Capítulo 39
A expensas de la fecha, el océano estaba en calma. Debía tener una temperatura que congelara los huesos al segundo de ser tocado, pero el movimiento del agua era soporífero en comparación a otros febreros en los que Hans había navegado en medio del amplio mar que unía al Viejo y Nuevo Mundo.
De acuerdo con el dicho (la calma antes de la tormenta), la tripulación estaba tensa, aguardando la tempestad que anunciaba ese Atlántico en paz. Los navegantes raras veces se equivocaban, habiendo aprendido por años de experiencia con el engañoso elemento que acababa con muchas vidas a lo largo del año.
Allí cerca se formaba una tormenta que podía ponerlos en peligro, máxime a esas altas horas de la noche, con la negrura y abismo siendo sus enemigos.
Todos estaban listos para la acción, los de cubierta amarrándose con cuerdas a los puntos más firmes del barco, donde pudieran maniobrar si les era posible. Para el mar, una embarcación con casco de acero y máquinas de vapor como la suya —lo más potente de la época— no ofrecía batalla, y se necesitaba la mano humana en emergencias.
Pese a tales circunstancias, Hans no tenía los nervios en punta ni se había atado al mástil detrás de él, aunque sí estaba inquieto en su interior, como se sentía desde que Arendelle desapareciera de su vista. Hasta un ataque de piratas con cañones no le perturbaría como el hecho de alejarse del pequeño reino europeo.
Sería su instinto más prístino anunciándole alguna catástrofe.
¿La que se avecinaba a su barco o una en el lugar que había abandonado un día atrás, o algo más? No sabía. ¿Debía retornar a Arendelle, o estaba siendo demasiado frenético con sus pensamientos?
Por poco llamó a la tempestad para darle un asunto práctico en el que ocupar su mente y no tener conjeturas que peleaban con su capacidad analítica.
Se arropó con su abrigo mágico mientras la luna amarilla desaparecía entre grandes nubes oscuras… y se maldijo por su estupidez, recordando con la prenda que debía cumplir su promesa y estar meses más tarde para el gran acontecimiento que —con suerte— sucedería.
Optó por la opción cobarde, aconsejada por el capitán, quien argüía no necesaria su presencia allí arriba. En su camarote estaría mejor protegido de lo que se les viniera encima, y podría sobrevivir si el navío lo hacía; no había caso en considerar un bote salvavidas, con las aguas de ese océano la pulmonía lo acabaría antes de alcanzar ayuda o tierra firme.
Ya en el camarote, rogó a ninguna deidad en particular que llegara a su destino.
Sería imperdonable perecer del mismo modo en que sus suegros.
Elsa y su progenie no podrían con eso.
(Especialmente ella.)
{…}
Bostezando y frotándose los ojos, Elsa dio los pasos que le separaban del baño a su cama, apetecida de alargar sus horas durmiendo. A su embarazo no le importaba si estaba preocupada por su esposo o si había pasado la mitad de un día descansando, habiéndose acostado a las ocho de la noche, simplemente le ordenaba abandonarse al sueño.
Al sentarse en el colchón, un maullido le hizo dar un respingo y reír palpando con su mano, toda vez que parpadeaba para estar más atenta.
—Lo siento, Skygge.
No recordaba que había dormido con ella en la cama, ofreciéndole una ínfima parte de la compañía que necesitaba. Lo miró y acarició detrás de la oreja, pero él se apartó sonando malhumorado.
Adiós al amoroso de horas atrás.
Suspiró y trató de hacerlo a un lado para recostarse. Sin abrir los ojos y siseando, él se aferró a las sábanas. Lo soltó previniendo un rasguño.
—No puedes sentir su olor, ya cambiaron las sábanas —farfulló parándose para dar la vuelta a la cama, porque subirse de rodillas y girar podría marearla. —Además, eres un gato, un gato, no un perro, tienes peor capacidad olfativa.
Recibió silencio.
De nuevo sobre la cama, su postura para dormir le tuvo observando a Skygge; ahora estaba sobre su espalda, meneándose en ese espacio reclamado como si se burlara de ella por su triunfo.
¿O sería su manera de desmerecer el sitio de Hans, mostrándose como amo y señor al impregnar su marca donde él estuviera?
