¡Hola!
Segunda parte, última parte. Ahora sí que sí, es el final.
Notas al final.
/lagrimita voladora. Gracias por llegar hasta aquí, disfrutadlo como lo disfruté yo escribiendo/
La primera vez que vio el Houdson, planeando sobre los rascacielos, coquetos, mirándose en las aguas turbias, tenía pánico a volar. El estómago convertido en un puño, las uñas clavadas contra las palmas y la razón escapando por los poros, haciéndole sudar su camiseta favorita de Adidas, que ni siquiera era realmente suya. Entonces Kageyama estaba a su lado, en el asiento del pasillo asignado tras perder en un rápido piedra-papel-tijera, pero no podía sujetarle la mano. Se lo impedía algo más fuerte que el deseo, más fuerte que el amor.
La segunda vez que tuvo ante sí las mismas vistas, la coronilla de los titanes de cristal y plomo, el río plegándose ante el saludo inmortal de la Estatua de la Libertad, la ilusión y las ganas le ganaron a todo, porque Kageyama esperaba al otro lado del miedo. Volar sólo era el medio. Qué tonto, pensó entonces. Para mí esa siempre ha sido la manera.
De reojo miró por la ventanilla. No alcanzaba a ver demasiado; en esta ocasión era Kageyama quien iba junto al cristal, y el pico rapado de su nuca le tentaba las yemas hasta causarle un cosquilleo ansioso. Aunque el calendario marcaba diecinueve de junio, el cielo estaba nublado. Se anunciaba una tormenta eléctrica de verano, y si su vuelo hubiese salido unas horas más tarde quizás habría sido cancelado por el riesgo de rayos.
El aparato se agitó, acercándose hacia la tierra. El sonido inconfundible del tren de aterrizaje desplegándose. La pista haciéndose más grande. Kageyama pasó el pulgar por sus nudillos, despacio. Compartían auriculares y escuchaban la playlist que el segundo entrenador había elaborado para la ocasión.
Hinata se fijó en la forma en que los rascacielos cortaban el skyline, retando en épica a las mejores postales. New York les recibía como el gigante invicto, Goliat frente a David, con un golpe en el pecho que resonaba en todo el continente, dispuesta una vez más a ponerles de rodillas. Hinata apretó los dientes.
Y una mierda.
Kageyama exhaló en el cristal, justo sobre el ala, empañándolo. Usó el índice para trazar una palabra. Hinata sabía cuál sería antes de que concluyese el movimiento. Confianza. Sonrió y le apretó los dedos, apoyando la cabeza en su hombro y cerrando los ojos mientras las ruedas tocaban el suelo.
Hacía más de una década que Japón no jugaba una final del mundial de vóley masculino. Le gustaba imaginarse a veces que en algún lugar de su país, frente a alguna tienda tecnología, subido en una vieja bicicleta, un niño se enamoraría del voley viéndole volar.
Mira mis alas.
Si yo puedo, tú puedes, sólo sigue saltando.
Story of my life sonaba en sus oídos.
A eso hemos venido.
A plantar cara, a cumplir una promesa.
Hemos venido a hacer historia, para que viéndonos cumplir nuestros sueños otros encuentren fuerza.
El viento les despeinaba y las chaquetas, abiertas, ondeaban ligeramente, rojo y blanco. Iban todos los titulares y suplentes convocados. Ushijima, ahora capitán, caminaba delante, escuchando lo que fuese que le decía el primer entrenador. Por sus gestos, el movimiento de sus manos, quizás le indicaba posibles jugadas.
En el tiempo que llevaba en la selección, Hinata había descubierto que le gustaba la forma de ser de Ushijima. No había dobleces, segundas intenciones o mala fe. Si decía algo es porque así lo pensaba. Resultaba sencillo relacionarse con alguien tan transparente. Incluso podía perdonarle que pensase que Hermione Granger era una marca de crema para las hemorroides.
Detrás caminaban Hoshiumi, Nishinoya y Bokuto, los tres con gafas de sol pese a que la lluvia comenzaba a caer, suave, sobre la pista de aterrizaje. Kuroo le mostraba a Tsukishima un vídeo de gatitos en el teléfono, pese a las quejas de éste. Atsumu abría un paraguas estampado con logos de los Wolfdogs (nunca es demasiado Wolfdogs, Shoyo-kun, si dejas las panteras y vienes a los brazos del lobo lo entenderás) y se acercaba a Kiyoomi para resguardarle.
Kageyama se subió la cremallera de la chaqueta hasta arriba, tapándose el mentón y los labios, y escondió las manos en los bolsillos. No llevaba gafas de sol y era una idiotez por su parte porque con los ojos azules siempre le molestaba la claridad de los días grises. En otro momento habría colado un Bakayama de cuerpo defectuoso, reconoce la supremacía de los ojos marrones, pero esta vez no dijo nada.
Podía sentirlo, estaban los dos en la zona. Concentrados, serenos. Se limitó a colar la mano derecha en su bolsillo, buscando la suya y escribió allí una palabra invisible, cinco kanji en la palma fría conformando un nombre. Jacqueline. Kageyama bufó, riendo, y le dio un empujón suave, sin deshacer el contacto.
Había mucha prensa en la terminal internacional, y les abordaron grandes grupos de fans. Hinata no se esperaba que nadie fuese a apoyarles, pero al parecer había una amplia comunidad japonesa en la ciudad. Pronto estaban rodeados de chicas que les ofrecían trozos de papel y balones de vóley para que los firmasen.
—¿Te acuerdas cuando firmaste una teta? —preguntó Nishinoya, mirando a Kageyama, dando saltos sobre sus hombros por si encontraba a la mujer de sus sueños escondida entre la multitud—. ¡Shoyo se puso súper celoso!
—No es verdad —murmuró, sonrojándose mientras firmaba una servilleta del Starbucks con restos de magdalena de una señora de setenta años que juraba que era para su hija mientras lloraba de la emoción.
—Tienes éxito con la tercera edad —susurró Tsukishima, sonriendo con maldad. Hinata frunció el ceño mientras recibía un peluche con forma de sol de parte de una anciana muy entrañable de unos cien años—. Ey, Miya. ¿No le rompió el corazón a tu abuela?
—Ah, sí. No supera su culo —rió Atsumu, buscando con la mirada alguna fan que quisiese su autógrafo mientras Kiyoomi, a su lado, recibía un millón de flores, cartas y regalos de chicas jóvenes y guapísimas, igual que el tonto de Tobio y jo por qué a mí sólo me quieren las abuelitas, que son súper bonitas y geniales pero yo quiero ser sexy y exitoso y que me lancen braguitas de vez en cuando—. La abuela se gasta la pensión en comisionar fanarts hentai de Shoyo. Shimota, mi madre está a dos pollas pelirrojas de ingresarla en una residencia.
Hinata sintió el sonrojo hasta en el último pelo de la cabeza.
—Miya, ¿ves las cámaras de televisión? —dijo Kiyoomi, sin mirarle, mientras garabateaba su apellido en un balón. Atsumu saludó efusivamente moviendo la mano.
—¡Bochabocha denna, abuela!
Kageyama firmaba con precisión técnica, como si estuviese en una cadena fabril poniendo tapones de corcho a botellas de sake. Sakusa intentó huir, pero fue atrapado. Mientras repartían firmas, los micrófonos les rodeaban, los flashes les cegaban y las preguntas volaban en todas direcciones.
—Ushijima, para Televóley, ¿crees que podrás arrebatarle a Kásper el primer puesto como as?
—Sakusa, ¿piensas seguir jugando con los Wolfdogs la siguiente temporada?
—¡Hinata, de la MTV! ¿Qué esperas de la final del sábado?
Sonrió, con los ojos en el autógrafo que tenía entre menos. Puso su firma, un corazón redondito y se lo entregó a una niña que sollozaba agarrada a su manga.
—Ganar —contestó. Dos chicas de unos veinte años le pidieron una foto y Hinata aceptó, buscando la mirada del idiota de Tsukishima. ¿Ves? También le gusto a algunas chicas de nuestra edad. La más alta sujetó el móvil en modo selfie y la otra le dio un beso en la mejilla, por sorpresa. Una tercera apareció intentando abrazarle, y empezaba a verse sepultado por un montón de chicas que le tocaban y le tiraban de la chaqueta, cuando sintió unos dedos sujetarle de la muñeca y tirar de él hacia atrás.
—Ten cuidado, bobo —murmuró Kageyama, bajito, pasándole el brazo por los hombros en un abrazo descuidado y llevándole de vuelta con los demás. Hinata se acurrucó contra su hombro, sonrojado, arrastrando su maleta con cuidado de no pisar a nadie mientras había flashes por todas partes.
Vamos a salir en un millón de revistas.
—Kageyama —llamó un reportero, dirigiéndose a él en inglés, cuando estaban a punto de atravesar las puertas automáticas. Los dos se giraron— ¿qué opinas de la oferta de la Ocean? ¿Vas a aceptarla?
—¿Te sorprende una propuesta así con el escándalo de hace años? ¿Es agua pasada para ti?
—¿Cómo ves el partido del sábado? ¿Temes el reencuentro con Kásper? ¿Crees que estará de acuerdo con la oferta de la Ocean?
¿Que si estará de acuerdo?, pensó Hinata, arrugando la nariz. Lleva su marca, más clara que una secuencia de ADN.
—¡Kageyama! —gritó una chica y todas empezaron a gritar con ella— ¡Kageyama, por favor, una foto!
—¡Bokuto, aquí, fírmame la camiseta!
—¡Nishinoya, cásate conmigo!
Nishinoya trepó sobre Tsukishima, exaltado.
—¡¿Dónde?! ¡¿Quién eres?! ¡Sí, desconocida, casémonos! ¡Ven al World Center Hotel!
—Genial —dijo Tsukishima—. Da más datos, gracias.
Las fans corrían alrededor de ellos, lanzándoles peluches, flores y poniendo trozos de papel contra sus caras para que los firmasen.
—¡Sakusa, guapo!
—¡Kageyama, te amo!
—¡Shoyo, hazme un hijo!
Kageyama chistó, apretando el brazo alrededor de él y mirando hacia atrás con la mejilla apoyada en su pelo. Hinata dejó salir una risa, sonrojándose. Subieron al autobús y casi tuvo que darle un empujón para que le soltase.
—¿Por qué nadie me pide que le haga un hijo? —gruñó Atsumu, dejándose caer en el asiento de la ventana y mirando con odio a las chicas. Kiyoomi se sentó a su lado y sacó su bolsa aséptica comenzando el ritual de gel hidroalcohólico y cambio de mascarilla y guantes.
—Te pasaste tres años diciendo que tus fans eran un coñazo, así que ahora no tienes fans —dijo Kiyoomi—. Manos.
Atsumu resopló mientras extendía las manos hacia él.
—¿Nandeyanen? ¡Tengo cien mil seguidores en Instagram y casi todas son chicas!
—Te siguen para ver a Sakusa haciendo abdominales sin camiseta —dijo Tsukishima, antes de colocarse los auriculares. Una rubia loca se había subido a los hombros de otra y aporreaba el cristal, estampando un dibujo de la cara de Kageyama.
—¡Cállate!
—¿Has subido fotos mías sin camiseta, Miya?
—Vídeos —aclaró Kageyama, limándose las uñas.
—¡Solo fue uno!
—Tienes un album de stories destacadas que se llama Es mío, perras.
Tsukishima ya le estaba ofreciendo su móvil a Kiyoomi para que viese los vídeos. Había por lo menos cincuenta.
El teléfono de Hinata vibró en su bolsillo. Una notificación emergente sobre la fotografía con Kageyama, besándose, con la cara llena de manchurrones de pintura el día que decoraron el piso de Chiryu.
Un mensaje anónimo, en inglés. Por el rabillo del ojo vio a Kageyama ocupado en su discusión con Atsumu, y aprovechó para leerlo.
Bienvenido a América, marica.
Voy a aplastarte como la mierda que eres.
Hinata sintió un escalofrío recorrerle la espalda, como un latigazo. Tragó saliva y miró por la ventana, dedicándole una sonrisa forzada a tres chicas que le declaraban su amor en una pancarta a mano. We love u Shoyo.
Nunca se acostumbraría a ver su nombre escrito en romanji.
El autobús arrancó rumbo al hotel. Era la tercera vez que estaba en New York y sus ojos se posaron en el cartel de la oficina de turismo. I went to New York City to be born again.
Kageyama palmeó su muslo y le tendió un auricular. De camino al hotel escucharon rock a un volumen desaconsejable. Fuera, sobre el asfalto, comenzó a llover.
—¿Estás bien?
—No puedo dormir.
Kageyama se giró en la cama, intentando acostumbrar sus ojos a la oscuridad. La persiana totalmente bajada impedía ver nada, pero le sentía moverse en la cama de al lado.
—¿Te estás vistiendo? —miró el reloj de la mesilla, con los ojos pegados—. Pero si son las... dos de la mañana. ¿A dónde vas?
—A dar una vuelta.
—Idiota, esto no es Chiryu. No puedes salir a correr por ahí. Podrían asesinarte.
—No voy solo —Le oyó ponerse de pie y rebuscar en la maleta, probablemente revolviéndolo todo—. Voy con Atsumu. Está rayado y no puede dormir, le he visto conectado y le he hablado.
Kageyama arrugó la nariz. Atsumu llevaba fastidiado desde el día de la selección de los titulares. No se había tomado nada bien ser suplente, y menos después de que los Wolfdogs hubiesen quedado terceros en la V-League, tras ser primeros el año anterior. Ni siquiera le había animado pensar que pasó por delante a Oikawa-san, que al ser el tercer colocador seleccionado ni siquiera había tenido la oportunidad de viajar a New York. Para Atsumu ser el segundo era igual que ser el último, porque sólo el primero sería titular. Y porque sabía que Kageyama no dejaría la pista, no en ese partido, salvo que cayese un rayo sobre su cabeza que le dejase medio muerto. Seguiría jugando, porque significaba más que una copa.
