En secreto y en silencio (I)

Por suerte, ella consiguió que pudiera quedarme a dormir en las barracas de los soldados de la guardia real, porque no le mentía cuando le dije que me presenté en Hyrule con poco más que fe en los bolsillos y ningún plan alternativo si todo iba mal.

Así que dormí en un catre, con otros jóvenes soldados. Antes de que rompiese del todo el alba, vino a buscarme Impa, la mujer sheikah. Dijo que teníamos que ir a desayunar y que había unas cuantas cosas que necesitaba preguntarme.

—Puedes confiar en mí —dije, antes de que abriese la boca.

—Su alteza me ha dicho que tus lagunas mentales son grandes. Posiblemente como las suyas o las mías —respondió, dejándome descolocado.

—¿Tiene eso importancia en todo esto?

—No, pero puede que haya una conexión —me sirvió un plato con salchichas, huevos y algunas verduras asadas. Los dos estábamos en una mesa apartada, había sheikah y soldados llenando sus platos en una larga cola donde había tres cocineros sirviendo.

—Recordarlo todo me obsesionaba mucho al principio —admití —ahora mucho menos. Ya casi no me importa.

—Quiero pedirte algo, pero no quiero que me malentiendas.

—Sé lo que es. Comprendo tus obligaciones como escolta personal de la princesa y su hijo, necesitas asegurarte de todo, es lógico. Pero verás, sé que otros pretendientes han venido aquí por puro interés, como si viniesen a comerciar con ella para luego arrinconarla o vete a saber, enfermo sólo de pensarlo. Si te preocupa eso, puedes dormir tranquila. Por supuesto que ella y el bebé tienen garantizado un hogar seguro a mi lado, estarán a salvo en mi casa y serán parte de mi familia tan pronto como estemos casados, no son nada con lo que yo pretenda o pueda comerciar, sobre todo porque Zelda me parece bastante decidida a elegir lo que quiere y lo que no. Mi interés es... en fin. Es sentimental, aunque suene ridículo. Puede que desconfiéis de los bárbaros, pero somos gente de palabra, al menos yo lo soy.

—Está bien, me alegra ver que tus intenciones hacia la princesa de Hyrule son honorables, pero no es eso de lo que quería hablar.

Arqueé una ceja y empecé a desayunar. Me llené la boca y dejé que ella hablase, una vez mi posición quedó clara. Tenía que dejarlo claro y ya lo había hecho.

—Me gustaría poder trasladarme con vosotros al Oeste.

—¿Al Oeste? ¿Vienes a vigilarme?

—No. Es justo lo que no quería que malentendieses. Por una extraña razón que no puedo explicar, me resultas de confianza. Familiar, si quieres verlo así, así que no tengo motivo alguno para desconfiar. Mis motivos son otros. Es que su alteza y yo llevamos un año trabajando juntas, tenemos una investigación en curso sobre los espectros y la Guerra Oscura. No sabemos si llevará a buen puerto, pero todo lo que hemos descubierto hasta ahora es bastante interesante.

—No veo por qué no seguir con eso de la investigación, por mí bien.

—Llevo mucho trabajando a su lado y... para mí también está siendo difícil todo esto.

Sonreí, bastante sorprendido por sus palabras. Los sheikah tenían fama de ser discretos, sobre todo cuando hablaban con gente fuera de su círculo de confianza, ocultaban sus intenciones tan bien como se ocultaban a sí mismos en mitad de la noche.

—Será un placer tenerte en el Nido del Águila. Aunque debes saber que allí todo el mundo trabaja, no somos muchos y siempre hay algo que hacer.

—Sé trabajar. Y puedo ayudar con la seguridad como he hecho toda mi vida.

—Yo también trabajo, no estoy intentando eludir nada.

—No he pensado que intentes eludir nada.