¿O su gato querría el olor remanente de su reluctante dueño?
¿O quería su atención ahora que él no estaba… porque lo extrañaba?
—¿Así se sentirán cuando yo no hablo? —inquirió, haciéndolo tomar una pausa para mirarla. Adivinar sin confirmación era un poco frustrante.
Pobre Anna, mas no debía molestarle tanto si también el hombre que había elegido como esposo era como ella.
Skygge se acostó de lado y maulló repetidamente.
—¿Le extrañas? Hace menos de una semana que se fue.
Sus palabras no se dirigían solo a él; esta vez admitía que extrañaba a Hans… y que lo había hecho el año anterior, si bien entonces la magnitud era menor que en la actualidad.
Pero en ambos ese sentimiento era compartido por el pequeño en la cama —el de su interior todavía no sabría de eso—; Skygge tenía un aprecio grande por el hombretón pelirrojo que tendía a "ignorarlo", y no tenerlo le ponía triste.
—También le echo en falta —le dijo a Skygge acariciando su cabeza, dándole consuelo por ese maullido parecido a llanto. —¿Sabes? Lamento haberlo corrido… porque eso fue lo que hice y mentí al negarlo. Podría estar aquí hasta que pasen los tres meses más riesgosos de mi estado.
El arrepentimiento y la tristeza que Skygge alimentaba le pusieron sentimental, trayendo lágrimas a sus ojos.
—Yo estoy aquí y… te amo mucho —expresó con la voz entrecortada, esperando que su cariño lo arropara con el abrazo que no permitiría en ese momento.
Uno de los luceros amarillos se asomó, mirándole con algo similar a la aflicción de un ser humano. Le partió el alma.
Sus mejillas se mojaron. No intentó parar el flujo de lágrimas, queriendo sacar su pena.
—Solo estamos tú, mi bebé y yo.
Skygge cerró los ojos.
Ya no pudo dormir, pero se conformó con que él pausara sus sonidos melancólicos con ayuda de sus mimos.
{…}
Sin atisbo de duda, Elsa determinó que Kai instruiría a su reemplazo cuando volviera de su viaje para la adquisición de materiales del hospital. Como sería administrador del edificio, el puesto para el reino quedaría vacante y con esa ausencia breve ya se demostraba que lo necesitaba mucho, porque tenía más tareas que hacer sin su mano derecha.
Pensó en diferentes nombres que podrían ocupar la posición; sin embargo, Kai conocía más las habilidades de sus empleados gracias al largo tiempo trabajando juntos y sería provechoso que hicieran la elección conjunta.
Afortunadamente Hans estaría en Arendelle para el nacimiento de su bebé y él podía suplir las funciones de ella si Kai debía atender algún percance con el hospital, por lo cual el nuevo administrador y secretario general no tendría que asumir tanta responsabilidad en corto tiempo; lo ideal era que reemplazara poco a poco la posición, tomándola en pleno en la apertura del hospital.
Una arcada puso fin a sus elucubraciones y debió correr al cuarto adyacente para devolver. Fue tardado y al concluir no tenía ganas de moverse de su sitio frente al inodoro, mas unos golpes en la puerta le hicieron soltar un quejido.
Se levantó con los pies temblorosos y se lavó rápido para recibir a Gerda, la única que le interrumpiría.
Como ya estaba de pie, fue a la puerta; al abrir, la nariz le brincó por un olor delicioso y sus ojos cayeron en una niña de diez u once años acompañando a Gerda. La había visto antes, no ubicaba dónde.
—Majestad, tiene una visita —manifestó alegre su ama de llaves.
Anonadada, asintió.
La niña realizó una amplia venia. Su cabello caoba hasta los hombros se balanceó cómicamente.
—Le traigo galletas de la panadería Sinason, corren a cuenta del rey Hans.
Sintió un revoloteo en su interior y las mejillas se le calentaron. Él había arreglado eso antes de partir.
—Oh. —Recibió alborozada la bolsa de papel.
—Saque cualquiera de las galletas para mí. Tengo que probarla para demostrar que no le hará daño, aunque mis tíos no harían eso. —Los ojos grises de la chiquilla brillaron divertidos.
Gerda parpadeó con el rostro conmovido y Elsa sonrió por otra muestra de astucia de su esposo.
