Saint Seiya: Siguiente Generación.
Fanfic escrito por: Andrómeda
Primera Fecha de publicación: 3 de junio del 2011; para la página de Facebook: Yuna De Águila (Saint Seiya Omega Ω)
Edición: Rankakiu
Disclaimer: Saint Seiya es propiedad de su autor Masami Kurumada; así como de TOEI Animation LTD.
Nota del editor: Muy buenas a los lectores de este Fanfic. Es un gusto dejarles el trigésimo noveno capítulo de Siguiente Generación, escrito por la autora Andrómeda. ¡Estamos a un solo capítulo de que termine esta grandiosa historia! Sin más que agregar, los dejo con la lectura, esperando sea de su completo agrado. Saludos.
Rankakiu
En el capítulo anterior de Siguiente Generación: De forma inesperada, Idalia ejecutó una técnica que le permitió adentrarse en la mente de Sharon, invadida por el dios Deimos. Ahí mismo, la santa de Fénix, se da cuenta que Deimos aprovechó la tragedia que le había ocurrido a Sharon (y que, equivocadamente, Idalia reprimió) para apoderarse de su cuerpo. A pesar de reconocer sus errores, Idalia no puede acercarse a Sharon para liberarla, sin saber el la explanada de la estatua de Athena, los santos estaban a punto de combatir contra el Héroe Mítico Belerofonte, sin embargo, Ares, dios de la guerra, hace acto de presencia y revela el origen de Aarón, además de poner manos a la obra y ser el mismo en acabar con la vida de Athena, sintiendo que su victoria está cada vez más cerca…
Siguiente Generación
Capítulo 39: Corriendo contra el viento (Parte III).
Si antes estaba frustrada, ahora estaba desesperada. Desesperada de no poder acercarse más a su amada hermana menor. Desesperada de no poder ayudarla. Desesperada de no liberarla del control de Deimos. Desesperada de no poder salvarla.
Había hecho ya cientos de intentos de acercarse a Sharon, y todos terminaban con el choque eléctrico, cada vez más intenso y, por tanto, cada vez más doloroso. A pesar de querer mantenerse fuerte, a Idalia se le salieron las lágrimas en su desesperación. Quería solamente a ponerse a llorar por el fracaso de hermana que había sido. No obstante, tras respirar hondamente y tranquilizarse, negó con la cabeza.
Esto era lo que quería el dios Deimos. Quebrarla y hundirla en su miseria para que así Deimos pudiera darle el golpe de gracia y así la deidad se quedara eternamente con el cuerpo de Sharon, humillando así de paso a los dos hermanos que alguna vez estuvieron en esta tierra, y que en su momento fueron de los santos de bronce más poderosos.
Idalia no podía permitirse perder los estribos. Por sus ancestros y por su hermana, no claudicaría en su empeño de salvar a Sharon.
Calmada y con la mente despejada, volvió a intentar acercarse a ella. Como era de esperarse, fue rechazada con aquella corriente eléctrica intensa. Pero esta vez no se desesperó, sino que genuinamente reflexionó el por qué era rechazada. Por qué Sharon no dejaba que la ayudara.
—Sharon, —se dijo así misma, —no me deja acercarme a ella; sabe muy bien que estoy aquí, entonces, ¿Por qué? ¿Por qué no me deja…? —Idalia se dio cuenta de la razón, abriendo desmesuradamente sus ojos al momento de la realización. —Sharon… tú me estas…
—¿Acaso te ignora? —Deimos finalizó por ella, materializándose a espaldas de Idalia. El dios rio antes de continuar. —¿No te das cuenta que está decepcionada de ti por ser tan "buena" hermana, Fénix? —Preguntó el dios con sarcasmo.
El sentimiento de culpa volvió a invadir a Idalia. Nuevas lágrimas de amargura volvieron a brotar de sus ojos, pero no cayó en la desesperación. Más bien, en lo más profundo de su corazón, admitió su error por completo y se arrodilló ante la imagen de su hermana.
—¡Sharon! —Exclamó desde el fondo de su corazón, aun de rodillas. —Sharon, por favor reacciona hermanita, yo… — A Idalia se le formó un nudo en la garganta. —Yo sé que tengo la culpa; sé que fui una tonta al esconderte algo tan grave; —agachó su mirada en señal de arrepentimiento, mientras sus ojos seguían inundándose en lágrimas, —pero lo hice por ser cobarde y tonta, por no entender lo que realmente te pasó. —Dijo, sollozando. —Cuando lo entendí ya era tarde, ya eras feliz; incluso encontraste el amor… —derramó más lágrimas. —Preferí callar algo tan delicado… —Dijo, hablando de lo más profundo de su alma.
Tenía la esperanza de que Sharon pudiera perdonarla.
En la explanada de la estatua de Athena, Ares bajó violentamente su espada de fulgor rojo. Esperaba decapitar de un solo tajo a la diosa para eliminar el último obstáculo de sus planes. Lo que Ares en verdad no se esperaba es que Sara se defendiera, utilizando el báculo de Nike para bloquear el filo de su terrible arma. Ares en verdad quedó boquiabierto ante la acción de Athena.
No solo eso, sino que además Athena tenía en verdad fuerza para resistir el embate de Ares.
Ante el choque de la espada de Ares y del báculo de Athena, las dos armas generaron un gran choque de poderes y chispas por doquier.
—En verdad estoy sorprendido, —dijo Ares, —es admirable tu fuerza, pequeña Athena, —dijo, sonriendo macabramente, —pero no será suficiente ante mi glorioso poder. —Dijo, y tras esto aplicó más fuerza física para vencer la resistencia de Athena.
Athena aguantó todo lo que pudo. No obstante, su fuerza se estaba minando, así que recurrió a encender su cosmos para igualar la situación. Poco a poco, logró levantarse, invirtiendo la situación, siendo que ahora Ares estaba en problemas.
—¡Yo no me dejaré vencer tan fácil, —Exclamó Sara; —y si quieres quitarme la tierra debes matarme! —Athena seguía elevando su cosmos.
Ares, por su parte, reaccionó, también elevando su cosmos. Ahora el forcejeo entre las armas de los dioses se veía bastante igualado. Ambos tenían los rostros enrojecidos por las fuerzas tan descomunales que aplicaban contra el otro. En medio de eso, Sara dio un empujón con su báculo a la espada de Ares, y con ello el dios de la guerra trastrabilló un poco, logrando recuperar su equilibrio en un instante.
Ares blandió su espada en posición de defensa, y Athena se lanzó al ataque, tratando de darle a su enemigo en uno de sus costados. Ares bloqueó efectivamente el golpe con el filo de su espada; sin embargo, Athena dio un giro sobre si misma junto con su báculo, de forma tan rápida, que asestó un golpe al costado contrario de Ares. El dios de la guerra gruño y recuperó su compostura. Esta vez Ares pasó a la ofensiva.
El dios blandía su espada para dar tajos certeros a la diosa y partirla finalmente a la mitad, pero Athena estaba mostrando sus habilidades, producto de su entrenamiento, al bloquear con su báculo los terribles tajos que Ares fallaba en esos momentos. También hacía uso de su destreza y reflejos para esquivar el filo de la espada, agachándose y moviéndose de un lado a otro, con la finalidad de hacer crecer la irritación de su enemigo.
