Shiho no pudo ni parpadear. Sintió que el aire que le envolvía dejaba de correr y todo su alrededor paró en cuanto su mirada se clavó con la de ella. El bello de la espalda se le erizó cuando notó el familiar azul oscuro de sus ojos calarle por dentro. Abrió la boca para decir su nombre pero no era capaz de pronunciar palabra, parecía que se había quedado muda de un momento a otro. Las piernas tampoco le respondían, así que se quedó ahí quieta, mirándole, como si fuese la primera vez que lo hacía.
Su pelo estaba revuelto, tenía los ojos rojos e hinchados y las ojeras moradas pronunciadas bajo sus ojos. No tenía muy buena apariencia, pero no esperaba tampoco que ella pudiese verse mejor. Se miró la suciedad de sus manos antes de cruzar sus brazos y abrazar su propio cuerpo.
Sus ojos no se desviaron ni un segundo, él se quedó mirándola durante varios segundos sin hacer absolutamente nada más hasta que Aiko dio un salto de la ambulancia al suelo para acercarse corriendo a él ilusionada.
"¡Papá!" Chilló con los ojos brillantes de la emoción a la vez que saltaba a sus brazos sin pensárselo. Habían pasado tantas semanas que no se veían, que la pequeña se agarró con fuerza a su cuello para que no pudiese tener la opción de escapar nuevamente.
Kudo abrió los ojos ante la sorpresa y se calmó en el momento en que notó su dulce aroma. Cerró sus brazos alrededor de su pequeño cuerpo y la abrazó con fuerza. Era tan agradable sentir esa calidez, era algo inexplicable. Cerró los ojos con fuerza y le acarició el pelo suavemente mientras una punzada de culpa le atravesaba el cuerpo con fuerza. ¿Cómo podía haberle pasado por la cabeza la idea de dejarlas atrás? Su yo del presente, pese a tener la mente aturdida, no le encontraba la lógica a todo lo que había decidido hacer.
La pelirroja les contempló con una sonrisa triste y feliz a la vez. Quería grabar esa escena en su cabeza e intentar olvidar todas las palabras que había escuchado la pasada hora, pero la aguda voz de la rubia se le había quedado marcada para más tiempo del que llegase a imaginar.
"¡Mamá, ven!" Le llamó su hija soltando el agarre de una mano del cuello de su padre para indicarle que se acercase a ellos. Con una cara de infinita felicidad.
Ella dudó unos segundos, pero caminó hacia ellos lentamente y frenó antes de acercarse más de lo necesario. Y Kudo, bajó a la niña con cuidado y la soltó para poder prestar más atención a su madre. Mirarla le daba una sensación hipnotizante.
"Cariño, ¿Por qué no vas con el tío Heiji y le dices que te deje subir en el coche patrulla para poner la sirena?" Le preguntó ella a su hija como excusa, agachándose a su altura y acariciándole la mejilla con cariño, para luego poder tener una conversación más tranquila con el detective.
La niña asintió sin más y desapareció corriendo entre los agentes, sin importarle ni entender la situación en la que se encontraba. Shiho la siguió con la mirada hasta que se encontró con Heiji y él la cogió en brazos sonriente. Y luego volvió a clavar su mirada neutral en él. No le gustaba que le mirasen con esa pena en los ojos.
"¿Cómo estás?" Preguntó Kudo un poco nervioso mientras la estudiaba detenidamente. Su ropa estaba rasgada y sucia y tenía alguna que otra herida que no le vendría mal limpiarse y curarse. Aún así la veía preciosa, como si solo pudiese mirarla con buenos ojos.
"He tenido días mejores, eso seguro." Contestó apartándose un mechón de la cara mientras se permitía suspirar de cansancio. Se sentía extraña, había anhelado tanto su ausencia…que ahora no sabía bien como sentirse después de saber toda la verdad.
Él levantó una mano para acercarla a su rostro pero ella retrocedió antes de que llegase a tocarla. "Te he estado buscando…necesitaba verte y hab-"
"No hace falta que intentes argumentarte o justificarte…lo he entendido todo muy bien. Creo que todos lo hemos entendido." Contestó sin mirarle a la cara.
"Shiho, lo siento. No quise llegar hasta ahí, estuve apunto de enloquecer, se me fue todo de las manos. No entiendo porque lo acabé haciendo." Le dijo logrando coger su mano.
"Bueno, tus mayores problemas ya han acabado. Ahora eres libre." Le dijo Shiho observando el alto y mugriento edificio del que acababa de salir a la vez que sentía que su calidez le extasiaba. "Así que deberías reanudar tu vida y continuar viviendo como lo hacías antes de que todo cambiara, antes de que se jodiera…antes de conocerme." Dijo soltando su mano y cortando esa calidez tan insoportablemente agradable a la vez que veía como la morena se acercaba a ellos, con la cara llena de preocupación.
"No puedo dejar atrás y anular una parte de mi vida como si nada. Puede que lo intentase hacer, pero como puedes ver, ni olvidándome de vosotras puedo mantenerme alejado, siempre acabo volviendo. Tengo que teneros cerca." Contestó él a la vez que la morena paraba a su lado, rascándose la muñeca que acababan de vendarle.
