CAPÍTULO 39 – SINCERIDAD

ERA FEUDAL – PALACIO DEL ESTE

La Diosa Irasue se miraba en el espejo, nerviosa, mientras una criada le peinaba sus largos y plateados cabellos. En unas horas se desposaría con Kirinmaru y no había rastro de su hijo ni de Hanna.

Temía a Ryukotsu.

El Lord de los norteños no dudaría en romper el compromiso con Sesshomaru si su hija no aparecía sana y salva, y las noticias del Palacio de la Luna no eran nada halagüeñas. Uno de sus corresponsales le había advertido que el ejército de las Tierras del Sur merodeaba por los alrededores, y aquello le daba muy mala espina. ¿Desde cuándo los sureños se reunían para luchar? Se trataba de Yokais medio salvajes que no reconocían a ningún Lord como amo y señor.

Por otro lado, Kirinmaru se encontraba cada vez peor y debía tomar la sangre de la mujer apresada en las mazmorras para mantenerse sereno. Sus planes se desmoronaban a la vez que tenía que mostrar lo contrario, simulando estar espléndida en el día de su boda.

Se levantó al escuchar ruidos a través del ventanal de sus aposentos. Una gran algarabía abrumaba la falsa tranquilidad del castillo después de los preparativos para el enlace real. Acudió corriendo al patio exterior donde se abrieron las puertas de las murallas para dejar entrar a un ejército herido.

—¡Touma! —gritó al ver a su fiel comandante llegar plagado de heridas y magulladuras.

La Diosa se acercó velozmente hacia él. Le tocó la mejilla herida con sus manos. Además de su hijo, aquel Hanyo era la persona que más apreciaba de todo el ejército, y respiró aliviada al ver que estaba vivo.

—Mi Lady… Nos atacaron por la noche.

—¿Dónde está mi hijo? —Sus nervios crecían a pasos agigantados, temiendo la respuesta.

—Fueron los sureños, mi Lady… Lord Sesshomaru ha desaparecido.


Lord Ryukotsu acudió a esperar a su hija, Hanna, que entraba en el castillo con lo que quedaba de su guardia real. Se reunieron en uno de los jardines del palacio, pues debían ponerse al día antes de la boda de Irasue con Kirinmaru.

—Hanna… me alegro que estés bien.

—Gracias, padre. Fuimos atacados por los sureños.

—Eso he escuchado, hija ¿Sabes qué andaban buscando?

—Creo que sí.

Hanna se acercó a él, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie les estuviese escuchando.

—Tenías razón, padre. Lord Sesshomaru no es de fiar. Sigue enamorado de ella. Todos los rumores eran ciertos.

—¿De la sacerdotisa? ¿La has visto?

—Al principio no sabía quién era, pero lo empecé a sospechar el día que decidió quedarse a una humana en su ejército personal. Conmigo es frío y no muestra ningún tipo de afecto. En cambio, con ella… no le quita el ojo de encima. Se piensa que no me doy cuenta, y ahora ha desaparecido por querer salvarla.

—¿Cómo sabes que es la sacerdotisa de la que hablan?

—La he visto pelear. Utiliza flechas celestiales muy poderosas.

—¿Así que estaba con vosotros?

Hanna asintió con la mirada.

—Lord Sesshomaru insistió mucho en que nos acompañara. Algo está tramando. Aquella chica se infiltró en el Palacio de la Luna para buscarle.

Lord Ryukotsu se tocó la barbilla, pensativo.

—Eso es terrible para nuestros planes.

—Lo sé, padre. Los dos se aman. Estoy segura.

—Suerte que te envié a vigilarle de cerca, hija mía.

—Debemos hacer algo antes de que sea demasiado tarde.

Lord Ryukotsu miró a Hanna con frialdad.

—Si vuestro compromiso no continúa, nuestros planes se irán al traste, Hanna. Debes casarte con él, aunque ame a otra. Es muy normal entre la realeza. El amor no es importante, sino la unión entre reinos para crear poderosas alianzas.

—Necesito que lleves a cabo lo que hablamos, padre. Haz lo mismo que hiciste con Lord Kirinmaru. Es la única salida que tenemos.

Lord Ryukotsu, ante las palabras de su hija, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie les escuchaba.

—Tienes razón. Me temo que el momento ha llegado. Pensaba hacerlo después de vuestra boda, pero es necesario que se olvide de la sacerdotisa.

