Capítulo XL.
Eucatástrofe


I.


Mina lo está vendando. Katsuki lo mira ceñudo.

—¿Qué carajos ocurrió?

—¡Nada grave, lo juro! ¡Sólo intenté algo con Kyoka! —se disculpa Izuku.

Se siente responsable por preocuparlo y, obviamente, lo que había intentado con Kyoka no había funcionado. Lleva días buscando una manera de controlar su magia. Ninguna de las ideas que Mina le ha dado ha funcionado, porque ella entiende perfectamente el lenguaje de la magia e Izuku ni siquiera tiene instinto.

Katsuki chasquea la lengua, evidentemente molesto, pero no dice nada más. También él tiene problemas con sus manos e Izuku es lo bastante amable como para no recordárselos. A cambio, le concede la dudosa amabilidad de sólo hacer gestos que Izuku interpreta como preocupación —aunque hacia afuera parezca enojo— por que se lastime.

—Lo dominaré pronto —insiste Izuku—, tengo que dominarlo.

Él había escogido aquella magia que ahora albergaba su cuerpo. Era su deber trabajar en ella.

—No sirve de nada si sólo hace que te hieras.

—¡Katsuki! —Evita el «Kacchan» porque no están solos, pero el tono de reproche es muy obvio.

—Sólo digo…

—¡No soy débil!

—¡No estoy diciendo que seas débil!

—¡Dejen de discutir! —espeta Mina, que hasta entonces se había mantenido callada—. Lo que están haciendo… es inútil y no le va a ayudar a nadie. —Termina con la venda y voltea a ver a Katsuki—. La magia es muy útil, idiota —espeta—, no te atrevas a decir que algo no sirve porque no lo entiendes.

—¡Lo está lastimando!

—Katsuki, estaré… —Izuku intenta defenderse, pero Mina lo interrumpe.

—¡Tendrá que esforzarse más! ¡Encontrar la manera! —espeta, con la voz chillona y molesta—. ¡Todos los brujos y los magos y los hechiceros lo hacemos! ¡E Izuku será capaz, lo sé!

Izuku sonríe. Estira su mano vendada antes de que Mina y Katsuki entren en una batalla campal, para tener la discusión.

—Gracias —le dice a la bruja. Después sus ojos se clavan en Katsuki, quien aprieta los dientes, seguramente conteniéndose para no decir algo de lo que se arrepienta más tarde—. Confía en mí.

Katsuki asiente.


El problema con Katsuki es que no sabe expresar su miedo. Lo vuelve ira, enojo, abrazos que Izuku apenas si puede soportar, porque amenaza partirlo en dos, palabras veladas que no dicen lo que quieren decir, besos desesperados en la noche. Izuku sospecha que sólo se ha intensificado en los últimos tiempos, después de todo lo que ha ocurrido. No puede culparlo.

Katsuki toma el brazo vendado y lo besa con delicadeza por encima de las vendas, pero a Izuku lo abraza como si fuera a desaparecer, allí, acostados, en la oscuridad de la noche.

—Kacchan, espera…

Izuku cree que entiende. El miedo. Todo lo que han pasado. Todas las veces que han estado a punto de morir.

Katsuki no lo suelta.

—Kacchan —insiste—, escúchame.

—No tengo permitido enojarme porque te lastimes así —se queja Katsuki y algo duele dentro de Izuku—. Está bien —sigue, con un deje resignado en la voz—, está bien, sé que haces un esfuerzo para controlar la magia. Pero no me pidas que no…

—Kacchan, no te estoy pidiendo que no te preocupes.

Y entonces por fin relaja un poco el abrazo, por fin Izuku puede apartarse sólo un poco para verlo a los ojos y poner su mano sobre su mejilla.

—Deja que esto sea algo bueno. Esta magia… —y sus manos buscan las de Kacchan y acarician sus palmas y las besan— es algo bueno. Es un milagro. Deja que sea algo bueno, Kacchan.

Katsuki cierra los ojos. Quizá es la falta de la capa, que está al pie de la cama, sin las pieles del cuello, pero Izuku aprecia toda la vulnerabilidad que siempre esconde delante de todo el mundo. Sin los ojos que lo miran como si desearan atravesarlo y quedárselo para siempre, apreciar los demonios del Rey Bárbaro es mucho más fácil. La manera en la que aprieta los labios, el hecho de que incluso su nariz parezca tensa.

—Estoy dejando que sea algo bueno —se queja. Y es cierto a medias. Muchas noches abre las palmas de las manos en el balcón y deja que salgan las chispas. Grandes, pequeñas. Ilumina el cielo nocturno para Izuku. Pero se preocupa demasiado por el príncipe—. Pero si sólo va a lastimarte… —El Rey Bárbaro busca uno de los brazos de Izuku y aferra uno por la muñeca—. Quizá si no estuvieran llenos de cicatrices por el toque de un hechicero,

Izuku traga saliva. No sabe si Katsuki se culpa a sí mismo o a él o al destino. No quiere ahondar en ese tema, porque él y Katsuki eran diferentes. No estaban enamorados.

