunque yo no esté de acuerdo con su proceder XD (eso sí, le hacía falta drama angustioso ja,ja,ja). Nunca pierdan la mala costumbre de maldecir a Elsa una vez o dos. O frustrarse, para el caso. Les dije que ella todavía era algo difícil de roer, pero no son veinte pasos hacia atrás, no todo es como parece.

Elsa tan preocupada por no dejarle ver ni asumir que le quiere que ni cuenta se dio que las palabras de él prácticamente le confesaban su amor (tampoco reconocido por él). No la odien demasiado, que así reaccionaba con sus padres y Anna. Y Hans necesita eso para salir de su confort con no pensar en sus sentimientos.

Besos, Karo

PD: Unos comentarios me llamaron la atención, y por si hay más personas involucradas en Medicina que se lo cuestionan; sí, por leer y por el embarazo de mi hermana sé que con estetoscopio los latidos no se notan hasta la mitad del embarazo, pero lo que dice la partera es porque una vez leí por ahí (no recientemente, sino sería más precisa) que, por el uso de corsé (lo usaban aun encintas, y no como la faja que se conoce ahora), a las mujeres de la clase alta no mostraban mucho abultamiento hasta avanzado el embarazo, lo cual de hecho suponía problemas para ellas. (Por otra parte, no pensé en el asunto de un sangrado si el embarazo es más avanzado; haciéndome hipótesis, creo que, si usaban corsés en el embarazo, podrían tener sangrados después del comienzo y eso podría relacionarse a si es avanzada o no la gestación, o relaciones sexuales frenéticas, no sé ja,ja,ja oigan no pienso en todo.)


Guest1: ¡Sí! Ese embarazo era más deseado por nosotras que por Elsa y Hans, ya queríamos un bebito para los dos. Ja,ja,ja, no te puedo adelantar mucho de lo que será de Anna, pero hay cosas por ahí que influirán para su comportamiento, no estamos muy lejos de ellas. Anna ya se pasa con su deseo del bebé, si tiene todo los demás, pero así pasa. Gracias por leer.

Guest2: Me dio cosita leer tu emoción por este capítulo sabiendo lo que venía, pero sí seguirán relacionándose a pesar de la escena final, todo a su debido tiempo, tienen que progresar en el aspecto de sus sentimientos sin involucrar demasiado el embarazo, o se van a confundir je,je. Lo positivo que te puedo decir es que todas tus preguntas sí serán resultas en la historia. Gracias por leer.