Capítulo 40
Las manos de Hans se movieron por la bien proporcionada figura femenina debajo de él. Ella gemía repetidamente a cada toque ávido, frotándose a su vez en su miembro erecto, cubriéndolo con su resbalosa excitación, extasiada del dominio que él tenía sobre su cuerpo en esa postura; la iba a tomar como los animales, rudo y por detrás, satisfaciendo una cruda necesidad de carne.
La rubia mujer soltó un grito al correrse por segunda vez, sin dejar de consentir a su protuberancia oculta con el mástil a su espalda, concediéndose su placer sin la intervención de su compañero de pasatiempo.
—Eres sucia —masculló sujetando las caderas de la fémina para detener sus frenéticos movimientos. —Disfrutas ser montada, tu jugo corre por tu pierna y no la he metido.
Ella rió jadeando.
—Hazlo, ¿o sigo entreteniéndome sol… —Su exclamación al ser embestida de golpe interrumpió la oración.
—Mira lo fácil que entré —se burló él en su oído, apretando su brazo a su alrededor para impedir que se moviera y lo sacara de ella. —Y cómo me aprietas. Te encanta.
Salió de ella veloz y con la misma celeridad dio una acometida por la que gimieron ambos.
—¿Por qué permaneces tan cuerda? —inquirió tras un par de envistes.
—Tú sabes por qué, Hans… —musitó ella divertida, ladeando su rostro para mirarlo con una sonrisa intrigante y ojos oscuros. —¿O no?
Varias veces se retiró de su centro y regresó al calor femenino con fuerza, sintiendo su pecho rugir con el sonido salvaje que creaban sus estocadas.
—¿De qué hablas? —preguntó con los dientes apretados y la visión ardiente del sudor, tragándose su nombre.
Ella lanzó una carcajada, meneando su cuerpo contra el suyo de forma sensual.
—Vente conmigo, Hans.
Controlado por su virilidad, él no se detuvo a encontrar sentido a esa conversación y siguió embistiéndola para soltar el calor que le nublaba el juicio.
Sintió las paredes de ella exprimiéndolo y gruñó, pegándose a su trasero más y más hasta que la presión estalló en su mitad inferior y su alrededor perdió forma.
—¡Elsa! —bramó feroz, oyéndose lejano en el pitido de sus oídos.
Hans abrió los ojos desorientado, encontrando tinieblas y soledad. Tenía el cuerpo empapado, su corazón corría como locomotor y su ingle mojada estaba relajándose, pero… ¿Qué había sido de ella?
—¿Els…? —Calló abrupto por el nombre que iba a pronunciar, comenzando a saberse equivocado. La había visto, pero no estaba ahí.
Le dio un golpe al colchón y se sentó enfadado, abriéndose paso en la confusión por su sueño.
En la penumbra de la habitación vio el círculo pequeño en la manta que lo cubría; la apartó con rudeza, encontrándose con el maldito estado de sus calzones, humedecidos por su corrida fresca.
Acababa de soñar con su esposa y había llegado al final, haciendo un desastre de sí mismo como no ocurría en largo tiempo. Desde años atrás se despertaba empalmado y terminaba el trabajo tranquilizándose, con su mano o ayudado por Elsa, mas no teniendo aquella vergonzosa manifestación de juventud incontrolada.
Por si fuera poco, era la segunda vez esa semana con un episodio sexual. Dos días antes había sentido tal frustración al acostarse que había terminado acariciándose en el baño, no habiendo funcionado una distracción aburrida.
Y había sido la misma platinada quien más inspirara a su cuerpo al alivio.
De haberse tratado de alguien más, e infantil, Hans habría pataleado contra la cama; en cambio, refunfuñó obscenidades, parándose para despojarse de la prenda y quitarle la miserable sustancia del interior.
Conforme limpiaba su ropa se puso a analizar su conducta. Podía ser una prueba de que extrañaba la compañía de su esposa en lo que competía a sus placeres; un hecho que no había ocurrido el año anterior y muy insólito para él, que no se enfocaba demasiado en el sexo.
…pero tras probarlo con ella eso había cambiado.
Elsa había sido y era un opio. Le había hecho adicto con la primera degustación y ahí continuaba queriendo más. Llevaba mucho tiempo embriagándose en ella y nada disminuía la atracción y el ansia, estas solo crecían y demandaban romper la distancia entre los dos para saborearla.
Con la mera idea de ella, su corazón ya calmo empezó a acelerarse y creó ráfagas de aire caliente en su estómago.
—Demonios.
Le nació un antojo de ella. Sin embargo, su falo no se hinchó y su mente tampoco se afanó en el asunto de abrigarse en su vagina, sino le recordó que había hecho más actividades estando con la rubia.
Quizá solo la extrañaba en general, algo que había ido reflexionando en los largos días recuperándose de su golpe. Continuamente había rememorado los meses previos; en su última estancia en Arendelle había pasado muchas horas junto a Elsa y le apetecían algunos de sus divertimientos.
Arrugó la nariz. Todo eso era porque estaba desocupado, ¿no?
¿O porque le importaba, como le había dicho al despedirse?
Suspiró, deteniendo el rumbo de sus elucubraciones para poder conciliar el sueño. Ya había acabado con la ropa y si continuaba en ese camino tendría desvelo.