—De acuerdo.
Metió su mano en la bolsa y extrajo una galleta de chocolate para la pequeña, que le entregó. En seguida le ofreció una a Gerda, quien negó sonriendo.
Ambas vieron que la niña comía extasiada hasta tragar.
—¡Listo, Majestad!
—Gracias. ¿Cuál es tu nombre?
—Elisabeth.
—Gerda, ofrécele un vaso de leche y un pedazo de tarta a Elisabeth.
—A su orden, Majestad.
Con una reverencia y unas palabras a la menor, las dos procedieron a irse.
A unos pasos Elisabeth se detuvo y le miró sobre su hombro. —Vendré después para la próxima entrega.
Movió la cabeza en asentimiento. —Estaré esperando. Hasta luego.
Elisabeth agitó su mano en despedida. Elsa hizo lo mismo antes de cerrar su puerta, en la que se apoyó suspirando y abrazando la bolsa de papel a su pecho, que crujió sutilmente.
Se colocó su mano en su vientre. —Tu papá quiere consentir… nos. —Porque sabía que no solo era por su bebé.
Era un gesto lindo de parte de él, incluso con los ánimos que tenían al separarse.
Inspiró con fuerza y se apartó de la entrada para disfrutar de esas galletas.
{…}
Con un sombrero de copa, Hans pretendió ocultar la venda en su cráneo. La posibilidad de encontrarse a un conocido o a cualquier escritor de columna de chismes era alta, aun en el muelle de Nueva York; no quería que nadie se enterara de su insignificante percance en el barco. El adorno que había encargado comprar a uno de los marineros era feo, pero lo mejor que se podía encontrar en tan poco tiempo.
Se maldijo por haber perdido la concentración en una tormenta y en su tropiezo haberse golpeado la cabeza contra la esquina de un mueble. El corte arriba de su sien era una adición a sus emociones turbulentas de tiempos recientes; aparte de la herida, le había dado jaqueca, náuseas y vómitos en una travesía de mar que nunca resentía.
El médico por el que había llamado al navío le había instruido que fuera a casa a descansar; encerrarse y hacer nada era lo último que le apetecía después de semana y media —el tiempo desde que se sintiera mal— en su camarote sin otra cosa ocupación que comer y aliviarse. Al menos con su fractura de costillas había podido usar su cabeza, en tanto con ese golpe solo leer le provocaba cansancio mental.
No volvería a criticar a Anna por quejarse de estar en cama ociosa.
—¿Conseguiste el carruaje, Jensen? —preguntó en danés al ver que el ayudante regresaba de su encomienda. Generalmente usaba a su caballo para el viaje a su propiedad, pero no estaba en condiciones en ese momento.
—Sí, esperar donde el casa de lotería estar, prometida grande propina.
Asintió, hallándole sentido al inglés que el marino utilizaba.
—Continúa tus tareas.
El joven pelinegro partió prontamente.
—Vaya, vaya, vaya. —Apretó los dientes al reconocer la voz con palabras danesas—. El pequeño Hansonso en Nueva York.
Eso faltaba.
—¿Qué quieres, Runo? —interrogó hermético dándose la vuelta. —¿Te quedaste sin dinero y por eso te acercas? —continuó para que se alejara.
Su corpulento y narizón hermano mayor frunció el ceño, herido en su orgullo; increíblemente iba sin la compañía de su gemelo, el menos idiota de los dos.
—Hansonso, es simple, estoy asombrado que estés aquí. ¿Ya no eres bienvenido en Arendelle? —Runo se dio dos palmadas vulgares cerca de sus genitales. —Sí, no debes poder hacer una de las cosas más básicas para los hombres. —Seguro el imbécil no pensaba que se sentiría insultado por ese cuestionamiento a su virilidad; era un patético intento de herir su ego, gracioso sería cuando escuchara del embarazo de su esposa.
No le dio la espalda y dejado hablando solo porque sabía lo que haría, esperaría los pocos minutos de paciencia que tenía el tonto.
—¿Callado, Hansonso? Sabes que tienes un rendimiento pobre, tal vez tu mujercita se queda rígida en tus brazos… O ni siquiera puedes tocarla. —Al entender la insinuación, quiso golpearlo. —La reina es muy fría, ella no te deja o tú no puedes aguantar su hielo, ¿verdad?
