Point Place, Wisconsin.
Jueves 27 de febrero de 1992.
Jardín de las escocesas de Jackie Hyde
El jardín de las escocesas comenzaba a marchitarse; desde que el señor Florence no las regaba parecía que estaban haciendo un berrinche. Jackie sintió envidia del cariño que le profesaban tanto al viejo; lo mismo que había sentido cuando su esposo les llevaba serenata a las plantas en lugar de hacerlo con ella. Eric miraba la ventana mordiendo alrededor de las cutículas de las uñas de sus dedos. Por fin apareció el auto al final de la cerrada. El auto con la insignia de CASSERE. Jackie se levantó de un brinco y se sacudió la tierra de las manos con la que había estado acomodando el desastre del jardín. Tuvo la misma sensación que la primera vez que su esposo llegó del trabajo esa semana después de casarse.
Entonces había pasado la tarde arreglando la casa y arreglándose para darle la bienvenida. Quería ser la perfecta esposa. Ahora era diferente. Steven regresaba de suplantar a un trabajador público para averiguar si el hermano de la difunta que ellos enterraron 12 años antes estaba involucrado con la extorción que los había juntado de nuevo, y aunque aún estaban casados las circunstancias eran impresionantemente distintas. Hyde se bajó del auto y arribó en el jardín. Jackie se acercó primero.
— ¿Cómo te…?
—Aquí no… — chistó Hyde y le dedicó una mirada discreta hacia la casa de Guss. Jackie miró la ventana y ahí estaba el viejo, espiándolos como siempre.
La pareja entró a la casa donde se reunieron todos en la sala.
— ¿Y bien pudding? — Lo recibió Eric — ¿Tenemos algo?
Hyde ni siquiera reparó en el apodo y se fue directamente a la mesa.
—De acuerdo. Voy a ser completamente sincero con ustedes, lo que hicimos fue ilegal de tantas formas que podría volver a prisión solo por haber estornudado en el proceso. Pero acepto que era necesario. No tenemos mucho tiempo antes de que Butcher se dé cuenta de que nosotros tenemos algo que ver. Entonces nos habremos buscado un problema más agudo.
— ¿Puedes ir al grano? — pidió Kelso
—Yo no creo que tenga ni la más mínima idea de quien o quienes fueron los asesinos de su hermana, pero sí estuvo investigando. — Rezo Hyde— Sospecha de Kelso y no solo de él. También sospechaba de los otros policías así que investigó a Regano, el jefe de la investigación. Estaba usando la muñequera de su hijo. Él lo asesinó, así que si supiera que somos los responsables ya estaríamos muertos.
—Como dije antes— se jactó Jackie
—Entonces, Carl no está detrás de nosotros. — señaló Kelso
—No por ahora. — Replicó Hyde. — Pero lo estará cuando averigüe que yo no trabajo para la compañía de luz.
—Lo que dices es que corrimos un riesgo en vano. — preguntó Eric.
—Lo que digo es que es tiempo de separarnos. Si estamos distribuidos en el país no será posible que nos relacionen unos con otros. Si dan conmigo no darán con los demás.
—Estoy harta de escuchar eso. Steven, réfléchir—Exclamó Jackie.
Hyde la miró como si se hubiera despertado un instinto viejo en su cabeza.
—Jackie esto es impor….
— ¡Steven, réfléchir!
— ¡MALDITA SEA! — Hyde arrojó la pluma que tenía en la mano y la siguió.
Hyde y Jackie subieron por la escalera a toda velocidad. Cada uno con una expresión diferente. No miraron a los otros en ningún momento y nadie más entendió de lo que estaban hablando.
— ¿Eso fue francés?— preguntó Eric. Fez se encogió de hombros.
—No tengo tiempo para lidiar con esto, Jackie. — Hyde azotó la puerta tras él y se sentó en la cama. —Si perdemos el tiempo en chiquilladas correremos el riesgo de que nos atrapen a todos juntos.
— ¿Por qué siempre tienes que ser tú? ¿Te has puesto a pensar en lo que hará Leo sin ti? ¿En lo que harán todos ellos? ¡En lo que haré yo!
—No seas ridícula.
—NO SOY RIDICULA.
—Entonces, compréndelo. Las cosas ya no son como antes… no podemos darnos algunos lujos Jackie.
—Siempre ha sido un lujo para mi ¿no? Que mi esposo este vivo y a salvo es un lujo.
— ¿Qué es lo que quieres?
—Sacarte los ojos, a veces.— sentenció ella.
—Bueno, pues hazlo— condonó Hyde— Pero hazlo rápido.
— ¿Por qué nunca fuiste a buscarme?
Hyde desvió la mirada.
— ¿Qué tiene que ver con esto?
— ¿Por qué?— repitió
Jackie tenía los ojos vidriosos. Hyde gruñó.
