Encarnizada Lujuria
Una Hora desde la Última Muerte (Diez Muertes)
Risas recatadas de opulentas jóvenes de la nobleza habían adornado la atmosfera de la Plaza Farsale, lugar en cuyo centro había sido erigida una magnifica estatua de oro de más de dos metros, en honor al trigésimo quinto rey de Lugunica, Farsale Lugunica. Jóvenes de la clase más alta discutían de política y relaciones comerciales, mientras el brillo de la espectacular estatua iluminaba sus rostros. Aquella plaza una vez había sido el perfecto reflejo de la orgullosa nobleza de Lugunica, donde la juventud se reunía para admirar el glorioso porvenir.
Sueños y esperanzas habían sido depositados en los ojos carentes de vida de la brillante estatua, que reflejaba en su superficie los opulentos destinos de aquellos que reverentemente posaban su anhelante mirada sobre ella. La Plaza Farsale y la estatua que yacía en su núcleo eran el orgullo de la nobleza, ya que representaban el Pacto con el Dragón Divino; en celebración por el pacto entre Forsale Lugunica y Volcanica, ese lugar había sido fundado. Tierra sagrada para los nobles y un sueño inalcanzable para los plebeyos.
"Mientras la estatua brille, el futuro de Lugunica será prospero", solían decir los nobles más supersticiosos. Una creencia arraigada en la esperanza que mientras el Dragón Divino abogara por la paz de Lugunica, ningún tipo de fuerza bastaría para doblegar al reino. Ni la enfermedad, ni las guerras, ni las invasiones, ni el terrorismo. Mientras la superficie de la estatua se mantuviera pulcra y brillante, nada podría manchar el brillante porvenir del Reino del Dragón…
La repugnante risa de la fémina perversa resonó por toda la zona de la Capital Real donde habitaban los más acaudalados del reino, opacando los alaridos de angustia que arrancaban sus expresiones de lujuriosa violencia. Ríos de sangre nacieron de la garganta rebanada del joven de exquisitas vestiduras, mientras que silentes aullidos de angustia seguían siendo proferidos por sus enmudecidos labios, los cuales no tardaron en transformarse en una lluvia carmesí.
"¡Gajajajaja! ¡Así está mejor! ¡Chilla bestia de carne, chilla! ¡Chilla hasta que tu vitalidad se extinga, chilla hasta que mis oídos hayan sido satisfechos! ¡Expresa tu amor mediante la sangre que fluye por tu garganta en forma de chillidos! ¡Chilla, cerdo indigno de amor! ¡Enaltece mi amable ser con tu sufrimiento! ¡Te lo permito, mi corazón te lo permite, chilla hasta que cruces el umbral de la muerte! ¡Gajajajaja!"
Con sus estómagos revueltos y sus cabellos de punta, el grupo de jóvenes que tenía como destino el castillo que se alzaba en lo alto de la capital, atestiguó los chillidos de agonía y los gritos eufóricos de la perturbada fémina que hacía burla del sufrimiento de un igual. Humanos, demi-humanos, elfos o medio elfos, sin importar su raza, ninguna vida tiene más valor que otra y nadie debería regocijarse del dolor ajeno; eso creía Subaru, que inmediatamente había rechazado en un nivel subatómico a la despreciable mujer que hacía gala de una crueldad inconmensurable.
Ninguno de los cuatro jóvenes había llegado a, expresamente, observar los actos de crueldad de la mujer que reía y glorificaba su propia persona. Un seto de arbustos servía como barrera para mantenerlos alejados de las despreciables acciones de esa creatura apartada de cualquier dios bondadoso. Carente de empatía o bondad, la fémina prosiguió mancillando con sus palabras la dignidad de aquellas desdichadas víctimas que se encontraban bajo su cruel mirada arrogante.
Tal era el acto de extremo ludibrio por parte de la misteriosa y abominable mujer, que los corazones de tres de los jóvenes, y esto solo debido a que el cuarto se encontraba en un profundo estado de enajenamiento, resonaron sincrónicamente con un mismo sentimiento: la animadversión hacia la emisora de aquella despreciable voz y vomitiva risa. Desconocían su apariencia y, sin embargo, sin necesidad de discutir respecto a ello, los tres coincidían inconscientemente en que se debía tratar de una bruja de aspecto repulsivo.
