Corrupto Linaje de Sangre Draconiana

Una Hora desde la Última Muerte (Diez Muertes)

Un silencio sepulcral precedió a la reveladora presentación de la perversa mujer. Las palabras de la Arzobispa de la Lujuria habían retumbado violentamente en los oídos de aquellos presentes en la Plaza Farsale. En un profundo estado de shock, los rehenes de la cruel mujer la observaron con miradas carentes de comprensión, miradas completamente vacías. Incluso Subaru y Utada, extranjeros en ese reino, poseían el conocimiento de que solo una familia podía portar el apellido Lugunica.

Lugunica es el nombre del Reino del Dragón, el nombre de uno de los cuatro grandes países de ese mundo, ubicado al este del gran continente que lo conforma. Lugunica también es el nombre de la capital del reino, la Capital Real, Lugunica, en cuya cima se encuentra el Castillo Real, hogar de la monarquía durante siglos. Lugunica también es el apellido de aquel linaje real con derecho al trono del Reino del Dragón de Lugunica.

La monarquía del reino, Lugunica, se encuentra extinta. Ese fue uno de los primeros aspectos políticos del reino que Subaru aprendió mientras se movía entre mercaderes, artesanos y herreros, buscando así un socio con quien fundar una empresa que diera vida a las ideas traídas de su mundo que revoloteaban en su cabeza. Primeramente, la desaparición de la sangre real, aquella con la que había sido formado el pacto con el Dragón Divino Volcanica, era la catalizadora de la Selección Real en la que Subaru, sin quererlo, se había visto envuelto…

Primero fueron Emilia y Felt, las dos chicas sin apellido que con sus personalidades contrarias marcaron el inicio del convulso camino que se había resuelto a recorrer. Ambas, poco más de un mes tras superado su primer evento de muerte, resultado estrictamente dependiente del auxilio del Santo de la Espada, habían sido anunciadas como candidatas al trono. Subaru no podía estar seguro de que tanto había cambiado el destino de ambas su encuentro con Reinhard Van Astrea, y si esto había sido decisivo para su candidatura en la Selección Real.

Tras ello, Subaru y su compañero Leith Hendar fueron convocados ante Anastasia Hoshin, una visionaria empresaria de Kararagi, país vecino de Lugunica, para llevar a cabo una reunión que cambiaría el rumbo de sus vidas. Sin saberlo, Subaru estaría cambiando el rumbo de la Selección Real una vez más. Ya que realmente no importaba que hiciera o dejara de hacer, su destino, inevitablemente, era encontrarse con al menos una de las candidatas y formar una relación que irremediablemente cambiaría el destino del reino y del resto de ese mundo.

Eventualmente esta relación de negocios llevó a un suceso que tarde o temprano habría tenido lugar, el trato entre Crusch Karsten y Anastasia Hoshin. Una vez más, Subaru cruzó caminos con una de las candidatas, sin embargo, contrario a los sucedido con las tres anteriores, Subaru fue incapaz, debido a sus debilidades, de influir positivamente en su destino. Como resultado, la quinta candidata al trono desapareció de la historia misma.

Tal vez, si esto mismo nunca hubiera sucedido, Anastasia nunca habría optado por reunir a las cuatro candidatas restantes en el Castillo Real. Después de todo, este suceso había servido como cimiento para que la reunión fuera llevada a cabo. ¿Acaso habría impedido ello la aparición del peligroso Culto de la Bruja? Subaru solo podía preguntarse…

Habiéndose ido por la tangente, como naufrago en su propio flujo de pensamientos, Subaru se vio forzado a retomar el control de su mente. Se había percatado de algo y creía haber llegado a una impactante conclusión, esto había causado que reviviera los sucesos por los que había pasado tras su llegada a ese mundo. Después de todo, lo cierto es que la Selección Real en gran parte había sido la catalizadora de todo lo que había llegado a sufrir. Sin ella, tal vez su vida en ese mundo habría sido una pacífica; incompleta, sin sentido y mediocre, pero pacífica.

