CAPÍTULO 37
VERÓNICA GÓMEZ VS EVELYN HERSCHEL
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La gran concentración de magia se podía ver desde todos los rincones del imperio, pues era como un espantoso, gigantesco nubarrón oscuro que centelleaba, como si fuera una tormenta que amenazaba con arrasar todo a su paso. Fue lo primero que Raynor vio, incluso desde el centro de su habitación, no era necesario ni acercarse a la ventana. Al abrirla, se sintió asfixiado por el aura mágica que se respiraba en el aire mismo.
Sin dudar un minuto más, usó un hechizo simple para cambiarse y salió corriendo de su habitación. Estaba llegando al vestíbulo del palacio cuando escuchó un llamado desde las escaleras principales.
—¡Raynor! —La voz de Bertrand lo detuvo, bajaba corriendo los escalones—. Detente ahí un segundo.
El rubio gruñó, irritado.
—Bertrand, no tengo el tiempo ahora, hay una emergencia en la plaza...
—Es exactamente la razón por la que estoy llamándote. —Bertrand lo alcanzó en varias zancadas, tomando su brazo—. ¿Qué está ocurriendo exactamente ahí?
Sabía que, con lo obstinado que era Bertrand, insistiría en el tema, hasta sería capaz de perseguirlo. Tomando la mano de su hermano, tan solo dijo:
—Te contaré allá. No hay mucho tiempo. —Y los apareció en uno de los callejones cercano a la calamidad.
Ni bien se aparecieron, Raynor comenzó a toser. Para Bertrand solo habría mucho viento y una opresión en su cabeza totalmente tolerable, pero para Raynor, sensible al maná, el oxígeno era irrespirable, casi como estar envuelto en humo, y la presión ejercía con fuerza en todo su ser, siendo una odisea mantenerse estable. Con dificultad realizó una barrera que, a duras penas, los aisló un poco de los efectos.
Avanzaron hacia la plaza, la cual era un completo desastre en ese momento. El suelo estaba arruinado por grandes cráteres, la fuente con las estatuas de los dioses había sido destruida, el agua escapando en un chorro e inundando los alrededores. Las chispas de agua no eran capaces de alcanzar el fuego que había iniciado en algunos edificios. Y sin mencionar los cadáveres de algunos habitantes, la sangre roja tiñendo el agua que escapaba de la fuente y volvía una especie de laguna carmesí todo el lugar.
Bertrand y Raynor desviaron sus asombradas miradas a un lado de la gran plaza, donde las figuras de Deckard y Evelyn se atacaban entre sí. O más bien, era la figura de Evelyn quien usaba la magia para atacar a Deckard, quien solo podía esquivar o desviar los ataques, sin hacer movimiento para defenderse.
—¿Por qué Evelyn tiene magia? —preguntó Bertrand, confundido—. ¡Se supone que ella no podría! Así se declaró en el juicio.
—Evelyn no tiene magia, está usando el núcleo de maná de Verónica.
—¿Quién diablos es Verónica? —Bertrand volvió a ver los cuerpos de sus súbditos, asesinados sin piedad alguna por las explosiones y los ataques—. ¡Está destruyendo todo el imperio! ¿Qué demonios está pasando, Raynor? —Los ojos verdes se fijaron en Deckard—. Ese mago ni siquiera la está atacando.
—Deckard no la puede atacar ni defenderse porque hacerlo cumpliría la profecía. —Raynor hizo retroceder a Bertrand, lejos de la batalla—. Justo ahora no lo recuerdas porque se supone aún no sucedió, pero Evelyn había sido asesinada por Deckard.
—¿Qué? —Bertrand parpadeó, confundido—. ¿Cómo puede ser eso posible?
—Hay una magia muy poderosa y oscura de por medio. Alteró el tiempo y trajo devuelta el alma de Evelyn, alteró las memorias de todos. —Raynor tomó aire y continuó—. Nicolette y los Rothschild están detrás de todo.
El ceño fruncido de su hermano le hizo tensar, si bien era algo que ya esperaba.
—¿Ahora quieres culpar a Nicolette de este desastre? ¡Es absurdo!
—¡Maldita sea, Bertrand, entiéndelo! —gritó Raynor, algo que nunca haría mucho menos hacia su hermano—. ¡Nicolette ha anhelado la magia desde hace mucho! Quiere ser maga y quiere ser una emperatriz. Para lo segundo, se deshizo de Evelyn atrayendo tu atención sabiendo que Evelyn no lo permitiría. Para lo primero, formó una alianza con una secta que adora a Mors y, una vez Deckard asesinó a Evelyn, usó la oscura magia de la nigromancia y el tiempo para traerla de regreso.
Bertrand tardó un minuto en comprender, tiempo suficiente para que una fuerte explosión viniera de donde ocurría la batalla. Cientos de magos se presentaron, creando barreras para tratar de mantener todos los alrededores a salvo y a los ciudadanos que habían logrado escapar. Intervenir para ellos era inútil, aunque incompleta, la magia de Verónica era demasiado potente para que pudieran soportarla.
—¿Por qué Deckard mataría a Evelyn?
—Me tomó un tiempo en su momento, pero Nicolette fingió que Evelyn la envenenó. Eso fue lo único que hizo para perjudicar directamente a Eve. No sé exactamente cómo logró atraer la atención de Deckard, sin embargo lo que hizo Evelyn lo enfureció a tal grado que él... —Raynor no fue capaz de continuar.
Bertrand ni siquiera lo necesitó.
—Deckard no podía hacer que Nicolette tuviera magia, ¿cierto?
—No. Solo Vita puede dar magia. —En su interior, Raynor alabó esa agudeza de Bertrand—. Al saberlo, Nicolette perdió el interés y su hermano logró contactar con Rawdon, el líder de la Secta Muerte Oscura. Es un grupo de magos oscuros que busca la venida de Mors a la tierra media. Idearon el plan de traer el alma de Evelyn, un alma que odiaba a Deckard por asesinarla, y implantar el núcleo de Verónica en el cuerpo de Evelyn.
—¿Quién es ella en todo esto?
—Verónica es hija de Naturae. Deckard es hijo de Vita. Si ambos se atacan entre sí, la magia sagrada que nos mantiene a salvo se quebraría y Mors tendría la vía libre para pisar nuestro mundo. —La mirada de Raynor regresó a los contendientes que seguían en batalla—. Fue una profecía que Vita dejó dicha a Lynd muchos años antes de morir.
—¿Por qué demonios no contaste esto antes? —Bertrand aferró los hombros de su hermano—. ¿Por qué tú recuerdas eso? ¿Cómo es que este plan ha funcionado? Se supone que Evelyn no hace magia, ¿cómo puede controlar la magia de esa mujer?
Raynor no sabía qué preguntar responder exactamente, tenía que pensar además en una forma de detener a Evelyn. Bertrand lo estaba distrayendo mucho.
—Por lo que sé, el alma de Verónica no podría controlar el cuerpo de Evelyn. No era su cuerpo. Para ello atrajeron el alma de Evelyn y la hicieron dormir todo este tiempo —explicó, pues eso fue lo que Lynd logró explicarle horas antes.
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—La oscuridad ha avanzado. Los hijos de Vita y Naturae corren peligro. La profecía está por romperse y la magia pura va a quebrarse.
—¿Q-qué? ¿De qué estás hablando?
—Es necesario que detengas la vuelta de aquella alma. —Lynd negó con su cabeza—. No está perdida.