—A veces hay que hacer sacrificios para un bien común. Una vez estemos casados, ya no importará. —La mirada de Hanna era cada vez más gélida —¿Y qué ocurre con Lord Kirinmaru, padre? Debería haber muerto antes de la boda para poder casarte con Lady Irasue.

—Ese cretino es más duro de lo que pensaba. Aunque dudo que llegue vivo a la próxima noche de luna llena.

—Eso cambia nuestros planes. Pero saldremos adelante. Juntos gobernaremos sobre todas las tierras y recuperaremos el poder que nos arrebataron.

Ryukotsu sonrió efusivamente.

—Eres digna hija mía, Hanna. Tu madre estaría orgullosa de ti.


Irasue bajó a las mazmorras escoltada por Touma. Necesitaba hablar con Inuyasha y Kyoko urgentemente. Apenas quedaban unas horas para el enlace, y todo se estaba yendo al traste. Respiró, intentando mantener la calma, pero era complicado. La salud de Kirinmaru se estaba deteriorando hasta el punto de empezar a temer por su vida.

—Mi Lady… deberíais ponerme al día con todo lo sucedido. No entiendo nada —dijo el comandante.

—Solo puedo confiar en ti, Touma. Mi hijo ha desaparecido, probablemente secuestrado por las tropas del Sur, y Lord Kirinmaru está cada vez peor.

—¿Así que los rumores de su enfermedad eran ciertos?

La Diosa asintió con la cabeza mientras el comandante la agarraba por los hombros.

—¿Y qué hacéis casándoos con él? Es demasiado peligroso…. No podéis confiar en nadie.

—No te preocupes, Touma. Lo tengo controlado. Te pondré al día con todo. Lo prometo.

La Diosa se acercó a las celdas de Inuyasha y Kyoko, que la miraban con desprecio.

—Escuchadme… —dijo Irasue — Me dijisteis que la enfermedad de Lord Kirinmaru se debe a una maldición. ¿Qué me podéis decir de eso?

—Exacto —dijo Kyoko —No hemos venido a matarle, sino a liberarle.

—¿Sabéis cómo romperla?

—Necesitamos un mechón de sus cabellos para averiguar más —dijo Inuyasha.

—Pero no es suficiente. Lord Kirinmaru morirá si no hacemos algo pronto —respondió Irasue.

—Mi sangre puede calmarlo temporalmente. No le curará, pero ganaremos tiempo hasta que encontremos la forma de romperla.

Irasue observó a Kyoko con recelo.

—No tengo más remedio que fiarme de vosotros. En pocas horas nos casamos y no se puede mantener en pie.

Irasue abrió la celda para sacar a Kyoko de ella.

—Tú… humana. Te llevaré a sus aposentos. No hagas que me arrepienta.


"Oscuridad"

Kirinmaru cerró los ojos. Cualquier atisbo de luz era letal para su dolor de cabeza. Aquellas migrañas no cesaban por mucha sangre que tomara.

Quería morir. ¿Qué sentido tenía vivir así, en constante sufrimiento a la espera de que la luz de la luna llena le diera el golpe de gracia? Era el día de su boda, y ni siquiera podía levantarse de la cama.

Escuchó el ruido de la puerta que se abría de par en par, pero no lograba fijar la vista en ella.

—¿Quién… es? —murmuró sin fuerzas.

—Kirin… —contestó la voz de una mujer.

"¿Kirin?"

Aquel nombre le resultaba familiar. En algún momento de su vida se hizo llamar así. ¿Pero cuándo? Sonaba tan… humano…

Intentó recordar su pasado, pero era inútil. Cada pensamiento le dolía como cien espadas atravesándole la cabeza.

Notó un tacto suave y cálido en su cabello color fuego que le erizó la piel. ¿Quién le estaba acariciando? Era tan agradable…

—¿Me recuerdas? —preguntó la mujer, cariñosamente —Soy yo… Kyoko.

—¿Ky…o…ko?

Apenas le quedaban fuerzas para seguir pronunciando las palabras. Sentía que se moría sin poder pensar claramente. Aquella voz alentadora era un oasis en plena tormenta.

Notó un olor metálico que le causó un hambre voraz. La mujer se había rajado el brazo con un cuchillo, y estaba dispuesta a donarle su sangre.