Si la familia real nunca se hubiera extinguido, tal vez su vida habría sido más tranquila, alejada del terrible dolor de la muerte. Tal vez, en primer lugar, nunca habría sido transportado a ese mundo. Subaru nunca había profundizado demasiado en las razones del porqué se encontraba allí, pero eso no implicaba que nunca se lo hubiera preguntado. Por su puesto, estas dudas pronto fueron sofocadas por problemas de mayor peso.

Sin embargo, ahora que lo pensaba, ahora que se encontraba en un inusual momento de lucidez producto de la adrenalina, se había llegado a percatar de que había ignorado una gran cantidad de detalles de importancia. El destino jugaba con él, colocándolo constantemente en el camino de las candidatas a la realeza, ¿era eso una simple coincidencia?

¿Qué había dicho Anastasia de Felt? Se preguntó Subaru. "… Parece ser que sangre real corre por las venas de esa chica. Por supuesto, considerando que proviene de los barrios bajos, esos intransigentes nobles tachados a la antigua nunca lo aceptarán. ¿En serio vale la pena fijarse en detalles sin importancia como esos? Solos los resultados deberían tener importancia, nada más; por las ideas obsoletas de esos ancianos, el país se encuentra en su estado actual …" Había sido durante al viaje a Priestella. En ese momento Subaru no le había prestado demasiada importancia, y posteriormente éste se había convertido en un corrompido detalle sin importancia en el enorme mar de su memoria, opacado por el dolor de la tortura.

Pero ahora que su cerebro estaba trabajando a miles de veces su capacidad debido a tal epifanía, Subaru pudo rescatar ese recuerdo. Leith, que admiraba a los nobles y a la realeza, también había mencionado algo que en ese contexto había resultado de nulo valor. "… La realeza se caracterizaba por irises carmesí y cabello dorado…" Por qué, cuándo y dónde, no eran detalles que su mente pudiera recolectar, sin embargo, no eran necesarios.

Felt calzaba dentro de esas caracterizas, por eso había recuperado esa memoria exactamente en ese momento, en el que en su mente había resurgido el recuerdo de las palabras de Anastasia… Subaru parpadeó un par de veces, con el fin de limpiar sus pupilas de las lágrimas y sudor acumulados en ellas; allí se reflejó la figura de la pecadora. En el rostro de Capella, que se encontraba justo debajo de la estatua, cayeron dos gotas de sangre, manchando sus mejillas.

"¡Argh! ¡Qué asco! ¡Siento como si hubiera caído agua de cloaca en mi bello rostro!" Exclamó ella, procediendo a rápidamente limpiar la sangre que había contaminado su rostro. Con un brusco movimiento de brazo y mejilla en conjunto, Lujuria retiró la sangre con su antebrazo, dejando su mejilla teñida ligeramente de rojo. El tono carmesí en su rostro daba la sensación de que se había ruborizado, sin embargo el desprecio en su mirada repelía cualquier pensamiento que hiciera pensar a un testigo de lo sucedido de que ella pudiera tratarse de una hermosa dama. Insatisfecha con el resultado, Capella miró su brazo con desagrado, y estaba por escupir en éste, cuando captó algo con la mirada. "¡Qué clase de mirada es esa, despreciable pedazo de excremento! ¡Tú no posees el derecho de gozar de mi hermosa figura, así que deja de mirarme con esos asquerosos ojos! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere mil veces!"

Sin percatarse de ello, Subaru había atraído la indeseada atención de la Arzobispa de la Lujuria. Mirada carmesí y cabello que brilla dorado ante los últimos rayos del Sol. El ceño de Subaru se frunció bruscamente. Capella Emerada Lugunica bien podía ser un nombre falso, una fachada útil para los deseos egoístas de la mujer que cargaba con el título de Lujuria. No obstante, Subaru no creía que ese fuera el caso.

Algo dentro de Subaru comenzó a hervir con el calor de llamar infernales, se trataba de una fuerte efervescencia, indudablemente una violenta reacción. Ira y odio inconmensurables hicieron ebullición en su corazón, nublando su mente con corrosivos vapores negros. Subaru no había vuelto a ser consumido por sentimientos tan intensos como esos por casi medio año.