Entrecerré los ojos y ella parecía inmutable, pero ansiosa en el fondo. Me pareció sincera, aunque también sabía que Zelda le importaba lo suficiente como para "ponerme a prueba" si lo estimaba oportuno. No me importó. Era bueno para Zelda, seguro que recibiría bien la noticia.

—En ese caso, puedes venir con nosotros cuando llegue el momento.

—Gracias, capitán Link.

—Bueno —me limpié la boca y me puse en pie —aún no he pedido su mano al rey.

—Pareces muy relajado... el rey es bastante duro en lo que se refiere a la princesa.

—Le pediré la mano por simple cortesía, para que no se ofenda ni se siga extendiendo más el rumor de los bárbaros y sus malas formas —sonreí —pero Zelda me dijo anoche que su mano era mía y no tenía que pedírsela a nadie más que a ella.

—Oh, entonces supongo que ya está hecho.

Le guiñé un ojo y me alejé para ir al lugar donde tenía que verme con el rey. Zelda me dijo que sería en su despacho personal, no en las salas de audiencias, y que no habría nadie de la corte. Ella lo pondría en preaviso, y después yo iría a formalizar todo.

Tardé bastante en dar con el sitio, diablos, aquel castillo era un laberinto y fui impulsivo al irme sin pedir a la mujer sheikah que me diese alguna indicación. Por suerte había madrugado lo suficiente como para, tras muchas vueltas, dar con el lugar sobre la hora acordada. De hecho, cuando llegué me hicieron esperar, pero avisaron de mi llegada. Cuando se abrió la puerta de la sala salió Zelda en primer lugar, que cambió el gesto taciturno por una sonrisa al volver a encontrarnos.

—Me alegra ver que no lo has pensado mejor durante la noche y has salido corriendo de aquí —bromeó.

—Lo único que he hecho durante la noche es pensar la ruta más corta de vuelta a casa para cuando nos marchemos.

Vi que se ruborizaba un poco, además no estábamos solos porque había dos soldados custodiando el despacho del rey. Me abrieron paso y entré un poco inseguro, no sabía bien si tenía que seguir algún protocolo extraño y de nuevo, se me olvidó preguntar para no quedar como un idiota.

—Link, capitán del Nido del Águila —anunció un soldado, y cerró la puerta, dejándome adentro con el rey.

—Adelante.

Di un par de pasos y me quedé de pie, frente a su escritorio. Hice una reverencia que él no vio, tenía los ojos fijos en papeles que se acumulaban en su mesa. Creí que me ofrecería asiento, pero no fue así. El rey me pareció mucho más viejo que el día que llegué al castillo, aunque ese día lo vi de lejos, en una sala de trono donde recibía audiencias.

—Conseguiste ver a mi hija.

—Sí, majestad.

—Dice que habéis hablado y que reclamas su mano.

—Así es, majestad. Yo-

—Ella está a favor de eso —levantó un instante los ojos del papel para mirarme de reojo —y me ha pedido formalizar el compromiso, pues tiene claro que es lo que desea.

—Así es. Lo que yo quería-

—Bien —interrumpió, y buscó un papel que había en su mesa —supongo que has oído sobre los bienes que he ofrecido para esta unión. Se enviaron mensajes a distintas regiones.

—No, lamento no haber oído nada, majestad.

—En ese caso te las leeré para que no haya malentendidos —se aclaró la garganta y eligió un papel de entre los muchos que tenía delante —Poseerás tierras en una región de Hyrule que ella elija, posiblemente una fortaleza deshabitada o podríamos construir una según lo estime oportuno. Dos cofres de oro, dos de rupias más su propia dote familiar, que aún sigue intacta y detallaré más tarde. Además, tendrás derecho a...

Mi cerebro desconectó mientras leía propiedades y títulos que no significaban nada para mí. ¿De verdad estaba haciendo eso con su hija? ¿Tan amenazante era intentar desposarla?

—No quiero nada de eso, majestad —dije, una vez terminó de leer.

—Creo que no entiendes lo que estoy diciendo, joven...

