El Destino que Nunca está al Alcance
Cero días desde la Última Muerte (Diez Muertes)
Viento carmesí soplaba sobre las desoladas calles del distrito comercial de Lugunica, invadiendo con fuerza aquellos profanados hogares arrasados por las terribles fuerzas de los adoradores de la bruja, cuyos tejados se teñían de rojo debido al Sol del atardecer. Un tinte sangriento había llovido sobre la capital en forma de las lágrimas de los inocentes, resaltando el matiz de muerte de la despreciable obra de los violentos sectarios.
Así como el Sol lentamente se alejaba en dirección al horizonte, buscando así rehuir de la descarnada escena de masacre que había tenido lugar bajo sus cálidos rayos de vida, un grupo de jóvenes escapaba velozmente de los mercados de carne humana y en dirección contraria al flujo de los ríos de sangre. Zancadas desesperadas y respiraciones entrecortadas eran las únicas fuentes de sonido en el área, que gradualmente se recuperaba del silencio perpetuo impuesto por el Culto de la Bruja.
Así como Subaru había indicado, él y su grupo estaban evitando aproximarse al área de clase alta siguiendo las señales de masacre. Pasos apresurados sobre los charcos de sangre, ropajes salpicados de todo tipo de fluidos corporales, sudor frío en sus nucas. El grupo avanzó cautelosamente entre lo que una vez había sido la prueba del florecimiento de sus esfuerzos, y ahora no era más que terreno enemigo.
Aquellos mercados en los que hace meses habían aparecido los primeros productos producidos por la sección de la Compañía Comercial Hoshin correspondiente a la Operación Reinvención, habían degenerado en cementerios sangrientos donde los cadáveres eran expuestos para el disfrute de los lunáticos y pervertidos. El campo de batalla que presenció las luchas entre desesperados clientes por adquirir los novedosos productos de la Empresa Hoshin, había sido testigo de la masacre de aquellos que en vida fueron sus usuarios.
Subaru era consciente de que pensar en ello no resultaría productivo en lo más mínimo, sin embargo, alejar su mente de esos pensamientos estaba demostrando ser una tarea de lo más ardua. Los recuerdos de la mujer del bolso y el desdichado hombre enfrentándose por la jarra de mayonesa fluían constantemente, así como los efímeros recuerdos de su frenética visita a uno de los mercados que se encontraba entre el límite del distrito de los nobles y el distrito comercial.
"Fue en un mercado como este que empezó todo…" Murmuró Subaru, mirando uno de los destrozados puestos de frutas que se encontraba en la acera.
La primera ocasión que había regresado a la vida tras sufrir su incipiente, agónica muerte, la muerte de la promesa rota, lo había hecho frente a un puesto como ese mismo, que ahora se encontraba marcado por impactos de armas contundentes y afiladas. Un hombre de semblante tosco le había recibido cada vez que falló y su vida fue extinguida. El hombre de los manzenes que siempre se encontraba detrás de su puesto callejero, y que una vez le había ayudado a emprender el camino que ahora se encontraba recorriendo desesperadamente.
Había sido en un mercado como ese que su recorriendo por el espinoso camino había dado inicio. En un mercado como ese… Fue entonces que el tren de pensamientos de Subaru se detuvo en seco. Tanto él como sus acompañantes tenían prisa por salir de la zona de muerte que se había extendido por toda el área este del distrito comercial, así que no contaban con el tiempo para observar detenidamente los paisajes encarnizados que les rodeaban.
Al entrar a ese mercado, con el único objetivo en mente de cumplir con los ingenuos deseos de su compañero y amigo artesano, Subaru se encontraba atrapado en su propia mente, ahogándose en un denso pantano de miedos e incertidumbre. Las dos ocasiones en que utilizaron ese mercado como vía para alcanzar su primer destino, la casa derruida de la familia de Leith, donde se encontraban la espantosa escena infernal que había contaminado sus mentes y corazones, Subaru había pasado por alto ese mercado y su ubicación.
Sin pensar demasiado respecto al camino a seguir, puesto que Leith había servido como guía hasta el hogar de su familia, Subaru había ignorado patéticamente el entorno que le rodeaba. Después de todo, de hacerlo dependía en gran parte el no desmoralizarse por completo. Los cadáveres masacrados que servían como repulsivas decoraciones que se encontraban en cada esquina del mercado, por ello había resultado vital para Subaru el no prestarles atención.