Por ella, por ella había empezado todo. Si era parte de la realeza, ¿por qué no era responsable y cumplía con su deber? La mente de Subaru comenzó a ser inundada por preguntas simples e irrazonables como esa. Le faltaba perspicacia, comprensión… carecía de sentido. Algo como ello carecía de importancia en ese momento en que tantas vidas, incluida la suya, se encontraban en peligro.

¿Por qué en vez de jugar a la arzobispa no tomó su lugar en el trono? ¿Por qué dejó todo en manos de los ancianos corruptos? Pensamientos infantiles, pensamientos cortos de miras, pensamientos obtusos, pensamientos egoístas nublaron su mente. La mente de Subaru, completamente enclaustrada en una sola idea, solo era capaz de producir pensamientos carentes de profundidad como esos.

Subaru, en lo profundo de ser era consciente de que ese no era el momento y lugar para pensar en ello. Además, considerando la persona catalizadora de su estado mental actual, el solo pensar en ello resultaba en algo carente de todo sentido. Se trataba de una Arzobispa del Pecado, de todos sus pecados, el menos importante sería su supuesto abandonado de su rol como monarca.

Sin embargo, Subaru se encontraba obcecado en ello; se había obsesionado debido a la colera que le cegaba. Su mente se había encontrado al borde del colapso desde que fue torturado por la Cazadora de Entrañas en Priestella, y cualquier suceso que engatillara sentimientos negativos era capaz de sumir su mente en un profundo estado de perturbación. Meili, la Usuaria de Mabestias, y la chica Oni, la falsa Zarestia, fueron víctimas de ello.

Las contradicciones surgidas durante la tortura, el bilis tóxico de emociones negativas y el intenso dolor habían fragmentado su mente, dejando atrás un fragmento alienado de su ser que simplemente no se alineaba con resto de él. Era Natsuki Subaru y no lo era a la vez. Cuando esa parte de él tomaba el control, fuera debido a un factor externo o interno, la mente de Subaru se nublaba por completo; entonces sería movido solo por el insaciable deseo de venganza, una ira calcinadora y un corrupto odio.

En ese estado, Subaru es incapaz de pensar con claridad. Así que los pensamientos carentes de sentido comenzaron a inundar su mente, hasta el punto en que no podía pensar en otra cosa que no fuera Capella Emerada Lugunica; la causante de todas sus desgracias junto al "Cliente". Ante sus ojos, esa despreciable mujer era el demonio que debía ser exorcizado, un tumor que necesitaba ser extirpado; un pensamiento no completamente desalineado con lo que los demás presentes tenían en mente. Sin embargo, solo él carecía de la prudencia necesaria como para saber que exteriorizar tales ideas en ese momento no era lo adecuado.

"¡Estoy de acuerdo contigo, Utada! ¡Esa perra merece que su pútrido rostro sea mancillado hasta que no quede nada de él!" Escupió Subaru, con odio brillando en su mirada.

"¡¿Qué dices, pequeño gusano?! ¡¿Acaso no sabes que soy la única existencia merecedora de monopolizar todo el amor y respeto de este vomitivo mundo?! ¡Yo, Capella Emerada Lugunica! ¡Nadie más! ¡Así que deja de escupir idioteces con esa desagradable pútrida boca tuya! ¡No aceptaré nada que no sea una alabanza a mí perfecta existencia! ¡Y aun así, no tienes permitido utilizar esos labios de carne podrida!" Le respondió ella, acercándosele peligrosamente. Estaba claro que ella no se conformaría con simplemente responder a sus insultos.

"¿Es esto lo suficientemente bueno? ¡Shamak! ¡Libérate Utada!"

Su mente simplemente no estaba funcionando como habitualmente. Con negros vapores corrosivos nublando su mente, Subaru solo podía pensar en tomar la vida de esa mujer; solo así podría calmar el calcinante fuego de ira y odio que estaba incinerando sus entrañas. Así que, sin pensarlo demasiado, conjuró el único hechizo que era capaz de utilizar exitosamente y gritó a Utada.