—¡No! —gritó. Rechazó su ofrecimiento por miedo a herirla. Sentía que aquella joven que lo reconfortaba era demasiado importante.

—No me harás daño, Kirin. No te preocupes. Confío en ti.

Pero él, en su estado, no confiaba en sí mismo. Tomar su sangre era demasiado peligroso para su vida. Debía rechazarla por todos los medios.

—¡Vete! —intentó gritar pese a su debilidad.

—El comandante Touma está conmigo, vigilándome para que no pase nada. Por favor, Kirin, bebe de mí.

El Daiyokai cerró la boca mientras el sudor brotaba de su frente. Si tomaba su sangre, no habría comandante ni Yokai alguno que lograra frenarle. Era demasiado peligroso para ella.

La joven no se rendía. Volteó su brazo sangriento sobre su nariz hasta llegar a la boca. Unas pequeñas gotas descendieron lentamente sobre sus labios.

"No… por favor. Quiero morir"

—Kyoko… no…

Empezó a lamerle el brazo de forma instintiva. Aquella sangre era deliciosa… demasiado como para perder el control. Un grito ahogado surgió de ella cuando le mordió la piel con sus colmillos. La ansiedad se apoderó de él y los ojos esmeralda se volvieron carmesí. Solo podía pensar en saciarse con ella y drenar hasta la última gota de su cuerpo.

El comandante Touma los separó al ver que Kyoko empezaba a sentirse mareada. El rostro de Kirinmaru se volvió fiero, como el de una bestia depredadora al acecho de su víctima.

—¡Lord Kirinmaru! —gritó Touma —Debéis parar. La mataréis si seguís tomando su sangre.

—Kirin… por favor….

El Daiyokai reaccionó a sus palabras, y sus ojos volvieron a su color verde habitual. Observó la escena atentamente, posando su mirada en la de la joven que le acababa de salvar la vida.

Empezó a recordar que se trataba de la mujer con la que había soñado hace unos meses.

—¿Estoy de nuevo en un delirio? —preguntó, desorientado y alzando una de sus manos para posarla sobre su cabeza.

—¡Kirin! —exclamó ella, con tono de alegría, aunque débil por haber perdido tanta sangre. Se lanzó sobre él para abrazarle, y él cerró los ojos, abrumado con su esencia. ¿Por qué su olor le resultaba tan familiar?

—Kyoko… ¿Has venido a salvarme…? ¿Por qué no te recuerdo?

Le devolvió el abrazo, aún confundido con la situación. El dolor de cabeza estaba cesando, pero no conseguía recordarla.

—Escúchame, Kirin. Te han maldecido, y voy a averiguar la forma de romper el hechizo. Se trata de alguien que quiere ponerte en contra de la humanidad.

—Eso no tiene sentido.

Kyoko le miró a los ojos, que estaban recuperando el brillo perdido.

Kirinmaru tocó su rostro con suavidad, mientras a ella se le llenaban los ojos de lágrimas. Por alguna extraña razón, aquella mujer no era una extraña para él.

—La boda… —recordó de pronto. Hoy era el día en que debía desposarse con Irasue para unir los frentes del Este y del Oeste.

El comandante Touma observaba la escena con atención. No lograba entender cómo Lady Irasue había aceptado casarse con un hombre que no la amaba.

"Lo hago por nuestras tierras, Touma" le hubiese dicho ella, que anteponía el bien del reino a sus propios sentimientos. El sacrificio era injusto, pero ya había tomado una decisión y él no lograría hacerle cambiar de opinión.

—Durante unos días te encontrarás mejor, pero después volverás a enfermarte, Kirin. Pero por lo menos hoy podrás casarte… —dijo Kyoko.

El Lord del Este se levantó de la cama. Milagrosamente estaba empezando a recuperar las fuerzas.

—Necesito que nos dejes a solas, comandante —ordenó a Touma.

—Pero debo protegeros. No podemos fiarnos.

—Es una orden.

Touma comprobó que Kirinmaru ya podía mantenerse en pie. No creía que Kyoko osase combatirle, ahora que estaba empezando a recobrar su poder y la consciencia.

—Si me necesitáis, estaré al otro lado de la puerta.

Cuando el comandante abandonó los aposentos, se dirigió a la joven, que seguía en pie, observándole, junto a la cama.