—Sólo lo que le corresponda a ella por herencia o dote, como habéis dicho. De lo demás no quiero nada. No he venido aquí por eso.

—Supongo que sabrás lo que le pasó a mi hija, ¿no? Deberías ser un ingenuo si no lo sabes.

—Si os referís a que es la madre de vuestro nieto, entonces sí, estoy al corriente.

El rey me miró perplejo, y por primera vez a los ojos.

—Estoy enamorado de vuestra hija, y deseo que sea mi mujer. Ella siente lo mismo y ha aceptado, es lo que quería decir desde un principio —aclaré —No tengo malas intenciones, ni he venido aquí a por oro ni tratos, como habrían hecho otros bárbaros. Si os preocupa que nuestra unión dé una mala imagen a vuestra casa, no hay problema. Podemos casarnos en secreto y en silencio, como vos habéis sugerido que viva ella durante el último año.

—Estás siendo impertinente, deberías cuidar mejor tus palabras.

—Es posible —admití —pero es así como hablamos en el Oeste, con la verdad.

—No tienes ni idea de por todo lo que he pasado, perdiendo a un hijo, y teniendo a una hija encinta por obra de...

—Sólo quiero a Zelda —interrumpí —no quiero nada más. Firmaré lo que vos queráis, un juramento de protegerla bajo mi apellido a ella y al niño, lo que haga falta. No tenemos gran abundancia en nuestro país, como sabéis, pero no les faltará de nada. Tan sólo deseo su felicidad. Eso es lo único que no es negociable aquí.

El rey de Hyrule no dijo mucho más. Si tenía una impresión sobre mí o sobre lo que estaba pasando se la guardó bien adentro. La verdad, me daba igual, no me sentía cómodo en su presencia y menos aún por la forma que había tenido de proteger a su familia... o de no protegerla, según se mire. Me dijo que podía quedarme en el castillo tanto tiempo necesitase y no especificó cuánto debía durar el cortejo ni de qué manera se iba a producir. Sólo me pidió discreción y que contactase con un guardia real llamado Gerry en caso de necesitar algo. Me dio unos aposentos sólo para mí. Se trataba de una habitación pequeña, cerca de los barracones de la guardia. Impa me ayudó a dar con el sitio, era el lugar que solían ocupar los oficiales de más rango. Pregunté por Zelda, e Impa me dijo que no podría verla hasta la noche y que debía ser paciente con el revuelo que mi presencia había causado tanto en la princesa como en todo el castillo.

No había paciencia para mí. Me consumía la ansiedad y el miedo de que no saliese bien. Ella podía arrepentirse, después de todo... por Or, sólo nos habíamos conocido durante un día, y yo sabía cómo de engañoso podía ser el enamoramiento si llegaba con fuerza. Pero para mí era mucho más, no podía explicarlo, no había paz dentro de mí si no intentaba hacer lo que estaba haciendo. Sólo Frea sabía que me había marchado al castillo de Hyrule a intentar ofrecerme a la princesa, como habían hecho otros. No lo sabían mis amigos, ni mi padre. Nadie. Había viajado solo, sin descanso, de todas formas no había podido descansar desde el día en que la había visto por primera vez. Y la idea de que alguien apagase su luz condenándola a un matrimonio horrible a cambio de oro, rupias y títulos... no es que yo fuese mejor que los otros, pero al menos yo la amaba, ese era mi único interés, y creía que ella podía llegar a sentir algo parecido, no era mi imaginación.

Al diablo, las dudas siempre volvían, volvieron durante el trayecto hacia Hyrule, se hicieron gigantescas mientras la esperé en el jardín. Casi perdí la esperanza al caer la noche, pero... no sé, es como si hubiese algo dentro de mí gritando "espera sólo un poco más". Si Impa pretendía que yo estuviese tranquilo en mis aposentos estaba equivocada, porque tan pronto me quedé a solas mis dudas me torturaron de nuevo. Por suerte, al caer la noche, un soldado vino a avisarme de que su alteza real me esperaba de nuevo en el jardín de atrás.