Kuro, su espíritu menor, hizo acto de presencia. La esfera de aura negra como el carbón emitió una especie de brillo oscurecedor y entonces toda la luz que iluminaba la plaza fue absorbida, dejando el lugar envuelto por las tinieblas. Utada, aunque incapaz de notar el cambio en su entorno debido a que una de las imponentes manos del cultista de seis brazos seguía cubriendo su rostro, si logró escuchar levemente el llamado de Subaru; audible por sobre los desconcertados gemidos de temor de los nobles, que también habían sido envueltos por las sombras.

"¡¿Cómo se supone que lo haga?!" Gruñó Utada. Después de todo, no importaba cuanto hiciera Subaru, su ingenio jamás compensaría su patética fuerza ante enemigos del calibre de un Arzobispo del Pecado. O así había pensado Utada, cuando notó un minúsculo cambio en el agarre del monstruoso cultista.

Algo había sucedido, algo que había causado que, por una milésima de segundo, el monstruo de seis brazos dudara. ¿La vida del ama a la que estaba resguardando se encontraba en peligro? ¿O lo que sucedió tras el grito de Subaru había cambiado las tornas en la plaza, causando que su fuerza fuera requerida para algo más que solo retener a Utada? Realmente no importaba, Utada finalmente había encontrado la abertura que necesitaba.

Rugiendo, Utada aplicó toda la fuerza que era capaz de ejercer en sus brazos. Los músculos que se extendían del hombro al codo y del codo a la muñeca se tensaron, causando que su pelaje se erizara súbitamente. Los inamovibles dedos del monstruo ser de seis brazos, que no habían cedido un solo milímetro, finalmente fueron incapaces de contener las extremidades del mercenario.

Los gruesos brazos de Utada se resbalaron por la abertura existente entre los enormes dedo índice y pulgar. Enormes marcas de dedos habían sido dejadas en los antebrazos de Utada, cuyos músculos comenzaron a palpitar dolorosamente. Ignorando el intenso dolor causado por agarre del ser de seis brazos, equivalente al de una presa hidráulica del mundo de Subaru, Utada golpeó con fuerza el pecho del cultista, liberando finalmente su rostro y empujándolo lejos de él.

"¡Pelea, Utada! ¡Pelea! ¡No permitas que ninguno de estos demonios sobreviva!" Escuchó el mercenario, se trataban de los frenéticos gritos de un enloquecido Subaru. "¡Mata a la perra que empezó todo! ¡Asesina a la mujer que dio inicio a todas nuestras desgracias! ¡Golpéala, patéala, azótala, vapuléala, muélela a golpes, despelléjala, desmiémbrala, decapítala, descuartízala…!"

Subaru había perdido la cabeza, eso fue lo primero de lo que Utada se percató al liberarse del agarre del cultista de seis brazos y ver que se encontraba en un mundo envuelto por las sombras. Gracias a su oído, había sido capaz de discernir donde se encontraba el enloquecido Subaru, que clamaba a alaridos sus sádicos deseos, los cuales estaba forzando sobre Utada. Y no es que el mercenario no compartiera su deseo de venganza, Utada simplemente era demasiado consciente de que era incapaz de llevar nada de ello a cabo.

Las súplicas de Subaru hacia su guardaespaldas fueron completamente pisoteadas por la cruda realidad. No, Utada tenía un trabajo y lo llevaría a cabo. Llevaría a Subaru Natsuki al Castillo Real sin importar el cómo. Rápidamente, Utada asumió que tendría que abandonar a los compañeros de Subaru; después de todo, ellos no eran prioridad. Anastasia Hoshin no le reprendería si lo hacía con el fin de mantener con vida a su empleado más valioso.

Julius Juukulius, el Caballero Real, el más fino entre los caballeros, y Subaru Natsuki, el heredero del invaluable legado de Hoshin del Desierto; ambos eran las dos personas de mayor importancia política y comercial para Anastasia. Incluso por sobre el recién contratado Halibel, el guerrero más poderoso de Kararagi, y el líder del Colmillo de Hierro, Ricardo. No se debía a un factor sentimental, ambos hombres eran vitales si Anastasia quería alcanzar sus metas.