Debido a esto, hasta ahora que finalmente decidía analizar su entorno con más detenimiento, se había percatado de que ese mercado, en efecto, era el mismo en el que su turbulento viaje de muerte, regreso y reinvención había comenzado. Con un nudo en el estómago, Subaru observó abatido los escombros que se extendían por toda la acera, entre los cuales podían ser fácilmente distinguibles cientos de partes cercenadas de cuerpos irreconocibles.
¿Acaso se encontraba Kadomon entre los escombros y los cadáveres innumerables? Odiaba admitirlo, pero la respuesta más probable era que así fuera. Y, para empeorar esa desalentadora respuesta, para aderezarle con aún más desesperación, él no podría rehacer nada de lo ocurrido allí con su patética maldición disfrazada de bendición. Una vez más, se encontraba extremadamente limitado por factores ajenos a su control.
Su habilidad no era suya, por más que se engañara a sí mismo creyendo lo contrario. Regreso por Muerte era una habilidad prestada, que en cualquier momento aquel que lo maldijo con ella podría tomar la misericordiosa decisión de revocársela. Sin ella, Subaru finalmente conseguiría convertirse en el epitome de la incompetencia. Subaru necesitaba del Regreso por Muerte, era la única carta valiosa que poseía en su mazo.
En cualquier momento Regreso por Muerte podía ser revocado, y quedaría a la merced de las terribles fuerzas del destino que le atormentaban. Subaru apenas poseía información respecto a su habilidad prestada. ¿Quién se la había otorgado? ¿Con qué fin? ¿Cuenta con un límite de usos? ¿Posee fecha de vencimiento? Preguntas como esas le habían atormentado los primeros meses posteriores al rompimiento de su promesa.
No obstante, su tortuosa muerte a manos de Elsa en Priestella había cambiado por completo su enfoque a la hora de pensar en Regreso por Muerte; después de todo, fue en ese momento que comenzó a fantasear esporádicamente con morir y nunca más regresar. Incluso no sería una escandalosa mentira afirmar que la verdadera razón por la que temía a la muerte, era por el inminente y traumático regreso.
Repetir los agónicos bucles de muerte una y otra vez, y no contar con la seguridad de que podría eventualmente escapar de ellos, era lo que más horrorizaba a Subaru. Por ello, un posible límite o que Regreso por Muerte pudiera ser revocado en cualquier momento, no le atormentaba tanto como antes lo había hecho. Mientras contara con su habilidad de ambigua naturaleza, la explotaría hasta que finalmente hubiera alcanzado todos su objetivos.
Aun así, carecer por completo de control sobre el regreso por muerte era una de las mayores desventajas de su habilidad, solo por debajo del traumatizante proceso de experimentar su muerte una y otra vez. Debido a ello, era incapaz de decidir cuándo, o sea cuanto tiempo antes de su muerte, y dónde regresaría; una de las fuentes de gran parte de aquellas pesadillas que constantemente le atormentaban cada vez que se atrevía a cerrar los ojos.
El presente incierto de Kadomon, el amable hombre de la manzenes de dura coraza, pero blando corazón, y la trágica masacre de la familia de Leith, eran dos destinos que se habían alejado demasiado del alcance de Subaru. Un suceso irrevocable; un hecho invariable; todo aquel destino que se aleja del alcance de Subaru, nunca volverá a estar en su control.
Debido a la naturaleza incierta de sus puntos de guardado, nunca podría estar seguro de recuperar todo lo perdido en una tragedia. Esa era la dura verdad que afligía constantemente a Subaru. Y la principal razón del porqué estaba tan ansioso por llegar al castillo. Necesitaba tomar el destino de Anastasia Hoshin con su mano y protegerlo con su frágil puño del catastrófico velo de muerte que se cernía vertiginosamente sobre la Capital Real…
Plop… De pronto, Subaru escuchó un fuerte salpiqueo, provocado por su pie al pisar un profundo charco de sangre y entonces el silencio volvió a reinar. Deteniéndose para inspeccionar lo ocurrido, Subaru recorrió sus alrededores con su mirada, buscando cualquier señal anómala. Irónicamente, la única anomalía que pudo detectar era la falta de sangre y fragmentos de cadáveres a partir del límite de ese camino. Finalmente había alcanzado el final de la ola de muerte que estaba desolando al distrito comercial.
