Capítulo 38

"Puedes regresar a los Estados Unidos, no te necesito aquí…"

Hans le había dicho a Elsa que le importaba, algo nunca confesado a otra persona y recibía eso. Era una cachetada a su ofrecimiento de apoyo.

Era… ¿por qué sentía que le escocía un punto profundo de su ser?

En su interior tenía un ardor, pero no de fuego, sino del contacto sostenido con el hielo, que dejaba quemaduras para quien no estuviera preparado, entumeciéndole gradualmente.

¿Qué era eso?

El rey consorte de Arendelle se endureció. ¿Qué era lo que estaba haciendo? Unas emociones dolorosas y conflictivas le estaban controlando. Había sacado las cosas de proporción, imaginando y…

Elsa había recordado lo único importante ahí.

—Es cierto, actué demasiado íntimo y solo estamos juntos por los hijos que tendremos —replicó fingiéndose afable, cubriendo un molesto residuo herido en él.

Ella realizó un asentimiento lento. —No niego que seamos… amigos. Agradezco tu preocupación, pero mi actitud era por mi embarazo. Temo, no mucho. Tengo el presentimiento que llegaré a término. Te informaré por cartas y telegramas.

—Gracias.

Él suspiró con los hombros tensos, viendo con inquina la carta en la mesa.

—Aunque mi tripulación permanece en Suecia durante mi tiempo en Arendelle, mi barco estará aquí la próxima semana, no antes. Me es imposible irme de inmediato.

Elsa parpadeó. —¡No! —Él se sorprendió por su exclamación. —No, no estoy echándote. Debí decirlo con una inflexión demasiado fuerte. Como te he dicho, no sabes lo que pasa conmigo, no me conoces tan bien para interpretar adecuadamente mis palabras. No trataba de ser hostil.

No resopló de incredulidad. Podía estar seguro de que sus palabras habían sido comprendidas como ella quiso que lo fueran.

Por otro lado, en otras circunstancias él habría entendido perfectamente lo que escondía su respuesta, puesto a que había mencionado ese tema (de conocerla) por segunda vez, pero ahora se sentía…

—Sí, y ser enemigos no será bueno para nuestros hijos, ni para tu embarazo —dijo evitando reflexionar cómo se estaba sintiendo. —De todas maneras, puedo permanecer un tiempo más, debido a lo que ocurrió el año pasado.

Elsa lo escuchó a medias, como había estado haciendo desde esas profundas palabras de él. Estaba distraída recordándose situaciones bonitas para no elevar su tensión, pensando en el bienestar de su bebé; iba a mantenerse lo más serena posible para no perturbar su existencia.

Eso le hacía atender poco lo que salía de su boca.

Una parte de ella se odiaba por no aceptar del todo los ofrecimientos de él, los cuales sonaban sinceros.

Porque en el fondo quería más.

Así pues, se había limitado a hablar exiguamente de su miedo a su partida, sin admitir que su confianza había bajado al correr febrero y que él le daba fuerzas.

—Gracias, pero… si está destinado a pasar, nada en nuestras manos lo impedirá.

Le parecía una frase un tanto irónica para otra situación suya que, aun luchando, no se iba.

Y él se había dado cuenta de su inquietud.

Una ola de náuseas la invadió, obligándole a levantarse como un rayo para devolver en el sitio correcto. Las arcadas casi la vencieron, mas consiguió llegar a tiempo al inodoro y dejó que su estómago se vaciara, aguantando el fuego y la acritud que corrían por su garganta. Los ramalazos se repetían en su pecho, presionándole sin piedad.

Al terminar, lágrimas brotaban de sus ojos, más que las habituales en sus vómitos, y, en su malestar, Elsa sabía que no eran solo una reacción de su cuerpo a la expulsión de sus alimentos.

Lavó su boca y aprovechó para hacer lo mismo con su cara, sudada y todavía colorada de su reciente actividad, si bien regresaría al aspecto pálido que había visto en el espejo minutos antes.

Sabía que existía un lado malo con el embarazo, pero no aquello de varias horas al día.

Tocó su vientre; mientras siguiera dentro lo soportaría. Era su manera de reafirmar que estaba ahí.

Mojó de más sus ojos, esperando quitar las líneas rojas alrededor de sus orbes cerúleos. Tenían un aspecto salvaje y herido con esas venas notorias.

Tras un suspiro, fue a la puerta que cerró como barrera. Apenas abrió, encontró un obstáculo en forma de un hombre centímetros más alto que ella.

—He allí el motivo de estar en mi habitación —musitó con la mirada baja, presionando sus dedos en el pecho de él para alejarlo del olor asqueroso preponderante en el baño.

—Entiendo —replicó él suavemente. —No pasará desapercibido.