—¿Hablas de Evelyn? ¿El alma de Evelyn? —El pánico creció el corazón de Raynor—. Se supone que ella se perdió entre las dimensiones.
—No. Esa alma no está perdida. Esa alma fue obligada a dormirse y ahora está por despertar.
Raynor fue incapaz de hablar por unos segundos.
—No comprendo. ¿Dices que dos almas habían estado conviviendo en un mismo cuerpo todo este tiempo?
Lynd asintió.
—Mors tiene habilidades relacionadas a la vida y la muerte, las artes nigrománticas son una de sus especialidades y el control de las almas, al igual que Vita, es algo que él domina a la perfección —comenzó a explicar—. A través de su hijo, hizo conexión entre el alma de Evelyn Herschel y Shaira. Un cuerpo que no le pertenecía es algo que Shaira no iba a poder controlar, así que usaron el alma de Evelyn como un motor fantasma para que Shaira tuviera la posibilidad de usar el cuerpo a su antojo. A su vez, usaron los miedos, los terrores, los recuerdos oscuros de Evelyn incrustados en su alma para sembrar el temor y el pánico en Shaira hacia Deckard.
—¿Lo hicieron? —Raynor no había escuchado nada sobre eso en Verónica, a su entendimiento, la relación entre Deckard y ella era estable, entonces ¿cómo...?
—A través de sueños y pesadillas.
Si bien sabía que no tenía necesidad, Raynor tomó una bocanada de aire. En ese plano, el alma no necesitaba respirar, sin embargo la costumbre de hacerlo ya estaba arraigada en él.
Lynd iba a continuar cuando Raynor le interrumpió.
—Hubo una ocasión en la que Verónica fue atacada, fue envenenada con hierbas del bosque oscuro...
—El rencor y la ira volvieron a Evelyn un alma oscura. Consumir ese veneno le dio la libertad de trenzar momentáneamente los hilos de Shaira y permitirle tener consciencia de su cuerpo.
Así que, quien atacó a Nicolette en aquel entonces, fue Evelyn, no Verónica. Había sospechado que Verónica sería incapaz de derramar el té en Nicolette, y tuvo razón. Ella no lo hizo.
—Jamás nos dimos cuenta porque Evelyn no portaba un aura que la hacía destacar... —acabó mencionando.
—Sí. —Lynd inclinó a un lado la cabeza, un largo mechón castaño deslizando por su hombro—. Sin embargo, el alma de Evelyn es apenas un veinte por ciento compatible con el núcleo de Shaira. Solo dos entre cien almas tienen esa anomalía y no la hacen capaces de poseer un núcleo por sí mismas, solo las hacen más tolerantes a los efectos de la magia en sí.
Raynor se tensó.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que si esta alma atacara a Deckard usando el núcleo de Shaira, inevitablemente no solo Shaira resultará herida, sino Evelyn también. Si lo ataca de manera constante, aparte de cumplir la profecía, el alma de Evelyn será destruida y el de Shaira sufrirá daños irreparables. —La expresión de Lynd era de una preocupación tan intensa que apretó el pecho, el corazón, de Raynor de forma dolorosa—. El alma de Evelyn desaparecerá para nunca más poder reencarnar, y Shaira podría terminar como un alma incompleta, siendo incapaz de hacer magia a pesar de mantener un núcleo o incluso incapaz de soportar la vida misma por mucho tiempo.
—¿Q-qué...?
La mirada firme de Lynd atravesó a Raynor como una daga.
—Debes evitar que se ataquen, o los daños serán insalvables.
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El silencio era latente dentro de la barrera, ignorando los fuertes estallidos que provenían del exterior.
—Para evitar esto, sacrifiqué parte de mi núcleo para llamar el alma de Lynd. —La voz de Raynor irrumpió el tenso ambiente entre ambos hermanos—. Su alma aún no reencarna y se mantiene en el plano astral. Accedió a ayudarme, no me importaba sacrificar parte de mi magia. Eso le permitió forjar una barrera que protegería mis recuerdos y a su vez, le dio a él maná para llegar a Verónica, para informarla de este mundo de una manera en la que ella pudiera entender. —Raynor miró a su hermano—. Si no lo hubiera hecho, Verónica podría haber caído víctima de los recuerdos de Evelyn, de solo la imagen que Evelyn mantuvo de Deckard antes de morir, desconociendo todo y todos.
—¿Te dijo ese mago qué fue lo que hizo?
—No exactamente. Pero solo le pedí que buscara la manera de forjar en ella algún sentimiento que le permitiera confiar en Deckard. —Raynor hizo una mueca—. Aunque, justo ahora, con Evelyn tomando control total de su cuerpo, todavía no sé de qué forma saldremos de esta.
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Era exquisita la sensación de poder recorriendo sus venas, placentero el calor que se desataba y se transformaba en fuego, destrucción y dolor. La locura abundaba su mente, el deseo de venganza se enrollaba en su corazón como una serpiente y la diversión arrancaba risas de su garganta. Por fin, por fin podía devolver cada golpe, cada marca y cada quemada que le había causado.
Evelyn se valía de la intuición natural de aquel núcleo para llamar el poder del fuego, de la tierra, de la magia, de la luz, de cada rama existente para atacar a Deckard. Cuando sus ataques golpeaban la barrera que el mago plantó a su alrededor, la sangre corría de su boca y un dolor nacía desde su pecho, pero ella lo ignoraba. No iba a detenerse, no podía detenerse.
—¿Qué pasó, mago? —Ella se carcajeó—. ¿Ahora eres demasiado caballero y gentil para defenderte? ¡¿Ahora no eres capaz de atacarme?! ¡¿AH?! ¡VEN A ATACARME! ¡¿NO QUERÍAS HACERME SUFRIR?! ¡¿NO DIJISTE QUE ERA UN INSECTO QUE NO QUERÍA VIVIR?! ¡DÍMELO DE NUEVO! —gritó ella, envuelta en la demencia, enormes esferas de energía encerradas en llamas formándose en sus manos una y otra vez, yendo en dirección a Deckard.
En vez de dejar que las esferas golpearan la barrera, Deckard optó por desviarlas al cielo y destruirlas ahí, disminuyendo los daños. Eso sin mencionar que, si permitía que la energía de la magia de Verónica golpeara con la energía de su barrera, podría causarle más daño.
Era algo que venía notando. Era más seguro para él desviar los ataques al aire y destruirlos ahí que permitirle golpearlo directamente, no importaba si estaba a salvo con una barrera. Los ataques de Evelyn le traían sin cuidado, eran erráticos, destructivos, todos con el afán de hacerle daño, lanzaba ataques a diestra y siniestra sin pensar en una estrategia, pero al mismo tiempo era impredecible. Tal como era: una mortal que jamás había practicado la lucha con magia, basándose solo en la intuición para golpearlo.
—Esa magia no te pertenece. ¿Qué hiciste con Verónica? —gruñó, manteniendo la calma para pensar racionalmente. Era el alma de Evelyn pero el núcleo de Verónica continuaba en su cuerpo. ¿Acaso ambas almas estaban conviviendo en un mismo cuerpo?
—Te preocupas por ella... ¡¿Te preocupas por otra mujer?! ¡YO ESTOY AQUÍ! ¡YO SOY TU CONTRINCANTE! ¡YO ESTOY AQUÍ! —chilló, una enorme esfera de fuego y rocas condensándose sobre su cabeza, ambas manos alzadas antes de que fuera lanzado hacia él.
