Hola a todxs!
Me ha encantado leeros estos días, pero no puedo responder a ninguna de las teorías locas (o escandalosamente acertadas) que tenéis, jajaja (aunque disfruto muchísimo leyéndolas :D). Si me lo permitís en estos últimos capítulos echaré un poco el cierre para no hacer spoiler. Responderé a vuestras teorías y feedback al final del todo, que publicaré unas notas de autora ;) Por cierto, que hasta que no leáis la palabra "FIN" al final del capítulo, no se trata del final de la historia :P xD ("desenlace" para mí es el instante de la historia en la que se resuelve el conflicto planteado, y el final es el cierre de la historia, sobre todo si la autora tiene el tic ridículo de meter un conflicto nuevo tras el desenlace xDD, véase: "El trono perdido" o "Teofanía").
Tengo que deciros sin miedo a equivocarme, que estos capítulos finales que restan son lo que más he disfrutado creando desde que estoy publicando fanfics de The legend of Zelda. Estoy tan contenta del proceso que (casi, casi) me da igual si al final me decís que os parece una basura o que esperabais otra cosa, porque escribí los tres últimos capítulos casi del tirón, olvidando comer, hasta la madrugada, y me desperté al día siguiente y tenía que seguir echando fuera ese final porque estaba intoxicada por mi propia historia… Lo que viene siendo el colocón máximo del escritor en toda su plenitud xD Y lo he disfrutado más que ninguna cosa zelink que haya escrito, maldita sea, lo he gozado de verdad, jajajajaja.
Espero que hagáis este último viaje conmigo, y que, como poco, disfrutéis de él la octava parte de lo que yo lo he hecho escribiendo.
Cuidaos mucho!
-Juliet
Las cosas que perdimos en la guerra
Ya han pasado catorce días desde el despertar, tras la Guerra Oscura. La vida vuelve, pero los vacíos siguen presentes.
Es como si cada piedra, cada estandarte hecho jirones se riese de mí, me hiciese sentir un desequilibrio por no haberlo visto arder, porque no lo he visto. El hecho de no tener una ocupación concreta no ayuda, sólo me hace sentir aún más desubicada. Sólo era la desvalida princesa, que sigue aturdida, que no puede aportar gran cosa tras la guerra. Alguien a quien hacer a un lado para no interrumpir a los que están levantando de verdad el reino.
Con tanto tiempo libre, decidí tratar de buscar objetos de utilidad, ver si se pueden rescatar libros de la biblioteca. Tareas menores teniendo en cuenta los daños sufridos, pero como casi nadie me presta atención y me apartan cuando ofrezco ayuda, tengo una especie de silenciosa libertad que me permite moverme cuándo y por donde quiera. He recorrido el castillo, los escombros del castillo, de cabo a rabo. Aunque he conseguido rescatar jirones de papel medio quemados, no hay tinta por ningún lado. Y es imposible que la suministren, la tinta es un bien de lujo, podría decirse. Necesito anotar, anotar todo lo que hay en mi cabeza, porque siento que todo esto es un acertijo y que vivimos envueltos en una mentira. He llegado a afilar una punta de madera y fabricarme un carboncillo, pero escribir así es agotador, no me queda más remedio que esperar a que traigan tinta de Onaona o de alguna región del sur.
Gae se ríe de mí, por supuesto. Dice que lo que me pasa es que todavía estoy sintiendo los efectos de la guerra contra los Espectros de Ikana. Los sacerdotes del templo de la ciudadela dicen (y le han metido eso en la cabeza a mi hermano) que esas cosas pueden absorber no sólo la vida, también los pensamientos, es como una especie de maldición, por eso, por mucho que me esfuerzo, sólo recuerdo el último año como un enorme vacío. "Hubo muchos espectros, entraron en masa, quemándolo todo. Las hordas de monstruos arrasaron Hyrule, de norte a sur, ¿no lo recuerdas? Nos escondimos en la torre antes de que el Poder Sagrado apareciese y se los llevase a todos."
No recuerdo nada de eso. Recuerdo muy poco. Recuerdo menos que los demás, aunque esto lo intento disimular. Lo único que me falta es que me tachen de loca y no me dejen deambular por el castillo como me plazca.