— ¿De qué hubiera servido?
—Estaríamos juntos en esto. — reclamó ella.
Hyde negó con la cabeza.
— ¿Cuál es la diferencia?
—No me diste ninguna señal de que seguías vivo, de que te importaba.
Hyde se dio cuenta de repente de que Jackie estaba usando el collar de semillas que había hecho para ella tantos años atrás.
—No quería que estuvieras con alguien como yo. ¿De acuerdo? ¿Por qué yo? Hay un millón de personas apropiadas pero tú vas y escoges al convicto.
Jackie se quedó callada.
—Tú no hiciste nada malo. Lo que pasó fue culpa mía y jamás me dejaste tomar la responsabilidad. Tú nunca dejas que tome el riesgo, que crezca, siempre críticas que no puedo madurar pero cuando lo intento te mortificas y me detienes, y yo no soy una niña, aunque pareces no comprender que…
—ES SUFICIENTE. — Gritó Hyde. Luego se dio cuenta de que se había exaltado y modeló el tono— No quiero escuchar más sobre esto. ¿Sí? Deja el pasado donde debe quedarse
— ¡Tú tampoco eres un santo, Steven, me abandonaste, dejaste todo lo que teníamos sin intentarlo! ¡Nunca me buscaste después! ¡NUNCA TE IMPORTA NADA!
— ¡¿Para qué?! ¿Para que me echaras la culpa de algo más? ¡Dime algo que no fuera mi culpa en este matrimonio, Jackie! ¡UNA PUTA COSA!
— ¡Siempre soy yo la que tiene que justificarte, Steven! ¡Quieres jugar al héroe para todo el mundo y solo te importa como quedas tú!
— ¡Oh aquí va la perfecta santurrona a darme un consejo de buen comportamiento! ¡Si no hubieras robado yo no hubiera ido a prisión!
— ¡Ahora no vengas a hacerte el religioso, Steven, tú lo hacías también, lo hiciste toda tu vida! ¿Ya se te olvidó quien me enseñó a abrir los candados con un clip?
— ¡Cuando era joven, mujer! ¡No cuando estaba casado, cuando me convertí en un adulto! ¿Sabes cuál es tu problema? ¡Tú nunca creciste y nunca lo vas a hacer! ¡Sigues y seguirás pensando que vivimos en un fabuloso cuento de hadas donde todos podemos volar y hacer putas gárgaras de arcoíris!
— ¡Acaba de hablarme el señor madures! ¡El señor: "eres demasiada mujer para mi"!
— ¡Mira quién habla de complejos! ¡Señora: "no me pones atención pues robo en las tiendas entonces"! ¡ERES UNA NIÑA MIMADA!
— ¡ERES UN HARAGÁN SIN ASPIRACIONES!
— ¡ERES UNA BERRINCHUDA CONSENTIDA!
— ¡ERES UN VAGABUNDO QUE SE CREE MUY LISTO CON SUS GAFAS "UUUY MIRA MIS GAFAS OSCURAS, SOY TAN MALO Y TAN COOL"!
— ¡AAAY "MIRENME TODOS, SOY TAN HERMOSA QUE SE ME DERRITE EL MAQUILLAJE DEL AUTOESTIMA"!
— ¡TE ODIO!
— ¡TE ODIO PRIMERO!
— ¡TE ODIO MÁS!
— ¡NO SE PUEDE!
Jackie frenó su ataque, toda la adrenalina acumulada salió en forma de un horroroso grito.
— ¡AHHHHHHH!
Hyde se quedó en su lugar bufando con los ojos enrojecidos y la respiración al tope. Jackie había tocado su límite también. Se miraron con un odio profundo, con ese odio especial que habían guardado muy dentro de cada uno. Con soberbia, rabia, y esa energía de sobra para partir en dos el acero si hubiera una puerta entre ellos y finalmente se abandonaron al enfado. Jackie se acercó arrojándole los libros del estante. Hyde tiró de la cama y uso la cobija para protegerse. Jackie lo empujó. El hombre se cayó, Jackie se abalanzó sobre él. Rodaron por el suelo forcejeando y fueron a parar casi debajo de la cama donde Hyde se la quitó de encima y trató de huir. Jackie le contestó con un cojín. Hyde tomó el otro y los dos se golpearon.
Jackie se arrastró fuera de la cama pero Hyde la siguió y la jalo por la pierna. Jackie lo empujó con la otra y los dos cayeron a la cama. Jackie volvió forcejear para liberarse y Hyde puso más fuerza sobre ella. En un instante se miraron de nuevo y se juntaron en un beso tan agresivo que no pudieron saber quién mordió a quien. Los músculos de su quijada se tensaron y poco a poco obtuvieron la conciencia plena de lo que estaba sucediendo.