—Es mejor que vaya con vosotros —dijo, sentándose en la cama y rascándose la nuca, somnoliento. No le apetecía una mierda salir de madrugada. Estaba lloviendo, oía el agua chocar contra los cristales y al día siguiente tenían entrenamiento por la mañana y reunión táctica por la tarde. El partido sería el sábado a las cuatro de la tarde, hora americana. No quería agotarse, pero estaban en New York. Una ciudad de millones de habitantes, entre ellos Kásper. Suspiró, extendiendo la mano hacia el interruptor de la luz, cuando notó un peso encima que le obligó a tumbarse otra vez. El aliento de Hinata le hizo cosquillas sobre los labios, preámbulo de un beso suave, etéreo, como el aleteo de una mariposa. Besaba así para calmar, era su forma de decir no te preocupes.
—Estaré bien —susurró, besándose ahora en la comisura de la boca. Kageyama le rodeó con los brazos y le atrapó, apretándole contra su pecho, sobre las sábanas, hundiendo la nariz en su pelo enredado—. Es New York, sabes, no hay una guerra ni nada ahí fuera. Además, Atsumu tiene mejor orientación que tú.
—La orientación no sirve si te atacan en un callejón —murmuró, con los mechones rebeldes haciéndole cosquillas sobre los labios.
—Tienes razón, sólo tus conocimientos de boxeo podrán salvarnos.
Kageyama le dio un pellizco en el brazo, arrancándole una queja.
—Tonto. Es mejor que vayamos los tres.
—Solo tenemos dos colocadores. Al menos debe sobrevivir uno.
Hinata lo dijo riéndose, pero a Kageyama no le hizo gracia. Volvió a pellizcarle, un poco más fuerte, y Hinata le dio otro beso, esta vez en la mejilla, antes de levantarse de un salto. Kageyama estiró la mano y alcanzó la de él.
—Pero lleva un impermeable para la lluvia y vuelve pronto. Y no te separes de Atsumu.
—Sí, mamá.
—Idiota —murmuró, dejándose caer sobre la cama y tapándose la cabeza con la almohada.
La lluvia empezó a romper con más fuerza contra los cristales, mientras Hinata se alejaba por el pasillo. Kageyama cayó otra vez en el mundo de los sueños, donde jugaba al vóley en la cima del mundo, colocando una bola, la bola definitiva, que al tocar sus dedos se convertía en nieve.
—Odio esta puta ciudad.
Dio una patada a una lata, mandándola a volar. Hinata rió, apretándose más contra la pared, con la espalda pegada al muro. Frente a ellos la lluvia caía con rabia, golpeteando los capós de los coches. Atsumu saltaba, elevando las rodillas, para mantenerse caliente. La tormenta les sorprendió cuando llevaban un cuarto de hora corriendo.
—¿Conoces esta zona?
—Más o menos. Hay un par de cervecerías decentes al girar la calle. ¿Llevas algo de dinero?
Hinata rebuscó en el bolsillo interno del impermeable. Había un caramelo de toffe aplastado, un pañuelo usado, una lista de la compra del siglo pasado y un billete arrugado de diez dólares que ni recordaba haber puesto ahí. Seguro que fue Kageyama. Desde que vivían juntos a veces hacía eso. Metía dinero en sus chaquetas, o paquetes de pañuelos, o recargaba su tarjeta del autobús y ponía copias de las llaves de casa debajo del felpudo o detrás de la planta del portal.
—¿Están más cerca que el hotel? —preguntó Hinata, girando la vista hacia el otro lado de la calle. Había bastante gente joven, algunos resguardados bajo paraguas coloridos, otros corriendo por las aceras, huyendo de la tormenta de verano, en pantalón corto y sandalias.
—A la misma distancia —dijo Atsumu, encogiéndose de hombros. Un trueno resonó sobre el Houdson y Hinata le agarró del brazo, con el corazón acelerado—. ¿Quieres volver?
—No —En verdad prefería una tormenta eléctrica catastrófica a la oscuridad de la habitación, donde todos sus miedos parecían cobrar vida, multiplicarse, colonizando sus pensamientos—. ¿Tú?
—Tampoco.
Los dos rieron. Era bastante lamentable, en verdad. Jugarían la copa del mundo, estaban en la cima, con los sueños en la palma de la mano, y parecían dos vagabundos a los que su familia acababa de echar de casa. Hinata no estaba triste, pero hacía mucho que no tenía una sensación como esa. Presión. No eran nervios. Era algo más profundo, la sombra de un monstruo que había mantenido a raya todo ese tiempo y que ahora asomaba bajo el armario.
Entraron en la primera cervecería de la calle y se sentaron junto a una ventana. Había mucha gente, y por los cabellos empapados, a la mayoría le había sorprendido la tormenta, al igual que a ellos. Hinata se colocó junto al cristal. Le gustaba ver a las personas que pasaban por la calle, como si presenciase una película. A veces, con Natsu, jugaban a adivinar sus nombres y profesiones y a inventar historias sobre sus vidas. Se preguntaba si alguien habría hecho eso con él, si alguna persona le habría visto corriendo con un impermeable amarillo bajo una tormenta de verano, con las zapatillas mojadas y el pelo hinchado por la humedad.
Atsumu fue a la barra a pedir para los dos. Cerveza sin alcohol. Meada de burra, habría dicho Kuroo, que tenía un grupo en Facebook que se llamaba La cerveza sin alcohol no es cerveza. Después se sentó frente a él, pasándose la mano por el pelo, oscuro, empapado. Se abrió la chaqueta impermeable, mostrando una camiseta blanca con letras rojas que decía Kansai pride.
—Agh —dijo, frunciendo el ceño tras darle un sorbo al botellín—. La peor parte de ser jugador profesional es no poder beber hasta perder el conocimiento.
—Lo hiciste el viernes —dijo Hinata, sonriendo, probando su bebida—. A mí me sabe como la otra.
—Shoyo, tú no distingues la Pepsi de la Coca Cola.
—¡Es que también saben igual!
—Fingiré que no te he oído para conservar nuestra amistad —dijo Atsumu, agitando la cabeza. Otro trueno, más fuerte, iluminó la cerveceria—. Mierda de tormenta. Hoy necesitaba correr. ¡Ah, hemos bebido sin brindar! Lo que nos faltaba.
—No sabía que tuvieses tantas supersticiones —dijo Hinata, levantando su botellín.
—Si no brindamos a lo mejor mi hermano tiene quintillizos, entiendes. No es una tontería —dijo, muy firme, chocando su cerveza con la de Hinata—. Por Japón, y todo eso. Kampai.
—¿Por Japón, en serio? —rió, levantando una ceja. Atsumu chistó.
—No. Que le den a nuestro país, y a nuestro seleccionador que prefiere a Tobio antes que a mí —decidió, después de pensarlo un poco—. Shimota, no sé qué mierda hago aquí, sabes. Odio New York. Debí quedarme en casa. ¿Qué sentido tiene estar en esta ciudad de mierda si no puedo jugar?
—Estar con nosotros. Ser parte del equipo —dijo Hinata, serio.
—Esfuérzate más.
—Apoyar a Omi-kun.
—No me jodas, Shoyo. Puedo apoyarle desde Japón sin comerme dos putos días de vuelos.
Apretó los labios, pensando. Atsumu estaba en bucle de negatividad, pero por suerte no había alcohol por medio. Aún podía lidiar con ello.
—¿Verle superar a Ushijima y Quién-tu-sabes en puntos?
Atsumu sonrió un poco, algo leve. Es un comienzo.
—Eso es casi imposible, tendría que marcar como un puto loco, pero bueno. Me gusta. Podría compensar. Sigue por ahí. Vas bien.
—Emborracharnos hasta la muerte para celebrar la victoria —dijo Hinata, animándose, dando un sorbo a su cerveza—. Hay una piscina en la azotea del hotel, he estado investigando. Podríamos bañarnos y comer hamburguesas en el agua. Con un montón de mostaza.
—Si crees que Omi aceptará la combinación piscina y mostaza... Ni siquiera creo que funcione con Tobio.
—Le emborracharemos primero. Usaré mis encantos. Conozco sus debilidades—. Pensó en el bote de Nutella que guardaban en la maleta. Atsumu soltó una carcajada—. Podemos llevar música, no sé, bailar y todo eso.
—¿Perreo? —preguntó, y Hinata supo que ya le había atrapado.
—Hasta abajo.
—¿Y nadar en pelotas?
—Obviamente —dijo, sin dejar de reír—. ¡No se celebran las victorias con ropa!
—Vale, a ver. Piscina, alcohol, perreo, pollas al viento y a vivir el momento— Atsumu ya se había emocionado, y le mostraba la mano derecha, enumerando con los dedos—. Una copa del mundo exige raparse la cabeza, eso es así, pero la última vez que me rapé en esta puta ciudad todo fue una mierda. Así que en vez de raparnos, podríamos teñirnos el pelo.
—¿El de la cabeza?
—No, el del culo. ¿Tú qué crees?
—Woa, sí, ¡de blanco y rojo, como la bandera de Japón!
—Joder, no. Yo pensaba algo más cool.
—¿De rosa? ¡Como Itadori!
—No pega con mis ojos. ¿Blanco?
—¡Como Gojo!
—Vale. Blanco. Es un pacto de hombres —dijo Atsumu, ofreciendo la cerveza para que Hinata brindase. Él asintió, emocionado. Era la primera vez en su vida que se iba a teñir el pelo y le parecía un momento muy trascendental. Tal vez podía proponerle a Kageyama hacerse un piercing juntos. Quizás podría convencerle de que se lo hiciese en el ombligo, cumpliendo una de sus fantasías inconfesables. Chocaron los botellines, riendo.
—¿Y qué pasa contigo, Sho-kun? —preguntó Atsumu, en tornando los ojos—. ¿Es por Dani? ¿O tienes la crisis de los veintidós? Te hago un spoiler, es una buena edad. Como balance, aprendí a distinguir entre doce productos desinfectantes distintos. Aunque igual tiene más que ver con Omi que con los veintidós.
Hinata rió. La última vez que Sakusa estuvo en Chiryu se escandalizó al comprobar que sólo usaban lejía con aroma a limón para los suelos y detergente común para la vajilla.
—Supongo que todo el asunto de Kásper me desestabiliza un poco. Mi psicóloga dice que he puesto demasiado de mí en este partido, y que aunque perdamos no pasa nada, que la vida no acaba ni empieza en una final de vóley.
—Tu psicóloga no juega al vóley.
—No —dijo, sonriendo—. Y sé que tiene razón, es decir, si lo pienso en frío sé que es así. Pero de alguna manera necesito cerrar esta fase. Y prefiero que sea dándole un portazo en la cara a Kásper, ¿me entiendes?
—Pues claro —dijo Atsumu, levantando las cejas—. Vamos a machacarle, no le des más vueltas. Por cierto, ¿tu psicóloga está buena? ¿Es abierta de mente?
—¡Tsumu! ¡Que tienes novio!
—Estoy intentando convencer a Omi para hacer un trío. Quiero presentarle buenas opciones, un amplio abanico de posibilidades —Lo dijo tan serio que Hinata no pudo evitar soltar una carcajada.
—Sabes que estás soñando, ¿no?
—No destruyas mis ilusiones, Hinata Shoyo.
Hablaron de vóley, de anime, del último arco de Boku no hero. Criticaron moderadamente a sus novios y narraron un par de anécdotas sexuales bastante vergonzosas. La lluvia caía con fuerza. Hinata se sentía más liviano. El peso de la ciudad parecía disiparse, y los nervios de su estómago se deshacían. Volvía a acercarse al estado que tenía cuando sobrevolaban el Houdson. Se imaginó a Kageyama en la habitación, tal vez preocupado, tal vez mirando el reloj y desvelándose y se sintió un poco culpable.
—Tsumu, es mejor que volv-
—¿No trae mala suerte celebrar la victoria antes de conseguirla?
La voz sonó detrás de Hinata, y antes de girarse vio la cara de espanto de Atsumu.
Esto no puede ser bueno.
Eran dos chicos. No les había visto nunca en persona, pero podía reconocerles. Ambos convocados de la seleccción americana. El pequeño, el líbero titular, se llamaba Michael. Era unos dos o tres centímetros más alto que Hinata y llevaba el pelo rapado al cero. Tenía unos treinta años. El otro, más joven, más alto, 1,97, ojos grandes y brillantes, se llamaba Pippat. El ex capitán y colocador de los Detroit Guns, ahora colocador suplente de los americanos. Hinata sabía que había participado en la paliza que les dieron a los de la Ocean tras ganar la liga americana, cuatro años atrás. Fue el tío que les humilló, que tiró su teléfono al váter, que vendió su foto con Kageyama a los medios.
Atsumu le dio un pisotón bajo la mesa y después se puso en pie de golpe.
Hinata se mantuvo sentado.
—Shoyo, venga —dijo Atsumu, con los ojos en el colocador—. Vámonos.
—Espera, dude —dijo Pippat, en un inglés fuerte, de barrio, poniendo una mano sobre el hombro de Hinata. Frunció el ceño y le dio un manotazo, mirando hacia arriba—. Eres el famoso pelirrojo comepollas.
—Don't touch me—. Hinata habló en inglés, para que no hubiese duda, aunque estaba seguro de que había usado el lenguaje universal de los gestos. Pippat levantó las cejas y luego soltó una risa.
—Vaya, menuda fierecilla —soltó el hombro de Hinata, miró alrededor y después clavó los ojos otra vez en él, sonriendo—. Qué suerte se piren los putos chinos. Es la única mesa libre.
Atsumu resopló y empezó a caminar hacia la puerta. Hinata no se movió.
—No nos vamos —dijo, cogiendo su botellín y mostrándoselo, hablando en inglés—. No he terminado.
—Shoyo. No merece la pena —dijo Atsumu en japonés, desde la puerta, visiblemente nervioso. Pippat se giró hacia él.
—Esto es Estados Unidos, aquí se habla en inglés. ¡Vaya! Ya me acuerdo de ti.
—Pip, vamos a la Center-Hall, seguro que está más vacía —dijo el líbero, al parecer ajeno al pasado de su compañero de equipo. Pippat no le escuchó. Agarró la silla donde había estado sentado Atsumu y se sentó junto a Hinata. Con una manaza enorme le arrebató el botellín de la mano.
—¿Cómo le va a la nenaza de tu novio?
—Muy bien, la verdad —contestó Hinata, sonriendo—. Está descansando tranquilamente, como hace antes de aplastar a sus rivales. ¿Me devuelves mi cerveza, por favor?