Padre es esquivo a la hora de responder mis dudas. Necesito saber cómo y cuándo exactamente consiguió invocar a la Trifuerza de las diosas. Él dice que "el misterio del Poder Sagrado no requiere tanta explicación, y que la ciencia debe mantenerse al margen". Si es lo que siempre hemos deseado saber... no dudo en que él nos ha salvado a todos, o más bien, la Trifuerza nos ha salvado a todos, pero aun así, quedan tantas incógnitas... siento que tengo que resolver el rompecabezas.
Después de mis intentos fallidos por encontrar tinta, fui a pasear por el jardín de atrás. Los sheikah del castillo se reúnen allí, llevan días ayudando a levantar el castillo y la ciudadela, y saben que quedan meses, puede que un año entero, hasta que los daños de la Guerra Oscura queden reparados.
—Deberíais buscar una ocupación —me dijo Impa. Me gusta tropezarme con ella a veces, y sospecho que a ella le pasa algo parecido.
—La albañilería no es cosa de princesas, así que poco puedo hacer —vi cómo Impa arqueaba una ceja y contenía una sonrisa —Intento documentar lo sucedido, alguien debe hacerlo además de los sheikah, claro está. Pero no hay papel, ni tinta. He perdido mi cuaderno y todo sigue patas arriba.
Ambas echamos a andar por los jardines. Muchos árboles y plantas seguían en pie, más verdes que nunca con el buen tiempo.
—Papel y tinta. Bienes de lujo ambos.
—Tienes toda la razón... siento no ser de ayuda ni siquiera en eso.
—No, no me malinterpretéis, alteza. Sólo bromeaba. Los sheikah no tardarán en fabricar papel, puedo conseguiros un nuevo cuaderno, plumas y tinta. No creo que ninguno de ellos esté centrado en la documentación, pero no tardarán en hacerlo y seguro que apreciarán colaborar con vos.
—Te lo agradezco mucho —sonreí —¿hay alguna novedad? ¿Algo nuevo desde ayer?
—Hemos sabido que hay profundos túneles en la tierra —dijo, en un susurro. Nos alejamos lo suficiente en nuestro paseo como para que ella pudiera hablarme sin tapujos, y yo hacer todas las preguntas que me pareciesen oportunas.
—¿Están sellados?
—La tribu y el ejército trabajan en ello, aunque es seguro que no queda nada con vida allí. Trabajan todo lo que pueden, pero hay otras prioridades. Por desgracia hay muchas bocas hambrientas después de que muchos suministros ardiesen. Y la cosecha de este año está perdida.
—Podemos comerciar con otros países, sé que no se llevaron el oro ni las rupias.
—No nos queda otra opción.
—Recuerdo la asamblea a la que llamó padre, cuando sospechamos de los ataques de Ikana. Pero está muy borroso en mi mente. Parece más un sueño que algo que haya sucedido de verdad. ¿Te pasa lo mismo?
—Me pasa lo mismo con todo, alteza. No sé dónde estaba yo cuando asaltaron el castillo, es del todo incomprensible. Diría que antinatural. Pero no he encontrado el apoyo deseado cuando he compartido la experiencia con otros sheikah. La matriarca de mi tribu dice que debo meditar, y los recuerdos volverán poco a poco.
—No sirve de nada —protesté. Todas las noches me dormía rezando para recordar, pero lo único que me venía a la cabeza era el olor a humo y polvo de la torre en la que desperté, junto a Gae y a la propia Impa.
—Tampoco hay rastro alguno del príncipe —prosiguió Impa —una tropa de cien hombres ha peinado el Bosque de Farone junto a los nativos, pero no han dado con él.
Sentí una punzada de dolor en el pecho. Kahen, ¿dónde diablos se habría metido? ¿Por qué la Trifuerza no consiguió protegerle a tiempo, como a todos los demás?
—Hay que seguir buscando, tal vez fue a otro sitio, huyendo de los espectros oscuros.
—Seguirán intentándolo, alteza. Yo ayudaré en todo lo que pueda.
—Sé que lo harás —sonreí —y... te agradezco que no le digas a padre sobre mis dudas, ya sabes. No quiero que vuelva a enviarme con los sacerdotes, estoy harta de oír sermones.