—Te odio — musitó Jackie antes de volver a juntar sus labios.
—Te odio primero — contestó él y volvió a besarla casi con desesperación. Su esposa rehuía y volvía de su agarre con las caderas.
—Te odio más— susurró ella. Con las mejillas enrojecidas y los senos ardiendo al roce de las manos de su esposo. Hyde le acaricio el rostro y tiró suavemente de su cabello donde desprendía el aroma del sudor de siempre, ese con el que siempre se relajaba y se quedaba dormido.
Los dos volvieron a rodar entre las sabanas pero esta vez con gentileza, como si el mundo del rededor se hubiera extinguido durante el holocausto. Hyde se sacó la camisa en busca del tacto de la piel de su mujer. Jackie le sacó el cinturón para descubrir que llevaba puesta la hebilla que había robado para él. Sus pantalones picaban por la urgencia de resbalar fuera de sus piernas. Jackie movió la cadera hacia su esposo. Fue el instinto de una travesura vieja, como si alguien pudiera abrir la puerta del auto y descubrirlos en medio del acto bajo un puente de peatones a los 17 años. Con la agitación de su respiración y los rasguños que se permitía dibujarle en la espalda al hombre que le pertenecía de todas las formas.
Por momentos volvían a forcejear por liderar el ritmo de la fricción entre sus pieles, luego se quedaban aficionados en la lengua del otro sin poder suprimir el deseo de seguir succionando. No era fino y elegante como en las películas, y definitivamente no era romántico. No se sentía dulce sino amargo; eran regaños entre caricias, saliva, sudor, ruidos extraños que no eran gemidos y gruñidos de enfado de repente. Era doloroso en ratos y al rato se volvía a derretir y le temblaban las piernas. Le ardían las mejillas y le sudaba la zona entre los pechos como si corriera un maratón interminable. Steven se aferraba a sus muslos con tanta fuerza que podía sentir las yemas de sus dedos penetrando por el sauna de su piel caliente.
Jackie ganó el pulso y se montó sobre él aprovechando que todavía no se recuperaba del abrazo y le mordió ligeramente el cuello. Hyde frotó su entrepierna con la de su esposa. Jackie terminó de arrancarse las bragas y se acomodó sobre la virilidad de su esposo. Encajaron como una pieza de medida y se llenaron el uno al otro con una embestida. Hyde la abrazó hacia él. Con el oído en el pecho de su esposo, Jackie podía escuchar los latidos de su corazón, escuchaba con paciencia y timidez, como si se hubiera quedado sorda de todos los demás ecos. Escuchaba el esfuerzo de su cuello y la tensión de su pecho cuando entraba y salía de ella. Escuchaba la saliva pasar por su garganta, los imprevisibles movimientos de su cabeza, el sonido de su boca al remojarse los labios y la lucha por contener el orgasmo y derretirse al mismo tiempo. Lo escuchaba a él.
Entre el contacto y el vaivén de la fornicación se separó de su pecho y lo miró directamente a los ojos. Hyde tiró de ella para obligarla a mover la cadera en favor de acelerar la copula pero no desvió la mirada. Tuvieron entonces una conversación silenciosa con las miradas, donde se dijeron todo lo que hacía falta y discutieron los términos de la razón de ninguno, y vieron como poco a poco su pareja se transformaba en la familia que siempre fueron el uno del otro, en la pieza de engrane del otro, armados como si por fin estuvieran completos y con el poder de amarse sin necesidad aceptar la derrota.
Se sintió como si el tiempo no hubiera pasado y estuvieran en casa en un viernes lluvioso después de las compras, luego de doce horas de atínale al precio frente al televisor con palomitas y cerveza de lata. Se sintió como ir a la ducha y mojar al que ya estaba seco; y tomar cajas de cereal en las compras para que el otro las quitara del carrito. Se sintió como probar ese apestoso jugo de algas que su esposa quería beber para ponerlos a dieta. Y se sintió como esa noche nublada cuando el sujeto de la sonrisa incomoda los declaró marido y mujer y juraron amarse hasta que la muerte y encima de la muerte la vida se los cobrara. No pudieron reponerse en toda la noche y nadie hizo un ademán de interrumpirlos.
Se quedaron dormidos sin desprenderse del otro. Jackie con su esposo dentro y el otro eyaculando al fondo sin mayor reparo de destreza. Por un momento olvidaron que no estaban solos en casa, porque al final el refugio del otro se encontraba a su lado en la cama. Entre la calma y el silencio, tantas sabanas pegajosas se llevaron en sueños a la intimidad del orgullo donde admitieron la culpa sin decirlo en voz alta y se juntaron tantas veces por cada que intentaron separase. Por primera vez desde hace casi 7 años, Hyde había llegado a casa por fin.