Su mirada se cruzó con la de Otto, quien, como anteriormente, cargaba con Leith a sus espaldas. Ambos se miraron en silencio por varios segundos, hasta que sincronizadamente liberaron un pesado suspiro. El sudor y la sangre les empapaban, y no había indicios de que una sonrisa pudiera florecer en sus rostros; toda semilla de felicidad que pudiera haber sido plantada antes del asedio del Culto de la Bruja se había secado. Sin embargo, un instintivo aliento de alivio abandonó sus cuerpos, dado que finalmente habían alcanzado una de sus metas.
"Lo logramos…" Declaró Otto, mirando las casas intactas que se extendían ante sus ojos.
Al abandonar el antiguo taller, habían evitado toparse con el Culto de la Bruja moviéndose en dirección sur y posteriormente al este. Y ahora que habían regresado a un área segura de la ciudad, les quedaba completamente claro que el área donde se encontraba la casa de Leith ya había sido devorada por las negras fauces del culto.
Otto, al igual que Utada y Subaru, evidentemente estaba al tanto de lo que ello implicaba. "No podemos sentarnos a descansar, en cualquier momento podrían aparecer." Les recordó Subaru. Si la zona ubicada más cerca del centro de la capital ya había sido afectada por el ataque del Culto de la Bruja, solo era cuestión de tiempo para que el oeste de la ciudad también lo fuera.
Otto asintió, mirando melancólicamente una de las casas que se encontraba al final del cruce. Subaru siguió su mirada, para entonces toparse con los rostros empalidecidos de un niño y su madre. Ambos se encontraban detrás de una ventana de cristal, y estaban monitoreando tímidamente el movimiento del grupo de jóvenes desconocidos; claramente desconfiaban de Subaru, Otto, Leith y Utada.
Subaru habría deseado poder hacer algo por esas personas, que quedándose en sus hogares no estaban haciendo más que apostar sus vidas contra la muerte misma, y con un porcentaje mínimo de victoria a su favor. Pero no contaban ni con el tiempo ni con la habilidad para hacer nada en su ayuda. Así como una vez abandonó a Emilia, Felt y el Viejo Rom, a tantas personas en Priestella y en Kyo, una vez más tendría que asumir que su papel no era el de héroe, y no podría hacer más que proteger a las pocas personas que podía abarcar con sus débiles brazos.
"¿Subaru-sama?" Le llamó Utada, quien había estado esperando por su siguiente indicación.
"No podemos hacer nada por ellos, así que sigamos adelante." A Otto visiblemente no le sentó bien la declaración de Subaru, sin embargo, se abstuvo de opinar en contra de ésta.
Al fin y al cabo, como el comerciante que era, comprendía que Subaru simplemente estaba priorizando por sobre todo lo demás aquello que contaba con mayor valor para él y quienes le acompañaban. Si deseaban mantener sus vidas, debían de negligir de las almas desamparadas, que eran incapaces de socorrer en un contexto catastrófico como el que estaban viviendo. Así de impotentes eran.
Ante todo, debían evitar llamar la atención, eso era algo que Subaru tenía muy en cuenta. Cuando habían seguido los rastros de masacre, no habían tardado en ser ubicados a pesar de que se habían esforzado por emitir la menor cantidad de ruido. Sus pasos sobre los charcos de sangre y sus agitadas respiraciones habían probado ser suficientes como para atraer al peligroso enemigo que rápidamente los exterminó con fuerza abrumadora; fuerza que, en escala, colocaba a Utada casi al mismo nivel que Subaru, Otto y Leith.
Subaru entonces había priorizado alejarse lo más posible de las áreas asediadas, para así acercarse al castillo desde el oeste. Tiempo sería sacrificado para poder llevar a cabo esa estrategia, pero si con ello evitaba caer en manos del Culto de la Bruja antes de llegar a su destino en la cima de la Captial Real, entonces no habría de otra.
No obstante, sacrificar tiempo resultaba en extremo doloroso para Subaru, que anhelaba llegar al Castillo Real lo antes posible; allí encontraría a su musa, la mujer que se había convertido en su aliada más valiosa en ese mundo, su adorada jefa… Las palabras de Otto aún reverberaban en su cabeza. "Lo hemos notado", había dicho él. ¿Acaso se refería solo a la admiración que sentía por Anastasia Hoshin?