Los tres anhelaban silenciar su risa mordaz, los tres aspiraban a finiquitar sus palabras autocomplacientes; y, aun así, se abstuvieron de mover un solo dedo con el objetivo de cumplir aquellos ardientes deseos. Porque el odio podía estar floreciendo en lo profundo de sus almas, pero ello no nublaría sus juicios. Ellos no tenían absolutamente nada que ver con esa despreciable mujer y sus desdichadas víctimas. El mayor error que podían llegar a cometer sería llamar la atención de ella y sus posibles súbditos.
Porque los tres también habían llegado a la misma interpretación casi al mismo tiempo; esa mujer que se reía sardónicamente, mientras ordenaba a un desdichado que chillara para ella, no podía tratarse de una persona ordinaria, libre de una mente perturbada. Y teniendo en cuenta el concurrente contexto, no había otra conclusión que no fuera que se encontraban peligrosamente cerca de un miembro del Culto de la Bruja; que incluso, por su particular forma de hablar, podrá tratarse de un Arzobispo del Pecado.
Subaru se detuvo en seco y se volteó lentamente, evitando así producir cualquier clase de sonido que pudiera atraer la atención de la "bruja" que estaba llevando a cabo un terrible acto de inhumanidad a solo metros de ellos. Cruzó miradas con Utada, quien le regresó una fría mirada nada particular en él. Rápidamente arrastró sus ojos hasta que tuvo a Otto en el centro de su campo de visión. Otro cruce de miradas fue todo lo que bastó para que sus sentimientos fueran transmitidos.
Utada se regiría por las ordenes de Subaru, que por indicaciones de Anastasia, era tanto su protegido como su superior. Si Subaru decidía ingenuamente que la decisión correcta sería enfrentar al Culto de la Bruja que atormentaba a los habitantes pudientes del distrito de los nobles, entonces Utada acataría en silencio, sin importar cuan imprudente considerara semejante decisión.
No obstante, Subaru Natsuki no era considerado la reencarnación de Hoshin del Desierto por ninguna razón. Rápido en pensar, Subaru había optado por el camino más optimo a seguir. Negligiendo de las vidas que estaban siendo torturadas por el Culto de la Bruja, los tres debían seguir adelante hasta alcanzar el Castillo Real. Eso es lo que mejor sabía hacer Subaru después de todo; sin importar cuantas personas le tendieran la mano cuando lo necesitara, él continuara dando su espalda a aquellos que necesitaran de él.
Percatándose del ácido que corroía el corazón de Subaru desde el interior hacia el exterior, Otto optó por aceptar la decisión de Subaru sin proferir ingenuos reclamos. Para Otto era obvio que Subaru disfrutaba tan poco como él de abandonar a esas personas, entre las cuales, sin lugar a duda proliferaban los inocentes. Así que no incrementaría su carga emocional haciéndole más difícil el tomar tal decisión.
Ligeramente más relajado, debido a la respuesta positiva de sus compañeros ante su polémica decisión de seguir adelante, sin prestar atención a los crueles sucesos que ocurrían tras los tupidos arbustos de un verde cáustico, Subaru miró nuevamente al frente y reanudó la marcha. Sigilosamente, los jóvenes avanzaron sin mirar atrás o al costado, con una visión de túnel, los tres continuaron su escape hacia el castillo.
"¡Cómo se atreve, maldita bruja!" Subaru, Utada, Otto y Leith, en ese orden, estaban por abandonar el área, cuando unos desenfrenados gritos de ira alcanzaron sus oídos. "¡A caso no se da cuenta que ha manchado la estatua de su majestad Forsale Lugunica!" Por el tono voz de quien gritaba, Subaru dedujo que se trataba de un anciano, y por el contenido de sus quejas, estaba claro que era un noble orgulloso y egoísta que solo tenía espacio en su mente para las estúpidas posiciones sociales y sus símbolos. "¡Una paria indigna como usted jamás debió de haber puesto un pie en est-!" De pronto, el anciano noble fue silenciado y sus gritos fueron reemplazados por el sonido de gorgoteo y desesperados jadeos.