Objetivo que claramente, estaba consiguiendo. La espada de Ares volvió a chocar con el báculo de Athena y nuevamente forcejearon, aunque esta vez, por pocos segundos, ya que Athena, con un movimiento rápido, deslizó su báculo por toda la hoja de la espada, hasta que ambas armas dejaron de estar en contacto. Con un movimiento semi-circular, Athena asestó un golpe con el símbolo de Nike en plena cabeza de Ares. El dios de la guerra soltó un gruñido de dolor y se llevó una mano sobre su cabeza de forma instintiva. Al comprobar que no había sangre, frunció su ceño y se colocó en postura ofensiva.
Ares cargó otra vez contra Athena, esta vez usando ambos brazos para blandir su espada, directo al cuello de la diosa. Sara, mostrando sus dotes de habilidad, plantó una rodilla sobre el suelo, agachándose al último momento y esquivó el ataque de Ares. Aprovechando que el torso del dios de la guerra estaba desprotegido, Sara dio de tres a cinco golpes con el símbolo de Nike por todo el pecho y abdomen de Ares.
El dios rechinó los dientes y con un movimiento rápido, trató de clavar la punta de su espada, ahora en la parte superior del cráneo de Athena. La diosa, por su parte, actuó mucho más presta y veloz, al hacer que la hoja de la espada quedara atrapada entre los huecos del símbolo de Nike. Empleando sus fuerzas, Athena, usando su báculo como una palanca, logró desarmar a Ares. La espada dio varias vueltas en el aire, antes de quedar enterrada contra una columna cercana.
Sara aumentó aún más el castigo y la humillación hacia Ares, ya que, a continuación, dio de lleno un golpe al dios en su pecho; posteriormente, en otro movimiento semi circular, le dio en la espalda; y para finalizar, Sara derribó a Ares, al golpearlo en los talones.
Athena dio unas vueltas a su báculo y se puso en postura defensiva. Su mirada desprendía fuego por el combate y estaba llena de determinación de proteger este mundo y los humanos en él.
Ares, al sentirse tan humillado, Soltó un breve grito de rabia y golpeó con su puño el suelo, destruyendo los adoquines de su alrededor. Se levantó, furioso y dispuesto a darle una lección a la mocosa impertinente.
Ares se abalanzó hacia Athena, y mientras corría hacia ella, con un movimiento de sus dedos índice y medio, su espada retrocedió, saliendo de la columna. La espada giró sobre sí misma y su filo apuntó a la espalda de Athena; el arma salió disparada a toda velocidad.
Sara se percató a tiempo de la espada, y con un golpe de su báculo logró desviarla; sin embargo, quedó desprevenida a merced de Ares, y el dios de la guerra le soltó un puñetazo en pleno rostro, con tanta fuerza que la derribó, y para empeorar todo, su cabeza impactó contra los duros adoquines, dejándola muy desorientada y a punto de quedar noqueada.
Ares rio siniestramente. Por fin pudo poner a la mocosa en su lugar. Extendió su brazo, comandando su espada y esta pronto estuvo en sus manos de nuevo. El dios de la guerra alzó su espada, listo para cortar a Athena a la mitad.
Ante esto, Selenia de Pegaso decidió que ya no se quedaría de brazos cruzados. Dio un salto y encendió su cosmos.
—¡Yo estaré para dar mi vida antes que tú, Sara! —Gritó Selenia. —¡PEGASUS RAIN OF STARS! —Selenia liberó su ataque de millares de estrellas fugaces, directo hacia el dios Ares.
Ares se dio cuenta y se preparaba para repeler la molesta técnica, no obstante, al final no tuvo que hacerlo, ya que su campeón, el Héroe Mítico Belerofonte se interpuso en el camino de Selenia.
Belerofonte, usando sus manos y brazos, bloqueó todas y cada una de las estrellas fugaces. Su dios no fue tocado siquiera y él no sufrió daño alguno.
—No olvides que yo estoy al lado de mi señor. —Dijo Belerofonte, haciendo enojar a la castaña.
Pronto, el corazón de Selenia se llenó de preocupación, al ver como su diosa se levantaba con dificultad, producto del terrible golpe a su cabeza. Ares bajó su espada, y Athena apenas pudo bloquear el arma con su báculo. Por desgracia, ahora era Ares quien marcaba el ritmo, y superó fácilmente las fuerzas de Athena, derribándola. Ares, con un puntapié, alejó el báculo de su dueña.
—Athena, he ganado… —Sonrió.
—¡Eso está por verse! —Exclamó una voz y de los cielos apareció un escudo verde esmeralda rodando a toda velocidad hacia la cabeza de Ares. Un poco más lejos se podía ver a Sofía de Dragón, en una clara postura de lanzamiento, manteniéndose en el aire. El escudo habría impactado contra Ares, de no ser porque Belerofonte intervino de nueva cuenta. Deteniendo el escudo con una sola mano. Sofía aterrizó sin problema alguno, pero se sentía frustrada por el acto del Héroe Mítico.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Preguntó la santa del Dragón.
Belerofonte se limitó a arrojar el escudo de vuelta hacia la santa de bronce, quien tuvo que atraparlo con ambas manos. El Héroe Mítico lo había lanzado con la fuerza suficiente para que, al momento en que Sofía lo atrapó, fue arrastrada unos centímetros y casi se le escapó el aire del estómago.
Sofía volvió a ponerse su escudo. Escuchó unos pasos que reconoció como los de Selenia y comprendió que ahora ambas atacarían al Héroe Mítico.
Y así fue. Sofía y Selenia dieron un salto y elevaron sus cosmos, listas para desatar sus técnicas. Sin embargo, Belerofonte no parecía preocupado en lo absoluto. Aquellos ataques y cosmos no eran nada para él.
—No importa el espíritu tan fuerte y el cosmos grandioso que emanan, —dijo, —¡aún son niñas! ¡BOOMERANG TELEOS! —Exclamó y con tan solo alzar su brazo de un movimiento, generó un filo de cosmos que impactó a las niñas de bronce, cuarteando todavía más sus armaduras y con sus hombreras y cascos prácticamente pulverizados. Ambas terminaron en el suelo.
Ares, quien había sido distraído por el escudo del Dragón, decidió ver el breve combate, dando unos pasos atrás, y con ello, unos segundos más de vida a Athena.
—Athena, en verdad debo decirlo. —Expresó, mirando a su campeón, quien, a su vez, esperaba que ambas santas se levantaran, a sabiendas de que había comprobado que ningún santo aceptaba la rendición. —Cada Guerra Santa que pasa, haces que tus santos sean dignos guerreros del Olimpo; pero tú los obligas a traicionar la voluntad de los dioses, ¡por eso mismo debes pagar! —Exclamó, con una sonrisa amplia y desquiciada. Ares hizo que su espada descendiera, lista para derramar la sangre de Athena.
El filo de la espada está a punto de clavarse en la garganta de Athena, cuando, de repente, una mano delicada y femenina se interpone, aplicando una fuerza de repulsión intensa en su palma, de tal modo que la punta de la espada está a centímetros de tocar dicha palma.
Ares hizo una mueca de sorpresa desmedida. Con su mirada siguió aquella mano y pronto vio una figura, que, a pesar de estar cubierta en un manto roído, posee una clara silueta femenina. La fémina misteriosa esta con una rodilla plantada en el suelo, y su brazo restante estaba apoyado en su otro muslo.
