40. Fascinación
Un viernes que los niños no tenían colegio, Itachi no fue a trabajar. Al despertarse y ver que todos los pequeños estaban en la cama con ellos, sonrió divertido.
Sin duda, nunca había esperado tener tan poca intimidad con su pareja, pero era consciente de que, estando con Sakura, nada sería como lo había imaginado.
De pronto, unas manitas le cogieron la cabeza y se encontró con la carita de Kai delante de la suya. El pequeño le dio un beso y, abrazándolo, murmuró:
—Buenos días.
—Buenos días, campeón.
El crío esbozó la misma sonrisa encantadora de su madre y después, lo miró fijamente y cuchicheó:
—Tengo hambe.
—¿Tienes hambre?
Él asintió y, procurando no despertar a Ayamé, a Kairi y a Sakura, que dormían, Itachi se levantó de la cama con el pequeño en brazos y bajó a la cocina.
Horas más tarde, cuando todos se despertaron, Itachi propuso salir a comer fuera de casa y los niños aplaudieron entusiasmados.
Poco después, en el coche, mientras Ayamé cantaba una canción de Violetta que Sakura había puesto, Itachi dijo:
—Os voy a llevar a un sitio donde se come genial.
—¿Qué sitio? —preguntó Kairi.
Itachi lo miró por el espejo retrovisor y al ver que toqueteaba el arnés de su silla, le advirtió:
—Kairi, no te sueltes o me enfadaré.
Veinte minutos más tarde, tras aparcar el coche, entraron en un exclusivo restaurante. El maître, que conocía a Itachi, lo saludó amablemente, un poco sorprendido por la compañía tan diferente con la que iba esta vez, y los acomodó en una mesa junto a la cristalera.
Instantes después, Kai se levantó de la silla e Itachi dijo con seriedad:
—Kai, siéntate.
Los niños se miraron entre sí. Aquel sitio era aburrido. No se podían levantar, no podían jugar, e Itachi, al ver sus caras serias, preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Su concepto de salir a comer fuera no es este —comentó Sakura, sonriendo.
—Os prometo, chicos, que aquí se come fenomenal —insistió él—. Ya veréis cómo os gusta todo.
—¡Jo, que dollo! —protestó Kai, moviendo la cabeza.
De pronto, una voz de mujer detrás de ellos exclamó:
—¡Itachi Uchiha! El guapo entre los guapos. ¡Cuánto tiempo sin verte!
Al volverse, Itachi se encontró con Anaís Montenegro, una explosiva cantante mexicana con la que había colaborado infinidad de veces. Él se levantó galante y la besó en la mejilla. Pero ella, mirándolo a los ojos, posó un dedo índice en el primer botón de la camisa de él y, bajándolo lentamente hasta donde comenzaba el pantalón, ronroneó:
—¿Por qué ya no me llamas, mi amor?
Sakura, al verla, parpadeó cuando oyó a Ayamé musitar:
—¡Menuda descarada!
Sakura la miró con reproche para indicarle que cerrara la boquita y entonces Itachi dijo:
—Anaís, te presento a mi novia Sakura y a sus hijos Ayamé, Kai y Kairi.
Sakura se levantó y la saludó con una sonrisa, mientras la mujer decía:
—Disculpa mi falta de tacto, Sakura. No sabía que eras su novia.
Ella se encogió de hombros quitándole importancia, pero minutos después, cuando aquella morenaza se fue, Ayamé, que no tenía pelos en la lengua, siseó:
—Menuda pendeja sucia. Si no hubiéramos estado nosotros, te habría arrancado la ropa.
Sakura iba a regañarla, pero Itachi se le adelantó y dijo muy serio:
—Escucha, señorita, Anaís es una buena amiga y no me parece bien lo que estás diciendo...
—No me gusta esa mujer. No me gusta cómo ha mirado a mamá. Se cree que tiene más apellido, más clase y dinero que ella. ¡Es una marrana asquerosa!
—¡Ayamé! —exclamó Sakura.
—¡Asquedosa! —afirmó Kai, haciendo que Kairi también lo repitiera.
—¡Niños! —cuchicheó Sakura.