Dejó sus calzones junto al fuego y caminó a su cama; en el transcurso espió al reloj y rió irónico.
Era dieciséis de marzo.
Qué manera tan interesante de comenzarlo.
{…}
En contadas ocasiones Hans deseaba que Adam no siguiera sus órdenes al pie de la letra. Le había instruido no molestarlo con asuntos del trabajo hasta que se presentara de nuevo en la oficina, siempre y cuando su presencia fuese innecesaria; así que su secretario había creído conveniente escribir dos mensajes codificados que había recibido —de los que desconocía la clave— y presentárselos a su incorporación.
Para Adam, todo lo relevante del negocio utilizaba el teléfono o los mismos códigos que sus trabajadores conocían, pues ignoraba que Hans se había comunicado con su esposa por ese medio.
En otras palabras, Elsa le había mandado mensajes días antes, que habían quedado sin respuesta.
Para ser franco, Hans no había previsto que ella lo contactara tan rápido y tenía parte de la responsabilidad por no avisarle a su afligido secretario, al borde de un colapso nervioso al ser informado que provenían de su mujer y debió enviárselos en la brevedad. La vena perversa del pelirrojo se regocijaba de que por primera vez había un fallo en Adam, pero estaba más interesado en revelar el contenido del mensaje que no le otorgó demasiada relevancia.
También estaba enfadado consigo mismo porque la herida le había obligado a ausentarse y pudo haberse perdido una información vital.
—Sigue en lo tuyo, Adam… y no te atrevas a renunciar —agregó imaginando que redactaría su carta para finalizar su relación laboral.
El rubio tragó saliva, tomándose unos segundos en responder.
—Estaré más atento, señor.
—Lo sé, eres el mejor de mis empleados. —Bajó la mirada a su escritorio, buscando papel y lápiz. —Ahora, déjame solo.
—Gracias, señor. Por supuesto.
A solas liberó una exhalación, esperando que el telegrama no contuviera malas noticias. Rápido, vio el comienzo y se puso a recordar uno de los patrones; dando con él, descifró el primer telegrama, suponiendo que el segundo era una felicitación de cumpleaños, por la fecha. El otro era de su tercer día en el continente, semanas atrás.
A la mitad del mensaje y la primera letra de la segunda palabra, su preocupación cambió a felicidad, adivinando lo que trataba de decirle. Sin poder evitarlo soltó una risa entusiasta mientras concluía para confirmar lo que sospechaba.
CRECER. ESTÓMAGO. HOY
El vientre de ella había aumentado su tamaño.
Era una noticia excelente; su hijo maduraba y presumía su sitio en el interior de su madre. Haciéndolo, les anunciaba que los meses menos seguros habían pasado y les daba esperanza sobre su llegada a finales de verano.
Múltiples preguntas lo acosaron. ¿Cómo se vería Elsa? ¿Qué tan grande sería su curvatura? ¿Cómo sería al tacto? ¿Habría sido de repente, según sugería el telegrama? ¿O había esperado a que él llegara a su oficina? ¿Ya había dejado de vomitar e iba a su despacho? ¿Qué creería Elsa por su falta de respuesta?
Le fastidió en demasía la brecha entre los dos y no haber estado para contestar ese mensaje; era algo merecedor de unas palabras, aun si fuesen escuetas por ese medio de comunicación. Aquello hacía indemorable su búsqueda de nuevos telégrafos de los que había leído y comentado a ella al respecto, en los que el papel se maniobraba solo para guardar un mensaje a cualquier hora.
De momento se conformó con escribirle una carta al respecto, ya que ella no podría estar en su oficina. Claro está, le habría sentado mejor encontrarse en Arendelle haciéndole sus preguntas y viendo ese cambio.
Cogió el estilógrafo luego de descifrar el otro mensaje, el cual sí contenía una felicitación por su cumpleaños. Planeando sus palabras, dudó si valía la pena informarle de su accidente en el barco, como no había hecho en la primera misiva que le había enviado estando en Nueva York; tendría que explicarle el motivo de devolverle silencio a sus mensajes, para que no creyera que la había ignorado adrede en el momento de llegada.
No quería preocuparla, sobre todo si ya estaba curado, podría hacerle mal.
Y temía que a ella no le interesara.
Agitó la cabeza. Elsa era una persona diferente, por supuesto que le tendría en cuenta si le pasara algo, como había demostrado el día de su despedida.
¿Qué eran esos sentimientos? ¿De dónde tenía origen esa incertidumbre rara en él?
Masajeó sus sienes. ¿Por qué había una sensación conflictiva en él cada vez que sus pensamientos iban hacia su esposa? ¿Venía de la mano con que le importara la madre de su progenie?
Allí iba su propósito de no cuestionarse, pero tenía la intuición que era imperante hacerlo en ese asunto… si conseguía entenderlo en primer lugar.
Un llamado a su puerta interrumpió sus cavilaciones y dobló el papel con los mensajes descifrados.
—Adelante.
Joseph y Hildbrand aparecieron detrás de la puerta y se acomodaron contra el marco. No supo si alegrarse porque hablarían de negocios o inquietarse porque harían menciones de su esposa, para lo que se sentía más receloso que lo común.
Adam surgió en medio de los dos. —Disculpe, señor.
