Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es CaraNo. Yo solo traduzco con su permiso.


Link del blog: https (dos puntos) / / caranofiction (punto) wordpress (punto) com


Capítulo 42

BPOV

Apagando mi cigarrillo, busco en mi bolsillo y saco una goma de mascar antes de caminar hacia la entrada para encontrarme con Edward y Emilia, que prácticamente lo está arrastrando hacia aquí.

Cuando nuestra hija me ve, sus ojos se iluminan y grita:

—¡Oye, mami! ¡Oye, oye, oye!

Mis cejas se alzan.

Miro a Edward, pero él simplemente sacude la cabeza y sonríe.

—¡Oye, estamos aquí! —Emilia es toda risitas, y ella abraza mi pierna y me sonríe. Sus rizos marrones rodean su rostro; no tiene puesto su gorro, y su abrigo está abierto.

—Hola, tú. —Sonrío y me agacho para cerrárselo—. ¿Qué hay con los oye?

—Papi y el tío Emmett lo dicen todo el tiempo. —Sus ojos se ensanchan—. ¡Y también el tío Cullen!

Sé que lo hacen.

Parándome de nuevo, tomo la mano de Edward y le doy un apretón. Emilia se entretiene subiendo y bajando la rampa para sillas de ruedas, así que supongo que tengo un minuto o dos para calmar a mi esposo. Puedo ver que lo necesita.

—Todo estará bien, ¿sabes? —Le echo un vistazo y le quito su gorro. Cuando está nervioso, tiende a tirar de este mucho, como si estuviera escondiéndose, y así no es él. Sé que está preocupado por su apariencia, pero no debería estarlo. Él no es un hombre que pide perdón, y le importa una mierda lo que los demás puedan pensar. Excepto cuando se trata de su padre, pero ni siquiera Ed quiere eso ahora. Cosa que se lo he contado a Edward. Le he contado sobre las fotografías que le he mostrado a Ed, y a él no le importan los tatuajes y los piercings. Él simplemente quiere a su hijo, y está dispuesto a pasar el resto de su vida demostrando lo arrepentido que está.

—Alec y Alice no están aquí, ¿cierto? —Su mirada se mueve por detrás de mí, y comienza a mordisquear su aro del labio—. Mierda, necesito un cigarrillo.

Señalo hacia la zona de fumadores, y caminamos juntos hacia allí. Emilia continúa corriendo, mareándose a sí misma, pero es algo rara en ese sentido.

—No, no están aquí —le aseguro mientras enciende un cigarrillo. Él asiente en respuesta, y nos quedamos en silencio durante un minuto. Él se ha vestido un poco más formal. Se fueron los jeans con agujeros, las botas de construcción y la chaqueta de cuero. No tiene puesta una chaqueta, pero eso es porque ellos han estado en el coche por un buen rato. No es un viaje corto—. Espero que sepas que no tienes que impresionar a nadie. —Jalo de su camisa negra, pero me refiero a los jeans oscuros nuevos también. Él es extremadamente apuesto, jodidamente sexy, pero espero que no sienta que debe usar ropa nueva.

Él se mira, y noto las zapatillas que está usando. No son nuevas, pero raramente las usa por lo que lo parecen. Aún perfectamente blancas.

—Solo... —Se encoje de hombros y arruga su nariz—. ¿Quería lucir bien? No lo sé.

—¡Lo haces! Más que bien. —Le sonrío—. Mientras que no sea por tu papá. Él no te juzgará, eso es todo lo que digo.

Él asiente bajando una vez su barbilla y toma una larga calada al cigarrillo.

—Y bien... —Echo un vistazo a Emilia antes de mirar a Edward de nuevo, tomando su mejilla con una mano—. ¿Mírame, cariño? —Lo hace, y veo temor y duda—. Ed solo quiere verte... la persona que eres. ¿Sabes? —Da un pequeño asentimiento, pero es más firme esta vez. Sonrío y me para en puntitas de pie para besar su barbilla—. ¿Cómo quieres hacer esto? ¿Quieres que Emilia vaya contigo...?

Él se lame los labios, pensando, y mira a la bebita.

—Las dos, pero... —Se aclara la garganta y apaga el cigarrillo con su pie—. Podemos entrar juntos...

Asiento, comprendiendo.

—Entonces puedo irme con Emilia cuando, eh... —Me río—. ¿Sea seguro?

Él finalmente esboza una sonrisa.

—Algo así. —Se agacha y me besa—. Te amo. —Tomando mi rostro, profundiza el beso y gruñe suavemente—. Mierda, realmente te amo, cariño. —Con unos besos más, se aparta y masculla—: Deberíamos entrar. Sabes la Regla Masen Número Treinta y Cuatro.

Oh, estoy sonriendo. No digo nada en respuesta, pero estoy sonriendo.

—¿Qué hay con esa cara? —me pregunta mientras levanto a una Emilia que se ríe, y luego entramos al edificio.

—¿Qué hay con esa cara? —repito y hago unas caras graciosas para la bebita—. ¿Qué hay con esa cara, eh? —Ella chilla y junta mis mejillas, para lo cual intento morder sus dedos—. ¿Qué hay con esa cara?

—Entonces, mi esposa es un loro —masculla Edward.

—¡Oye, oye, oye! —Emilia saluda a los pacientes y las enfermeras que se encuentran en una de las salas por las que pasamos—. ¡Oye, oye, oye!

Me río y la callo antes de responderle a Edward.

—Solo es gracioso que mencionaras a la regla número treinta y cuatro —canturreo. Él me mira inquisitivamente, por lo que prosigo—. También la mencionó Ed temprano.

—Oh. —Suelta una risita—. Sí, bueno...