Estaba indignada, la ira combinada masacrando todo su ser.
¿Por qué? ¿Por qué los dos hombres que marcaron un punto y aparte en su vida desviaban su atención a otra? Bertrand, la persona que amaba, había girado su cabeza hacia Nicolette; Deckard, la persona que acabó con su vida, estaba interesado en la dueña de estos poderes. ¿Por qué nunca se fijaban en ella? ¿Por qué nunca la miraban?
—¡¿POR QUÉ NO ME PRESTAS ATENCIÓN?! —Usando la fuerte energía natural de la tierra que dominaba este núcleo, decenas, cientos de picos desfiguraron el suelo de la plaza bajo Deckard, esperando clavarse en su carne, Con un movimiento de mano, la energía que salía de su cuerpo envolvió los picos, catapultándolos en dirección al mago.
Esquivar los ataques era agotador, Deckard se mantenía en el aire gracias al maná de su cuerpo para zigzaguear entre los picos. Eran demasiados, uno más rápido que otro, tenía que valerse de sus reflejos para huir de ellos o destruirlos. Usó un movimiento de su mano para que una onda expansiva arrasara y pulverizara todos los picos en el aire de una vez. Sin embargo, haber hecho ese gesto lo distrajo del momento en que Evelyn se presentó tras de él, una rudimentaria espada de piedra filosa hiriendo su costado.
—¡Mírame! —exclamó ella, ignorando el gemido de dolor que sacudió al hombre.
Irritado, Deckard logró afianzar las manos de Evelyn, ella soltó la espada que cayó y la piedra se hizo trizas al golpear el suelo.
—¡Ya es suficiente! ¡Tu muerte no ocurrió! ¡Date cuenta de las consecuencias de esta lucha!
—¡Tú me asesinaste! ¡Fue real para mí! Se me brindó una oportunidad y no pienso desaprovecharla discutiendo contigo.
El aura de energía que provenía del núcleo de Verónica se convirtió de un brillante esmeralda a un oscuro verde musgo, alimentado por el odio y el rencor que exudaba el alma de Evelyn. Ambos elementos estaban conectados en el cuerpo cuyas manos lo sujetaban. Por ende, dicha energía viajó al cuerpo de Deckard, chocando con su núcleo de maná y resultando en dolorosas cargas eléctricas que recorrieron su cuerpo. La sangre borbotó de su boca, espantándolo. Trataba de soltarse de Evelyn, pero ésta lo tenía aferrado con ferocidad. Si no se separaban en ese instante, el choque de energías explotaría y la magia se rompería.
La profecía se cumpliría.
—¡Evelyn! —La voz de Deckard salió temblorosa, asfixiado por las corrientes. Obligar a su maná a doblegar a Evelyn sería contraproducente; él mismo estaba siendo obligado a ceder y tratar de usar la voz y la razón para luchar—. ¡Detente ahora!
Si su magia peleaba, lo haría parecer hostil y apuraría el quiebre. Pero si no luchaba, los simples pero contundentes ataques de Evelyn darían el mismo resultado. Estaba atado de manos, y la única forma es que Evelyn por sí misma se detuviera.
Evelyn lo ignoró, el odio, la sed de venganza brillando en sus ojos castaños, volviendo el tono más oscuro como si fueran dos perlas negras. Su ropa estaba sucia, rasgada y manchada de la sangre que seguía derramándose de su boca. Nada de eso ocupaba lugar en su mente, solo matar. Matar, destruir, devolver la moneda, devolver el mismo dolor, la misma agonía.
Deckard pensó que los recuerdos que abundaban su cabeza deberían ser tan fuertes que causaron que lágrimas viajaran por sus mejillas, mezclándose con su sangre. Pensó eso, envuelto en el dolor, apenas resistiendo, hasta que la voz de Evelyn, más suave, murmuró:
—Deckard...
Fue la forma en que lo dijo que le dio un instante de lucidez, y de inmediato el agarre de Evelyn se aflojó, sus energías resentidas incapaces de sostenerlos y ambos cayeron. El golpe fue duro, por un momento Deckard se sintió desorientado, cuestionándose qué ocurrió. Hace un instante, estaba siendo apresado por las manos de Evelyn, electrificado que sentiría que sus venas explotarían si permanecía otros minutos más, y de pronto fue liberado, su cuerpo cayó pesadamente.
Con torpeza, se levantó, su mirada ubicando de inmediato el cuerpo de Evelyn. Su mente tardó unos segundos en comprenderlo.
Sí. Ese llamado... Ese llamado vino de Verónica. ¿Su alma estaría siendo prisionera? Si Verónica pudiera tener control sobre el cuerpo, podrían detener a Evelyn. La cuestión era cómo.
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Desde la distancia, Raynor y Bertrand pudieron ver caer tanto a Evelyn como Deckard. Ambos hermanos no dudaron en querer acercarse a Evelyn para asegurarse de que estuviera bien, y lo habrían logrado si la mirada de Raynor no se hubiera fijado en una figura encapuchada.
—Espera, ¿quién es...?
Bertrand siguió la línea de visión de Raynor. Esa figura, como ellos, habría estado observando la escena desde la protección de una calle a varios metros. La plaza tenía una forma hexagonal, permitía que más de cinco calles convergieran en un mismo punto, ya dos de ellas habían sido destruidas durante la pelea.
La figura comenzó a gritar con una voz aguda.
—¡Ponte de pie y pelea! —dijo hacia Evelyn, quien se tambaleaba con dificultad para levantarse—. ¿Dejarás que ese mago te derrote de nuevo?
Bertrand se tensó.
—¡Nicolette! —llamó, espantando a la figura, quien no dudó en salir huyendo—. ¡Detente ahí!
El príncipe salió en su persecución, con Raynor detrás de él. Estaban dándole alcance cuando cientos de explosiones comenzaron a suceder por toda la ciudad. Diez, quince, más de veinte magos oscuros se presentaron en diversas zonas de Klanta, comenzando a atacar la ciudad. Eso evitó que Raynor continuara corriendo.
—¿Qué está ocurriendo? —Bertrand también se detuvo.
—¡Dado que Deckard está debilitado, los magos que escaparon de él han vuelto! Deben estar aliados con la secta Muerte Oscura. —La angustia y el enojo brillaron en los ojos claros de su hermano—. ¡Encuentra a Nicolette! No dejes que escape. ¡No te involucres en esto, organizaré a los magos! ¡Ve!
Bertrand ni siquiera tuvo chance de decir más, Raynor había desaparecido.
¿Cómo pudieron entrar con la barrera? ¿No se suponía que estaba para mantenerlos aislados? Sin Raynor cerca para responder sus preguntas, Bertrand tuvo que obligarse a ir en pos de Nicolette. Le tomó unos minutos encontrarla de nuevo, aun así le estaba tomando ventaja. Bertrand se obligó a apresurar el paso, valiéndose de sus largas piernas para dar zancadas y así alcanzarla. Nicolette podría ser pequeña, pero corría bastante rápido para ser una señorita. Eso fue algo que lo sorprendió.
—¡Nicolette! —gritó, siendo ignorado por ella.
La vio cruzar en una esquina, Bertrand maldijo por lo bajo. Estaba por entrar al lugar cuando un puño lo mandó a volar lejos. Su espalda chocó fuerte contra el suelo, arrebatando el aire de sus pulmones por el impacto. Le tomó unos segundos incorporarse, viendo que el golpe vino por el hermano de Nicolette, Colton.
