"Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar" - William Shakespeare


En secreto y en silencio - II

La espera es algo bastante insoportable.

El rey puso pegas a una unión tan repentina, a pesar de haber sido él mismo quien la promovió. Zelda quiso combatirle, incluso amenazó con marcharse y casarse en el Oeste, pero yo sabía que estaba alterada, todas sus emociones estaban a flor de piel y estallaban rápido, como una tormenta, y así sólo conseguía seguir haciéndose daño a sí misma.

Las dudas del rey no eran por la boda, que supuso una salida y una solución. Ni siquiera creo que fuese por lo que le dijo a Zelda, porque era demasiado repentino y convenía esperar un poco. Las dudas del rey se debían a que los bárbaros no éramos de fiar, esa era la única verdad. Los clanes norteños eran ambiciosos y poco dados a la cortesía, y habíamos combatido durante décadas a Hyrule por mantenernos independientes. Por todo eso el rey temió que yo usara el matrimonio en su contra, aunque debí parecerle una opción aún válida y mejor que otras, si no, no habría dado su visto bueno. Eran los términos lo que le preocupaban, tanto como mi rechazo a la recompensa. El viaje desde el Oeste era largo, y convencimos al rey de que una vez mi padre llegase a Hyrule ambos podían firmar todos los contratos de arras y dejar todo por escrito, y no sería un obstáculo para que la boda se celebrase tan pronto los contratos quedasen sellados.

Me pasé la mañana entrenando en el campo que utilizaba la guardia real, cerca de mis aposentos. Eso me ayudaba a soportar la tensión que me rodeaba, porque de repente era como si todos los ojos de Hyrule estuvieran en mí. "Los rumores también te han alcanzado" me dijo Mel. Ella me traía mensajes de Zelda, era nuestra vía de comunicación, pues no estaba bien visto que pasásemos demasiado tiempo juntos antes de la boda. Algunos nobles vieron en mí una conspiración de mi padre para chantajear a Hyrule, vieron campos quemados en la frontera y pérdidas en forma de saqueos bárbaros. Otros, según Mel, creían que era yo quien había dejado encinta a Zelda y había vuelto para reclamar una recompensa, pues según ellos, Faren tenía gran parecido conmigo y no había duda alguna de que yo era el padre. "Difunde eso, te lo ruego", bromeé. Porque, maldita sea, prefería quedar ante el mundo como el miserable cobarde que la abandonó y se arrepintió, a que ella y el niño fueran un símbolo de oscuridad y mala suerte.

Esa tarde vino a verme Impa y no Mel. Supongo que incluso la princesa empezaba a ser consciente de mi nerviosismo por tan horrible espera, separado de ella y del niño, por no compartir nunca mesa, sólo algunas miradas en la lejanía y apenas dos paseos en el jardín de atrás. Y cada vez que los veía, necesitaba estar con ellos más y más.

—Es increíble, estás incluso más insufrible que ella —se burló Impa.

—Por eso te envía a ti, para apaciguar a los lobos —gruñí. Estaba sentado cerca del campo de tiro, limpiando la hoja de mi espada. Me encantaba verla brillar.

—En parte es cierto. Y en parte, su alteza quiere hacerte entrega de dos cosas. La primera, es un mensaje importante. Tu padre está cerca, esta misma noche llegará al castillo de Hyrule.

—Por Or... —dije, poniéndome en pie, con el corazón saltando dentro del pecho. Si mi padre estaba ahí la boda podría ser en un día como mucho. Un día.

—Calma, capitán, no corras todavía —bromeó Impa —la segunda cosa, es esto.

Me entregó un saquito pequeño de tela.

—¿Qué es?

—Su alteza dice que es muy importante para ella. Te lo explicará cuando tenga ocasión, pero es su deseo que el anillo que hay en la bolsa sea su anillo de bodas.

—De acuerdo, como ella quiera —me encogí de hombros —¿podré verlos hoy?

—Link...

—Sí, paciencia. Odio esa palabra. Cuando salga de aquí cortaré la lengua a todo el que la pronuncie delante de mí, lo juro por Or y por las diosas de Hyrule.

—Tiene prueba del vestido, sus doncellas le están cosiendo uno para la boda y luego tiene una audiencia con su padre, además de que debe cuidar a Faren. Me temo que hoy no podrá ser.

—Llevo dos días sin verlos. No entiendo esta estúpida separación.