—¿¡Pero que esto!? —Exclamó Ares.
Deimos seguía abiertamente con sus burlas, de lo que, a su parecer, eran intentos bastante patéticos de parte de la santa de Fénix. Idalia, de nuevo, se encontraba de rodillas, respirando con dificultad, a causa del choque eléctrico que producía el rechazo continuo de Sharon. Idalia, incluso estaba desarrollando quemaduras de primer grado, siendo más visibles en sus brazos y cuello. La santa de Fénix se levantó, apretando los puños y con la vista baja.
—Es inútil, —dijo el dios, —Sharon está en un abismo de confusión, ira y tristeza. ¡Nadie es capaz de sacarla de ahí! —Se burló a carcajadas. Deimos se burlaría todo lo que quisiera para destruir la moral de su enemiga.
Idalia exhaló pesadamente y levantó la mirada, dejando ver sus lágrimas. Pero estas ya no eran de rabia e impotencia. Eran una muestra de su amor fraternal por Sharon. Aquello alarmó un poco a Deimos.
—¡Yo no me iré con las manos vacías! —Exclamó Idalia, quien corrió directo a Sharon. En el último momento, abrió sus brazos y finalmente tocó a Sharon, envolviéndola en un abrazo. Por supuesto, la corriente eléctrica la atacó, pero a pesar del dolor, ella no desistió de soltarse de su pequeña hermana. —¡Sha… Sharon! —Exclamaba entre dientes por el dolor. —¡Por favor… regresa! —Suplicó.
Sharon, quien hasta ese momento tenía los ojos cerrados e inundados en un flujo continuo de lágrimas, por fin los abrió y con ello cesaron sus lágrimas, aunque seguía conservando su aspecto de infante. Cuando miró a su hermana mayor, esta se estremeció, ya que mirada estaba perdida y vacía, como si tuviera su alma a la deriva.
—¿Hermana? ¿Por qué…? ¿Por qué ese hombre me hizo eso? —Preguntó en un hilo de voz.
Idalia continuaba abrazando a su hermana. Notó como la corriente eléctrica bajaba de intensidad poco a poco. La hermana mayor gimoteó antes de responder.
—Porque fue un cobarde; ese hombre era un hipócrita, se hacia el santo y era un demonio… —Respondió Idalia.
—Pero… si existen personas malas, ¿por qué protegemos a la tierra? Athena, ¿por qué pelea contra Ares? —Preguntó en un tono triste, dando a entender que aquel conflicto y, sobre todo, la defensa de la humanidad parecía totalmente inútil.
—Sharon… —Idalia, por un momento, pensó en las palabras que debía decir, —existen personas nobles en este mundo… tú lo sabes mejor que nadie, —A Idalia las palabras le salían desde el fondo de su alma, —tú… eres noble y pura, como tantas personas; a esas personas son a las que protegemos. —Dijo, y continuó hablando en aquel tono materno y conciliador. —Athena, Selenia, Helena, Sofía, Aarón y los otros santos, cuidamos aquello que se está extinguiendo por el mal… Ares y Deimos representan ese mal, aquello que hace sufrir a gente noble… —Dijo.
Aquella conversación y las palabras tan sinceras de Idalia estaban dando sus frutos. Las lágrimas de Idalia se detuvieron, y la corriente eléctrica ahora era solo una ligera molestia. El cuerpo de Sharon desprendió una tenue luz, y gradualmente su físico fue creciendo paulatinamente, hasta llegar a su edad cronológica de adolescente. Sharon estaba claramente desnuda, pero ni a ella ni a su hermana parecían importarles en absoluto. La corriente eléctrica, al fin se desvaneció por completo. Idalia miró directamente a Sharon, que aún mantenía su mirada vacía.
—Hermana, ¿fue mi culpa? ¿Lo que me pasó? ¿Lo que está pasando? ¿Es mi culpa? —Preguntó quedamente, aunque era notorio su horror, de no saber que respondería Idalia.
—No, Sharon. Tú no tuviste ni tienes la culpa de nada… —Dijo Idalia, en un tono tranquilizador, mientras seguía abrazando a su hermanita. —Pero, si sientes que es tu culpa… por favor, pelea al lado de Athena. La verdad y la justicia están de su parte; no nos des la espalda. —Dijo, abrazándola más fuerte.
Deimos, quien había estado observando todo, no solo se había quedado asqueado, sino también estupefacto. No podía creer en lo que estaba viendo, aquella santa entrometida estaba liberando a su recipiente de su control.
—Imposible, la voluntad de Andrómeda… ¡está regresando! —Exclamó, rechinando los dientes de ira. —¡No lo permitiré! —Bramó, y la masa de cosmos negro y rojizo se abalanzó contra las hermanas. —¡Mueran! —Gritó.
Kimiko, mientras tanto, aún seguía combatiendo ferozmente en contra de los soldados rasos de Ares. Uno de ellos trató de darle en la espalda con una enorme hacha; sin embargo, Kimiko dio un salto justo a tiempo para esquivar la trayectoria del arma, y se colocó justo a las espaldas de aquel soldado. El enemigo reaccionó tarde, puesto que cuando se disponía a voltearse para encarar a la amazona plateada, Kimiko le asestó una patada tan fuerte que destruyó su armadura y lo mandó a volar, derribando a varios soldados de Ares.
Otro de los soldados intentó rebanarla con su espada, pero Kimiko, veloz, detuvo su espada con una mano y la destruyó al apretar la hoja con su cosmos. Posteriormente, la santa de Casiopea le asestó sus dos puños en el torso, y de la misma forma que el anterior, destruyó su armadura y lo mandó a volar, estrellándose contra otros cinco soldados.
Repentinamente, Kimiko sintió como los cosmos de Idalia y Sharon empezaron a cobrar vida de nuevo. Dio una mirada fugaz hacia donde estaban los cuerpos físicos de ambas y observó con cierto sentido de alegría que el cabello de Sharon volvía a cambiar de aquel rojo intenso a verde claro.
—"Lo logró, pero aun no despiertan…" —Pensó Kimiko. En eso, un tercer soldado intentó empalarla con una lanza de agudo filo, y como era de esperarse, Kimiko le dio una lección al soldado, al destruir su lanza, primero con su puño derecho, luego con el izquierdo, reduciéndola a una patética vara inofensiva. El soldado quedó aterrado con ello, e intentó huir, pero Kimiko, inmisericorde, lanzó su cadena triangular, capturando al soldado de uno de sus tobillos. Luego, Kimiko, empleando su fuerza y cadena, impactó varias veces al soldado contra el suelo, como si fuera un muñeco de trapo. Un cuarto soldado se dirigió a ella, pero a Kimiko le bastó con derribarlo de una fuerte patada.
—"Vamos niñas, ustedes son fuertes…" —Volvió a pensar, mirando como llegaban otra docena de soldados. Aquellos sujetos eran incorregibles.
Ares terminó por retroceder ante la sorpresa, alejando rápidamente su espada de la mujer. No solo Ares, sino que todos los presentes estaban con los ojos como platos y boquiabiertos por la intervención de aquella misteriosa fémina.