—Ya iba a impresionarme que una aparentemente débil e ingenua mujer golpeara tan bien.
—Su Alteza, ¿no debería estar a salvo en el palacio? —Colton se despojó de su capa de mago—. Este es un sitio muy peligroso para que mi cuñado esté involucrado.
Bertrand escupió un guijarro de sangre y saliva al suelo.
—Creo que hay algo mal en esa última frase. Ustedes, maldito traidores, han acabado con el imperio.
—¿Nosotros? Oh, príncipe, está equivocado. Este imperio hace mucho que está en sus últimos momentos. —Colton sacudió la mano, invocando un halo de luz que formó un látigo de maná, centellando como corriente eléctrica, amenazante hacia él—. Es una lástima, puesto que su hermano ni usted durarán mucho en esta batalla. ¡Si se hubiera quedado en el palacio, el imperio tendría un heredero, no lo cree! —declaró, azotando el látigo en su dirección.
Bertrand levantó la espada, con clara intención de detener el golpe, más este nunca llegó. Un alto escudo de maná lo protegió, viniendo de un mago que se detuvo a su lado.
No. No era un mago, era una chica.
—Jah, así que eres una de esas ratas. —Bertrand parpadeó. Esta mujer se parecía a Evelyn pero...—. Ya me parecía que esa fachada de estúpido era muy falsa. Jamás me agradaste.
Colton sonrió.
—Querida Enola, ¿acaso hay algún mago que te agrade aparte del maestro Deckard? —Vio de reojo a Bertrand tras él—. Mmh. ¿Desde cuándo proteges a la realeza? Pensaba que los nobles te importaban una mierda.
—Me importan una mierda, pero este saco de excremento es hermano del comandante.
—¡Cómo osas tú faltarme el respeto de esa manera! —El rostro de Bertrand se coloreó de rojo por la ira y la indignación.
Enola le miró aburrida.
—Su hermano lo considera tan inútil que me pidió protegerlo. No sea un estorbo y muévase. —Sin darle un segundo de atención más, la mujer se enfrascó en una lucha mágica con Colton.
Bertrand tuvo que retroceder, la magia de los elementos y el maná puro chocando entre sí. Colton era implacable, se valía de su látigo y su mano libre para atacar de manera incansable; mientras el látigo chocaba, esferas ardientes de fuego se lanzaban en forma de meteoritos hacia Enola. Ésta, por otro lado, se valía de su cuerpo pequeño y ágil para esquivar los meteoros, usando el aire y el sonido para desviar o quebrar las esferas valiéndose de una onda sónica.
Un movimiento atrajo la atención de Bertrand, recordando que había ido ahí en busca de Nicolette, quien en ese instante de distracción aprovechaba para tratar de escapar. Lanzó la espada, que se clavó justo a la altura de su rostro. Nicolette chilló, viendo su reflejo en el filo.
—¿Pensabas ir a algún lado? —Bertrand se aproximó, sujetando su brazo—. Te brindé mi atención, mi protección, mi ayuda y mi cariño. ¡¿Para qué?! ¡Para que acabaras con el imperio por un capricho!
—¡¿Capricho?! ¡Solo quiero lo que desde un momento debió pertenecerme! Hasta esa desgraciada, poca cosa de Evelyn Herschel, acabó tomando la oportunidad, ¡y ni siquiera es capaz de usarla como debería!
Bertrand acalló sus palabras al colocar el filo de la espada en su cuello.
—Todo este tiempo creí que Evelyn se volvería la menos adecuada para el puesto de emperatriz, cada vez decayendo, convirtiéndose en una burla.
—¡Y lo es! ¿Qué noble la querría como emperatriz? Pavoneándose con esos escandalosos vestidos, comportándose como una cualquiera, sin importarle los habitantes y abusando de su poder. —Nicolette tragó, temblando cuando el movimiento en su cuello rozó de forma superficial el filo de la espada—. Pero, Bertrand, cariño, Su Alteza, siendo yo... Si usted me otorga la corona, y una vez que logre obtener un núcleo, nosotros, los dos gobernaremos este imperio como nadie. —Las delicadas manos de Nicolette tomaron la muñeca de Bertrand que sujetaba la espada—. Seremos los monarcas que nadie nunca podrá olvidar en esta tierra...
Los ojos de Bertrand brillaron.
—Eso suena tan estupendo. Jamás ser olvidado, como uno de los emperadores más impresionantes que haya visto este imperio. —Los labios del hombre formaron una mueca—. Pero no me agrada para nada el tener involucrada a una víbora traidora en el cuadro. Búscalo en una próxima vida. —Sin dudar, sin titubear ni un centímetro, el filo de la espada cortó la yugular en el cuello de la mujer, dejando que el cuerpo femenino se deslizara...
justo antes que un rayo quebrara uno de sus brazos. Bertrand gritó por la agonía recorriendo su extensión, lanzándolo al suelo.
—Ah, Colette... —Colton suspiró con pesar, observando el cuerpo de su hermana pequeña desangrarse—. Pequeña y débil Colette... Ni siquiera fuiste capaz de manipular adecuadamente a un inepto príncipe.
Bertrand gruñía en el suelo, alzó la vista para ver el estado de ambos magos. Enola se había deshecho de la capa, solo en el uniforme de los magos, su manga derecha quemada, al igual que su piel, y parecía que el látigo había quemado también su muslo. Colton estaba en un mejor aspecto, tan solo con un par de heridas mínimas en su pecho.
—Las mujeres siempre son un asco para luchar —dijo Colton con desprecio—. Enola, me decepcionas. Después de tanto que alardeabas para llamar la atención del maestro Deckard, ¿y ni siquiera eres capaz de darme un golpe contundente? Solo... ¿cómo dice el maestro? ¿Cacareas?
—Maldición... —Enola se giró hacia Bertrand—. Lárguese de aquí. ¡Fuera! —Se volvió de nuevo a Colton—. ¿Quieres que te demuestre en lo que soy buena? ¡Pues prepárate!
Poniéndose en pie, Bertrand apenas tropezó. Recordó tomar su espada, retrocediendo un paso, luego otro. Un movimiento de aquella mujer, y el aire alrededor pareció disminuir. Bertrand sentía que no podía respirar si permanecía cerca un segundo más. Pronto la lucha reemprendería, y no solo ahí, a lo lejos podía escuchar las explosiones, las destrucciones que causaban las peleas entre los demás magos.
Y en el centro de la plaza, levantándose del charco de agua que seguía húmedo debido a la fuga de la fuente, Evelyn había vuelto a ponerse en pie. Su cuerpo que había estado frío debido al agua mojando su ropa, pronto volvió a entrar en calor debido al maná constante que viajaba desde el núcleo de Verónica. Una vez que agotara todo ese calor, su temperatura se regulaba, antes de volverse a recargar. Si no agotaba esa energía que crecía, ni ella misma podría soportar el dolor. Si iba a morir, primero se llevaría a todos aquellos que le hicieron daño con ella, empezando por aquel mago.
—Mago... Esto aún no ha acabado —declaró, antes de iniciar de nuevo.
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Mis ojos vuelven a abrirse.