—He instruido a Gerda y Kai para proveerme de lo que necesite.

Ambos se habían emocionado y había recibido remedios para su malestar, como el té del día anterior, del mismo que le llevarían en una hora.

Hans exhaló. —Tienes todo resuelto.

No.

—Bajaré más tarde a tu oficina para una partida de cartas, si me siento mejor —expresó guiada por el arrepentimiento de antes. Llevó su mano al antebrazo para respaldar su intento de borrar una animosidad.

La sonrisa de lado de él le supo falsa. —Si es tu deseo jugar, yo subiré.

Ella no aceptó o negó porque él no le dio oportunidad al girarse hacia la salida.

Una vez sola, frotó sus ojos ardiendo y continuó su trabajo, callando a la voz a lo lejos que le gritaba que era una tonta y cobarde.

{…}

Hans creyó que bajo el agua relajante de la regadera se iría la intranquilidad en su interior, pero después de prolongar su ducha lo suficiente no veía resultados. De haberlo sabido no se habría aseado así durante la noche helada.

Apretó los labios y finalizó el flujo del agua. Se apresuró a cubrirse en ese cálido ambiente —del vapor y la caldera— que no le daría escalofríos.

Salió a su dormitorio con su bata puesta y una toalla en el cuello; en este cogió un peine y se sentó frente a la chimenea para arreglar sus cabellos húmedos, evitando que en la mañana estuviesen difíciles de domar. Eran ondulados, en vez de completamente lacios, y un descuido como ese tendría consecuencias lamentables.

Concluida su tarea, apoyó el borde del peine en su mentón y se quedó quieto observando las llamas, contrastando la agitación debajo de su piel. El corazón le corría tan rápido como un ferrocarril, su cuerpo cosquilleaba y un sentimiento no identificado le hacía querer rascarse para quitarse una comezón que tampoco era eso en realidad, pero era lo más cercano a su comprensión.

Exhaló hasta que le dolió el pecho de forzarse a hacerlo.

Supuestamente se había endurecido para que el suceso de la tarde no le perturbara, y parecía que no lo había logrado. Ahora bien, tampoco había sido como creyera en su momento, su precipitado discurso no tenía razón de ser, Elsa no le rehuía ni sufría como imaginaba, solo tenía unos terribles malestares por su gravidez, que podían haberla tenido irritada y a la defensiva.

Ella incluso le había dicho que eran amigos y que le escribiría y mantendría informado de lo que pasara en su embarazo.

Él era ignorante de lo que competía a la gestación, porque era hombre, era el hijo más chico, nunca se había fijado en sus cuñadas, y las mujeres de la aristocracia con las que pudo tener contacto se recluían en el campo en esos meses. Por lo tanto, no sabía lo que implicaba ese dichoso estado y la actuación de ella podía deberse a estar encinta.

La inquietud de ella era lógica. ¿Por qué él no se calmaba?

¿Se debía a sus desatinadas palabras, cuya respuesta de Elsa palidecía en comparación de las veces que había sido considerada con él por su infeliz historia personal? ¿Era debido a lo que había acontecido después de lo dicho por ella? ¿O había una cosa que él no veía?

Las preguntas vagaron por su mente hasta que se mesó su cabello y lo descubrió seco, tibio como su cara. A ese signo de tiempo se anexaba el fuego muriendo.

Se quitó la toalla del cuello y la depositó en el respaldo de la silla antes de dirigirse a la puerta que conectaba su habitación con la de Elsa. En vista de que probablemente no tuvieran sexo, no sabía por qué iba a la cama de ella; tal vez lo hacía porque en el frío del invierno dormía más cómodo con otro cuerpo cerca, del que solo en sus manos había una temperatura baja, y si Elsa no decía nada, él simplemente seguiría su rutina predominante —veinticinco días del mes sin el sangrado de ella justificaban que lo fuera.

Ella estaba cepillándose su platinado cabello frente al espejo, a través del que lo miró.

Experimentó un hueco en el estómago.

—Acuéstate —indicó ella cerrando los ojos.

Sin hablar se sentó en el lado derecho de la cama; ella había estado favoreciendo el otro desde saber sobre su embarazo, a pesar de que debía caminar más para ir al baño. Se puso los calcetines resistiendo las ganas de comprobar que le espiaba y se recostó con los ojos abiertos.

Unos largos minutos habían transcurrido cuando Elsa se acercó. Él se giró a su costado para observarla.

Ella se acomodó su cabello sobre su espalda. —Hoy no… —se interrumpió subiéndose al colchón. —Buenas noches.

Se acomodó boca arriba. —Que duermas bien.

—Y tú —murmuró ella.