—¿Quién eres, Kyoko? ¿Por qué me ayudas? Eres humana… y conoces el objetivo de este enlace con Irasue. ¿Qué es lo que quieres de mí?

—Quiero frenar esta guerra.

—No voy a frenarla. No me pidas eso.

El Daiyokai se dirigió a la ventana. Necesitaba abrirla y respirar aire fresco.

—La cabeza me ha dejado de doler por completo. Ya puedo disfrutar de la luz del sol.

Kyoko observó cómo cerraba los ojos y se concentraba en oler la fragancia de la naturaleza.

—Vengo del futuro, Kirin. Tú solías ser un viajero del tiempo. Nos conocimos en Tokio, y sé que no odias la humanidad.

El Daiyokai se giró hacia ella.

—No sabes nada de mí. La humanidad es cruel. Si vienes del futuro sabrás que los Yokais nos extinguimos por culpa de los seres humanos.

—En aquel momento te daba igual. Sentías mucha curiosidad por nosotros, e incluso llegaste a amarlos.

Kirinmaru se acercó a ella, atrapándola por la cintura.

—Tú eres todo lo que necesito para mantenerme cuerdo, Kyoko. ¿Por qué debería dejarte escapar?

Sus ojos se llenaron de sangre.

—¿Cuánto tiempo podrás tenerme hasta que me mates en uno de tus delirios? Si yo muero, ya nada podrá salvarte —insistió ella, segura de sí misma.

Kyoko no reveló que el motivo de su poder curativo se debía al alma de Kikyo que se alojaba dentro suyo. La misma sangre que le podía sanar, también era el arma capaz de acabar con su vida.

La joven se mantuvo fuerte, intentando contener las lágrimas. El encuentro estaba siendo más duro de lo esperado. Intentaba hacerle entrar en razón, a un monstruo que odiaba las personas como ella, un Daiyokai herido por su sufrimiento y desconfiado por naturaleza. ¿Cuánto quedaba del hombre que conoció en el pasado? Había recuperado una parte de sus recuerdos, y con cada uno se le hacía cada vez más doloroso.

—Yo te quería… Kirin. Y ese amor que sentí es lo que me ha llevado hasta aquí, a luchar por ti. Quiero que recuperes los recuerdos que te fueron arrebatados para que vuelvas a ser el mismo de antes, y siendo tú, valores si realmente quieres o no continuar con esta guerra.

La calidez de la joven le extasiaba. Era un halo de luz y de esperanza en medio de un mundo plagado de víboras.

Le acarició el rostro con delicadeza, intentando encontrar un atisbo de duda en su mirada. Aquella mujer había sido alguien realmente importante para él. Lo sentía a pesar de haberla olvidado.

—Quiero besarte —dijo él, sin ser capaz de apartar la mirada de sus labios.

Kyoko se sonrojó ante su petición, pero no dudó un instante en acercarse a su boca y corresponder a aquellas palabras que sonaban con tal magnitud. Lo besó suavemente, con la intensidad de saber que en poco tiempo volverían a separarse. Kirinmaru cerró los ojos, sintiendo la locura de la pasión que brotaba en su cuerpo, y cuando sus lenguas se encontraron, se percató que no se trataba de la primera vez. Su cuerpo la recordaba a pesar de que su mente la había olvidado.

Se apartó de ella, sorprendido ante su hallazgo.

—Yo…te quería, Kyoko…

—Lo sé —contestó ella, con los ojos llenos de lágrimas —Por eso te pido que confíes en mí. Por el amor que hemos sentido el uno por el otro.

—¿Qué tengo que hacer?

—Necesito llevarme un mechón de tu pelo. Con él podré averiguar quién te ha hecho esto y así encontrar una cura.

Kirinmaru no dudó un instante. Recogió el cuchillo que la joven había usado para ofrecerle su sangre y se cortó un largo mechón de sus rojos cabellos.

—Debo irme, Kirin —dijo ella, con tristeza.

—No te marches aún, por favor…

La abrazó con fuerza intentando memorizar su olor. Se negaba a pasar por el calvario de tener que volver a olvidarla por culpa de una estúpida maldición. Si su mente le fallaba, le quedaría su esencia, que permanecería grabada en su memoria para siempre.


"Aire…"

Kagome abrió los ojos. Una ligera brisa le rozaba débilmente la piel, sin saber de dónde procedía.

