43. Te amaré siempre
Llegó el mes de diciembre y con ello el cumpleaños de Sakura, el 23, y el de los gemelos, el 25, día de Navidad.
El 26 Itachi organizó un super cumpleaños para los tres en la casa, al que acudieron todos los amigos de ella, incluida Linda, que viajó desde Minnesota, Fugaku y la Tata, que estaban en Los Ángeles tras haber celebrado la Nochebuena.
Sakura disfrutó del cariño de todos y, emocionada, recibió cientos de regalos, junto a los niños. Cuando le llegó el turno a Itachi, este la llevó fuera de la casa y la dejó sin habla al mostrarle un precioso Volkswagen rojo idéntico a Harry, con un gran lazo amarillo rodeándolo.
—Espero que te guste tu nuevo coche, cariño.
Sakura soltó un chillido de alegría, mientras aplaudía feliz. Adoraba ese coche y, al mirarlo, afirmó:
—Es como Harry.
—Sí, cielo. La carrocería es igualita a la de tu amado Harry, pero tiene un motor más actual y potente.
Sin poder creer que aquel coche precioso, nuevo y reluciente fuera para ella, lo tocó, lo acarició y, mirando a Itachi, susurró:
—Cariño, es demasiado.
—Nada es demasiado para ti —susurró él agarrándola de la cintura.
Un «¡Ohhhhhh!» colectivo salió de la boca de todos y, enamorada, Sakura lo besó mientras los invitados aplaudían.
—Eres increíble, Itachi. Nada me podía sorprender y gustar más que este regalo.
—Oh, sí, cielo —sonrió él mirando a Utakata—. Creo que aún te puedo sorprender más.
Eso hizo reír a Sakura, pero se puso seria de golpe cuando de pronto Itachi se arrodilló ante ella y abrió una cajita que se había sacado del bolsillo.
—Cariño, ¿quieres casarte conmigo?
—¡Ay, Diosito! —exclamó, tapándose la boca con las manos.
—Te he dicho que te podía sorprender aún más —dijo él, guiñándole un ojo.
Conmovida por esa increíble demostración de amor delante de todos, Sakura quiso hablar, pero sabía que si lo hacía iba a echarse a llorar. Y entonces oyó a su pequeña Ayamé gritar, cogida de la mano de un emocionado Iruka.
—¡Mamita, di que sí. Itachi es el novio que todos queríamos y, además, ningún otro tiene esos ojos como los amaneceres de Acapulco!
La carcajada fue general y él, tras guiñarle un ojo a la niña, miró a la desconcertada Sakura y dijo:
—Lo de los ojos como esos amaneceres es importante, no lo olvides.
Sakura rio ante su ocurrencia y, tragándose el nudo de emociones que se le había formado en la garganta, asintió y respondió conmovida:
—Sí. Sí quiero casarme contigo.
Todos aplaudieron. Itachi se levantó del suelo y se abrazaron, mientras Ayamé saltaba de alegría y Fugaku reía complacido, diciendo, al tiempo que Itachi le ponía el zafiro rosa a Sakura en el dedo.
—¡Ese es mi hijo! Un Uchiha.
Naori rio emocionada y abrazada a Shisui, recordaba cuando él le había pedido que se casaran. Sin duda aquellos Uchiha eran la mar de románticos.
Hotaru sonreía cogida de la mano del ruso, mientras con disimulo observaba a Utakata hablar encantado con la pequeña Preciosa. Él también había sido un hombre muy romántico con ella hasta que se olvidó de serlo para volverse frío y distante. Mirando a Alexei, dijo:
—Cariño, Rusia es un sitio maravilloso para pasar nuestra luna de miel.
Él la besó feliz y Hotaru lo disfrutó, y en ese momento Utakata, aunque no miraba por el gesto de Preciosa intuyó lo que estaban haciendo.
—¡Cachorra... cachorraaaaaaaaaaaaaaaa! —gritó Genma, abrazándola.
—Ay, nena... ¡qué momentazo! —Aplaudió Iruka.
—Os quiero... os quiero... os quiero... —susurró ella, abrazándolos.
Emocionado por todo lo que habían pasado juntos hasta llegar a ese momento, Genma se secó las lágrimas y dijo:
—Hoy no meo de todo lo que he llorado.
—Tú siempre has sido muy meón, cariño —afirmó Iruka.
Los tres rieron y Genma cuchicheó:
—Itachi nos ha invitado a ir el domingo con vosotros a Puerto Rico, a casa de su padre, para celebrar allí la Nochevieja, pero le hemos dicho que no.
—¿Por qué? —protestó Sakura.
Iruka y Genma se miraron y este, divertido, explicó:
—Porque este año, al intuir que nuestra cachorra preferida estaría acompañada por ese morenazo tan impresionante, nosotros hemos planeado pasarlo en Nueva York.