—Hay ojos y oídos en el castillo. Los sheikah apoyan vuestra unión, pero hay mucha tensión política que podría echarlo todo abajo en tan solo un parpadeo. Créeme, es mejor que te mantengas alejado y apacible hasta el final. ¿Crees que podrás hacerlo?

—¿Están bien? —murmuré, sin ocultar mi decepción.

—Sí, están bien.

—¿Los dos?

—Por supuesto que los dos, no hay ningún problema con su alteza ni con el niño. ¿Contento?

—No.

Cuando Impa se marchó, me fui directo al portón del castillo. Como no tenía nada mejor que hacer salvo desesperarme y querer darle un puñetazo a algo, podría entretenerme esperando la llegada de mi padre. Allí esperé todo el día, caminando de lado a lado de la muralla, como un animal enjaulado.

—¡Abrid, son ellos! —exclamé. Habían pasado horas y ya apenas había luz natural.

—Hay que esperar a que se identifiquen —dijo el responsable del portón.

—Son mi padre y mis amigos, los reconocería a mil leguas de distancia.

El soldado torció el gesto y no movió ni un dedo. Esperamos a que llegase el carro y los caballos.

—Te he dicho que eran ellos, maldita sea —gruñí, cuando oyeron a mi padre identificándose.

Bajé corriendo las escaleras de la muralla y me lancé a los brazos de mi padre tan pronto él cruzó la puerta y descabalgó. No sé por qué, necesitaba ese abrazo desde hacía días, supongo que era culpa de la tensión acumulada.

—Ya estamos aquí, hijo. Tal y como pediste.

—Se te ve flacucho, capitán —dijo Ardren, a su lado.

—Vosotros dos, venid aquí —sonreí, lanzándome a abrazar a Ardren y Fridd.

Que ellos estuviesen allí era como si hubiera salido el sol después de días de tormenta.

Gerry, el jefe de la guardia del rey Rhoam, se presentó allí para recibirlos, les dijo que podrían aposentos a su disposición y que se nos serviría comida a todos en un salón pequeño, ya que no estaba bien visto que yo los llevase a los comedores comunes de los guardias del castillo. En realidad si yo seguía comiendo allí era porque la comida era buena y me resultaba más normal que comer yo solo en una larga mesa con cinco sirvientes vigilando cada movimiento, como si estuvieran evaluando lo estúpido que me parecía comer con tanta ceremonia. Se me cortaba el apetito sólo de pensarlo, y después de una cena que acepté por cortesía, pedí que me dejasen comer con los guardias, como uno más.

—¿Cómo estás? —me preguntó mi padre, mientras seguíamos a Gerry, que iba por delante indicando a Ardren y Fridd algunas normas básicas del castillo.

—Bien, ahora muy bien —sonreí.

—Sé lo duro que puede ser —dijo, mientras me echaba un brazo por encima del hombro y me apretaba un poco contra él —después de todo yo también me empeñé en llevarme a una preciosa mujer de Hyrule al Oeste.

—No una princesa... —repuse, sin ocultarle mi nerviosismo al respecto.

—Pero también fue duro. Su padre pensaba que yo era un monstruo, un salvaje que quería arrancarle a su hija para aprovecharme de ella. Yo sólo quería a tu madre, nada más. Y ella a mí.

—Lo sé.

—Y como no llegamos a muy buenos términos con su padre, tuvimos que tomar la decisión sin contar con su familia. No estuvo bien, ojalá lo hubiésemos hecho de otra forma. Por eso me ocuparé de que ese no sea tu caso. Tu mujer los necesitará, a sus familiares, puede que no ahora que es joven y está furiosa con el mundo... pero terminará necesitándolos. Hemos de asegurar que todas las partes queden contentas con esta unión para que así sea.

—Gracias, papá.

—Diablos, Ardren tiene razón, estás flacucho —rio, soltando una de sus carcajadas, hacía tiempo que no las escuchaba, no así.

—Pronto serás abuelo —insinué, con una media sonrisa.

—Maldita sea, ¡me haces sentir viejo! —carcajeó —Frea está como loca al saber que vas a llevar al niño al Nido. Creo que no duerme tejiendo y haciendo cosas para mi nieto.

—Me alegra que lo toméis así de bien. Este cambio puede ser difícil al principio.

—Lord Tyto dice que se adaptarán como si siempre hubieran pertenecido al Oeste —me guiñó un ojo —bueno, ¿comemos algo?