"¡¿Quién demonios te crees tú, asquerosa creatura de carne parlanchina?!" Se escuchó aullar a la mujer, que reaccionó de manera increíblemente violenta ante las vanagloriosas declaraciones del anciano. "¡Nadie dice a mi maravillosa persona donde puedo o no posar mis magnánimos pies! ¡Tú, por otro lado, no eres más que estiércol, cuya presencia arruina el paisaje que se extiende ante mi mirada y contamina el aire que ingresa a mi cuerpo! ¡Te haré chillar como el cerdo que-!" La mujer aún estaba en medio de una potente descarga de bilis, cuando súbitamente se detuvo. Por un momento, Subaru no pudo captar sonido alguno. Fue entonces que… "¡Hey, ustedes! ¡Engreídos y apestosos pedazos de carne que se creen en la potestad de escuchar mis valiosas palabras sin dignarse en mostrar sus vomitivos rostros! ¡Muéstrense ahora, y ensalcen mi ser con su sufrimiento!"
Un espantoso escalofrío recorrió las espaldas de Otto y Subaru, quienes fueron paralizados por las desalentadoras palabras de la terrible fémina. Utada, sin embargo, no tardó en colocarse en posición ofensiva, con su mirada en el arbusto que separaba la calle que recorrían y la Plaza Forsale; aunque era evidente que sus ojos no estaban realmente enfocados en el arbusto en sí, sino en aquello que se encontraba tras éste.
Tan rápido que con un parpadeo habría bastado para perdérselo, un grupo de encapuchados apareció alrededor de los cuatro, con dagas en forma de cruz empuñadas en cada mano. Subaru, percatándose de ello, sintió vómito trepando por su garganta. Lo sucedido antes de su última muerte estaba repitiéndose. Por un instante, el miedo amenazó con paralizarlo por completo, pero Subaru se forzó a sí mismo a mantenerse lo más impávido que le resultaba posible.
No se trata de los mismos cultistas, pensó Subaru, buscando así apaciguar parcialmente su perturbado espíritu. Subaru sabía que era ingenuo de su parte creer que esa desconocida mujer se encontraría en un rango inferior que los dos anteriores posibles Arzobispos del Pecado. Aun así, solo engañándose a sí mismo sería capaz de impedir que su determinación volviera a menguar por el terror y la desesperanza.
"¡Por fin volvemos a cruzarnos, siervos de la bruja!" Rugió el imponente demi-humano, tomando en sus manos la enorme hacha que descansaba sobre su espalda. Con su mirada brillando por la ira que ardía en lo profundo de su ser, el guerrero escudriñó rápidamente sus alrededores. No aparentaba que más cultistas fueran a unirse al combate de manera inminente, por lo que podría enfocarse completamente en aquellos que tenía frente a él.
Con una sonrisa viciosa dibujándose en su rostro de facciones bruscas, Utada levantó con fuerza su hacha que, debido al largo de su mango, aparentó rasgar los cielos naranjas que se extendían en las alturas. El filo del hacha se mantuvo en alto por instante eterno, y entonces Utada le dejó caer con gran fuerza. Los silbidos del aire siendo cortado alertaron a los cultistas, que rápidamente posaron sus miradas en el hierro que vehementemente se acercaba hacia sus cuerpos.
El grupo de fanáticos se dispersó ágilmente, evitando por escasos milímetros que sus vidas fueran cercenadas. O al menos así fue para la gran mayoría de ellos, puesto que aquel cultista que se encontraba a menor distancia de Utada no contó con el tiempo necesario para esquivar el ataque. Habiendo ganado un abrumador impulso, el pesado filo del hacha hizo contacto con el cráneo encapuchado del cultista, y cual Katana rebanando una delgada hoja de papel, el hierro asesino dividió en dos secciones el cuerpo del individuo.