Por ello, Utada había recibido la orden de priorizar la vida de Subaru por sobre todo lo demás. Una orden que, mientras no conflictuara con sus propios intereses, como el vengarse del Culto de la Bruja, Utada seguiría al pie de la letra. Subaru no se estaba comportando como aliado del culto, todo lo contrario, por ello Utada estaba dispuesto a seguir ignorando el espantoso olor que emanaba.

Con ello en mente, solo quedaba algo por hacer. Decidido, el mercenario corrió hacia donde se escuchaban los enloquecidos gritos de Subaru, que transmitían una sed de sangre perturbadora. Aprovecharía la distracción provocada por el Shamak de Subaru y escaparía con él bajo su brazo. Con su respiración retumbando en sus oídos, Utada se acercó a Subaru con uno de sus brazos extendidos; una vez su pelaje entrara en contrato con el cuerpo de Subaru, lo tomaría y escaparía. O así debió de haber sido.

"¡Maldita marioneta de carne, has bien tu trabajo o yo misma me haré cargo de matarte una vez más!" Un chillido iracundo llegó a los oídos del mercenario, quien, antes de que su mente terminara de procesarlo, fue golpeado salvajemente y enviado varios metros lejos de Subaru arrastrándose contra el suelo.

Frenéticamente, Utada arrastró su mirada por la profunda nube de oscuridad. La técnica de Subaru estaba funcionando en su contra y ahora se encontraba completamente desorientado. Necesitaba enfocarse en utilizar su olfato y oído, para entonces regresar por Subaru. Rápidamente su nariz captó el particular olor que despedía Subaru, sin embargo… Era mucho más fuerte de lo normal… No, se trataba de la Arzobispa, ¿o no? Los olores se estaban mezclando y resultaba difícil diferenciar a Subaru de Capella.

"¡ARRRGGHH!" Un terrible alarido de agonía fue proferido. Provenía del mismo punto que el desagradable olor; por la intensidad de éste, era deducible que Subaru y la Arzobispa se encontraban en un mismo lugar. En ese caso, ¿quién había liberado tal grito de dolor?

Bajo circunstancias normales, determinar quién era el conjurador de semejante expresión de tormento, habría sido considerablemente sencillo; sobre todo para alguien con un oído tan fino como el de Utada. No obstante, ese alarido proferido no se trataba de un grito normal, había sido un aullido animalístico, completamente carente de razón, humanidad y género. Un grito instintivo proveniente desde la profundidad del alma.

"¡Gajajajajaja!" No fue hasta que una estruendosa y burlona risa de desprecio fue liberada en paralelo al berrido de agonía, que Utada finalmente tuvo sus dudas completamente aclaradas. "¡Sí, así es, grita, creatura de carne putrefacta! ¡Grita más! ¡Grita hasta cansarte! ¡Grita hasta quedarte sin voz! ¡Grita hasta que vomites sangre! ¡Grita hasta que tus alaridos de bestia compensen tus estúpidas acciones! ¡Grita hasta que mueras! ¡Muere, vomitivo pedazo de excremento! ¡Muere! ¡Gajajajaja!"

Un ser carente de toda bondad o piedad, esa era la mejor manera de describir a un Arzobispo del Pecado. Utada lo sabía, y aun así las burlas e insultos de Capella impactaron profundamente en él, cuyo juicio una vez más comenzó a verse nublado por la ira y el odio. Tanto Subaru como Utada habían sufrido del sabotaje de sus mentes producto de sus propios sentimientos. Por ello, e incapaz de reaccionar a tiempo, Utada una vez más fue envuelto por la masiva presencia del cultista de seis brazos. Había sido distraído por las burlas de Capella y nuevamente había caído presa del monstruoso ser… y de su mente.

Sin embargo, el monstruo de seis brazos no se conformaría esta vez con simplemente someterlo. ¡Pum! ¡Crack! Así pudo escucharse su cráneo al retumbar primero contra el imponente puño del monstruo, y después contra el suelo de concreto de la plaza. Sangre comenzó a fluir agresivamente de su boca, nariz, lagrimales y oídos; su cráneo había cedido ante la fuerza del puño, hundiéndose en lo que era un valle en la parte superior de la cabeza, entre ambas orejas cubiertas de pelaje. Completamente desorientado y envuelto por el carmesí de su propia sangre, Utada fue levantado cual marioneta y llevado ante el Arzobispo de la Lujuria.

