Desvinculación Emotiva de Aquellas Vidas Inabarcables
Dos Horas desde la Última Muerte (Diez Muertes)
Corrió, corrió, corrió. Subaru no se detuvo a pensar en ningún momento, simplemente siguió avanzando. Había abandonado a los nobles víctimas de Capella, los cadáveres de Utada y Leith, y al moribundo Otto. Les había dado la espalda… Después de todo, ellos no eran su responsabilidad, sus vidas no le concernían, salvarlos no era su trabajo... Seguiría adelante, sin importar qué.
Mientras huía, su mente un huracán de pensamientos egoístas, de reojo pudo advertir la presencia de guardias enfrentando a cultistas en distintos lugares del distrito de los nobles, pero se abstuvo de detenerse a comprobar la situación. "Parece que el asedio ya llegó hasta aquí…" Fue todo lo que murmuró en respuesta a este descubrimiento. Si el Culto de la Bruja ya se encontraba en lo profundo de la zona de clase de alta, cabía preguntarse. ¿Cuál era el estado del Castillo Real? Subaru no podía ser detenido por las dudas, la única forma de saberlo era si llegaba hasta allí.
Las calles de la zona norte del distrito de la nobleza estaban tapizadas por cientos de cadáveres, tanto de cultistas como de los guardias reales y civiles de la nobleza. Con un rápido vistazo, era fácil determinar por qué las fuerzas de la justicia de Lugunica no habían descendido al distrito comercial para imponer orden. Se trataba de una masacre, los guardias habían sido arrasados. Y conforme más se acercaba al castillo, peor era el estado de los cadáveres de los guardias.
Era como si una fuerza muy superior a estos los hubiera abrumado por completo con su sola presencia, obliterando por completo su existencia. Subaru no se encontraba en condiciones de darle vueltas a dicha información en su cabeza, sin embargo, un nombre rápidamente se manifestó en su mente; Codicia. El Arzobispo de la Codicia que, como había relatado Wilhem Van Astrea en su lecho de muerte, era una existencia que con el solo movimiento de su mano arrebataría cuantas vidas se reflejaran en su frívola mirada.
Si un enemigo como el Arzobispo de la Codicia en verdad se había apersonado en el Castillo Real, entonces todo sería en vano. Su escape habría sido en vano, su supervivencia habría sido en vano, su existencia misma habría sido en vano. ¿Cómo podría él alterar el destino si no había un destino que alterar? Codicia le arrebataría todo, siendo fiel al pecado que representaba.
Aun con ello en mente, Subaru no se detuvo. Si no lo veía con sus propios ojos, si no era testigo de las crueles hazañas de Codicia, entonces no podría decidir por sí mismo que todo había resultado en vano. Corrió, corrió, corrió; pensamientos egoístas inundando su resquebrajada mente. Ignorando las decenas de disputas que tenían lugar a su alrededor, Subaru siguió escapando, utilizando la completitud de su estamina, de su alma, hasta que ambas fueran completamente consumidas.
Tanto los cultistas como los guardias enfrentándose estaban demasiado ocupados luchando entre sí como para prestarle atención a un patético joven cobarde como él. Sin embargo, individuos de tanto los primeros como los segundos sí que habían intentado detenerlo en un par de ocasiones, principalmente los primeros. En esos casos había dependido de su contrato con Kuro, el espíritu menor. Shamak después de todo sí que era útil para evadir enemigos…
No permitiría que nada ni nadie se entrometiera en su camino. Con visión de túnel y siendo movido por sus instintos primordiales, Subaru corrió hacia el castillo ignorando las dolorosas ampollas que aparecieron en las plantas de sus pies, el cansancio que hacía que sus músculos se contrajeran violentamente y el denso vaho que había comenzado a salir asiduamente de su nariz y boca. Subaru corrió y corrió, ajeno a un panorama que cada segundo perdía más de su color. Como si una copiosa lluvia de blanqueador hubiera empezado a bañar la capital, los alrededores se estaban tiñendo de blanco.