Ambas partes del cultista encapuchado cayeron en direcciones distintas, regando toda clase de pestilentes fluidos por las proximidades del área. Pedazos de cerebro color rosa bañaron a todos los presentes, empapándolos con ensangrentada jalea encefálica. De igual manera, sangre llovió sobre sus cabezas, imitando de esa manera los ríos carmesí que podían ser vistos en el distrito comercial. Los intestinos fueron los últimos en derramarse, esparciendo por la carretera de roca desechos corpóreos de terrible olor.
Incapaz de contener las náuseas, Otto se agachó levemente con Leith aún en su espalda y vomitó un líquido amarillento que constaba en su gran mayoría de reflujo gástrico. El comerciante, con ojos llorosos, levantó la mirada levemente, encontrándose de frente con la repugnante imagen del cultista partido en dos; una vista que habría resultada educativo para un estudiante de ciencias forenses, pensó Subaru, mientras se esforzaba por no imitar a su amigo comerciante.
Cerebro, ojos, lengua, faringe, laringe, estómago, corazón, hígado, pulmones, intestinos, riñones, vejiga; la gran mayoría de órganos se encontraba a la vista, e incluso algunos de ellos aún se encontraba en funcionamiento, en lo que resultaba el último esfuerzo por mantener su cuerpo con vida. Sin embargo, mientras los órganos palpitantes cesaban sus funciones vertiginosamente, cual dominós cayendo consecutivamente uno detrás del otro, el combate siguió en desarrollo.
Habiendo atravesado por completo el cuerpo de uno de los cultistas de manera similar a como antes había cercenado a dos cultistas en el bucle anterior, Utada levantó su rostro enardecido y fulminó con la mirada a los indiferentes cultistas, quienes no parecían conmovidos en lo más mínimo por la trágica muerte de su compañero. Éstos ágilmente se formaron de nuevo, circundando a Utada por completo.
Sin pronunciar sonido alguno, los cultistas extremistas se abalanzaron sobre Utada. Sin embargo, a diferencia de como habían hecho cuando los atacaron en el distrito comercial, dos cultistas se quedaron rezagados. Subaru, a pesar de nunca haber visto a los cultistas utilizar una formación de ataque similar, sí que comprendió inmediatamente que estaba transcurriendo; Utada, que poseía una experiencia de combate abismalmente superior a la de Subaru, se percató de lo mismo con un mayor lapso de anticipación.
Su abrumadora hacha de acero había atravesado perpendicularmente el cuerpo de su enemigo; el filo le había invadido el cuerpo por el cráneo y le había abandonado por la entrepierna, apenas perdiendo momentum. La fuerza que Utada la había imprimido a su arma había bastado para que el filo de esta terminara clavado en el suelo, dejándolo en una posición considerablemente desventajosa.
Mientras el cuerpo moribundo del cultista, pronto a convertirse en cadáver, continuaba expulsando fluidos constantemente, los demás cultistas que habían esquivado el ataque del mercenario habían optado por atacarlo de dos maneras. Un grupo se había abalanzado sobre él, con sus filosas dagas preparadas para rebanar su piel, mientras que el otro se había quedado atrás, con su manos juntas paralelamente alzadas frente a sus torsos.
Esferas de luz comenzaron a formarse frente a las palmas de sus manos unidas, las cuales súbitamente incrementaron de tamaño convirtiéndose en masas de maná del atributo fuego; se trataban de magos usuarios de magia de fuego. Subaru, cuyo corazón había aumentado enormemente el ritmo de sus latidos por minuto, observó aterrorizado como Utada era atacado desde todos los flancos.
No obstante, Utada una vez más demostró porque conformaba parte de la elite del prestigioso grupo de mercenarios que contaba con el guerrero más poderosos de Kararagi. "¡Aaaarrggghhh!" Liberando un rugido estremecedor, Utada arrancó el hacha de suelo y, aprovechando el momentum adquirido, golpeó la quijada de uno de los cultistas, destruyendo por completo toda la sección inferior de su rostro con el contrafilo de su hacha. El cultista cayó al suelo, vomitando litros de su propia sangre, junto a pedazos de hueso, lengua y varios dientes.