Tuve una oportunidad de detenerlo todo antes de volver a perder la consciencia. Lo último que recuerdo era ver a Deckard sangrando por la boca, la horrible mueca de dolor desfigurando sus rasgos. Nunca antes controlar el cuerpo de Evelyn representó una titánica tarea para mí, pero a duras penas pude hacer que soltara a Deckard. Luego, nada.
No hubo más.
Hasta ahora. Pero ya no es la arruinada plaza de Klanta lo que está ante mis ojos, sino un bosque oscuro, árido, muerto. Lo reconozco de inmediato. Este es... es aquel bosque donde Deckard mataba a Evelyn. Llevo mis manos a mi rostro, ese gesto automático me hace dar cuenta de que mis manos son morenas. Mi cabello oscuro... Estoy ¿estoy de regreso a mi cuerpo?
Un llanto tras de mí me distrae de este descubrimiento. Una figura envuelta en un vestido rojo, de rodillas, está a mi espalda. El rubio cabello me dice de quién se trata. Doy un paso, temerosa, hacia ella. Luego otro. Otro. La rodeo. Sí, es Evelyn. Me alivia comprobar que su persona está intacta, sin un daño, lo cual solo sirve para desentonar más en este lúgubre lugar. Ella está llorando tan amargamente. Me incomoda ver a una persona llorar así. Estoy por estirar mi mano a ella pero una voz infantil me distrae.
—¿Quién eres?
Una niña rubia, con una camisola blanca, sale detrás de Evelyn, sorprendiéndome. Su rostro infantil, el cabello rubio suelto, los ojos castaños. Es una versión de Evelyn, de pie y descalza junto a la adulta.
¿Qué tipo de droga está en mi sistema para estar viendo este tipo de cosas?
—¿Tú también vas a lastimarnos? —pregunta la niña, mirándome con temor y aferrando el brazo de la Evelyn adulta que no ha dejado de llorar ni voltea a mirarme, es como si ignorase la presencia de las dos.
—¿Qué? No, yo...
Mi mirada parpadea, comienzo a ser consciente de algunas marcas en la delicada piel de los brazos desnudos de la niña, marcas en sus piernas que el dobladillo de la camisola apenas deja ver.
—Todos nos lastiman. Ya no queremos más golpes. —A pesar del dolor en su voz, la expresión de la niña tan solo muestra temor, recelo, y apenas algo de tranquilidad—. ¿Por qué, por qué nos golpean? Hemos sido buena niña. Hemos obedecido a mamá y papá. —La cara de la pequeña Evelyn bajó—. Mamá y papá querían que fuéramos una emperatriz...
—Y... ¿eso era lo que querías?
La niña no contestó de inmediato.
—Yo quería viajar. Eciar me contaba muchas cosas del extranjero. —Su mirada era vacía mientras hablaba—. Yo soñaba con... con... con... casarme con un hombre de negocios respetable y viajar por el extranjero, conocer muchos lugares. Pero papá y mamá querían que tuviera la corona del imperio en mi cabeza. Y yo quería hacer felices a papá y mamá. —Desvió la atención a la adulta Evelyn a su lado, una de sus pequeñas manos limpió la mejilla húmeda—. El príncipe Bertrand era tan guapo, tan encantador. Yo me enamoré de él e hice todo para que él me amara... —El llanto de la otra Evelyn se intensificó—. Papá y mamá nunca me quisieron, Bertrand nunca me quiso... ¿Por qué las personas que yo quería nunca me amaron?
Yo retrocedí, porque entonces los ojos de la niña atravesaron los míos, llenándome de un pavor indescriptible. Había tanto odio en esa mirada infantil, tanto dolor y un ácido anhelo que, aunque resultaba incómodo de ver, yo no podía apartar mis ojos, no importaba cuánto lo intentara.
—Tú eres como Nicolette. Ocupaste mi cuerpo, mi lugar, y conseguiste que las personas te quisieran. Nicolette tomó todo lo que yo quería, el amor de Bertrand, el puesto de princesa, y la felicidad que yo merecía.
—¡¿ACASO NO MEREZCO SER FELIZ?! —Ese grito desgarrador vino de la Evelyn adulta, retumbando en mis oídos y haciendo temblar la tierra de este bosque. Solo la niña no se veía afectada por el mismo.
Yo caí al suelo, tratando de cubrir mis oídos en vano.
—Evelyn... Cometiste errores, pero nada... nada justificaba la forma en cómo morías. —Mis palabras salen con dificultad, viendo hacia la niña, hacia la mujer. Ambas—. Solo que... hacer lo que estás haciendo, atacar a Deckard... ¡No repitas el mismo error!
—¡¿Por qué yo debo sufrir y los demás no?! ¡Mi muerte ocurrió! ¡No finjas limpiar mi sangre derramada, no digas que fue evitado! —Contrario a la Evelyn adulta, esta niña comenzó a llorar lágrimas de sangre que mancharon las tersas, pálidas, mejillas de su rostro—. ¡Me asesinaron! ¡Yo morí! —clamó, palabra por palabra—. ¡Todos merecen sufrir, merecen sufrir, merecen sufrir! —repitió una y otra vez, acuclillada, usando los puños de sus manos para darse golpes a la cabeza con sus ojos cerrados.
No me permitía llegar a ella. La niña continuaba repitiendo esas palabras, golpeando su cabeza con los puños; la adulta lloraba sin consuelo alguno, comenzando a balancear su cuerpo. Estoy desesperada. No sé cómo salir de aquí. No sé cómo detenerlas. No sé cómo parar esto. Me pongo en pie, avanzo a ellas pero una pared invisible me separa de ambas. No puedo tocarlas, no puedo.
—¡Evelyn! Escúchame, puedes cambiar esto. —Golpeo esta pared invisible, sin que ellas me escuchen—. Evelyn, sí tenías personas que te querían. Eciar te quería, y Raynor también. ¿No los recuerdas? —Quizá el amor de Eciar no era sano, ni el de Raynor correspondido, pero Evelyn fue importante para ambos. Los dos sufrieron la muerte de ella—. Evelyn... —Apoyada en la pared invisible, me dejo caer, deslizándome hasta estar a la altura de ambas—. Evelyn, en esta vida has sufrido la presión de complacer a otros y el miedo del abandono, has sido herida y puedo comprender tu dolor, pero no sigas ensuciando tus manos con el dolor y la sangre de otros. Evelyn, ¡Evelyn! —Mis puños golpean la pared—. Cambia y busca una vida mejor. Evelyn, por favor, ¡escúchame!
No lo hacían. La adulta lloraba y gritaba, la niña seguía moviendo sus manos y clamando "merecen sufrir" sin descanso alguno.
No puedo hacer nada desde aquí. Me pongo en pie, observando mi alrededor.
—¡Deckard! —grito, esperando ser escuchada. Me alejo, corriendo en busca de una salida, aunque todo parece estar en círculos. Cuando me alejo de ambas Evelyn, descubro que están más adelante de mí, y al mirar atrás ya no las veo—. ¡Deckard! ¿Puedes escucharme? ¿Naturae? ¡Naturae, necesito tu ayuda! ¿Alguien puede oírme? —Vuelvo a caer al suelo, en jadeos—. ¿Qué voy a hacer?
Trato de pensar a través del ruido que me rodea. No sé exactamente cómo, pero encontraré la manera de salir de aquí. Así que me siento con las piernas cruzadas, justo como aquella vez que Deckard pensó en unir nuestras magias, y me concentro. Me concentro en el cuerpo de Evelyn, me concentro en mi propio núcleo, en adueñarme en ella de regreso. Logro olvidarme del ruido de las voces infantiles y el llanto adulto, lo que me hace sentirme más motivada.