—Sé que te ven con previa cita y debí llamar antes, pero Adam comentó que estabas libre, decidimos acercarnos sin que te preguntara primero —atajó Joseph descarado.
Hans puso los ojos en blanco. Era la enésima vez que ocurría aquello, solo su secretario actuaba como si fuese la primera.
—Déjalos, Adam.
Su secretario asintió y los dos visitantes inesperados entraron a su oficina.
—¿Cuándo dejarán de distraerle para espiar su agenda? —preguntó cruzándose de brazos, viéndolos sentarse con la comodidad de siempre.
Hildbrand rió. —Hoy no lo necesitamos, luce nervioso y bastó con preguntarle si te hallabas solo.
Tendría que decirle que su esposa había estado practicando con el telegrama o perdería a su eficiente secretario.
—¿Tuvo una falta ortográfica? —cuestionó Joseph con gracia.
—No le atraigas la mala suerte o te envenenará con arsénico —sentenció Hildbrand alzando las cejas. —Cuídate, Daphne desprecia la ropa negra, aunque se vea preciosa.
—Dudo Adam que lo haga, le caigo mejor que tú, llevo más tiempo lidiando con amantes de lo perfecto —se jactó Joseph señalándolo a él con una ceja. —Entonces, ¿qué fue?
Hans, que había estado en silencio, bufó.
—Se tomó muy a pecho mis días libres, acaba de entregarme unos telegramas atrasados.
Joseph chasqueó.
—Pensé que sería más divertido.
Al reír, por unos segundos Hans tuvo la impresión que esos dos habían ido presintiendo su humor.
Le pareció ridículo y se centró en sus negocios.
{…}
Con la aparición de la primavera, Elsa pudo tener más flores en su dormitorio, mas se vio obligada a limitarse en la cantidad, debido a que el perfume floral no había congeniado muy bien con su olfato, mareándola si el aroma era demasiado fuerte. Debía ser una cosa de su embarazo, porque generalmente podía soportar olores penetrantes.
Dado que las flores le alegraban, era una situación lamentable; necesitaba ese ánimo; a veces sentía momentos de tristeza, algunos sin motivo, y otros por seguir encadenada al baño, extrañar a Hans… o recordar que no le había contestado a ninguno de sus dos mensajes.
¿Estaría enfadado con ella? ¿Le habría pasado algo? Dudaba que él no creyera importante que su bebé pasara los primeros tres meses.
O… o… ¿Tendría más entretenimientos en América y estos le habrían restado atención a ambos?
No, a ella.
Importarle no garantizaba su fidelidad, la cual no le debía por su permiso.
Sonaba injusta —insegura y celosa—; no obstante, con el objetivo del embarazo cumplido y de vuelta a su rutina, bien podría haber cambiado de opinión sobre querer saber de los sucesos alternos al nacimiento de su hijo. Podría solo aguardar que diera a luz, cuando hubiese certeza de su vástago, desatendiéndose de alguien que no ocupaba el mismo sitio en su vida que un descendiente.
Y ella podría haberlo animado con ese fatal momento en que había rechazado su consuelo y corrido de Arendelle.
—Las galletas y los panecillos —murmuró con el ceño fruncido, sospechando que podría haberle ocurrido alguna cosa.
¿Cómo lo comprobaría?
Elsa dejó caer el lápiz a su regazo, junto con el cuaderno de dibujo y se palmeó las mejillas, borrando su imaginación sobreexcitada. Estaba sacando de proporción una cosa que podría ser nimia; probablemente él no había recibido los mensajes por alguna ocupación. Ambos tenían derecho a llevar sus propias vidas.
Se le escapó un jadeo cuando dispuso recuperar sus artículos. Completamente inmersa en otro mundo, había realizado un boceto imposible. ¡Era Hans! ¿Cómo no se había percatado de ello? Tenía su rostro y principales rasgos, como la forma de sus ojos medianos, su nariz respingada, su sonrisa torcida y sus patillas alargadas.
Lucía muy parecido al hombre real, como si lo hubiera estado observando y no se encontrase a kilómetros…
Cerró rápido el cuaderno. Lo depositó en la mesa con el lápiz y tomó el libro de poesía, que no le haría…
Bajó los hombros. Había sido mala idea incluirlo en partes de sus actividades de ocio, porque le hacían recordarlo si se ponía a ellas.
Tendría que vivir con eso. Contando de cien a cero, regresó el libro de poesía a la mesa y cogió su cuaderno; terminaría ese dibujo para mostrárselo a Skygge, aunque verlo así le hiciera extrañarlo.
Sin una base de apoyo más que su mente (grandiosa en realidad tratándose de él), Elsa siguió dibujando y apuntó organizar un retrato de él para añadirlo al salón. Cumpliría dos años como rey y no estaba entre las imágenes familiares.
Abrió la boca entusiasmada con otra idea; no solo podía elaborarse aquel cuadro. Ya hacía mucho que no se colgaba una pintura de la Familia Real.
¡Su bebé debía ser plasmado desde que lo tuviera en brazos!
No se conformaría con pinturas, también querría fotografías. Investigaría a las personas indicadas para esos privilegios.
