Shiho se rascó los párpados cansados y continuó tecleando en el ordenador, con la taza de café a su lado medio vacía y fría. Había tardado bastante en clasificar toda la información del cuaderno al disco duro, la investigación que sus padres dejaron a medias, era realmente extraña y muy compleja. Habían partes que no acababa de entender, no porque fuesen complicadas o ella no fuese lo suficiente inteligente, sino por las extrañas mezclas de componentes y teorías con pocos fundamentos. Cualquier otro científico, trataría esa investigación como una total locura sin sentido.
Pero ella seguía adelante, intentando descifrar a donde querían llegar sus padres.
Se había involucrado en ese tipo de sindicato para relevar la verdad de Kudo y lo único que había conseguido, había sido desenterrar el oscuro pasado de sus padres. Cuanto más descubría en el laboratorio, más dudas tenía sobre quien eran sus padres en realidad. Y más cuadraba la historia de su infancia en su cabeza.
Bebió el frío café par intentar desvelarse un poco y guardó el documento de la pantalla mientras se imaginaba a Kudo merodeando por los pasillos. No le costaba imaginárselo luciendo un traje a medida oscuro, con una mirada segura y penetrante en su rostro y desprendiendo esos aires de confianza que eran hasta preocupantes mientras el pequeño tacón de sus elegantes zapatos repiqueteaba sobre las baldosas. Toda esa situación le creaba un sinfín de preguntas. ¿Les había hablado a ellos de ella?¿Había descubierto algo sobre su familia cuando se introdujo?¿Sabía quienes eran sus padres ahí dentro? Y si así era…¿Por qué no se había dignado a compartir todo eso con ella? Era su familia después de todo. Tenía derecho a saberlo.
"Vaya, vaya…" Intervino una mujer de apariencia extranjera entrando al laboratorio sin ni pedir permiso. "¿Así que tú eres la hija del ángel del infierno?" Preguntó la rubia estudiándola de arriba abajo caminando despreocupadamente y llegando a molestar a la pelirroja con el molesto ruido de sus tacones.
Shiho se volteó al escucharla entrar, mientras la rubia se paseaba por la sala con plena confianza. "¿Quién eres tú para estar aquí?" Preguntó bastante seria mientras la observaba de arriba a bajo.
Era una mujer de unos cuarenta años, con la melena larga y ondulada, muy buena apariencia y muy sensual. Recordaba mínimamente haberla visto anteriormente por los pasillos, pero nunca habían coincidido en la misma sala o conversado.
La rubia río y se acercó a ella. "Soy alguien, que a diferencia de ti, merece estar aquí."
Shiho arrugó el ceño y cruzó los brazos, negándole pasar más lejos de ahí. "Tienes que irte, no puedes entrar en el laboratorio así porque si. No tienes autorización."
La rubia ni se inmutó, ojeó de lejos el trabajo de la pelirroja y arrugó las cejas. "Ten cuidado con lo que haces, jovencita, no se puede jugar a ser Dios sin consecuencias. No me gustaba tu madre y tampoco me gustas tú."
"Que bien escucharte decir eso, porque el sentimiento es mutuo." Le contestó Shiho señalando hacia la puerta. "Ahora, tienes que irte. Tengo trabajo más importante que quedarme aquí hablando contigo."
La rubia se marchó sin decir nada más y Shiho decidió recogerlo todo y marcharse una media hora después antes de que empezase a amanecer. El profesor llevaba toda la noche con Aiko y no se sentía muy bien al tener que molestarle con la edad que tenía, pese decirle que lo hacía con gusto.
"Ya estoy aquí." Dijo con un tono bajo a la vez que cerraba la puerta.
El profesor cambió su cara de preocupación por una de alivio y se acercó a ella para darle un pequeño abrazo sincero. Parecía estar todo el momento en tensión hasta que ella cruzaba la puerta, era inevitable, ella también sentía esa sensación.
"Gracias por cuidar de ella." Le agradeció mientras dejaba el abrigo y el bolso tras la puerta.
"Sabes que no me molesta. Es una niña encantadora y se porta genial." Le contestó sonriente, observando sus oscuras ojeras que tenía la pelirroja bajo sus ojos. "Deberías descansar un poco."
"Intentaré dormir algo antes de que se despierte Aiko." Comentó dirigiéndose a la cafetera con los ojos pesados. Primero necesitaba un café y repasar su trabajo con un cigarro. No le preocupaba no poder dormir después, la cafeína ya no conseguía quitarle el sueño, se había vuelto casi inmune a ella. "¿Quieres un café antes de marcharte?"
"Claro, gracias." Contestó observando como el cielo se volvía rosado por el amanecer.
Ambos se sentaron en el sofá y Shiho cerró los ojos para disfrutar del aroma del café cuando acercó su taza a sus labios. Era de las cosas que más conseguían relajarla.
"¿Cómo te está yendo?" Preguntó el hombre removiendo el azúcar de su taza.
"Bien…creo."
"¿Tienes dudas?¿Quieres que nos pongamos en contacto con la policía?" Preguntó un poco preocupado.
"No." Respondió rápidamente. "Es solo que…descubrir que mis padres también estaban involucrados, ha hecho que se vuelva todo más personal. Quiero acabar con ellos de una vez por todas."
"Tienes que ir con cuidado, no dejes que la rabia te nuble."
"Tranquilo, saldrá todo bien." Contestó apoyando su mano sobre la suya, intentando sonreírle para que su preocupación menguara.