Aun sin querer mostrarle su enojo a Runo, Hans apretó la mandíbula. Era esa clase comentarios los que recibiría Elsa al visitar otros reinos y le encolerizaba.
Runo rió entre dientes.
—¿Te has cansado del tempanito?
Furioso, Hans cerró la mano y propinó un puñetazo a la cara de Runo, acompañado de un rodillazo a sus partes nobles. Con tan bárbaras acciones sacó la frustración de los insultos hacia Elsa y las emociones frenéticas desde que su esposa le rechazara e invitara de regreso a América, sin importar que fuese verdad o no.
Risas inundaron el puerto y Hans vio con satisfacción cómo su hermano caía de lado, gimiendo y sujetándose su entrepierna.
—Atrévete a insultar a mi esposa de nuevo y eres hombre muerto, Runo. Recuerda que no tengo miramientos en deshacerme de lo que me estorba —espetó acalorado.
Una náusea le obligó a dar un paso atrás.
—Señor Henrik.
Le hizo una señal a Klaus, sobrecargo de su embarcación, deteniendo su auxilio.
—Y Runo… no fallaría, mis medios son mejores ahora —añadió con tono engañosamente amable.
Los ojos de Runo mostraron pavor y trastabillando se alejó a un pequeño barco a metros del suyo.
—Señor Henrik, ¿está bien?
Abrió y cerró su mano, soportando la presión por el golpe a alguien tan grande. —Lo estoy, pero creo que seguiré la indicación del médico —musitó con una incipiente jaqueca, caminando hacia la ubicación del carruaje alquilado. —Mandaré a alguien por mi montura.
—Estaré atento.
Mareado y débil, estaba por sentarse en un sucio banco del puerto cuando apareció Jensen a su derecha.
—Klaus me ha ordenado que lo acompañe, seño' Henrik —explicó el marinero de origen sureño, como el primer aludido, en su idioma natal.
Prefiriendo salvar la mejor parte de su dignidad, Hans le colocó un brazo en los hombros para tener equilibrio; sería peor tropezarse o desmayarse. Ignoró el aroma a cruce del Atlántico que provenía del hombre, de menos aseos que el suyo, igual escasos; estando con más hombres olorosos y en un puerto que apestaba, su asco desde el golpe podía aguantar. —Hagamos que sigas la orden, no te aceptará ahora y si te emborrachas no podrás trabajar más tarde.
Jensen resopló. —Seño' Henrik, me insulta, no bebería tan temprano.
Hans rió entre dientes, relajando un poco su dolor de cabeza.
—¿Le gustan las caricaturas? Quiero dibuja' una del príncipe Runo y enviásela a mi buen amigo, se venderá muy bien en casa. Puedo hacerle una copia.
—Ven a enseñármela antes de que la envíes, añadiré una nota para cualquier editor, así será garantía su publicación. —Y vería que no se aludiera a Elsa en la sátira.
—¡Por Cristo, sí! —Jensen rió. —Y si me lo dispensa, uste' 'stuvo genia', seño' Henrik. Gran gancho, yo tambié' le golpearía así si habla de mi mujercita'n mi cara.
Hans no comentó que se preocupaba tanto por ella que tendría más de un año sin verla y no le enviaría la caricatura.
—Si sabes leer y dibujar, ¿por qué eres peón?
—Me gusta la mar y disfruta' con mis compañeros 'e mar.
El anhelo romántico en su voz y expresión y anteriores comentarios generaron una sospecha en Hans, al que le faltó poco para bufar; Jensen prefería a su sexo como Violet Walker (lo intuía) y allí le tenía con una mano encima, en penoso estado. Bueno, si la pelinegra no se insinuaba a su gran amiga ni a los niños que cuidaba muy bien, y hasta el momento Jensen era tranquilo, quizá creer que sus gustos le harían lanzarse a todos los hombres, mujeres o menores era una cosa tonta.
Probablemente la personalidad y locura hacían que ciertos individuos cometieran tales cosas ruines.
Así pues, temer que Jensen se aprovechara de él por gustarle la sodomía era una estupidez.
Y él se afanaba de no seguir las convenciones sociales con sus creencias ilógicas que acababan con verdaderos inocentes.