Y de nuevo, todo yo temblaba ante la perspectiva de verla, de estar cerca aunque fuera un instante. No iba a dejar de temblar hasta que todo se aclarase de una vez.

—Impa me ha dicho que te han dado unos aposentos —se acercó sonriendo. Llevaba un vestido oscuro y una capa con capucha.

—Cerca de los barracones de la guardia.

—Lo siento mucho, no he podido dejar a Faren con Mel.

Sólo entonces me di cuenta de que entre los pliegues de la capa estaba el niño, medio adormecido.

—No importa.

—No sé qué le pasa, siempre se queda dormido después de comer, pero hoy no paraba de quejarse y me sentía mal dejándolo con las doncellas.

—Entiendo muy bien que le apetezca más estar contigo, me pasaría igual —me atreví a decir. Conseguí que ella se ruborizase y eso me hizo sentir bien y seguro, lo mismo que las otras veces que había pasado.

—Demos un paseo por aquí, es mejor que hablar en una sala o en alguna zona del castillo. Si hay algo que debas saber sobre mi casa es que casi todas las paredes tienen oídos.

Mientras caminábamos, me explicó que su padre apenas había puesto pegas a la idea de que nos casásemos. Bueno, sólo una, y fue por el repentino cambio de actitud de la propia Zelda, porque al parecer todo el plan de casarla cuanto antes con alguien había surgido de su padre y ella se había opuesto todo el tiempo. Él fue quien lo había puesto todo en marcha, el que había hablado con algunos nobles de renombre que intentasen desposarla lo antes posible para que el niño dejase de ser sólo un bastardo, y todos los rumores sobre la princesa se acallasen para siempre.

—Padre puso una cara rara cuando vio que de entre las opciones había elegido a un bárbaro del Oeste, pero... bueno. Al final dijo algo como "no es como si un bárbaro fuese a pedir más oro que los demás".

—Sí, estoy aquí por el oro. Todo el mundo sabe que es lo único que interesa a los bárbaros —bromeé. Ella sonrió de medio lado, pero recobró la cara de preocupación al instante.

—Link, justo antes de que aparecieras, planeaba marcharme del castillo con Faren. Habría ido a la aldea de Kakariko, con los sheikah. Estuve pensándolo mucho tiempo, pero lo tenía decidido.

Nos detuvimos para sentarnos en un borde de piedra que rodeaba una de las muchas fuentes que regaban el jardín.

—Tenía la impresión de que dirías algo así —dije, sintiendo que el estómago se me encogía —sé que aparecí de la nada, un bárbaro torpe que no sabe nadar. Ha sido todo demasiado rápido. Tengo que decirte que lo de ayer me pareció como una especie de sueño, que aparecieses cuando creí que no lo harías y que accedieses a mi propuesta de esa manera. Si has recapacitado lo entiendo. Es precipitado y no me conoces de nada. Pero estoy dispuesto a esperar y darte todo el tiempo que necesites, si quieres concedérmelo.

—No eres un extraño, ni un bárbaro torpe. Siento como si te conociera de mucho —agarró mi mano —y respecto a lo de la boda... mentiría si te dijese que no me asusta un poco. Ir a otro país, y todo eso... Pero también te mentiría, y me mentiría a mí misma si no dijese que quiero que pase. Es contradictorio, ¿no? Me asusta y a la vez quiero que pase. Quiero casarme contigo, no he cambiado de idea. Y lo hago porque lo deseo, porque no hacerlo sería ir en contra de mí misma. No eres una opción desesperada para mí, Link. Ya te dije que no necesito que nadie me salve.

Me llevé su mano a la boca y la besé, recreándome en su tacto. Imaginé que eran sus labios y no su mano lo que besaba, porque, a pesar de que podría haberlo hecho, aún no me había atrevido.

