46. Por qué llorar

Al segundo día de comenzar el colegio, Sakura tuvo una tutoría con la profesora de Ayamé y una reunión con el logopeda de Kai y, al salir y ver quién estaba sentado sobre su coche, se quiso morir. Nagato.

Angustiada, caminó hacia el vehículo y, sin dejarse amilanar, preguntó:

—¿Qué quieres?

—Hola, pelirosa. ¿Me has echado de menos? —Ella no respondió y él continuó con sorna—: Quería darte la enhorabuena por tu próximo enlace.

—Gracias.

—Vaya... vaya... quién me iba a decir a mí que mi pelirosa llegaría tan lejos.

—No soy tu pelirosa, ya te lo he dicho y te lo repito.

Nagato sonrió y, acercándose a ella, le enseñó una foto y le preguntó:

—¿Con ese tal Uchiha te haces fotos así?

Al ver la foto, Sakura sintió de todo menos alivio.

—Vete a la mierda —siseó.

Nagato volvió a reír. Se notaba que disfrutaba con aquello y, mientras se retiraba el rojizo pelo de la frente, dijo:

—Ayamé está muy mayor y muy guapa; ¿cuántos años tiene ya?

—No te interesa. Olvídate de ella.

—Vale... vale —replicó él con acritud—. No te preguntaré por ella, pero ¿qué me dices de esos pelirrojos?

Sakura se alarmó ante la pregunta y, tras un más que tenso silencio que le puso el vello de punta, él le enseñó una pistola que llevaba en la cintura y le susurró:

—Si me entero de que son hijos míos y me lo has ocultado, despídete de ellos, de Ayamé e incluso de tu vida.

Esa amenaza hizo que Sakura clavara los ojos en él, desafiante. Si se atrevía a tocar a sus niños, ella misma lo mataría con sus propias manos.

Entonces Nagato, olvidándose de los niños, alargó la mano para tocarla y cuchicheó:

—Siempre me ha gustado el trasero que te hacían los vaqueros.

Sakura le dio un manotazo para que se apartara y dijo:

—Eres un cerdo.

Él se levantó del coche, lo señaló y preguntó:

—¿Es un regalito de tu amor? —Ella no dijo nada y él, divertido, susurró—: Ten cuidado, no vayas a darte de nuevo contra un semáforo, como te ocurrió con la chatarra que llevabas.

Sin ganas de escucharlo más, Sakura le dio un empujón, se metió en el coche y arrancó. Cuando se alejó se sintió aliviada, hasta que de pronto lo vio con su coche a su lado, junto con otro hombre, gritándole.

—Para en la siguiente calle a la derecha. ¡Ya!

Angustiada, no sabía qué hacer. Miró la calle que le indicaba a la derecha, pero en lugar de hacer lo que le decía, dio un acelerón y salió despedida. Aquel coche contaba con una potencia que Harry no tenía y, rápidamente, se alejó de él. Nagato soltó una risotada al verla y, mirando al hombre que iba con él, exclamó:

—Esa es mi pelirosa.

Sorteando el tráfico, Sakura aceleró su Volkswagen todo lo que pudo. Se saltó varios semáforos en ámbar y, horrorizada, vio que Nagato se los saltaba detrás de ella en rojo. No pensaba perderla y, dando gas como en sus mejores tiempos, salió a la autopista.

De pronto se vio conduciendo a toda mecha como llevaba años sin hacer y sin saber hacia a dónde ir. Vio varios carteles y tiró por la carretera que iba hacia California. Las manos le temblaban, tenía la adrenalina a tope y, fijando la mirada en la autopista, corrió todo lo que pudo, pero Nagato no se despegó de ella.

Al llegar a un peaje, aminoró la marcha y tomó la salida de la derecha, desde la que comenzó a sortear varias calles hasta llegar a una playa vacía. Cuando las ruedas fueron a tocar la arena, dio un frenazo y se paró. Si metía el coche allí, difícilmente lo podría sacar.

De pronto, la golpearon flojito por detrás. Se trataba de Nagato y, sabiendo que no tenía escapatoria, bajó del coche, caminó hacia él y le gritó:

—¡¿Qué quieres? Maldita sea, ahora qué narices quieres de mí!

Él también bajó del coche y, cuando llegó a su altura, la cogió entre sus brazos, la aplastó contra la puerta del Volkswagen y la besó.

Sakura se resistió y él, comenzando a manosearla, le dijo al oído:

—Así me gusta, pelirosa, resístete. Será más divertido.