Subaru no estaba del todo seguro de cuáles eran sus sentimientos hacia Anastasia Hoshin, así como no podía afirmar que la relación entre ella y su caballero fuera estrictamente profesional. Julius había afirmado que él no veía a Anastasia de manera romántica, sin embargo, no sería la primera vez que descubriera al caballero ocultado sus verdaderas emociones con esa testaruda fachada del caballero perfecto.
Subaru había compartido lecho de muerte con dos mujeres, las cuales habían influido enormemente en su vida. Emilia, con quien solo había interactuado en pocas ocasiones, el día de su llegada a ese mundo y durante la estadía de la chica en la mansión de Anastasia, había alterado significativamente su destino. Subaru era consciente de que romper aquella promesa le afectó emocionalmente de sobremanera. Negligir de esa cruel e ingenua promesa había resultado en una enorme carga para su débil corazón y su resquebrajada mente.
Me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio, me odio.
Esas palabras habían reverberado en su cabeza desde el momento en que se vio en la necesidad de reconocer su gigantesca debilidad. Una debilidad de mente, corazón y espíritu, que recientemente había comenzado a aceptar plenamente. El día en que fue incapaz de acabar con su propia vida para así salvar la de Crusch Karsten y su séquito, fue el que Subaru realmente pudo aceptar, comprender e interiorizar, francamente, cuan abrumadora era su debilidad. Para así, finalmente, comenzar a buscar maneras de hacer algo al respecto, sin utilizar patéticas excusas, como sus miedos o traumas, para evadir su responsabilidad.
Había pedido a Julius que le permitiera acompañarlo durante su entrenamiento furtivo, e inconscientemente había dado un paso que por casi un año había sido incapaz de dar. Tal vez, si se hubiera tratado de alguien más talentoso e ingenioso, ese habría sido el comienzo de su nueva vida. Pero se trataba de él, Natsuki Subaru, un desdichado joven que carecía de todo tipo de recursos; había dado ese paso en vano, su debilidad había permanecido casi exactamente igual…
Su incapacidad de mantener la promesa que le había hecho a Emilia durante su primera agonizante muerte había destapado todo el odio y asco que sentía hacía sí mismo, le había hecho completamente consciente de cuanto se despreciaba de todo corazón. Eventualmente lo habría hecho, solo era cuestión de tiempo para que ello sucediera, entregar todo a Reinhard Van Astrea y huir solo había adelantado el proceso.
Emilia había sido la pequeña roca que calló en el lago que era su vida, generando ondas que gradualmente se convirtieron en enormes olas que arrasaron con la falsa calma de su espíritu. Una sola idea lo había mantenido a flote, una ilusoria fuente de esperanza para un perdedor como él; su conocimiento que podría considerarse futurista en ese mundo de fantasía en que en un parpadeo había llegado a encontrarse.
Aquí nadie me conocerá por ser hijo de mi padre, había pensado Subaru. Sin embargo, el camino que había pensado le llevaría a la gloria, no sería nada fácil de recorrer. ¿Acaso debió de haberse conformado con un humilde éxito local? ¿Estuvo mal añorar el éxito? Anastasia Hoshin, la segunda mujer con la que compartió lecho de muerte, apareció en la vida de Subaru cuando comenzaba a sentir que volvía a perder el camino; por ello había aceptado tan fácilmente su propuesta de negocio, porque en ella vio a una persona con cualidades que carecía y que podría guiarlo hacia su propio, añorado final feliz.
En muchos sentidos, se había equivocado rotundamente; sin embargo, realmente no podría atreverse a decir que lamentaba el haber conocido a esa mujer. Anastasia Hoshin. ¿Cuáles eran sus sentimientos hacia ella? ¿Acaso la amaba? Aún no podía afirmarlo con seguridad, no obstante, el solo pensar en tener que recorrer el resto del espinoso camino que había decidido seguir sin su presencia, le resultaba extremadamente dantesco y descorazonador.
Él era patético, después de todo. Un hombre como él, que se arrastraba entre la inmundicia, añorando estar al lado de la mujer que admiraba. Por ella, por ella, por ella, por ella, por ella, por ella… Un hombre valeroso lo haría por la justicia, su familia o los inocentes; un hombre orgulloso lo haría por sí mismo; pero él no era ninguno de los dos. Un "nini" otaku, eso es lo que era. ¿Qué más podría esperarse de alguien como él? Un poco de amabilidad interesada por parte de la dama codiciosa había sido suficiente para que él terminara atrapado en su órbita.