Fue un momento engañoso que avivó sus sospechas, oponiéndose a la explicación de ella temprano. Eran cordiales y compartían el mismo espacio, pero Hans tenía la sensación de que no era igual que en las últimas semanas; había algo interponiéndose entre los dos. Si no se equivocaba, tenía dos días presentándose.

Estaba en blanco de ese algo; le era difícil discernir la situación.

Tampoco trataría de dedicarle demasiados pensamientos; el embarazo de Elsa no peligraba y eso bastaba por ahora. Quedaba la posibilidad que sí estuviera equivocado, era la primera vez que trataba con una mujer encinta.

Lo dejaría en paz.

(Aun así, sintió inconformidad y molestia que no identificó. Ambas dirigidas a su aprensión de adentrarse en el tema.)

Hans estaba quedándose dormido cuando sintió que el pie de Elsa se posaba encima del suyo, brindándole más calor que sus calcetines. Otros días había amanecido así, aunque nunca había estado despierto mientras ocurría.

Cayendo en el efecto drogado del sueño, ni siquiera fue consciente que su desazón se esfumaba.

{…}

La felicidad por la aprobación del hospital proveía a Elsa de un buen remedio contra las inquietudes y malestares de sus días recientes, así que abrazaba el gozo riendo sin parar. Era agradable olvidar los pesares y mantenerse con ánimos un cierto tiempo.

—¡Lo he conseguido! —celebró en voz alta en medio de su habitación, yendo hacia su cómoda cama.

Se acostó en ella sonriendo.

El pueblo había quedado impresionado y entusiasmado por esa aproximación de Arendelle al siglo veinte, como los beneficios que traería para todos. La construcción comenzaría cuando los materiales no disponibles en el reino fuesen adquiridos. Enviaría a Kai a Noruega, Suecia, Dinamarca y Alemania para los encargos, además de su visita al ingeniero germano que recomendara Hans, otro conocido en la rama a quien él había enviado unos telegramas hasta conseguir contactarlo y obtener una cita.

Y si no estaba disponible, ya contaba con una lista de expertos valorados por su exigente marido, para los que la inmediación de Kai y su embarazo harían más difícil una reacción como el señor Erikson.

Cogió la almohada a su derecha y la abrazó a su pecho contenta, pero se detuvo al sentir el aroma cítrico y tranquilizante de Hans.

No habían cambiado las sábanas.

Sintió las orejas arder al pensar que las doncellas sabían cuándo intimaba con su esposo. Era una cosa que le causaba bochorno cuando recordaba aleatoriamente; si hubiese crecido con la estricta crianza de una futura reina, le quitaría relevancia, mas no había sido así.

Elsa agitó la cabeza y apretó la almohada pensando que, de haber estado sola en la noche, no tendría ese olor.

Ocultó la cara en el mullido artículo. Había dormido con Hans tratando de mantener un buen ambiente y porque no había podido pronunciar palabras para que no acudiera a su cama o se fuera de su dormitorio, aunque no hicieran nada.

Verdaderamente, con las desventajas del embarazo y ese asunto rechazado que no se difuminaba de sus pensamientos, estaba en un desequilibrio en su conducta que podía tenerla de los nervios si no tratara de mantenerse positiva.

Y cuerda y distraída, concentrándose tanto en su trabajo, como en sus síntomas y en cosas nimias.

…Ese era el motivo de tener temple después de la conversación con Hans dos días atrás, sobre todo porque de pronto llegaban imágenes de su reacción a la respuesta que le había dado, que en el momento no se había detenido a mirar (de algún modo, a expensas de su capacidad de atención, había conseguido guardar la cara lastimada de él.)

Alejó la almohada de su rostro y la dejó en su sitio, procediendo a pararse e ir a la mesa, junto a la que se sentó con el cuaderno de bocetos que acababa de tomar.

Dibujar sería más sano para ella, en especial con su actual diseño, una cuna. Pese a que usaría la que por aproximadamente dos siglos habían ocupado en su Familia Real, deseaba dar vida a sus ideas y permitir que alguien disfrutara de ellas.

Era un trabajo en proceso con muchas correcciones, porque su objetivo era enfocar sus trazos en la estrella central de su magia, y ninguno de sus intentos le había convencido.

Al mover su lápiz creando los picos y rombos principales, su mente fue hacia la posibilidad de que sus hijos tuvieran poderes.

Se frotó su vientre escasamente plano.

Dudaba si lo quería o no, mas lo aceptaría si ocurría.

{…}

No todo el tiempo sus náuseas le quitaban el apetito a Elsa y podía alimentarse correctamente, lo cual ocurría en esa cena antes de la partida de Hans; lo paradójico era que ahora quien no sentía ganas de comer era ella, y se obligaba porque sería un error privarse de sus comidas cuando su estómago no reclamaba la ingesta.

