Desde que Rodolphus y Remus se fueron de la casona habían pasado dos semanas, de las cuales Bellatrix con suerte pudo ver a su escurridizo primo.

La mañana del cumpleaños del animago les sorprendió despiertos y follando, por lo que no salieron de la habitación hasta entrada la tarde. Las cortinas de la habitación fueron cerradas y así ni la luz del exterior les molestaba en sus quehaceres.

Dentro del mundo elitista y clasista de los Sangre Puras no estaba bien visto el celebrar que se acortaban los años de un persona, que se envejecía cada vez más y que su muerte natural se acercaba, puesto que era lógico el dejar de lado la muerte causada por otro tipo de razones. No obstante, la Mortífaga decidió que podía ser un buen pasatiempo para desligarse de las preocupaciones que constantemente la aquejaban, así que se dedicó a hacer las cosas que su primo le pedía.

Dentro de sus deseos estuvo el no salir por algunas cuantas horas de la habitación, y se lo concedió gustosa. Estaba adquiriendo una predilección por gastar su energía entre los brazos y las sábanas de Sirius, y eso se podía traducir como acciones totalmente fuera de lo común en ella. No era normal verla tan a gusto con una persona, mucho menos verla compartir con alguien más de una vez, pero Sirius se había ido encargando de que eso dejase de ser así con él. Los pequeños gestos que él tenía con ella ayudaban mucho para que eso sucediera, sobre todo aquellas cosas que hacía o decía sin siquiera pensar en que un día le prometió que la confianza volvería a sentirla hacia él. Era agradable para ella darse cuenta de que los años no había alejado lo que más anhelaba en su primo de pequeña, el entendimiento mutuo y la complicidad, la cual se perdió cuando sus caminos se separaron de golpe con la toma de sus decisiones.

Retozaron en la cama del hombre por largas horas, ya fuera por sus actividades carnales o porque habían decidido tomar sus formas animagas para saltar y correr por todas partes dentro de esas cuatro paredes.

Al momento en que decidieron salir para juntarse con el resto de los habitantes, Lupin abrazó a su amigo, deseándole un feliz cumpleaños y pasando gran parte de la tarde a su lado. Rodolphus por su lado, solo realizó un asentimiento de cabeza, sin palabras de por medio.

Era comprensible, el Mortífago todavía no tenía tanta confianza con el animago y sus relaciones se mantenían distantes. Un saludo de felicitaciones por el día tampoco estaba dentro de sus estándares, considerando un natalicio como algo de todos los días que no tenía mérito de ser celebrado, exceptuando el suyo y el de Bellatrix. Esas fechas debían celebrarse como Merlín mandaba, sin miramientos ni estupideces, eran días memorables en lo que habían llegado al mundo don personas magníficas y el resto de los mortales tenían que ser conscientes de ello.

El día cuatro de noviembre, Rodolphus y Remus partieron en su misión bajo el escrutinio de Bellatrix sobre el lobo, todavía desconfiada de si serviría como apoyo para su marido o no. La verdad es que no podía confiar en el hombre, no del todo, y ella solo esperaba que no la cagase y su esposo terminara muerto. Todavía tenía sus dudas sobre si su marido tenía bien la cabeza, porque no podía entender cómo es que le gustase involucrarse con alguien tan muermo como lo era Sigisfredo.

En un bolso, había colocado todo tipo de pociones para que ambos hombres tuviesen suministros en caso de necesitar curaciones, escapatorias inminentes o si debían envenenar a alguien. Nunca se sabía lo que podía pasar dentro de una misión y mucho menos en una tan larga como aquella. Debía recorrer muchos lugares, hacer muchas alianzas y solo esperaba que no la cagase, porque su vida estaba en juego, aunque ese par de estúpidos no lo supieran.

Cuando vio partir a su esposo, Bellatrix pensó que podría desquitar sus frustraciones y ansiedades con su primo, pero este no esperó más de media hora para decir que tenía cosas que hacer y se marchó.

Lógicamente, eso dejó completamente descolocada a la bruja, quien esperaba poder tener un poco de tiempo con el animago. Se vio sola dentro de una casa gigante y sin tener nada más que hacer. Se fue a su habitación tan pronto entendió que estaría en su soledad quizá por unas cuantas horas y se encerró a leer el compendio de Lucrecia.

Seguía maravillándose de todas las cosas interesantes que allí salían. Luego decidió que, al poseer nuevamente su daga, explotaría al máximo sus capacidades. La tomó entre sus dedos y con la ayuda de su fiel varita, comenzó a trazar runas dentro de la hoja de plata. Los dibujos en forma de espirales, triángulos con brazos redondeados atravesándolos y juntándose con los demás dibujos le hacían sentir maravillas dentro de su cuerpo.