Itachi, molesto, clavó la mirada en la pequeña rubia y dijo:
—No debes hablar así de las personas que no conoces, Ayamé. Es muy feo lo que has dicho de Anaís y me desagrada mucho cuando hablas de esta manera. Haz el favor de comportarte como una niña de tu edad y deja las telenovelas para cuando crezcas.
Sakura miró a Itachi sorprendida, mientras que Ayamé respondió:
—Más feo es cómo te ha mirado estando mami delante. Soy una chica —afirmó, dejándolo boquiabierto— y sé diferenciar muy bien las miraditas de ese tipo de lagartas.
Él iba a decir algo más, pero Sakura se le adelantó:
—¡Se acabó, Ayamé! Tú y yo vamos a tener una conversación muy seria en cuanto lleguemos a casa, ¿entendido?
—Pero, mamá, esa mujer...
—No, Ayamé —la cortó ella—. Es mejor que no digas nada más. Ahora mira la carta y elige lo que quieres comer.
Con gesto de enfado, la niña frunció el cejo, se calló y miró la carta. Sakura le sonrió a Itachi a modo de disculpa y él le guiñó un ojo.
En ese momento, Kairi cruzó las manos ante su cuerpecito y declaró:
—Yo no quiero comer aquí.
—¿Y dónde se supone que quieres comer? —le preguntó Itachi, sonriendo.
Los dos gemelos señalaron un McDonald's que había al otro lado de la calle, con zona de juegos, y Sakura, riéndose, dijo:
—Eso es para ellos salir a comer fuera.
Comprendiendo la incomodidad de los niños al estar en aquel restaurante tan exclusivo, Itachi se levantó y, tras hablar con el maître, se acercó a ellos y preguntó:
—¿Quién quiere una hamburguesa del McDonald's?
Kai y Kairi se levantaron rápidamente de la silla y empezaron a saltar de alegría. Ayamé, más seria tras la reprimenda que se había llevado, murmuró:
—Tengo que ir al baño.
Sakura, consciente del malestar de la niña, la acompañó. Una vez en los aseos, entraron juntas en uno de los excusados y Sakura dijo:
—Ayamé, por favor, deja de llamar «pendejas» a todas las mujeres que se acercan a Itachi.
La niña no contestó. Seguía enfadada y Sakura insistió:
—Vamos, Ayamé, ¿qué te ocurre?
Con los ojos llenos de lágrimas, la pequeña murmuró:
—Mamá, yo quiero a Itachi y no me gustaría que nadie nos lo quitara. Y esa mujer nos lo quiere quitar.
—Escucha, Ayamé, nadie nos va a quitar a Itachi —dijo Sakura conmovida—. Empezando porque él no es nuestro. Los dos tenemos una bonita relación y nos queremos mucho y él os quiere a vosotros. Pero no nos pertenece, como nosotros no somos propiedad suya.
Cuando la niña fue a decir algo, oyeron que se abría la puerta de los servicios y segundos después, la inconfundible voz de Anaís decía:
—Sí... sí... Como te lo cuento. Me acabo de encontrar con Itachi Uchiha y esa novia suya. Una pelirosa algo sosa llena de hijos, ¡qué horror!
Sakura y Ayamé se miraron y aquélla le pidió silencio. Con curiosidad, abrió un poco la puerta del excusado para ver con quién hablaba y vio que estaba hablando por teléfono.
—Tranquila —rio la mexicana, retocándose el pelo ante el espejo—. Ya sabes que a nuestro moreno no le duran mucho las novias. Lo llamaré esta noche y mañana por la noche otra vez y así hasta que quede conmigo. Ese hombre me gusta y ninguna pelirosa sosa y con cara de boba se interpondrá entre nosotros o...
Sakura le tapo los oídos a Ayamé ante la vulgaridad que la mujer había dicho y la niña protestó:
—¡Jo, mamá!
Poniéndose un dedo en los labios la mandó callar y cuando Anaís se marchó, ambas también salieron del excusado.
—¿Lo ves, mamita, como es una pendeja? —dijo Ayamé, con gesto más relajado.
Sakura asintió y añadió:
—Y una lagarta. Tienes toda la razón.
Salieron de los aseos y se encaminaron hacia la puerta, Itachi las esperaba con los niños. Sakura buscó a Anaís con la mirada y, al verla en una mesa del fondo, con un hombre, dijo:
—Ayamé, ve con Itachi.