Dando un giro sobre su propio eje, Utada golpeó el abdomen de otro de los cultistas con el contrafilo de acero, causando que este fuera lanzado violentamente contra el arbusto que los separaba de la plaza donde se encontraba la repugnante mujer. El cultista atravesó el arbusto de un verde tóxico, desapareciendo tras éste. Dibujando un arco con el mango de su hacha, Utada se dispuso a atacar a otro de los cultistas, sin embargo, un agudo dolor que se extendió por su hombro se lo impidió.
El encapuchado al que había intentado atacar esquivó fácilmente el hacha y lanzó su daga el rostro de Utada, para inmediatamente retroceder. El mercenario, que había sido apuñalado en el hombro, gruñó con frustración y movió su rostro hacia su derecha, impidiendo por escasos centímetros que el filo de la daga se enterrara en su ojo. La daga pasó rozando su rostro, dejando atrás el sonido del aire siendo rebanado, que su agudo oído izquierdo fácilmente captó; aun así, el mercenario no salió ileso. Sangre comenzó a manchar su rostro, líquido carmesí que surgía copiosamente del profundo corte en su mejilla que había dejado atrás la daga en forma de cruz.
Utada, no obstante, aún no había logrado salir completamente de peligro. Las dos esferas de fuego finalmente alcanzaron su tamaño optimo, señal de que el ataque mágico estaba por ser lanzado. Reaccionando lo más velozmente que sus enormes músculos le permitían, Utada tomó las dos mitades producto de primer cultista al que había atacado y con salvaje fuerza bestial las lanzó contra los magos cultistas.
Los órganos, huesos, venas y piscinas de sangre que no se habían regado sobre el camino de roca, permaneciendo dentro de las dos mitades cadavéricas, fueron expulsados por la fuerza centrífuga, dando paso a una segunda lluvia carmesí. Los cultistas lanzaron las esferas de fuego en silencio, con sus ocultas miradas fijas en el demi-humano que representaba la mayor amenaza. No obstante, los reflejos del demi-humano habían resultado extremadamente superiores.
Las esferas de maná condensado no habían recorrido más que un par de pulgadas cuando fueron golpeadas por las dos mitades. Ambas esferas ardientes reaccionaron violentamente ante el contacto con el cadáver rebanado en dos, explotando en el acto. Las explosiones resultantes no tuvieron un amplio rango, mas los dos cultistas sí que fueron atrapados por éstas. Dos infernales cadáveres cayeron al suelo, completamente calcinados. De los ocho cultistas que habían atacado al grupo de jóvenes, solo quedaban tres.
"Estas malditas moscas no han hecho más desperdiciar mi tiempo. ¡Tú, ve y tráelos ante mí!" Exclamó enfurecida la repugnante mujer de desconocida figura.
Utada, sin vacilar, tomó el mango de la daga clavada en su hombro y tiró de éste con fuerza. El filo de la daga fue extraído de su cuerpo, dejando salir un grueso chorro de sangre. "¡Tch!" Chasqueando su lengua, el mercenario tiró lejos del área de combate la daga ensangrentada y se volteó hacia los empalidecidos Otto y Subaru. Otto, que continuaba parcialmente arrodillado, lo observó con ojos enrojecidos, temeroso por lo que pudiera decir el mercenario. Subaru, cuya piel tenía mejor color que la de Otto, de igual manera miró a Utada expectante de lo que pudiera decir.
"Continúen el camino hacia el castillo por ustedes mismos, yo me encargaré de impedir que los persigan." Declaró Utada, posando su enardecida mirada en Subaru, quien asintió sin detenerse a dudarlo. Otto, por otro lado, inmediatamente se mostró inseguro de abandonar al demi-humano. "No se preocupen por mí, yo tengo una cuenta pendiente con estos hijos de puta, así que no podría quedarme en un mejor lugar." Subaru pudo notar que Utada lo decía en serio; la ira desbordaba por su mirada. El mercenario finalmente había sido abrumado por sus propias emociones, y estaba comenzando a ser movido por estas.