Nos sirvieron la comida en nuestro nuevo salón privado. Mis amigos no pararon de hacer bromas al ver que las cocineras me conocían de sobra, de hecho algunas se prestaron a servirnos la cena, cosa que agradecí, las prefería mil veces a los sirvientes estirados de la otra vez.

—Link, Gerry me ha dicho que el rey de Hyrule quiere recibirme esta noche —dijo papá —¿quieres venir? Tú sabes mejor que nadie los términos de arras.

—No es necesario. He hablado de los términos miles de veces con el rey, confío en ti, papá. Sé que lo cerrarás todo y será algo justo y razonable.

—Hay un enorme revuelo en el Oeste con tu boda real —dijo Ardren.

—Sí, así es. No sé cómo diablos llegó la noticia, pero se formó tanto ruido que tuve que convocar un kandar y exponer la situación a todos los clanes —aclaró papá —es una unión política importante. De ahí el revuelo que dice Ardren, y también que nos retrasásemos un par de días.

—¿Hubo impedimentos? —pregunté, resignado. No sé por qué usábamos halcones si los rumores viajaban más rápido...

—Ninguno, las réplicas y quejas esperadas —sonrió papá —supongo que muchos envidian tu nueva posición y la temen a partes iguales. Hay mucha superstición.

—Diablos, basta de supersticiones, no hay nada que temer —suspiré, exasperado —¿Fridd? No serás de los que teme represalias oscuras, ¿verdad?

—No me gusta Hyrule, como sabes —protestó, masticando aún un enorme bocado de su cena —pero no hay que temer a las mujeres ni a los bebés. Mi madre dice que eso es de ridículos y de cobardes.

—¡Brindo por ella! —levanté mi copa y todos bebimos.

—Me marcho ya —anunció papá —quiero enviar un mensaje a Fuerte Halcón antes de entrevistarme con el rey. Link, Aldry y los niños querían venir. Ella se ha quedado en casa preocupada por no poder asistir.

—Lo sé, pero esta boda debía ser rápida, con los testigos justos, por eso pedí que sólo estuvieseis vosotros. Te prometo que lo celebraré con ella y mis hermanos cuando estemos todos en casa. Podrán ver al bebé y jugar con él, y haremos un banquete en Fuerte Halcón.

—Podría ser en el Nido —sugirió papá, guiñando un ojo.

—Por supuesto, mucho mejor.

Terminé de cenar con los muchachos y los acompañé hasta sus aposentos.

—Estoy agotado, pienso dormir mil horas —bostezó Fridd.

—No tan rápido —dije, atrapando los cuellos de cada uno debajo de mis brazos —tengo una importante misión para vosotros dos.

—Link, eres cruel... —refunfuñó Ardren.

—Sólo quiero que mañana paséis todo el día de tabernas —sonreí, y los liberé para ver su cara de sorpresa —iréis a todas y cada una de las tabernas de la ciudadela, os haréis ver.

—Bueno, no tengo problema en eso... —sonrió Ardren de medio lado — pero ¿por qué?

Hubo que esperar tres días más para la boda. Tres días en los que sólo supe de Zelda y el bebé por Mel o Impa. Podría quejarme, pero la presencia de mi familia lo hizo mucho más llevadero.

Todo se organizó en secreto y en silencio.

Se mantuvo a la corte ajena al evento. Sólo se informó a un sacerdote, el encargado de oficiar la ceremonia. El servicio de confianza se encargó de los preparativos, mínimos: vestimenta, flores y una cena que se serviría en el salón privado del rey, sólo con media docena de lacayos que pertenecían a su servicio personal. Todos se olían que algo sucedería, todo el castillo hervía con rumores, pero supusieron que mi padre estaba allí sólo para firmar las arras y que habría una boda con inmensa pompa y ceremonia como era lo esperado, tratándose de una princesa de Hyrule.

Sólo se hizo una excepción con los sheikah, la matriarca y su esposo viajaron desde la aldea sheikah para estar en la ceremonia por deseo de Zelda. El pueblo de las sombras había sido el único fiel a la princesa, protegiéndola y ofreciéndole apoyo cuando más lo necesitaba, y yo no podía estar más de acuerdo en que estuviesen allí.

No podía creer que había llegado el momento hasta que al caer la tarde dejé entrar en mis aposentos a Amy, la doncella de confianza de Zelda, que se ofreció a vestirme. Me había arreglado un traje que había pertenecido al hermano desaparecido de Zelda. De alguna manera era un modo de que también él estuviese presente, de honrar su memoria.

—Estáis apuesto —dijo, cuando terminó su trabajo —ya es hora.