¿Violet haría esa clase de trabajo? ¿Querría apartarse de sus pequeños? No, Daphne aseguraba que ella era la que tenía el vínculo más estrecho con ellos, considerándose madre de todos, y no se apartaría.
La solución sería viajar a América.
—¡Sí! —celebró. Conocería el Nuevo Mundo y vería lugares con electricidad y teléfonos, disfrutando del anonimato en una ciudad grande y lejana.
Ya no tenía los miedos del año anterior.
Le escribiría Hans para que le consiguiera esa información, no podía adelantarse a planes si Violet no hacía cuadros familiares.
Y él no le invitaría una tercera vez, sus dos rechazos le hacían intuirlo.
{…}
Incluso con su presumida inteligencia, el pelirrojo podía tener pésimas ocurrencias; odiando no saber mucho de embarazos y siempre ambicioso de aprender, había decidido aprovechar que en su zona geográfica tenía gran acceso a bibliotecas médicas donde investigar esa carencia de conocimiento.
Craso error.
Dejando de lado que había muy poca información —lo cual le había orillado a criticar que los médicos no dedicaran interés al proceso por el que todos venían al mundo, como si fuera cosa insignificante—, lo leído le había hecho palidecer. El parto era muy peligroso y muchas mujeres morían por infecciones, desgarros o enfermedades desconocidas del embarazo; le ocurría especialmente a las menudas, que soportaban menos por sus constituciones. Hasta la fecha él no había prestado mucha atención a parturientas fallecidas, pero si hacía el esfuerzo, alguna vez había escuchado de esas desgracias, con su propia madre quedando debilitada por darle a luz.
Ahora sí hacía caso, tratándose de Elsa.
Su esposa no podía morir; eso sería… No tenía palabras para definir el sentimiento que tenía en su pecho de solo pensarlo.
Además, él no podría criar a un individuo sin ella presente; era Elsa quien le haría ser buena persona, la que le aportaría un mejor ejemplo de cómo ser un padre digno, aun si ella no tenía experiencia. Era una magnífica mujer de la que él podría imitar el cariño que ella sí conocía.
Si ella… Y si tenía una hija… No. Era aterrador, no tendría ni una noción de la crianza a un ser del sexo opuesto; si apenas se las podría apañar con un hijo, una niña lo lanzaría al fondo del océano con un ancla de hierro y necesitaría mucho más de Elsa.
¿Pretendían que ella pasara dos veces por eso, si sobrevivía al primero?
Lo peor era que estaban esas situaciones de la muerte de la madre y la criatura.
Sudaba copiosamente con cualquiera de aquellos escenarios, quedarse sin…
Tembló dándose cuenta de un hecho monumental.
—No… —expresó en alto sintiendo que el cuello se le erizaba mientras todo su ser se convertía en hielo. —No…
Un tambor retumbó en sus oídos y tardó en notar que era la puerta. Respondió sin saber de dónde le había salido la voz.
Adam entró y le comunicó algo que no escuchó. Únicamente hubo un nombre que se destacó del resto.
—Repítelo.
—Es un paquete para usted de Arendelle. El mensajero ha reiterado sus disculpas, tuvieron un retraso en la compañía de correo trasatlántico. Señor Henrik, está pálido, ¿se siente bien? ¿Quiere agua? ¿Un médico?
No. Estaba confundido, había pensado una tontería, como el que Elsa tenía mucho poder en él y que sufriría lo indecible si la perdiera.
—Ponlo en la mesa. Gracias.
—De acuerdo. Me retiro.
Sus manos temblorosas rompieron el papel de ese rectángulo chico y ligero que le había enviado su mujer.
Un pequeño detalle de cumpleaños.
Negro no me parecía indicado,
así que te doy mi color favorito.
Recibe un abrazo.
Elsa.
P.D. Le colocaré las letras que me pidas cuando regreses.
Bajo la tarjeta había una tela azul doblada, del color de los ojos de ella. La extendió y vio que era un pañuelo cuadrado con bordes hechos de intrincado tejido.
¿En qué momentos hacía trabajos como ese, dada la naturaleza de su puesto? Ni eran mágicos.
Por otra parte, Elsa debía de educarse más en costumbres sociales. Teniendo en cuenta el color, asemejaba un pañuelo de ella y, en consecuencia, hacía creer que ella lo había soltado para él, una muestra evidente de que podía cortejarla y sería aceptado.
Ella no querría eso.
Sintió la boca seca y le apeteció un trago. Iría al Andrews, aprovechando que no tenía reuniones ese día.
Usó el nuevo teléfono de su edificio para comunicarle a Thomas que preparara el carruaje. Después, cuidadoso dobló el pañuelo para que encajara en el bolsillo de su saco; se quitó el que ya tenía y lo guardó en el interior de su chaleco.
Hubo un marcado contraste con el azul y el negro, aquel toque de cielo sobre su corazón disminuía el efecto duro de la oscuridad.
Salió de su oficina y le informó a Adam que no volvería.
Su chófer ya estaba listo en la cochera y partieron apenas llegó. El trayecto fue rápido, ningún problema se cruzó en su camino, y fue una grata novedad.
Por ser una hora tras el almuerzo, el Andrews estaba concurrido y Hans no quería socializar. Fue directo a los privados y en la tercera puerta no obtuvo respuesta al tocar con sus nudillos.