Si su arma predilecta ya era hermosa antes, ahora había tomado una singularidad y belleza únicas, sobre todo después de haber puesto tantos sentimientos a la hora de impregnar sus deseos y magia en los trazos. Era imprescindible el poner sus intenciones a la hora de realizar las líneas, porque el arma sería usada por ella y para ella, cosa que no era menor. Si deseaba que el arma fuese la mejor del mundo, tenía que hacer cada movimiento pensando en ello, sintiéndolo.

La daga de Bellatrix estaba brillante luego de que terminó con su trabajo. La hoja plateada refulgía de magia y fuerza, convirtiéndola en el arma blanca más mortífera que hubiese tenido la mujer antes. Muchos de los dibujos se parecían a los que su máscara cómo Mortífaga tenía, solo que aquel objeto estaba muy lejos de poseer magia o ser una protección alguna, no era nada más que una vergüenza. Recordaba que cuando se la entregaron, se sintió pletórica y eufórica, pero con el tiempo se dio cuenta que no la necesitaba, porque ella jamás escondería quien era. No la usó más de tres veces y la tenía guardada dentro de una caja de vidrio en su maletín como recuerdo. Sus compañeros Mortífagos, quienes ya no los veía como tales, solían usar sus máscaras siempre, cosa que ella aborrecía. Eso solo podía significar que estaban avergonzados de servir a la causa, de ser quienes eran, de seguir y servir a alguien como lo era Voldemort. Al que más asco le tenía era a Lucius, pero eso también tenía que ver porque el hombre le daba asco de por sí.

Al ver los trazos en su daga, una emoción se alojó en su pecho, felicidad. Estaba feliz, porque en ese resplandor que destilaba su arma, estaban sus deseos, su fuerza y capacidades, nada más la podía describir mejor que ese pequeño objeto mortífero.

-o-

Los días pasaban y se dio cuenta que Sirius no volvía a la casa, cosa que le llamó la atención. ¿Qué cosa tan importante podía tener que hacer el hombre para ausentarse tanto?, ¿qué tenía que hacer un fugitivo que se exponía a ser atrapado?, ¿por qué no le dijo a dónde iría?. Se preguntaba todo aquello y más, cada vez que se acordaba de su soledad en la vivienda. Era descabellado que Sirius se largase de un momento para el otro sin decir nada.

La preocupación entró en su cuerpo luego del décimo día. No era normal, nada de eso era normal. Su insomnio se acrecentó en esa semana y tres días, sin tener respuesta a ninguna de las preguntas que se repetían en su mente a cada minuto.

¿Y si lo atraparon y está en Azkaban?, ¿y si los Mortífagos lo tomaron y ahora lo están torturando?, ¿y si lo mataron luego de pelearse por emborracho en un bar?. Su cabeza estaba llena de "y si", por lo que su estado de ánimo era cada vez peor.

Todos los días, luego de que se diera cuenta acerca de sus niveles de estrés, se metía dentro de su maletín para descargar las frustraciones que se la estaban comiendo viva. Se repetía una y otra vez que no era la niñera de nadie y mucho menos tenía que preocuparse por las estupideces que hiciese Sirius. Trataba de decirse siempre que no tenía que machacarse la cabeza pensando en el bienestar de su primo, pero, aunque quisiera, no lo lograba.

Estaba entrando al colapso mental, estaba llegando a su límite de tolerancia y por eso mismo se metía dentro de su maletín.

Nunca agradeció tanto en su vida el tener aquel escape, porque realmente le estaba ayudando.

Dentro tenía su salón de entrenamientos con armas, por lo que se distraía lanzando su daga a esferas de humor que se condensaban en el aire cada ciertos segundos. Estas estaban hechas específicamente para poder aumentar sus sentidos y su puntería, por lo que las veces que tomaban una forma etérea, era de manera al azar, ayudando a que no se confiase de encontrar un patrón y poder aprovecharse de él.

Tomaba mazos con púas y golpeaba gigantescos caballetes de caucho, lo que ayudaba a sus músculos para estar más firmes y en forma. Usaba la ballesta y se entretenía viendo como cada vez que su puntería daba en el blanco, este explotaba en el aire salpicando cada cierto tiempo las paredes de un líquido parecido a la sangre.

Dependiendo del color que tenían las esferas, era el efecto que tenían una vez que ella les golpeaba con una de sus armas. Las rojas tenían la particularidad de hacerle creer que estaba atravesando con su arma la cabeza de alguien.