—Shoyo, ha dejado de llover —dijo Atsumu, acercándose hasta la mesa otra vez. El líbero les miraba sin entender nada—. Piensa en el partido.
—¿Te ríes de mí, comepollas?
—Pip, ¿qué coño haces?
Pippat cogió el botellín de cerveza y lo vació sobre la cabeza de Hinata, despacio, sin aportar la mirada. La cerveza resbaló por su pelo y la sintió escurrirse dentro de la camiseta, empapándole la espalda y siguiendo hasta la goma de sus calzoncillos. Una gota corrió por su mejilla para acabar en sus labios y la atrapó con la lengua. Usó la manga de la chaqueta para limpiarse el ojo derecho y mirar otra vez al colocador.
Nadie se movía. Era como si el tiempo se hubiese parado.
Era una de esas cervecerías tranquilas llenas de estudiantes universitarios, con paredes de madera que mostraban síntomas de humedad en las esquinas, algún póster de baseball, una diana de dardos electrónica y uno de esos viejos aparatos donde meter una moneda para que suene música. Quizás ni funcionase. En los altavoces, no muy alta, sonaba Save your tears the The Weeknd. En la mesa más cercana, dos chicas escribían sobre una servilleta, tal vez trazando un plan para conquistar un amor imposible.
El bar estaba lleno, podía sentir las risas de esas chicas, las voces del grupo de atrás que entonaba el cumpleaños feliz, pero Hinata sentía que allí sólo eran ellos cuatro, rodeados de espacio, vacío, flotando sobre la nada. Una nada helada, con olor a cerveza de doble malta. Atsumu estaba en silencio, pero sus palabras seguían latiendo. Piensa en el partido. Piensa en el partido.
Sonrió, los labios apretados, los ojos finos. Pippat le cogió de la nuca y tiró de él hacia sí mismo, obligándole a agachar a la cabeza hasta que sus frentes quedaron pegadas, cerca de la tabla húmeda por la cerveza derramada. Las gotas escurrían por la nariz de Hinata sobre la superficie, y los ojos de Pippat estaban cerca. Oscuros. Salvajes.
—Oi, déjale en paz —oyó decir a Atsumu, y sintió a Pippat mover rápido el brazo, tal vez deshaciéndose de su agarre.
—¿Te lo ha contado tu novio? —susurró, entre dientes, apretando más los dedos sobre su nuca—. Cómo me la chupó en los baños para que le devolviese una fotito tuya. Todavía me acuerdo de su lengua en mis bolas.
Hinata abrió mucho los ojos y parpadeó dos veces.
—Oh, qué suerte tuviste, Pippat-san. Kageyama-kun nunca la chupa en la primera cita.
Lo siguiente fue la frente de Pippat chocando contra la suya, un ruido sordo y un dolor fuerte en el nacimiento del pelo extendiéndose hacia abajo. Le vio alejarse. ¿Qué ha pasado? Parpadeó, vio estrellitas en el aire. Volvió a parpadear, llevándose la mano a la cabeza, al punto del golpe. Se miró los dedos, sólo restos de cerveza; respiró aliviado al ver que no había sangre. Giró en la silla, buscando la puerta. Allí estaba Atsumu encarándose con aquella torre de casi dos metros, sujetándole por la chaqueta con ambas manos.
Piensa en el partido, quería decirle, pero no lo salieron las palabras. Piensa en el partido.
—¿Qué coño pasa contigo? —preguntó Atsumu, empujándole contra la pared. Hinata nunca le había visto tan enfadado, ni siquiera cuando llegaba a los puños con su hermano. Pippat le sacaba una cabeza, y tenía un hilo de sangre que le escurría desde la frente hasta la nariz, pero parecía ni darse cuenta. Se revolvió, intentando soltarse, pero Atsumu le retuvo contra la pared, casi levantándole —. ¡Las cosas se resuelven en la pista, puto macarra de mierda!
—Pip, ¿qué estás...? —El líbero, Michael, parecía escandalizado. Se agachó junto a Hinata, que tenía una mano sobre la frente dolorida—. ¿Estás bien? ¿La sangre es tuya?
—No. Es de tu compañero —contestó Hinata, en inglés, mirando otra vez sus dedos. Pippat seguía frente a Atsumu, mirándole con rabia, como si midiese las consecuencias de darle otra paliza.
—Te pido disculpas en nombre de los dos —dijo Michael, tocándole el brazo. Después se incorporó y cogió a Pippat de la manga de la chaqueta, sin importarle que le sacase tres cabezas. Atsumu le soltó y se echó hacia un lado—. Este comportamiento es antideportivo, no puedo creer lo que acabo de ver. Nos vamos, ahora. Muévete. Hablaré con el capitán.
—El capitán —gruñó Pippat, siguiendo a su compañero de equipo hacia el exterior— es el primero que tiene ganas a los putos chinos.
—¡Somos japoneses! —gritó Hinata, golpeando la mesa con la mano abierta. Pippat y Michael salieron del bar—. ¡Memoriza nuestro himno, porque lo vas a oír cuando levantemos la copa!
—Sostenlo así, dentro del pañuelo. Si lo pones directamente sobre la piel, te quemará.
—¿Está muy morado?
Kiyoomi dio un paso atrás y le miró con el ceño fruncido, estudiándole. Llevaba un antifaz de tela en el pelo y un batín gris con gatitos negros sobre el pijama de cuadros verdes y granates, en una alarmante mezcla entre jubilado que juega al dominó y universitario hipster.
—Está morado —contestó, serio—. No tengo otra lesión para comparar.
—Es que eres idiota, Shoyo, ¿qué cojones estabas pensando?
—No lo sé —contestó, apretando el hielo contra la frente.
En verdad sí lo sabía. No había tanto que pensar, ¿no? Ellos estaban allí, tomándose una cerveza, y no tenían por qué irse. ¿Qué se suponía que debían hacer, salir huyendo para no acabar heridos? Podría ser una solución puntual, pero abriría otra herida peor, más profunda, un golpe directo de los que no se suavizan con una bolsa de hielo.
—¿Tú estás bien? —preguntó Kiyoomi, mirando a Atsumu con recelo.
—Sí. Yo... Shoyo, siento no haber hecho nada. Joder, me asusté —dijo, llevándose una mano a la cara—. Me acordé de lo que pasó la otra vez y me quedé como bloqueado y no pude-
Hinata abrió la boca para explicarle que estaba bien, que no había pasado nada, pero Kiyoomi fue más rápido. Extendió la mano hacia Atsumu y le acarició el pelo, sobre la nuca, serio.
—Atsumu, no tienes que demostrar nada a nadie y menos a tus amigos —dijo, mirándole a los ojos. Atsumu asintió, frotándose los ojos, luchando contra las lágrimas traicioneras. Kiyoomi se dejó abrazar y Hinata, todavía con la bolsa de hielo en la frente, sonrió. Era una estampa bonita.
—Shimota —dijo al final, separándose, con las mejillas sonrojadas—. Omi, ¿tú qué crees? ¿Te parece grave? ¿Deberíamos avisar al entrenador?
—¡No! —exclamó Hinata, alarmado, dejando caer la bolsa de hielo. Atsumu la recogió, aplastándosela otra vez contra la frente en un golpe que le dolió casi más que el de Pippat—. En serio, no es nada. Soy como Tanjiro, mi cabeza es dura como la roca.
Lo dijo sonriendo, y Atsumu aflojó el gesto.
—Cuando se entere Tobio-kun va a liarse gordísima.
—No voy a decirle nada antes del partido —dijo Hinata. Kiyoomi estaba recogiendo el botiquín de primeros auxilios. Había sacado todo cuanto llevaba tras el mensaje de Atsumu -en su opinión, nada alarmante, muy proporcionado- de Omi ha ocurrido una desgracia terrible hemos sido atacados por muchos hombres Hinata está gravamente herido en la cabeza quizás debas intervenir prepáralo todo dios ¿Sabes abrir un cráneo?
—Yo avisaría al entrenador. El traumatismo craneoencefálico puede ser mortal. Las primeras horas son decisivas. Quizás te duermas y no despiertes jamás —dijo Kiyoomi, quitándose el batín, bostezando y metiéndose en la cama, como quien anuncia una noche de lluvias.
—¡Omi, no lo digas como si nada! —exclamó Atsumu, abrazando a Hinata.
—Me voy a dormir. Seguro que Tobio está consultando todas las webs de emergencias del país —dijo, sintiendo el cansancio en todos los músculos de la espalda. El golpe había aliviado la tensión física de una manera absurdamente repentina. A lo mejor debía apuntarse a boxeo cuando estuviese un poco estresado. O ir por las calles luchando por la justicia usando la extrema dureza de su cráneo.
—La gente con traumatismos muere mientras duerme —susurró Kiyoomi, arropado bajo las sábanas.
—¡Omi!
Entró en la habitación de puntillas. No se veía nada, pero no sintió ningún ruido. Kageyama debía estar durmiendo. Tocando la pared, guiándose casi por el recuerdo, recorrió la distancia hasta la cama. Se descalzó como un ninja, se desnudó como una pantera, sigiloso, lento, se metió en las sábanas frías, pero había algo grande que...
—Apestas a cerveza.
El algo era un Kageyama furioso y despierto, en su cama.
—¿Puedes olerla?
En los dos últimos años había experimentado cierta mejoría en el asunto de los olores. El olfato no se vio tan afectado por el accidente como el gusto, y parecía que poco a poco volvía a la normalidad. Sin embargo, seguía mezclando prácticamente todos los sabores.
—Por desgracia.
—Ah —dijo, al borde del infarto—. ¿Lo siento?
—Voy a cortarle las pelotas a Atsumu, y después a ti, porque sois igual de idiotas— murmuró, girándose hacia él y tirando de su camiseta hacia abajo—. Vamos, métete ya en la puta cama. No he dormido una mierda. Mañana no te pienso colocar la bola. Voy a ponérsela a Hoshiumi todo el tiempo, y me da igual que tú seas titular.
—¿Me meto aquí? Casi no cabemos—. Kageyama se movió hacia el borde de la cama, haciéndole hueco—. Tobio, mañana te va a doler un montón la espalda.
—Calla, tonto —susurró—. Vas a caerte de la cama. Ven más cerca—. Hinata se resignó. Suspiró y le abrazó, cerrando los ojos. El olor de Kageyama se le posó en cada célula, como un bálsamo relajante, deshaciendo sus nudos—. Joder, estás empapado y el pelo... Tienes el pelo... ¿Te has tirado una cerveza por encima?
—Se me cayó —dijo, apretando la cara contra su clavícula.
—¿Cómo mierda se te puede caer por tu propia cabeza?
—Estaba jugando, ya sabes. Al juego ese. El de... Bueno, el de caminar con un botellín en la cabeza haciendo equilibrismos y-
—¿Y qué le pasa a tu cara? ¿Por qué estás helado? ¿Te has enfriado?—. Lo dijo palpándole las mejillas y sobre las cejas, ahí donde la bolsa del hielo había estado un buen rato. Sus manos encontraron el bulto en la frente y Hinata se mordió el labio para no quejarse—. ¿Qué mierda es esto?
Hinata se mordió el labio. "No más verdades a medias, no más secretos idiotas".
Dos años atrás, cuando fue a visitar a Yoko al centro de salud mental de Kyoto, Kageyama no se lo tomó bien. Se lo contó un par de días después, intentando no darle demasiada ceremonia al asunto. No es como si le hubiese sido infiel o algo así, pero Kageyama se enfadó. Fue una de las pocas peleas de verdad que habían tenido en su tiempo juntos, quizás la primera como pareja causada por ellos y no inducida o provocada por terceros o malentendidos.
"Me mentiste", dijo, como en las películas. Y de nada sirvió que Hinata le repitiese mil veces que no era una mentira, que sólo era un te lo contaré más tarde. Tampoco parecía conocer la diferencia entre mentira y mentirijilla, ni el concepto verdad a medias.
"Una verdad a medias es una mentira".
Se fue todo el día. Hinata lo pasó en el sofá del piso de Chiryu, todavía con las paredes sin pintar y la estantería de las copas vacías, comiendo pizza que encargó a domicilio, tras investigar cuál era realmente la dirección de ese domicilio en el que se encontraba. No tenía llaves, así que no podía salir si quería volver a entrar. Le contó su drama a Natsu en un audio interminable de doce minutos, y ella le contestó con un sticker de su propia cara gritando a los cielos y una frase: Oniichan, ¿por qué eres tan idiota?
Kageyama llegó a última hora de la tarde, serio, y Hinata le miró desde el sofá con su mejor cara de perrito abandonado. "Dime siempre la verdad, aunque me duela. Yo te prometo que haré lo mismo". Firmaron una promesa tácita entre besos hambrientos, arañazos y mordiscos, estrenando la bañera para algo más que ducharse, inundando todo, iniciando ese día el que sería el eterno drama de la gotera de la vecina de abajo.
—Tiempo muerto.
—¿Hah?
—Tiempo muerto. Lo he dicho. No puedes enfadarte terriblemente y estás obligado, ya sabes, a hablar. Es una norma. Acúerdate. La pusimos hace como mil años, pero sigue vigente.
Hinata apenas recordaba la última vez que había usado en serio el tiempo muerto. Seguro que todavía estaban estudiando. Sintió la mano de Kageyama acariciarle la mejilla, deslizar los dedos hasta el lóbulo de su oreja. A veces hacía eso cuando estaban en el sofá, por ejemplo, leyendo o viendo la televisión. Para Hinata era un gesto que significaba estoy aquí, contigo.
—No hace falta que pidas tiempo muerto, bobo. Ya no somos críos —susurró, sobre sus labios, abrazándole y acariciando su espalda—. Te escucho.
Hinata le devolvió un beso suave, dulce, un poco desviado hacia la izquierda.
—¿Pero me prometes que no te vas a enfadar?
—Ya me estoy enfadando.
—Jo, Tobio.
—Habla.
—Bueno. A ver. Es que he tenido una pelea en un bar.
—¿Una pelea? ¿Con quién? ¿Por qué coño-?
—Tobio.
—Sí, joder. Estoy escuchando pero puedo hacer preguntas ¿no?