Se sentía dividida por el regreso de él a América, veía los beneficios de que lo hiciera y de que se quedara, así como la implicación de su renuencia y su apertura al viaje.

Y lo que sería de su relación por aquella rareza que pendía entre los dos gracias a actos suyos. Hans no era tonto para ignorarlo, o ella estaba imaginando escenarios por su resistencia a afrontar una verdad que heriría.

¿Quién voluntariamente se sometería al dolor de amar sin ser correspondido, ni esperanzas de serlo?

Que le importara y la respetara no era sinónimo de que tuviera sentimientos profundos por ella y estar enamorada solo le daría descontento.

De soslayo buscó a Hans, encontrándose con sus ojos en ella. En el silencio tenso de la mesa, ese intercambio de miradas fue opresivo hasta transformarse en liberador.

Parecieron decirse que serían civilizados y no ventilarían sus problemas en público, como la otra pareja callada en el comedor. Lo demostraron al empezar a conversar sobre una traducción de un libro ruso que él le había prestado hacía unas semanas.

Discutiendo Guerre et Paix, la comida discurrió amena e interesante.

Para Hans eso era un alivio, un tanto inconforme con su elevación de anclas al día siguiente. El haber concluido el libro en Arendelle —donde sí tuvo cabeza para hacerlo, a diferencia de Nueva York— y brindado la oportunidad a Elsa de leerlo, servía para algo. Además de obtener una buena perspectiva de la obra, ganaba un esparcimiento a su mente.

—Esto viene a tema con lo que hablan, y habremos más participantes en la mesa. ¿Qué tal si confrontamos Les Miserables? Todos le hemos leído —sugirió Anna en un momento pensativo de Elsa y él.

La elección le supo a indirecta.

Hans enarcó una ceja hacia Kristoff, quien gruñó que lo había leído por Olaf.

Su esposa y él se miraron y encogieron de hombros.

Al final el rubio no participó, probablemente demasiado feliz porque la princesa de nuevo hablara mucho en su presencia, pero la cena corrió más rápido y pronto se había acabado.

Elsa y él fueron los primeros en salir del comedor. Juntos llegaron al vestíbulo vacío, donde ella se aclaró la garganta.

Quizá giró bruscamente la cabeza, porque escuchó su hueso tronar.

—¿Quieres jugar una partida de cartas? —preguntó ella casi insegura.

Sin pendientes por su marcha, asintió. Su tripulación, como siempre, había trabajado con eficiencia para cargar su mercancía en menos tiempo del que acostumbraban, no dilatando su estancia con preparativos.

Elsa esbozó una pequeña sonrisa.

—Voy a mi dormitorio —le informó ella antes de que él fuera en busca de una baraja.

Cuando entró a la habitación de Elsa, ella ya estaba en ropa para dormir, por lo cual él le dejó el mazo y partió a cambiarse. En su regreso, fue sorprendido al verla sentada en la cama con los snowgies listos.

—Es cansado estar en el mismo asiento del día —explicó ella con una almohada en su regazo, apoyada en otra a su espalda, contra el cabezal.

Rió entre dientes, acomodándose al lado opuesto, recargándose en un poste. A diferencia de ella, de pies estirados, él dobló las piernas y las cruzó entre sí.

Mientras barajeaba, la atrapó rozando su vientre con sus dedos. Tuvo un efecto cándido en él y sonrió.

—¿Le dirás a Anna antes de que zarpe?

Elsa negó.

—¿Estarás bien?

—Puedo lidiar con ella.

Ahora creía que sí. Se veía más resistente a la influencia de su hermana en su vida; había cambiado. Podía ver que se había suavizado; si bien no había perdido su compostura, su circunspección había tomado un rumbo menos agobiante para ella.

Eso no había borrado la impresión inicial de respeto de él, o la certeza que había escogido adecuadamente a su esposa.

Además, de alguna forma sentía que no prevalecía el Hans que se había casado con ella.

—¿Póker? —corroboró.

—Sí. Y, Hans, cuando regreses al final de mi embarazo, definitivamente nos sentaremos a decidir nuestros arreglos de crianza y vivienda.

Afirmó con la cabeza, repartiendo las cartas. —¿Por qué, si somos tan provisorios, hacemos tal muestra de desidia?

—No lo sé —respondió ella con un suspiro.

Repentinamente sus apuestas desaparecieron y al levantar la vista se encontró con que Elsa estaba arrodillada en el colchón con las cuarenta y siete cartas en la mano —las cinco restantes del mazo eran sujetadas por él—, sin snowgies presentes.

—Ya no quiero jugar —dijo ella entregándole los naipes.

Él frunció el ceño y los reunió para depositarlos en la mesa auxiliar, confundido con su conducta.

Acababa de soltar la baraja cuando la mano de ella lo jaló de la muñeca. A continuación, ella le rodeó el cuello atrapando su boca en la suya.

