39. Happy
Nagato volvió a desaparecer.
Harry, tras el último incidente, pasó a mejor vida. Itachi se negó a que lo arreglara y, con todo el dolor de su corazón, Sakura supo que debía dejarlo marchar. Algo que todos aplaudieron, incluidos Genma e Iruka.
Una tarde, Itachi encontró la casa vacía cuando llegó. Sakura, Lola y los niños se habían ido y, angustiado, llamó a Sakura. Se tranquilizó al saber que estaban en la tienda de Hotaru, probándoles a los pequeños los vestidos para la boda de aquella. Cuando colgó se sentó en el sofá, que ya no era blanco, y miró a su alrededor.
Su casa minimalista ya no tenía nada que ver con la que era ahora. Había juguetes en los rincones, cochecitos encima de las mesitas blancas y fotos y dibujos de los niños sobre su chimenea de diseño. Eso lo hizo sonreír. A su padre le encantaría.
Se levantó para mirar las fotos y le gustó ver que Sakura había reemplazado algunas que tenía en los viejos marcos, por fotos actuales en las que salía él con los niños. Recordó el día que fueron al cine con ellos y se tuvieron que ir porque a Kairi le daba miedo, o el día que tuvieron que ir a urgencias porque Kai se había metido una judía en la nariz.
Sin duda, Sakura y esos pequeños habían finiquitado su anterior vida, plagada de fiestas, mujeres y orden, para empezar una nueva que a veces lo desesperaba por la falta de tiempo y el caos que comportaba.
Mientras miraba una foto de Sakura riendo al borde de la piscina, se le ocurrió algo y, tras coger la chaqueta y las llaves de su coche, se marchó. Había decidido sorprenderla.
Una hora y media más tarde, cuando salió de la tienda de tatuajes de su amigo Bobby, se dirigió a una joyería en la que los Uchiha eran muy bien recibidos. Y mientras estaba sentado hablando con la guapa dependienta, que le ponía ojitos, oyó decir a su espalda:
—Qué pasa, hermano.
Se levantó y, encantado, abrazó a su hermano Utakata. Instantes después, este se fijó en lo que Itachi estaba mirando y, como buen puertorro, murmuró divertido:
—Wepaaaa...
Itachi sonrió y, señalando los anillos que tenía delante, preguntó:
—¿Cuál crees que le puede gustar a Sakura?
—Hermano, te aseguro que le va a gustar cualquiera —respondió Utakata, tocándole el hombro con cariño.
—Lo sé —sonrió Itachi—, pero es para un momento especial y ...
—¿Lo vas a hacer? —preguntó Utakata.
—Sí —afirmó su hermano convencido.
—¿Estás seguro de que es la mujer de tu vida?
Itachi asintió. Imaginarse su vida sin Sakura, los niños y toda aquella locura era prácticamente imposible.
—Tan seguro como que me llamo Itachi Uchiha y tú y Shisui sois mis hermanos.
Ambos rieron. Utakata, contento por él, volvió a mirar los anillos y murmuró:
—Si Hotaru estuviera aquí, te diría que escogieras un zafiro.
—¿Por qué?
Con una sonrisa soñadora, Utakata cogió un anillo con una piedra rosada y, entregándoselo, dijo:
—Porque es intenso y brillante como el color rosa del pelo de Sakura.
—Buena apreciación —asintió Itachi.
—Cuando se extrae un zafiro rosado de la naturaleza, tiene un aspecto tosco, pero una vez tallado, su tono radiante y exclusivo lo hace majestuoso e inigualable.
—¿Y cómo sabes tú eso?
—Hotaru me lo contó —contestó su hermano, suspirando—. Siempre le han gustado mucho las joyas.
Tras hablar con la dependienta y encargarle la medida de Sakura y pedir que grabaran unas letras en su interior, Itachi pagó el anillo y quedó en pasar a recogerlo en cuanto lo avisaran. Cuando hubo acabado, vio que Utakata hablaba con uno de los joyeros y, acercándose, dijo:
—Oye, Utakata, estaba tan centrado en el anillo de Sakura que no te he preguntado qué haces tú aquí.
Su hermano sonrió y, enseñándole una bonita pulsera, dijo:
—Zafiro azul, la piedra preferida de Hotaru. —Sin entender nada, Itachi miró aquella pulsera y Utakata añadió—: Es el regalo de Preciosa y mío para Hotaru por su boda. Estoy seguro de que le gustará.