—No hables de eso ahora. Estamos hablando de la parte de la magia…

—Todo tiene que ver —interrumpe Katsuki—. ¿Qué hubiera ocurrido si no hubieras salido esa noche y…? Quizá ahora podrías manejar bien…

—No me habría enamorado de ti —dice Izuku.

—… ¿Qué?

—Cuando me limpiaste los pies, Kacchan —replica el príncipe—. Nunca había visto esa parte de ti. Había atisbado que eras capaz de ser amable, pero no… No la vulnerabilidad y… Está bien. —Mueve un poco la mano que tiene aferrada Katsuki por la muñeca para entrelazar sus dedos entre los del Rey Bárbaro—. Todo lo que pasó. Está bien. Creo que si tuviera que volver a vivirlo, no cambiaría las cosas.

Aquello duele al ser admitido. Las palabras duelen al salir de su boca. Decir que no cambiaria nada implica demasiado. Todas las lágrimas y el dolor, también, además de su boda, de las sonrisas, de los besos y de las historias.

—¿No te gustaría haberlo hecho menos…?

«¿… difícil?». «¿… doloroso?». Izuku se queda sin saber cuál es la palabra que va a decir Katsuki, porque lo interrumpe antes.

—Me da miedo, dejar que exista al menos una posibilidad de no enamorarme de ti.

El Rey Bárbaro lo aprieta contra sí. No dice nada. Quizá no puede. Izuku se entierra en el abrazo.

—Deja que esta magia sea buena, es un milagro —repite.

Katsuki suspira en la curva de su cuello. Izuku no sabe si suena desesperado o preocupado. Si en realidad suspira porque ya no sabe qué decirle.

—Kacchan, deja que sea bueno. Después de todo, el amor y la magia pueden con todas las tempestades.

No alcanza a ver a reacción de Katsuki ante aquellas palabras. Sólo lo oye repetirlas en dialecto —y las entiende y siente calor en el corazón al notar que puede, que tienen sentido los sonidos que emite Katsuki—, una y otra vez, como una matra.


—Creo que te estás aproximando a todo de manera incorrecta —dice Denki. Sin dar rodeos.

Izuku alza la cabeza y entorna una ceja. Llevan un rato intentando focalizar la magia del príncipe, pero no logran nada sin que esté a punto de lastimarse.

—Y es —agrega el mago, sin piedad alguna— porque no entiendes el lenguaje de la magia. Ni siquiera por instinto. —Hay una pausa—. Eso es un problema.

—Lo sé, lo sé —dice Izuku—; la magia dentro de mí… —No sabe qué podría decir o cómo podría explicarlo. Ni siquiera la siente como algo instintivo. Es más bien una molestia, comezón que debe rascar—. Lo sé —termina, sin haber si quiera empezado.

—Creo que necesitas aprender a entenderla, primero —sigue Kaminari.

—Nunca podré entender su lenguaje, no sé si tenga…

—No hablo de su lenguaje, de cómo habla. Incluso eso es diferente paga magos, brujos, hechiceros… Dudo que alguien pudiera enseñarte, porque tú no eres nada de eso. —Tuerce la boca, dando a entender que eso es un problema y a la vez algo bueno. Sonríe después, por costumbre, para no preocupar a Izuku—. Pero podrías entenderla. Sientes algo, ¿no? —Izuku asiente—. Podemos empezar por ahí. De todos modos, no sé por qué te apresuras. La magia… —Denki bufa y hace un puchero, pero acaba por suspirar, decidido a explicarle lo que sea necesario.

Hay mil y una razones. Todas terminan y empiezan en Katsuki: su ceño preocupado cada que se lastima, aunque Izuku insiste que no ocurrió nada malo —quizá sea preocupante que su umbral de dolor soporte tantas cosas, pero evita ese pensamiento—, la facilidad con la que parece el Rey Bárbaro conjurar las chispas de sus palmas —Eijiro insiste que eso es de esperarse, porque Katsuki tiene tan sólo un pequeño residuo de magia dentro de él, no es un poder tan avasallador como el que Izuku parece albergar dentro de él—, los abrazos de Katsuki que amenazan con partirlo en dos, ese instinto sobreprotector que no puede quitarle realmente desde que Izuku pasó noches y días en Jaku, presa de Tomura Shigaraki.

—Entonces, ¿cómo crees que podría entenderla?

—¿Cómo la sientes? —pregunta el mago—. Necesito hacerme una idea primero.