Tardó unos segundos en reaccionar y, de rodillas como ella, pegarla más a él mientras ladeaba su cabeza. El corazón le latía acelerado del asombro, y su ritmo incrementó al reconectar con la merienda húmeda de ella que tenía días sin probar.

Ella rompió su contacto con un gemido. —No tanta presión, mis senos pican y están pesados.

—De acuer… —Elsa volvió a besarlo cortando sus palabras.

Hans cerró los ojos y tuvo cuidado de no abrazarla a él con mucha fuerza, acariciándole la espalda sosegadamente. Descubrió así que ella ya no tenía su ropa de dormir.

Las manos de ella trazaron los costados del rostro con delicadeza, entumeciendo cálidamente su piel; de a poco, bajaron por su cuello, consintiéndole con sus gráciles dedos que hacían saltar los pequeños pulsos de su carne.

Ella detuvo la palma encima de su corazón apresurado, creando un efecto contradictorio de calma y urgencia que le hizo romper sus besos con ella para aspirar con vigor. Eso fue aprovechado por su mujer para concentrarse en quitarle su batín.

A ciegas, sosteniéndose de sus memorias, él reclamó su faz fina presionando sus labios en todo su contorno, a la vez que interrumpía el contacto de su espalda, pues las mangas de su ropa empezaban a deslizarse por sus extremidades superiores debido a las gratas atenciones de Elsa.

Mientras terminaba de deshacerse de la estorbosa prenda, ella se centró en su pecho, palpándolo hasta llegar a sus constreñidos testículos, creando un tortuoso agasajo que lo tuvo jadeando y gimiendo sin contención.

Ella unió a su miembro a la fiesta. —Te sientes… tan bien —halagó él sujetando su rostro con ambas manos. A través de sus ojos entrecerrados la vio sonreír.

Alcanzó su mano a sus labios y delineó los dos ribetes rosados de terciopelo con uno de sus pulgares, apreciando el gesto genuino de su expresión que le confería suma belleza.

Su acción causó una pausa en los movimientos de ella, que bajó los párpados inspirando lento.

Hans continuó acariciando sus labios unos instantes más, pero al saberla de rodillas, abrió los ojos para sujetarla de la nuca y la cintura, ayudándola a recostarse con él a su lado.

La parte punzante de su anatomía le exigía el canal apretado que más lo aliviaba; sin embargo, su mente tenía otras ideas al ver que el pecho de ella se elevaba con su respiración fuera del ritmo normal.

Algo dubitativo, llevó su mano a la altura del seno izquierdo y tocó la punta firme con la yema de uno de sus dedos.

—¿Cuánto es suficiente? —preguntó dibujando un círculo en ese trozo de nuez; ligera caricia que le robó suspiros a su compañera.

Su meñique tanteó el territorio níveo alrededor del fruto codiciado por su otro dedo.

Ella soltó un sonido de placer.

—Te… lo diré —contestó Elsa posando su mano en su hombro.

Asintió y se inclinó hacia el montículo derecho, besando su cumbre, cuidando el toque en ambas molduras de ella. Quería descubrir el límite de Elsa embarazada.

Fue considerado aunque la tensión crecía y la demanda de su propio cuerpo se disparaba a lo alto, doliendo como nunca antes. La respuesta temblorosa de Elsa y ese mundo desconocido avivaban su deseo cual leña al fuego.

Y casi podía oler las aguas que detendrían ese incendio.

Su mano descendió hacia el vientre de ella, no exactamente como lo recordaba; ya no se disminuía su tamaño al estar acostada.

Había alguien.

Se incorporó volviendo a su rostro para capturarla en un beso, consciente de que no estaba solo.

Su esposa y su hijo.

El pensamiento tuvo una influencia indiscutible en él, embriagado de emociones, que debió dejarse caer en su lado izquierdo. En esa posición haló de ella para no separarse, colocando su pierna sobre su cadera, dejando sus intimidades a nada de distancia.

Elsa enredó sus dedos en su cabello. Hans buscó su cueva palpitante.

Se alineó y la penetró centímetro a centímetro mientras ambos se miraban atentamente.

Y así siguieron con sus tardadas acometidas que hacían el tiempo eterno.

No supo por qué acoplarse con ella antes o después de una ausencia se sintió diferente a otros momentos, pero lo fue.

{…}

El año anterior Hans le había pedido a Elsa que acudiera al muelle por su intención de demostrar al pueblo que no existían problemas entre ellos.

Esa ocasión no lo había hecho; quizá por sus náuseas, porque no era necesario con el embarazo que se sabría en pocas semanas, o porque le era indiferente su presencia. No obstante, Elsa tuvo la iniciativa de ir al embarcadero para despedirlo, sin detenerse a pensar en la motivación detrás de su decisión.