La neblina negra finalmente se fue dispersando, dando paso a los últimos rayos del Sol adormecido. Los sentidos de Utada estaban totalmente entumecidos, apenas podía ver, y lo que veía estaba cubierto por un filtro sepia causado por la sangre que irrefrenable fluía de sus ojos cual llanto sangrante. Con sus pies que rozaban el concreto conforme eran arrastrados finalmente deteniéndose, Utada levantó levemente la mirada y pudo escuchar el veredicto del Arzobispo.

"¡Todas ustedes vulgares y engreídas creaturas de carne van a sufrir muertes acorde a cuan miserables son! ¡Gajajaja! ¡Ustedes servirán de ejemplo para todos los demás! ¡Un destino adecuado para aquellos incapaces de reconocer la grandeza de mi persona, aquella única merecedora del amor de todos los presentes!"

El mercenario bajó levemente la mirada, para encontrase con un cuerpo arrodillado, completamente inmóvil, un segundo cuerpo en estado similar, acostado en el suelo a solo centímetros del primero, y un tercero que sorprendentemente no aparentaba estar muerto en vida. Este último era Subaru, que se estaba retorciendo en el suelo mientras gemía agónicamente. Su camisa había sido desgarrada y cuatro heridas con formas de garra se extendían por su abdomen; sin embargo, lo más llamativo de su estado era la mancha negra que se extendía por todo su torso, cual sustancia tóxica que corroía el cuerpo de Subaru desde dentro.

"Arghhka…" Murmuró Utada. Ni siquiera él resultó capaz de entender lo que había intentado pronunciar en vano, sin embargo, su murmullo moribundo llamó la atención de la mujer.

"Hmm… Lo cierto es que no tengo interés en hacer pruebas en ti, enorme masa de carne putrefacta. No me gustaría que volvieras a causarme más problemas con tu despreciable fuerza carente de cerebro." La mujer insultó insulsamente a Utada y entonces su mirada vagó hacia su monstruoso subordinado de seis brazos. Por la expresión en el rostro de Lujuria, estaba claro que no mentía al decir que no tenía interés en Utada. "Al liberarse este molesto despojo de carne, tu orgullo de guerrero o lo que demonios sea fue dañado, ¿no es así…?" Con vos audiblemente indiferente, Capella cuestionó a su subordinado, sin embargo, solo recibió silencio como respuesta. "Como sea, deshazte de él, los inútiles despojos como ese no me sirven. ¡Ni siquiera podría considerarte algo miserablemente cercano a humano! ¡Gajajaja!"

"Mal- ¡Guah!" Utada intentó insultarla, pero fue inútil, sangre era todo lo que podía salir de su boca. Incapaz de pensar claramente, Utada intentó liberarse sacudiendo los brazos, sin embargo estos ya no le respondían; había perdido control de todo su cuerpo, y ahora se asemejaba un gusano retorciéndose en la mano de un niño malintencionado. Sin embargo, antes de que su dañado cerebro pudiera procesar semejante información, su mundo una vez más fue sumido en la oscuridad. "¡Arrrgh!" Abruptamente, una fuerza brutal fue aplicada a sus brazos, que salvajemente estaban siendo separados de su cuerpo. Un sonido de algo siendo desgarrado inundó la plaza y entonces dos grandes brazos cubiertos de pelaje cayeron al suelo.

Los huesos de sus hombros eran visibles, así como la articulación glenohumeral, entre la carne desgarrada y los litros de sangre que brotaban sin parar de ambas heridas. Alaridos torpes fluyeron de la garganta de Utada, acompañados por vómitos de sangre parcialmente coagulada. Su cuerpo convulsionó, sacudiéndose violentamente, no obstante, el cultista que lo tenía agarrado de la cabeza no prestó atención a esto. En silencio, el monstruo aplastó el cráneo de Utada con su mano, hasta que solo quedó una masa de hueso, sangre, pelaje y cerebro en ésta. El cuerpo inerte de Utada se desplomó en el suelo, carente de cabeza y ambos brazos.