—Es como un cosquilleo. —Izuku dice lo primero que le llega a la mente; No hay ninguna otra manera de explicarlo—. Cuando sabes que algo bueno está a punto de ocurrir…

—Como un presentimiento —completa el mago.

—Sí. Algo así. Como cuando Katsuki se acerca hasta mí y se inclina y… Ese momento. El preludio de un beso, de un gesto.

Denki pone los ojos en blanco.

—Y el Rey Bárbaro tiene la chingada audacia de quejarse de cómo somos Eijiro y yo —murmura—. Bien. Como el preludio de algo bueno. —Suspira—. Creo que puedo entender eso. La primera vez que volé sobre Eijiro… yo solo… —carraspea y enrojece, pero Izuku lo deja seguir tranquilamente, sin presionarlo—. La sensación fue como los mejores rayos que han producido mis dedos. Así que… entiendo eso.

—Luego deja una sensación cálida —dice Izuku—, cuando todo termina. Incluso cuando me lastimo… Se queda el dolor y luego… algo cálido. Como un abrazo.

Denki se ríe. Izuku al principio no entiende por qué la risa sincera, hasta que la carcajada se detiene.

—Eso eres sólo tú —informa—. No me consta que alguien más haya sentido… —Sacude la cabeza—. Hay demasiada magia dentro de ti.

—¿Demasiada?

—Demasiada. —Denki extiende sus manos—. Mira, puedo enseñarte a sentirla. Creo. No sé cómo… —Suspira—. Tienes que entenderla primero.

Izuku extiende sus manos. Las manos de Denki son cálidas y agradables. Una tiene una cicatriz blanca en forma de rayo que sube por todo el brazo hasta su mejilla. Son seguras. No dudan. Llevan tanto siendo capaces de hacer maravillas mágicas demasiado tiempo, para él es innato.

—Algunos dicen que la magia es un regalo —empieza; está serio, por lo que Izuku se esfuerza en poner atención—. Yo no estoy seguro. No digo que no lo sea. Sólo… Pasaron muchas cosas cuando por primera vez fui capaz de usar la magia de la luz de las tormentas, de los rayos. —Carraspea—. Katsuki me rescató de todo eso, años más tarde, junto con Eijiro. No fue… No fue agradable. La magia es… es sólo algo. Está allí, en el mundo. Si quieres que haga algo por ti, tendrás que darle algo a cambio. Estudio, ofrendas, quizá, como Mina. Los magos y los hechiceros pagamos diferente. Debemos entrenar nuestro cuerpo para soportarla. La magia exige eso. Así que se lo damos. Quizá todo lo que está dentro de ti también lo exige.

Aprieta sus manos. Cierra los ojos y se concentra. Izuku siente un cosquilleo, apenas el preludio o la promesa de algo más. Sonríe.

Denki todavía tiene los ojos cerrados y corresponde a la sonrisa sin saber.

—¿Lo sientes? —pregunta, abriendo los ojos, por fin—. Todo eso está dentro de ti. Tienes que saber canalizarlo bien. No todo de golpe. Es como los rayos. Poco, al principio. Lo necesario. Si me sobrepaso, sólo se me fríe el cerebro, ¿recuerdas? —Izuku asiente—. Practica de a poco. Usa tu cuerpo, distribúyela. Practica con el aire. Practica sentirla.

Asiente, de nueva cuenta.


Practica con Denki varios días más, pero pronto descubre que las sesiones de estudio siempre empiezan tarde por que el mago asiste sin falta a todas las sesiones del consejo que puede —y eso deja a Izuku solo prácticamente todas las mañanas, terco en no ser parte del consejo, en simplemente ser el mediador entre el norte y el sur, la figura que forzó en si mismo—. Pasea con Eijiro a veces. Mientras el clima es bueno, pueden incluso volar. Otras veces acompaña a Ochako y a Tsuyu en largas caminatas por los jardines en las que a veces Ochako se detiene ante alguna planta y la hace brillar de nuevo con algún conjuro. Su magia es cada vez más rápida, más intensa. Antes no había tenido oportunidad de florecer realmente, no en un mundo donde aprender magia era casi imposible sin un patrocinador.

El príncipe también descubre que las sesiones terminan antes, porque Eijiro aparece y se sienta detrás de Denki. Lo deja recargarse y a veces murmura cosas en su oído. Izuku enrojece cuando escucha aquellas declaraciones de amor que seguro llevan años siento pronunciadas. Katsuki dice que aquella pasión es producto de la guerra: un enamoramiento desesperado que no parece poder ni querer acostumbrarse a la paz.

Izuku no los juzga.

Práctica. Descubre que puede golpear el aire y, lentamente, empieza a preguntarse qué más puede hacer. Para qué sirve.