—Comparto en gran parte vuestro problema, así que tranquila, podéis confiar en mí. Puede que con el tiempo...
—Sí, será cuestión de tiempo.
Nos despedimos, y yo me retiré a mis aposentos. Con toda la molestia que suponía, afilé el carboncillo y anoté ideas inconexas que venían a mi cabeza. Un bosque cálido y otro frío. La Fuente de la Sabiduría... aunque no había vuelto allí desde que cumplí los diecisiete, pero su imagen venía a mi cabeza a veces, como un soplo frío que me helaba los dedos de las manos y los pies. Y también recordaba otra montaña, una cueva oscura. Recordaba sentirme atrapada, que nadie oiría jamás que estaba allí sin poder salir.
—Otra vez con esa mirada de loca... —Gae asomó la cabeza por la rendija de la puerta. Le abrí y echamos el pestillo.
—¿Ya has terminado todas tus obligaciones?
—Sí, señora —bromeó y sacó dos copas de su bolsillo —he podido rescatar esto. La bodega no sufrió demasiado con la guerra, somos afortunados.
—¡No te creo!
—Los sheikah han estado a punto de aplastar parte del tesoro, pero he podido actuar a tiempo —sonrió, orgulloso.
Quité las almohadas de la cama y las pusimos en el suelo, junto al fuego. Antes tenía cojines, alfombras y bonitos tapices. Casi todo había ardido, pero no había queja, al menos tenía cama. Algunos habitantes de la ciudadela habían perdido incluso eso, y padre les había abierto las puertas de nuestros salones, para que durmiesen bajo techo mientras conseguían adecentar un poco sus casas.
—¿Por qué brindamos? ¿Por el fin de la Guerra Oscura? —dijo, alzando su copa.
—Porque haya sobrevivido la bodega —guiñé un ojo y Gae soltó una carcajada.
Lo vi beber su copa de trago, pero apenas mojé yo los labios en el vino, tuve que apartarlo.
—¿Qué pasa, Zel?
—Está en mal estado, no lo bebas.
—¿Qué diablos dices?
Lo volví a olisquear y percibí un olor muy agrio, como a vinagre, sólo la idea de volver a probarlo me daba arcadas.
—Diosas, voy a tirarlo. Tú deberías hacer lo mismo, a saber si los enemigos no han vertido algún tipo de veneno.
Gae olió también su copa, me miró y terminó vaciando todo el vino, asqueado. Ambos nos servimos agua fría de mi jarra.
—Es una pena que lo hayan estropeado así, tenía tan buena pinta... —se lamentó, enjuagándose la boca con agua para quitarse el sabor amargo.
—Eres demasiado impulsivo, y demasiado joven para beber tanto. Si esta noche acabas enfermo no quiero saber nada.
Durante un rato, ninguno de los dos dijo nada. Sólo nos quedamos mirando cómo se consumían los troncos en la lumbre. Estábamos en primavera, los días eran cálidos, pero las noches aún eran bastante frías, así que tan pronto arreglaron las chimeneas del castillo, todas volvieron a arder. Era una pena que ni siquiera pudiésemos beber nuestro vino y hablar de cosas que no tenían importancia, como hacíamos siempre Gae y yo. La guerra también nos había quitado eso, en parte. Había desconcierto y estrés a nuestro alrededor, pero siempre era mejor que una bodega se echase a perder a tener que lamentar otras pérdidas mucho más graves.
—He visto a padre hoy —dijo —los sacerdotes de todas las órdenes lo persiguen para que les cuente lo que tú ya sabes.
—Oh, les deseo buena suerte con lo que tú ya sabes. No creo que padre cuente nada.
—No entiendo por qué. Si es el poder de nuestra familia, ¿por qué tanto secretismo?
—A lo mejor es el designio de las diosas —suspiré. Su misterioso, maldito y secreto designio.
—¿Dónde lo encontraste?
—¿El qué?
—Ese anillo.
—Ah...
Cuando estaba nerviosa o pensativa lo sacaba y le daba vueltas entre los dedos, como un acto reflejo. Para no perderlo con todo el ajetreo del castillo lo llevaba al cuello. Fue idea de Mel, y fue ella la que me regaló una de sus cadenas para engancharlo como un colgante.
—Es de un admirador —bromeó Gae.