—No, calla, jolin, que si no me pierdo. Bueno, no fue una pelea pelea, el tío loco ese me dijo una cosa chunga de ti y le contesté y me dio un cabezazo pero tú sabes que soy Tanjiro sin espada y acabó sangrando y yo pues un poco morado pero estoy genial.
—No entiendo —. Hinata resopló. Se levantó de la cama, encendió la luz y se giró hacia él—. ¿Pero qué mierda...? ¿De quién hablas? ¿Te han pegado?
Se abalanzó sobre él con las manos por delante. Le retiró el pelo naranja que intentaba camuflar el morado de un cuarto de palmo que se extendía desde la raíz del pelo, sobre la frente, hacia la ceja, deteniéndose a medio camino. Kageyama lo tocó con los dedos, despacio, como si quemase.
—No es nada.
—¿Ha sido Dani?
—No. No estaba allí. Fue Pippat, ¿sabes? El colocador del Detroit.
—Cabrón, cobarde, voy a arrancarle las pelotas con mis propias manos y luego voy a metérselas por la-
—Ey, oye, que no necesito que me defiendas ¿eh? Que fue él quien acabó sangrando, sabes. Que soy una pantera asesina. Estoy bien.
—Tienes un bollo en la puta cabeza.
—Bueno, es un chichón pequeñito, no es gran cosa. Me salió uno más grande aquella vez que nos peleamos en el gimnasio.
—Tú me atacaste a traición —murmuró, sonrojándose. Hinata sonrió recordando aquel suceso, algo así como una vida antes— ¿Y Atsumu? ¿Está bien?
—Pues claro, Bakayama. Ya sabes que es experto en artes marciales. Vamos, como tú—. Sonrió, recorriendo la distancia y besándole en la boca. Kageyama bufó, soplándole—. Hay otra cosa.
—¿En serio? ¿Es la noche de las confesiones?
—¿Te acuerdas de los mensajes que te enseñé? Los que me mandó Quién-tu-sabes —Kageyama apretó los dientes y asintió con la cabeza—. Siguió enviándome más.
—Estás de coña.
—No te lo conté porque no quería que te afectase en el final de la temporada y menos en este partido. Y bueno, como soy idiota pues ahora te lo cuento dos días antes, mierda, es que no quiero que pienses que te oculto cosas. Te afecta más a ti saberlo que a mí recibirlos.
—Déjame leerlos. Quiero saber qué te dice ese pedazo de mierda.
—Los borré. No me gusta tener esas cosas en mi teléfono.
Kageyama frunció el ceño.
—¿Los borraste? ¿Y no piensas llevarlos a la policía?
—Ya llevamos muchos y pasaron de nosotros, sabes. Sólo quiero hacer mi vida, ganar esa copa y ponerla en el salón. Nada más. Toda esa, ya sabes, energía asesina que tienes ahora, me encantaría que la canalizases en jugar como nunca y cumplir nuestra promesa.
Kageyama resopló, pasándose las manos por la cara, sentado con las piernas cruzadas sobre la cama. Un mechón oscuro se le había disparado en lo alto de la cabeza, pero estaba guapo. Siempre estás guapo, pensó Hinata, fijándose en sus clavículas, en el ancho de sus hombros, en cómo podía quedarle bien una camiseta de Coca Cola tan vieja que estaba a punto de pasar la fase ropa-de-dormir y entrar en nivel trapo-de-cocina.
—¿Te he dicho alguna vez que eres idiota?
—No. Nunca —rió Hinata, quitándose la camiseta y lanzándola contra el suelo—. La verdad es que sí apesto a cerveza. ¿Te duchas conmigo?
—No —dijo Kageyama, dándose la vuelta en la cama, mirando hacia el otro lado. Hinata se acerco por detrás y le abrazó, apoyando la barbilla en su hombro, mordiéndole la oreja.
—Vamos, Tobio. Acabo de volver de mi primera pelea callejera. Tengo la adrenalina disparada, mi cuerpo me pide sexo a lo bestia.
—El entrenador duerme en la habitación de al lado.
—Te prometo que seré silencioso —susurró en su oído, metiéndole la mano en los pantalones—. Como una pantera...
—Sí, ya. Como el día de la final. Que no —contestó, dándole un manotazo apartando su mano.
—Ese día eras tú el que hacías todos los ruidos del mundo —rió—. ¿Cómo era? Shoyo... Más profundo...
Kageyama murmuró un montón de insultos encadenados y Hinata volvió a reírse.
—Macarra, idiota. Déjame dormir.
—Jo, tengo un montón de ganas...
—Pelirrojo pandillero.
Hinata soltó una risotada, mordiéndole más fuerte la oreja.
—Soy un peligroso y salvaje chico de los callejones...
—Que me olvides.
—...Y tengo un bote de Nutella en la maleta.
Kageyama giró un poco la cara, con las orejas calientes. Saltó de la cama y le cogió en brazos, arrastrándole a la ducha mientras Hinata pataleaba en el aire, luchando por bajar.
—Pelirrojo satánico —dijo, Kageyama, besándole con furia mientras le sentaba con el culo sobre el lavabo, tirando al suelo el peine, la gomina, los cepillos de dientes.
—Bonito tatuaje —dijo Ushijima, señalando la pierna de Kageyama, a la altura del gemelo, bajo la protección de la rodillera. Éste tardó un poco en darse cuenta.
—Ah, es viejo. Sólo le puse color —dijo, pasando los dedos por las alas, ahora en tonos naranjas y rojos, ardiendo. Ushijima asintió, cerrando la taquilla y abandonando los vestuarios. Atsumu estaba sentado en el banco, con una toalla sobre la cabeza, como hacía a veces para concentrarse.
En la reunión táctica de la tarde anterior acordaron que comenzarían con Kageyama anotando un único punto y cambiarían con Atsumu; después Kageyama volvería a partir de la mitad del primer set. No tenía nada que ver con su antigua lesión en la pierna, de la que ya estaba recuperado. Podía jugar un partido completo. Los técnicos consideraron que empezar con Atsumu podría darles ventaja, porque su estilo de juego era distinto y los americanos no se lo esperarían.
Kageyama se sentó a su lado, moviendo la toalla para que cubriese las cabezas de los dos.
—Machácale —susurró, extendiendo la mano, abierta. Atsumu le miró a los ojos. Tenía ese brillo que sólo le daba el vóley, y sonrió, sacando un poco la lengua. Chocó la mano de Kageyama y luego apretó los dedos con los suyos.
—No perderé. Tampoco contra ti, Tobio-kun—. Kageyama sonrió, enseñándole los dientes. Atsumu se deshizo de la toalla y se puso de pie, estirándose—. Omi, calienta bien, porque te voy a hacer sudar.
Sakusa se quitó la mascarilla y la tiró a la papelera. Se higienizó las manos con gel hidroalcohólico y remetió la camiseta de la selección por dentro del pantalón corto.
—¡Yo también quiero que me hagas sudar! —gritó Bokuto, dando saltos. Atsumu soltó una risa.
—Todos vais a sudar. Quiero veros bailar para mí.
Intentó dar una palmada en el culo a Sakusa, que le agarró la mano con fuerza.
—No jodas, Miya.
—Sólo en la intimidad, Omi-Omi.
Kageyama giró la vista, buscando el cabello naranja. Al fondo, sentado en un extremo del único banco, estaba Hinata. Ya vestido con la equipación nacional, el número diez en su pecho y su espalda, blanco sobre granate. Tenía los auriculares en las orejas y los ojos cerrados, y movía la pierna derecha, suave, al son de la música que estaba escuchando, sosteniendo el reproductor en las manos.
Concéntrate, Shoyo. Encuentra la zona y quédate en ella.
Hoy no voy a hacer que vueles.
Vas a volar con tus propias alas y yo voy a estar en primera fila para no perderme nada.
Hinata abrió los ojos. Su mirada atravesó los huecos abiertos, a todos los chicos que estaban en medio, y llegó hasta él. Fue un segundo. Kageyama asintió, y Hinata volvió a cerrar los ojos.
—Vamos saliendo —dijo, dirigiéndose a la puerta de los vestuarios. Al pasar junto a Hinata le rozó el brazo con los dedos, despacio, suave. Un gesto que significaba estás aquí, y yo también.
Vamos a ganar este partido.
Todos salieron a la pista y Hinata se quedó en el vestuario, terminando su ritual de concentración, el mismo que llevaba poniendo en práctica los dos últimos años. Siempre los mismos pasos, el mismo tiempo, la misma canción.
El Sports Center ardía hasta los cimientos. Había tanta gente que era imposible encontrar un hueco vacío en las gradas, y las sillas de plástico rojas, blancas y azules habían quedado totalmente sepultadas. La mayoría llevaban camisetas de la selección americana y banderas de Estados Unidos, pero también había gente apoyando a Japón. Kageyama dirigió la vista hacia el otro lado de la red, el banquillo de los yankies. Estaban lejos como para ver bien.
No te desconcentres.
Olvídate de ese tío.
—Kageyama —dijo el entrenador, acercándose a él. Le miró con el gesto tenso—. Un punto y hacemos cambio. Que sepan qué tienen enfrente.
—Sí, señor —dijo, emocionado. De pronto era consciente, completamente consciente de dónde estaba. Miró el marcador. Dentro de dos horas y pico, tal vez tres, uno de los dos sería campeón del mundo. No había margen para el error. Era aterrador. Espeluznante. Jodidamente maravilloso. Llevaba desde niño preparándose para ese momento.
—Ey, Tobio —dijo Atsumu, acercándose y poniendo una mano sobre su espalda. Le miró con una sonrisa pretenciosa—. ¿Nos jugamos algo a que marco más que tú?
—Tú vas a jugar menos tiempo.
—Me refiero a tus primeros minutos. ¿Qué te juegas?
—No lo sé —dijo, parpadeando—. ¿Tu Molly?
—¡Y un cojón de avestruz! ¿Cómo voy a jugarme a mi bebé? ¡Sería como si me jugase a Omi-Omi!
—Te estoy oyendo —dijo Sakusa, sentado en el suelo, estirando las muñecas mientras Bokuto a su lado saltaba y decía woa wuoh pese a haber presenciado esa escena como un millón de veces.
—Shimota— graznó Atsumu, tirándose de los pelos—. La gente normal se juega dinero. ¡Dinero! ¡No a sus seres queridos!
—Estás hablando de tu furgoneta —dijo Tsukishima—. Tarado.
—¡No te metas, Tsuk-Tsuk!
—¿Un millón de yenes? —preguntó Kageyama, estirado los brazos hacia abajo. En verdad nunca había apostado dinero y no sabía si era una cifra razonable. Tsukishima chistó, riéndose con cara de asco.
—Otro tarado.
—¡¿Qué te crees, que soy Kim Kardashian?! ¡El puto helicóptero me apuesto, no te jode!
—Apostaos una cena, como la gente normal —dijo Kiyoomi, poniéndose de pie y estirando el cuello.
Santa mierda, puede girarlo tanto como la niña del exorcista.
—¡Eso, una cena! —exclamó Atsumu. Del otro lado de la red habían empezado ya a lanzar pelotas durante el calentamiento—. ¡La semana que viene! ¡A un sitio donde se puedan llevar perros, que Samu me ha dicho que está harto de cuidar de Naruto!
—No puedo —dijo Kageyama, haciendo crujir los dedos de la mano ante el gesto de grima de Atsumu—. Me voy de viaje.
—¿Qué? ¿A dónde? —exclamó Atsumu, con indignación— ¿Por qué no he sido informado?
—No vuelvo a Japón, me voy a México. A Puerto Vallarta, creo que se dice así. Con Hinata. Pasado mañana por la noche sale el vuelo, desde aquí. Es una sorpresa por su cumpleaños —dijo, sonriendo, sintiendo la punta de las orejas un poco caliente. Nishinoya empezó a aullar y dar volteretas por la pista.
—¡Waaa! ¡Regalazo!
Esa mañana, en el desayuno, habían sorprendido a Hinata con una tarta de fresas con nata absolutamente desaconsejada por el nutricionista del equipo, pero que todos comieron con ansia y devoción. Hinata sopló las dos velas, el número veintidós, emocionado, apretando los ojos.
Kageyama sabía que estaba pidiendo un deseo. Sentado a su lado, le habló bajito, mientras le veía chuparte un dedo lleno de nata. "Espero que no hayas pedido ganar, porque habrías malgastado un deseo". Hinata había canturreado un poco, sin mirarle, alegre y con un poco de nata en los labios y en la nariz. "¿Ese es mi regalo, Kageyama-kun?", preguntó, travieso. Últimamente había cogido afición a usar su apellido para ponerse mimoso y también para provocarle en la cama con las guarradas más atrevidas. "Espero que te lo hayas currado un poco más, sabes, porque la copa del mundo ni es mi regalo, ni es mi deseo de cumple. La vamos a ganar por derecho".
Kageyama guardó su porción para después; la comería en el dormitorio, si tenía suerte, con la lengua, directamente de los abdominales de Hinata.
Atsumu inició una queja sobre la incapacidad de Kageyama de comprender las apuestas. En los altavoces del Sports Center comenzaron a poner la música animada que precedía a los encuentros, y un grupo de unas doce cheerleaders saltó a la pista con pompones y banderas americanas.
Kageyama cogió una pelota del cesto y se acercó a la red, mientras Atsumu le enumeraba los platos que se pediría en la cena que cobraría cuando volviese de su luna de miel encubierta. Empezaron a calentar con lanzamientos, colocándola ambos para sus compañeros, que iban saltando de uno en uno.
Hinata todavía no había vuelto de los vestuarios. ¿No se está entreteniendo demasiado, el muy idiota?
El reloj marcaba las cuatro menos diez. El partido comenzaría en unos instantes.
Ushijima, ya preparado como capitán para el sorteo, se acercó con el árbitro, ambos serios.
—¿Dónde está Daniel Buckley?
Hinata abrió los ojos. La música ya no sonaba en los auriculares, pero estaba donde la necesitaba. En su cabeza, en sus nervios, en cada hueso de su cuerpo, activándole sin nervios, encendiéndole. Había adquirido ese hábito -Kageyama lo llamaba ritual- cuando lo llamaron para la selección. Era su manera de encontrarse a sí mismo antes de saltar a la pista, de buscar la abstracción de todo lo que le rodeaba. Más importante que nunca en ese partido.