Subaru no notó el espectáculo que le rodaba ni el estado de su cuerpo, hasta que sus piernas fueron incapaces de seguir soportando la carga impuesta sobre ellas y simplemente dejaron de funcionarle. Se precipitó al suelo y cayó con su mejilla derecha golpeando la superficie blanquecina. Un frío invernal repentinamente asoló su cuerpo… El suelo estaba helado.
De un momento a otro, el suelo había sido cubierto de nieve. ¿Cuándo comenzó a nevar? Se preguntó vanamente. Sintiendo un frío anormal reptar por sus inmóviles extremidades, Subaru levantó la mirada para así ver lo que tenía al frente. Había estado tan enfocado en llegar al castillo, que no había prestado atención a que tanto había logrado acercarse a éste... Él jamás podría notarlo, pero una insana mancha negra se extendía por todo su cuerpo, parte de su rostro y extremidades.
Cuando por fin logró levantar dificultosamente su mirada, finalmente pudo vislumbrarlo. La silueta de ser de varias decenas de metros de altura, cubierta por el manto de la violenta ventisca, se elevaba por sobre lo que parecían ser los jardines del castillo. O al menos eso suponía Subaru, dado que realmente nunca había estado allí. Subaru se encontraba completamente entumecido, sus pensamientos se estaban congelando. Aun así, no pudo hacer más que preguntarse qué clase de ser era ese.
Sin embargo, el paisaje de blanco de pronto fue perturbado por una explosión, la ventisca amainó ligeramente y Subaru obtuvo una mejor visión de lo que estaba sucediendo el su lugar de destino. Parte del castillo fue reducido a escombros, muchos de los cuales llovieron sobre el ser, una bestia felina cuya gélida presencia congelaba todo a su paso. Una de las torres del castillo cayó por la falta de soporte, arrastrada por su propio peso. La bestia esquivó la gran estructura de concreto y movió una de sus gigantescas patas, parecía estar intentando golpear algo; de pronto, su pata fue reducida a una nebulosa de partículas de luz. La bestia luchaba contra un monstruo mucho menor en tamaño, pero superior en poder.
Subaru, aún en su estado entumecido por la hipotermia, fue sorprendido por el poder de aquel ser que enfrentaba a la bestia. Desde la distancia en la que se encontraba era difícil determinarlo, pero algo dentro de él le decía que fuera lo que fuera que estaba atacando a la bestia, no era una fuerza del bien. La bestia rugió, rayos gélidos surgiendo de su cuerpo. Parte del castillo y sus alrededores fueron cubiertos por una densa capa de hielo; fue inútil. Otra de sus patas fue desintegrada en un parpadeo.
Siendo testigo de un enfrentamiento de masivos poderes fuera de su comprensión, Subaru hizo un gesto de amargura, tragando la saliva que se había acumulado en su boca. Dada la situación en la que se encontraba, no creía ser capaz de mover libremente su cuerpo. Aun así, torpemente sacudió su cabeza para así poder dar un vistazo a sus alrededores. Una tundra, un desierto blanco.