Quería arreglar ese desastre, no sabía como, pero debía arreglarlo.
Ella le miró un momento y se abrazó los brazos ante la corriente de aire que chocaba contra ellos, sintiendo que le atravesaba hasta penetrarle en los huesos. Suspiró lentamente con una triste media sonrisa en la cara. "Vamos…ya tomaste una decisión en su momento…no tiene que ser difícil, no cambia nada ahora."
Se sentía culpable de parte del dolor que la pareja cargaba.
"Si que cambia, todo es distinto ahora…al igual que ninguno de nosotros somos quienes éramos antes. Nuestra mentalidad ha cambiado, nuestra manera de ver las cosas e incluso nuestra propia esencia ha cambiado." Dijo Shinichi pasando la mirada de la una a la otra.
"Tienes razón." Aceptó. "De la misma manera que ninguna de nosotras es capaz de continuar con la doble vida que creaste, consciente o inconscientemente." Contestó observando a Ran, que no despegaba su mirada nerviosa de él mientras agarraba la costura de su camisa con impaciencia. "No te lo podré difícil…después de todo, siempre he sabido cual es mi lugar…y, yo empecé todo esto."
"¿Qué dices?" Le preguntó él intentando acercarse a ella, pero ella volvió a retroceder. No quería sentir su calor ni cariño, solo conseguiría bajar su defensa y debilitar sus palabras. En ese momento, debía ser clara y tajante. No podía volver a ceder y caer en esa espiral.
Ellos se querían con locura, no dudaba de ello, Pero el amor no siempre lo es todo, se necesitan varias cosas para conseguir que una relación sea sana y funcione. Y la suya, no lo había sido. Su relación se sentía como si se tratase de una obra de teatro, impactante, romántica, salvaje y aventurera. Pero todo cambiaba cuando el telón bajaba y él cogía el coche para cambiar de ciudad y de estilo de vida.
"Yo empecé esto." Repitió firmemente, recordando las primeras veces que él apareció por su casa.
"No es verdad" Intervino Ran queriendo defenderla. Había aprendido tanto de ella, que no podía hacerle cargar con esa culpa.
"Sí, sí lo es." Dijo convencida. "Tú eras una mujer feliz, luminosa...como Kudo. Y yo podría haber evitado que él volviese a mi casa...Yo podría haber evitado que se enamorase de mi, pero no lo hice. No lo hice." Dijo con los ojos brillantes, intentando contener las emociones y las lágrimas que se acumulaban en los lagrimales.
Shinichi quería acercarse y abrazarla. Quería susurrarle al oído y sentirla contra su pecho mientras envolvía su cuerpo con sus brazos. Pero se quedó ahí quieto, sin dejar de mirarla y sin ser capaz a dar ni un paso.
"Fui yo el que decidió volver…cada una de esas veces." Le dijo intentando menguar su culpa. "Es inútil que cargues con la culpa de todo, porque era yo quien estaba casado."
"¿Qué más da? Al final hemos salido todos quebrados y lastimados…y yo, podría seguir luchando hasta el final, pero a lo mejor ya no quiero ganar." Dijo desviando la mirada, apartándose de ellos para adentrarse entre la multitud de agentes que quedaban para llegar a donde se encontraba su hija. Tenía que dejarlo pasar.
Kudo se quedó mirando su silueta mientras se alejaba, sintiendo cada vez más fuerte el dolor del pecho. Por más que lo negase, su mente y corazón seguirían divididos en dos mundos distintos hasta que decidiese abandonar el miedo y afrontar de una vez por todas que lo que realmente sentía por una de ellas, no era el amor que él creía.
Y no dejaba de pensar sobre la dualidad entre el ser domesticado, que es el que mostramos y el animal salvaje, que es el que ocultamos... Pero al final del viaje, ¿Que ser termina prevaleciendo?
Era una pregunta que se había quedado sin respuesta durante mucho tiempo, batallando en su interior. Pero ahora lo tenía claro.
Ninguno de ellos… Ya que al final del viaje, acabamos sabiendo tanto sobre nosotros mismos que...que no hay lugar para las dicotomías. Eres quien eres, quien sabes que eres.
Irremediablemente.
Había llegado la hora de que todos ellos se hundieran. Habían aguantado demasiado tiempo perdidos en ese mar abierto de catástrofes.
Su mirada se quedó fija en el rompeolas, perdida entre la delgada línea que separaba el azul del cielo y del mar, mientras escuchaba el romper de las olas y el graznar de las gaviotas.
Se suponía que debía sentirse liberada y en paz, todo se había destapado al final. Pero la calma seguía sin aparecer desde que había vuelto a su casa aquella madrugada. Había pensado que era peor amarle a extrañarle, pero ya no estaba tan segura.
Una parte de ella se había sentado a esperar...a esperar a que dejase de doler o poder acostumbrarse al lado vacío de su cama.