Apenas se conocían de hacía unas semanas, pero todo lo que estaban viviendo les había creado un vinculo especial. El profesor era un hombre soltero de avanzada edad sin hijos y el detective y la pelirroja, eran lo más parecido a un hijo que había tenido.
La tarde era cálida y soleada y la gente que caminaba parecía más contenta al poder pasear disfrutando de ese buen clima. Para no encontrarse en las calles principales de la ciudad, habían más peatones de los que se esperaba encontrar.
Las parejas paseaban enlazadas por sus manos y varios niños pasaban corriendo para volver a sus casas o pasar un rato en el parque al haber acabado las clases. Kudo, sin embargo, paseaba por las calles sin ningún destino fijo en su mente.
Un niño tropezó con él cuando corría sin fijarse y se disculpó antes de volver a ponerse a correr. Realmente habían muchos niños por la zona. Paró el paso y alzó la vista para observar su alrededor. No le extrañaba que se topase con tanto crío, se encontraba justo en la entrada del colegio de primaria Teitan, la escuela que él mismo había asistido durante su niñez. La nostalgia le inundó el cuerpo por completo, provocando que pequeños recuerdos de su infancia volvieran a su mente en breves fragmentos.
Ran aparecía en casi cada uno de ellos. Pero pese a recordarla con claridad, a cada día que pasaba, sentía que crecía más la sensación de falta de algo. Aunque no sabía ni de que se trataba. Lo único que tenía claro era que quería a Ran, pero no era suficiente, no sentía que lo fuese.
Echó un vistazo al descampado de la escuela mientras los últimos niños salían de su interior hasta llegar a sus familiares. Parecía mentira que el tiempo pasase tan rápido, recordaba como se ensanchaba la sonrisa de su madre cuando lo recogía en la entrada del colegio, y ahora, se había convertido en un adulto independiente y casado. Al menos por el momento.
Reanudó el paso y paró poco después al captar una conversación cercana que estaba teniendo una niña con su madre.
"¿Te gusta?" Le preguntó la niña llena de ilusión a la vez que le entregaba un folio a su joven madre.
"Es precioso." Contestó la morena aceptando el papel mientras se agachaba para ponerse a su altura. "¿Qué has dibujado?¿Esta soy yo?" Le preguntó observando su dibujo y señalando a una esquina sin dejar de sonreír.
¿Por qué sentía tan familiar esa escena? Ni si quiera conocía a esas personas.
"Sí." Contestó la niña, poniendo sus manos en su espalda mientras balanceaba los pies. "Lo hemos hecho para el día del padre. Yo, mamá y papá." Especificó señalando a cada una de las figuras que había garabateado.
Yo, mamá y papá…
"Me encanta." Contestó la morena levantándose y cogiéndole de la mano para comenzar su camino de vuelta a casa. "Se lo daremos a papá cuando llegue del trabajo, ¿vale?"
"¡Sí!" Exclamó la pequeña llena de emoción. "¿Podemos hacer un pastel?" Le preguntó dando pequeños saltitos.
Yo, mamá y papá…
"Claro." Aceptó su madre mientras desaparecían por las calles al siguiente cruce.
Yo, mamá y papá…
No podía parar de repetir esa frase dentro de su cabeza a la vez que un pitido agudo perforaba su tímpano. Él había vivido eso, estaba seguro de ello. Apretó su cabeza con ambas manos mientras intentaba calmar ese pitido tan molesto.
"Toma papá, para ti." Dijo la niña saltando a sus brazos con una hoja entre sus manos.
"¿Esto es para mí?" Preguntó aceptándolo.
"Sí, nos he dibujado para que lo lleves cuando te vas de viaje." Le contestó abriendo el dibujo para señalarle las figuras dibujadas. "Esta soy yo, mamá y papá."
El pitido se hizo más agudo con el flashback, podía notar las miradas de los curiosos que caminaban cerca de él. Caminó unos pasos hasta parar en un banco y se sentó con ambas manos aún sosteniendo su cabeza.
"¡Papá! ¡Ya has vuelto!" Exclamó la pequeña al verle aparecer por la entrada principal, dejando las pinturas que tenía entre manos para levantarse del suelo y sonreírle. Llevaba casi dos semanas sin verle.
"¿No vas a venir a saludarme?" Preguntó su padre dejando la mochila que cargaba en el suelo para agacharse y abrir los brazos, invitándola a un abrazo.
Ella corrió hacia él sin dudarlo.
Shinichi cerró los ojos con fuerza y el pitido de sus oídos empezó a disminuir lentamente, dejándole una extraña sensación en el pecho y la mente un poco más clara.
"Aiko…" Soltó en un susurro de sus labios inconscientemente, abriendo los ojos de par en par.
Se levantó del banco casi de un salto y dio media vuelta para volver a casa casi corriendo.
¿Cómo había sido capaz de no acordarse de algo así? Él era el padre de Aiko, estaba seguro. Ahora lo recordaba con claridad. Una sonrisa apareció en su rostro al imaginar la cara de la pequeña niña que ahora tenía tantas ganas de ver. Pero frenó el paso bruscamente al chocar contra la realidad de toda esa situación.
Tenía una niña… una niña con otra mujer.
Su mujer ya le había dicho que ellos no tenían hijos y la niña que recordaba no se parecía en nada a Ran.
El divorcio que tanto le había dejado fuera de lugar, empezaba a cobrar sentido con esos recuerdos.