Miré por la ventana y vi una luna creciente, a pocos días de estar llena, brillando sobre nuestras cabezas. Sería suficiente luz, pues la ceremonia se celebraría frente a la estatua de la diosa Hylia que había en el jardín de atrás, donde ella y yo nos habíamos comprometido.

—No os pongáis nervioso —me dijo, frunciendo el ceño —no hacéis más que resoplar como un caballo atrapado en un establo. ¿Tenéis el anillo?

—Sí —dije, apretando la bolsita de tela que Impa me había dado.

—Hacedla feliz, a ella y a esa criatura —susurró, mientras se le escapaban algunas lágrimas —es lo único que os pido.

Llegué al jardín con las manos sudándome por los nervios. Allí estaban ya el rey y el príncipe Gaepora. Papá y mis amigos venían detrás de mí y se situaron a mi lado, acompañándome. Después apareció el sacerdote, escoltado por Gerry, que también estaría en la ceremonia.

—Falta menos, capitán —susurró Fridd.

—Aún estamos a tiempo de salir corriendo e irnos los tres de aventuras —bromeó Ardren.

Justo en ese momento llegaron Impa y las doncellas de Zelda. Me puse a sonreír con nerviosismo cuando vi a Faren en brazos de Mel. Supongo que al ver mi cara decidió acercármelo para que pudiera verlo, dejé un beso en su cabeza cubierta de pelusilla, fue un inmenso alivio después de tantos días sin saber de él más que por otras personas.

Zelda apareció en último lugar, como si acabase de salir de uno de mis sueños. Por todos los dioses, los suyos y los míos, no pertenecía a nuestro mundo. Sus doncellas la ayudaron a quitarse la capa y la capucha con la que se había cubierto para ocultar su vestido de boda, una capa larga y blanca, con el emblema de su casa en color sangre, el pájaro con las alas extendidas y los tres triángulos. Vestía de azul oscuro, como si se hubiera envuelto en el cielo de una noche de verano, incluso había pequeños puntos brillantes, estrellas que se intuían blancas y lejanas aquí y allí.

—Ofrezco la mano de mi hija, la princesa Zelda Bosphoramus de Hyrule al joven capitán Link, hijo de Grenmak de Fuerte Halcón —anunció el rey de Hyrule.

Puso su mano fría en la mía y al acercarme más me llegó el aroma de las flores que le habían puesto en el pelo.

—¿Cómo estás? —susurró. Vi su nerviosismo, ya no parecía una diosa, sólo una chica asustada, igual que yo.

—Cómo responder a eso...

El sacerdote preguntó por el contrato de arras, que los testigos afirmaron. Y por fin nos miramos para pronunciar los votos.

—Yo, Zelda Bosphoramus, entrego la mano al capitán Link hijo de Grenmak de Fuerte Halcón para tomarlo como esposo.

—Yo, Link de Fuerte Halcón, acepto la mano de la princesa Zelda Bosphoramus de Hyrule para tomarla como esposa.

No hubo dudas ni un titubeo y jamás había estado más seguro de algo en toda mi vida. Entonces saqué el anillo de la bolsita y...

—Link —dijo ella, al verme paralizado.

—¿De dónde has sacado esto?

—¿Algún problema? —intervino el sacerdote.

Ninguno, sólo que tenía entre los dedos el anillo de mi madre, con el que iba a desposar a mi mujer, pensé. A lo mejor todo era un sueño y me iba a despertar de un momento a otro. Noté la tensión de Zelda, que se había aferrado a mi brazo, temblando. Estaba siendo un idiota, ya pensaría en eso más tarde. Deslicé el anillo en su dedo.

—Por las diosas supremas Din, Farore y Nayru —el sacerdote comenzó a anudar un trozo de tela sobre nuestras manos unidas —por la diosa blanca Hylia y por el dios de la montaña Or, uno a este hombre y esta mujer en matrimonio.

Estaba hecho. Era mía ante los dioses de Este y Oeste y nadie iba a cambiar eso.

—Yo, Link, os recibo y tomo por mujer y os beso en señal de fidelidad.

—Yo, Zelda, os recibo y tomo por hombre y os beso en señal de fidelidad.

Llevaba tanto tiempo sin verla, sin tocarla, que el beso fue pura electricidad. Era como lo había imaginado todas las veces, mejor que eso. Y no quería que se acabase nunca, así que lamenté el momento en que ella aflojó la dulce presión que hacían sus labios sobre los míos. Lo compensó su sonrisa de después.