Cogió aire. Lo soltó y se puso de pie. Iba a guardar el teléfono móvil en la taquilla cuando sonó. Un número desconocido, pero con prefijo de Japón. Era su cumpleaños, así que seguramente sería alguien desubicado con la diferencia horaria o que no recordaba que se jugaba la final. Estuvo a punto de ignorarlo, pero todavía tenía diez minutos.
—¿Hola? —contestó, poniendo el teléfono en modo manos libres, sobre la taquilla, mientras guardaba todo rápidamente en la bolsa de deporte. Tardó en oírse respuesta al otro lado.
—¿Shoyo-kun?
—¿Yoko?
—Perdona, sé que tienes hoy la final, no sé muy bien a qué hora es, ¿te pillo en mal momento?
—Eh, no. Bueno, voy a jugar ahora, pero tengo un par de minutos.
—¿Seguro? Puedo llamarte después. Así a lo mejor puedo felicitarte dos veces.
Hinata abrió los ojos, sorprendido.
—¿Llamas para felicitarme? ¿Ha pasado algo?—. Aprovechó para guardar también las zapatillas que reposaban en el suelo y dar un par de saltos, calentando las piernas. Yoko carraspeó al otro lado. La última vez que había hablado con ella fue dos años antes, en el centro de salud mental de Kyoto. Desde entonces todo lo que supo sobre su situación le llegó a través de la televisión. Así supo que, una semana después de su charla, dejó el centro. Que se mudó al norte, a Hokkaido, y dejó la moda. También había visto algo en una revista referente a su relación con un escritor de Wakkanai, un chico de unos treinta años que había ganado un par de premios internacionales con su novela Zombbaido, sobre un apocalipsis zombi en el norte de Japón—. Dime, ¿estás bien?
—No ha pasado nada, la verdad es que estoy muy bien. Bueno, aquí es de noche y estaba un poco desvelada y por casualidad vi que eras tendencia en twitter, por tu cumpleaños y todo eso. Felicidades.
—Ah —dijo, levantando las cejas; se rascó la cabeza y rió, mirando el interior de su taquilla, todo desorganizado y las zapatillas encima de la ropa. Si Tobio viese su camiseta favorita pisoteada, le daría un infarto—. Vaya. Gracias. Perdona... Es un poco, no sé, inesperado.
—Ya, yo... No sabía si llamarte, pero hace un par de días soñé contigo. Con aquello que me dijiste. Qué tonta, seguro que ya no... ¿Te acuerdas de lo de... la puerta?
—Claro —contestó, sonriendo. Metió la mano en la bolsa de deportes y sacó la foto que llevaba siempre en el costado. Era una portada de revista, doblada, donde en grande, pixelados, salían él y Kageyama besándose en un fotomatón americano. Sabía que Kageyama odiaba esa imagen, pero a él le encantaba y ya que no podía colgarla en el salón y mucho menos en la nevera, la llevaba siempre encima, con sus cosas del vóley—. ¿Qué pasó al final? ¿Encontraste tu puerta?
—No tuve que buscar mucho —contestó. Hinata miró la hora en la pantalla del teléfono. Tenía que darse prisa—. Mi puerta era una persona. Dani... Cuando la cerré todo empezó a mejorar. Te quería dar las gracias. Aquel día me hiciste pensar. Tengo una deuda contigo.
—No fue nada, Yoko. Supongo que yo también lo necesitaba —dijo, sonriendo—. Me alegra que estés bien. Si quieres podemos hablar mañana, o tomar un café cuando vuelva a Japón. Ahora tengo que salir a la pista. ¿Es verdad que ahora vives en Hokkaido?
Oyó la puerta a del vestuario cerrarse de un portazo y se giró, con el corazón en la boca por el susto. El móvil se le resbaló de la mano y cayó sobre la ropa de la taquilla. Allí estaba, vestido de blanco, azul y rojo.
Daniel Buckley.
Kásper.
Había crecido desde la última vez que le vio en persona, cuatro años y medio antes. Ahora debía medir algo menos que Kageyama, tal vez un par de centímetros de diferencia. Su complexión, sin embargo, era mucho más fuerte. Tenía la misma musculatura que Bokuto, todo fibra, bíceps más pronunciados de lo necesario para el vóley, delgado, sin un sólo gramo de grasa sobrante. Llevaba el pelo largo, recogido en una coleta, y se había dejado un poco de barba.
Estaba apoyado en la puerta, repasando a Hinata de arriba a bajo. Más que mirándole, midiéndole.
Giró el pestillo de la puerta, cerrándola por dentro y avanzó hacia él, dedicándole una sonrisa.
—Welcome to the States, you runt.
Kageyama hizo girar la pelota sobre la palma de su mano. Tranquilo. El público gritaba, pitaba, abucheos y el sonido discordante de un tambor intentando descentrarle. Calma. Usó los dedos para detener la rotación. Apuntó con la mirada al lugar exacto al que llevaría la bola. Donde debería estar Kásper. Lanzó al aire. Quién coño es ese tío moreno, dónde está el capitán de vuestro equipo. Saltó para golpear.
¿Dónde mierda está Hinata?
El saque fue fuera, a medio metro de la línea. Kageyama apretó los labios. Relájate, idiota, mantén la calma. Hinata se había quedado ahí sentado escuchando música, ¿qué probabilidad había de que hubiese pasado algo terrible en los cien metros que separaban los vestuarios de la pista?
Respira, no ha pasado nada. Le habrá dado una diarrea. A veces le pasan esas cosas.
Solo que él sabía perfectamente que eso podía sucederle al Hinata de dieciséis años, no al de veintidós.
La ausencia de Dani no hacía otra cosa que disparar sus nervios.
Dónde estás, capullo, como le pongas un dedo encima te juro que
—Kageyama.
Frente a él, en el centro, estaba Sakusa, serio, mirándole. Los ojos, oscuros, serenos. Asintió con la cabeza. Contrólate, contrólate. Del otro lado de la red, Pippat hizo un saque a lo bruto, una fuerza temible, imposible de recibir. Nishinoya se situó correctamente, pero el balón giró en el último momento y le rebotó en los brazos, saliendo fuera. Primer punto para Estados Unidos.
Las gradas rugían.
Mierda.
Otro saque de Pippat. Malnacido, cabrón. Estaba demasiado lejos para verle bien la cara, pero seguro que tenía la marca del golpe que le dio a Hinata. De vez en cuando llovía objetos desde el público. Un tetrabrick aplastado, un cacho de hamburguesa a medio morder. Kageyama era consciente de la rivalidad que existía. Estaban en New York, el feudo de Kásper. La casa de la Ocean. El proceso que iniciaron contra él había provocado su suspensión durante dos meses, y el asunto levantó ampollas.
Sólo un mes antes, en mayo, con el fin de la temporada regular de la V-league llegaron las ofertas. La victoria de la temporada fue para las Panasonic Panthers. Hinata se la cobró en la habitación del hotel, todavía con confeti en la cabeza y sabor al champagne del podium en la lengua, tirando de él hacia el suelo, enredando los dedos en su pelo y arrodíllate, Kageyama-kun. Esta noche te quiero a mis pies.
Kageyama, por su parte, obtuvo el premio como mejor colocador de Japón. Los JTEKT Stings no salieron mal parados; quedaron segundos en la clasificación, aunque todavía sentía arcadas recordando la cara de soberbia de Oikawa-san, posando junto a Hinata en el photocall de los ganadores tras la final.
Kageyama recibió ofertas de equipos de otros países; rusos, brasileños, americanos. También de varios japoneses, incluidas las panteras de Aichi. Oikawa no renovaba con ellas, continuaría su carrera en el extranjero, de modo que los campeones de liga buscaban un nuevo colocador. Sabía que Atsumu había recibido la misma oferta. Hinata también tenía donde escoger. Además de un importante número de posibilidades fuera de Japón, las Panasonic Panthers le ofrecían una mejora de las condiciones salariales y una renovación por dos años. "No necesitaba más dinero para quedarme" había dicho Hinata al enterarse de la suculenta oferta, mientras devoraba un trozo de sandía, tirado en el sofá.
"Me gusta ser una pantera".
Entre las ofertas que recibió Kageyama había una que destacaba sobre las demás. El entrenador de los Stings le llevó aparte del equipo para comunicársela. "La Ocean. Deberías valorarlo por ti mismo, porque en todos mis años de entrenador no he visto algo como esto. No exigen que dejes el equipo, les vale una cesión. Ofrecen más dinero del que cobráis ahora mismo toda la plantilla al conjunto".
La bola de Pippat cruzó la red, directa hacia él. Intentó recibirla, pero estaba mal posicionado y se fue fuera. De nuevo el aullido del público. El corazón de Kageyama latía deprisa, un galope incontrolable.
—¡La siguiente es nuestra! —gritó Nishinoya, dándole una palmada en el brazo. Kageyama asintió.
No puedes permitirte esto. No puedes dejar que ganen.
Miró hacia el banquillo. No había rastro de cabello naranja. Apretó los párpados, intentando centrarse. En la segunda mirada buscó a Atsumu. Seguro que él también se había dado cuenta y había ido a buscarle. Seguro, Atsumu no...
Atsumu estaba corriendo por el lateral de la pista, calentando. Había olvidado que saldría después del jodido primer punto que marcasen.
Tranquilízate. Haz un punto y ve a buscar a Hinata.
Pippat se preparó. Pese a la distancia, podía ver su sonrisa de mierda. Recordó su gesto cuando le encaró en los baños de aquel antro, cuatro años y pico atrás. Si fuese ahora, capullo, te arrancaría la cabeza.
Lanzó el balón al aire y golpeó con todas sus fuerzas.
—Qué quieres.
—Yo también tengo prisa, sabes —dijo Kásper, usando el japonés—. Pero no te quitaré mucho tiempo.
—El partido ha empezado, los dos somos titulares —dijo Hinata, sin moverse del sitio, observando cómo avanzaba hacia él—. Lo que me tengas que decir, dímelo en la pista.
—Pues va a ser que no, dude. Siéntate —ordenó, señalando el banco junto a las taquillas, el mismo donde un poco antes Hinata había estado escuchando música, concentrándose. Tengo que librarme de él, tengo que salir a la pista.
—No.
—¿No? —repitió Kásper, abriendo más los ojos. Caminó hasta Hinata, le agarró de la camiseta y, pese a sus intentos por mantenerse en el sitio, le arrastró con fuerza hasta el banco y le sentó, sujetándole por el hombro. Hinata le miró con rabia.
—¿Qué mierda quieres?
Kásper le observó unos segundos, podría decirse que de arriba abajo, sin cortarse un pelo.
—No es una petición —Hinata ya había oído antes esas palabras, años atrás—. Yo no pido, ¿entiendes? Quiero a Tobio en la Ocean. No voy a admitir un no por respuesta.
—Suerte con eso.
Kásper avanzó hacia él.
—¿Suerte? Tú le vas a convencer. Tengo los vídeos, así que ya sabes. Ponte las pilas si no prefieres que todo el jodido planeta vea cómo te follan. ¿Cómo es eso? Tobio, más lento, oh, por favor, más suave, uh —dijo, imitándole con voz de chica.
Hinata intentó que la mueca de su rostro pareciese una sonrisa.
—Vaya, te sabes los diálogos de memoria —Kásper avanzó hacia él, con ojos furiosos, pero Hinata se mantuvo firme—. No vas a usarlos.
Habló despacio, midiendo las palabras. Todo su cuerpo le gritaba que se lanzase sobre él, aunque no era una pelea que pudiese ganar. Mi partido está fuera, mi juego está en la pista.
—¿Que no voy a usarlos? ¿De verdad te crees eso? —rió, lamiéndose el labio inferior—. Pregúntale a la zorra de Yoko si puedo usarlos o no. Ahora sois amigos, ¿no? Que te cuente sus secretitos.
—Usaste los vídeos de Yoko porque ella no te importa, te da igual lo que haga, sólo quieres utilizarla. Pero sabes que si usas los de Kageyama-kun, puedes ir olvidándote de que acepte jugar en la Ocean. Esa es tu ventaja. Juegas con el miedo. Pero es una ventaja bastante cutre, porque si la utilizas una sola vez, pierdes.
Kásper se acercó más, acorralándole.
—Te veo un poco subidito —replicó. Dio un paso más hasta quedar frente a él, muy cerca. Entonces le cogió de la camiseta y le obligó a girarse, aplastándole contra las taquillas, apoyando el pecho en su espalda. La cara de Hinata rozaba con el metal helado de la puerta. Dani enredó los dedos en su pelo, acariciándolo—. Puedes lloriquear, cagarte en los pantalones y ser todo lo patético que quieras. Tob no está aquí.
Hinata le devolvió la sonrisa, mirándole por encima del hombro.
—¿Qué pasa? ¿Quieres probar?—. Kásper gruñó, haciendo más fuerza contra él—. Creo que esto lo he visto en alguna porno gay de bajo presupuesto.
—Cállate la puta boca, you fucking asshole.
—¿Has venido a verme llorar? ¿Por eso me encierras con pestillo, para ver si me asusto? —preguntó, entrecerrando los ojos, intentando controlar la rabia que empezaba a desbordarse por todas partes. Se acordó de lo que Kageyama le contó, mucho tiempo atrás. De la forma en que Kásper manipuló a Natsu, cómo le hizo creer que estaba hablando con Kageyama—. Sería mejor que te enseñase algunas cosas. Podrían venirte bien.
—¿Qué mierda podría enseñarme un marica como tú?
—Seguro que alguna cosa habrá, ¿no? Debo parecerte interesante si te has pasado cuatro años haciéndote pajas con mis vídeos.
Kásper le agarró más fuerte de la camiseta, aplastándole con todo su peso contra las taquillas. Hinata jadeó, sin aire. No recordaba haberle tenido tan cerca nunca antes. Olía a desodorante masculino, a sudor y a esos champús anticaspa con fragancia de eucalipto. Kásper era un bosque, uno de árboles carcomidos, podridos hasta lo más profundo de sus raíces. Hinata quería ser la chispa que lo hiciese arder, el incendio forestal que lo redujese a cenizas.