La ciudadela que daba paso al castillo se encontraba forrada por cadáveres desintegrados, que difícilmente podían ser catalogados como restos humanos, y cadáveres congelados que parecían ser genuinas estatuas de puro hielo. Nieve y cadáveres, más nieve y más cadáveres. Se encontraba aislado en un desierto de gélida y putrefacta muerte. Completamente solo en un mundo inundando de fracasos, fracasos de su propia manufactura…
"Parece que sí aprendí a sobrevivir mejor…" Murmuró, con disgusto. Después de todo, finalmente había alcanzado una de sus metas; cuando pidió a Julius unírsele durante su entrenamiento, lo había hecho con extender su supervivencia en mente, después de todo… "Pero de que me sirve si todos aquellos a quienes aprecio terminan muriendo, sea frente a mis ojos, o lejos de mi alcance, donde soy incapaz de corregir sus destinos... Soy demasiado débil, que asco… ¡Que estúpido fui! Creí que podría protegerlos con la información obtenida a través del Regreso por Muerte, pero lo que puedo abarcar con mis patéticos brazos es mínimo, no me alcanza para proteger a todos aquellos a los que deseo proteger…"
Había sido necio, obstinado. Siendo movido por el miedo, por la patética cobardía nacida de su eterna debilidad, se había encerrado a sí mismo en una vergonzosa ilusión. Una ilusión de un mundo nacido de sus pensamientos indulgentes. Un mundo donde su vida no se volvería a encontrar en peligro, en el que no necesitaría de Halibel, en el que no volvería a morir.
Había sido un idiota, un estúpido y egoísta mocoso que neciamente se negaba a aceptar la cruda realidad. ¿De qué servía su resolución? ¿De qué servía su determinación? Nunca servirían de nada si no se preparaba de ante mano para el peor de los resultados, y aun así, él de poco serviría... Protegiendo patética y egoístamente su propia salud mental, había negligido de todas las señales. La catástrofe se acercaba, pero no quería creerlo; y por ello había cometido cientos de errores.
Le aterrorizaba asumir que volvería a morir, y por eso se había engañado a sí mismo con la idea de que, si no dependía de Halibel, si no planeaba maneras de lidiar con ello, ese catastrófico futuro nunca tendría lugar. Como era de esperarse, se había equivocado, y por ello pagaría con creces por sus pecados. La pereza, la pereza nacida de la cobardía. Volvería a morir, y el bucle se repetiría. Si tan solo hubiera utilizado mejor la información que había recibido antes del asedio del Culto de la Bruja, si tan solo la hubiera utilizado para prepararse de antemano.
Y aun así, una vez, quedaba demostrado que él no era un héroe; nada de ello alcanzaría. Regreso por Muerte nunca bastaría para que él asumiera ese puesto; nunca sería suficiente. Él nunca lograría rellenar ese molde. Por ello, solo podía enfocarse en proteger aquellos que estuvieran a su alcance, los destinos que bailaban en la palma de su mano serían los únicos que sería capaz de alterar, y solo se enfocaría en aquellos prioritarios para él. ¿Los demás? Odiaba admitirlo, pero en el fondo ya había comprendido que tarde o temprano tendría que abandonarlos por completo. Dar la espalda a los demás ya se había vuelto un hábito para él; era algo que, al menos, aquella parte alienada de él ya había abrazado por completo.
Otra explosión sacudió la nieve que rodeaba al castillo. No importaba cuanto luchara utilizando su enorme cuerpo o su magia de hielo, la bestia gélida no era rival para la fuerza condensada del ser que Subaru simplemente era incapaz de ver. Escombros llovieron sobre la bestia, que cayó de costado al suelo, su lomo de pelaje siendo sacudido por la ventisca. La bestia gélida estaba por morir y Subaru realmente no sabía cómo sentirse al respecto. ¿A quién apoyar? No sentía que pudiera ponerse del lado de ninguna de las dos fuerzas. Ojalá ambas murieran… Pensó.
Todo se estaba desvaneciendo en su mente, y ese era su último deseo… Si lo hacen, tal vez Anastasia y Mimi puedan sobrevivir… Si ambos monstruos desaparecen junto a mí, tal vez… Subaru pudo vislumbrar como las patas restantes de la bestia gélida eran desintegradas; él culpable seguía sin ser visible, pero deducir su identidad no podía resultar tan difícil. Una silueta de blanco que se camuflaba entre la nieve liberó una desquiciada risa de victoria; al mismo tiempo, Subaru llegó a su conclusión: Arzobispo de la Codicia.