Sin darle a Otto la oportunidad de responder a las últimas palabras de Utada, Subaru, haciendo exhibición de su lado más pragmático, lo tomó del brazo derecho y lo obligó a erguirse. Tenían un destino que alcanzar, y para hacerlo harían todo lo necesario. Subaru no tenía otra cosa en su mente que no fuera reunirse con Anastasia Hoshin, abandonar compañeros realmente no estaba fuera de su abanico de opciones. Era necesario, después de todo…
Sin embargo, antes de que Subaru y Otto pudieran comenzar a alejarse, los arbustos que habían servido como barrera entre ellos y la despreciable mujer fueron arrancados de raíz y lanzados lejos, revelando una bestia descomunal de seis brazos, cuyo cuerpo de abrumadora altura se encontraba totalmente cubierto por el mismo tipo de vestidura que el resto de los miembros del culto. Aun así, un solo vistazo a su monstruosa figura dejaba claro que no se trataba de un miembro más del grupo.
"¡Tráelos ante mí de inmediato, estúpido títere inútil!" Mientras la masiva figura los miraba desde arriba, su líder le gritó exasperada, apresurándolo así a que tomara a Subaru, Otto, Leith y Utada como rehenes.
Subaru, conmocionado, observó en helado silencio como el monstruoso cultista de seis brazos tomaba fuertemente la cara y brazos de Utada, inmovilizándolo por completo de la cintura para arriba. No importó cuanto se retorció, pateó e insultó el guerrero de elite del Colmillo de Hierro, el agarre del malévolo ser no flaqueó. "¡Maldito apestoso saco de basura, suéltame de una vez! ¡Si no lo haces, me aseguraré de arrancar esos desagradables seis brazos tuyos, uno por uno!" Gruñó Utada, aunque sus gritos fueron amortiguados por la gigantesca palma del cultista de seis brazos.
Sin proferir palabra alguna, el ser, ignorando por completo las patéticas patadas de Utada, que le hacían ver como un niño intentando escapar del abrazo de su padre, tomó al congelado Otto, junto con el ido Leith, en una sola mano. Tras esto, el monstruo estiró otra de sus manos libres hacia Subaru. No puedo perecer aquí, ya no tengo tiempo que perder… Pensó Subaru, esquivando la gigantesca mano con un movimiento aprendido durante sus entrenamientos junto a Julius
"¡Aléjate de mí!" Exclamó Subaru, visualizando en su mente a la pequeña esfera negra que siempre le acompañaba. "Ku-" Estaba por comandar a su espíritu que llevara a cabo el único hechizo que eran capaces de utilizar, cuando abruptamente se encontró envuelto por la oscuridad.
Sin percatarse de en qué momento sucedió, su cuerpo fue envuelto por la mano del cultista. Una velocidad que el humano promedio no puede detectar, concluyó Subaru, viéndose incapaz de utilizar su as bajo la manga. Una vez más, su abrumante debilidad había sido demostrada… Derrotado, Subaru dejó que el cultista de seis brazos le arrastrara ante su líder.
Los pesados pasos del monstruo fueron casi inaudibles mientras regresaba al centro de la plaza; Subaru atribuyó esto a dos cosas: a la enorme densidad de la gigantesca mano que le retenía y a una abismal habilidad que le permitía a semejante creatura un control sin igual sobre su enorme cuerpo. Después de varias sacudidas violentas, el cultista se detuvo y entonces los tres individuos más débiles fueron abruptamente liberados. Los tres cayeron al suelo con fuerza, recibiendo como resultado raspones y moretones en sus caras, torsos y rodillas.
Molesto por el mal trato, Subaru levantó su mirada para así poder insultar al monstruoso seguidor de la bruja, pero en su lugar se encontró con el rostro de una hermosa mujer. No, llamarla hermosa no sería lo más adecuado, puesto que una desagradable sonrisa petulante estaba postrada en su rostro de finas facciones.
"¿Así que ustedes son las bolsas de carne que indiscriminadamente disfrutaron de mi espectáculo sin haber pagado para hacerlo? ¡Pues eso no está bien, nada bien! ¡Guajajaja!" Se burló ella, mientras les regañaba por haber, según ella, espiado su sesión de tortura pública.