Aiko jugaba con la arena despreocupadamente a pocos metros de ella. Había evitado cualquier conversación que involucrara al moreno desde la última vez que lo vieron. No iban a volver a unirse como antes ni iba a permitir volver a ser una familia a medias, su mentalidad había cambiado casi por completo. Se sentía traicionada.
Ella no había sido la primera en perforar su corazón, ni era la mujer con la que compartía hipoteca, simplemente se había colado en su vida sin preguntar y se había aferrado a él. Pero sabía cuando debía apartarse.
Se acercó a su hija a la vez que se apartaba el flequillo que se le metía en la cara por la fuerza de la brisa. "¿Qué estás haciendo?" Le preguntó curiosa mientas se agachaba a su lado y observaba las figuras que creaba.
"Es un castillo de sirenas." Le comentó bien concentrada.
"Vaya…es muy grande." Contestó con una sonrisa, apartando la mirada de la figura de arena para observar unos minutos más el mar, profundamente pensativa y en silencio. "Aiko..." Le llamó con un tono bajo, casi indeciso.
"Dime." Le contestó la pequeña, girando la cabeza para mirarle a la vez que le ofrecía una de sus palas. "¿Me ayudas?" Le preguntó con una sonrisa.
Shiho medio sonrió y aceptó la pala, moviéndola nerviosamente entre sus dedos y sentándose en el arena para hablar con ella más cómodamente. Quería poder darle a su hija, la mejor vida que pudiese ofrecerle. Costase lo que costase. Ningún sacrificio era lo suficientemente duro si conseguía que ella fuese feliz. "¿Te gustaría que hiciésemos un viaje?" Le propuso finalmente.
"¿Un viaje?" Preguntó la pequeña extrañada.
"Ahá." Asintió cogiendo un poco de arena con la pala. "Coger el coche y conducir por todo Japón para ver cada rincón y festival que podamos. Y cuando nos cansemos de todo, volvemos."
La niña le miró en silencio, con un poco de duda en su mirada.
"¿No te parece una buena idea?" Le preguntó su madre agachando los hombros mientras intentaba descifrar su rostro. Necesitaba olvidarse de Hakone y todo su alrededor por un tiempo, al menos hasta que la herida dejase de sangrar…cada sitio que frecuentaba le recordaba a él. Necesitaba superarlo o al menos aprender a aceptarlo. "Antes no parabas de decir que querías hacerlo."
La pequeña negó con la cabeza lentamente. "No es eso, claro que quiero ir. Pero es que, si vamos…papá no nos encontrará cuando vuelva."
Shiho se quedó helada con sus palabras, bajó la mirada dejando la pala a un lado para abrazar sus rodillas, apoyando la barbilla y suspirando lentamente. "No tienes que preocuparte por eso. Bueno, papá…" Dijo buscando la manera más adecuada para contárselo.
"…papá vendrá con vosotras." Finalizaron por ella. "Mamá tiene razón, no tienes porqué preocuparte."
La pelirroja cerró la boca y se giró lentamente hacia la voz, con la completa sorpresa dibujada en su rostro.
"¡Has vuelto!" Chilló Aiko dejando caer las palas de sus manos.
Shinichi se agachó con los brazos abiertos para recibirla mientras la que había sido su amante se reincorporaba y lo miraba con curiosidad y sorpresa, pero con la mirada triste. "¿Qué haces aquí?"
"He vuelto a casa." Le dijo acercándose a ella después de cargar a su hija.
"Kudo, las cosas ya no van de esa manera…" Contestó sin querer mirarle fijamente. "Se han acabado los "viajes de trabajo", las dobles vidas y las mentiras."
"Lo sé." Afirmó seguro, acercándose más a ella con cautela. "He venido porque sois la vida que quiero vivir."
Ella resopló aún sintiéndose un poco molesta por las declaraciones de Gin. "No parecía ser esa la idea que tenías hace un tiempo…¿Qué pasa con tu mujer?"
"Me colapsé…no sabía quién era." Le explicó, levantando su mano lentamente para acariciar y apartar el pelo de su cara. "Pero descubrí que la distancia entre lo que uno es y lo que uno cree que es, es la medida de su propia enfermedad. Tenemos que cortar esa distancia, romper barreras y hacer esos dos círculos que me enseñaste, que se convierten en uno." Dijo apartando la hebra detrás de su oreja para acariciarle la mejilla.
Ella cerró los ojos bajo su tacto, deseando que no se tratase de un sueño.
"¿Y que pasa con…" Preguntó con cierto miedo en su voz.
"Os he hecho demasiado daño a las dos, pero la confianza que tenía con ella, solo he conseguido que desaparezca al traicionarla. Deberíamos ser más genuinos, más auténticos, pero esa es la tarea más difícil de todos.… así que acabé firmando los papeles del divorcio hace un par de días."
Shiho abrió los ojos para mirarle fijamente por primera vez y se quedaron unos segundos en silencio.
"Esta vez…vengo con todo." Dijo justo antes de inclinarse para besarla, sellando su reencuentro y recomposición de su familia. Demostrándose a sí mismo, que los errores, a veces se convertían en el mejor camino que podía tomar en la vida.
Fin.