Su bebé le había ayudado, teniendo en cuenta que su única devolución había sido al despertar en la madrugada, y había podido desayunar sin molestias. Rogaba que el olor del pescado y la visión del barco moviéndose no pusieran la desgracia en su estómago.

—Skygge, ven conmigo al muelle —apremió a su gato, que no entendía dónde o debía tener una intuición mística para hacerle caso e ir a la zona que evitaba.

Cerca de la plataforma con poco público, vio a Hans a punto de subir la pasarela de madera. Estaba muy lejos para llamarlo, pues necesitaría un grito impropio para una reina, y correr en un suelo húmedo no era adecuado en su condición.

Aun si él siguió ascendiendo, ella no se detuvo, con la esperanza de que la viera antes de quitar la pasarela.

Entonces, como si escuchara sus ruegos, él paró a mitad de su rampa, volviéndose hacia su dirección. Su corazón saltó cuando su marido elevó sus cejas en señal de que la había atisbado.

Elsa disminuyó su velocidad y él comenzó a descender a tierra, sin desviar su mirada de ella.

Hans se sentía impactado de que ella hubiera ido a despedirlo; francamente no lo esperaba y creía que las frases intercambiadas tras desayunar, en las que su mujer le había asegurado mantenerlo informado del progreso de su embarazo y deseado buen viaje, eran sus palabras de partida.

(Además del sexo de la noche pasada.)

Debió de ser el impacto el que causara un ardor en su pecho por la aparición de ella en compañía de su sombra, misma que se pegó a ella al estar en la plataforma sobre el agua.

Llegó a su encuentro y sonrió de lado.

—¿Quieres ir a Nueva York?

Ella negó.

Bajó la mirada al sentir el roce del felino en su pierna.

—Ah, sí, tendrás que molestar a tu ama por varios meses, Skygge —se burló. —No mucho —añadió sin aludir al secreto que contadas personas conocían.

Al devolver sus ojos a Elsa, tuvo una vaga impresión que temblaban. —¿Qué has olvidado? ¿Ocurre algo?

Un suspiro de ella reflejó la incertidumbre en él.

—No sé.

Una emoción desconocida quiso aliviarla, pero también recordó el acontecimiento de hacía una semana y lo que le había sucedido.

—Tengo miedo al mar, por mis padres…

Supuso que el temor estaría siempre.

Y si túA ti… —El labio le tembló. —Cuídate —murmuró Elsa; con su proceder, colándose en su inseguridad.

Tragó saliva entendiendo esa declaración de su valía para Elsa. No temería por cualquiera.

Se acercó inclinándose. —Me importas Elsa, y tal vez seas la única persona sin mi sangre a la que diga eso.

—Tú también me importas. —Su corazón se aceleró. —Mucho, pero no más que…

—No busco nada más —interrumpió pasivamente. —Porque me importas, estaré de vuelta… y… conoceremos a nuestro bebé.

Lo susurró con más emoción de la que correspondía. Ella sonrió y él también lo hizo.

Antes de separarse presionó sus labios contra la piel sonrojada de su mejilla, ocasionando que ella cerrara los ojos en la duración de su contacto.

—Cuídate. —Se dobló para ahuyentar a Skygge de sus pies y luego se giró.

Estaba por avanzar hacia el barco cuando sintió un tirón en la manga de su ropa. Su respiración se pausó y se volvió a Elsa.

Evitando su mirada, ella extendió sus antebrazos con las palmas hacia arriba, de las que expidió un brillo azul que él reconoció.

Un cuadrado de tela negra apareció sobre las manos de Elsa, que le fue entregado. —Es un abrigo.

Con un insólito nudo en la garganta que le robó la capacidad de hablar, agradeció en forma de asentimiento.

—Viaja a salvo, por favor.

Elsa esbozó una sonrisa mientras él se giraba de nuevo. Ya no le impidió su partida y le observó unirse a su tripulación en el enorme barco.

Muchos sentimientos quemaban su mitad superior, acumulando detrás de sus ojos una sustancia que contenía, porque no iba a llorar ahí.

—Ha sido diferente al marzo pasado.

Brincó al oír el comentario de su hermana.

—¿Por qué esa tirantez si tú tienes un estado interesante?

Elsa se quedó estupefacta al escuchar a Anna, evidenciándolo con la expansión de sus ojos y un ruido de sorpresa.

Giró la cabeza hacia su hermana. Esta sonreía divertida.

—¿Qué acabas de decir?

—Me harás tía.

Pestañeó anonadada, sin disimular sus emociones. —¿Cómo?