Gruñó, le dolía más la cabeza de solo pensar.
—Entonces aspira a más, no te conformes con ser un ayudante, ya tienes medio camino con saber leer y escribir.
—Sí, sí, yo quiero traza' rutas.
La conversación concluyó con esas palabras, para agrado de Hans, que se iba sintiendo más cansado. Por fortuna no tardaron más en llegar al transporte y partieron a su residencia.
{…}
Una terrible sensación nauseabunda levantó a Elsa de la cama cuando apenas había abierto los ojos. Con prisa y sin haberse puesto zapatillas de interior, corrió al baño cubriendo su boca. La bilis ya estaba en su garganta ardiente y no había tiempo para nada.
Al separar sus labios el líquido asqueroso escapó al círculo del inodoro, brotando violentamente como si su estómago de verdad hubiese estado ocupado. No tuvo tregua con ella, creando más espasmos al suponer que ya había acabado ese desagradable síntoma.
Una vez los ataques remitieron, todo su cuerpo tenía un reclamo; la cabeza le zumbaba, el corazón le retumbaba, el estómago le daba palpitaciones, el rostro le sudaba, la lengua le raspaba, la nariz le escocía, los ojos le lloraban y la garganta le ardía.
También comenzaba a sentir ganas de orinar, otra cosa frecuente en esas semanas.
—Es horrible —sollozó irritada, buscando papel para limpiarse los orificios nasales.
Rogó porque los malestares concluyeran pronto; debía estar por acabar su tercer mes y de acuerdo con la matrona ese era el tiempo en que la mayoría perdía esos padecimientos.
…si era de las afortunadas.
Para su comienzo, le estaba yendo en el infortunio que algunas no tenían, según palabras de la señora Hall.
Se despegó un cabello del costado del rostro y gimió al sentir la consistencia de la punta. Tenía rastro de vómito. Había caído dormida sin realizarse su trenza y ahora su cabellera se había interpuesto a sus arcadas, seguro ensuciando su bata.
Ni se molestó en comprobar su prenda al ponerse en pie para enjuagarse la boca, a fin de meterse después a la ducha.
Frente al espejo llenó su boca con agua de sabor a menta y la escupió abruptamente al observar su reflejo. Atónita, se puso de perfil al espejo y se colocó una mano en el vientre. Jadeó, apurándose a quitarse la prenda de vestir.
Risas y lágrimas la abandonaron al comprobar que ya tenía un abultamiento notorio e irrefutable en el vientre, que podía jurar no estaba ahí el día anterior —se veía diariamente—; había surgido de la noche a la mañana.
—Mi… bebé —pronunció con la voz cortada de la emoción.
Su preciosa criatura estaba ahí, mostrándose para que cualquiera le viese. Crecía y se aferraba a su útero, preparando su aparición en el mundo y a sus brazos anhelantes.
Sonrió delineando con su índice la curva bella de su cuerpo, pletórica de amor por su pequeño bebé, tan grande que se atisbaba a esas alturas.
Era la recompensa por tan mala mañana, sabía que la pasaría pésimo y quiso darle esa felicidad.
—Oh, Hans. —Él apareció en su mente de inmediato.
Debió aceptar que prolongara su partida hasta un suceso así, por lo menos a abril. Ahora no podía presenciar ese maravilloso momento de esperanza.
—Lo lamento.
Aunque ya no podía hacer nada.
Suspiró.
Se animó un poco al recordar que ya había transcurrido el tiempo estimado de viaje y Hans estaría en su oficina. Le haría llegar un mensaje por telégrafo, a él le gustaría saber, sobre todo porque era un indicio de que podría llegar al final de ese proceso. No sería lo mismo, pero era un acontecimiento importante.
Tomaría su ducha e iría…
Bufó. ¡Todavía no era hora! En Nueva York dormían.
—Esta tarde —prometió acariciando la huella de su pedacito de ser.
Rió, imaginando que sería un mejor regalo de cumpleaños del que ella le había enviado hacía una quincena. La noticia sería un obsequio adelantado, pero excelente.
Escuchó un maullido y en la puerta vio que Skygge le miraba como si mereciera irse a una institución para locos.