Anastasia cuidaba de sus pertenencias, Anastasia valoraba aquello que le generaba ganancias. Subaru podía considerarse ambas cosas. Y, aun así, Anastasia le había hecho sentir realmente apreciado por primera vez en su vida. Nadie en toda su vida había mostrado tanto interés en su patética existencia carente de valor, solo Anastasia y aquellos que le rodeaban habían llegado a apreciarlo.
A Subaru realmente no le importaba si había motivos ulteriores detrás de ese afecto que había recibido; el calor que le habían transmitido había resultado suficiente para motivarle a seguir luchando. Anastasia Hoshin le había dado algo que había deseado desde el momento en que se percató de que tan lejos de su alcance estaba el seguir imitando a su padre, y no estaba dispuesto a renunciar a ello. Anastasia Hoshin le otorgó su reconocimiento sin conocer sobre la identidad de Natsuki Kenichi; Natsuki Subaru, él, fue reconocido por Anastasia Hoshin.
Podría decidir cuáles eran sus sentimientos por ella después de superada esa prueba de muerte. Porque en ese momento realmente no importaba si la amaba o no, solo que sin ella no podría seguir lidiando con los crueles juegos del destino. Sin Anastasia Hoshin, finalmente se quedaría sin una razón para seguir luchando; él finalmente perdería todo su valor, así como sus ideas robadas y la Operación Reinvención. Por ella, por Anastasia, la mujer que reconoció valor en él, soportaría todas las muertes que fueran necesarias. Por ella, usaría su propia vida como si de una ficha de apuesta se tratara; siempre evitando perderla estúpidamente para así honrar la promesa que le había hecho; seguir luchando hasta dar su último aliento…
"Natsuki…" De pronto, un llamado interrumpió los pensamientos de Subaru, quien mentalmente reforzaba una vez más su resolución. Resolución que, cual camisa vieja, se encontraba completamente parcheada y remendada por cada ocasión en la que su determinación se había visto menguada por los sucesos traumáticos que carcomían su espíritu.
"¿Eh?" Murmuró Subaru, volteándose hacia Otto e instándolo a decirle aquello por lo que había interrumpido su monólogo interno, cuyo objetivo era el impedir que una posible inminente muerte volviera a postrarlo de rodillas.
"Creo que ya nos hemos alejado bastante del área azolada por el Culto de la Bruja, y no deberíamos estar muy lejos de entrar al distrito de clase alta, así que me gustaría saber cuál fue la visión que tuviste." Otto que, previo a los sucesos de ese día, poseía poca información respecto a la falsa Protección Divina de Subaru, preguntó nerviosamente por aquello que ésta le había mostrado sobre el futuro cercano.
Que le hiciera esa pregunta no había resultado extraño para Subaru, que más bien consideró que su amigo comerciante se había tardado en hacerla. Después de todo, aunque sin entrar en detalles, Subaru, así como había hecho en el antiguo taller antes de su muerte a manos de la cultista vendada, utilizó su falsa bendición para fundamentar uno de sus argumentos.
En esta ocasión, había justificado el recorrer un camino considerablemente más largo que el que en un inicio habrían decidido tomar. Sin embargo, debido a las circunstancias, se había abstenido de hablar de la supuesta visión. Que Otto quisiera saber con más detalle sobre lo que les deparaba más adelante, era completamente comprensible. Así como lo fue que Utada, que caminaba varios metros detrás de ellos, silenciosamente se les acercara.
Sonriendo irónicamente, Subaru hizo sonar su garganta; al fin y al cabo, estaba por aprovechar uno de los subproductos de su mentira. Una de las razones por las que en primer lugar había optado por utilizar un artificio como ese para ocultar el Retorno por Muerte. Revelar información obtenida antes de su muerte sin incurrir en romper el tabú ni perder la poca credibilidad con la que contaba. Su mentira, irónicamente, facilitaba la veracidad de sus palabras.