Itachi fue a decir algo, pero Utakata, entregándole la pulsera a la dependienta para que la envolviera, añadió:
—Preciosa me dijo que quería hacerle a su mamá un regalo especial por su boda y vinimos a elegirlo juntos. La niña está contenta. Al parecer, Alexei las cuida muy bien a las dos.
—Utakata...
—Estoy bien, Itachi. —Y, mirándolo, afirmó—: Si Hotaru y Preciosa son felices, yo también lo soy. Ellas son lo único que actualmente importa. No voy a volver a interferir en sus vidas.
Tras un significativo silencio en el que Itachi pudo ver su sufrimiento, preguntó:
—No aparecerás en la boda para montar un numerito, ¿verdad?
Utakata negó con la cabeza.
—No, tranquilo. Ese día me iré de viaje. Eso me ayudará a no pensar.
Itachi asintió. No quería hurgar más en la herida. Cuando el joyero le entregó a Utakata su paquetito envuelto, preguntó:
—¿Te apetece venir a casa a cenar?
Él respondió bromista:
—Ah, pero ¿todavía cabe alguien más allí?
—Para la familia siempre hay sitio.
Cuando llegaron a casa, Sakura ya estaba allí con los niños e Utakata se sorprendió al ver que también estaba Preciosa. Encantado, abrazó a su hija y ésta le contó que habían estado en la tienda de mamá probándose los vestidos para la boda y que luego se había ido con la tía Sakura y los primos.
Itachi le dio un beso a su sobrina y los pequeños, sin ningún tipo de vergüenza, abrazaron a Utakata con entusiasmo. Ese recibimiento lleno de locura y risas le gustó.
Ayamé, que no le quitaba los ojos de encima a Lola, no se sorprendió al ver cómo esta le sonreía a Utakata. Era una fresca. Pero no dijo nada.
Sakura bajaba en ese momento de la habitación tras cambiarse de ropa, y al ver a Utakata allí, exclamó encantada:
—¡Qué sorpresa!
Con una amplia sonrisa, él la besó en la mejilla y dijo:
—Siento decirte que viene uno más a cenar.
Ella besó a Itachi en los labios y luego le dijo a Lola:
—Por favor, Lola, dile a Paola que hay uno más a cenar. —La chica salió rauda del salón y, con una encantadora sonrisa, Sakura afirmó—: Donde cenan seis, cenan siete.
Itachi entró en el salón con Utakata y este, al verlo, dio un silbido de asombro.
—Pero ¿qué ha pasado aquí? —preguntó.
Itachi miró a su alrededor y, tras resoplar, sonrió y dijo, recordando un comentario que le había hecho su padre:
—Simplemente, ¡que hay vida!
Nada más decir eso, Kairi corrió hacia él y le preguntó si le dejaba tocar el piano. Itachi se echó el crío al hombro, y este soltó una carcajada, y se encaminó hacia el precioso instrumento que él adoraba. Una vez allí, abrió la tapa, Kairi puso los dedos en las teclas que Itachi le había enseñado y juntos empezaron a cantar la canción del globo de Peppa Pig.
Voy en globoooo... voy en globooooo.
Vuelo alto por el cielooooo.
Mientras, Kai escalaba por la banqueta del piano para sentarse al otro lado de Itachi y tocar también una tecla y Lola se les unió para cantar. Las dos niñas, en cambio, se acercaron a Utakata y Ayamé cuchicheó:
—Odio a Peppa Pig.
—¿Quién es esa? —preguntó él al escucharla.
Poniendo los ojos en blanco, ella contestó:
—Una cerda de color rosa.
—¿Una cerda rosa? —rio Utakata extrañado.
Preciosa, sintiéndose mayor, explicó:
—Un rollo de dibujos para niños pequeños, papi.
Al ver el gesto de las niñas, Itachi intuyó de lo que hablaban y cambió la melodía para llamar su atención. Sabía cuánto les gustaba a todos la canción Happy, de Pharrell Williams, y comenzó a cantarla. Al oírlo, corrieron hacia él cantando.
Because I'm happy.
Clap along if you feel like a room without a roof.
Because I'm happy...