—No, no es eso. Lo encontré.
—¿Lo has robado?
—¡No!
—¿Y dónde lo encontraste?
—En mi dedo.
Resopló y se dejó caer de espaldas, convencido de que yo le ocultaba un gran secreto, una intriga palaciega como las que contaban a veces los criados y las doncellas. Pero lo que le dije era la pura verdad, no recordaba cómo había llegado ahí, ni si alguien me lo había regalado. Pero como tampoco recordaba otras muchas cosas, no intenté esforzarme más. Sí sentía que, de alguna manera era importante, y no lo había robado, era mío, de eso estaba segura.
El día siguiente fue idéntico al anterior. Poco a poco las cosas volvían a la normalidad, con sus dificultades. Yo sentía que muchas de nuestras costumbres carecían de sentido. Era absurdo ser vestida y acicalada por mis doncellas como si fuese a asistir a un baile real en el salón del trono, lo único que me alejaba un poco de esa irrealidad era la falta de suministros que nos afectaba a todos. No había desayunos ni almuerzos pomposos en los que se servía mucha más comida de la que ningún humano pudiese llegar a comer, ni tampoco grandes recepciones diplomáticas. Mejor así, la verdad.
—Yo creo que es bueno, alteza, intentar seguir con la normalidad de siempre —murmuraba Mel, trenzándome el pelo. Nunca lo había llevado tan corto, así que ella ingeniaba nuevos peinados.
—No lo necesito, de veras, siento que te estoy robando el tiempo. Puedes ir con tu madre y tu hermana a vuestros aposentos y... no sé, seguro que necesitan reparación, como todo en el castillo. Eso es más importante que estar aquí peinándome.
—Para mí es bueno hacer esto —insistió ella —es como antes de la Guerra Oscura. El trabajo me hace estar centrada, y recordar muchas cosas. Me hace sentir que valgo para algo.
—Mel... vales para mucho. Mírame a mí si no lo crees... yo sí que no valgo para nada...
—Estáis preciosa, alteza. Parecéis más vos misma al no llevar el pelo tan largo, os favorece.
—Gracias.
Sonrió y me dejó a solas. Ojalá yo pudiera recordar muchas cosas, como Mel. Recuperé mi diario y mi carboncillo y pensé en buscar a Impa, como hacía todos los días, pero un lacayo de padre vino a avisar de que deseaba hablar conmigo. Así que me desvié de mis planes para ir sin más rodeos hasta el despacho de padre, donde él me esperaba sentado en su nuevo y reformado salón personal. Nada ostentoso, por suerte él no era de gastar los recursos en aparentar grandiosidad, no derrochaba las rupias sin sentido.
—Hija, ¿has desayunado? —preguntó, al verme aparecer.
—Mel me servirá algo después, no te preocupes.
—Quiero tratar asuntos importantes contigo —me ofreció asiento y terminó de apurar su plato de pan tostado.
—¿Hay noticias de Kahen?
—Por desgracia no —suspiró —empiezo a perder la esperanza.
—No deberías rendirte. Hay muchos sitios donde podría estar, aún no hemos preguntado en Lumbar, ni en el Oeste. ¿Quién sabe si no está en el extranjero? Tal vez huyó para esconderse del peligro. Yo organizaría algunas tropas de investigación tanto en el Este como en el Oeste.
Padre soltó una carcajada y alargó la mano por la mesa para agarrar la mía.
—A veces olvido tu energía, tu empeño. La princesa de Hyrule tiene toda la razón. Es que estoy cansado y esta preocupación por tu hermano acaba por consumirme del todo. Pero no dejaremos de buscarlo, prometo ser más positivo.
—Claro, padre —le apreté la mano, un gesto cercano después de mucho tiempo. Él se había mostrado muy esquivo desde el despertar.
—Pero te he hecho llamar por otro asunto —me soltó para adoptar su pose de rey, no la de padre —aunque busquemos a Kahen, es importante asegurar la jerarquía del reino. He estado pensándolo y lo he consultado con los sacerdotes. Ellos me aconsejan esperar, dicen que tu amnesia es mayor a la de los demás.
