Agosto de 1982:

Donna estaba abanicándose; el sueño y el calor, dos de las cosas que más odiaba en el mundo estaban enfermándola y la hacían sentir temblorosa. No podía concentrarse en la clase. El profesor August Chapere de asesoramiento legal de las empresas le había dicho que debería ir a la enfermería pero Donna se había negado porque le hacían falta los créditos de esa materia.

—Los campos de interés de un cobrador de bolsa no siempre…— estaba diciendo el profesor, su voz se alejaba como un globo rojo flotando por el espacio a la deriva de una brisa playera de esas que levantan la arena y se te mete en los ojos.

Donna no lograba acomodarse en ninguna postura, el dolor de espalda que tenía desde hace unos días no la dejaba sentarse tranquila y no tenía espacio suficiente para estirar las piernas, su abdomen se había estirado tanto que algunas de sus amigas decían que tenía gemelos ahí dentro. Creía que el dolor venia de los riñones así que había empezado a tomar más agua. Pero a veces cuando se reía o hacia el esfuerzo de ponerse de pie se orinaba encima. Eso no le gustaba en absoluto. Los calambres se estaban volviendo agudos.

—Donna, Donna— llamó su amiga Katia, la presumida Katia como le decían algunos.

Donna se giró con los ojos entrecerrados.

—Creo que te ocurrió de nuevo— susurró. Donna la miró confundida— Estás haciendo pis. — susurró aún más bajito.

Donna reaccionó y se incorporó nerviosa. ¿Cómo era posible? Ella no se había dado cuenta. Miró hacia debajo de su asiento y descubrió un líquido transparente.

—No, Kati, es agua. — Dijo Donna — solo rompí la fuente. — sopesó somnolienta.

Pasó un segundo antes de que se diera cuenta y luego las dos se miraron y soltaron un grito que llamó la atención de toda la clase.

— ¡Oh por dios! — gritó Donna

Donna no paró de pedir que llamaran a su madre o a la señora Forman durante el trayecto pero como nadie entendía de lo que hablaba la ambulancia la hizo concentrarse en el dolor y la respiración. Donna no se había dado cuenta de lo mucho que le dolía cuando cruzaron por el umbral del hospital en una camilla ¡Carajo, como dolía!

— ¡SAQUENME ESTA COSA POR FAVOR!— Comenzó a suplicar minutos después cuando el dolor se volvió insoportable. Una pierna le temblaba en el afán de regular el dolor. Katia se había desaparecido en la entrada y no había ningún conocido con ella. — ¡Que alguien llame a Eric por favor! ¡Eric, te voy a matar! ¡Voy a matarlo! — Le rugía a una enfermera, la enfermera nerviosa asentía con la cabeza y ponía las toallas alrededor de su trasero. — ¡ERIC!

—Necesito que se relaje por favor— dijo el doctor— todavía no está coronando

— ¡De quién fue esta estúpida idea! ¡Sácalo!¡sácalo ahora!

— ¡Agárrenla!— le dijo al otro doctor pero los enfermeros no podían forcejar con ella.

— ¡Es muy fuerte, doctor!

—Localizamos al padre del bebé. — dijo una enfermera y entró Hyde por la puerta.

— ¡Eric, trae a ERIC!— Le suplicó Donna. Hyde fue a tomar su mano pero estaba más asustado que ella. Lo único que hizo bien ese día fue llamar a Kelso y Kelso se puso a gritar con ella.

Hyde se salió mordiéndose las uñas y Fez se puso a llorar. A Jackie le dio tanto asco que se retiró de inmediato y Hyde se desmayó cuando la cabeza comenzó a salir. El único que sirvió de algo al final, fue Kelso.

— ¡Vamos, Donna! ¡Vamos, gran—D! — Gritaba él— ¿Quién es una bestia? ¿Quién es una bestia?

— ¡Yo soy una bestia!— bufaba Donna, y la saliva y el ardor de su garganta la dejaron exhausta

— ¡TÚ PUEDES!

— ¡YO PUEDO!

— ¡No vayas a la luz!— escuchó que le decía Hyde.