—Así pues, que seáis fieles, con fe recta a nuestros dioses, sin malas artes, sin engaños, como un hombre debe serlo para con su mujer, y una mujer debe serlo para con su hombre.

Mis amigos gritaron de júbilo, y los testigos aplaudieron. Seguía siendo secreto, algo menos silencioso. Fue perfecto.

Nos condujeron por una serie de pasillos que habían sido aislados para que nadie metiese la nariz, y por el camino que tenían vigilado nos llevaron hasta la sala privada del rey, donde ya había fuentes y fuentes de comida, y los coperos esperaban con cálices a los invitados.

Tras sentarnos a la mesa suspiré y me sentí relajado y lleno de alivio, ya nadie podía parar nada, nos habíamos casado y tenía a Zelda a mi lado, con el bebé en brazos, sano y tranquilo. Empezamos a disfrutar del banquete, todo tenía un aspecto increíble y yo no había sido capaz de probar bocado en todo el día, así que aquello fue como una segunda bendición.

—Pensé que te habías arrepentido de todo esto —confesó Zelda, con una sonrisa tímida.

—¿Por qué? ¿No te parecí lo bastante cabezota el día que te esperé en los jardines?

—No, me refiero a cuando sacaste mi anillo.

Agarré su mano y examiné el anillo otra vez, con más calma. No había duda alguna, era ese, no era mi imaginación.

—Creo que los dioses juegan con nosotros —susurré —creo que somos una especie de entretenimiento en sus estúpidas y elevadas vidas.

—¿Por qué lo dices?

—Ahora no importa, no te preocupes —sonreí y besé su mano.

Ella tuvo que retirarse antes de que acabase la cena, Faren se puso a llorar y dijo que era su hora de comer. No podía alimentarlo allí mismo, y menos aún con "el vestido tan apretado". Se despidió de todos los invitados, acercándose uno a uno. Quise acompañarla, pero insistió en que me quedase un rato más en la cena, que disfrutase con mis amigos sin preocupaciones. Una vez llegamos al postre, el rey hizo un brindis, agradeció a todos su presencia y bendijo nuestra unión. De veras me pareció sincero. Sincero y a la vez triste, como si la guerra lo hubiese derrotado y aún no hubiera conseguido levantarse del golpe. Supongo que todos tenemos nuestras cargas, incluso él.

—Capitán Link —Impa se me acercó, una vez la cena empezaba a dar sus últimos coletazos, aunque mis amigos parecían dispuestos a acabar con toda la bodega —hemos de acompañarte hasta tu lecho matrimonial, es tradición que testigos de ambas familias lo hagan tras el brindis real.

—Claro, no lo había pensado.

En el Oeste, las tradiciones eran incluso más estrictas, sobre todo entre los clanes de las montañas. Durante los matrimonios de sangre, los cónyuges debían yacer en presencia de los testigos para que el matrimonio quedase consumado. Por suerte, no era nuestro caso.

Impa, el príncipe Gaepora y mi padre me guiaron hasta los aposentos de mi recién estrenada esposa. Toqué a la puerta y Zelda apareció ya en camisón.

—El niño se acaba de quedar dormido —anunció.

—Por mí es suficiente con quedarnos en el umbral, no es necesario llevar a los novios al lecho —sonrió mi padre.

—Coincido, creo que hemos cumplido más que suficiente con las tradiciones —dijo el príncipe Gaepora.

—Bien. Pues por mi parte sólo quiero deciros que mañana empezaré temprano a preparar los carros y caballos —intervino Impa —hemos trabajado en el equipaje estos días, así que con suerte podremos partir al Oeste tras el almuerzo de mediodía.

—Gracias, Impa —asintió Zelda —y buenas noches a todos.

Ella enganchó mi brazo, tiró de mí hacia adentro y cerró la puerta, sin alargar más la despedida. Lo primero que noté era que la habitación no olía sólo a ella y a las flores de su pelo, también tenía el suave olor del bebé. Faren dormía con las mejillas rosas en su cuna, a unos cuantos metros de la cama.

Nos quedamos en pie, frente a la chimenea, que ardía cálida y era la única luz en la habitación.

—¿Estás cansada? —pregunté, con timidez. Deseaba abrazarla y volver a besarla, pero no me atreví, no quería parecer un loco impulsivo.

—No. Sólo trato de asimilarlo.

—Yo también —sonreí. Y dudé si había alguna sombra de arrepentimiento en ella.