—Lo he intuido y acabas de confirmarlo. —Abrió la boca sin saber qué decir. —No pasa nada, disfrútalo y no te detengas por mí. En lo tocante a mi comentario, ¿por qué él no parece contento y su despedida fue más apagada que el año pasado? ¿O se ven menos cariñosos que estas últimas semanas? ¿Hay algún problema entre ustedes?

Irguió los hombros, irritándose porque le recordara ese tema. —Anna, yo no me inmiscuí en tu matrimonio, mantén tus preocupaciones en el tuyo. Y recuerda por qué me casé con Hans.

Su hermana resopló. —Solo para que lo sepas, las preguntas no te las hice por mí, sino por ti. No es algo que únicamente yo sé, tú también sabes que eran felices. —Anna negó con cara de frustración. —¿Cuándo dejarás de arruinar tu vida por el miedo o por los demás?

¿Qué llevaba a Anna a pensar —sin equivocarse— que la culpa era suya?

—Tienes una gran imaginación —replicó y se fue.

{…}

Horas después de que Hans zarpase en el Hela, Elsa se encontraba en su solitaria habitación. Acomodada en un sillón de cara a la ventana, observaba el cielo nocturno con la melancolía rumiando en su interior.

No quería recostarse. Su cama se sentiría muy vacía.

Era increíble que ni en los días de su sangrado tuviese tal idea, pero que los aposentos vecinos estuvieran ocupados le quitaba esa curiosa impresión. Había un sentimiento reconfortante en saber que Hans estaba a unos cuantos metros.

Por supuesto, se sentía mejor teniéndolo en su cama.

—Sí.

En esa soledad entendió que no necesitaba yacer con él en el modo carnal, sino su presencia. En algún momento había comenzado a transmitirle felicidad, confianza y comodidad… lo que Anna le había sugerido (no por primera vez). Había sido así porque Hans la comprendía en más de una manera y generalmente había actuado de la forma que ella necesitaba.

Rió derramando lágrimas que había guardado durante el día.

Qué opuesto a su inicio y a todo lo que se había jurado entonces. Con el tiempo había llegado a no estar tan despierta con él; había podido relajarse junto a su esposo y confiarle trozos de ella que había protegido con mano firme por años. Había superado uno de sus grandes miedos sin una catástrofe de por medio y como recompensa había conseguido a un amigo y compañero que la entendía y gustaba como era.

Debió haber escuchado a su hermana, aunque probablemente el resultado no habría sido el mismo si en un inicio le hubiera dado una oportunidad a su matrimonio y al hombre con quien se había casado. Desde el principio de su acuerdo con él, Anna le había dicho que no podía pasarse tiempo sospechando o no poniendo algo de ella, manifestando que podía gustarle a Hans, que se llevaran bien, en que buscara su felicidad, y muchas otras cosas.

Él había sido la persona indicada para aquello. Para ella.

Incluso si no se querían románticamente.

Por esa afinidad, los eventos en su matrimonio le habían llevado a confiar en él, ella misma atravesando el hielo y obstáculos con los que se había rodeado para no permitirle ver más allá de la superficie. No había querido estar a merced de un hombre tan perspicaz que, sin esfuerzo, podría acabar con lo que ella había trabajado para construir… la Elsa que le exigía el mundo.

Volvió a reír. Al comienzo, seguirle el juego con una fachada había sido el modo de mantenerlo distraído de ir más a fondo respecto a ella —también para corroborar que seguía teniendo emociones—. Y en el correr de su matrimonio había dejado de ser así, se había relajado y sentido a gusto.

Había usado bromas distractoras con él, mas por cuenta propia su corazón había decidido eliminar las capas que le cubrían y no preocuparse por que él supiera sus debilidades y tormentos… Había superado su desconfianza nacida de la duda sobre ser suficiente para alguien y fallar en serlo

Había dejado que la descubriera…

…Y también se había descubierto a sí misma. Quién era ella y no lo que debía ser.

Elsa.

No la fuerte mujer mágica.

No la reina inalcanzable.

No la bruja despiadada.

No la dama insensible.

No la hija perfecta.

No la hermana consentidora.

No la callada joven conformista.

No la indicada para el sacrificio.

No la imagen que había tratado de cultivar y que era una extraña en el espejo.

No la que aseguraba innecesaria la aceptación de otros, cuando se veía afectaba por opiniones ajenas y en realidad era su propia aprobación la que no tenía.

No a todo excepto lo que le hacía feliz.

Era Elsa; curiosa, reservada, amable, resentida, insegura, obstinada, quisquillosa, leal, comprometida, compasiva; artista obsesionada con el azul, adicta al chocolate, amante del baile, soñadora de libertad, mujer medida en sus afectos y mala compañera de las emociones (que le llevaba a impulsividades varias).

…una humana débil y frágil por sí misma, pero una guerrera cuando se trataba de otros.