"¿Dónde estoy?"

Intentó incorporarse, pero las heridas de su cuerpo se lo impedían. El costado derecho se hallaba cubierto por una venda.

"¿Alguien me ha intentado curar?"

Se encontraba aturdida y completamente desorientada. Observó a su alrededor, pero no reconocía el interior de la cabaña donde descansaba. Recordó que había intentado luchar contra el Lord de las Tierras del Sur, sucumbiendo ante él debido a su enorme poder.

La frente le ardía.

"Mierda. Tengo fiebre".

La debilidad de su cuerpo humano le estaba pasando factura, aunque se había enfrentado con valentía al demonio que planeaba matarla. Todavía llevaba el kimono negro de combate, pero la cinta color carmesí atada a la cintura se hallaba cuidadosamente puesta encima de una vieja mesa de madera.

Reunió sus últimas fuerzas para levantarse del lecho en el que la habían arropado con la piel de un animal, en busca de una salida. No tardó en hallar la puerta de la cabaña, que se encontraba abierta de par en par.

"Por lo menos no parece que me hayan secuestrado" pensó al ver que existía una posibilidad de escapatoria.

Un silencio sepulcral a excepción del leve sonido de un riachuelo inundaba la habitación. Abrió la puerta lentamente, intentando acostumbrarse a la brillante luz del sol.

"¿Kirara? ¿Shippo?"

Las palabras no surgían de su boca. Aún se sentía débil por la fiebre y respiraba con dificultad.

El paisaje que descubrió tras abrir la puerta de la pequeña choza era idílico. Se encontraba en medio de la naturaleza rodeada de frondosos árboles y un riachuelo de aguas cristalinas. La brisa bailaba tímidamente en su rostro, y el olor a hierba inundaba el lugar.

Su corazón se exaltó al distinguir, junto a la orilla, la perfecta silueta de un hombre que estaba de espaldas, sentado en la dura piedra y con el torso al descubierto. Sus cabellos plateados brillaban con fuerza a la luz del sol, fundiéndose perfectamente con la belleza del paisaje.

"No puede ser. ¿Estoy soñando?"

El hombre se giró hacia ella al escuchar el ruido de la puerta, y sus ojos de color de oro se posaron sobre los suyos. No había rastro de la fría mirada que recordaba, ni de aquella tez impasible a la que parecía no importarle nada. La expresión de su rostro denotaba una mezcla de alivio y preocupación… ¿acaso todavía le importaba?

Las piernas de Kagome empezaron a temblar al ver cómo se levantaba con soltura y caminaba hacia ella, a pesar de las recientes heridas. La alegría de volver a verle se mezclaba con la tristeza de saber que algún día lucharían en diferentes bandos, como acérrimos enemigos en la inminente guerra de humanos contra Yokais.

Pero él la había salvado y se sentía agradecida por ello.

—Kagome…

La joven sacerdotisa no sabía qué decir al pronunciar su nombre. Se notaba con la temperatura demasiado elevada como para poder pensar con claridad.

—No me encuentro bien, Sesshomaru… —bajó la mirada. Su salvaje belleza la intimidaba. —Necesito jengibre y tomillo para bajar la fiebre.

El Daiyokai la asió por la cintura para levantarla ante la sorpresa de Kagome. Caminó hasta el interior de la cabaña y la tumbó en el lecho con delicadeza.

—Estás enferma. Debes quedarte aquí descansando —dijo con tono de preocupación. —Déjame ayudarte.

Su voz sonaba sincera.

—No me debes nada. Estoy bien sola.

Sesshomaru la miró con ira.

—No seas estúpida. Apenas puedes mantenerte en pie, Kagome. ¿Cómo esperas que me vaya?

Odiaba ver su cara expresando lástima hacia ella. ¿Era lo único que podría obtener de él?

—¿Quién ha sido el estúpido durante todo este tiempo? No necesito tu compasión. Prefiero estar sola.

—Iré a buscar las hierbas —dijo el Daiyokai con seriedad.

"Qué terca es" pensó cuando salía de la cabaña en busca de jengibre y tomillo.