Codicia, el pecado que Subaru había sospechado culpable de mermar las fuerzas del reino. Esa conclusión fue el último pensamiento racional que su mente pudo producir. Se encontraba al borde del abismo, un paso es todo lo que hacía falta. Fue entonces que, abruptamente, ambas fuerzas opositoras fueron engullidas por un potente rayo de luz, una luz que consumía todo a su paso, una luz que no indultaría a ningún villano.
Atestiguando el poder de una tercera fuerza a la que creía que realmente podría apoyar, aunque reluctantemente, y a la vez sintiendo una corrompida envidia, Subaru finalmente dio su último aliento. Un último vaho fue despedido de su boca y entonces dejó de respirar; sus pulmones habían sido congelados, así que su cuerpo, convertido en una estatua de hielo, ya no podría llevar a cabo tal función nunca más.
Cero días desde la Última Muerte (Once Muertes)
"… ¿Cuál es su plan, Subaru-sama?"
"¡Argh! ¡Coff! ¡Coff!" Abruptamente, el gélido paisaje de blanca y pura muerte fue reemplazado por una habitación de tonos opacos. A su lado había una mesa en la que cabían hasta seis personas y una pizarra de madera estaba colocada no muy lejos de ésta. Regresé, pensó Subaru, cayendo de rodillas. Sus extremidades carecían de fuerza, aunque lo cierto es que ello mismo aplicaba para el resto de su cuerpo. Otra lucha infernal contras las celosas sombras, que rápidamente se desvanecía de su memoria, había tenido lugar.
"¡Natsuki!" Otto, preocupado, se acercó a él. Subaru rápidamente llevó su mano frente su boca, así evitando otra patética demostración de su debilidad. Tragó forzosamente el vómito acumulado en su cavidad bucal y entonces levantó la mirada.
Su mirada se encontró con los ojos azules de Otto, que estaban cargados de preocupación, temor por él, su amigo, y por el futuro que se avecinaba; era de esperarse, dado que el punto de guardado estaba ubicado justamente en el momento en que Utada anunciaba el asedio del Culto de la Bruja. Otto, que había estado arrodillado frente a Subaru, se percató de que su mirada transmitía la suficiente determinación, por lo que se levantó y le extendió la mano. Subaru no reaccionó inmediatamente, solo se limitó a ver esa mano que tenía frente a sus ojos.
Subaru había regresado de un mundo congelado, un mundo que había muerto lentamente debido a sus pecados. La pereza nacida de su cobardía fue el primero de éstos que llegó a su mente. Los obstáculos que había llegado a encontrarse en el bucle anterior habían superado excesivamente todos aquellos con los que había lidiado antes. En ese momento, sin lugar a duda, el destino se estaba riendo con fuerza de él.
Antes de su primera muerte en ese, su cuarto ciclo de muertes, Subaru había perecido tras toparse con dos supuestos Arzobispos de Pecado en el límite entre el distrito comercial y el distrito de clase alta. Su cuerpo había sido prendido en llamas de ira, un fuego que consumió su patética vida, e incineró sus cobardes e indulgentes ilusiones autoimpuestas.
Subaru había creado una barrera alrededor de sí mismo para proteger su mente, corazón y alma del catastrófico destino que se avecinaba, negándose a aceptar que su vida volvería a ser cercenada. Y esa barrera ilusoria de patéticas esperanzas infundadas había sido reducida a cenizas. Cenizas que fueron causa de burla de la mujer que se había apoderado de la Plaza Farsale, en la zona sur del distrito de la nobleza.
Si se guiaba por sus presunciones, entonces Capella Emerada Lugunica era la tercer Arzobispo del Pecado que se había encontrado en la Capital Real. Su escape de las garras de esa mujer no había sido más que una casualidad, una jugarreta del destino, cuyo real objetivo era llevarlo a las entrañas del gélido infierno que era el Castillo Real. Allí, Subaru había presenciado, aunque dificultosamente debido a la distancia y a la ventisca que asolaba la capital, el combate entre dos monstruosos seres.