Voy a recuperar mi magia y salir de esto.
Voy a recuperar mi poder y evitar este desastre.
La meditación se vuelve más determinada, lo que me permite comenzar a captar un resquicio de calor en mi pecho. Es el mismo tipo de calor que sentía cuando liberaba mi maná. Trato de envolver mentalmente mis manos en ese calor, en empaparme de él, dejar que fluya de mis manos, a mis brazos, por todo el torso, hacia mi cabeza y el resto de mi cuerpo. Fluye de manera lenta pero constante, al mismo tiempo es como si pudiera captar los sonidos de la batalla.
Estoy cerca, estoy cerca...
—Tú... Tú quieres hacernos daño.
La voz infantil de Evelyn hace que abra los ojos.
—¿Qué?
Evelyn-niña se puso en pie, las lágrimas de sangre mancharon sus mejillas haciéndola ver perturbadora.
—Quieres hacernos daño. Quieres quitarnos la felicidad. ¡Quieres hacernos daño! ¡Quieres quitarnos la felicidad! —Evelyn se separa de la adulta y corre hacia mí, sus pequeñas manos luciendo como delicadas garras que se envuelven en mi cuello.
Grito, luchando contra el fuerte agarre que parece arrebatarme el aire. Me niego a soltar el calor de mi núcleo, pero es difícil concentrarse en sostenerlo y evitar que Evelyn coarte mi respiración. Entonces, ella libera una mano, que rápidamente va a mi rostro, las uñas realizando cortes en mi mejilla que queman.
—¡Ah! —gimo, tratando de atajar esa mano antes de que haga un nuevo ataque—. ¡Evelyn, detente!
—¡No! ¡Vas a acabar con todo! ¡No vamos a poder ser felices!
—¿Para ser feliz debes matarnos a todos? ¡Reacciona, no está bien!
—¡No me importa! —chilló, y un lacerante dolor recorre mi cuello cuando ella hace presión y sus uñas se clavan en mi garganta con fuerza—. ¡Voy a matarlos a todos! ¡Voy a llevármelos a todos al infierno de ser necesario!
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Evelyn se había recuperado con rapidez, Los ataques se reemprendieron, siendo más contundentes, como si fuera una lava que se derramara del volcán en erupción, imparable y destructiva, sin nada que se pudiera hacer para detenerla. El ácido aire que era su maná asfixiaba todo a su paso, ni siquiera los magos oscuros que aprovechaban para atacar a Deckard podían lidiar con ella.
—¡Fuera de mi camino! —La mujer atacó, espantando a los magos y solo reclamando la atención de Deckard—. ¡Él es mío, yo soy quien debe pelear con él, no ustedes! ¡FUERA!
Dos látigos de magia pura se formaron en sus manos y azotaron en dirección de Deckard, las puntas enrollándose en sus brazos. Deckard logró quebrarlos antes de que Evelyn enviara energía eléctrica a través de ellas, volviendo a congelar los movimientos del mago. Considerando una estrategia directa, Deckard probó lanzarse en su dirección, tomando su cuello, y llevarla al suelo con rapidez.
—¡Suéltame! —Las manos de Evelyn aferraron el brazo de Deckard, pero el hombre fue más astuto: la magia elemental se apresuró a sostener su cuerpo por la cintura, él llevó las manos al suelo y enseguida también fueron sujetadas, repitió lo mismo con las piernas.
—Quieta. Esto no va a doler. —Iba a llevar dos de sus dedos a la frente de Evelyn bajo la intención de dormirla.
Era lo único que podía hacer: noquearla. Mientras estuviera consciente, Evelyn lucharía sin cansancio. Además, podía percibir al resto de los magos teniendo problemas con los magos oscuros a su alrededor. Un maldito problema a la vez. No podría ayudar a sus compañeros si tenía que lidiar con Evelyn.
Dándose cuenta de lo que pretendía, la mente de Evelyn entró en pánico y se quebró. Vio ante ella la imagen de Deckard hiriéndola, torturándola, quemando su piel, rompiendo sus brazos y reconstruyendo sus huesos para destruirlos otra vez.
—...ah... Ah... ¡AH! —La magia del sonido irrumpió junto a su grito, una onda sonora vibrando como un terremoto y destrozando ventanas, derrumbando edificios en un radio de un kilómetro alrededor. Deckard fue golpeado duramente por la onda expansiva, acabando aplastado entre los escombros de un edificio cuando su cuerpo chocó y la construcción cayó sobre él.
Evelyn jadeaba, todo su cuerpo tembloroso. La piedra que la sujetaba quedó destruida, lo que le permitió apartarla y ponerse en pie.
—Quieres matarme... ¡Tú quieres matarme, quieres matarme, quieres matarme! —chilló, comenzando a llorar, envuelta en el pánico, cubriéndose los oídos.
Dado que habían magos luchando a su alrededor, todos fueron golpeados por la onda sónica, acabaron de la misma forma que Deckard. Algunos continuaban bajo los escombros, otros, tanto de la torre como de la secta, lograban salir, sucios con cortes o torceduras en sus brazos y piernas, ni siquiera tuvieron la oportunidad de protegerse con su propio maná.
Deckard salió con dificultad, un feo corte en su frente manchaba la mitad de su rostro con sangre, tosía en busca de aire limpio al tiempo que espantaba el polvo. Pudo ver a Evelyn vomitar sangre otra vez, muy probablemente esa explosión de maná eliminó toda su reserva, aunque no por mucho. Su propio núcleo era inagotable, pero su cuerpo estaba herido. Dado que el cuerpo donde estaba el núcleo de Verónica era diferente, operaba de forma diferente. Era como un balde que se llenaría y habría que vaciarlo antes de que se derramara, un suceso constante.
Nada la detendría. Ella planeaba arrasar con todo. No dudaba de que una vez lograra matarlo, iría por Bertrand y Nicolette.
La magia de Verónica se complementaba a la suya; era su igual y al mismo tiempo independiente de él. Debido a la inexperiencia de Evelyn y su cuerpo incompatible, no estaba liberando todo su potencial, sin embargo, con todo lo que Evelyn hacía, la volvía peligrosa, casi indestructible, e imposible de detener. Con el temor de cumplir la profecía, Deckard no podía atacarla. Tampoco podía saber qué le sucedió a Verónica, lo que volvía su mente caótica, incapaz de concentrarse en un plan. Un resquicio de ella salió a flote hace muchos minutos atrás, ¿pero continuaba ahí? ¿Podría recuperar la consciencia de...?
Un feroz agarre en su cuello lo tiró al suelo. Distraído en sus pensamientos, no fue consciente del momento en que Evelyn se lanzó a él, la fuerza de la magia confiriéndole el poder para comenzar a apretar su garganta. Todo el maná que se condensaba en el cuerpo de Evelyn estaba envuelto en ese agarre, en sujetarlo, en doblegarlo bajo él, causando fricción con la suya e hiriéndolo. Apenas pudo escupir la sangre.
—No voy a morir una segunda vez. Tú morirás. —Evelyn dijo entre dientes, sus ojos oscuros abiertos con la locura, y el deseo de venganza brillando en ellos.