—Mamá, quiero ir contigo.
—No, Ayamé, he dicho que vayas con Itachi.
—Jo, mamá...
Pero la dura mirada de Sakura hizo que hiciera lo que le decía.
Sakura se dirigió entonces hacia Anaís y, posando las palmas sobre la mesa con un golpe seco, dijo sin cortarse:
—Si me entero de que llamas a Itachi, aunque sea una sola vez, te aseguro que dejaré de ser una pelirosa sosa y con cara de boba para convertirme en una pelirosa peligrosa y una auténtica loba, ¿entendido?
Y, sin más se dio la vuelta, justo en el momento en que Itachi, advertido por Ayamé, se acercaba a ella.
—¿Qué ocurre, cielo? —preguntó, al ver la cara de sorpresa de Anaís y su acompañante.
Sakura sonrió y, tras darle un beso en los labios, dijo:
—Nada. Simplemente que le he tenido que dejar bien clarito quién soy yo a esa pendeja descarada.
Media hora después, en el McDonald's, Itachi se partía de risa al oír lo que Sakura le contaba de Anaís, mientras los niños disfrutaban en la zona de juegos y Ayamé era feliz viendo reír a su pelinegro de los ojos como los amaneceres de Acapulco.
Esa tarde, cuando llegaron a casa tras comer y dar un largo paseo, mientras Sakura les ponía los bañadores a Kairi y a Kai, Ayamé se sentó en las piernas de Itachi y dijo:
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—Claro, cielo. Puedes preguntarme lo que quieras.
La niña lo miró un momento y finalmente dijo:
—¿Quieres mucho a mamita?
—Muchísimo —afirmó Itachi.
—¿Y a Kairi, a Kai y a mí también nos quieres?
—Muchísimo —repitió él.
Feliz por sus respuestas, la niña lo abrazó y cuchicheó:
—¿Te gustaría ser nuestro papito?
—¡Ay, Diosito! —murmuró Itachi alucinado.
Y sin darle opción a decir nada más, Ayamé añadió:
—Yo nunca he tenido un papito como mis amigas del cole y si tú nos quieres y nosotros te queremos a ti, ¿por qué no puedes serlo?
Itachi sonrió. En el mundo de los niños todo parecía fácil y, besando a la pequeña en la cabeza, preguntó, mientras miraba cómo Sakura y Lola batallaban con los gemelos:
—¿Tú quieres que yo sea tu papito? —Ayamé asintió encantada y él, sonriendo, añadió—: ¿Sabes? Nada me gustaría más en este mundo.
La pequeña abrió desmesuradamente los ojos.
—¿De verdad? —Itachi asintió emocionado y Ayamé dijo—: Pues ahora solo falta que mamita quiera y te cases con ella en una linda boda.
Itachi soltó una carcajada y, revolviendo el pelo de aquella pequeña tan necesitada de amor, murmuró:
—Hagamos una cosa. No le digas nada a mamá de esta conversación y en un futuro veremos qué se puede hacer, ¿vale?
Contenta de haber conseguido su propósito, Ayamé le guiñó un ojo, justo en el momento en que Kairi llegaba corriendo a la piscina y se tiraba sin manguitos.
Sakura, asustada, dio un grito e Itachi se quitó rápidamente a la niña de las piernas y se tiró a la piscina a por él. Una vez lo sujetó y ambos sacaron la cabeza del agua, Itachi lo miró y preguntó:
—¿Adónde ibas tú sin manguitos, campeón?
El crío soltó una carcajada e Itachi tuvo que sonreír. Un par de horas después, tras disfrutar de varias ahogadillas y juegos en la piscina sonó el teléfono. Lola se lo pasó a Itachi. Era Naori. Después de hablar con ella durante unos minutos sobre un tema musical que estaban preparando, le dijo a Sakura:
—Cariño, Naori quiere hablar contigo.
Sakura cogió el teléfono y oyó:
—Holaaaaaaaaaa, ¿todo bien por ahí?
—Sí, todo perfecto —respondió ella, sonriendo.
Naori al oír que estaba contenta dijo:
—Oye, esta noche salgo con las chicas, ¿te apuntas?