—Lo sabrías si fuer… ¡Skygge! ¿No tendrás gatitos regados por ahí! —exclamó asustada.
Por lo menos su investigación del tema la distraería el tiempo que quedaba para enviar su telegrama.
{…}
Limpiarse en condiciones y dormir cuatro días seguidos en tierra firme hizo maravillas en el estado de Hans, que se recuperó de las afecciones molestas de su golpe. Sin embargo, por recomendación del médico decidió abstenerse de sus obligaciones una semana más, así que tenía tiempo libre hasta cumplir ese periodo.
Para entretenerse y hastiado de casi noventa y seis horas en cama, al sexto día de su arribo a Nueva York, tomó su carruaje rumbo al Andrews, el cual le impediría aburrirse sobremanera en su casa. Iba sin venda, con la herida bien cerrada y ligeramente disimulada por el cabello que todavía no le recortaran; si lo veían de reojo, podrían creer que trataba de establecer una nueva moda y no cubrir un rasgo de debilidad corporal —su peinado de raya al lado izquierdo y el pelo despeinado cayendo en flequillo sobre su sien derecha, hasta su ceja, no se veía tan mal.
En la puerta lo recibió Callum comentando que Joseph no estaba y Hans asintió. Por ser martes de mañana, el club estaba prácticamente vacío y fue algo desalentador, pero aun así acudió al salón de billar a jugar por su cuenta.
Mientras golpeaba las bolas sin mucho ahínco y algo aburrido, descubrió que, en la casi década desde "caer en desgracia como príncipe", la mayor parte de su tiempo lo había dedicado a trabajar y ahora con su tedio por el ocio eso quedaba claro, si antes no lo había sido.
—¡Johans Henrik! —Cogido de sorpresa, golpeó la bola con brusquedad y esta voló en el aire fuera de la mesa de billar.
—Haz eso de nuevo y tendrás el palo en el culo —espetó con un terremoto de latidos en el pecho.
La carcajada de Joseph no se hizo esperar. —Primera… vez… te… sorprendo…
Hans se pasó una mano por el rostro y la risa del americano murió.
—Johans, ¿qué te ocurrió? Lo siento, ya entiendo que no notaras mi llegada… y tu apariencia.
Se giró hacia Joseph encogiéndose de hombros.
—Todos podemos tener percances, fue en el barco.
El pelinegro frunció el ceño. —¿Qué te tendría tan distraído para golpearte la cabeza?
Hans había hecho bien en ignorar el tema por semanas y se lo recordaba.
—¿Qué dijo tu esposa?
¿Por qué las conversaciones de Joseph terminaban mencionándola?
—Está en Arendelle —respondió hosco.
—Parece que no has dejado a un lado tu sangre aristocrática, ese arreglo de separarse da lástima.
Masculló un insulto entre dientes, afectado por ese comentario no tan erróneo. ¿Qué hacía él en América, teniendo a su esposa embarazada cruzando el océano?
—¿O es que se trata de un matrimonio muy arreglado y ella no te quiere cerca porque quisiste matarla?
Negó —al menos refiriéndose a lo segundo—, asombrado de contestar sobre su vínculo con Elsa, aunque fuese ambiguo.
De hecho, tenía la certeza que ella era la mujer excepcional, otra no habría aceptado convertirse en amiga del hombre que quiso matarla. Era idónea para ser su…
¿Por qué no se centró en su hijo?, se preguntó de golpe. Había pensado la distancia con Arendelle en términos de ella encinta, y no en la criatura que esperaba, la que se suponía era lo más relevante para él.
Soltó el taco, conmocionado por ese cuestionamiento personal. Ella era importante para él, hasta se lo había admitido a Elsa, pero no como el hijo que tendrían, pues su mujer le atraía y al otro le concedería su cariño.
…Y amor, que esperaba desarrollar y conocer al tenerlo (a su hijo), porque ya poseía un sitio especial en su vida, el cual no sabía si podía catalogarse como tal. Lo concebía como afecto, similar al de sus queridos caballos, pero él no era un experto en sentimientos y emociones, dado el ejemplo en su familia.
Siempre había visto amar como otorgarle el poder a alguien sobre ti.
Cerró los ojos con los hombros tensos, ¿qué hacía pensando en aquello?
—Johans.