Desvié la mirada, sintiéndome incómoda. Claro que era mayor, era mucho mayor, pero no quería admitirlo, ni siquiera a mí misma. Lo que no podía imaginar era que esos idiotas descerebrados de la Orden de la Luz tuvieran la perspicacia suficiente como para darse cuenta de eso.
—Impa dice que la meditación es un buen camino para recuperar los recuerdos, practicaré junto a ella —intervine. El consejo de Impa me vino bien para esquivar la incomodidad.
—Por mí como si no recuerdas nada nunca —sonrió padre —y eso es lo que le he transmitido a los sacerdotes. Con la próxima luna creciente anunciaré que tú serás mi heredera.
Me sentí fría. No, fría no, helada. Padre fue borrando su sonrisa poco a poco al ver mi "no" reacción ante la noticia.
—Kahen va a volver, padre —dije, agitando la cabeza —él es el heredero.
—Diosas, ya lo sé —gruñó, empezando a perder la paciencia. No es que tuviese mucha, por otra parte —pero mientras no se aclare esa situación, Hyrule no puede permanecer sin que el tema sucesorio esté claro, nos hace parecer vulnerables, podrían volver los enemigos. Necesitamos una solución temporal en firme y que todos lo sepan. Tú eres la hija mediana, además de que... bueno, sabes que creo que tienes las cualidades necesarias para asumir la posición. Tienes muchas, todas las cualidades. Ni siquiera los sacerdotes han podido negarse, ni poner pegas, son conocedores de tu pasión por el conocimiento, y lo mucho que el pueblo te ama.
—No sé qué decir...
¿El pueblo me amaba? Si siempre había sido la hija rara e invisible... Sabía que en la corte me juzgaban y me consideraban extravagante, poco adecuada al rol de princesa casadera. Cómo cambian las tornas cuando hay empeño en que el viento sople a favor...
—Bien. Haremos el anuncio cuando te he dicho. Es lo mejor, con la luna creciente el gran salón estará prácticamente restaurado, al menos no habrá escombros ni peligros de derrumbamiento, los sheikah ya han empezado a reforzar la bóveda.
Como siempre, padre no esperaba que nuestra opinión influyese de ninguna manera en sus decisiones, por algo era el rey. Pero yo... diosas, no. Yo no quería ser la futura reina de Hyrule, ni siquiera de manera temporal, era una situación tan rara que sentía un rechazo casi físico. Mi cuerpo rechazaba la idea, no sé por qué.
—¿Estás bien?
—Un poco mareada —dije. Mentira, estaba fatal, lo único que quería era salir corriendo de allí, gritar, y que el vacío dejase de atormentarme, de hacerme sentir como si todo me diese vueltas. Padre me sirvió agua y bebí un sorbo pequeño.
—Aún he de discutir otro asunto contigo.
Asentí, y me aferré a los brazos de mi silla, sintiendo como un sudor frío en la espalda. Era presa del pánico, la situación me daba náuseas y temí desvanecerme en cualquier momento, pero ¿por qué ese rechazo tan fuerte? ¿Acaso siempre me creí más fuerte de lo que era en realidad? Nos habían educado así desde niños, con la idea de que, si había alguna desgracia, cualquiera de nosotros debía hacerse cargo, cumplir sus obligaciones. Por algo éramos príncipes de Hyrule, privilegiados que debían sus vidas a los demás. ¿Por qué me espantaba tanto la idea de cumplir con mi obligación? Además, a lo mejor volvía Kahen, los espíritus oscuros habrían absorbido parte de sus recuerdos, como nos había pasado a todos. Podía estar perdido, en medio de la nada, buscándonos, buscando el camino para volver a casa y seguir siendo el heredero. Así yo podría ir a... a donde estuviese tranquila. No podía pensarlo en ese momento, pero ya se me ocurriría algo.
—Es muy importante que tomes esposo, lo antes posible —prosiguió padre.
—¿Qué? ¿Acaso no es suficiente con lo de nombrarme heredera?
—Zelda, sabes perfectamente que debes desposarte, tanto si eres la heredera como si no. Ya eres mayor para eso, ya lo hemos hablado.
Sí, esa conversación la recordaba perfectamente, pero era casi como si no fuese verdad, como si fuese parte de un sueño.
—Hace tiempo propusiste al príncipe Richard de Lumbar —dijo, analizando mi reacción.
—Sí, eso dije.