—Siéntete cómodo aquí, Link, necesitas descanso. Lo único es que no han dejado ropa de cama para ti como pedí a las doncellas, espero que no te importe.

—Da igual, no la necesito.

Nos miramos otra vez, sin movernos del sitio.

—No tengo el aspecto que debería tener una novia —sonrió Zelda, nerviosa.

—Te equivocas, estás perfecta así.

—Concédeme unos segundos.

Asentí y me senté en el borde de la cama. "Siéntete cómodo", está bien. Me descalcé y me quité la túnica y la camisa mientras la veía desaparecer detrás de unas láminas de madera que tapaban una esquina de la habitación, como una falsa pared. Suspiré aliviado, cansado... tal vez un poco incrédulo. De repente fui consciente de todo: había pasado. En un parpadeo había cruzado medio mundo para casarme con una mujer a la que había visto sólo una vez. Y eso me hacía feliz. Toda la incertidumbre y noches de insomnio y sueños inquietos quedarían atrás.

—Ya está —dijo, saliendo tras la falsa pared.

Intenté decir algo, pero sólo salió un ruido raro de mi garganta. Había cambiado su ropa de cama por otra, una especie de camisón transparente que caía sobre ella como una segunda piel. Se acercó hasta mí y sin levantarme la abracé, apreté mi cara contra su cuerpo, la besé a través de la tela fina mientras ella me acariciaba el pelo.

Habría estado bien ser capaz de decir al menos dos palabras sobre lo feliz que me sentía. No tenía que demostrarme nada y no tenía que sentirse obligada a hacer nada esa noche, pero al mismo tiempo había una especie de melancolía entre ambos, una necesidad de sanar nuestras heridas, así que volví a tragarme las palabras y me dejé llevar por ella. Sentí sus manos apoyarse en mis hombros para sentarse en mi regazo, puso cada rodilla a un lado de mí, sobre el borde de la cama. Me sostuvo la cara un momento, sus ojos clavados en los míos, como intentando adivinar qué demonios nos estaba pasando. Me besó. Me besó mientras me sostenía la cara y se movía sobre mí. Escurrí las manos por su espalda y la sentí tensarse, la tela del camisón era fina pero no lo cubría todo, mis dedos tocaron piel y eso la hizo reaccionar, romper el beso y curvarse. Volvimos a mirarnos en silencio mientras yo deslizaba las manos esta vez por debajo del camisón, acariciando sus piernas hasta la espalda. Ella se meció sobre mí con los ojos entornados y los dedos en mi pelo, era mía en ese momento, lo sabía, sabía lo que le estaba haciendo. Volvió a besarme, con intensidad, sus manos dieron con mi cinturón para quitármelo. Al buscarme con su cuerpo, al intentar conectar conmigo por encima de la ropa... la deseaba, la deseaba más que nada. "Dentro". Es lo único que podía pensar cada vez que nos apretábamos el uno contra el otro. "Necesito estar dentro, dentro". Dentro cada vez que se balanceaba sobre mí, o la hacía temblar con mis manos atrapadas entre su piel y la del camisón, su lengua enredada en la mía. "Dentro de ella, hasta desaparecer juntos y que no quede nada. Sólo entonces podré volver a respirar."

Noté que jadeaba excitada y los besos se llenaron de urgencia. Besé su cuello, lo succioné. No era suficiente, estaba lejos de ser suficiente. La levanté rodeándola por la cintura y la dejé sobre la cama. Sentí calor, el corazón me golpeaba el pecho con fuerza y sólo vi el verde de sus ojos. Otra vez me sostuvo la cara para acercar mis labios a los suyos. Subí el camisón hasta su cintura y ella se abrió a mí. Dentro. Gemí con fuerza y ella me rodeó, aferrándose a mi espalda. Ya podía desaparecer, estaba dentro de ella y nos movimos como uno, mirándonos a los ojos en silencio. Me encajé en ella, su carne en la mía, la hice gemir, agarrarse a mí, apretar los ojos, elevar las caderas para que no hubiera separación, para que el segundo en que me retiraba fuese breve, y el segundo en que nos uníamos fuese duro, sostenido en el tiempo. Se retorció bajo mi cuerpo y yo no quise que se terminase nunca, jamás, jamás creí que se podría encajar así con nadie, sin dudas, sus ojos entendiéndome, hablando sin decir nada. Empujé una última vez tan adentro como si quisiera fundirme con ella para siempre.