—Esos vídeos me dan asco —susurró Kásper en su oído, ahora en ingleś, hablando entre dientes, tan cerca que notaba el movimiento de su aliento—. Tú me das asco. Si los grabé fue para no olvidarme de tu puta cara de mierda, para reconocerte bien cuando volviese a verte. No te mereces jugar en la misma pista que Tob. Estás en la selección por él —dijo, bajando la mano hasta su pantalón y dándole un apretón en los huevos, fuerte, retorciéndole. Hinata se mordió el labio, aguantando el dolor—. Eres la putita de Kageyama.
—¿Sabes qué es lo gracioso, Dani? —dijo, con la mejilla contra la taquilla, la voz cortada por la presión, pronunciando lento su nombre propio—. Tú... matarías por eso.
Kásper le soltó, le giró para tenerlo de frente y cambió su agarre por una mano dura en su mandíbula, sujetando su cara. Atravesó la distancia entre los dos y le atacó, no podría llamarse besar. Le empujó con fuerza contra las taquillas, la cabeza chocó contra el metal y sintió su mordisco en el labio inferior, como un animal. Hinata ahogó un grito, con el sabor de la sangre en la boca.
Dani se alejó, tan rápido como se había acercado. Tenía sangre de Hinata en los labios y alguna gota en la camiseta.
—Es una lástima que no se pueda jugar con heridas abiertas —susurró. Hinata intentó cortar la hemorragia con la mano, pero había mucha sangre. Los labios siempre sangran un montón, lo sabía, lo recordaba, una vez se dio un golpe tonto entrenando y estuvo un cuarto de hora intentando que dejase de sangrar. Dani le había mordido fuerte, tenía el labio abierto. Sin darse cuenta de lo que hacía se levantó la camiseta y la usó para apoyar la tela sobre el labio, manchándola de sangre. Kásper estaba lavándose las manos en el lavabo, mirándole a través del espejo. A Hinata le temblaban las suyas, la respiración acelerada, sabía que le necesitaban en la pista. Cómo paro esto, qué puedo hacer, cómo puedo pararlo—. Piensa bien lo que te he dicho. Yo siempre gano, marica de mierda.
Cinco puntos. Estados Unidos llevaba cinco puntos consecutivos de saque. Joder, nos están machacando.
¿Así nos va a ver el mundo? ¿Perder, como si no nos hubiese costado tanto llegar hasta este escenario?
Miró al entrenador, pero sus ojos le dijeron todo. Conecta. Tienes que conectar.
Nishinoya levantó el sexto saque.
—¡Mierda, va corto, lo siento!
Las gradas abuchearon, aunque también se oían aplausos. Hay gente que nos apoya. Quizás no estén todos aquí, pero sí están en sus casas. En Miyagi. En Tokio. En Kobe. Seguro que Osamu le está enseñando el partido a Sasuke. Naruto estará ahí, meándose en las plantas. Seguro que Ukai-san nos está viendo con unas cervezas. Mamá estará preocupada. Natsu llevará la camiseta con el número 19 que le regalamos.
Yuji estará gritando que si soy gilipollas o qué me pasa.
Kageyama corrió hacia delante. Se colocó debajo de la bola, casi en cuclillas, con los músculos de los muslos tirándole. Los dedos bien posicionados. Sabía a quién se la enviaría.
—¡Ushijima-san!
La bola atravesó la pista, rápida, aunque no todo lo que podría. No necesitaba tanta velocidad con él, El arma de Ushijima era su potencia. Pasó a tres bloqueadores y marcaron el primer punto del partido. Kageyama apretó el puño, casi de forma inconsciente, pero no podía celebrarlo. Miró hacia el banquillo, al entrenador, buscando la señal de cambio. Negó con la cabeza. Atsumu estaba a su lado. Le mostró un tres con la mano.
Tres puntos.
Antes de girarse, Kageyama le dijo una palabra, moviendo los labios. Esperaba que la entendiese. Shoyo. Salió Nishinoya y entró Hoshiumi, en el lugar que habría ocupado Hinata en la alineación inicial.
Dios, el entrenador querrá matarle, tiene que haberle pasado algo, es imposible que llegue tarde, nunca llega tarde a la pista, quizás se ha mareado... O quizás... A lo mejor...
Era el turno de saque de Bokuto, y mandó un tiro que fue un perfecto fogonazo, pero ahí estaba Michael, el líbero, para recibirlo como si fuese la cosa más sencilla del mundo. La levantó, Pippar la colocó. Sucio capullo, un cortacésped se queda pequeño para ti. Le puso la bola al chico que estaba sustituyendo a Kásper, y cuando remató, Tsukishima y Kiyoomi le bloquearon. Miró hacia el banquillo. Atsumu seguía allí, parecía discutir con el entrenador.
No puede irse. Le toca entrar. Aguanta un poco.
Bokuto lanzó la bola al aire para el siguiente saque cuando lo vio. Kásper. Daniel Buckley, llegando a la pista por la derecha. Estaba en el banquillo, calentando. Bokuto golpeó y mandó la pelota fuera. Las gradas rugieron de alegría. Kageyama apretó los dientes. Seis a dos. Los americanos marcaron otro punto. Cuando le tocaba servir a Sakusa, Dani entró a la pista.
El público se volvió loco. No es una jodida estrella del rock. Llovieron flores, claveles, rosas, incluso tres o cuatro bragas y un sujetador. Dani levantaba las manos y saludaba a las masas como si fuese el Papa de Roma. Una motosierra, como en la matanza de Texas, pensó Kageyama, seguro de que el cortacésped se quedaba corto. Se secó el sudor de las manos en los costados del pantalón.
Sakusa golpeó el balón, Michael lo recibió y Pippat la colocó, directa a Kásper, un ataque trasero. Kageyama hacía tiempo que no veía a alguien correr tan deprisa, saltar tan alto. Si no fuese porque quería asesinarle, habría tenido que abrir la boca impresionado. Golpeó la bola con una fuerza y una precisión monstruosas, burlando el bloqueo de Hoshiumi, Tsukishima y Ushijima, estampándola contra el suelo. Miró a Kageyama y le señaló, moviendo los labios. Dedicándoselo.
Te voy a arrancar la puta cabeza, a ver si te queda ganas de risas.
Era el turno de servicio de Kásper. Un saque perfecto, neutralizado por Sakusa, muy sólido en la defensa. Sin embargo, se notaban los agujeros de la ausencia de Hinata. Si la pista sin él era un queso grouyere, la cabeza de Kageyama parecía uno de esos edificios que sobrevivían a la guerra, todo metralla y restos de proyectiles. Vamos, céntrate. Punto a punto.
Uno más.
Colocó para Ushijima, otra vez. Joder, estoy siendo previsible como la mierda. Sabía que le leerían, pero no le importaba. La bola rozó los dedos de los bloqueadores, y logró anotar. Kageyama sabía que ese era un valor seguro, y no estaba contento. Siete a tres.
El entrenador pediría el cambio en cualquier momento. Tal vez después del ataque de los americanos. Servía Sully, un rematador californiano, casi albino, de dos metros. Pero Kageyama no podía pensar en eso. Sólo podía analizar a la persona que tenía delante, al otro lado de la red, cara a cara. La persona que le miraba a los ojos, el gesto tranquilo, las manos en la nuca. Una sonrisa pretenciosa que quería borrar a puñetazos.
Cálmate, idiota.
Recuerda las palabras de Shoyo.
Le derrotaremos en la pista. Le derrotaremos en la pista.
—Hola, Tob —saludó, ladeando la cabeza, en un murmurllo—. Pareces desanimado. Un equipo tan malo te mina la moral. Si jugases conmigo haría que disfrutases como nunca.
—Que te follen —dijo, en un susurro, esperando que el árbitro no lo oyese. Hubo suerte. Dani soltó una carcajada, mirando hacia atrás. Sully lanzó la bola al aire y la golpeó. Punto para USA. Cambió de jugadores, salía Kageyama y entraba Atsumu. Antes de abandonar la cancha se fijó en las manchas pequeñas, casi desapercibidas, de la camiseta de Kásper.
Sangre.
Llegó al banquillo fuera de sí, con el corazón en la boca. Ni siquiera podía pensar en el marcador, no podía pensar en nada. Tenía la boca seca, y no recordaba haber estado tan asustado desde que se despertó en la cuneta, hacía casi tres vidas, con el cuerpo helado y un montón de constelaciones sobre los ojos. No era capaz de explicar lo que le pasaba. No encontraba las palabras. Le sudaban las manos y nunca me sudan, odio que me suden, ¿por qué me están sudando?
Iwaizumi le puso una mano en el hombro y se sentó a su lado en el banquillo. Le tendió una botella de agua y le palmeó la espalda, serio.
—Todos tenemos malos días. Cálmate antes de volver —dijo, sin mirarle, con los ojos en la pista. Kageyama asintió, abrumado, con las pulsaciones disparadas. Cogió la botella e intentó beber para recobrar la serenidad. En el juego, Nishinoya recibía y Atsumu colocaba una bola rápida, compacta, para Kiyoomi. Pura perfección, desde el pase hasta que la bola chocó contra el suelo. Atsumu sabía cómo hacer las cosas.
Ellos están dándolo todo.
Estaba logrando un poco de control sobre su cuerpo cuando el primer entrenador se acercó a él.
—Kageyama —dijo.
—Siento lo de antes, señor. No volverá a pasar.
—No es eso. ¿Dónde se ha metido Shoyo, le has visto? ¿Se encuentra indispuesto?
—Creo que sí —dijo, rápido, por decir cualquier cosa—. Puede que se haya mareado. Voy a mirar a los vestuarios.
—No, espera. Es mejor que vaya algún técnico. Tú sales pronto, prefiero que-
—Entrenador, por favor. Será un momento. Vuelvo ahora mismo.
Hizo una reverencia rápida y, antes de obtener una negativa, salió disparado por el pasillo que conectaba la pista con los vestuarios. Tuvo que ir apartando a personas que le abordaban, alguna gente de prensa, un par de fans que estaban donde no debían estar. Había también hombres de seguridad, pero estaba claro que no cumplían su función, porque Hinata había sufrido algún tipo de incidente, eso era seguro, jamás se perdería ningún partido por decisión propia y menos una final.
Irrumpió en el vestuario de Japón, pero estaba vacío. Corrió a las taquillas del fondo. La de Hinata estaba abierta de par en par, la ropa revuelta y todo hecho un desastre. Con su teléfono móvil ahí, a la vista, encima de sus cosas. Hinata era muy desastroso pero no habría dejado todo de esa manera, su smartphone con funda de tetrabrick de leche de vaca que él mismo le regaló. Ni de coña. Miró al suelo.
¿Qué mierda...?
Había sangre allí. No mucha, nadie había sido asesinado brutalmente, pero sí la bastante como para un corte importante o un golpe en la cabeza. Quizás le habían acuchillado con una navaja. A lo mejor estaba por ahí muerto, destripado en un váter. Abrió todas las puertas del vestuario y cuando comprobó que no estaba en ninguna, no supo si aliviarse o ponerse más nervioso. Cogió el móvil, tendría que llamar a la policía. Conocía el patrón de desbloqueo de Hinata, y en cuanto lo activó vio la última llamada.
Yoko.
Hacía veinte minutos. Nervioso, marcó la llamada de vuelta. Esperó cuatro tonos y nadie contestó. Volvió a llamar. Esta vez no colgó hasta que oyó la voz al otro lado.
—¿Shoyo? Dios, Shoyo-kun, ¿estás bien? —preguntaba atropelladamente—. ¿Qué te ha hecho? He llamado a la policía, pero creían que era una broma, ¡una broma! Vieron la llamada desde Japón y no me creyeron y no-
—Soy Kageyama —dijo, cortándola, seco. Ella pareció dejar de respirar—. ¿Dónde está Hinata?
—No... No lo sé. Estaba hablando con él, le llamé para felicitarle por su cumpleaños, pero entonces entró Dani y discutieron de los vídeos. Creo que le agredió.
—Joder. Joder. Tengo que colgar.
—Tobio, espera—dijo ella, despacio.
—Qué. Estoy en medio de un puto partido.
—He grabado toda la llamada.
—¿En serio, qué coño os pasa a ti y al puto Dani? ¿Vais a grabar hasta cuando cagamos? Estoy hasta las narices ya de toda esta mierda, ¿cuándo os vais a olvidar de nosotros? —contestó, furioso, a punto de lanzar el teléfono contra la pared. Esa sangre era de Hinata. Ese cabrón de mierda le había hecho cualquier cosa y la cabrona de Yoko otra voz con grabaciones e historias.
—Te la estoy mandando por Line —dijo Yoko, seria, con la voz alterada—. Puedes usarla para denunciar. Dani habla de los vídeos que os grabó, lo reconoce. Shoyo no se merece esto, se merece estar en la pista hasta el final. Ya la tienes. En tu móvil. La grabación de voz. Si quiere que diga que lo escuché todo, lo haré. Por él. Trátale bien.
Yoko colgó.
Kageyama se quedó con el teléfono en la mano, sorprendido, sin entender una mierda. Recorrió todos los pasillos, los vestuarios, escuchando por megafonía Ocho a cuatro. Once a seis. Doce a seis. Catorce a siete. La bola contra el suelo, el griterío del público.
—Kageyama —se giró. Era Kiyoomi. Le cogió del brazo, serio—. Vas a salir, tienes que volver.
—Hinata —dijo, mirándole a los ojos. Kiyoomi tiró de él suavemente hacia la puerta que llevaba a la pista.
—Está en el banquillo.
—¿Cómo dices?
—Ya lo has oído. Date prisa.
Corrieron de vuelta a la pista. Hinata estaba allí abajo, pero no exactamente en el banquillo. Se encontraba un poco más atrás, sentado en una silla de plástico, con una toalla blanca en la cabeza y tres personas del staff rodeándolo, dos de ellas con los monos amarillo fluorescente del personal sanitario.
Kageyama intentó ir hacia allí, pero Kiyoomi le bloqueó el paso.
—Está con el servicio de enfermería. Tienes que salir.
—No tengo que salir, el entrenador dijo que-
—El hombro de Atsumu está en la mierda. Deja de hacer el gilipollas y céntrate. Estamos en una final ¿entiendes? Nos jugamos la copa del mundo y representamos a un país entero, ya no estamos en los nacionales con nuestro puto instituto. No voy a dejar que se joda el hombro para que tú estés por los pasillos lloriqueando como un adolescente. Hinata está bien. Mueve el culo. No se va a morir. Seguro que le duele menos con una copa del mundo en su salón.