"…" La mirada de la mujer y Subaru se cruzaron, y entonces el segundo se vio en la necesidad de mirar hacia otro lado. Un potente escalofrío había recorrido toda su espina dorsal, haciéndole desviar la mirada por instinto; después de todo, esa mirada le recordaba la mirada de alguien que había dejado una enorme marca en su vida; una profunda cicatriz imborrable. Su mirada carente por completo de respeto hacia la vida ajena, era similar a la de la Cazadora de Entrañas.
"¿Quién te dio permiso de alejar la mirada?" Le preguntó ella, haciendo que el cuerpo de Subaru fuera abrumado por un profundo miedo. "Es cierto que nadie es apto para mirarme cara a cara, nadie merece apreciar de cerca mi hermoso rostro. Sin embargo, si no es por orden mía, nadie debe negarme la mirada. ¿Entiendes lo que digo, pequeña alimaña?"
Subaru se negó a responder. En silencio, mantuvo su mirada fija en el primer lugar donde ésta había caído tras alejar sus ojos del aterrador rostro de la mujer; el pálido rostro de Otto, cuyas mejillas habían adquirido un enfermizo tono verdoso. Las miradas de ambos se mantuvieron fijas en la del otro, de esa forma ambos se esforzaron por ignorar el acto de crueldad que se desarrollaba alrededor de ellos.
"¡Maldita perra! ¡Cuando me libere, me aseguraré de ahorcarte con tus propias entrañas!" Gruñó Utada, aún atrapado por el inamovible agarre del cultista de seis brazos. La mujer, que hasta entonces no había dejado de mirar a Subaru, acuclillada, se levantó con una sonrisa en su cara. Si Subaru no hubiera alejado la mirada de su rostro, habría notado como parcialmente un destello de nostalgia se iluminaba en su eterna mirada depravada, el cual pronto fue reemplazado por uno de ira.
"Yo me aseguraré de darles el trato apropiado para asquerosas y descaradas creaturas de carne como ustedes, que en silencio disfrutan furtivamente del apasionado trabajo benéfico de otros." Murmuró, mientras miraba hacia la multitud de nobles que se encontraba arrodillada en la plaza. "Ya había dicho esto una vez, a todos los asquerosos insectos presentes ante mi adorable imagen, aun así, siendo la amable diosa que soy, lo repetiré para que las descerebradas creaturas de carne recién llegadas puedan comprender. Tenemos la orden de matar a todo aquel al que veamos, sin embargo, eso no impide que pueda experimentar un poco con ustedes. Así que uno a uno, me iré asegurando de hacer de ustedes creaturas más agradables a la vista. ¡Esa es mi gran obra benéfica, después de todo! ¡Por eso mismo yo soy la única merecedora de todo el amor de este pútrido mundo, nadie más que yo!"
Lamentos ahogados alcanzaron los oídos de Subaru, pero por la baja intensidad de estos, estaba claro que los nobles sometidos ya habían perdido toda esperanza de rescate. Se encontraba cerca de la entrada al distrito noble, y aún estaban a varias decenas de minutos del castillo; con el estado actual de las cosas, no sería sorprendente pensar que los guardias y caballeros tendrían sus manos llenas debido al abrumador trabajo de lidiar con el Culto de la Bruja.
"¡Me asegurare de hacerte sufrir, perra asquerosa!" Los desesperados y amortiguados gritos de Utada aún eran escuchables, aunque apenas. Aparentemente, ya había perdido por completo la compostura que le caracterizaba. "Maldita Arzobispa del Pecado, me vengaré por lo que le hicieron a mi gente, voy a asegurarme de acabar con todos ustedes, voy a masacrarlos con solo mis manos." Tal afirmación logró que Subaru por fin mirara hacía la mujer.