—Respira un poco —susurró sobre mis labios, con los dedos retiró el pelo de mi cara.

Abrí los ojos y la besé en la frente y en la boca. Estuve un rato así, sobre ella, no quería dejarla. Tenía razón, el corazón me latía como a los locos, no me había dado cuenta. Al fin me hice a un lado y me quedé mirando el techo de la habitación, ella se enroscó sobre mí.

En algún momento me debí quedar dormido, en un mundo plácido y sin sueños, un mundo de paz que no había tenido desde... bueno, supongo que desde el despertar de la Guerra Oscura.

—No sé qué ha pasado antes —susurró.

Debió darse cuenta de que me había despertado. Abrí los ojos y vi que me había echado las mantas por encima. Ella acunaba a Faren, a mi lado.

—¿Está bien el bebé? ¿Le pasa algo?

—No —sonrió —sólo se ha despertado porque quería comer un poco y dormir con mamá. A veces lo hace. Estabas tan dormido que no te has enterado de nada.

Me incorporé un poco para estar recostado como ella, y rodeé a ambos con un brazo.

—Lo siento, estaba agotado, llevaba días sin dormir bien.

—No sé qué ha pasado, Link —reiteró, recobrando la seriedad.

—Ni yo. Sólo... no puedo explicarlo.

—Nunca he yacido con un hombre, excepto... supongo que tuve que hacerlo, pero...

—Y ni lo recuerdas —deduje.

—Nada, sólo vacío. Pero esta noche... era como si mi cuerpo supiese lo que tenía que hacer. Como si mis manos supieran tocar... y todo lo demás.

—Tranquila, no eres la única. También ha sido mi primera vez. Y a la vez estoy seguro, tanto como que respiro, de que no ha sido la primera.

—¿A esto te refieres con el juego de los dioses?

—Sí, entre otras cosas.

—¿Y si...

—Soñemos que sí —sonreí y besé su sien —podría ser tan cierto como no.

—Es tan imposible...

—Tanto como que es el anillo de mi madre el que está en tu dedo.

—¿Qué dices? —se rio, pensando que le tomaba el pelo.

—Ese anillo es mío, pertenece a mi familia y fue el anillo de casada de mi madre. Y de repente... ¡zas! Aparece de la nada, dices que es importante para ti, que quieres que sea tu anillo de bodas y cumples mi deseo sin saberlo.

—No juegues conmigo, no bromees con esto —se burló, agitando la cabeza.

—¿Cómo lo encontraste? ¿Lo compraste a algún mercader? ¿Te lo regaló alguien del Oeste?

—No.

—Entonces, ¿cómo?

—No... no lo sé. Estaba ahí —dijo, desconcertada —en mi dedo. Cuando desperté estaba en mi dedo.

—Y no recuerdas cómo llegó a tu dedo, lo suponía —sonreí. Eso sólo servía para darme más alas y entender, encajar lo que me pasaba.

—Puede ser parecido al que recuerdas de tu madre, es demasiada coincidencia —murmuró, con el ceño fruncido.

—Estoy muy seguro, Zelda, es ese. No hay otro igual en todo el mundo, fue tallado a mano y por encargo, con minerales que sólo se encuentran en el Oeste, en el corazón de nuestras montañas. Esas vetas oscuras en la piedra son únicas, no hay dos iguales. Cuando mi madre murió mi padre me lo entregó a mí y lo he custodiado durante años. Quería dárselo a una muchacha del Oeste, hace tiempo. Pero... lo perdí. Lo perdí como otras muchas cosas en la Guerra Oscura. Cuando lo he visto hoy creí que era un sueño. Pero no lo es, es tan real como lo que siento por ti. Por vosotros dos.

Sentí que se agitaba un poco, su piel contra la mía.

—Impa y yo averiguaremos la verdad, hemos encontrado muchas cosas... pistas importantes. Tenemos que averiguarlo todo.

—La verdad es lo que sentimos. Y yo siento que esto no es coincidencia. Es como si llevase un año sin que la comida me llenase, ni el agua saciase mi sed. Como si nunca hubiera suficiente aire en mis pulmones, me sentía raro y desubicado. Hasta el día que te vi en el lago y me hiciste despertar, todo cambió... ¿y si no es casualidad?

—No me explico lo del anillo —reflexionó.

—Ni otras cosas, ni lo que nos pasa cuando estamos juntos. Porque nunca había tocado a una mujer hasta esta noche. Si tú y yo, durante la Guerra Oscura...