La mujer en cuestión se quitó la capucha que cubría su cabeza, revelando su rostro. Tenía un aspecto tan serio e inexpresivo que bien podía competir con el de París, maestro de Gabriel de Acuario. Su cabello era negro azabache, muy brillante, pero desaliñado y revuelto y lo tenía tan corto de atrás que dejaba su nuca al descubierto y tan largo de adelante, que algunos mechones le llegaban a la barbilla y otros casi hasta los hombros.
Sus ojos eran azules, pero de un color tan inusualmente oscuro que casi se confundía con el negro de sus pupilas. Tenía un par de arrugas acentuadas debajo de sus parpados inferiores y unas leves ojeras, acentuando su aspecto inquietante. Portaba una armadura desconocida, y cuyo único aspecto que pudieron ver los presentes –ya que el manto cubría la mayor parte de su cuerpo- era su color platino intenso y fulgurante. La mujer misteriosa se cruzó de brazos.
—¿Quién eres tú? ¡Cómo te atreves a interferir! —Ares demandó respuestas, pero la mujer no contestó.
Selenia, aun aturdida, se levantó para observar a aquella misteriosa persona. Tras unos segundos de mirarla con sospecha, la castaña se sorprendió al reconocerla y no pudo evitar preguntarse en voz baja.
—¿Señora Iocasta? —A pesar de que la castaña lo pronunció en voz baja, todos los presentes lo escucharon fuerte y claro.
Athena, que aún se encontraba en el suelo, miró hacia arriba, escrutando a la mujer que la había salvado. Aunque claro, tenía muchas preguntas en su mente.
—¿Iocasta? ¿Quién eres? —Sara, a diferencia de Ares, preguntó gentilmente, aunque también con un tono que denotaba su curiosidad.
—¡Contesta, mujer! —Reclamó Ares molesto, señalándola con su espada.
Mientras, Sofía de Dragón se dirigió a Selenia y no pudo evitar preguntarle:
—Selenia… ¿acaso la conoces?
A lo que la santa de Pegaso le contestó:
—La vi hace 5 años atrás, —dijo, —yo estaba jugando cerca de un acantilado y estaba a punto de caer; afortunadamente ella me salvó. Solo me dijo su nombre, pero nunca entendí si ella es una santa, o por lo menos que hacía en el Santuario, porque no sentí ningún cosmos en ella… de hecho, sigo sin sentirlo. —Explicó. Sofía, de momento quedó satisfecha con la respuesta de su compañera.
Iocasta miró de reojo hacia Selenia y luego volvió su vista a Ares. El dios de la guerra enfureció cuando Iocasta lo miró como si él fuera un simple gusano.
—Es cierto que los santos deben dar su vida por Athena-sama, —dijo, cerrando los ojos, —pero en esta ocasión, la primera que debe morir antes que ella, soy yo. —Dijo y volvió a abrir sus ojos. —¡Aunque mi deber es estar en las sombras, no puedo dejar que la mates! —Exclamó con la suficiente fuerza para dejar temblando los corazones de todos los guerreros que se encontraban ahí.
—¡Eres una insolente, humana! ¿¡Qué clase de santa eres tú?! —Preguntó Ares, apenas conteniendo su ira. —No siento ningún cosmos que emane de ti. —Aquello lo tenía en la intriga. ¿Cómo era posible esa condición? Ares le restó importancia, al elevar su cosmos, y haciendo que su espada brillara fuertemente. —¡Como sea, matarte será fácil! —Exclamó Ares, moviendo su espada directo hacia Iocasta.
Antes de que el dios Deimos, en su forma de masa universal malvada, pudiera siquiera acercarse a las hermanas, una luz tan brillante como una estrella y tan ardiente como el fuego, surgió de ambas chicas, haciendo que Deimos retrocediera a causa de la luz cegadora y de que el calor encendiera pequeñas flamas alrededor de él.
—¡Maldición! —La masa amorfa se retorció en sí misma, apagando las flamas que lo rodeaban.
En seguida, Deimos notó que la luz se disipaba poco a poco, hasta revelar a ambas hermanas sobre todo a Sharon, libre del control de Deimos. Ambas lo miraban con el ceño fruncido.
—Deimos, es hora de sacarte de este cuerpo… —Amenazó Idalia.
Sharon por su parte, se miró a sí misma, y se sorprendió un poco de que ya no estaba desnuda, sino que portaba su armadura de Andrómeda, con todo y su cota de malla.
—¿Cómo puedo tener mi armadura dentro de mi mente? —Preguntó, llena de curiosidad.
—Estamos en el mundo del pensamiento, las cosas no son como en el mundo real… —ante la mirada extrañada de Sharon, Idalia agregó, —es algo complicado, pero confía en mí. —Le dijo, guiñando un ojo y sonriéndole tiernamente.
Sharon correspondió el gesto al darle una sonrisa aún más cálida a Idalia.
—¡Sí, hermana! —Exclamó con entusiasmo, y extendió sus cadenas por el suelo, y ella y su hermana se prepararon, encendiendo sus cosmos.
—¡Ya es momento de terminar con esta guerra de casi 200 años! ¡Ares, tú y los héroes míticos deben de pagar sus crímenes! —Exclamó Idalia, desatando flamas en el suelo. —¡Vamos, Sharon!
Ambas hermanas y santas se lanzaron al ataque y liberaron sus técnicas, en un grandioso cosmos lleno de poder.
—¡CRIMSON FEATHER! —Exclamó Idalia de Fénix, liberando plumas flamígeras.
—¡NEBULA STORM! —Exclamó Sharon de Andrómeda, juntando sus manos para desatar una tormenta violenta de colores rosados.
La espada de Ares se dirigió a toda velocidad al cuello de Iocasta. El dios de la guerra estaba con la certeza absoluta de que la cabeza de aquella molesta mujer rodaría por los suelos. Pero enorme fue su sorpresa cuando, a centímetros de que la hoja tocara la yugular de la mujer, su espada fue detenida abruptamente.
—¿¡Pero que!? —Ares, atónito, observó que su espada no tocaba a Iocasta. El dios trató de empujar su espada con todas sus fuerzas, pero fue inútil. Es como si un campo de fuerza la estuviera protegiendo.
Para incordio de Ares, ella sólo sonrió socarronamente.
—¿¡Pero por qué no puedo matarla!? —Exclamó.
Aquel campo de fuerza repelió la espada de Ares, obligándolo a retroceder unos pasos.
—Vamos, Ares. Te daré una oportunidad más. —Sonrió de oreja a oreja, burlándose del dios. Para aumentar más la burla, Iocasta estaba invitando a Ares a atacarla, haciendo una seña con su mano, abriendo y entrecerrando su palma, una provocación para que viniera y lo intentara de nuevo, segura de que su enemigo fracasaría en el intento.
Ares gritó de frustración, y con la ira duplicando sus fuerzas, fue a toda rapidez contra Iocasta. Dio un tajo terrible, esta vez creyendo que había dado por completo su golpe. Sin embargo, pronto vio su error y quedó anonadado, al ver como su espada, literalmente, atravesaba a Iocasta sin provocarle daño alguno; Iocasta se había hecho intangible, como si fuera un fantasma o una ilusión. No solo Ares estaba sorprendido, sino también los santos y el Héroe Mítico.