—Ahora voy a decirte algo y espero que no te ofendas —dije, mirándola a los ojos —hay algo en esto, en todo esto que nos rodea y que me resulta muy incómodo. Tu padre, este castillo... todo. Es como si algo no estuviera bien del todo, como si algo no encajase. Sé que tienes a tu hermano, a Mel y a Impa, pero estoy seguro de que Faren y tú estaríais mejor conmigo en el Oeste, lo antes posible.

—Quieres que nos casemos ya... —concluyó.

—Seguramente es una locura tan grande como la de pedirte matrimonio —sonreí, sintiéndome nervioso e inseguro —pero cuando vine aquí, fue con la idea de no regresar solo.

Sonrió y me apretó la mano. Era tan preciosa... ojalá no la estuviera asustando al ser tan sincero con ella.

—¿Qué opinas, Faren?

El bebé parecía más despierto y reaccionó abriendo mucho los ojos y moviendo manos y pies.

—Parece que ha entendido la pregunta —sonreí.

—Le encanta que le hablen, has venido para espiar la conversación de mamá, ¿verdad?

—Es un hombrecito listo.

—¿Quieres cogerlo?

—¿Quién? ¿Yo? —dije, sintiendo un pánico repentino. Era muy pequeño, debía pesar no sé, menos que una pluma. ¿Y si se me caía al suelo o le hacía daño sin querer con mis manazas? Había cuidado miles de veces a mis hermanos cuando eran bebés, pero... bueno, hacía ya tiempo de eso.

—Tranquilo, no te sientas obligado, no pasa nada.

—No es eso. Es que hace mucho que no tomo a un bebé en brazos.

Alargué las manos y Zelda me lo dejó, con cuidado. Era diminuto y, confirmado, pesaba mucho menos que una pluma. Además, el pelo de la cabeza era suave, como los plumones de los pollitos que criaba Frea. Se me quedó mirando con esos dos ojos enormes, muy abiertos, recordé a Jannie, que siempre miraba como con sorpresa. Había olvidado la sensación tan agradable que producían los bebés, lo increíblemente vulnerables que eran.

—Creo que pronto necesitará un hacha —bromeé, dejando que me agarrase un dedo con la mano. Con la otra intentó atrapar y llevarse a la boca una de mis trenzas, una fina y larga que me había dejado crecer desde que cumplí la mayoría de edad.

—Le caes bien —sonrió Zelda.

—¿Tú crees?

—No hay más que ver cómo te mira y ni siquiera ha protestado. Deberías ver cómo berreaba cuando lo he intentado dejar con Mel.

—Entonces, respecto a lo de la boda...

—Entonces, capitán Link, casémonos lo antes posible —sugirió, liberando mi trenza de la manita de Faren —pero no quiero que sea algo ruidoso. Ni quiero banquetes pomposos ni ceremonias públicas. Sólo nosotros, el bebé y pocos testigos. Y viajaremos al Oeste tras la boda, si tú quieres allí podemos festejar tanto como quieras. Porque tienes razón, no sé cómo has podido darte cuenta, pero estoy muy cansada de tanto ruido a nuestro alrededor. Siento que con cada día que pasa me asfixio más en este castillo.

—Mañana mismo podría mandar un halcón a mi padre.

—Hazlo.

—¿Estás segura?

—Si tú lo estás...

—Es de lo único que estoy seguro últimamente.

—Link, hay una última cosa que querría aclarar antes de nada... —se mordió el labio, inquieta —sé que hay algo entre nosotros, pero...

—Si no, no estaría aquí —interrumpí, ante la sombra de cualquier duda —Ya te lo dije anoche, no puedo dejar de pensar en ti, no me había pasado nunca.

—Bien, me hace feliz que lo digas. Sabes que no te equivocas al pensar que yo siento lo mismo que tú.

—Puedes temer muchas cosas sobre este futuro incierto, pero no lo que siento por ti.