—Ya tú sabes mi amol que mis orígenes, además de cubano soy neoyorquinos y quiero enseñarle a mi marido cómo se vive allí esa fiesta.
—Veré cómo baja la bola en Times Square —aplaudió Genma.
Sakura asintió y sonrió. Sería raro pasar unas Navidades sin ellos dos a su lado, pero dijo:
—Quiero fotos, llamadas, mensajes, selfies, ¡quiero saber que lo pasáis bien allí!
—¡Prometido! —Afirmaron al unísono.
Luego, los tres se dieron un abrazo emotivo e Itachi, que los observaba no muy lejos, sonrió.
Cuando vio que se separaban, se acercó a ella y, agarrándola del brazo, le limpió las lágrimas mientras murmuraba:
—No quiero verte llorar, taponcete.
—Es de felicidad.
—Lo sé, pero aun así, no llores, ¿de acuerdo? —Ella asintió y él preguntó en voz baja—: ¿Eres feliz?
—Como nunca en mi vida.
—¿Qué te parece si nos casamos el catorce de febrero? —murmuró él, besándola.
Sakura lo miró y exclamó guasona:
—¡Ni loca!
—¿Por qué? —rio Itachi.
—¡Casarse el Día de los Enamorados! Por el amor de Dios, cariño, ¡es una moñada!
Sin cambiar el gesto, él explicó:
—Para los Uchiha es una fecha muy ... muy especial. Mis padres se casaron ese día y Naori y Shisui también.
—No te lo tomes a mal —contestó ella, sin bajarse del burro—, pero yo no me quiero casar ese día.
Al verla fruncir el cejo, Itachi sonrió y, para hacerla cambiar de cara, preguntó:
—¿Has leído lo que hice grabar en el interior del anillo?
Sakura, sorprendida, se quitó el anillo rápidamente y rio emocionada al leer.
HEIYMA.
Un anagrama de «Hasta el infinito y más allá».
—Eres el amor de mi vida, Itachi Uchiha, aunque no nos casemos el catorce de febrero.
Él acercó la boca al oído de Sakura para que nadie pudiera oírlo y murmuró:
—Eso quiero que me lo demuestres esta noche en nuestra cama, solo con el zafiro y la llave de «Para siempre» puestos.
—Tus deseos son órdenes para mí.
Todos querían felicitar a los novios y, mientras las amigas de Sakura la rodeaban y ella les enseñaba el anillo emocionada, los hombres se acercaban a Itachi para darle la enhorabuena.
Al cabo de un rato, cuando todos se tranquilizaron un poco, Ayamé se aproximó hasta donde estaba su mami en busca de mimos y Sakura la cogió en brazos. Durante un rato, la niña menudita se recostó en su hombro y finalmente susurró:
—No quiero que Lola nos cuide más.
—¿Por qué?
La cría, mirando hacia donde estaba la joven, cerca de los gemelos, dijo:
—Esta mañana hablaba muy sucio por teléfono.
—¡¿Cómo?!
—Sí, mamita ya te lo dije. Dice cosas muy feas, pero luego se hace la mosquita muerta delante de todos.
Sakura la miró. Era cierto que se lo había comentado otra vez, pero no sabía si decía la verdad o no, y murmuró:
—Mañana hablaré con ella, ¿vale, cariño? —Ayamé asintió y ella le preguntó—: ¿Te alegra mi boda con Itachi, cariño?
La pequeña se animó y, con una bonita sonrisa, afirmó entusiasmada:
—Estoy muy contenta, ¡mucho! Así ya nos podemos quedar a vivir aquí para siempre. Además, quiero mucho a Itachi, aunque a veces se enfade conmigo porque lo llamo «chamaquito» o porque se lo tocamos y desordenamos todo.
Sakura rio al oírla.
—Cariño, tienes que pensar que él vivía solo y no estaba acostumbrado a que nadie revolviera sus cosas.
—¿Te cuento un secreto? —preguntó Ayamé entonces.
—Claro, cielo. Cuéntamelo.
Asegurándose de que nadie estuviera cerca, la niña murmuró:
—Kai, el mofeta, ha pintado con mi rotulador verde algo que cuando Itachi lo vea se va a enfadar mucho... mucho... mucho.
A Sakura se le puso la carne de gallina.
—¿Qué ha pintado?
Ayamé se lo contó entre susurros y Sakura, horrorizada, exclamó:
—¡Ay, Diosito!
—Ay, Diosito ¿qué? —preguntó Itachi, acercándose.
Las dos se lo quedaron mirando y, rápidamente, Ayamé, señalando el nuevo coche, dijo:
—Le he puesto de nombre Charly; ¿te gusta?
—¿Charly? —repitió Itachi.