"Ahora… ¿Se convertirán en tipos de carne interesantes?" Dijo Capella, completamente indiferente de la muerte de Utada. Su sádica mirada se posó sobre el joven paralizado arrodillado a pocos metros de ella, y en el joven acostado boca arriba sobre el suelo a su lado. Ambos estaban completamente fuera de sí mismos, sus rostros estaban en blanco, así como sus miradas. Ella se acercó a ambos, y en un rápido movimiento, su delgado brazo transmutó en una gran mano similar a la de una bestia negra. Con ésta, cortó el rostro de ambos. Solo uno de ellos reaccionó… Estirando su mano izquierda, en cuya palma era visible un corte previamente realizado, Capella dejó caer la sangre de tono negro que se había acumulado allí, sobre las heridas. "Espero que sus alaridos de agonía sean capaces de transmitir a mi alma el amor que no mostraron con sus estúpidas acciones. Ahora… ¡Sufran, patéticas creaturas de carne! ¡Guajaja!

Capella río frenéticamente una vez ambos fueron bañados por su sangre, sin embargo, su expresión de sádico deleite rápidamente fue perturbada. El disgusto rápidamente se filtró en su mirada. El joven que había reaccionado ante el rasguño en su rostro, cubriéndoselo con ambas manos, estaba revolcándose en el piso mientras gritaba desquiciado. No obstante, no podía decirse lo mismo del joven que se encontraba acostado boca arriba.

Una mancha negra envolvió rápidamente el rostro de Leith, y en las comisuras de su boca rápidamente se comenzaron a acumular burbujas de saliva. Con espuma brotando de su boca a borbotones, Leith comenzó a convulsionar, aunque esto duró pocos segundos. En menos de medio minuto, Leith Hendar había muerto debido al efecto de la sangre de Capella entrando en su cuerpo.

Y aunque Otto estaba soportándolo de mejor manera que su amigo, su rostro rápidamente estaba siendo dominado por la mancha negra que nacía de la herida causada por Capella. Su cuerpo estaba perdiendo fuerzas y era cuestión de tiempo para que él, al igual que el artesano, fuera incapaz de soportar la corrosiva sangre que se había filtrado por la herida.

"¡Hnk! Mal-dita… pe-rra…" Cuando Capella había alcanzado el punto máximo de disgusto que podría soportar, un patético quejido alcanzó su oído. Con una sonrisa arrastrándose desde la comisuras de sus labios, aquella que portaba el título de Lujuria se volvió hacia Subaru.

"Pareces soportarlo mejor que los demás…" Comentó, mirándolo. "Aun así, no te pongas engreído, escoria, no eres nada especial." Añadió, escupiéndole en el rostro.

Subaru había fallado una vez más… Mientras gritaba completamente enloquecido dentro de la nube de sombras creada por Kuro, había sido herido por Capella en el abdomen y posteriormente expuesto a su sangre corrupta. Había sido invadido por un intenso dolor que se asemejaba a ácido recorriendo sus venas. Como si le estuvieran quemando desde dentro con aceite hirviendo, Subaru se había retorcido mientras aullaba como una bestia. Y aunque rápidamente el dolor había desaparecido, las secuelas de su patética falta de utilidad no lo hicieron.

Mientras no hacía más que quejarse por el intenso dolor que recorría su cuerpo, comparable a sentir como su cuerpo era disuelto desde dentro por ácido ardiente, sus compañeros habían sido asesinados uno a uno, sin que él pudiera hacer nada más que retorcerse como un impotente y patético gusano. Sin embargo, su cuerpo lentamente se fue habituando al dolor; después de todo, ya estaba acostumbrado a esa clase de sufrimiento. No es que no sintiera el dolor, simplemente estaba aprendiendo a ignorarlo; aunque el dolor ya básicamente había desaparecido.

