Septiembre de 1985:
William Barnet nunca había tenido tan mala reputación. Un hijo blanco y preso por el atraco de una joyería, agresión a tres oficiales de policía y tentativa de homicidio. Sus abogados ni siquiera quisieron comprometerse. Angie le había aconsejado que se alejara de todo aquello que pudiera resultar en una baja para sus propias ganancias, pero Steven Hyde representaba todos los errores que había cometido como padre y estaba dispuesto a remediarlo o hacer parecer que estaba haciendo el intento.
Cuando Hyde por fin lo llamó supo que debía ayudarlo. Por teléfono sonaba deprimido, así como se imaginaba que debía estarlo cualquier preso. Pero como padre uno debe reconocer que los hijos toman sus propias decisiones. Claro que los chismes no tardaron en llegar y todos en la oficina hablaban pestes a sus espaldas. Se había metido en su mejor camuflaje para que nadie de la industria pudiera reconocerlo cuando fue a verlo. Pensó que si enviaba un empleado, como había hecho al principio, Steven sentiría que le estaba dando la espalda.
La puerta zumbó antes de abrirse y algunos hombres se acercaron al vidrio, Steven iba tercero pero W.B no le reconoció en seguida sin las gafas oscuras y con el cabello tan corto. Cuando se sentó frente a él y pudo ver los golpes de su cara sintió que por primera vez estaba viviendo lo que en el servicio llamaban un sacudón. Se llenó de coraje y cogió el teléfono.
—Entonces es verdad, Steven. Me decepcionaste.
Hyde se pegó el telefono a la cabeza.
—Guárdate el sermón. ¿Trajiste el dinero?
— ¿Cuánto tiempo les vas a pagar para que no te den una paliza?
—Hasta que sane la cuarta y quinta.
W.B puso una cara incrédula.
—Costillas— aclaró Hyde.
Su padre suspiró.
—Angie dice que estás haciendo esto para llamar mi atención, tal vez yo tengo la culpa de tu comportamiento irracional y…
—Aquí el tiempo no corre igual que allá afuera ¿trajiste el dinero si o no?
—Steven, no te voy a mentir, nunca pensé que tú pudieras hacerme esto. ¿Tienes idea de lo mucho que estoy arriesgando para verte?
—Yo no te pedí que lo hicieras, pudiste enviar un mensajero como la última vez.
—Quería ser yo quien te lo dijera.
Hyde se quedó callado sintiendo venir lo que ya se le había ocurrido.
—No voy a verte más. Vas a tener que lidiar con esto tu solo, hijo.
—No me llames así, Red era mi padre, no tú.
—Red no está aquí para darte dinero, yo sí. A pesar de tu comportamiento.
—Entonces eso es todo ¿no? Bien. Deja el dinero donde siempre. — Steven se levantó y salió del ala de visitas.
— ¡STEVEN!
Cuando su hijo se levantó pudo ver los moretones, esa forma de caminar cojeando y las marcas de una soga en su cuello. Tal vez tratar de darle una lección cuando claramente ya estaba teniendo una no era lo mejor. Tal vez, Steven tenía razón, Red había sido mejor padre que él. Al menos eso nadie podría arrebatárselo, sin importar cuantos golpes le dieran.
Hyde volvía al patio con el estómago vacío y los billetes en el bolsillo por la tarde. Era la hora recreativa en la que toda la magia podía suceder. Los hombres de Maurice y BB J que era como le decian a esa mole de hombre que llevaba 16 años preso, lo estaban esperando.
— ¿Cómo estas ricitos? ¿Por qué tan serio?
Hyde pronunció el ceño aunque el moretón que tenía cerca de la zona lo apaciguó con un pinchazo. Los hombres se acercaron más al ver que no les respondía.
— ¿Cómo está mi puta favorita?- se burló uno de ellos. Este era más bien un denton.
Hyde sonrió.
—Ten cuidado con lo que dices J, si me lo tomo enserio podría querer cobrarte.
—Nunca vas a aprender a cerrar la boca ¿no, princesita Heidi?— dijo el más alto.
—Heidi no era una princesa, era una niña que vivía con su abuelo. — contestó Hyde con frialdad.
—Calla a la putita Heidi ¿Así está mejor?
—Me molesta que pienses que feminizar mi nombre es un insulto. Créeme que si tuviera una vagina tu espagueti seria lo último que me metería allí abajo.
Los otros se rieron y se miraron con complicidad.
— ¿Eres muy ruda no? ¿Dónde está el dinero? Hoy vino el correo de papi ¿no?
Hyde se mordió la lengua para no responder. Sacó los billetes y se los enseñó. Para este punto estaba acorralado y con la pierna hecha pedazos por la ultima vez, así no podía correr aunque se le hubiera ocurrido. No tenía caso pelear contra ellos, uno solo lo habría hecho papilla en un parpadeo.
BB J trató de quitarle el dinero pero Hyde lo alejó.
— ¿Quieres dinero no?
Los hombres intercambiaron miradas curiosas.
—Puedes buscarlo entre mi mierda. — Hyde se llevó los billetes a la boca y se tragó algunos. Los hombres tardaron en reaccionar y le dieron tiempo de meterse los otros dos billetes. El más grande le dio un golpe en el estómago. Steven cayó de rodillas en el suelo y escupió los últimos dos billetes. El más flaco le metió la mano en la garganta, Hyde vomitó pero los billetes no salieron.
Aquella fue la última vez que recibió una paliza. Cuando se recuperó y volvió a su celda recibió amenazas por doquier pero nadie le hizo nada de verdad. Algunos orinaron en su colchón, pero Hyde lo ignoró. Luego se cagaron ahí. Hyde lo limpió y volvió a tenderse como si nada. Lo amenazaron con un rastrillo en el baño. Hyde ni siquiera parpadeó. Con el tiempo se acercaban solo para saludar o hacer alguna burla. Habían aprendido que él no tenía nada para perder, y cuando un hombre no tiene nada, tampoco tiene miedo.