Ayamé asintió y, poniéndola en los brazos de él, Sakura, consciente del disgusto que se llevaría Itachi cuando se enterase de lo que había hecho Kai, afirmó:
—Charly es un nombre precioso. ¡Me encanta, cariño!
La niña, feliz por todo lo que estaba ocurriendo, miró a Itachi y dijo:
—¿Vais a tener bebés?
—No —respondió Sakura.
Mientras Itachi decía:
—Sí.
Sorprendida por esa respuesta, Sakura lo miró y preguntó:
—¿No crees que ya somos bastantes?
Pero la cría, mirándolo a él, le guiñó un ojo con complicidad y dijo:
—Yo quiero otra chica. Kai y Kairi son chicos.
—Todo a su tiempo, señorita, ¿de acuerdo? —dijo él.
Una hora más tarde, mientras Genma e Iruka repartían tarta a todos los que querían, Itachi se acercó a Sakura, que miraba por la ventana su nuevo coche, y le preguntó al tiempo que la abrazaba:
—¿Por qué no quieres tener hijos conmigo?
Ella suspiró.
—Itachi, creo que otro niño...
—Escucha —la interrumpió él, al ver su apuro—, tenemos tres preciosos hijos, pero me encantaría tener alguno más contigo, y te aseguro que no voy a desistir en mi empeño.
—Antes tendrás que convencerme y soy dura de pelar.
—Lo intentaré, soy muy persuasivo —susurró sonriendo. Poco después, al ver que ella volvía a mirar por la ventana, comentó—: Recuerdo que me contaste que te compraste a Harry porque cuando eras pequeña, tu padre tenía un coche así, ¿verdad?
—Sí, un precioso Volkswagen rojo como Harry y Charly —contestó Sakura, suspirando con añoranza.
Al ver la tristeza en sus ojos, Itachi preguntó:
—¿Conoces a Warren Frozen? Un antiguo corredor de rallies que...
—¿Frozen el corredor? —lo interrumpió ella sorprendida. No lo conocía, pero sí recordaba haber oído a su padre hablar de él.
—Warren es amigo de mi padre y hace años se compró unas tierras cerca de Santa Clarita, donde se hizo una casa enorme y un circuito para dar clases a futuros corredores. Y justamente esta mañana he hablado con él y me ha dicho que estará encantado de que mañana vayas a su circuito y pruebes el coche. ¿Qué te parece?
—¿Quieres verme correr en un circuito? —preguntó ella asombrada.
—Me encantaría ver si eres tan buena como he leído en algún artículo de esos que ha sacado la prensa —contestó.
—Quizá te sorprenda —dijo Sakura.
—Lo dudo —se mofó Itachi.
Emocionada por toda la felicidad que le proporcionaba, declaró:
—De acuerdo. Mañana iremos a probar a Charly y, prepárate, porque te voy a asustar.
Ambos sonrieron y, tras besarse, Itachi preguntó:
—Por cierto, ¿a qué se debía ese «¡Ay, Diosito!» con la reina de la telenovela de hace unos minutos?
—A nada —respondió ella enseguida.
Itachi la miró levantando las cejas e insistió:
—Sakura, aunque no sé qué es, sé que ha pasado algo.
Ella disimuló, mientras miraba cómo la gente sonreía y lo pasaba bien, pero finalmente, tras resoplar, replicó:
—Vale, te lo diré. Pero ahora no.
—¿Lo ves? Ya os conozco y ese «¡Ay, Diosito!» solo lo decís cuando algo os impresiona realmente. ¿Qué ha ocurrido?
—Ahora no —insistió Sakura.
—¿Cuándo? —preguntó él.
—Cuando se vayan todos.
—¿Tan malo es? Joder, taponcete, me estás asustando.
Sakura lo miró, luego miró el reluciente piano y después miró a Kai, que, sentado en las piernas de Fugaku, hablaba con Utakata.
Itachi, al ver la dirección de su mirada, frunció el cejo y preguntó:
—¿Qué ha hecho Kai? —Y como ella no contestaba, insistió—: Nena, sabes que odio que tengamos secretos.
Sakura, intentando desviar el tema, lo besó y, mientras se alejaba a toda prisa, repitió:
—He dicho que luego te lo diré. Ahora disfrutemos de la fiesta. Y, oye, replantéate eso de tener más niños.
Itachi suspiró. Estaba seguro de que Kai había vuelto a hacer alguna de las suyas. El caso era qué.
Aquella noche, cuando todos se marcharon a sus casas y ellos acostaron a los niños, Itachi la miró a la espera de lo que le tenía que contar y Sakura, cogiéndolo del brazo, lo llevó al salón. Allí lo hizo tumbarse en el suelo, debajo del increíble y carísimo piano. Y cuando Itachi vio el grafiti verde del niño bajo aquella posesión tan preciada para él, murmuró:
—¡Ay, Diosito!
Sin duda, lo había impresionado.