Solo era una persona queriendo vivir para alcanzar su felicidad, sin la expectativa de ser alguien diferente y ceder sus más sinceros deseos.

Lloró lágrimas gruesas, espantada y aliviada de no haber huido y atreverse a enfrentar a su enemigo de años.

La reflexión de su persona.

Había ignorado analizarse con temor de la conclusión a la que iba a llegar de ella misma y por el sopor que le daba el ser en que se había convertido por una vida plagada de desgracias y concesiones, y de relaciones cercanas insatisfactorias.

Detestaba reflexionar, ya que, en el encierro, para dominar sus emociones, había tenido que hacer mucho de eso y había llegado a pensamientos que no favorecían a los demás, haciéndole sentir culpable y ruin (desatando la magia en su interior).

—Irónicamente, es lo que te hacía falta —expresó en un murmullo, con la voz ronca. Tenía que afrontarse para avanzar y arriesgarse al futuro que se merecía.

…donde se incluía la relación con Hans y sus sentimientos hacia él.

Empero, era un asunto que podía aplazar en esa distancia.

O le extrañaría mucho más que en aquel preciso momento.

(A solas, con ella misma.)


NA: Hola, gente tolerante y amable conmigo.

Según, en el pasado, en público, no se podía decir la palabra "embarazo" o sus conjugaciones, porque era tabú. Me leí imágenes de unas publicaciones médicas y de periódicos para mujeres, donde repetían "estado interesante", y no saben cuántas viradas de ojos hice.

Hela es la diosa de la muerte en la mitología nórdica. El nombrecito le va al barquito de Hans, pero también porque solo le falta la s para ser Helsa XD .

Como pudieron leer, Hans se acerca más y más hacia descubrir el amor que siente. A su manera, cada uno lidia con sus sentimientos, es ese momento en el que frustra que no lo sepan, pero si se llevara a la realidad hasta serían bien comprendidos ja,ja.

Y no vieron la guerra que se imaginaban con Anna al enterarse del embarazo. Me estoy riendo de pensar en sus caras al tocar esa parte, y que fuera tan pacífico y desapercibido. Todo tiene un por qué, pequeñines.

Por último, llegar a la escena del final me daba ansiedad, pues era una reflexión que había planeado desde un comienzo y cada que dejaba escapar cosas en los otros capítulos iba perdiendo una frase o dos, disminuyendo mi idea. Elsa había estado tanto tiempo negando a verse, como a sentir, hasta hace poco, y tenía que pasar para que pueda obtener su plenitud (y dejar de ser tan difícil de roer).

Siento y ahí sí puedo estar un poco de acuerdo con Disney y Frozen 2 (al llegar a Ahtohallan), que Elsa ha pasado su vida buscándose a sí misma y resistiéndose a hacerlo por lo que debe de soltar. Algo no solo de ella, es la búsqueda de identidad que el ser humano necesita y que generalmente se lanza a la adolescencia, como muchos recordarán de algún libro de Ética, Valores, Orientación, etc. Aquí me quedó bastante ligero, pero se obtiene la idea en general y cómo descubrir a la "Elsa" le servirá para pulir su relación con el mundo.

Incluso pueden pensar que no se amaba a sí misma, a como se obligaba a ser, y por ello era complicado que aceptara amar a Hans (un amor no tan "obligado" como lo es querer a un hermano).

¿Qué les deparará a nuestros protagonistas ahora? Sigan leyendo.

Besos, Karo


Guest1: Elsa está sobreviviendo, pero en el proceso da una frustración para quedar pelona. Es que aparte de enamorada de un caso difícil, tiene otras cosas de sí misma que le ponían trabas. Ya tendrá la apertura que quieren con Hans, nada más falta que él vuelva ja,ja. / Por Anna, me da que tu presentimiento te ha fallado hasta ahora, parece que no es tan predecible. Cada vez que salga estarás con los nervios crispados hasta que salga con sus cosas :D .

Guest2: Elsa tenía que seguir frustrando, es inevitable con su forma de ser, pero con este capítulo se aplaca tantito. A ella también le dolió su actitud con Hans, pero optó por sobrevivir "sacando las garras". Si supiera que él la ama. Sin embargo, Hans necesita esa jalada de orejas, porque le llevaría veinte años si iban tan tranquilitos. / Pues el malentendido no se arregló como tal ahora, pero ellos dos son civilizados y se necesitan mutuamente que se hacen ciegos a su problema para poder tocarse todavía. / Uy, sí, a Elsa le reprimieron mucho y no puede ver que él la ama sinceramente, pero él tampoco lo tiene muy claro y pone la cosa difícil. Te juro que con la ida a América le servirá. ¿Crees que él sí pensará que es digno del amor de Elsa?