Es una anomalía, una clase de eucatástrofe. El milagro.

—¿Izuku?

Eri, la niña de pelo blanco, pronuncia su nombre excepcionalmente bien. Usualmente es Hitoshi quien la acompaña. Otras veces es Shouta Aizawa quien la lleva de la mano y se acuclilla para hablar con ella, siempre que hace alguna pregunta. A veces, Hizashi Yamada la lleva en los hombros, para que vea el mundo desde lo alto. Las manos, se queda a solas con Izuku y le pide que extienda las mangas de sus atuendos para que ella pueda ver los dibujos.

El príncipe siempre lo hace.

—¿Manzana? —pregunta Eri.

E Izuku sonríe y asiente y la levanta en brazos —aunque la niña ya está demasiado grande para que la levanten en brazos, pronto será demasiado pesada para que pueda cargarla— y la lleva hasta la cocina o hasta el huerto para que pueda robar una manzana. Ella también tiene problemas para controlar el poder dentro de ella, así que pasan juntos el tiempo suficiente.

La vida se acomoda, poco a poco. A veces lleva a una niña en brazos y se encuentra a Katsuki mirándolo con una ceja alzada.

Nunca tendrán hijos. No biológicos, a menos, eso es imposible.

Él no sabe si quiere, incluso. Tiene demasiado miedo de ser lo que su padre fue para él, de no ser suficiente. Es demasiado joven, además. Apenas veintiún veranos. Tenía veinte cuando había conocido a Katsuki. Y tampoco tiene idea de si el Rey Bárbaro, que le saca varios veranos, por lo menos cinco, quiere hijos, si acaso se ha planteado la probabilidad. No han tenido tiempo de hablar de eso, realmente y no cree que ocurra nunca, pero no importa.

Pero la risa de una niña en el palacio es buena. Les recuerda por qué buscaron la paz con tanta desesperación.

Esa risa, inocente; esos ojos, abiertos ante las maravillas; las manos curiosas, la mirada atenta.

—Príncipe —oye decir a Katsuki.

—Estábamos practicando un poco con la magia —dice Izuku—, pero Eri quería una manzana.

La niña le enseña el tesoro que lleva en las manos, ya con dos mordidas.

Katsuki es arisco usualmente, pero con la niña se esfuerza por serlo un poco menos. No totalmente, porque su personalidad es la de un animal que ladra mucho, pero apenas muerde. Llama a Eri «Niña Unicornio» y a ella parece gustarle el sobrenombre.

—Bien —dice Katsuki—. Bien. ¿Tu magia…?

—Todo está bien.

Danzan alrededor del tema con cautela. No quieren seguir discutiendo, Izuku no quiere tener que volver a lidiar con la preocupación no dicha de Katsuki de una manera que duela. Simplemente tienen cuidado.

«Déjalo ser algo bueno, Kacchan».

Eucatástrofe. Repentino giro hacia la felicidad: eso es su magia.


II.


Eijiro le da un codazo en las costillas.

—¿Recuerdas cuando te burlabas de mí por mirar a Denki con ojos soñadores como si no hubiera otra persona en el planeta? —pregunta.

Katsuki bufa. Por supuesto que recuerda. Eijiro y Denki han sido constantes el uno para el otro desde que aparecieron y han sido constantes también para Katsuki. Ahora entiende más lo que lo irritaba entonces y Eijiro se lo toma como una invitación para recordarle a cada segundo lo enamorado que está.

—Porque eso es lo que estás haciendo con el príncipe Izuku ahora mismo —informa Eijiro.

Están alejados. Izuku está sonriendo y hablando de plantas con Ochako, Tsuyu y Mina y él está con Eijiro en el otro lado del jardín hablando de las aldeas de la frontera. Katsuki todavía tiene que mantener unidas a todas las aldeas bárbaras y, aunque no es realmente un trabajo demasiado arduo, sigue siendo su preocupación de todos los días. También, por supuesto, se supone que tiene que practicar con él hasta lograr mantener las explosiones de sus palmas más constantes.

—Tsk, cállate, carajo.

—¡Es adorable, Katsuki! ¡No creo que nunca deje de ser adorable!

—Cállate, maldito dragón…

—Sabes que nunca lo haré. Además, al rato podrías intentar explotar mis entrañas.

—Como si una explosión de mis manos fuera a romper alguna de tus escamas, imbécil.

Eijiro sonríe.

—Dije que podrías intentar, Katsuki, no que ibas a lograrlo.

Intentar controlar sus manos no es fácil, pero cada vez le sale mucho más instintivo. Ya no tiene miedo de lastimar a Izuku cada que lo toca, ya no las aprieta en puños para evitar quemar o explotar algo que no debería.

Bufa.

—Dragón imbécil.