La cabeza se asomó por su vagina y hubo mucha sangre. El doctor puso lo que parecía un muñeco de trapo sobre su pecho y Donna lo envolvió con los brazos. Escuchó un llanto, el llanto se agudizó y el dolor desapareció. Todo a su alrededor se desvaneció. Los gritos de Kelso. Los aplausos de las enfermeras y su propio corazón a punto de explotar. El niño chilló y se retorció entre sus senos y Donna escuchó su pequeño corazón latiendo sobre ella.

Se desbordó de lágrimas mirándolo, el bebé hacia un esfuerzo por no deshacerse encima, sus ojos eran apenas unas rodajas lastimeras a la exposición de la luz. Donna lo abrazó y lo acercó a su cara. Su calor se sentía como si le devolvieran el abrazo y Donna se olvidó de todo en ese momento. Se olvidó de sus amigos, se olvidó de Eric y se olvidó de sí misma. No quería compartirlo con nadie. Durante los siguientes dos días no dejó que nadie se lo arrebatara y cuando lo hacían Donna se escapaba de su habitación para verlo.

Sintió por un momento como si no necesitara a nadie ni nada más en el mundo. Pero el momento se fue alejando y mientras lo alimentaba por la mañana de un jueves, apareció por la puerta el señor Peterson. Traía un ramo de flores y un asiento de bebé para el auto.

—Buenos días — la saludó — ¿Cómo estás?

Donna lo reconoció enseguida y sintió un golpe en el pecho.

—Señor Peterson.

— ¿Puedo?

Donna no quería dejar que lo cargara pero Hyde le puso una mano sobre el hombro y ella se relajó. Kelso lo miró con el ceño fruncido mientras levantaba al bebé.

—Está precioso — dijo el señor Peterson. — Como su madre

Donna sonrió por compromiso.

— ¿Ya sabes cuándo reanudas las clases? Traje un calendario.

Kelso sabía lo que estaba haciendo, no quería que se arrepintiera del trato. Donna recibió el calendario con una imagen de Lyex el periódico donde se había prometido que trabajaría luego de graduarse.

—No, aun no— contestó ella. Miró el calendario y luego al bebé.

— ¿Listo para ir a casa Leonard?—le dijo el otro al bebé con tono infantil.

Donna y Kelso se miraron compartiendo el mismo pensamiento.

—Me estaba preguntando si… ¿Puedo tener un momento para despedirme de él? — pidió ella.

El señor Peterson analizó los rostros de los amigos de Donna y asintió con la cabeza.

—Iré a firmar la salida. — les dijo.

Hyde, que apenas lo había cargado por un momento y había dicho acertada pero cruelmente: "Es igualito a Forman" no había gozado de lleno de la gloria de ser tío antes de que se lo arrebataran. Pero ni aun así era capaz de imaginar el dolor que podría estar soportando Donna, así que sugirió que todos los demás salieran de la habitación.

Donna miró al bebé y lo levantó por última vez.

—Mi bebé— susurró apretándolo. — Mamá te ama, siempre te va a amar. Siempre, siempre, siempre. — Las lágrimas le escocían los ojos. — No importa a donde vayas… tú siempre vas a ser mi bebé.

El señor Peterson volvió a entrar con un Kelso averno casi pegado en el cuello.

—Muy bien, todo está listo— le dijo— Ven con papá.

Luego se quedó quieto viendo las lágrimas de Donna.

—Oh, pequeña — la consoló— ¿Sabes? Siempre me imaginé este momento con mi hija. El día en que ella tuviera sus propios hijos. Pero creo que eso… no pasará. Tuviste la fortuna de bendecirme con esta segunda oportunidad y no pienso desaprovecharla… dime… ¿hay algo que pueda hacer por ti?

Donna se limpió las lágrimas.

—Alex — dijo ella.

— ¿Perdón?

—Quiero que su nombre sea Alex. Su padre y yo lo discutimos hace muchos años. Así fue como lo llamé todo este tiempo.

Kelso arqueó las cejas consternado.

—Muy bien, entonces, dejaré que Alex se despida de ti.- acercó al niño a su rostro. Donna le dio un ultimo beso y el bebé dejo escapar su dedo poco a poco.

Cuando el señor Peterson salió por esa puerta con Alex en sus brazos Donna se dejó caer en los de Kelso y lloró durante todo el día y las noches de los tres años siguientes.