Ares no permitiría tal insolencia hacia su ser divino. Con la furia nublando su juicio, dio más y más tajos, de arriba abajo, de izquierda a derecha, en distintos ángulos, pero todos sus ataques tuvieron un nulo efecto. Ni uno solo de los cabellos de Iocasta fue cortado.
El dios de la guerra quedó sin aliento, en parte por su inútil esfuerzo, en parte por el estupor de pelear con un enemigo así de inusual. Gotas de sudor frío recorrieron su rostro. Frunció su ceño y gruñó molesto.
—¿¡Por qué!? ¿¡Por qué no puedo matarte, mujer!? —Demandó.
Iocasta soltó una risita que enfureció más a Ares.
—Es simple suerte… —Respondió enigmáticamente. Todos los presentes miraron como Iocasta se desvanecía de pies a cabeza. Antes de desaparecer por completo, Iocasta miró a Selenia con dulzura y le sonrió cálidamente. —Querida Pegaso, no olvides tu promesa. Cuida a Athena-sama. —Dijo y desapareció en su totalidad, con sus últimas palabras haciendo un suave eco.
—¿Iocasta? —Preguntó Athena, confundida.
Ares estaba tan descolocado, que se quedó quieto por varios segundos.
—¿¡Que pasa aquí?! —Preguntó. Se sacudió la cabeza para salir de su estupor. —¡Ya basta de tonterías! —Exclamó. Ares tenía planeado buscar a Iocasta para saldar su cuenta pendiente, pero por ahora debía ocuparse de su problema principal.
Athena seguía sin levantarse y dicha oportunidad no la dejaría pasar, así que Ares cargó contra ella. Estaba a punto de blandir su espada para partirla en dos, cuando de repente, un par de rosas negras chocaron contra la hoja de la espada, desviando su trayectoria. Las rosas se quemaron y quedaron reducidas a cenizas, pero no importaba, aquella acción había salvado una vez más a Athena. Ares miró molesto a Aarón.
El santo de Piscis dio unos pasos valientemente, para encarar a Ares, interponiéndose en su camino.
—Ya te lo dije, ¡yo protegeré a Athena! —Exclamó Aarón, sacando una rosa negra y señalando con ella a Ares.
—¡Esa rosa no te defenderá a ti y a Athena! —Retó Ares.
Mientras Ares y Aarón de Piscis se miraban con mutuo desprecio, Belerofonte observaba la escena. Una forma de decirlo, ya que realmente tenía la mirada perdida en un punto fijo del horizonte, siendo agobiado por sus propios pensamientos.
Desde el sacrificio de su hermana Hipólita y Perseo, había un sentimiento en su corazón. Un sentimiento que al principio no le dio su debida importancia, pero que conforme pasó el tiempo este se iba haciendo más difícil de contener. Dicho sentimiento incrementó mucho más al pelear contra los once santos dorados, junto con el hecho de sentir como los cosmos y vidas de sus camaradas se apagaban una a una.
Ese sentimiento no era culpa o remordimiento. Era si estaba haciendo lo correcto o no. Antaño, cuando fue revivido por Ares hace doscientos años atrás, había aceptado su misión sin titubear ni un segundo. Pero ahora, todo lo que había peleado y ver la nobleza y voluntad de pelear de sus enemigos, habían hecho una especie de mella en él.
Poco a poco empezó a reconocer lo que en un principio se negaba a aceptar. Él, junto con sus amigos, habían actuado para mal; se habían dejado seducir por la promesa de poder y venganza que les había ofrecido Ares. ¡Que tontos y ciegos habían sido ellos! ¡Aarón en verdad había mostrado más integridad que todos ellos juntos!
Sin embargo, y muy a pesar de la situación, aun no era demasiado tarde para rectificar sus actos y redimir su alma corrompida. Aun a sabiendas de que tendría graves consecuencias para él, ahora, más que nunca, ya no vacilaría y haría, aunque fuera por primera vez en su vida, lo que era correcto a los ojos de todos.
—¡Aarón! —Exclamó Athena. El silencio se hizo presente unos segundos, mientras los santos de Athena veían como Belerofonte se dirigía caminando hacia Sara. Aarón, temiendo lo peor, sacó varias rosas negras y rojas, listas para lanzar en el momento que Belerofonte intentara atentar contra la vida de su diosa.
No solo el dorado de Piscis, sino también el resto de santos se colocaron en posición de ataque. Aarón notó algo extraño en Belerofonte, lo suficiente para darle el beneficio de la duda y bajó sus rosas. Ese gesto no pasó desapercibido para sus compañeros de armas: algunos lo miraron intrigados y otros con cierta molestia de que se atreviera a confiar en el enemigo.
De repente, la sorpresa invadió a todos, incluso a Ares y a la propia Athena. Belerofonte se había agachado lo suficiente para agarrar gentilmente a Athena y posteriormente cargarla entre sus fuertes brazos.
—¡Belerofonte! —Exclamó Athena, algo asustada por el gesto inesperado.
Ares estaba anonadado y boquiabierto por el acto de su Héroe Mítico más poderoso.
Belerofonte caminó directo a Selenia de Pegaso. La santa de bronce bajó su guardia, atónita a lo que había hecho su enemigo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de la castaña, Belerofonte asintió y dejó a Athena en brazos de Selenia. El Héroe Mítico hizo una reverencia a la deidad.
—Gracias… —Dijo quedamente, mientras los santos de Athena bajaban la guardia, quedando impactados.
Tras observar el acto de su antiguo amigo, Aarón caminó hacia el Patriarca Kiki y a la Venerable Oka. Ayudó a ambos ancianos a levantarse.
—Belerofonte… —Llamó Aarón y el mencionado volteó a verlo. —Tú…
—¿Qué pasa contigo, Belerofonte? ¡Exijo una explicación! —Demandó Ares, constándole trabajo procesar lo que acababa de ver.
Belerofonte se levantó de aquella reverencia y miró fijamente a Ares, con el ceño fruncido y la boca torcida en una mueca de desagrado.
—Cómo dije, este es el último acto. —Respondió escuetamente.
Ares quedó descolocado por la respuesta. Al fin, al darse cuenta de la traición total de Belerofonte, se encolerizó, apretando los dientes y gruñendo fuertemente.
—¡Después de todo son unos traidores! —Gritó, colérico, con los ojos inyectados en sangre y con unas venas palpitando sobre sus sienes y cuello. Apuntó con su espada al mayor traidor de su ejército y le dijo —¡Pero no te mataré; eso sería muy bueno para ti! ¡En cambio me llevaré al niño por el que se sacrificaron! —Exclamó, apuntando con su espada a Aarón.
—¡Aarón! —Gritó Athena, angustiada, mientras veía como el dios de la guerra Ares se dirigía con toda su fuerza contra el santo de Piscis.
En la mente de Sharon, las hermanas de Andrómeda y Fénix habían lanzado sus ataques contra la masa amorfa Deimos; el ser maligno recibió de lleno los ataques, y su masa se dispersó, producto de la explosión de las dos técnicas, por todo el lugar. Pero al parecer esos ataques no le hicieron mucho daño, ya que la masa volvió a rejuntarse al instante. Brilló en un tono rojizo opaco y esta tomó multitud de formas, ante el asombro de Sharon e Idalia.