Sakura subió la rodilla con intención de golpearlo, pero al percatarse de ello, Nagato la paró y le dio un bofetón. El sabor metálico de la sangre la paralizó y más cuando vio bajar al otro hombre del coche. No lo conocía y quiso gritar en cuanto vio que les estaba haciendo fotos con el móvil. Pero cuando fue a protestar, Nagato le paseó la pistola que llevaba por la cara, mientras decía:

—Desde hace tiempo tengo tu teléfono y el de tu amorcito y ...

—¡Suéltame! —gritó sin miedo, interrumpiéndolo.

Él la cogió del cuello, la inmovilizó y, sin importarle la sangre que tenía en los labios, la besó de nuevo.

Con las fuerzas que le quedaban, Sakura se resistió todo lo que pudo, hasta que, posándole las manos en las nalgas, Nagato se las apretó y murmuró en un tono que la asustó:

—Me has puesto cachondo, pelirosa. Verte conducir con la pasión de los viejos tiempos me ha puesto a cien y ahora estoy como loco por arrancarte los vaqueros y ... Lo sabes, ¿verdad?

El otro hombre sonrió, mientras Nagato, pistola en mano, intentaba desabrocharle los pantalones a Sakura.

—¡No me toques! —chilló ella despavorida.

Pero él era más fuerte y, tras bajarle la cremallera, metió la mano libre en el interior de sus bragas y, tocando los pliegues de su sexo, murmuró:

—Cálida, como siempre me ha gustado.

Ella se resistió todo lo que pudo, muerta de asco por lo que le estaba haciendo y, cuando creía que todo estaba perdido y que acabaría desnuda sobre el capó a merced de aquel ser repugnante, oyó que se acercaba un coche de policía. Los radares de la carretera los debían de haber delatado.

Con un rápido movimiento, Nagato tiró la pistola, que cayó entre unos matorrales, la soltó, sacó la mano de sus bragas, le subió a toda mecha la cremallera del pantalón y dijo:

—Esto no se ha acabado aquí, pelirosa. Mi deseo se ha acrecentado más al tocarte.

Sakura se apartó rápidamente de su lado.

—Ten cuidado con lo que dices —le advirtió él—, o tu novio recibirá en décimas de segundo las fotos que nos acaban de hacer. Tengo su número de móvil y sé cómo localizarlo, no lo olvides.

Un coche de policía llegó hasta ellos con las luces encendidas. Se bajaron dos agentes y, al ver a Sakura con la respiración acelerada y sangre en la boca, encañonaron a Nagato y al otro hombre.

—Señorita, ¿está bien?

—Qué haces, tío, es mi novia —dijo Nagato.

El policía, sin bajar el arma, miró a Sakura y preguntó:

—¿Estos hombres la han agredido?

Durante unos segundos, Sakura reflexionó sobre qué hacer. ¿Debía dejar que la policía creyera lo que pensaba o debía mentir para que Itachi no recibiera las fotografías? Finalmente, sacándose un pañuelo del bolsillo del pantalón, se limpió la sangre de la boca y dijo:

—Estoy bien, agentes.

—Tiene sangre en la boca —insistió uno de ellos.

Intentando sonreír, contestó:

—A veces, mi novio y yo somos muy apasionados.

Nagato sonrió al oír eso, le dio un azote en el trasero a Sakura que la hizo moverse un par de pasos hacia delante y, mirando a los polis, dijo:

—Mi pelirosa es muy fogosa.

Los policías bajaron las armas y les pidieron la documentación de los coches.

Tras llamar por radio, a Sakura le devolvieron su documentación y, tendiéndole unos papeles, le dijeron:

—Puede marcharse, pero ha excedido el límite de velocidad en diferentes tramos de la autopista. Aquí tiene la multa. La puede pagar en efectivo o mediante transferencia cuando le llegue a su casa.

Asustada, Sakura se guardó los papeles de la multa junto con la documentación del coche y respondió:

—La... la pagaré cuando llegue a casa.

Acto seguido, los polis miraron a los otros dos y dijeron:

—Vosotros al coche. Venís a comisaría.

Nagato y el otro hombre se quejaron, se resistieron, pero al final no les quedó más remedio que ceder. Y Nagato, antes de meterse en el coche patrulla, miró a Sakura y murmuró:

—Te veré y terminaremos lo que hoy hemos dejado a medias, pelirosa.

Mientras uno de los agentes cerraba la puerta del coche con ellos dentro y luego aparcaba el vehículo de los detenidos en un lateral, el otro poli se acercó a Sakura y le preguntó:

—Señorita, ¿está segura de lo que nos ha contado?

Sakura, alterada por lo ocurrido, sonrió nerviosa y, montándose en su coche, respondió antes de marcharse:

—Muy segura, agente. Buenos días.

Mientras conducía por la autopista, grandes lagrimones corrían por sus mejillas. Al llegar a la casa, dejó el coche en el garaje y subió a la habitación. Por suerte, los niños estaban en el colegio e Itachi en la discográfica, y Lola y Paola no la vieron entrar. Necesitaba ducharse y quitarse el olor de Nagato.