Se dedicó a alimentar al "pequeño" Pinchi, por lo que también tenía a "alguien" con quien conversar y no le respondiese estupideces como todo el resto de los mundanos mortales.

El catorceavo día, salió de su maletín alrededor de las cuatro de la tarde, para encontrarse con algo inusual.

Una vez que su cabeza estuvo fuera del objeto, frente a su cara se encontró con una especia de nota flotando en el aire. A medida que iba sacando su cuerpo por completo, la nota subía para ajustarse a la altura de sus ojos. Cuando estuvo completamente fuera del compartimento, tomó el trozo de pergamino con sus manos y leyó:

Sigue los pétalos negros.

Sin entender lo que estaba sucediendo, descendió su mirada y se encontró que, en el suelo de su habitación, lo que correspondía a la alfombra, estaba lleno de pétalos negros, los cuales formaban un camino. Elevó una de sus cejas con escepticismo y se encogió de hombros, pues sin importar lo que sucediese luego, nadie podía entrar en sus dominios sin tener el permiso expreso de ella.

Caminó lentamente por el camino de pétalos, los cuales salían de su habitación y descendían por las escaleras. Caminó, bajando con cuidado los peldaños hasta llegar a la salida trasera de la casa. Frente a la puerta, antes de salir, se encontró con otra nota, la cual ponía:

Ahora, camina por los pétalos negros en el camino de rosas blancas.

Abrió la puerta y se encontró con lo que ponía el pergamino. Un camino largo de rosas blancas rodeaba los pétalos negros que estaban sobre el césped.

—¿Qué…? —. Quiso preguntar de qué se trataba todo eso, pero no había nadie allí para poder contestar a sus dudas. Se guardó la pregunta y siguió las indicaciones, sin tener cierto desconcierto y desconfianza por todo aquello.

Continuó su camino, pisando los pétalos a su paso y notando que el sendero de rosas blancas era muy largo y se perdía de su vista a lo lejos. No pudo soportar aquello y cambió a su forma animaga, echándose a correr. No obstante, luego que acortar unos cuantos metros de camino por su carrera personal, una nueva nota apareció a su altura, haciéndole detenerse abruptamente

No hagas trampas, tiene que ser caminando y como humana…

No le quedó de otra que retornar a su forma original y seguir caminando hasta el final del sendero.

No entendía de qué iba todo aquello, y en el trayecto iba lanzando hechizos para ver si había alguien escondido, con un hechizo desilusionador que le permitiese estar fuera de su rango de visión. Sin embargo, allí no había nadie.

Los Homenun Revelio tampoco decían nada, así que solo le quedaba seguir caminando para poder desentrañar lo que sucedía.

Al haber estado caminando por largos minutos, casi una hora, pudo ver el final del sendero de rosas, perdiéndose dentro de los árboles del terreno. Con pasos silenciosos y cuidadosos, vio entre los troncos de madera a Sirius con algo que le heló la sangre.

El final del sendero construía una circunferencia de rosas en el césped, dejando a su primo en el centro con un animal a su lado. El pequeño animal no llegaba más arriba de su rodilla, era blanco y sus ojos azules como el mismo cielo. Sus garras plateadas resplandecían con la luz que quedaba del sol y le miraba fijamente.

—Hola hermosa… —saludó el animago, sin quitarle los ojos de encima

—¿Qué…? —trató de preguntar qué era lo que estaba pasando, de qué se trataba todo eso, pero las palabras murieron dentro de su boca. Estaba tan asombrada por el animal que yacía junto al cuerpo de su primo que no encontró las letras dentro de su cabeza para poder saber lo que tanto deseaba

—Sé que estuve mucho tiempo fuera, pero era para poder traerte esto… —respondió Sirius, señalando al pequeño león a su lado —. ¿Recuerdas el día en que fuimos a hablar con Dumbledore y te dije que me esperases dentro de la Casa de los Gritos porque tenía algo que hacer? —preguntó hacia ella, recibiendo un asentimiento de la atónita mujer—. Bien, pues me fui a la cabaña de Hagrid para preguntar si tenía algún conocido que traficase animales exóticos. Él me dijo que siempre ha mantenido sus contactos que gustan de los animales y le pregunté si podían tener a tu adorado León de Nemea… —se arrodilló junto al pequeño león blanco y acarició su lomo, recibiendo en ronroneo por parte del cachorro —. Le costó encontrarlo, pero lo hizo después de conversar con uno de sus contactos. Son muy difíciles de conseguir, sobre todo porque se cree que son animales mitológicos y que casi no se ven. Tuvo que darme la dirección de esta persona. Me costó mucho poder encontrarlo, sobre todo porque está lleno de Aurores en las calles y pudo ver alguno que otro Mortífago vagando por allí, tratando de enfundar el caos en la comunidad mágica y toda esa mierda, así que cuando pude encontrar a este tipo que tenía a esta maravilla, me dediqué unas cuantas horas a sobornarlo a punta de golpes en la cara, y me lo dio…, es tuyo Bella —dijo finalmente.