Kageyama parpadeó. Jamás le había visto así, nunca, y entendió por fin por qué Atsumu se pasaba los sábados desinfectando con siete productos distintos las juntas de los azulejos de cada rincón de la casa. Kiyoomi enfadado era un puto gremlin alimentado después de medianoche.
Iban dieciséis a nueve. Al hacer el cambio con Atsumu le agarró fuerte de la mano y notó el tirón hacia él.
—Juega con todo —dijo, apretando los dientes. Kageyama asintió.
—El set está perdido —gimió Bokuto, tirándose de los pelos. El sudor le caía desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla, escurriéndole por la nariz. Hacía calor. Kageyama estiró los dedos de las manos, haciéndose consciente de cada hueso, cada tendón, cada articulación. Todos esos elementos, cada célula al servicio de su vóley. Al servicio de la victoria.
—El set no está perdido hasta que se acaba —dijo en voz alta, para que todos los de su equipo lo oyesen. Iwaizumi estaba jugando por Sakusa, y le pasó la bola.
Perdieron el set, acortando la distancia, por cuatro puntos. Cuando volvieron al banquillo, Hinata estaba en una esquina, de pie, sujetando algo contra su cara, discutiendo con uno de los entrenadores. Los dos parecían enfadados. Atsumu estaba con ellos, y alzaba la voz incluso más que Hinata.
Kageyama fue directo hacia allí.
Lo que sujetaba Hinata era una bolsa de hielo, contra su boca.
—¿Qué coño ha pasado? —preguntó, intentando controlarse. Hinata le lanzó una mirada furiosa. Una que significaba en cualquier momento haré todo arder—. ¿Estás bien?
—Estoy perfectamente —contestó, con voz ronca, apretando los dientes; miró otra vez al primer entrenador, que estaba cruzado de brazos—. Quiero jugar, por favor. Entrenador, me han cosido, no estoy sangrando. ¡Si no se sangra se puede jugar, lo dicen las reglas! Me necesitáis para ganar. Soy el mejor señuelo.
Kageyama le vio quitar la bolsa de hielo del labio y mostrar el labio al entrenador. Joder. Apartó la vista para no marearse. Le habían dado varios puntos y lo tenía muy hinchado, pero no estaba sangrando.
—Si te pones a saltar como un loco por ahí se te pueden abrir los puntos —dijo el entrenador, serio—. O si te dan un balonazo en la cara. O si caes mal, o si un compañero te da sin querer un-
—Tendré cuidado, lo prometo.
—El arbitro no lo permitirá.
—Con la tirita no se ve que estoy cosido —dijo Hinata, cogiendo la tirita que le habían dado del servicio médico y haciendo el amago de colocarla—. ¿Ve? Puedo ponerla así. Por favor. Por favor, es mi sueño. Quiero jugar. Estoy bien, se lo juro, solo un set, por favor.
—Déjele jugar, entrenador, por favor —dijo Atsumu, con la mano en su propio hombro—. No tiene nada grave, es solo una herida tonta en el labio. Es una zona que sangra mucho pero puede jugar.
El entrenador giró la vista hacia Kageyama. A mí. Me está mirando a mí. Se dobló en dos, haciendo una reverencia absolutamente excesiva, y con la mirada puesta en sus zapatillas, gritó con fuerza..
—¡Entrenador, necesitamos a Hinata para ganar! ¡Por favor, déjele jugar!
La llegada de Hinata a la pista no fue como la de Kásper, más bien al contrario. Hubo abucheos. Pocas flores, más bien muchos pañuelos usados y bolas de papel. Atsumu le había puesto la tirita en el labio, tapando los puntos, y el entrenador hizo dar su palabra de que si notaba sangre en la boca pediría el cambio. Ocupó la posición que le correspondía desde el principio, sustituyendo a Hoshiumi. Ahora estaban todos los que comprendían la alineación inicial.
Servía Hinata. Kageyama le entregó la bola y cuando lo hizo, rozó sus dedos, mirándole a los ojos. Abrió la boca para hablar, pero Hinata lo hizo por encima.
—Después —dijo, serio, cogiendo la pelota y acariciándola con una mano. Se miraron a los ojos. Le sonrió con brillo en los ojos—. Ahora estoy de caza.
Cruzaron miradas con Kásper. Kageyama no necesitaba más explicaciones. Lo sabía.
Hinata lanzó la bola al aire y empezó su vuelo.
Jugó como nunca. Ya no era un cuervo. Tampoco una pantera. Para Kageyama era un ave fénix, desplegando unas alas nuevas, poderosas, quemándolo todo a su paso para que lo nuevo naciese más fuerte, más libre. Cada recepción, cada servicio era un grito mudo, una caricia a su yo del pasado, lleno de fallos y dudas, un estoy aquí, un miradme bien, soy Hinata Shoyo y he surgido del cemento para convertiros a todos en polvo.
—Bonita boca, chaval —dijo Kásper, en japonés, después de un bloqueo—. ¿Te has hecho un piercing?
—¿Te gusta, Dani-kun? —preguntó, señalando su labio—. Puedo grabarte un vídeo.
Kásper torció el gesto, y Sakusa tiró un poco de Hinata hacia atrás, lejos de la red, evitando un inminente drama.
En el último set el ambiente estaba tan caldeado que los insultos casuales empezaron a ser la constante. Nishinoya era el más dado a caer en las provocaciones, pero hasta Iwaizumi y Tsukishima habían renunciado a la paciencia. Cada acercamiento a la red era un momento aprovechado por Pippat, Kásper o Sully para dar un rodillazo, un toque demasiado agresivo, intentar una falta.
El partido estaba muy reñido.
La bola pasó sobre la red y Kásper y Hinata saltaron a golpearla.
—¡Shoyo, machácala! —gritaba Atsumu desde el banquillo, agitando el puño.
Kásper ganó la pelea e intentó que la bola le diese a Hinata en la cara, la mandó directa contra la boca, pero Hinata puso una mano delante. Cayó al suelo de culo, sentado. Se llevó los dedos a los labios, seguramente comprobando que no estaba sangrando. Kásper le miró desde arriba y escupió al suelo, junto a su pie.
—Eres un jodido sucio de mierda —dijo Kageyama en japonés, fuera de sí, acercándose a la red con largas zancadas. Quería asesinarle. Estaba dispuesto a cumplir una pena de cárcel si podía patearle el culo hasta quedarse cojo. El árbitro le hizo un gesto con la cabeza, serio.
—No soy yo el marica —Kásper también contestó en japonés, aprovechando la diferencia lingüística respecto del árbitro.
Hinata empujó a Kageyama hasta su posición, apoyando las manos en su espalda. Kageyama insultó a Kásper, está vez en inglés y el árbitro le lanzó una última advertendia.
El primer entrenador pidió tiempo.
Japón tenía el punto de partido. Podían acabar con todo, largarse al hotel y al día siguiente coger un vuelo a México y no volver jamás por New York. En la vida. Esperaba hacerle un corte de mangas a la Estatua de la Libertad cuando la sobrevolase por última vez.
—Tengo una idea —anunció Hinata, poniendo un dedo sobre la pizarra de tácticas que sujetaba el entrenador. Todos le miraron.
La idea era simple. Un ataque con dos colocadores, como el que ideó Atsumu para la Ocean en su final contra los Detroit Guns.
—Eso funcionó entonces, no lo hará dos veces. No son tan idiotas —dijo Kageyama, agitando la cabeza—. Además, Dani estaba allí. Conoce la táctica. Y el capullo de Pippat jugaba del otro lado, no lo habrá olvidado.
—Pero yo no estaba entonces —dijo Hinata, serio, con los ojos brillantes. Cogió la pizarra, borró con el antebrazo y pintó en ella, rápido, usando la tiza, mirando de vez en cuando al entrenador. Desde el accidente solía escribir con la mano izquierda y su letra y trazo era todavía más terrible que antes—. Vale, dos colocadores. Es el punto de partido, los americanos pensarán que Kageyama me la va a colocar a mí. Kásper sabe que este partido es importante para nosotros. Quiero decir, a nivel personal, en plan revancha y todo eso. Seguro que descartan de entrada la misma jugada que hicisteis en la Ocean, así que me marcarán. Seré el señuelo.
—Siempre eres el señuelo —dijo Kiyoomi, poco convencido—. Y el hombro de Miya está mal.
—Mi hombro está que te cagas. Es solo una jugada, Omi. Puede funcionar —aportó Atsumu, llevándose la mano a la barbilla y señalando la pizarra. El entrenador siempre le prestaba especial atención, porque tenía buen ojo para la parte técnica—. Pero tengo un pequeño matiz que puede ser la salsa de esta rica ensalada.
Volvieron a la pista.
Kageyama miró directamente a cámara. Se preguntó si su tío estaría viéndole. ¿Estás orgulloso, Yuji? Quiero que lo estés. Quiero que me mires y levantes una cerveza y digas "ese de ahí es mi sobrino, se llama Tobio, es el mejor colocador del mundo y la siguiente temporada seguirá jugando en Japón, con los colores de los JTEKT".
Él no era una pantera. Era una abeja, que quizás no sonase tan épica y todo eso pero podía ser muy asesino con su aguijón y su zumbido y me cago en la mascota de los JTEKT que no puede ser menos genial, pero no importa. Es mi equipo.
No soy una abeja cualquiera. Soy la abeja reina de la colmena.
Si no juego con Hinata, entonces todavía puedo derrotarle.
Sonrió para sí. Derrotar a las panteras era tan divertido como ganar una copa del mundo, o quizás más. Después podría dominar en la habitación del hotel, y hacer a Hinata suplicar toda una noche, a sus pies, era un buen premio después de todo. Y a lo mejor adoptamos un perro. Como Naruto. Uno gigante, de esos que son como caballos, un rottwailer o un dogo argentino feroz y salvaje que se llame Gotzilla y vaya siempre con Hinata para protegerlo de la gente malvada.
Sucedió rápido.
Pippat sacó, dirigido a un punto cerca de Kageyama, para que fuese él quien la tocase primero, capullo, Atsumu llegó como pudo, se colocó detrás de la bola, todos corrieron hacia la red en un ataque sincronizado.
Hinata, desde la izquierda, parecía camuflarse en un tercer tempo. Una auténtica pantera. Su carrera, su cuerpo atlético hecho para la velocidad, el rojo de los colores de su país camuflado la sangre seca, y entonces corrió más que los otros, saltó en minus tempo, sin mirar si quiera la bola porque para qué, qué va a mirar, si él no necesita permiso para volar. Los bloqueadores saltaron, Atsumu se la puso, rápida, alta, perfecta.
Kásper se tiró a bloquear como un loco, los dientes apretados, todo su metro ochenta y cinco al servicio de su rabia, buscando destruir, acabar con todo, machacar a su rival contra el suelo. Sólo que aún no se había enterado.
No se había dado cuenta de que estaba en un coto de caza, y que era la presa.
Kageyama, corriendo por la derecha, sonrió enseñando los dientes mientras saltaba, haciendo pam contra el suelo, impulsándose hacia arriba con la inercia de sus brazos.
Te atrapé.
Hinata no le miró, y convirtió el remate en una colocación perfecta, se la mandó a la derecha como un rayo y Kageyama la remató, marcando el punto, estampándola como un cañonazo contra el suelo.
Así ganaron el partido, y la copa del mundo.
Los gritos de los jugadores rompieron el abucheo del público, y todos se unieron en un abrazo de cabezas unidas, y empezaron a saltar, coreando los nombres de cada uno de ellos. Atsumu lideraba los cánticos, y ya se había quitado la camiseta y la ondeaba al viento como una bandera cuando los americanos se les echaron encima. No todos, pero sí cinco o seis, algunos de los suplentes del banquillo, y también Kásper, Sully y Pippat. Otros intentaban frenarlos, sin entender qué pasaba.
Pasaron bajo la red y empezaron una trifulca de empujones. Kásper fue directo a por Hinata. Ushijima se puso en el medio y le colocó una mano en el pecho, tranquilo.
—No queremos pelea. Hemos ganado limpiamente y vamos a celebrar —dijo, serio, directo. Kásper le empujó con fuerza, sin moverle ni un milímetro. Kageyama vio cómo Pippat le daba un puñetazo a Atsumu, convirtiendo la bronca en una auténtica riña tumultuaria. No le dio tiempo a llegar a ayudar a su amigo, porque Kiyoomi apareció como en esas películas de madrugada, que uno no sabe si ha visto o ha soñado. Con un movimiento rápido retorció el brazo de Pippat, le puso de rodillas sin despeinarse y le mantuvo así, inmovilizado, gritando amenazas de muerte. Un tío que le doblaba en musculatura y ancho de espalda.
Jodido Sakusa, ¿no hace nada mal el tío?
—Omi —dijo Atsumu, emocionado, tocándose la mejilla dolorida con los dedos—. ¡Eres mi protector! ¿Por qué no le hiciste eso a Samu la última vez que me agredió?
Kiyoomi apretó el brazo de Pippat hacia atrás, arrancándole un grito ahogado.
—Porque Samu tiene sus motivos.
—¡Omi!
Kásper había esquivado a Ushijima y forcejeaba con Hinata, hablándole cerca. Ninguno de los dos estaba usando los puños porque no eran tontos. Les estaban grabando las cámaras, y sabían hasta dónde llegar, no como el descerebrado de Pippat. Kageyama no pensó ni un segundo. Apartó a Hinata y le dio un empujón en el pecho a Dani.
—No vuelvas a acertarte a nosotros —dijo, apartándole y poniendo la otra mano en el brazo de Hinata—. Te lo advierto.
—Tú vas a colocar para mí —dijo, señalando con el índice a Kageyama, poniendo el dedo sobre su pecho. Kageyama le apartó de un manotazo.
—Yo solo coloco para quienes son necesarios para ganar. Y tú no lo eres. Por eso en aquel partido coloqué todo el tiempo para Shoyo. ¿Te acuerdas? Teníamos dieciséis años. Si entonces no te necesitaba, imagínate ahora —contestó, serio, mirándole a los ojos. Los de Kásper brillaban de rabia.