Sakura miró a Itachi y murmuró:
—No sé.
—Venga, anímate. Pasaré a recogerte. Mi abuela Tsunade ha venido de España y esta noche cantará con su noviete Jiraiya en el Cool and Hot.
Al pensar en ese local de música country, a donde ya había ido con las chicas alguna vez, murmuró:
—Dios... ¡me muero por tomarme un destornillador!
Naori soltó una carcajada y dijo:
—Venga. Será una noche de chicas, ¡vente!
—Cariño, ¿te importa si esta noche salgo con Naori y sus amigas? —le preguntó a Itachi.
—¿Con esas depravadas? ¡Ni hablar! —gritó él.
Naori, al oírlo, dijo:
—Dile al capullo de mi cuñado que cuando lo vea se va a enterar.
Ambas rieron y Sakura, al ver que Itachi sonreía, dijo:
—Vale, me has convencido. ¿A qué hora pasas a recogerme?
Tras colgar, Sakura dejó el teléfono de Itachi sobre una mesita y se lanzó en bomba a la piscina. El resto de la tarde estuvo plagada de risas, besos y ahogadillas.
Sobre las ocho, mientras Lola daba de cenar a los niños, Sakura se arreglaba en la habitación. Ataviada con una minifalda vaquera, una camisa blanca y unas botas de cowboy, se vio perfecta para ir al local.
La puerta se abrió y apareció Itachi, que la miró con lujuria y, cerrando la puerta, preguntó:
—¿Por qué te pones tan guapa para salir sin mí?
Sakura soltó una carcajada y, poniéndose un sombrero de vaquero, preguntó a su vez:
—¿Crees que algún hombre me sacará a bailar como Anaís Montenegro te sacaría a ti?
Itachi frunció el cejo, corrió el pestillo y siseó:
—¡Se acabó, no sales! Te quedas aquí conmigo.
Entre risas, se echó a sus brazos y dijo:
—Pero si sabes que solo tú tienes las tres «T». —Al oír eso, Itachi la miró extrañado, y ella dijo—. Tú me gustas, tú me enamoras y solo tú me haces tuya.
—Más te vale, vaquera —rio él, quitándole el sombrero—. Porque si me entero de que no eres buena, te aseguro que seré muy ... muy malo contigo. Y olvídate de Anaís, ¿de acuerdo?
Encantada, acercó la boca a la suya y lo besó. Degustó con placer aquella lengua que entraba en ella y, cuando él la llevó a una butaca y la apoyó contra el respaldo, sonrió al oírle decir, mientras le quitaba las bragas con urgencia:
—Abre las piernas. Quiero asegurarme de que te vas bien servida.
Itachi la agarró por las caderas para tenerla totalmente controlada y, cuando la penetró, susurró en su oído:
—Recuerda que solo yo tengo las tres «Y» griega. Yo te follo, yo te disfruto y yo te hago mía, ¿entendido?
Sakura se contrajo de placer y él, dándole un azote en el trasero, comenzó a acelerar sus arremetidas, mientras ella mordía el respaldo de la butaca para no gritar y que no pudieran oírla los niños. Itachi le soltó la cintura y le estrujó el trasero sin piedad. Clavándole los dedos, tiraba de ella para moverla a su antojo, mientras Sakura disfrutaba con aquella penetración fuerte y apasionada.
Así estuvieron varios minutos, hasta que no pudieron más y el clímax llegó para ambos, haciendo que sus cuerpos se estremecieran.
Cuando sus respiraciones se normalizaron, Itachi salió de ella y dijo:
—No veo el momento de que regreses para repetirlo más lentamente.
Sakura soltó una carcajada y cuando fue a coger las bragas, que estaban en el suelo, él se anticipó y dijo:
—Estas me las quedo yo.
Ella lo miró divertida y preguntó:
—¿Quieres que salga sin bragas?
La cara de él al escucharla fue todo un poema. Itachi Uchiha era terriblemente posesivo y Sakura, soltando una carcajada, fue hasta la cómoda, sacó unas bragas limpias y, entrando en el baño para lavarse, dijo:
—Que conste que me pongo otras.
Itachi sonrió. Aquella mujer lo volvía loco a unos niveles que nunca había imaginado.