—¡Basta! —Bramó Deimos y su cosmos comenzó a crecer cada vez más, con cada forma que tomaba. El cosmos del dios llegó a su punto culminante, mientras tomaba forma de silueta humana.
Idalia y Sharon observaron, expectantes, como la silueta humana se definía cada vez más. El tono de la masa desapareció por completo, revelando con ello a un hombre joven, de cuerpo fornido y tonificado, un físico ideal para la guerra. Su cabello era blanco, erizado, dándole un aspecto sumamente agresivo. Su mirada era absolutamente diabólica, con un tono rojo penetrante y brillante. Una sonrisa altanera y siniestra adornaba su rostro, completando su malvado rostro. Portaba una armadura imponente, aunque más ligera que la de su padre Ares. Y similar a la armadura de su padre, esta poseía ornamentos elaborados y tonos rojos, realzados con detalles negros.
Finalmente, Deimos se presentaba en su forma original y divina.
—Terminemos con esto, Fénix. —Deimos sonrió de oreja a oreja, dejando en evidencia el sadismo que estaba dispuesto a hacer padecer a ambas hermanas.
—Me parece bien, acabemos esta absurda pelea. —Contestó Idalia con un tono retador, tronándose los nudillos.
Las hermanas y Deimos encendieron sus respectivos cosmos, listos para el enfrentamiento final entre ellos. Quien comenzó el ataque fue Idalia, dando un salto y trayendo ardientes flamas en la punta de su pie, lista para dar una patada a su acérrimo enemigo desde las alturas. Deimos simplemente respondió con un bloqueo, atrapando el pie de Idalia con solo una mano. Con su mano restante, Deimos conjuró una esfera de energía oscura, y estaba a punto de lanzarla contra Idalia, cuando un sonido lo alertó. Soltó rápidamente la santa de Fénix y esquivó sagazmente la cadena de punta triangular de Sharon, haciéndose a un lado y dando un salto.
—¡Maldición! —Exclamó Deimos.
En pleno aire, Idalia lanzó plumas de fuego hacia Deimos, y Sharon hizo lo mismo con su cadena de ataque. Parecía que el dios recibiría esos ataques, pero a Deimos solo le bastó concentrar su fuerza y dar un fuerte grito para extinguir las plumas de fuego y desviar la cadena.
Idalia y Deimos aterrizaron casi en perfecta sincronización.
—¡Malditas mocosas! —Para Deimos ese fue un halago a sus oponentes. —Casi me atrapan, ¡pero ustedes no son rivales para mí! ¡Yo soy un dios! —El dios rio enloquecido de su poder.
Sharon elevó su cosmos para seguir atacando.
—¡Un dios no haría lo que tú y Ares han hecho! —Recriminó. —¡Herir gente inocente! ¡Lastimar a la gente que amo! —Sharon derramó un par de lágrimas ante la cruel realidad de que, controlada por la deidad, estuvo a punto de matar a sus seres queridos.
Deimos solo se burló.
—Ah, cierto. —Se encogió de hombros. —La vieja de plata y el mocoso de Piscis; —se refirió a ellos de forma despectiva, —tenía que matarlos a ambos para que mi posesión fuera completa. —Dijo, restándole importancia. —Un pequeño fallo de mi parte, pero ahora tengo un nuevo plan, —dijo, sonriendo, —¡las mataré a ambas y tomare el cuerpo de ese niño! ¡Será un golpe para todos! ¡Para Athena, ustedes dos y los traidores de los Héroes Míticos! —Exclamó.
Ante esa revelación, ambas hermanas se miraron entre sí, desencajadas por la etiqueta que Deimos le ponía a sus vasallos.
—¿Traidores? —Preguntó Sharon.
Ares habría acertado el terrible tajo de su espada y haber acabado con Aarón de un solo golpe, de no ser porque Belerofonte se interpuso en su camino, protegiendo al santo de Piscis. Belerofonte, con la palma de su mano, había golpeado la hoja de dos filos y con ello desvió la espada. Fue tanta su fuerza, que aquello provocó que Ares soltara su espada. Belerofonte no salió ileso, y la prueba contundente era que su palma tenía un corte horrible y profundo, sangrando con abundancia.
El dios de la guerra se molestó; siempre que estaba a punto de acabar con sus enemigos, y algo o alguien tenía que arruinarlo todo. Ares frunció aún más su ceño.
Belerofonte habló.
—Nosotros, antes de cumplirle a usted, teníamos que cumplir lo que nosotros nos habíamos prometido en el pasado. —Dijo, cerrando su mano herida. —"Volver a pelear bajo la misma bandera" y aquel juramento era entre nosotros cinco. —Explicó, mientras arrancaba un pedazo de tela que iba a juego con su armadura y fabricó un vendaje improvisado en su mano. Pronto, la tela quedó teñida en su sangre. —Sí no estábamos todos, no estaba completo nuestro juramento.
—Belerofonte… ¿entonces… ustedes? —Preguntó estupefacto Aarón.
Deimos miró con desprecio a las hermanas.
—Ellos cuatro… Belerofonte, Heracles, Ícaro, Aquiles; todos ellos tenían el poder suficiente para acabar con Athena y su Santuario, —dijo, mientras ladeaba la cabeza, —pero por su amigo, el actual santo de Piscis, traicionaron a mi padre. ¡A él, a mi padre quien les dio el poder completo! ¡El poder para derrotar a los santos legendarios! ¡Por una simple persona hicieron que esta guerra las alcanzara a ustedes y sus familias!
Sharon e Idalia intercambiaron miradas estupefactas. La santa de Fénix fue la primera en comprender todo.
—Ellos debían protegerte en tu nuevo cuerpo, —dijo Idalia, señalando a Deimos con el índice, —pero al parecer abrieron una grieta para que Shun de Andrómeda te alcanzara… ¡sólo así Ares dejaría esta guerra y ellos esperarían a Aarón! —Dijo Idalia.
Belerofonte volteo atrás para mirar a Aarón, dedicándole una sonrisa.
—Todo por ti… —Dijo.
Aarón de Piscis quedó boquiabierto y con los ojos llenos de sorpresa.
Ares crujió los dientes al entender que la traición de Belerofonte no solo era exclusivamente de su parte y una ocurrencia de estos momentos. Provenía de alguna u otra manera de todos ellos y de mucho tiempo atrás.
Aquella realización solo hizo que la sangre de Ares hirviera mucho más.
—¡Malditos traidores! —Gritó a todo pulmón, encendiendo de forma muy violenta su cosmos. —¡Toda mi ira estará enfocada en ustedes dos! ¡Son los únicos que quedan de todos ustedes; no permitiré que se burlen de mí! —Escupió, rábico.
Ares tomó y blandió su espada, mostrando su ira con ello. Esta vez, el dios no pararía de mover salvajemente su espada hasta ver a todos rebanados.
—¡Trataré de sanar mis pecados al ayudar a Athena! —Exclamó Belerofonte, elevando su cosmos.
—¡No estás sólo! —Con decisión, Aarón se colocó al lado de su amigo. —¡Yo también pelearé!
Selenia de Pegaso miró a sus compañeras Sofía de Dragón y Helena de Cisne. Las tres tenían una mirada de determinación y se sonrieron entre sí. Asintiendo, se prepararon y mientras caminaban, encendieron sus respectivos cosmos, quedando lado a lado de Belerofonte y de Aarón de Piscis.