"Si hubiéramos seguido el rastro de destrucción, eventualmente habríamos terminado topándonos con dos posibles Arzobispos del Pecado…" Reveló Subaru, causando que un escalofrío recorriera la espalda de Otto y que el pelaje atigrado de Utada se erizara. Subaru hizo una pequeña pausa para dejar que sus compañeros digirieran la información que acaban de recibir y entonces prosiguió. "Después de eso, nada de lo que hiciéramos habría sido de utilidad, nuestra muerte habría estado asegurada."
Tal afirmación había conseguido que la sangre se drenara por completo del rostro de Otto, que parecía estar debatiéndose entre la conciencia y la inconciencia. Utada, por otra parte, aunque se había abstenido de hablar, claramente deseaba discutir lo que su superior había declarado. Una desagradable mueca iracunda se manifestó en su rostro, dándole a Subaru la incómoda sensación de que lo atacaría abruptamente.
Sin embargo, tras un instante, el usual gesto de desinterés regresó a su rostro; Utada, conociendo la naturaleza de la falsa bendición de Subaru, era incapaz de refutar cualquiera de sus declaraciones sobre el futuro venidero. Anastasia Hoshin confiaba en Subaru Natsuki, por lo tanto, Utada, a pesar de mantener fuertes sospechas hacia él, se sentía en la obligación de respetar su palabra siempre y cuando Subaru no cometiera un acto meritorio de una oportuna sentencia de muerte.
Además, Utada no era el guerrero "cerebro de musculo" que algunos miembros del Colmillo de Hierro y la facción de Anastasia Hoshin le consideraban. Aunque no se trataba de un luchador sobresalientemente ingenioso, sí que se encontraba por encima de la media. El poderoso demi-humano con facciones de tigre resaltaba entre sus compañeros mercenarios por su impresionante disciplina, que le hacía capaz de ejecutar trabajos conjuntos y en equipo magistralmente.
Exactamente por ello mismo, Utada rápidamente descartó sus emociones y aceptó internamente que jamás podría hacerle frente a un Arzobispo del Pecado, entes que solo guerreros de la clase más alta podrían enfrentar en igualdad de condiciones. Si Subaru Natsuki no estaba empleando una artimaña, y su visión del futuro era verídica, entonces su accionar había sido correcto; evitar enfrentar a los Arzobispo del Pecado del Culto de la Bruja era vital para arribar con vida al Castillo Real.
No obstante, a pesar de llegar a esa conclusión, Utada observó con sospecha a Subaru. El desagradable olor que desprendía su cuerpo fácilmente podría ser confundido con el de los mismos Arzobispos del Pecado. El mercenario quería creer en lo que sus agudos ojos habían visto a lo largo de los meses, quería creer en ese chico que se esforzaba diariamente por cumplir con sus obligaciones silenciosamente, mientras que utilizaba su tiempo libre para entrenar su cuerpo.
Subaru Natsuki nunca se había comportado de manera especialmente sospechosa, sin embargo, Utada no podía ignorar que una estratagema normalmente utilizada por los cultistas era ocultarse en la sociedad misma, desempeñando papeles como curanderos, comerciantes o artesanos, esperando pasivamente por el momento en que uno de sus líderes le ordenara degollar a la sociedad misma en la cual se integró. Utada no podía permitirse el confiar completamente en Subaru Natsuki.
"¿Posibles Arzobispos?" El primero en cuestionar a Subaru respecto a lo que había dicho respecto a su falsa visión fue un nervioso Otto, adelantándosele a Utada, que se encontraba sumido en sus pensamientos mientras observaba fijamente a Subaru.
"Sí… Tú deberías saber mejor que yo que la identidad de la mayoría de ellos es desconocida, exceptuando la de Codicia, así que no pude determinar con total seguridad si lo eran o no. Pero esos dos definitivamente resaltaban por sobre los demás cultistas." Dijo Subaru, con su mirada fija en el castillo que sobresalía por sobre los tejados de las casas que les rodeaban.
"¿E-Esos fueron quienes nos… asesinaron… en tu visión?" Le preguntó Otto, quien estaba teniendo problemas para hablar debido al insondable terror que hacía que sus huesos se sacudieran violentamente.
"Lo son. Así que si nos encontramos con uno de ellos… huye. Huye con todas tus fuerzas, sin mirar atrás."
"Huir cuando te encuentras completamente superado no tiene nada de malo, así que estoy de acuerdo contigo…" Murmuró Otto, recuperando leventemente su coraje. "Aun así, si ello implicara abandonarlos, entonces preferiría no hacerlo."