Eijiro ríe. Tiene una risa bonita, con razón Denki está enamorado tan perdidamente de él. Katsuki lo ve de reojo y también sonríe para sí. Su cuesta por conseguir el sur empezó realmente cuando encontró al dragón rojo con un ala herida. Entonces, abandonado por los suyos, en medio de una guerra, no había motivos para sonreír. Pero Eijiro es Eijiro y los fue encontrando, poco a poco.

Ahora, igual que Katsuki, igual que Denki o que Mina o Kyoka, está mucho más lleno de cicatrices, mucho más curtido. Tiene miedo de muchas más cosas, porque ha visto la crueldad a la cara y vuelto para contarlo.

Sin embargo, sonríe abiertamente y ya no existe nada que sea capaz de quitarle la sonrisa. Por eso, Katsuki se alegra.

Luego vuelve de nueva cuenta su mirada hasta Izuku, con la capa verde ondeando tras de él y un atuendo con detalles amarillos, colores crema y verdes claros. Bordados detallados con una historia que le pedirá que le cuente más tarde o días después. Clava su mirada en el príncipe que, a lo lejos siente su mirada y se gira un poco para verlo un momento; cuando sus ojos se cruzan, verde y rojo, sonríe.

Katsuki le corresponde y vuelve a sentir un codazo de Kirishima en las costillas.


Hay días que sólo logra encontrarse con Izuku cuando cruza la puerta de sus aposentos y lo encuentra leyendo algún libro que sacó de la Gran Biblioteca. Siempre está sólo. Casi nadie puede entrar allí —con excepciones— y Katsuki nota que la pequeña salita es el lugar en el que el príncipe se refugia cuando quiere estar tranquilo.

Se queda mirándolo un momento, pues el príncipe está demasiado abstraído leyendo. Hay algo que duele al atravesarlo así con la mirada, un impulso ilógico de abrazarlo y no dejarlo huir de sus brazos jamás. Algo se estruja dentro de él al pensarlo y se recuerda que Izuku no es débil en ningún sentido. Cada vez se obliga a recordarlo, porque el príncipe no le perdonaría que lo olvidara.

Carraspea e Izuku alza la mirada.

—Kacchan —dice, con una sonrisa.

No aparta el libro de sus manos, pero sonríe al verlo.

—Pediré que alguien traiga la cena —dice Katsuki. Lo hace en su dialecto, quizá enunciando más de la cuenta, porque el príncipe aún es un principiante cuando se trata de hablarlo. Sin embargo, está feliz de que por fin alguien pueda entenderlo, que no suene sólo en su cabeza, que no esté sólo ligado a los recuerdos de Mitsuki y Masaru.

Izuku asiente, casi imperceptiblemente. Tienen una rutina.

—Mientras llega —dice, forzando las palabras en el dialecto de Katsuki; lo usan cuando están a solas, Izuku parece determinado a volverlo el lenguaje que hablan en la intimidad, cuando nadie más puede verlo— puedo leerte una historia —sugiere.

Katsuki asiente. Irá a sentarse a su lado un momento más tarde.


Después, cuando los platos quedan olvidados sobre la mesita y Katsuki se pierde viendo el tapiz de Mitsuki e Izuku vuelve a su libro; después, cuando al aire trina y las estrellas salen. Después. Cuando se oye un suspiro.

—Denki dice que ya casi no te lastimas —dice Katsuki.

Izuku asiente.

—¿Lo ves? Te dije que podíamos dejarlo ser algo bueno.

El Rey Bárbaro aún es reticente, pero lo deja estar. Mientras Izuku no aparezca con nuevos vendajes cada pocos días, todo está bien. El príncipe cierra el libro y lo deja a un lado.

—¿Kacchan?

—¿Qué?

—Hoy Denki estaba contándole una historia a Eri.

—¿Y?

—Era la historia de un príncipe —empieza Izuku y traga saliva, haciendo una pausa deliberada— que viajó desde el sur para casarse con un rey.

—Con el Rey Bárbaro.

—Sí —confirma Izuku.

—Un príncipe con ojos verdes.

—Sí —repite Izuku.

—Y un rey de ojos rojos.

—Por supuesto.

Izuku se pone en pie para acercarse hasta él. La capa verde, con las pieles en los hombros que le regaló Katsuki ondea detrás de él. Combina perfectamente con su atuendo: la chaqueta de mangas anchas y el cinturón amplio, con detalles de un color verde como un bosque. Cuando mueve los brazos, las mangas se mueven con él y dejan ver detallados bordados llenos de árboles, hojas, vegetación, vida.