Ni siquiera se quitó el saco al entrar y seleccionó una botella de whisky, que sirvió en un vaso y bebió antes de sentarse en el sillón. Con ojos cerrados apoyó la cabeza en una de las orejas grandes de su asiento.
Tenía la sensación de estar enfermo y se hallaba físicamente bien; el día anterior el médico lo había felicitado por recuperarse de modo adecuado y contar con una envidiable salud. ¿Entonces qué le pasaba?
Acabó con el contenido de su vaso y se inclinó para servirse más, ignorando la advertencia de que podía emborracharse. Estar beodo le ayudaría a tranquilizarse y olvidar, o a relajarse para pensar.
Haría una excepción a su prudencia con el alcohol.
Llamaron a la puerta cuando había consumido algunos vasos más.
—¡Ocupado! —gritó y volvió a acabarse su whisky. —Carajo. ¡Está ocupado! —repitió al oír que abrían.
—Lo sé.
—¿Qué mierda haces aquí, Joseph? —preguntó sin voltearse.
—Pedí que me notificaran si aparecías. —El dueño del club se sentó en la silla frente a él.
—¿Eres mi niñero? —interpeló con mofa.
—He estado pendiente de ti estos días.
Frunció el ceño, entre sorprendido y afectado por la respuesta.
—Qué conmovedor, ¿aburrido, Ross? —respondió a la defensiva, rechazando su sentir. Joseph no le cuidaba.
El aludido rió entre dientes. —Mucho, muy aburrido, y uno de esos pedantes de las Cortes Europeas me ha entretenido a lo grande.
—Búscate a otro payaso, yanqui.
Acalorado, se despojó de su saco y lo puso encima de sus muslos.
Joseph se desperezó en el mueble, inquietándolo con su observación en los siguientes minutos. Hans hizo lo posible por ignorarlo, pero con cada pequeño sorbo le parecía que los ojos verdes del americano se entrecerraban más, de un modo que atentaba a su cordura.
—¿Qué grave cosa sucedió en Arendelle que te tiene así? —Finalmente habló el pelinegro. —¿Problemas con tu mujer?
—¡Maldita sea, Joseph! ¿A ti qué te importa ella? Siempre tienes que mencionarla.
—Te conozco y las circunstancias que te llevaron a casarte me intrigan —respondió Joseph con frustrante calma.
Hans bufó.
—Oye, que tu amigo se preocupa por ti. Sucedió tan pronto y con la dama que intentaste asesinar.
Rodó los ojos y acabó con otro vaso de whisky. No necesitaba que le recordara que pudo acabar con ella… posibilidad a repetir por embarazarla.
—No desconfiaba de ti, pero también quería saber si la tratabas bien. Ya sabes, su historia.
—Aunque solo nos concierne a los dos, ella está a salvo conmigo.
Joseph asintió. —Lo sé. Y me da mucho gusto.
Se adelantó en su asiento amenazante. —Deja de…
—Solo mírate, desde entonces estás un poco diferente.
—Ajá —le replicó sarcástico, volviendo a apoyarse en el respaldo con el vaso lleno.
—Y… admito que quiero escucharte decir que estás enamorado.
Carcajadas entrecortadas abandonaron la boca de Hans, que con más sentido las habría creído dignas de analizar.
—Joseph, incluso si me enamorara de Elsa, no soy un hombre en el que se pueda confiar, al menos no personalmente. —Odiaba el alcohol, le soltaba la lengua, aunque había querido beber así.
—Sí, lo eres. Para demostrártelo te contaré mi secreto oscuro.
—No creo que tengas secretos así, eres…
—Tengo responsabilidad en la muerte del marido de mi hermana.
El whisky lo ahogó y empezó a toser, tanto que el pecho y la garganta le dolieron.
—Estás… —tosió—. Estás bromeando.
Joseph negó; su expresión siempre jovial se endureció en un rictus amargo y ojos llenos de fuego vengativo. Hans casi quedó sobrio.
Se irguió apoyando el vaso al sillón.
—Lo odiaba —masculló el moreno con vehemencia. Sus manos empuñadas estaban blancas. —Sé que dormiste con ella y viste las cicatrices de su espalda. —Hans asintió lentamente—. Las demás de su cuerpo deben haberse borrado… Cuando se las hizo, no soporté más. Robé unas joyas que él le regaló y las vendí para pagarle a secuestradores, a los que instruí botarlo en un país pobre donde no hablaran su lengua, para que esa maldita basura se arrastrara y sufriera por maltratarla. Mientras huía se cayó del caballo y se rompió el cuello el muy cabrón.
Hans arrugó la nariz.