Con una sonrisa desagradable en su rostro, la mujer de ojos rojos y corto cabello dorado se acercó tranquilamente a Utada, que seguía inmovilizado por el cultista gigantesco. Su cuerpo era delgado y vestía ropajes que solo podían ser descritos como reveladores. Leggins negros cubrían sus esbeltas piernas, y solo un bikini servía como cobertura para sus pechos y pelvis. Subaru no tardó en comprender ante quien se encontraba…
El Arzobispo de la Gula había muerto a manos de Wilhelm Van Astrea, mientras que el Arzobispo de la Codicia había sido identificado por él mismo como un sujeto de pelo blanco y facciones simples, pero de aterrador poder. Si Subaru consideraba a los dos sobresalientes cultistas de la bruja, que le atacaron en el distrito comercial, como arzobispos, entonces podría reducir a la mujer presente, señalada como Arzobispo del Pecado por Utada, que era capaz de sentir el olor que el grupo desprendía, a dos opciones.
"Orgullo o… Lujuria" Susurró. Por la forma vanidosa en que hablaba de ella misma, si no se hubiera atrevido a mirarla, la habría considerado indudablemente como la Arzobispa del Orgullo. Sin embargo, un vistazo bastaba para decantarse por la última opción. Después de todo, para alguien como él había resultado sencillo percatarse que los Arzobispos del Pecado tomaban su nombre de los famosos Siete Pecados Capitales.
"¡Gajajajaja! Estás en lo correcto, tú, pequeño pedazo de carne putrefacta." Río ella, mirándolo con desprecio. Una ensanchada sonrisa engreída se dibujó en su rostro, que rápidamente se volteó hacia donde se congregaban los nobles. Subaru siguió la mirada de la mujer y se encontró con escabroso escenario.
Varios cuerpos apilados uno sobre otro en medio de la plaza, todos con marcas negras en sus cuerpos, similares a tatuajes corruptos. Sin embargo, lo que más conmocionó a Subaru no fue esto, sino los seres humanoides, que recordaban a moscas gigantes, ordenados en una fila a un costado de la plaza. Con rostros de dolor, miedo y derrota, los nobles restantes miraron espantados a la figura femenina que les insultaba cada vez que habría su pequeña boca.
La mirada de la desagradable fémina no había sido posada sobre los nobles vivos, sino sobre un anciano, cuya garganta había sido cercenada, que yacía a los pies de una niña completamente perturbada, de cuyos no dejaban de brotar gruesas lágrimas silenciosas. "¡Guajajaja!" Se burló la mujer con fuerza, para entonces mover su mirada a la estatua que se encontraba en el núcleo de la plaza, a pocos metros de la pila de cadáveres. Subaru hizo lo mismo, y pudo ver que lo que parecía haber sido una estatua dorada en el pasado, ahora era un estatua carmesí, manchada por la sangre de los nobles.
Subaru nunca había entrado a la plaza, pero había escuchado historias sobre ella por parte de Leith. Se trataba de un símbolo para la nobleza de Lugunica, así que, aunque no concordaba con la reacción del noble anciano, tampoco podía negar que, parcialmente, le comprendía. La desagradable mujer había mancillado un símbolo de esperanza para los nobles, burlándose de ellos mientras lo hacía.
"¡Hnk!" Exclamó adoloridamente más de uno de los nobles, viendo como la mujer se acercaba lentamente a la estatua con una perversa sonrisa plasmada en su rostro de mirada sangrienta.
"Estúpido avejentado pedazo de carne putrefacta, tu muerte estaba bien merecida. Después de todo, nadie tiene más derecho que yo de hacer lo que se me antoje con esta estúpida estatua." Declaró ella, sonriendo cada vez más siniestramente. "Como dijeron esos asquerosos insectos que irrumpieron furtivamente mi obra caritativa, soy un Arzobispo del Pecado… Así que creo que es el momento adecuado para presentarme. ¡Gajajaja! Arzobispa del Pecado del Culto de la Bruja, representando a la Lujuria, ¡Capella Emerada Lugunica!" ¿Acaso ese demonio con piel de mujer insinuaba poseer sangre real corriendo por sus venas? Ante semejante declaración, todo rastro de esperanza finalmente fue abortado por la mujer de negra alma.