Lleva sobre sus rizos verdes un tocado con motivos boscosos, justo como el emblema de la familia de su madre. Lo alterna entre las llamas de los Midoriya, peinetas típicas del sur y diademas sencillas. Sus rizos, que mantiene cortos a la altura del flequillo, pero deja que le crezcan un poco más —sólo hasta los hombros— en la parte de atrás, resaltan con los adornos. Izuku es hermoso y Katsuki sabe eso desde la primera vez que lo vio. Podría pasar la vida contando sus pecas con sus labios y no cansarse nunca.

Recorrer su piel con sus dedos, clavarse en su mirada para siempre.

Ojos verdes sobre ojos rojos, cada que sus ojos se cruzan.

—Lo das dicho muchas veces —dice—, que contarán nuestra historia un día y ahora que escuché a Denki, no pude… No sé si puedo hacerme completamente a la idea.

Katsuki sonríe a medias, enseña los dientes.

—Será mejor que te acostumbres a ser material de historias.

—Es extraño, Kacchan… —intenta defenderse Izuku, pero Katsuki lo toma entre sus brazos apenas está a su alcance.

—Eres material de historias. Tú más que nadie. Esa magia que tienes dentro… —Lo alza en el aire—. Carajo, Izuku, eso será leyenda.

Ve el príncipe enrojecer.

—Kacchan… —se queja, turbado.

—Lo digo en serio, príncipe.

—Me da miedo —admite Izuku— la clase de inmortalidad que conceden las leyendas. ¿Nos recordarán humanos, Katsuki? ¿Recordarán lo que amamos?

—Siempre —asegura Katsuki, aunque sabe que es fútil, porque ninguno de los dos tendrá control sobre lo que ocurra después con sus figuras—. Siempre, Izuku, siempre. —Lo deja en el suelo y se inclina para besarlo—. Alteza —dice—, déjame cuidar de ti.

—Siempre, Kacchan. —Izuku toma uno de los hombros de su capa hacia sí. Katsuki termina sintiendo sus labios cerca de sus orejas—. Sobre todo si me cargas hasta la cama.

El Rey Bárbaro le da gusto y lo alza en sus brazos; Izuku se cuelga de su cuello. El príncipe podría pedirle cualquier cosa y Katsuki estaría encantado de concedérselo. Lo deposita sobre el lecho con delicadeza. Se detiene un momento, inclinado sobre él, para besarlo. Los labios de Izuku se abren buscando los suyos. Su mano aferra la capa de Katsuki mientras que el Rey Bárbaro tiene una mano detrás de su cuello y la otra en una de sus piernas.

Se separan e Izuku respira con dificultad. Los besos nunca dejan de ser intensos entre ambos.

—Kacchan…

—Déjame cuidar de ti.

—Creo que acepté eso cuando me casé contigo —dice el príncipe.

Katsuki sonríe a medias.

—Sabes a lo que me refiero.

—Siempre sé a lo que te refieres, Kacchan. —La voz de Izuku siempre es más chillona en esos momentos, sus manos se aferran más al Rey Bárbaro—. Bésame de nuevo —exige.

Katsuki sabe que es una orden prácticamente, de manera que lo complace.

Al final del beso los dientes de Katsuki atrapan el labio inferior de Izuku, tan solo un momento. Lo suelta tan solo para volver a besarlo. Izuku se incorpora a medias tras eso y queda sentado al borde de la cama. Katsuki se pone de rodillas ante él y extiende una mano. Izuku se ríe al poner su bota en sus manos y dejar que Katsuki se las quite al mismo tiempo que patea las suyas propias como puede, en la posición que está.

Después le jala los pantalones anchos y medio se incorpora para jalar su cinturón al tiempo que Izuku intenta quitarle la capa.

Son una madeja que piernas y brazos, nada más, moviéndose caóticos como pueden.

—Seremos historias, Izuku —dice, cuando logra por fin jalar el cinturón—. Palabras que vivirán de boca en boca hasta el fin de los tiempos. Inmortales, si quieres.

—No quiero que olviden que somos humanos.

—No podrán, príncipe. No hay nada más humano que amar y… —Se le atragantan las palabras. No sabe exactamente cómo decirlas con la emoción qué desea, con toda la vulnerabilidad que tiene dentro. Crudas, enormes, tan grandes que amenazan con aplastarlo—. Izuku, Izuku… —Sus labios se entierran en el cuello del príncipe—. Te amo.

Desata la capa de Izuku y deja que caiga debajo de ellos, deja que Izuku se acueste sobre ella.

—Kacchan —dice Izuku—. Oh, Kacchan. Te amo, también te amo, también…

Sus palabras mueren, sofocadas por otro beso de Katsuki.

Su espalda se aquea y un rayo verde parece recorrer su cuerpo. El beso termina entonces, súbitamente cortado por Izuku, que se mueve hacia atrás de manera brusca.

—Lo siento, lo siento —dice. Se abraza a sí mismo.