—Él no la quería, fingió muy bien ante mis padres y yo… y Daphne… solo se casó con ella porque es hermosa y quería una mujer que presumir a la alta sociedad de Boston. No sé cuánto tiempo llevaba golpeándola en su matrimonio… Maltratándola como a un animal el asqueroso bastardo. Al principio pensé que mi risueña hermana mayor se había ido por la muerte de mis padres. Si ellos lo hubieran sabido… ellos… —Joseph agitó la cabeza—. Comencé a sospechar al segundo año. Mi tío político, que era mi tutor, se hizo ciego al cambio de su sobrina y cuando le dije me contestó que al casarse, Brown, el gusano de mierda, se había convertido en su dueño y no se podía hacer nada… y que quizá ella había sonreído a otros hombres y se lo merecería, era una joven hermosa e ingenua que no sabía que las esposas no debían ser amables con los varones, o usarlos para atraer la atención de sus maridos, porque estos se pondrían celosos y tenían que educarlas como lo creyeran conveniente. Entendí por qué enviudó joven. Mi padre no habría dicho eso, con mis padres vi algo bueno… Hoy día Daph y yo los llamamos los Bingley, tan felices y de gran corazón. —Joseph inspiró. —Soporté dos años más viendo a Daph sufrir, conteniéndome cada vez que ella me decía que solo eran ideas mías. Notaba el miedo y la resignación en su mirada y quería acabar con todos por fallarle.
Joseph golpeó los brazos de su sillón. Hans sintió asco; él nunca le habría puesto una mano encima a Elsa, menos justificándose con esos votos donde le otorgaban poder sobre ella. Le dio pena por Daphne, llenando espacios vacíos que explicaban su actitud; lo poco que intuía se complementaba con la información. Ahí las razones de que alguien con su carácter tuviera esos trazos sombríos.
Aguardó a que Joseph acabara de desahogarse, porque debía haberse guardado esa información mucho tiempo.
—Ella perdió a un bebé por culpa de esa basura y eso casi la mató. —Hans tragó saliva. —Fue lo que la despertó de comportarse como una marioneta; admitió que no siguió su presentimiento de que él no era su destino. La convencí de que podía dejarlo… de que sí podía divorciarse y librarse de Brown si ella era quien demandaba el rompimiento de su matrimonio, yo era un iluso de diecinueve años que creyó que él lo permitiría. Esa misma noche que le pidió separarse… él la golpeó con una fusta hasta casi matarla, ella era tan débil con veintiún años, Johans, que su cuerpo… estuvo por morir. Casi terminé de perder a mi querida hermana por esa escoria.
» Brown no me dejó verla, pero me escabullí y la vi, solo pude tomar su mano, la única parte sana de su cuerpo. Juré que sería la última vez. Cuando logró dormirse, mientras dormía, aproveché para tomar las joyas que le dio por esa golpiza. El bastardo la golpeaba y después usaba su asqueroso dinero para comprarle regalos… mintiendo con que la amaba y se arrepentía… Así que se merecía que sufragaran su caída. Quería asesinarlo con mis propias manos, oírlo suplicar piedad, ver la vida apagándose en sus ojos… solo que… solo que no sabía lo que pasaría con mi hermana. Ah, Johans, desearía haberlo matado, pero esa solución habría sido muy fácil para él.
Joseph sonrió con oscuridad en la mirada.
—Contraté a esos hombres por correo. A pesar de que fallaron, les di la mitad de la fortuna de ese maldito, porque mi hermana me pidió manejar sus asuntos tras su muerte y yo tampoco quería ni un centavo. Ella todavía cree que lo usé todo para caridad y no una parte; lo regalé a desamparados, vendí su fábrica a uno de los nuevos ricos que despreciaba y sufragué movimientos de derechos civiles; Brown amaba su dinero y su estatus como adinerado migrante europeo, me satisface saber que el malnacido lo vio desde el infierno. Debió pudrirse aún más porque mezclé su nombre con lo que despreciaba.
El americano soltó una carcajada complacida que erizó la piel de Hans.
—Al arreglar todo, decidimos dejar Boston y nos mudamos a Nueva York. Todos los que nos conocen piensan que ella me financió mi primer club y por ello nunca se sospechó de la muerte del bastardo… ni los secuestradores lo revelaron, se fueron a Filadelfia, donde tienen una excelente vida, no la van a echar a perder con la información. Todo quedó en… Brown cayó del caballo y se quebró el cuello, esas cosas pasan… Era rico, enemigo de muchos, mal patrón; nadie lo extrañó.
» No usamos ni un solo dólar de él. Vendí una de las dos propiedades de mi padre que heredé y empecé mi primer club aquí… Quemé todo mi coraje en ellos, y trabajé para que Daph pudiera ser feliz. Han pasado quince años y solo tú sabes toda la verdad. Confío en ti.
—Joseph… —pronunció conmocionado. Hans, que era un maestro en la manipulación, nunca había sido engañado tan perfectamente como por el pelinegro. En los casi seis años de conocerlo siempre había pensado que su expresividad era fruto de una gran familia escocesa, ya que su hermana se comportaba de modo similar unas cuantas veces.
Y tenía ese antecedente.
Saber lo que hizo no cambiaba su opinión de Joseph; sería hipócrita de él. En su lugar, además de seguirle cayendo bien, le hacía respetarlo, porque trataba de hacer lo impensable por la persona que amaba.
Asimismo, se había resistido de llamarlo amigo por su desconfianza habitual. Hasta lo había tachado de ordinario al conocer a Elsa. Ahora, con su confesión, tenía una muestra de lo que podía importarle a alguien sin parentesco o papel de por medio. Que lo valoraba y confiaba que no lo traicionaría (tenía la influencia para hacerlo).
—Es bueno saber que una vez te he dejado sin palabras.
—Todo este tiempo sí me has creído tu amigo —aseveró con lentitud.