Sesshomaru se encontraba en un callejón sin salida. Abandonó a Hanna en medio de la lucha para acudir al rescate de su amada sin importarle nada más. A aquellas horas, si seguía viva, ya habría llegado al castillo del Este y hablado con Lord Ryukotsu. ¿Cómo lograría volver a ganar su confianza después de haber sido testigo de su desesperación por salvar a Kagome?. Por otro lado, su ejército se había dispersado en el asalto de los sureños y él, después de una larga lucha contra Tetsuo, decidió escapar río abajo para mantenerla a salvo. Por alguna razón, aquel Daiyokai la quería muerta.

"Prefiero estar sola"

Aquella frase seguía retumbando en su cabeza. En el fondo tenía razón. Era un ser despreciable que no hacía más que poner en peligro todo lo que le importaba. Si no hubiese sucumbido a su amor por ella, Irasue no la habría vinculado para manipularle. Todos los sucios movimientos de la Diosa habían sucedido por su debilidad. Solo él podía enmendar sus errores y darle una lección. Pero no quería implicar a Kagome en su propia guerra, y tampoco apartarla de su lado sabiendo que los sureños iban tras su cabeza.

Sesshomaru entró en la cabaña una vez halló las hierbas que Kagome le había pedido para bajar la fiebre. Se la encontró delirando, completamente sudorosa y con los ojos cerrados.

—¡Kagome! —gritó, con preocupación.

Le levantó el rostro para ofrecerle un poco de agua, y le mojó la frente con un paño.

—Las… h…hierbas…. —murmuró ella. Apenas le quedaban fuerzas para hablar.

El Daiyokai hizo una pequeña fogata para calentar agua y ofrecerle las hierbas en una infusión. La incorporó para que pudiese beber sin atragantarse.

—Gr…gracias.

Sesshomaru la miró con ternura. Odiaba verla tan débil y enferma por su culpa. La joven había acudido al Palacio de la Luna a buscar explicaciones y acabó emprendiendo un viaje que casi acababa con su vida.

—Voy a examinarte las heridas —le dijo con cierta dulzura.

—¿Y la boda de tu m…madre?

—Me da igual esa estúpida boda.

"¿Es que no te das cuenta de que solo me importas tú?"

No se atrevió a pronunciar aquellas palabras en alto. Kagome ya había sufrido bastante por él, y no se merecía darle esperanzas.

Kagome se ruborizó al sentir el suave tacto de los dedos deslizándose sobre su cuerpo para retirar las vendas que cubrían su torso. Gimió ligeramente al palparle la lesión del costado, que en efecto se hallaba infectada.

—¡Au! —exclamó la joven al notar que el Daiyokai le estaba lamiendo la herida, intentando limpiarla para reducir la infección. Le dolía, pero su compañía la reconfortaba. Se sentía completamente segura a su lado.

"Si te portas así conmigo, no voy a ser capaz de odiarte" pensó ella mientras le miraba a los ojos, tiritando de frío y acurrucada en la manta.

"No me mires de esta forma, Kagome. No voy a ser capaz de separarme de ti. Ni siquiera para salvarte"

Se tumbó junto a ella, esperando a que las hierbas medicinales hiciesen efecto. Le acarició el cabello de forma inconsciente, intentando tranquilizarla para hacerle ver que no estaba sola en su delirio. Sus temblores, cada vez más fuertes, provocaron la necesidad de abrazarla por la espalda, apretándola junto a él para ofrecerle algo de calor. Era tan suave y acogedora… Kagome reaccionó a sus caricias y le apretó las manos con las suyas. El Daiyokai cerró los ojos, confortándose con su aroma casi por necesidad. ¡Cómo había sido capaz de haber vivido cuatro largos meses sin aquella fragancia que le provocaba ansiarla aún más! Deseó que el tiempo se paralizase en aquel momento, solo ellos dos, fundiéndose en aquel cálido abrazo para toda la eternidad.

Porque la vida sin ella a su lado no tenía sentido.

Se quedó profundamente dormida en sus brazos, y él se olvidó de su plan.

—Solo un poco más…— le susurró en el oído mientras le besaba el cuello con ternura. —Algún día, cuando todo esto acabe, te diré lo mucho que te quiero…

"Algún día…" suspiró.


Queridos/as lectores/as:

Espero que os siga pareciendo interesante esta historia. Ya son 39 capítulos desde finales de octubre de 2020, que es cuando la estrené aquí en FanFiction.

No os olvidéis de enviar una review. Cuesta muy poquito y se agradece enormemente.

Un abrazo!