Aun así, ya era muy tarde… "Deberías agradecerme, patético insecto moribundo. Te doné parte de mi sangre, que es la misma que la del Dragón Divino. Deberías postrarte de rodillas y agradecer mientras lames el suelo y alabas mi existencia, ¿no crees? Así es como debes ser, puesto que soy la única merecedora de todo tu amor y respeto. Todos los demás deberían postrarse como tú y aceptar su abismal inferioridad."

Odiaba a Capella tanto como se odiaba a sí mismo. En el fondo, en la parte racional de su ser, comprendía que la odiaba por las razones equivocadas. ¿Despreciaba su existencia solo porque, muy indirectamente, había causado la Selección Real? Era una razón muy estúpida para odiarla, la peor entre una larga lista de buenas razones para hacerlo. Aun así, no estaba en su potestad controlar lo que sentía. La odiaba, y eso es todo lo que importaba. Sin embargo, no podría matarla, no ahora que su único compañero guerrero había sido descuartizado hasta la muerte.

"Te o-dio…" Murmuró Subaru, arrodillándose. Todo su cuerpo le dolía, sobre todo la herida en su abdomen; aun así, finalmente había dejado de retorcerse. Podía moverse, así que solo eso le quedaba por hacer. "La lis-ta de es-per-a… es… larga… pero… me ase-guraré de… vengarme… Te haré… sufrir." Murmuró Subaru, mientras veía a una petulante Capella que lo miraba desde arriba.

"Hablas mucho para ser una patética e impotente bolsa de basura." Respondió ella, su mirada carmesí posada sobre la de Subaru.

"Nos veremos luego, perra…" Dijo él. "¡Sh-Shamak!" Lo había hecho por instinto; solo anhelaba alejarse de esa mujer de pestilente actitud. Sin percatarse de sus propias acciones y siendo movido por la alienada parte de su ser, Subaru se levantó y comenzó a correr, abandonando a los estupefactos y descorazonados nobles, abandonando a la Arzobispa de la Lujuria.

Sus pies estaban débiles y apenas le respondían, sin embargo, la adrenalina definitivamente era algo conveniente. Incapaz de pensar en otra cosa que huir, eso hizo Subaru. Utada ya había lidiado con la mayoría de cultistas de bajo rango, así que tenía el camino libre para correr sin ser detenido de frente. Sin embargo, por detrás era otra historia…

Capella estuvo a punto de perseguirlo ella misma, pero se detuvo antes de hacerlo. Mientras observaba con sospecha como Subaru escapaba, la desagradable mujer tomó de su cuerpo un tomo negro, el cual inmediatamente abrió por la mitad y analizó con la mirada. Algo no cuadraba con esa patético insecto, y solo el evangelio podría aclarar sus dudas… Sin embargo, su subordinado no sería tan paciente. El monstruo de seis brazos comenzó a moverse, pero fue detenido antes de que pudiera alcanzar a Subaru.

"Espera, déjalo ir. Pandora… sama nos indicó que estuviéramos atentos al evangelio, y que si detectábamos una anomalía, evitáramos exterminarla. ¡Esa maldita bruja! ¡Gajajaja! Ella lo sabía todo con antelación, la aparición de esta "anomalía" no puede ser una coincidencia. Esa cobarde creatura de carne no aparece en el evangelio; simplemente no debería de estar aquí, sin embargo, helo ahí, huyendo como la rata que es… ¡Gajajaja! Lo que no sabe es que, sin importar cuanto corra, estoy segura de que siempre terminara regresando a nosotros; de lo contrario, Pandora-sama nunca le habría permitido andar a sus anchas. Aun así, su indicación de que anduviéramos atentos en caso de la aparición de una anomalía, es sin duda una muy escueta. Esa "anomalía", después de todo, resulta bastante sencilla de pasar por alto. Y estoy segura de que solo yo, la más amable e inteligente entre los Arzobispos del Pecado… y tal vez ese descerebrado espíritu… tomaría el tiempo para ver el evangelio en un momento como este, sin que antes fuera actualizada su escritura; cosa que no ha sucedido desde que se nos indicó asediar la capital. Hmm… ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones? Esa odiosa Bruja de la Vanidad… siempre todo sale como ella lo desea." Con esas palabras, la lujuriosa fémina vio partir al iracundo y patético joven.