—¿Sí?
Joseph soltó una exhalación ruidosa. —Estabas asustándome, he dicho tu nombre varias veces. ¿Estás…?
—Solo juguemos —interrumpió. —Y háblame de los cambios en los meses que no estuve.
Intuitivo como era, el pelinegro asintió cogiendo otro taco.
Sumamente inquieto, Hans hizo lo posible por solo enfocarse en la inocua plática y el juego. Fue bastante bueno en eso, hasta que se sintió ahogado en la habitación y quiso salir a dar un paseo, rechazando el ofrecimiento de Joseph sobre acompañarlo.
—Si no nos vemos antes de tu cumpleaños, cenaremos en mi casa el dieciséis —le informó Joseph cuando iba a cruzar la puerta.
Hans parpadeó; se había olvidado de su aniversario de nacimiento. Era esa semana.
—De acuerdo.
Sin más se volvió a despedir con un asentimiento de cabeza y abandonó el club.
El problema de pasear resultó ser que afuera lo inundaron interminables cosquilleos en todo el cuerpo y recorrer las calles no le dio gran alivio. Era consciente de que debía sentarse a analizar todo y encontrar la fuente de su perturbación, pero tampoco sabía si la hallaría o si le gustaría lo que habría al abandonar ese profundo pozo.
Estaba muy confundido e inseguro.
Había tantas cosas y sospechaba que todo se remontaba a más de un mes atrás.
Se paró frustrado, oyendo una variedad de música de piano en su cabeza, como si estuviera enloquecido. ¿Estaba perdiendo el juicio por ese golpe en el barco? ¿Escuchaba melodías por su agitación o tenía un significado especial?
Resopló con alivio al mover la mirada y notar que se había detenido frente a una tienda de productos musicales (con un entusiasta dueño que girara la manivela varias veces para producir esos sonidos continuamente).
Era un milagro que no le asaltaran en su caminata.
Pretendía seguir su recorrido, mas un empujón invisible le invitó a adentrarse en el melódico establecimiento.
En todas partes vio cajas musicales de diferentes tamaños, diseños y colores, bajo la atenta mirada del encargado del lugar, quien lucía muy cuerdo para tener horas oyendo música mezclada. En general eran rectángulos de madera con manivelas que giraban grandes círculos de metal o cilindros tallados para accionar una serie de tiras que hacían de teclado.
—Señor, ¿las cajas solo producen una obra?
El hombre de mediana edad ajustó sus lentes. —Estas sí, hay artículos especiales, por petición, a los que se cambia el disco de metal en su interior. Si es de su interés, puede escoger las obras que desee escuchar o bailar.
Esa posibilidad del final le iluminó la mente con el recuerdo de Elsa y su alegría en diciembre. Con la disponibilidad de una caja como esa, podría disfrutar de su danza en privado, sin necesidad de músicos.
A punto de pedir la realización de una y varios tonos, se tomó unos segundos para pensar su decisión. ¿Por qué iba a hacer tal cosa? Era ridículo.
La haría feliz.
Y él se sentía victorioso al hacerlo, inexplicable e inentendible como fuera eso.
Además, no se diferenciaba a lo que ya había llevado a cabo con anterioridad.
—Quiero hacer un encargo.
Sorprendentemente, en el arreglo de su transacción, su cuerpo se relajó para los próximos días.
NA: Hola.
Alerta de nota larga.
En EU la lotería fue muy importante para el crecimiento de las colonias (les juntó dinero para la revolución y creación de muchas universidades, parece que entre ellas Harvard ja,ja), era mejor aceptado que en Europa, pero lo más impresionante que leí fue que la lotería es casi tan vieja como la humanidad; se encontraron billetes de la antigua civilización china, y fueron mencionadas en tiempos de Nerón (primeros siglos d.C.). Pero la lotería moderna que más conocemos tiene su origen en Francia en el siglo XV.