Subaru súbitamente detuvo sus veloces zancadas, con su mirada aún clavada en la silueta del castillo que se alzaba sobre sus añorantes ojos. Otto, percatándose de ello, se detuvo a su lado, y Utada de igual manera lo hizo, sin embargo, él se mantuvo a un metro de distancia del trío; aunque Leith se encontraba completamente ausente en lo que concernía a su mente. Otto y Utada aguardaron en silencio a que Subaru hablara, con pulsaciones de tensión en cada uno de los músculos de sus cuerpos.
"En verdad me alegra llamarte mi amigo, Otto. Realmente espero que ambos logremos sobrevivir a este maldito juego del destino." Y dejando esas palabras en el aire, Subaru reanudó su carrera hacia el castillo.
En el rostro de Otto, inexpresivo durante unos instantes debido a la sorpresa, se dibujó una débil sonrisa cargada de nostalgia y melancolía. Soltando una pequeña risa que sonó "Heh", Otto también reanudó la peligrosa travesía por las desoladas calles de la capital, siguiendo de cerca a Subaru y Utada, que a diferencia de él, no había sido conmovido por las palabras de Subaru y por lo tanto no había perdido valiosos segundos en reaccionar.
El soplar del viento cargaba los atemorizados susurros de los sobrevivientes a las gran masacre de la capital, que cual presas acorraladas aguardaban escondidos en los rincones más oscuros de sus propias casas. La extensión de los ríos de sangre era mayor cada segundo que pasaba, y solo era cuestión de tiempo para que el lienzo que era la Captial Real finalmente brillará carmesí en todo su esplendor.
Con un suspiro de alivio escapando de su garganta, Otto observó por sobre su hombro como la primera de las mansiones del distrito de los nobles se alejaba de él; un muro de ladrillos con una amplia entrada en forma de arco, con un peaje en su base, servía como frontera. Finalmente habían ingresado al último tramo de su recorrido antes de alcanzar su destino, finalmente habían comenzado a dejar las primeras mansiones tras sus espaldas.
Otto, cuya mirada se encontraba apuntada al sur mientras avanzaba hacia el norte, no pudo evitar desplazar sus ojos hacia el pálido rostro de Leith. Su amigo artesano seguía encontrándose completamente fuera de sí. La única prueba que abogaba por la vida de Leith era su respiración constante, que hacía del hombro de Otto un parche de cálida humedad, en contraposición con el resto de su helado y tembloroso cuerpo.
Mirando a Leith de soslayo, Otto se aseguró de no dejar por completo fuera de su campo de visión el camino de finas rocas que se encontraba recorriendo. Fue cuando su oído fue envuelto por uno de los ignorantemente calmos suspiros de Leith, quien había optado por encerrarse en su propia mente, que Otto finalmente se percató de que el aterrador silencio absoluto que había envuelto parte de la zona comercial había regresado; no, ese silencio era mucho más aterrador, puesto que incluso era capaz de absorber cualquier sonido que fuera proferido en el área.
"Nat-" Otto había estado a punto de advertir a Subaru respecto a ello, cuando otro sonido se le adelantó; uno que había superado el absoluto silencio con la fuerza de un ente sobrenatural.
"¡ARRRRGGHHHH!" Se trataba de un alarido, un alarido arrancado de las profundidades mismas del infierno. Un grito de total horror, angustia, desesperación y sufrimiento, que había sido capaz de helar la sangre de todos los presentes, logrando exitosamente detener su desesperado escape hacia el castillo.
"¡Gajajaja! ¡Sí, sí! Así es como deberían sonar ustedes creaturas de pútrida carne, aprendan de su ejemplo, ja, ja, ja, ja." Sin embargo, lo que precedió a semejante aullido de agonía y sufrimiento fue una voz carente de toda bondad, que cruelmente se burló de aquel que había proferido semejante expresión de dolor. "Lastimosamente, parece que el vigor de este insecto solo alcanzó para ese espectacular berrido digno de su naturaleza bestial, así que ya no podré divertirme más con él… Por lo tanto, ¿quién de ustedes, criaturas de carne, se ofrece a ser la mascota de esta adorable dama?" A metros de ellos, oculta por unos arbustos, se encontraba una plaza, y en el centro de ésta, sonreía sádicamente la encarnación de la perversión.