—¡Ares, demos fin a tu locura! — Exclamó Selenia, sonriendo con esperanza y trazando la constelación de Pegaso con sus manos.
—¡El futuro debe seguir! —Exclamó Sofía, preparando su puño más fuerte.
—¡Y nosotros protegemos ese futuro! —Exclamó Helena, y un viento congelante, con cientos de copos de nieve la rodeó.
Sin más, los cinco atacaron, desatando sus más poderosas técnicas en contra de Ares.
—¡BOOMERANG TELEOS! —Belerofonte hizo una especie de boomerang filoso con su cosmos.
—¡JET LAVANDA! —Aarón levantó su puño, desatando un torbellino feroz de pétalos de rosas azules.
—¡PEGASUS SUISEKEN! —Selenia lanzó un poderoso cometa hecho de luz.
—¡ROZAN HAYUKU RYU HA! —Sofía liberó centenares de dragones furiosos.
—¡AURORA EXECUTION! —Helena creó una corriente de helado viento, formando hermosos cristales de hielo.
La batalla de Sharon de Andrómeda e Idalia de Fénix contra Deimos seguía su curso. Sharon había lanzado su cadena de ataque, atrapando uno de los tobillos de Deimos; aquello distrajo a la deidad el tiempo suficiente para que Idalia ejecutara uno de sus ataques devastadores de fuego, tan poderoso y ardiente que solo el calor hizo que la armadura de Deimos se encendiera en numerosas flamas.
No obstante, Deimos puso todo su cosmos en sus manos, logrando detener las flamas y reducirlas hasta extinguirlas por completo. Sus manos sufrieron algo de daño, pero nada grave. Inmediatamente después, Deimos hizo una pequeña explosión con su cosmos que repelió la cadena de Andrómeda.
—¡No pueden vencerme! —Exclamó, altanero como siempre. En eso, Deimos sintió el choque de cinco enormes cosmos contra su padre Ares. Su rostro se deformó en una cara de sorpresa desagradable. —¡Es Imposible! ¿Acaso mi padre ha sido…?
—Al parecer todo terminó para él. —Idalia le interrumpió, siendo ahora su turno de ser ella la altanera.
Deimos bufó.
—Lo dudo. —Respondió, seguro. —¡Mi padre es uno de los dioses olímpicos y por tanto no puede ser vencido!
—Recuerda que estamos en el pensamiento de Sharon y no es como el mundo real. —Dijo Idalia acusatoriamente. —¡Y ahora ya no controlas a mi hermana, así que estás perdido! —Exclamó, elevando su cosmos. —¡CORONA BLAST! —Vociferó, desatando flamas capaces de consumirlo todo.
Sharon, por su parte, respiró profundamente y elevó su cosmos; una vez preparada, también ejecutó su técnica.
—¡SHOOTING STAR! —Exclamó, creando una nebulosa alrededor suyo. Juntó sus brazos en su pecho, y luego, con toda su fuerza, extendió ambos brazos, con las palmas abiertas, liberando cientos de estrellas, acompañadas de un remolino rosado veloz, en cada una de ellas.
Ambos ataques de las hermanas se combinaron y avanzaron rápidamente hacia Deimos. El dios creyó que tan solo con poner una barrera de cosmos sería suficiente para protegerse. En parte así fue: la barrera resistió si ningún problema los primeros segundos y la deidad sonrío con arrogancia. Pero pronto, aquella sonrisa se desvaneció de un plumazo, cuando vio que su barrera se estaba resquebrajando rápidamente.
Deimos intentó encender su cosmos y con ello fortalecer su barrera, pero fue demasiado tarde. Los ataques lograron, al fin, destruir su único obstáculo, e impactaron de lleno contra Deimos, cuarteando profundamente su armadura y mandándolo a volar decenas de metros, hasta que se estrelló contra una puerta. El dios estaba más sorprendido y asustado que furioso, preguntándose cuando fue el momento en que esas humanas se habían vuelto tan poderosas.
—¡Maldición! —Gruñó el dios, golpeando el suelo con uno de sus puños. Se levantó poco a poco, resintiendo las heridas, tanto recientes como de sus batallas pasadas. —Ustedes… son sólo unas niñas, ¿cómo pasó esto? — Deimos no dijo nada más, ya que, por el rabillo del ojo, observó cómo Idalia se le abalanzaba.
Deimos reaccionó rápidamente esta vez, y lanzó uno de sus puños en dirección al rostro de Idalia, sin embargo, la santa de Fénix, bloqueó aquel puño con una de sus manos, siendo más rápida que Deimos. No conforme, Idalia, aprovechó la oportunidad para asestar una patada en pleno rostro del dios. La punta del pie, envuelta en metal, provocó una cortada en una de las sienes del dios. Aparte, la patada terminó tumbándolo al suelo nuevamente.
Deimos sintió primero el ardor del corte y luego como un líquido espeso recorría su rostro. El dios, con el corazón latiéndole salvajemente, llevó una de sus manos a la herida y cuando vio sus dedos manchados en sangre, abrió los ojos, mostrando un terror desmesurado.
—¿¡Qué!? ¿¡Pero cómo!? ¿¡Acaso tratas de matarme!? —Deimos miró indignado al artífice de su herida. Aunque su voz, denotaba más bien que estaba muerto del terror en lo profundo de su ser.
—Sé que no puedo destruir un alma, —contestó Idalia, acercándose a él poco a poco, lo que aumentó el miedo del dios, —pero existe algo que puedo hacer para que dejes de existir. —La mirada de Idalia era de un instinto asesino.
El miedo de Deimos fue reemplazado por unos instantes con su furia. Encendió su cosmos y dando un grito, formó una especie de lanza con su cosmos, con la cual planeaba empalar a Idalia. Estando a punto de lanzarla, una fuerza lo detuvo, y Deimos miró hacia su muñeca. La cadena de Andrómeda lo había detenido.
El dios trató de cortar aquella cadena con su mano libre, pero terminó siendo un acto inútil, ya que Sharon mandó su otra cadena, y pronto Deimos quedó restringido, con ambas cadenas enroscándose en su cuerpo, tan fuerte, que a Deimos le costaba respirar. La deidad cayó de rodillas al verse sometido. Aquella ira volvió a transformarse en miedo.
—¿¡Que planeas Fénix!? —Deimos trataba de escapar de aquellas cadenas con toda su fuerza, mientras veía con impotencia como Idalia se acercaba cada vez más, hasta estar frente a él. Idalia no respondió, solo se limitó a llevar sus manos a las sienes del dios.
Idalia encendió su cosmos una vez más, solo que esta vez, su cosmos crecía más y más, hasta igualar y después superar el cosmos del propio Deimos. También su cosmos era de cierta forma mucho más calmado y apaciguado, contrario al cosmos agresivo que siempre la caracterizaba.
—¡Imposible! ¡Detente! —Exclamó Deimos.
Idalia, antes de continuar para asestarle el golpe definitivo a Deimos, miró a su hermana Sharon, en busca de pedirle su ayuda, esencial en ese momento crucial.
—¿Está bien, verdad Sharon? —Le preguntó.
Sharon comprendió de inmediato lo que planeaba su hermana. Cerró sus ojos y concentró su cosmos, sincronizándose con el de Idalia, mostrando con ello su acuerdo al plan de Idalia.