—Soy el mejor jugador del mundo —apretó los dientes, mirándole a los ojos. Hinata cogió a Kageyama de la mano y tiró de él—. ¡Volverás suplicando!
Kageyama soltó la mano de Hinata y se acercó a Kásper, poniendo una mano en su hombro. Susurró en su oído, suave, con los labios contra su oreja.
—Sólo hay una persona que me hace suplicar, y voy a levantar con él la copa del mundo.
Abrazó a Hinata por los hombros y se alejaron juntos, sin soltarse. La seguridad del evento separó a ambos grupos, y casi en una carrera condujeron a la selección japonesa al autobús, mientras llovían los huevos y los tomates y la tormenta eléctrica desplegaba su furia sobre New York. Hinata tenía un ataque de risa absolutamente fuera de lugar, y Kageyama le insultaba un poquito porque estaban a punto de ser masacrados por una horda de americanos fuera de sus cabales.
Por si fuese poco, llovía torrencialmente y las zapatillas se les inundaban al pisar los charcos.
—¡Idiota, no tiene gracia! —gritó, empujándole hacia el autobús mientras una señora le tiraba del pelo con tanta fuerza que por poco le deja calvo. Hinata se tapaba el labio herido y corría rodeado de seguridad, de la mano de Kageyama.
—¡Tobio, hemos ganado! —exclamó, dando un saltito. Lo que parecía el contenido de un yogur le impactó en el pelo, convirtiéndolo en un desastre—. ¡Ah, qué es esto! ¡Quítamelo!
Kageyama le arrastró por las escaleras del autobús, sentándose con él en la parte derecha. Abajo la gente les lanzaba más cosas contra las ventanas. Kageyama pasó los dedos por la sustancia no identificada del pelo de Hinata y la olió, sin muchas esperanzas.
—Huele a café.
—¡No hay ninguna forma de que eso sea café, Bakayama!
—Una birra a que es yogur —dijo Iwaizumi, sentándose detrás de ellos, con restos de tomate en el pelo. Llevaba el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja, y aún en la distancia se escuchaban los gritos de Oikawa pidiendo una foto para poder dar mi opinión, y a ver qué le estáis haciendo a mi rematador predilecto que voy a por vosotros.
—¡Queso fresco! —dijo Bokuto, sentándose con Iwaizumi, en plena videollamada con Akaashi.
—¡Cagada de gaviota! —dijo Nishinoya.
—¡Corrida de perdedor! —canturreó Atsumu, enganchado a Kiyoomi por la cintura.
—Que no me toques —decía éste, dándole manotazos para que le soltase—. Que no te has desinfectado esas manos.
—Mi héroe. Te entrego mi cuerpo, úsalo como desees —dijo, mordiéndole el cuello—. En mi opinión es un cuerpo hecho para follar hasta el amanecer, pero vamos, que solo aporto doy la idea y en su caso, los miembros o cavidades que necesites.
—¡Joder, que me sueltes!
—Buscaos un puto motel, qué asco —dijo Tsukishima, arrugado la nariz y empujándoles lejos.
Fueron pasándose la copa asiento por asiento, haciéndose un millón de fotos y cantando canciones tradicionales japonesas, y quizás alguna menos tradicional de Rosalía con una pronunciación, según Hinata, absolutamente lamentable.
Llegaron al hotel a las siete de la tarde. El cielo seguía nublado y con amenaza de lluvia, pero las temperaturas eran altas. Había una fiesta organizada para la noche, pero Kageyama tenía ganas de otra cosa.
—Atsumu —dijo, tirando en la cama, con Hinata a su lado, toqueteándose los puntos del labio. Estaban jugando a ese juego de acariciarse los pies que siempre acababa en lucha de patadas pero que a Kageyama le derretía un poquito por dentro. En la cama de al lado, Atsumu miraba su teléfono móvil, protestando porque sólo tenía doscientos mil likes a la foto de la copa, y Kiyoomi medio millón.
Kiyoomi estaba en el baño, desinfectándose a fondo con al menos cinco geles distintos, cada uno para una cepa vírica.
—¿Mmm?
—¿Recuerdas dónde alquilaste aquella furgo para ir a la playa?
Así acabaron los cuatro en la misma playa en la que habían estado casi cinco años antes, sólo que ahora, pese a ser verano, la lluvia había mojado la arena y no había más que dos surfistas locos desafiando el oleaje.
Los surfista locos eran, por supuesto, Atsumu y Kiyoomi, que alquilaron sus trajes de neopreno y tablas en el puesto de surf local y que no estaban intimidados por el color rojo de la bandera.
Kageyama y Hinata ni siquiera hicieron el amago de alquilar neoprenos. Para qué. Se sentaron en la orilla y se quitaron la ropa. Hinata dejó la suya en una montaña sin sentido y Kageyama la ordenó, perfecta y por tamaños, a su derecha. Se descalzó y hundieron los pies en la arena húmeda. Hinata tenía un millón de pecas en el peine, como una nevada. Se había olvidado el bañador en Japón, así que iba en calzoncillos. De minions, amarillos y por millones, bastante viejos. Juraría que los llevaba desde los dieciséis. Kageyama le pasó una mano por los hombros y le dio un beso en el pelo, agradeciendo que la ducha hubiese arrancado esos pegotes extraños.
—No has dicho nada de mi regalo —canturreó Hinata, mirándole con ojos dulces. Kageyama levantó una ceja, sin entender.
—¿Qué regalo?
—Esa colocación perfecta —dijo, haciendo el gesto con dos manos. Kageyama le soltó, bufando—. ¡Venga, dilo! Fue épico. Mejor que Levi contra el Titán Bestia.
—No sé quién es esa gente.
—Bakayama, eres la peste. ¡Di que mi colocación fue top!
—No voy a decir una mierda.
—¡Qué mal perder tienes! —rió, dándole un codazo. Kageyama saltó sobre él y empezó a hacerle cosquillas por todas partes, y Hinata reía, luchando con patadas y puñetazos, inconsciente de su fuerza— ¡Para, que tengo el labio roto por favor que me muero estoy malito estoy muy herido, abusón!
Kageyama detuvo su ataque masivo y le miró desde arriba. Tenía el pelo lleno de arena, y un poco también en un párpado y sobre la mejilla derecha. Se la limpió con los dedos, despacio, acariciándole.
—Yo también tengo un regalo para ti, tonto —dijo, suave. Hinata abrió mucho los ojos. Ni siquiera un labio partido podía hacerle perder su encanto, y quién es el abusón de los dos, pelirrojo del mal, que estás en el mundo para volverme loco.
—¿Qué es? ¡Dímelo! No, espera, ¡una pista! ¡Dime por qué letrita empieza! ¿Es la M? ¿Vas a pedirme matrimonio?
—Pero qué dices —dijo, riendo, con el ceño fruncido—. ¿Quieres que te pida puto matrimonio?
¿Cómo coño se hacía eso? ¿No hacía falta un anillo? Poner una rodilla en el suelo, una corbata, seguro que palabras de amor, joder, siempre pensaba en vóley cuando salían esas escenas cursis en las películas...
Hinata soltó una carcajada y Kageyama aflojó el gesto.
—Me encanta lo de puto matrimonio. Haces que suene tan romántico, Tobio —dijo, poniendo los ojos en blanco—. No quiero eso, bobo, que eres súper bobo. Cuando seamos un poco mayores yo te lo pediré a ti. Recuerda que soy el chico de la relación.
—Idiota, pareces uno de esos señores antiguos. Las chicas también pueden pedir matrimonio.
—Entonces estás de suerte, Jacqueline, seguro que me organizas una pedida súper bonita. ¡Que haya flores, eh! Te daré una lista de pelis románticas para que entiendas el concepto —rió, acariciándole con el pie en la pantorrilla. Kageyama le besó en una ceja, a ver si te callas de una vez.
—El regalo es un viaje —dijo, recorriendo con las yemas de los dedos desde su sien hasta la comisura de la boca, junto al lugar donde el labio comenzaba a hincharse—. Juntos. A México. Salimos pasado mañana, si quieres.
—¡¿Qué dices?! ¿Es en serio?
—Tenemos vacaciones, unos días de descanso. Pensé que te haría ilusión.
Cuando volviesen a Japón tendrían que encargarse de muchos asuntos pendientes. Presentar las nuevas pruebas contra Kásper, sobre todo. Yoko le había reenviado la grabación a Kageyama, y éste se la mostró a Hinata, Atsumu y Kiyoomi en cuanto estuvieron en el hotel.
Hinata le contó a Kageyama todo lo que sucedió y tuvieron que retenerle para que no fuese por las calles buscándole, katana en mano.
"Hemos ganado", le dijo Hinata, abrazándole. "De todas las formas posibles. En el mismo escenario donde lo perdimos todo, ahora lo hemos recuperado multiplicado por un millón".
Hinata le rodeó con las piernas, abrazándole y haciéndole rodar por la arena hasta quedar encima.
—¡Eh, si vais a follar avisad, que siempre quise hacer una orgía gay! —gritó Atsumu desde el agua. La última palabra murió cuando Kiyoomi le hundió la cabeza en el mar.
—Tobio —dijo Hinata, acariciándole la cara con las dos manos, suave, muy dulce. Ahora tenía arena en el cuello, y también en la camiseta de Doraemon. Kageyama levantó una mano y le devolvió la caricia, atrapando su oreja con dos dedos.
—Qué.
—Somos campeones del mundo.
—Sí.
—Cumpliste tu promesa —susurró, acercándose a él.
—Bueno, la copa sólo podemos tenerla el mes que nos toca.
Era verdad. La tendrían un mes cada uno y después rotaría hasta que, después de tenerla todos, fuese a la estantería oficial de la Selección. Hinata rió.
—Pero como somos dos jugadores, la tendremos el doble de tiempo. En realidad es una trampa muuuy genial —dijo, maligno, dándole un beso suave—. Au.
—Tonto, que te haces daño.
—Dame otro —Kageyama le dio otro beso, suave, con cuidado—. Otro más.
—Pelirrojo codicioso.
—Soy un pecado capital —susurró, lamiéndole la lengua. Kageyama rió con fuerza, este idiota—. El Apocalipsis.
—Cállate.
—El jinete del Mal. Voy a montarte toda la noche.
—¡Que te calles! —gritó Kageyama, entre risas, empujándole un poco—. ¿Tienes el móvil ahí? Haz una foto.
Hinata le miró con sorpresa. Kageyama era la persona más antifotos del planeta tierra, quizás rivalizan do con su abuela, que aún pensaba que las cámaras podían extraerle a uno el alma. Sin un solo pero, desbloqueo el teléfono y sacó un selfie. Y luego otro. Así hasta doce, porque jo Tobio que no quiero que me salga el labio así tan feo que parece que me he puesto bótox en una clínica barata, y Kageyama pero cómo van a pensar que te has puesto botox, tonto, que eres muy tonto.
Cuando iban por la veintena de selfies todos idénticos en opinión de Kageyama, le arrebató el teléfono, le tumbó en la arena y grabó un vídeo, uno corto, de cinco segundos, besándole despacio, la lengua bailando en el hall de su boca y entrando después sin permiso, dulce, atrevida, con la certeza de ser bien recibida, . La cámara, sobre la arena, grabó su perfil izquierdo, donde no se veían los puntos del labio.
—¡Enséñamelo! —canturreó Hinata, con voz infantil. Kageyama tecleó unas cosas, pulsó un par de botones y le miró con su gesto de maldad.
—Toma. Lo he subido a TikTok.
—¡Qué dices! ¡Pero que no has puesto ningún filtro, loco! ¡No puedo creerlo! ¡Bakayama, que tengo una reputación! —Kageyama soltó una risa y se quitó de encima de él, tumbándose a su lado— ¡Dios! ¡Un beso con lengua! Ah, y has... ¡Has etiquetado a la Ocean! ¡No puedo creerte! Y has puesto... no.
—Sí.
—¡No!
Había puesto en los tags #miputita #pelirrojosatánico #9x10 #keneddyxjacqueline #woafiupam
Hinata estaba sonrojado. Él también, pero imaginar la cara del cabrón de Dani cuando viese el vídeo merecía la pena. Y su cara en el juicio, de paso. Cuando le condenen por grabar a menores.
Buscó su mano y entrelazó los dedos. El cielo estaba nublado.
—No has puesto nada de Urano —susurró Hinata, suave, girando hacia él, tumbado de lado y abrazándole, hablando en su oído.
—Eso es para nosotros —contestó, acariciando despacio un mechón de pelo naranja, enredado.
La lluvia pronto empezó a caer. Kiyoomi y Atsumu surfeaban olas pequeñas pero afiladas, y cuando tocaban tierra, reían y se abrazaban un poco, en una competición que Kiyoomi sabía ganada, pero que igualmente dejaba que sucediese.
Kageyama acarició la mano de Hinata, sintiendo sus cicatrices.
—Oi, Shoyo —dijo, girándose hacia él, serio, encontrándose con sus ojos—. ¿Te gustan los rottwailers?
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FIN
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Notas
¡No puedo creer que este sea el final!
Esta historia significa mucho para mí, es mi primera publicación en el fandom de Haikyuu y llevaba meses gestándola hasta que pude ponerla por escrito. Sé también que hay algunas erratas que debo corregir. Hay dedazos, algún error de fechas... Pido disculpas por ello.
Sólo puedo decir GRACIAS. Espero que os haya reportado aunque sea un 1% de las emociones que me habéis dado con cada lectura.
Tengo proyectos, pero hasta finales de julio no podré publicar. En principio tengo en mente un sakuatsu no muy largo y dos KageHina que ya me estoy emocionando con la planificación y espero que no sean 400 capítulos; uno post time skip donde los protas sean los MSBY y Kageyama, y otro, de unos 15 capítulos (es decir, 73), donde Kageyama y Hinata estarán en tercero de instituto/preparatoria y ambos tendrán novia, con mucho drama, obvio, porque si no no sería yo misma.
También se aceptan ideas, opiniones, propuestas, peticiones, botes de Nutella, insultos pequeñitos, donativos millonarios (dice pasando la gorra) JAJAJAJA es broma. ¡Lo de las ideas es cierto!
Un abrazo a todas y cuidaos mucho. ¡Gracias!
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