—¿Eso fue…?

—Magia —murmura Izuku—. Nunca había hecho eso…, no sé si… Todavía no la entiendo demasiado.

Katsuki se acerca hasta él.

—No me harás daño, Izuku.

En realidad, ninguno de los dos está seguro, pero Katsuki se esfuerza por parecer convencido de lo que está diciendo.

—Nunca había hecho eso —insiste Izuku.

—Confío en ti igual que tu confías en mis manos. —Katsuki las extiende frente al príncipe, intentando probar un punto. Lo que está haciendo es sólo intuición—. ¿Puedo besarte? —pregunta—. Con calma, si lo prefieres.

A Izuku le toma un momento relajarse de nuevo, pero eventualmente asiente.

Katsuki lo besa suavemente entonces, con cuidado. Vuelven a aparecer destellos de su magia, pero esta vez no se separan. Ninguno siente la necesidad de hacerlo.

—¿Puedo besarte el cuello?

—Sí —murmura Izuku.

Katsuki jala su chaqueta para exponer por completo su clavícula. Lo besa allí también con delicadeza, sus dientes rozan su piel.

—Kacchan —interrumpe Izuku.

—¿Qué?

—Puedes morder, si quieres.

Katsuki le clava sus dientes en el cuello, con cuidado. Dejará una marca pequeña, piensa que se desvanecerá rápido. Nada como las que Izuku deja más tarde sobre su piel, cuando está demasiado perdido y se le olvidan las palabras. Le jala la chaqueta e Izuku le clava las uñas sobre la piel. No importa. No importa.

—Alteza —murmura. Oye a Izuku soltar una risa corta, amena, agradable—. Izuku —repite—. Tengo una pregunta.

—¿Kacchan?

—Si tuvieras que ponerle un punto final a la historia que nos hará inmortales… —empieza. Se detiene porque es importante que Izuku entienda que es tan sólo a la historia que perdurará, a la historia que se contará de boca en boca—. A la historia que contarán los tapices —agrega—. ¿Dónde terminaría?

Izuku traga saliva.

—Aquí —responde—, ahora.

—¿Ahora?

—Con tus labios en mis labios —dice Izuku.

«Bésame», es lo que quiere decir.

Katsuki lo complace, por supuesto. Cómo podría no hacerlo. Los labios de Izuku siempre son suaves, siempre lo besan con una delicadeza infinita, siempre responden sus besos como si fueran el primero, el último, todos los besos en uno solo.

—Con tus labios sobre mi piel.

Y Katsuki recorre su cuello, una parte de su pecho. Más tarde podrá besar sus muslos y escuchar ese «Kacchan…» estrangulado que Izuku nunca puede contener; podrá ver sus mejillas sonrosadas, oír la respiración entrecortada y sentir las uñas del príncipe clavarse en su piel.

—En… Kacchan… En… mi pecho y mis manos y mis pecas y… Así… terminaría. Con tus labios en… Bésame… en… —Izuku se detiene y respira hondo, buscando ordenar sus palabras. Su respiración parece relajarse un poco cuando vuelve a hablar—. Terminaría con tus labios en mi cuerpo, Kacchan.

Katsuki sonríe.

—Bien, Alteza.

—¿Bien?

Quizá ya no saben muy bien lo que están haciendo. Katsuki disfruta esos momentos; ve a Izuku deshacerse poco a poco, hasta convertirse en un manojo de «Kacchan…» pronunciados con voz chillona, desesperados. Lo asombra aquella vulnerabilidad, la fuerza que se esconde en cada vez que Izuku le permite verlo de esa manera. La absoluta confianza, el amor.

—Bien —repite Katsuki—. ¿Puedo besarte de nuevo, Alteza?

No es necesario preguntar, realmente. Pero Katsuki lo hace, de todos modos, buscando con desesperación un «sí».

—Por favor —dice Izuku.

Sus labios son suaves, lo más suave que Katsuki ha sentido nunca. También son gentiles y lo besan con amor infinito.

Tras el beso, Katsuki recorre el cuerpo de Izuku con las yemas de sus dedos, uniendo una a una las pecas, con delicadeza. El príncipe no dice nada entonces, demasiado inmerso en aquellas caricias. Es de esos momentos en los que nada existe. Izuku es el mundo entero y Katsuki lo tiene en sus manos, a su merced. Lo toca lentamente y lo ve deshacerse. Izuku; el mundo en sus manos, en la yema de sus dedos, en sus palmas, en sus labios, el mundo contra su piel.

—Es un buen final, Alteza.

—¿Sí?

Izuku tiene los ojos cerrados y Katsuki deposita un beso sobre ellos, esperando que se abran, que lo miran. Esperando reconocerse el uno al otro, tal como son, sin máscaras ni protocolos, ni deberes reales. Tan sólo Katsuki e Izuku. Cuando lo hacen, el verde vuelve a dejarlo sin respiración, tal cual como la primera vez que los vio. Tiene que concentrarse para inhalar y exhalar.