—No sigas, Link —vi que los ojos se le humedecían, vi sus lágrimas escurrirse en la oscuridad —lo deseo con tanta fuerza que duele. Duele mucho.

—Puede ser verdad, puede ser la única verdad con la que nos hemos topado en mucho tiempo. Lo tenemos delante, sólo tenemos que creerlo. Yo ya lo creo. Que eras mía... —tomé aire —y el niño también.

—Eres tan... Te quiero, Link. Gracias por decir-

—Créelo tú también, por favor —interrumpí —cree en esto, porque es real. Nadie me va a convencer de lo contrario, no necesito más pruebas.

No sé si ella lo creía, pero buscó un beso mío para seguir entendiendo. La besaría mil veces y le demostraría que era cierto. Con cada segundo que pasaba lo veía más claro y esa certeza crecía y se hacía fuerte dentro de mí, que eran mi mujer y mi hijo, lo recordásemos o no. Sus heridas eran mayores que las mías, entenderlo le llevaría más tiempo, pero teníamos toda la vida por delante. La esperaría. Dejaría que investigase cada piedra, cada rincón, cada libro. La acompañaría a buscar su verdad, a dar con su hermano perdido. La ayudaría a sanar su corazón. Puede que en ese camino se diese cuenta de que lo que buscaba siempre estuvo a su lado, justo delante de sus ojos.


Después de un viaje largo (y lluvioso desde que llegamos a territorio orni), vi al fin el alto torreón del Nido del Águila, sobresaliendo entre las copas de los árboles.

Había ido y venido miles de veces, pero la sensación de estar en mi casa fue más grande que nunca.

—¿Qué es eso que tarareas todo el rato? —preguntó Zelda a Ardren, que cabalgaba al lado de nuestro carro.

—Oh. ¿No lo sabéis? Es una composición mía —sonrió él.

—Eres muy pesado, estoy deseando llegar para no oírte más —gruñó Fridd, que nos custodiaba a caballo, al otro lado.

—He oído esa misma melodía —dijo Zelda, frunciendo el ceño —en el castillo. Los sirvientes también lo tarareaban. Y los mozos de cuadras.

—No me extraña nada, alteza, es una canción que se oye por todo Hyrule. ¿Verdad, Fridd?

—Quiero arrancarme las orejas —gruñó él, subiéndose la capucha de la capa.

—Vamos, Ardren —carcajeé —cántasela a mi mujer, ya que parece que es la única en todo el mundo que aún no la ha oído.

—A sus órdenes, capitán.

Bajo mi ventana hay un pájaro cantor,

Que voló lejos y me trajo su canción.

Por los caminos cabalgó, la tropa del invasor

Llegó el Bárbaro fiero, de acero destructor

Se robó a la Princesa, en su guarida la tomó

Azules fueron los ojos del niño que nació

Son los del Bárbaro, enemigo traidor

—Link, ¿qué significa esto? —preguntó, con cara de confusión.

No pude más que soltar una carcajada. Mis amigos se contagiaron y empezaron a reírse conmigo.

—¿Es esto invención vuestra? ¿Qué diablos habéis hecho?

—Sembrar rumores, alteza —sonrió Ardren, triunfal —difundirlos por la Ciudadela, encender el fuego del pueblo. Lo que hacemos siempre los de mi gremio, contar historias, nada nuevo. Al llegar a Hyrule, el capitán vio que las leyendas que circulaban eran... poco imaginativas. Le hemos dado nuestro toque personal.

—No puedo creerlo... —agitó la cabeza y se llevó las manos a la cara.

—¿Qué? Mejor así —dije —mejor esos rumores que los otros. Algo había que hacer. Ahora todos lo saben, la verdad, en lugar de creer esas estupideces de espectros y mercenarios.

—Qué poco imaginativo lo de los espectros... —reiteró Ardren.

—Coincido —apostillé.

—Mejor la leyenda del bárbaro de ojos azules.

—Mucho mejor.

—Además, ese crío es una versión en miniatura del capitán. ¿Cierto Fridd?

—Sí, cierto. Lo hemos comentado mil veces, y si mi madre lo viese estaría de acuerdo, se le da bien decir si los bebés se parecen más al padre o a la madre.

—Somos idénticos —añadí —y tiene mis ojos y los de mi madre, como debe ser.

—Diosas —suspiró ella y soltó una carcajada —¿con quién me he casado?

FIN

"Las cosas que perdimos en la guerra", por 23-Juliet

30 de abril, 2021