Joseph sonrió. —Eres al único que considero así. Hildbrand es mi cuñado y por añadidura nos llevamos bien, más que bien, no es un mal tipo, pero solo tú eres al único que considero mi amigo. Que escogí como tal. Digamos que tú eres mi mejor amigo y él mi amigo, para explicarlo coherente.
—Yo… debí darme cuenta antes —admitió después de beber de nuevo—. Crecí en un entorno hostil que no me ayudó —agregó con dificultad.
—Lo sé. He ido entendiéndolo uniendo las piezas de rompecabezas a lo largo de los años. Por eso también he sabido que no soy del todo como las demás personas en tu vida, pues se te han escapado cosas que dudo hubieras hecho con otros y sigo aquí.
Se rió y abandonó el vaso en la mesa. —Mejor lo dejo o lo olvidaré por la mañana.
—Mi hermana soporta más que tú.
Se destornillaron de risa.
—No te había dicho de lo mío porque no quería presionarte y no parecía el momento.
Joseph le conocía tan bien que daba miedo, pero no se sentía receloso como habría sucedido antes. Hasta su brújula adquiría una nueva perspectiva.
Qué imbécil había sido.
—Johans, ¿qué estás haciendo? ¿Qué te pasa?
Se mesó el cabello. —Ni yo lo sé.
—Creo que tiene relación con la reina. Y… No deberías estar aquí, sino con ella. Además de resolver tu asunto; si lo permites, otro hombre te la quitara.
—¿Hablas por ti? —farfulló cruzando los brazos.
Joseph suspiró. —Mentiría si no dijese que es valiosa y que me gustó al tratarla, pero no, ella no es mujer para mí. Estaría muy cómoda con mi personalidad. Y es tu esposa. —Su amigo emitió una risa socarrona. —Y no me involucraría con la mujer de alguien más.
Enarcó una ceja. —¿De veras?
—Dímelo tú, Johans.
Pese a estar bebido, tuvo la suficiente claridad de mente para notar que había rareza en sus relaciones con mujeres casadas.
Y sus intromisiones sobre la felicidad de Elsa.
Hans creía en que Joseph no iba tras su esposa. Tal vez había confiado muy rápido para su suspicacia habitual, mas en ese instante se sentía correcto.
—Ya —rió divertido—, me ganaste en esto. ¿Qué con tus devaneos?
—Si te sirve de consuelo, contigo tuve que ser extremadamente cuidadoso y me ayudaba tu poco interés. En fin, veo poca relevancia en que sepas a detalle, pero Daph y yo averiguamos y nos acercamos a mujeres que sospechemos en circunstancias como la de ella. Para ayudarlas como se pueda. Y, por otro lado, los clubs me permiten mantener ocupados a los maridos, o darles palizas en los callejones cercanos.
Razón de buscar casadas, quienes le miraban con aprecio después de contactarse con ellas.
—¿Alguna ha escapado?
—Sí, afortunadamente la gente gasta mucho en apostar y algunas han podido irse a destinos remotos. Sutilmente y soportando un tiempo hasta poder escapar sin sospechas del origen de la ayuda. No queremos llamarnos expertos, sería arrogante y le daría mala suerte a nuestra hazaña.
—Escoceses supersticiosos —farfulló.
—Siempre.
Suspiró. —Bueno, te agradezco preocuparte por mi esposa.
—Si hicieras un acto remotamente similar al de Brown, dejarías de ser mi amigo y te encontrarías en una tribu africana de donde nunca saldrías, en la que te harían sacrificar tu polla y comértela en pedazos.
—¿Joseph! ¿Johans! —Oyeron desde el exterior, cortando la réplica de Hans.
—¡Sí! —gritaron a Hildbrand, quien se apresuró a abrir.
El rubio entró con risas y muy animado se sentó en el largo sofá verde de la estancia.
—¿Ganaste la lotería? —preguntó Joseph con una ceja arqueada.
—No lo necesito. No, no. Tengo una noticia que compartirles. Daphne y yo tendremos un hijo, o hija, ¿quién sabe el sexo? A mí me gustaría una niña idéntica a ella.
—¿Cómo! —exclamó el pelinegro ojiabierto. Hans se quedó atónito, pensando que coincidiría con su propio bebé.
Hildbrand agitó la cabeza. —Mal expresado. Disculpa, es la alegría, sigo tan contento…
—Hild deja tu locuacidad para otro momento —interrumpió Joseph.
El rubio carraspeó. —Ella habló conmigo ayer, diciendo que quería avanzar y embarazarse; que vencerá su…
—Prosigue, Johans lo sabe —invitó Joseph adivinando el motivo del abrupto silencio de su cuñado.
—De acuerdo. —Hildbrand sonrió. —Vencerá su miedo y nos casaremos para que nuestro infante pueda llevar mi apellido en el registro, en caso de que, Dios no quiera, algo ocurra.
Era una coincidencia con el tema de su conversación reciente, aunque no sería la primera vez que esos escoceses parecieran guiados por fuerza inhumana. Los ojos verdes de Joseph se humedecieron y presto se paró hacia la ventana, dándoles la espalda.
Le dieron la privacidad que quería; estaría conmovido de que su hermana fuera tan valiente. Y, aun con la devoción de Hildbrand, habría cierto temor de él por el engaño del primer marido de ella.