Izuku es hermoso, piensa de nuevo. Inhala, exhala. Y entonces, las palabras acuden a él.

—Sí, Alteza —responde Katsuki—; que el mundo recuerde siempre que nos amamos.


Notas finales (agárrense, son largas):

1) Eucatástrofe es un término acuñado por J. R. R. Tolkien que se refiere al giro repentino de los acontecimientos al final de una historia que garantiza que el protagonista no sea víctima de un destino terrible, inminente y muy posible. En este caso, fue lo que les aseguré a Katsuki y a Izuku. Se merecen un final feliz. Hay quien dice que los finales tristes son más «realistas» (no me gusta esta palabra dentro de la fantasía, la fantasía no es realista, a lo más es verosímil o creíble), pero creo que también hay algo rebelde en abrazar la esperanza y entregarse a hacer un mundo mejor, un final feliz, a buscarlo activamente y cuidarlo tal y como lo hacen Izuku y Katsuki.

2) Cuando empecé esta historia, sólo era un retelling de La bella y la bestia con algunas otras referencias. De hecho, iba a ser un cuento/one-shot nada más. Y luego iba a tener diez capítulos. Y luego, justo antes de empezar a publicar, en julio, en la Twin Stars Week, me di cuenta de que era un proyecto mucho más grande. Que aquí estaban vertidas prácticamente todas mis ideas sobre la fantasía. Pueden revisar mis notas (o ignorarlas). De hecho, me gustaría compilar todas mis referencias en un especial. Ya veremos, porque planeo subir el mapa en unos meses (¡la historia tiene mapa!), cuando me lo hagan. Así que si ven un capítulo extra, sepan que no es más historia, pero sí algún contenido extra relacionado a ella. Ojos verdes, ojos rojos se me fue de las manos de la mejor manera posible.

3) Hay historias que, por supuesto, quedan pendientes: Kirishima y Kaminari tienen un amor muy grande, muchas historias qué contar. Mina, Ochako y Tsuyu tienen también caminos que recorrer. El sur. Los Todoroki. Keigo Takami. Pero todas esas son historias diferentes y deben ser contadas en otra ocasión. Quizá algún día lo haga, quizá no. Pero si quieren escribir algo inspirándose en esta historia, que sepan que tienen mi bendición para hacerlo (pero los funo si no le dan crédito a mis ideas): la intertextualidad siempre ha sido parte del fenómeno fanfic. No habrá como tal una secuela (no soy de escribir secuelas, la verdad), pero sí muchos otros proyectos.

4) Ojos verdes, ojos rojos representa diez meses de mi vida desde que empecé a escribirlo. Ocho (más o menos) desde que empecé a publicarlo. Es la cosa más larga y enorme que he escrito. Es un fanfic largote bastante promedio (los hay hasta de medio millón de palabras), pero la cosa cambia con otros estándares. En Word, A4, son 570 páginas. En cuenta de palabras es más largo que Crimen y castigo de Dostoyevski. Es casi (unas 50 páginas menos) del tamaño de Harry Potter y la Orden del Fénix. El epub cuenta alrededor de 800 páginas de libros físico. Así que sí, eso leyeron. Gracias por leer y por acompañarme en el viaje. A los que comentaron, a los que esperaron cada capítulo, a los que llegaron después y esperaron también, a los que leyeron de manera anónima y a los que esperaron a que terminara para empezar. MUCHAS GRACIAS. Estoy sentimental. Y los comentarios me ponen más sentimental

5) ¿Qué sigue en mis proyectos? Escribir por el cumpleaños de Katsuki, hay un Katsudeku y un Kiribaku planeados (multishipper se nace) y quizá sean dos de cada uno. Terminar They're Soulmates, Your Honor (Kiribakudeku). Empezar otro proyecto de fantasía Katsudeku (¡que además viene la mermay week y luego también la fantasy week y luego también la twin stars! Al ser mi main ship, tendrán mucho contenido, pero me esperaré un poco a publicar), empezar otro proyecto todobakudeku, etc. No sé, cualquiera que sea la ship que les guste, estén atentos a mi perfil. Algo habrá para ustedes. ¡Muchas gracias por acompañarme!

6) Si quieren el epub, usen la bella opción de AO3 para descargar (parte de arriba, download, eligen el formato epub, azw3 o mobi). ES LIBRE. LO PUEDEN HACER. Aunque si veo el archivo para descarga en cualquier lugar, funa; PARA ALGO ES LIBRE DESDE AO3.


Andrea Poulain

Estado de México, a 7 de abril de 2021