Deckard consideró que el dolor en su pecho no era solo por la magia de Verónica atacándolo, ni la falta de aire, sino la agonía de recordar que hace unas horas, aquellos ojos lo habían observado con cariño, con amor; las manos en su cuello lo habían tomado para llevarlo a aquella ciudad y disfrutar de una cita; aquella voz le había hablado con una dulce vergüenza, al aceptar un anillo en un futuro próximo.
Verónica.
Si él moría, ¿qué pasaría con Verónica? Si él la dejaba vencer, ¿seguiría usando la magia de Verónica para acabar con todo, manteniéndola como prisionera en ese cuerpo? ¿Era este el verdadero plan, la profecía de Mors para ellos? ¿Que uno de los dos muriera a manos de la otra, de la persona que amaba? Una vez que Verónica pudiera ser consciente de lo que hizo, si llegara a matarlo, se desesperaría. El sufrimiento de haber roto la magia, de haber cumplido la profecía, de haber acabado con su vida...
Su destino volvería a ella una vez más.
Y permitir que eso ocurra no estaba en sus planes.
No podía permitirse morir, no podía permitirse perder y dejarla sola, enfrentando una nueva vida en soledad, enfrentando la pena, la desgracia, el dolor y la agonía de nuevo.
Su mano aferró la muñeca de Evelyn, presionando con un poco de fuerza. Hizo lo mismo con la otra, una expresión de sorpresa cruzando velozmente sus facciones.
—Tú... ¿Estás loco? ¿Acaso quieres morir? —Ella comenzó a reírse—. ¡Quieres morir! ¡Quieres morir! ¿Es eso? ¿Quieres morir?
Deckard giró la cabeza para lanzar un escupitajo de sangre y saliva.
—No voy a dejarla sola. Hemos pasado más de mil años solos, buscándonos sin saberlo... Ahora que nuestras manos están unidas, no la voy a soltar tan fácilmente. —Su agarre en las muñecas de Evelyn se apretaron—. ¡Devuélveme a Verónica!
Evelyn chilló, más por sus palabras que por el fuerte apretón en sus muñecas.
—¡Sigues hablando de esa mujer! ¡Yo soy la única aquí! ¡Solo yo, solo yo!
Evelyn trató de golpear su cabeza contra el suelo, por un momento olvidando usar la magia, lo que dio oportunidad a Deckard de separarlos. El mago comenzó a conjurar un encantamiento que le permitiría noquear a Evelyn por completo, si un llamado no hubiera atraído la atención de ambos.
—¡Evelyn!
Ambas miradas se voltearon al mismo tiempo, los dos vieron llegar a Bertrand, herido en su brazo, la espada colgando en su mano ilesa.
—¿Bertrand? —Evelyn, a punto de conjurar una nueva esfera de fuego, se detuvo.
Todo en la mujer se relajó al verlo, tomó las faldas destruidas de su vestido y corrió hacia él. Deckard se quedó en su posición, confundido. ¿Qué demonios hacia él ahí? Y tal parecía que acababa de tener una lucha. Más importante aún, la reacción tan favorable de Evelyn hacia Bertrand era cuando menos sorprendente. Ella corrió a refugiarse en sus brazos, rodeando su cuello.
Quizá desconcertante era el término adecuado ante ello.
—¡Bertrand! ¿Has venido a salvarme? Y... ¡estás herido!
—Luché con el hermano de Nicolette... —Bertrand usó sostuvo su espada bajo el otro brazo, liberando así la ilesa para alejar un poco a Evelyn—. Nicolette está muerta ahora. Ya no tienes que seguir haciendo esto.
Evelyn abrió mucho los ojos.
—¿Está muerta?
La mirada de Bertrand fue sombría.
—Yo la maté. Todo esto fue a causa de ella... Y también fue a causa mía. Evelyn, lo lamento tanto...
Los ojos de Evelyn, antes sorprendidos, ahora mostraban tristeza, llenos de nuevas lágrimas al oír sus palabras. Su corazón se estrujó en su pecho, pues podía ver que la disculpa de Bertrand era sincera. Él... Bertrand lo lamentaba en verdad.
Deckard, aún desde su posición, entrecerró los ojos. Evelyn realmente estaba distraída con Bertrand. ¿Debería aprovechar la oportunidad de dormirla? Aún mejor, ¿cómo llegó Bertrand ahí? La guardia imperial, los mortales, aquellos sin magia no tenían cabida en esa pelea. Deckard esperaba que esos insectos no se atrevieran a intentar hacer el héroe en la batalla, Bertrand incluido. Sin embargo, ¿mató a Nicolette? ¿Por qué?
Evelyn tomó la empuñadura de la espada, quitándola del medio, y alzó los ojos llorosos.
—Finalmente te diste cuenta. ¿Finalmente me has notado? Todo este tiempo yo solo deseaba que me vieras, que me tomaras en cuenta...
El pulgar de Bertrand limpió la mejilla sucia de Evelyn, dejando ir un suspiro.
—Las cosas ahora no serán como antes pero tampoco serán como quieres aún. Primero, necesitas parar todo esto. Te curaremos. Y... y entonces hablaremos.
—Bertrand..., mi príncipe... ¿Alguna vez me amaste?
Bertrand titubeó. Logró esbozar una sonrisa... que no llegó por completo a sus ojos.
—Te amé. Sí te quise. Y luego cometí un error, pero ya no más, Evelyn. Haré lo correcto ahora...
Ella bajó la cabeza, compartía la misma leve sonrisa que Bertrand, con un asentimiento de comprensión.
—Bertrand, yo siempre te amé. Incluso ahora, te amo tanto... —Evelyn soltó la espada.
Deckard, a unos metros de ellos, abrió los ojos con horror y trató de advertir.
—¡Príncipe...!
El maná de Verónica, que salía del cuerpo de Evelyn, rodeó la espada, controlándola y de un tajo, con una fuerza abrumadora, cortó a Bertrand por su cuello.
—Pero siempre fuiste un pésimo mentiroso—completó Evelyn, viendo caer la cabeza de Bertrand al suelo, el sonido espeluznante, la sangre chorreando el suelo mientras el cuerpo caía segundos después.
Evelyn aún sonreía, inclinó su cuerpo y recogió la cabeza de Bertrand con sus manos, lágrimas caían a raudales por sus mejillas.
—¡Nunca me amaste! ¡NUNCA ME AMARÁS! —chilló, sin dejar de sonreír con dulzura y llorar al mismo tiempo, una imagen perturbadora alzándose ante Deckard—. Bertrand, Bertrand, Bertrand... Solo espera por mí en el infierno —suplicó, abrazando la cabeza como si fuera un peluche, ignorando la sangre que aún se derramaba. La dejó caer mientras se giraba para enfrentar a Deckard—. Ya no voy a tardar mucho.
Deckard decidió apartar la vista del cuerpo cercenado del príncipe. Evelyn estaba fuera de control justo ahora, no dejaba de sonreír, de llorar, la ira y furia que antes gobernaba su mirada se había ido por completo. Volvía a sujetar la espada en su mano, solo dio un paso hacia él.
—Ahora solo quedas tú, mago... ¿Cómo me dijiste aquella vez? ¿Que era una perra que quería morir? ¿Cuán miserable era mi vida? ¿Que era una cucaracha arrastrándome en el suelo? —Evelyn levantó la espada, el maná a su alrededor condensando el filo hasta volverlo más fino como un estoque, y después, se multiplicó en diez, veinte, treinta, cincuenta estoques a su alrededor.