Durante un buen rato, se quedó bajo el chorro del agua, desesperada, pensando en lo ocurrido. Cuando por fin se vistió y salió de la habitación, se encontró de frente con Lola, quien al verla, preguntó:

—¿Qué le ocurre, señora?

—Nada —respondió ella, sonriendo.

Pero Lola se dio cuenta de que se había herido e insistió:

—¿Qué le ha ocurrido en el labio?

Lo tenía hinchado y con un corte imposible de disimular, de modo que dijo:

—Iba despistada y me he dado un golpe yo sola con el coche.

Dicho esto, se dio la vuelta y se alejó de la chica, que levantaba una ceja con escepticismo. Rauda se fue a la cocina para tomarse un café y se quedó de piedra al ver salir a Itachi de su despacho.

Al verle el labio lastimado, frunció el cejo y, preocupado, preguntó:

—¿Qué te ha ocurrido?

—¿Y tú qué haces en casa? —preguntó ella, al ver cómo la miraba.

—No tenía nada importante que hacer en la discográfica y he decidido venir aquí para trabajar en la melodía de la película. Pero ¿qué te ha ocurrido, cielo?

Sakura intentó sonreír y, quitándole importancia, respondió:

—Iba despistada y al salir de la reunión en el colegio de los niños, he abierto la puerta del coche y me he dado con ella en la boca.

Itachi la miró más de cerca, arrugó la frente y murmuró:

—Cariño, te ha tenido que doler. Ven, te lo curaré.

—Ya me lo he curado yo.

—De acuerdo, como quieras. ¿Qué te han dicho la profesora de Ayamé y el logopeda?

—El logopeda dice que debemos seguir trabajando con Kai para que poco a poco vaya pronunciando la erre, pero que no nos preocupemos, que lo conseguirá. Y en cuanto a Ayamé, su señorita ha comentado que va bien. Aunque me ha pedido que le diga que reprima sus comentarios de telenovela.

—Creo que deberías hablar muy seriamente con ella sobre eso —dijo Itachi, asintiendo—. Si cuando termine los estudios quiere ser actriz de culebrones, que lo sea, pero ahora debería...

—Lo sé, Itachi, lo sé —lo cortó Sakura angustiada.

Consciente de que no estaba del mejor humor, la miró y dijo:

—¿Qué te ocurre?

—Nada.

—¿Seguro?

—Sí.

—Vale, te creo, pero cuéntame, ¿qué has hecho en tu mañana libre, cuando has salido de la reunión?

Agobiada por aquella pregunta imprevista, pensó rápidamente y respondió:

—He ido al spa de Sunset Boulevard que me dijiste y me he dado un masaje.

—¿Y qué tal?

—Perfecto —mintió.

—¿Quién te ha dado el masaje, Theresa o Rihana?

De nuevo pillada por sorpresa, Sakura dijo:

—Ha sido un chico.

—Hay mujeres —gruñó él—, ¿por qué te lo ha dado un hombre?

Eso la hizo reír y, mirándolo, replicó:

—Pues por lo mismo que a ti te lo da una mujer. ¿O qué pasa, que a ti te pueden dar masajes las mujeres y a mí los hombres no? ¡Venga ya!

Divertido por esa contestación que ya esperaba, sonrió y, besándola, murmuró:

—Has caído, taponcete. Por supuesto que te lo puede dar un hombre. Pero ya sabes que soy muy posesivo y quiero ser solo yo quien te toque.

Al recordar cómo la había tocado Nagato, se le revolvió el estómago. Si Itachi se enteraba, lo mataría. Y, no dispuesta a dejarle ver lo que sentía, sonrió y dijo:

—Cuando sea yo sola quien te toque y no además una masajista, entonces me lo plantearé.

Mimoso, Itachi la besó. Le encantaba que fuera tan posesiva como él y, mirándole el feo golpe del labio, dijo:

—Cariño, prométeme que vas a tener más cuidado.

—Te lo prometo.

En ese momento, a Sakura le sonó el móvil con un mensaje. Lo leyó con disimulo.

Pelirosa, mañana a las diez donde lo hemos dejado.

La angustia se apoderó de ella e, intentando alejarse de Itachi, fue a moverse cuando este sintió el roce del anillo y preguntó:

—¿Has pensado ya la fecha de la boda?

—No.

—¿Catorce de febrero? —bromeó él.

Sakura negó con la cabeza E Itachi replicó:

—Pues decide o al final lo haré yo y no soy de esperar.

Sonrió nerviosa e Itachi se alejó para volver a su despacho. Ella no lo detuvo.