La identidad de uno de ellos, Subaru creía haberla deducido; el abrumadoramente poderoso Arzobispo de la Codicia. Quien, posiblemente, también era el principal culpable de que los guardias reales no descendieran a defender los distritos más bajos de la capital. Porque no cabía duda de que todo guerrero que se hubiera encontrado en estos durante el ataque, ya había sido aniquilado. Prueba de ello era la asoladora masacre que estaban por encontrarse al salir del hogar de Leith.
La identidad del otro era desconocida. Se trataba de una bestia gélida cuya masiva figura no cuadraba con la de un Arzobispo del Pecado. Aun así, era una monstruosa criatura que, con su gélida aura hostil, había cubierto la capital de nieve y había causado su última muerte, la segunda en el actual ciclo de muertes. Subaru no podía considerar a esa bestia como un aliado. Después estaba la tercera fuerza, la que había irradiado una fuerza abrumadora que había iluminado todo su campo de visión en sus últimos segundos de vida.
Solo una persona venía a la mente de Subaru si buscaba a alguien capaz de llevar a cabo un ataque como ese y aun así transmitir la sensación de "estar salvado"; aunque de nada había servido en realidad, dado que realmente había muerto. Envidia y admiración, una persona causaba esos sentimientos en él, y aunque la respuesta bien podía ser Julius, en este caso creía estar en lo correcto al pensar en el Santo de la Espada, Reinhard Van Astrea.
Si se trataba de él… Aun así, la presencia de ese hombre, aquel que había levantado el peso de aquella abrumadora promesa de sus hombros, no había bastado para salvar al castillo de la desgracia… Cuatro Arzobispos, Subaru se había encontrado, si sus deducciones eran correctas, con cuatro Arzobispos. Una fuerza enemiga que ni siquiera Reinhard Van Astrea podía mantener bajo control con su divina fuerza de santo.
Dos en el este del distrito comercial, una en el sur del distrito de la nobleza y uno en el Castillo Real. Tomando en consideración que Gula había sido asesinado por el Demonio de la Espada, Wilhelm Van Astrea, entonces ello solo le dejaba con dos opciones restantes a mano. Sin embargo… ¿Acaso existía el Arzobispo de la Envidia? Celos son casi lo mismo que envidia, por lo tanto, no sería extraño que, por respeto a su deidad, su fundadora, o lo que significara Satella para el Culto de la Bruja, no existiera la posición del Arzobispo de la Envidia.
Seis, si estaba en lo correcto, entonces deberían existir seis Arzobispos del Pecado. Subaru no estaba seguro de que sucedería tras la muerte de uno de los arzobispos, pero suponía que, en caso de que este fuera reemplazado, el culto todavía no había tenido el tiempo necesario para nombrar a un nuevo Arzobispo de la Gula. En ese caso, solo tendría que encontrarse con uno más de ellos.
Sin embargo, Subaru estaba convencido de que las posibilidades de encontrarlo serían mínimas… Después de todo, aparentemente los dos posibles arzobispos encargados de los barrios bajos y el distrito comercial trabajaban juntos, barriendo la ciudad de este a oeste. Mientras evitara el este, podría eludirlos.
Lujuria estaba ubicada en una plaza al sur del área de clase alta, mientras evitara acercarse a la zona cercana a la plaza, lograría evitar encontrarse con ella. A Codicia no podría evitarlo, sin embargo, mientras Reinhard lo mantuviera ocupado, el tomaría el brazo de Anastasia y escaparía de allí. No, ese no era un plan realista. Antes de comenzar a pensar a futuro, era pertinente llegar rápidamente al Castillo Real para entonces finalmente conocer el panorama completo.