—Como adivinas, no vine a pedir su bendición, Daphne es una persona que puede decidir y hablar por sí misma.
Hans asintió. —Felicidades —dijo honestamente, palmándole el hombro.
—Gracias. Lo haremos el próximo año, la intuición de Daphne se lo asegura.
Ante eso, Hans se preguntó si la americana presentía el estado de su buena amiga, a quien querría presente en el evento. ¿Lograría hacer que Elsa cruzara el océano? Estaría celoso si a ella le aceptaba.
Por otra parte, pensó que tal vez Hildbrand no era muy cercano como Joseph, pero también era su amigo (podía usar la diferenciación del pelinegro) y lo tomaba en cuenta para cosas importantes. Era sorprendente considerando su historia con Daphne; determinó que Hildbrand podía soportarlo por su amor a ella, como un vínculo verdadero con sus amigos, hechos que esfumaban las dudas.
Igual que en el caso de…
—Con nuestro hijo… o hija, sí, me gustaría una pequeñita Daphne —Hildbrand interrumpió sus someros pensamientos de embriaguez—, tendré que hacer arreglos a mi testamento. Tengo estipuladas herencias a nuestros chicos de amor y debo considerar al que vendrá.
Ese americano podía ser muy sensiblero en sus expresiones, tan diferente a sus raíces alemanas.
—Pensándolo mejor, debería comprar boletos de lotería. Son muchas cabezas a las que repartir.
—Yo ya tengo un fideicomiso para ellos, que crece año con año —intervino Joseph, acercándose de nuevo con ojos rojos de los que ninguno comentó. —Le pregunté a la gran mamá Violet.
Hans envidió a los menores en cuestión, no por el dinero, sino de encontrar extraños que los amaran sobremanera, tan distinto a lo que le hicieran creer sus progenitores. Nacer de alguien y ser hijo por sangre no garantizaba el afecto de los involucrados, se era más feliz cuando querían tenerte en su vida, haciéndose el tiempo para incluirte y planeando atenciones contigo. Él había hecho lo mejor con lo que le había tocado, pero no se suponía que fuera así.
Se imaginó que Joseph lo había visto como a aquellos pequeños, aunque solo les separaran dos años de edad.
Estaba agradecido, porque le había ofrecido una mano en su solitud, sin importar que le fuera desapercibido por años. Era inigualable. Le debía mostrar su aprecio por el acompañamiento y la confianza; buscar consejo de su conflicto y su futura paternidad, hablarle intencionalmente de sí mismo, podía ser una manera.
Definitivamente le estaba afectando el whisky.
Consideró un primer paso decirles del embarazo de su esposa y los miró.
Estaban tan contentos de lo anunciado por Hildbrand que su revelación podía esperar.
No se daría protagonismo.
Y también haría un paréntesis a la recurrente rubia en su cabeza.
NA: Hola.
Iba a poner una advertencia al principio del capítulo (sobre la mención de violencia), pero ya en el resumen de mi fic aviso que hay contenido sensible, así que no preparé a quien le sea personal el tema. Disculpas.
Según el feng-shui y creencias de mi país (tal vez no solo del mío), regalar un pañuelo a una pareja es símbolo de mala suerte y lágrimas en el futuro, pero quise ir más con el significado de cortejo.
Los Bingley son personajes de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, serían la pareja conformada por Charles Bingley y la hermana de Elizabeth Bennet, Jane. Sus personalidades eran bastante ilusas de la maldad en otros.
¿Qué tal la escena del inicio? Traté de que la narración confundiera un poquito, dando a entender que estaba con otra, pero no sé si lo logré. Era muy difícil. Él se dio su propio regalo ja,ja,ja.
Elsa salió muy poco, pero hasta su inconsciente le recuerda su amor. Y hasta procuró enviarle un regalito hecho con su corazón.
Hans, por su parte, está cerca de descifrar sus sentimientos. Ya no le falta, prácticamente lo tiene en la punta de la lengua, y si no sus amigos podrán servir, ahora que reconoce que lo son.
Y Joseph aún más, como le dejó claro. La escena era necesaria por la confianza, como para enfatizar el cambio en Hans y para que se comprendiera la actitud de Daphne con Elsa y la de Hans. Una vez el pelirrojo comentó que por una viuda cambió su actitud en la cama, ya ven por qué, había relacionado las cicatrices en su espalda y su conducta con su matrimonio, pues se concedía el permiso del esposo para maltratar a sus mujeres. La visión de eso fue lo que más le influyó para atrapar sus palabras y terminar siendo el compañero de cama que tuvo Elsa; algo grueso pensar que la amiga tuvo efecto importante en él, pero no fue a nivel sentimental.
Joseph terminó ganando a Hans en ocultar, pero al presentar al personaje puse que no competían entre ellos sino cada quien su asunto. Y, aparte, mencioné que sí haría evidentes cosas de la época que se callaban.
(¿Recuerdan que Joseph se acercó a Anna?)
Por cierto, ya se aclaró que Joseph no quiero con Elsa, solo (chingaquedito) toca a Hans. Y el pensamiento que no terminó "Igual que en el caso de…" es "Elsa y él", refiriendo que por amistad y por amor no había motivo de desconfianza.
En fin, cuídense.
Besos, Karo