Si algo les gustaba a los niños, era que Itachi se sentara al piano para cantar con ellos. Utakata los observaba alucinado, hasta que oyó a Sakura decir:
—No sé quién es más niño, si Itachi o ellos.
—Sin duda, Itachi. Solo tienes que ver cómo disfruta cantando con los críos alrededor.
Sakura sonrió, enamorada hasta las trancas.
Durante la cena, los gemelos, tuvieron que hacer alguna de las suyas, como siempre, y tiraron las copas de vino, que Lola recogió rápidamente. Cuando terminaron de cenar, todos pasaron al salón, donde, mientras Preciosa y Ayamé jugaban con el ordenador portátil de Sakura, los pequeños se revolcaban por el suelo jugando a pelearse. Utakata los miró divertido.
—¿Recuerdas cuánto se enfadaba mamá cuando nos peleábamos los tres? — le preguntó a su hermano.
—Lo recuerdo y sé que cuando estas dos fieras crezcan, serán peores que nosotros.
Ambos rieron.
Un rato después, tras una seña de Itachi, Lola se llevó a los niños a la cama. Era hora de dormir y dejar descansar a los mayores.
Después de despedirse de los pequeños, Sakura, Utakata e Itachi pasaron al estudio de grabación de este, donde escucharon sus nuevos trabajos y disfrutaron hablando sobre infinidad de cosas.
En aquel ratito, Sakura se fijó en que Utakata no hacía más que mirar una foto que había en el estudio de Hotaru, Preciosa e Itachi junto a Mickey Mouse en Disneyland, y la apenó ver la tristeza que se reflejaba en sus ojos. Sin duda, la vida y la realidad de todo lo que había dejado de hacer le estaban pasando factura.
Utakata disfrutó mucho de la velada y de la compañía de Sakura, y entendió por qué su hermano estaba tan enamorado de ella. Era encantadora, ingeniosa, divertida, cariñosa y en cierto modo le recordó a Hotaru.
Mientras los veía reír por algo que les contaba, se acordó de cómo Hotaru también reía de sus bromas y cómo siempre buscaba momentos para estar con él. Qué necio había sido y qué ciego había estado.
Hotaru quería una vida como la que su hermano y Sakura tenían, con niños que se pelearan y los besaran, pero él, como buen egoísta, se lo había negado.
Sobre las once y media, se despidió de ellos. Itachi le preguntó si asistiría a alguna fiesta aquella noche y él le respondió que no. Prefería volver a casa.
Tras cerrar la puerta, Sakura le dijo a Itachi:
—¿Qué piensas, cielo?
—Lo creas o no, siento pena por Utakata —respondió él, abrazándola—. Mi madre siempre decía que el arrepentimiento era el peor castigo para el ser humano y eso es lo que le está pasando a mi hermano.
Sakura asintió. Lo entendía perfectamente. Pero Itachi no quería seguir hablando de eso y, mirando aquellos ojazos verdes que tanto adoraba, la encerró entre sus brazos y dijo:
—Tengo algo para ti.
—¿Para mí?
—Sí, pero para dártelo tenemos que ir a la habitación y echar el cerrojo.
—Uuuuuuu —se mofó Sakura divertida y salió corriendo escaleras arriba.
A mitad de la escalera, Itachi la cogió en brazos y no la soltó hasta llegar al cuarto. Al verlo sin resuello, Sakura le advirtió:
—Como se te ocurra decir algo de mi peso, ¡te enteras!
Él soltó una carcajada. Echó el cerrojo y, sentándose en la cama, dijo:
—Para encontrarlo me tienes que desnudar.
—Hum, esto se pone interesante —murmuró ella.
Y, con mimo, empezó a abrirle la camisa, dándole un beso por cada botón que le desabrochaba. Cuando se la quitó del todo, vio que Itachi tenía un plástico sobre el hombro derecho.
—Es para ti, cariño —susurró él.
Sorprendida, vio que se había tatuado un signo de infinito formado con la frase «Hasta el infinito y más allá» igual que el que ella llevaba y el que en el pasado había llevado su padre.
—Estás loco —murmuró emocionada.
—Por ti, sin duda, taponcete. ¿Te gusta?
—Cómo no me va a gustar.
Esa noche hicieron el amor con locura, pasión, mientras Utakata llegaba a su casa y cerraba la puerta, sintiéndose solo. Terriblemente solo.