—Me sigue pareciendo un buen candidato, siempre que esté dispuesto a renunciar a su propio reino en beneficio de su hermana Lady Leywine de Lumbar. Después de todo ella es la mayor, aunque en Lumbar prevalece la herencia para los varones, seguro que puedo llegar a un acuerdo con su padre.
—No puedo, padre —dije, poniéndome en pie.
—¿Cómo que no puedes? ¿Qué clase de rebeldía absurda es esta?
—No puedo —sentí la angustia apoderándose de mí, como un puño invisible que se cerraba en mi estómago —no puedo casarme con alguien a quien no amo. Sería desastroso. Desastroso para mí, pero sobre todo desastroso para el reino.
—Sabes que el amor puede llegar más tarde, hija, es así como os he educado, puede construirse colaborando y respetando a tu compañero. Deja de pensar en las fantasías que lees, ¿es que no ha visto con tus propios ojos el terror de la Guerra Oscura? La realidad es mucho más dura de lo que puedes imaginarte. Tu pueblo demanda tu ayuda, es el momento de demostrar que te importa.
—Lo siento mucho —volví a negar con la cabeza.
—No entiendo nada, tú misma propusiste a Richard, dijiste que era un buen hombre, un candidato idóneo.
—Lo sé, pero he cambiado de opinión.
—No puedo tolerar este ataque de inmadurez —atajó —retírate a tus aposentos y piensa en cuál es tu obligación para con el reino. Mientras, enviaré un comunicado a Lumbar. Cuanto antes cerremos el matrimonio, mucho mejor.
—No pienso casarme con Richard.
Salí de allí de mala manera, lo admito. Sé que di un portazo, y que los guardias se apartaron cuando me vieron salir hecha una furia. Las lágrimas me nublaron la vista tanto como la angustia me oprimía el estómago. Me encerré en mis aposentos y allí pasé el día, en un rincón, perdida, consumida por el vacío.
Pensé en fugarme, en agarrar lo que fuese necesario para sobrevivir unos días y alejarme de todo. Pero ¿a dónde iba a ir? Como si fuese tan fácil para la hija del rey Rhoam escaparse. Todos me buscarían, lo mismo que buscaban a Kahen. Además, estaba la sensación rara. La sensación de no comprender, de haber olvidado y de no encajar. ¿Y si me había vuelto loca durante la Guerra Oscura?
Mi hermano me encontró arrugada en el suelo, contra la pared que había bajo la ventana cuando había empezado a caer la noche.
—¡Zel! —se agachó para abrazarme —diosas, estás helada.
Consiguió arrastrarme hasta la chimenea. Podía ver la preocupación en sus ojos, esta vez sí, debía parecer una loca al completo, tanto que ni se atrevía a bromear con eso.
—Gracias —murmuré.
—No te vi en el almuerzo y pregunté a padre.
—¿Te lo ha dicho?
—Sí. Dijo que... necesitabas tiempo para asumir la noticia.
—No puedo, Gae.
—No entiendo por qué... bueno, no me malinterpretes, me asusta verte así, pero... mentiría si no digo que no entiendo por qué te afecta tanto.
—No lo sé. No sé muchas cosas. Pero me sentí muy mal, fatal Gae, como si todo mi ser rechazara ser quien soy. Y... no sé, creo que es por culpa de todo lo que pasó en la Guerra Oscura.
—Ojalá pudiera ayudarte.
—Ya me ayudas —sonreí, y le agarré la mano.
—Mañana estarás mejor, irás aceptándolo poco a poco. Es un impacto, sé que siempre pensamos que no tendríamos que hacernos cargo de algo así, pero no es para tanto, es sólo cuestión de hacerse a la idea.
—Tienes razón. Me he comportado como una niña caprichosa. Como si pudiera elegir...
—Elegir no es una opción para los Bosphoramus —bromeó.
—No lo es.
—Estaremos juntos en esto. Y sabes que siempre he creído que la corona te sentaría mucho mejor a ti...
—Espero que Kahen esté bien, y no sólo porque me toque asumir su sitio. Todo lo de la Guerra Oscura me asusta, me hace sentir vértigo. No quiero que le haya pasado nada malo.
—Lo sé.
—Ojalá algún día podamos saber toda la verdad.