La palabra homosexualidad surge a finales del siglo XIX, por lo que hice uso del término sodomía, que era el otorgado en aquellas fechas, con un enfoque hacia hombre-hombre. También coloqué referencias a los pensamientos de perversión aludidos a personas homosexuales, que en la época se creían pecadoras, degeneradas y merecedoras de muerte, castración, violación o manicomio (¿oigan, en realidad estoy diciendo que la opinión ignorante se limita a aquellos tiempos? Lamentablemente no, aunque me dio un poco de gusto encontrar una tesis de 1980 bastante objetiva para un tiempo donde ser gay/lesbiana era una enfermedad mental). Ahora bien, quizá le di mucha tolerancia a Hans, lo admito, pero pensé que a él le valdría lo que dijera la iglesia y su fuerte influencia en la sociedad, teniendo pruebas de lo contrario y sabiendo que él no es un ángel pese a su crianza como príncipe. Por otro lado, no afirmo que Jensen sea gay, solo que Hans se hace a esa idea porque le inquieta un hombre que parezca sentimentalmente interesado en estar con hombres (vamos, que no puedo pasarme con la época haciendo que no tenga rasgos de machito); Violet sí es lesbiana, pero por el tiempo que corría no habría confirmación de su orientación sexual. Y menos afirmo que todo artista pertenezca al colectivo (a quienes formen parte de él, disculpen por lo que a veces se usa como estereotipo, resultó coincidencia con la caricatura), mi única intención es mostrar que han existido en todo el tiempo y poner en mi fic referencias a situaciones de las que no se hablan, pero que forman parte de un contexto histórico. En el capítulo siguiente habrá una que lo confirmará mucho.
Hans pecó de privilegiado diciéndole a Jensen que se conforma, pero lo cierto aquí es que, durante muchos siglos, el analfabetismo fue enorme y los marineros de menor rango carecían del conocimiento de lectura y escritura, como otras personas en el menor estrato de la pirámide social. La situación cambió un poco en el siglo XX por varios factores; lo principal, la escuela; y aunque gran parte de la población de menor recurso abandonaba la educación formal antes de concluir la primaria o solo con esta (o sus equivalentes), la adquisición de la lectoescritura se había hecho, disminuyendo los índices de analfabetismo. Lo curioso con el marinero sería por qué puede leer y escribir con comprensión lectora.
Las cajas de música que ve Hans utilizan una palanca para accionarlos, porque leí que el mecanismo neumático para que esos artículos se movieran solos se ocupó hasta los pianos mecánicos, invento de casi el siglo XX . Para ilustrarse, pueden googlear en imágenes "caja de música siglo XIX".
Prosigo.
Ya llegó su tiempo separados, donde muchas cosas van a pasar, aumentando su añoranza del otro ja,ja.
Primero Elsa. Para algunos creyentes de la espiritualidad, los gatos negros limpian malas energías (más que los perros), por eso Elsa y Hans terminaron con Skygge. Ahora bien, hasta los egipcios pensaban que los gatos sanaban, no escogí la mascota solo por mi amor por los felinos, sino porque Daphne, habiendo viajado y siendo supersticiosa, además de lo que pensaría su abuela, podría dárselo a la pareja con estos pensamientos. O sea, pude darles un perro y no preferir un felino porque me gustan, pero tuve que ser un poquito objetiva ahí ja,ja, pero a fin de cuentas, aquí en la historia es como cualquier mascota afligida y animando a su ama cuando le ve triste.
(¿Creen que debí conseguirle un loro?)
Su malestar seguirá. Pobre Elsa. Mi hermana sí lo tuvo fácil ja,ja. Por lo menos el Hansy ha hecho de las suyas aquí.
En cuanto a él. El accidente y la tormenta insinuada al principio fueron al mismo tiempo, solo para aclarar. El amor lo puso bobo y para colmo pasó eso que vino a ponerlo peor, aunque lo agitó y ya se acerca a saber lo que siente por su esposa. Si lo notan, también en su parte él expresó por qué ha tardado en darse cuenta de sus sentimientos, siendo la ignorancia y el miedo a ser controlado lo más importante. Pero no la libra con sus acciones, si eso no es amor de su parte, díganme qué sí es.
Y pues el hermano no tendrá más relevancia, solo salió para que Hans pudiera desahogarse con una persona de las muchas que insultan a su esposa.
Esto es todo. Cuídense mucho.
Besos, Karo
PD: Para hacerse una idea del look de Hans, busquen a Chace Crawford y vean sus imágenes más viejitas, alrededor de Gossip girl (con el cabello despeinado y algo largo).