—Lo que quería decirte, es que no quiero que te sientas obligado hacia el niño. Sé que eres muy bueno, me lo dice el corazón, y sé que lo acogerás bien en tu casa, y ¿ves? Le caes bien. Pero no quiero que te sientas forzado a nada hacia él, ¿está claro? Tu compromiso es sólo conmigo.

Sentí como una sacudida amarga. ¿Cómo me iba a sentir obligado hacia algo tan pequeño e indefenso? Mi único deseo era protegerlo, lo mismo que a ella, más aún al tenerlo en mis manos y sentir su pulso y su corazón latiendo rápido, como el de un pájaro.

—Puede que lo de fingir sea algo típico de Hyrule, pero no del Oeste —dije, tragando para deshacer el nudo de la garganta —y mucho menos de mí. Nadie me obliga a hacer esto. Nunca me sentiré obligado hacia nada más que cuidar de vosotros dos y... y no puedes decirme eso tan horrible mientras lo tengo en brazos, es injusto.

—No pretendía herirte con mi comentario, pero no me habría quedado tranquila sin decirlo. Es importante dejarlo todo claro, antes de que nos podamos arrepentir de nada o se convierta en un problema.

—Está bien —suspiré —aunque nos comprometamos, nunca, jamás, me sentiré obligado a nada, ni por ti ni por Faren. Os lo prometo. ¿Te sirve?

—Siento mucho ser así, pero hemos sufrido mucho —se lamentó.

—Sé por lo que lo dices en realidad, lo de sentirme obligado. Jamás intentaría ser su padre si tú no quieres que lo sea. Después de todo sigo siendo un desconocido y entiendo que quieras protegerlo.

—¿Y si quisiera que lo fueses? ¿Y si... y si te dijese que desde un principio lo he pensado? —preguntó, y dos lágrimas redondas como perlas rodaron por su cara.

—En ese caso pensaríamos igual —sentí deseos de apretar a ambos contra mí, al niño y a ella —Sería un honor y aceptaría sin pensarlo. No sería una obligación, ni el resultado de trato. Pero, de veras, no tienes por qué decidir eso ahora, confía en mí.

Zelda suspiró con fuerza y brotaron más lágrimas, muchas más. Sujeté bien a Faren y la rodeé con el otro brazo, para que llorase en mi hombro, esperaba que llorase todos sus miedos y todas sus dudas, y liberase un poco el peso de su corazón. ¿Cómo no iba a estar asustada? Todos los que se habían acercado al niño era por interés o por curiosidad morbosa, por si de veras era una especie de engendro. Se había enfrentado a muchos por cuidar al bebé, incluso a su padre. Zelda había sido fuerte, una roca durante mucho tiempo, y tenía que llorar todo aquello. Dejé que lo hiciese sobre mí.

Por mi parte... ojalá de verdad fuese el padre del niño, deseaba serlo, así no quedaría lugar para dudas en su corazón.

Se me partió el alma al dejarla marchar esa noche, se retiró de vuelta a sus aposentos con los ojos húmedos y la nariz roja de sorber lágrimas, no hubo palabras en nuestra despedida, sólo una especie de entendimiento silencioso. Faren se había quedado dormido y lo dejé con cuidado en sus brazos. Lo acunó y me miró con los ojos como de cristal, llenos de cosas que la guerra se había llevado de ella, se las había arrancado y sabía tan bien como yo que no existía un camino de vuelta. Ojalá pudiera acabar con sus fantasmas, lo deseé incluso más que acabar con los míos, teníamos que salir del ambiente intoxicado de Hyrule lo antes posible. Paciencia, otra vez. Era todo lo que tenía que hacer en mi vida en esos momentos, ser paciente, dejar que todo se fuese realizando tal y como lo había pensado: una boda rápida y discreta, una partida hacia casa y una vez allí todo estaría bien. No importarían los recuerdos perdidos, ni los espectros, ni nada más.