—Sí, hermana… —Respondió Sharon, con calma absoluta.
Los cosmos de ambas hermanas siguieron elevándose y fusionándose entre sí, opacando por completo al de Deimos. En cuanto al dios, sintió una horrible sensación, como si su alma y mente estuvieran siendo desgarradas en dos. De repente, vio como ambas hermanas abrían los ojos, y estos empezaron a emitir un brillo blanco, puro y cegador. Las cadenas de Andrómeda, el enlace de Sharon con Deimos también empezaron a brillar.
El dios estaba lleno de terror, impotente, sintió como sus ojos también brillaban. Y como su conciencia, ego, mente y alma empezaban a ser difusas. Ahora también las bocas de los tres emitieron un brillo. La piel y armadura de Deimos se agrietaron cada vez más y estas de igual forma emitieron su respectivo brillo.
—¡DETENTE! —Suplicó Deimos, el anterior dios orgulloso de su poder, ahora convertido en un cobarde que imploraba a un par de mortales.
El laberinto de la mente de Sharon se inundó de aquella luz blanca.
Como era de esperarse de un dios olímpico, Ares, con un solo tajo de su espada, repelió las cinco técnicas de sus enemigos. No solo las repelió, sino que las devolvió con el doble de fuerza; aunado a ello, la hoja de la espada de Deimos produjo agujas filosas hechas de cosmos. Los ataques y las agujas dieron de lleno contra los cinco que osaron retar al dios de la guerra y terminaron cayendo de bruces contra el suelo.
Todos tenían heridas y cortes por todos sus cuerpos. Y a pesar de la magnitud de las heridas, todos ellos, con excepción de Aarón y Belerofonte, se volvieron a levantar. No se permitirían morir, no sin antes derrotar a Ares de alguna u otra forma. Ares sonrió con suficiencia, si esos tontos buscaban sufrir más, entonces no se negaría a darles más dolor.
Muy pronto, desde el mismo Ares, hasta los santos de Athena, junto a su diosa, y el Héroe Mítico Belerofonte, percibieron como el cosmos de Deimos se extinguió por completo. Ese hecho hizo que Ares mirara hacia la dirección en donde se encontraba momentos antes su vástago. Al ya no percibir a su hijo, Ares abrió desmesuradamente los ojos.
—¿¡Deimos!? —Exclamó con temor e incertidumbre.
La sorpresa inicial se convirtió en una ira extrema, como nunca la sintió el propio Ares. Expulsó su cosmos de forma violenta, destruyendo el suelo de adoquín de la explanada y dejándolo irreconocible, con hundimientos profundos, desplazamientos y montículos alzándose a casi un metro de altura. El temblor que generó hizo que algunos cayeran de nuevo al suelo y otros apenas pudieran mantenerse en pie.
Ares profirió un grito que llenó de miedo los corazones de todos los guerreros, tanto de Athena, como suyos, y fue escuchado por todo el Santuario. Un aura de un rojo oscuro rodeaba al dios.
—¡MALDITOS! ¡MALDITOS SEAN TODOS! —Gritó, con los ojos inyectados en sangre y apretando severamente los dientes. Todo rastro de raciocinio se fue, siendo sustituida por la ira pura. Ares volteó a ver a Athena, y la diosa se asustó.
—¡ATHENA! ¡TÚ SERÁS LA PRIMERA EN PAGAR! —Exclamó, mientras se dirigía a ella a toda velocidad, con la hoja de su espada apuntando al corazón de la diosa. —¡MUERE! —Ares clavó su espada con todas sus fuerzas que le permitía su rabia, dando en un blanco, y derramando chorros y ríos de sangre. El líquido rojizo se impregnó por el suelo y manchó tanto el rostro de Ares como el de Athena.
Selenia, Sofía, Helena, el Patriarca Kiki, la anciana Oka y el propio Ares, junto con Athena quedaron estupefactos. Pero quien estaba más sorprendido era Aarón de Piscis.
¡La sangre derramada era la del Héroe Mítico Belerofonte! ¡Belerofonte era quien había probado el filo de la espada de Ares! ¡Belerofonte era quien se había interpuesto en el camino, negándole la victoria a su antiguo señor, salvando con ello a Athena, a costa de su propia vida!
—¡Tú, miserable…! —Exclamó Ares.
Sin perder más tiempo, Belerofonte reunió todo el cosmos que le quedaba y asestó sus dos puños en Ares, uno en el rostro, y el otro en el pecho del dios, consiguiendo con ello derribar a Ares, mandándolo lejos de él y de Athena, a varios metros de distancia. Desafortunadamente, con ese ataque también hizo que la espada, incrustada en su corazón, también saliera de su cuerpo, hiriéndolo aún más.
El golpe del Héroe Mítico había logrado lo que quería, dejar inconsciente a Ares, aunque fuera por poco tiempo, para darle la oportunidad a los santos de Athena de que produjeran de nuevo un milagro más.
Su fuerza vital iba abandonándolo cada vez más, y ya no pudo sostenerse de pie. Cayó, primero de rodillas y después por completo.
—¡Belerofonte! —Athena exclamó con amargura y tristeza. Aarón no tardó mucho en unírsele a su diosa. Athena sostuvo gentilmente al Héroe Mítico moribundo. —¿Por qué? —Preguntó la deidad, con lágrimas inundando sus bellos ojos.
Belerofonte escupió sangre y se retorció de dolor antes de responderle.
—Yo… quiero pagar los pecados que… cometimos a lo largo de estos años. —Dijo, mientras él no podía contener sus propias lágrimas. —Contra usted… contra los santos legendarios… —derramó más lagrimas; —nos dejamos llevar por el juramento… y tomamos la decisión equivocada, pero… él… tomo el camino correcto… —Dijo, mientras sentía como se ponía cada vez más frio. —Athena… perdónanos… —Pidió, desde el fondo de su corazón.
Aarón, en un último intento de reconfortar a su amigo ante su inminente muerte, tomó una de sus manos con las suyas.
—¡Takane! —Aarón no pudo contener sus lágrimas. —¡No debes morir así…! —Apretó gentilmente la mano de su amigo, tratándole de dar ánimos y de que no se rindiera ante el abrazo de la muerte.
Belerofonte esbozó una pequeña sonrisa.
—Sólo así pagaré mis pecados… —Respondió, mirando a su amigo por última vez. —Perdónanos…pero antes…debo decirte algo… —Aarón asintió, permitiéndole continuar, —nosotros… nosotros no fuimos los únicos… ten cuidado. —Ante aquella noticia, Aarón se sorprendió, pero no lo suficiente para borrar su tristeza.
—Kawai… —musitó el Héroe Mítico, cerrando los ojos, —nosotros… nosotros te estaremos esperando… en el Río Estigia… —Finalmente, Belerofonte cerró sus ojos y dio su último aliento, recibiendo a la muerte con una leve sonrisa en el rostro.
Aarón nunca se había sentido tan solo en su vida, como en ese momento…
Continuará…
En el capítulo final de Siguiente Generación: ¡El enfrentamiento de Athena contra Ares entrará en su etapa final! ¡La Guerra Santa, al fin, tendrá su conclusión! ¡Los guerreros de la esperanza de esta generación brillarán eternamente! ¿Y tú, has sentido el poder del cosmos?