Al mismo tiempo, esferas de fuego y tierra lo acompañaron, picos se elevaron desde la tierra, los cristales que habían caído de las ventanas se levantaron, apuntando a Deckard. Todos, al mismo tiempo, con un gesto de su mano, volaron en su dirección. El mago alcanzó a levantar una barrera, la energía pulverizó los cristales, desvió las esferas de energía, explotó los picos de tierra y dobló las puntas de las armas como si fuera un escudo impenetrable. Evelyn atacaba, una vez, dos veces, tres, todas de forma inagotable. No importaba cuánta sangre vomitara, ella continuaría.
Para entonces, Deckard estaba preocupado. Evelyn estaba pálida. Podía verla tambalear. ¿Cuánta sangre había perdido? Si continuaba así, el cuerpo colapsaría y no de la manera en la que él quería. No podía hacer el encantamiento con la barrera a su alrededor, pero Evelyn seguía atacando.
Si quería suprimirla, tenía que bajar la barrera.
Pero si bajaba la barrera, iba a sufrir los ataques.
—Verónica... —Deckard cerró la mano en puño—, voy a salvarte.
Respirando hondo, la barrera que lo aislaba de los ataques se desvaneció. El mago evitó mayormente las esferas y picos, pues eran de mayor tamaño, solo no pudo hacer lo mismo con los cristales que se clavaron en su carne, o las espadas que rasgaron sus ropas y piel. Trató de protegerse con el mínimo de magia posible, al tiempo que concentraba todo su ser en el encantamiento. Necesitaba tocar a Evelyn, tener contacto con el núcleo de Verónica. El encantamiento sellaría el núcleo y le permitiría dominar a Evelyn hasta poder idear un plan para regresar a Verónica.
Pero primero, debía llegar a ella.
No obstante, siquiera antes de que estuviera a medio metro de Evelyn, ella comenzó a vomitar y gritar, sosteniendo su cabeza, desconcentrándose de la magia, por lo que las esferas, los picos, todo cayó, junto a ella cuyas rodillas golpearon el suelo.
Tosía con violencia, usaba sus manos para sujetarse, su cuerpo temblaba.
Cuando levantó la mirada, ésta había cambiado.
—¿De...ckard?
.
•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•
Estoy en control.
Mi cabeza duele.
Todo duele. Estoy confundida. No puedo pensar mucho.
Duele. Duele. Duele.
Mi cuerpo quema. Quema, quema, quema.
Tampoco puedo respirar bien. Aire, aire, aire.
—¿Ve...verónica...?
Esa voz...
Esa es la voz de Deckard. Me regresa a ser consciente otra vez.
Está muy herido. Hay mucha sangre en su cuerpo. Hay cristales en su cuerpo.
Es mi culpa. Toda mi culpa. Soy culpable de esto, culpable. Culpable.
—Ah... —Las lágrimas caen por estas mejillas.
Por ser débil, herí a Deckard.
Por ser débil, destruí esta ciudad.
Por ser débil, alguien me usó y... mi magia...
Mi mirada cae en el cuerpo de Bertrand. Estoy llorando, llorando, el pánico me invade.
Yo... ¿Yo hice eso? ¿Mi magia hizo eso?
—¿Verónica? —La voz de Deckard trae mi atención, lo veo venir—. Verónica, no tengas miedo. Estoy aquí, no permitiré que—
—¡ALÉJATE! —Con mi grito, una onda de maná lo empuja lejos.
No te acerques.
No vengas.
El dolor no me deja pensar.
El dolor no me deja controlar mucho.
Ella va a volver.
Soy peligrosa ahora.
—Aléjate de mí... Voy a herirte otra vez,,, —Mi voz se rompe, y siento que la imagen de la Evelyn adulta en mi visión, aquella que lloraba desconsolada, se superpone a la mía.
Basta, basta, ya basta.
Quiero que el dolor se detenga. Quiero que el fuego deje de quemar.
—Vero. Vero, escúchame, por favor... —La voz de Deckard es suave. Destruida. Veo que intenta mostrarse fuerte pero... mi estado lo está matando más que las heridas de Evelyn—. Te prometí que te mantendría a salvo, te prometo que te protegeré de esto, saldremos de eso. ¿Confías en mí? —Trató de avanzar un paso más—. Te quiero, y voy a amarte hasta mi último aliento. El destino nos ha mantenido separados, y esta vez por fin nos hemos encontrado. —Estiró la mano hacia mí, esperando que la tomara—. No voy a dejarte sola. No ahora, ni nunca. Eres mi igual y mi compañera. Voy a ayudarte en esto, déjame ayudarte en esto...
—Mi... Mi cuerpo quema. Duele mucho —logro decir.
—Apagaré el fuego, sanaré tu agonía, solo... No me alejes de ti. Por favor.
Deckard está acercándose, paso a paso, temiendo que lo aleje de nuevo. Sé que él puede enfriar el ardor que recorre mis venas, puede hacer que vuelva a respirar otra vez, puede lograr que mi cuerpo deje de temblar de sufrimiento.
Pero no podrá sacar a Evelyn de mí.
No podrá evitar que ella retome el control.
No podrá limpiar estas manos llenas de sangre.
¿Cómo puedo yo vivir con estas manos rojas, salpicando este líquido carmesí y pretendiendo tocarlo?
No puedo.
No puedo arriesgarlo.
—No quiero vivir así.
—Verónica, encontraremos la manera de sanarte. Revisaré los libros de mi maestro, hallaremos la manera juntos.
Mi labio tiembla al hablar.
—Tienes que encontrarme. Solo tú puedes hacerlo. —Mis palabras chocan, tan nerviosa, tan en pánico, que se refleja en su expresión y la palidez de su cara.
—No, no, no, no. Escúchame, puedo bloquear a Evelyn. Solo... Verónica, ¡Verónica!
Los picos y las esferas vuelven a elevarse, en contra de él. Es la única forma de distraerlo, mientras mi mano temblorosa se enfoca en elevar una de las espadas, el filo apuntando mi pecho.
—¡NO! —Yo ignoro su grito, él continúa, tratando de esquivar, de llegar a mí y detenerme—. ¡Alto! ¡Verónica!
—Deckard, lo recuerdas, ¿no? Nuestra opción B. Prometiste buscarme y encontrar mi real yo... —le digo, sin desviar la atención de la espada.
El filo... mi verdugo.
—¡No lo acepto! ¡No estoy de acuerdo! —Una onda de su magia ataca mis picos y esferas, eso causa que el vómito de sangre llegue a mi boca y me obligue a escupirlo con dolor. Noto que lo paraliza.
¿Su magia atacando la mía me hace daño?
—Ve-Verónica... —Él cae de rodillas—. Por favor. Te lo pido... Te amo. No me hagas esto...
Apenas logro esbozar una sonrisa de disculpa, tratando de grabar en mi mente su rostro.
Grabarlo a fuego en mi alma, mientras lágrimas se siguen deslizando.
Porque lo voy a olvidar.
Porque no recordaré nada de esto.
Porque de nuevo, vamos a estar solos otra vez.
Porque estaré rompiendo mi promesa de ser una familia con él, al irme de esta manera.
—Perdóname, Deck. Lo siento mucho.
Y oyéndolo gritar, mientras cierro los ojos, unos segundos después puedo sentir el agudo, agonizante, filo de la espada atravesando mi vida.