Bellatrix no podía creer que aquello era cierto, sobre todo porque ella misma estuvo buscando ese animal por años antes de entrar en Azkaban. Siempre fue su predilección y ahora estaba allí, con uno para ella sola.

Elevó la mirada y se encontró con los de Sirius, que luego de ponerse de pie se había acercado a ella para rodear su cintura con uno de sus brazos. Estaba absorta, asombrada, feliz y muy, pero muy enojada. Decidió que dejaría su felicidad para después y su mano resonó en la mejilla de su primo tan pronto como la cachetada llegó a la piel

—¡Eres un maldito bastardo Sirius Black! —gritó con fuerza —, ¡te vas y ni me avisas a dónde!, ¡yo aquí toda preocupada por ti y tú quien sabe dónde! —se quejó. No podía bajar la guardia en los sentimientos, aunque estuviese más que conmovida por la acción de Sirius hacia ella. Estaba regalándole uno de sus sueños más profundos y su corazón saltaba dentro de su pecho, lo que no quería decir que sería indulgente

—¡Pero Bellita! —se quejó Sirius, llevándose una mano a la cara para poder sobar el espacio maltratado. Sabía que se podía llevar una buena reprimenda por parte de ella, pero pensaba que se le quitaría a penas viese a su nuevo compañero

—¡Bellita una mierda!, ¡bastardo desconsiderado! —volvió a decir ella, golpeando a su primo en el pecho con fuerza, cosa que le ayudaba a bajar la euforia que estaba sintiendo. Sus emociones eran un mar que no tenía predicciones, por lo que iban de un lado para el otro.

El pequeño cachorro de león los miraba sin entender nada, pero sintió prontamente la fuerza mágica que expelía de la bruja, por lo que sin prestar atención a los golpes que se daban los humanos, se posicionó a su lado. Puso una de sus patas sobre la bota de ella y presionó, lanzando una ráfaga de su propia magia.

Ante esto, Bellatrix se quedó callada al instante y miró hacia abajo, topándose con unos ojos azules electrizantes mirándola fijamente. Su cuerpo sintió un escalofrío al sentir la conexión que estaba realizando el animal y no pudo hacer nada más que mirarlo.

Giró su cara nuevamente para ver al animago, que se protegía de sus nuevos golpes y preguntó —¿Es macho o hembra?

Sirius, atónito por el cambio repentino en su prima, contestó —Macho.

La Mortífaga retornó su mirada al pequeño león y dijo —Muy bien, dejemos a este perro idiota para que piense en las cosas malas que hizo —murmuró con decisión, sin poder dejar de sentirse extasiada por el hermoso ejemplar a su lado —. Vamos para que te muestre tu habitación Dené

—¿Dené?, pensé que le pondrías un nombre más creativo…, como los que le pones a Remus o a mi propio escorpión —comentó él, incrédulo de todo

—Es el abreviado de Denébola…, inculto, es una de las estrellas de la constelación de Leo. A veces sorprende que seamos parientes —masculló ella —. Además, esos nombres que le doy a tu amiguito, es porque el suyo no me gusta y cualquier otro es mucho mejor que ese. A Pinchi le puse así porque se me hacía adorable, pero esta preciosura… —susurró con devoción —, tengo que darle un nombre que le haga justicia y sea magnífico, igual que él —.

Tras decir aquello, Bellatrix se dio la media vuelta y comenzó su caminata de vuelta al la gran casa solariega con el cachorro de león a su lado, quien caminaba apaciguadamente, como si conociese a la mujer de toda la vida. Era impresionante la imagen de ella con un león blanco a su lado, imponente y majestuoso, cosa que solo ayudaba a que su misma imagen se aumentase mil veces más.

Sirius por su parte se quedó allí, solo, con la sensación de haber sido tratado como un perro malo que tenía que meditar sobre su comportamiento, pero no dejó pasar la hermosa de su prima a lo lejos con su nuevo compañero, perdiéndose en el camino de rosas blancas y pétalos negros.