Tres Arzobispos del Pecado serían los obstáculos por sortear. Una vez lograra superar la tóxica barrera presentada por Lujuria, solo tendría que preocuparse por escapar de los cultistas de bajo rango y guardias del reino que quisieran detener su avance al castillo. Ambos grupos estarían demasiado enfocados luchando entre sí, así que tenía confianza de que podría repetirlo.
Tenía que abandonar ese cascaron de traumas que le impedía avanzar. Sin importar las consecuencias, sin importar el cómo, seguiría adelante y alcanzaría sus objetivos. Solo de esa forma realmente lograría dejar de ser una carga, dejaría de ser peso muerto. Su debilidad le hacía inútil, así que una vez más se aferraría a ese alienado fragmento de su ser que utilizaba el odio y la ira como combustible. No tenía tiempo que perder…
Subaru finalmente tomó la mano de Otto, agradeciéndole por ello. Esta vez su resolución no había flaqueado, el gélido aliento de la bestia no había congelado su determinación. Mientras tuviera algo a lo que aferrarse, podría seguir adelante, por ello no importaba que la muerte se encontrara a la vuelta de la esquina. Tenía que salvar a Anastasia, tenía que vengarse de todos aquellos que sembraron sufrimiento en su corazón. Mientras la ira y el odio ardieran en su corazón, podría ignorar la agonía que resquebrajaba cada vez más su mente.
"Voy a arruinar sus planes…" Susurró Subaru, pensando en la mirada enloquecida del primer posible Arzobispo, en el cuerpo vendado del segundo posible arzobispo, en la sonrisa sádica de Capella y en el cuerpo de blanco que se camuflaba en la nieve del probable Arzobispo de la Codicia. Moliendo sus muelas, Subaru finalmente visualizó la imagen de un ser sin rostro, se trataba del "Cliente".
"¿Natsuki?" Otto le llamó, confundido. Subaru reaccionó entonces y se percató de que su mano seguía anclada a la de Otto. Soltando la palma de su amigo, Subaru procedió a relatar lo que había visto en su "visión".
"… ¿Sabes dónde están los Arzobispos?" Le cuestionó Utada, apareciendo de pronto en su campo de visión. Subaru había revelado como, tras encontrarse con dos Arzobispos del Pecado sin identificar en el distrito comercial, habían logrado escapar solo para ser capturados por el Arzobispo de la Lujuria; a parir de allí, había relatado lo sucedido al final del bucle anterior casi sin alterar.
Otto se encontraba estupefacto, Leith tan siquiera había emitido sonido alguno; era de esperarse que ambos reaccionaran así, dado que sus mentes eran mucho más frágiles que la del guerrero de pelaje rayado. Sin embargo, Utada, que se había encontrado a sus espaldas, de pronto lo cuestionó apareciendo frente a él. Subaru no lo sabía, pero hasta hace unos segundos, Utada había considerado seriamente el tomar su vida; después de todo, la peste de la bruja emanaba violentamente de su cuerpo.
"Así es. Como decía, hay dos en el noreste del distrito comercial, una al sur de la zona de clase alta y, finalmente, uno en el castillo. Mi visión acaba con todo cubierto de nieve, pero parece que ello no está relacionado con el Culto de la Bruja… Aun así, me gustaría que llegáramos ahí antes de que eso suceda." Subaru estaba evitando revelar detalles de más, después de todo, lo que menos deseaba era ser bombardeado por preguntas que no tenía tiempo a contestar.
"Entiendo…" Murmuró Utada. Subaru detectó un brillo peligroso en su mirada y se vio en la necesidad de adelantarse a las palabras de éste.
"No podrás derrotarlos, Utada." Afirmó, mirándolo seriamente. "Si realmente deseas luchar contra ellos, lo mejor sería que esperaras a que lleguemos al castillo e informemos sobre el estado del sur de la ciudad."
"¡Pero…!" Subaru conocía esa mirada, era el odio siendo regurgitado por las pupilas.
"Te entiendo..." Le dijo, una sonrisa torcida en su rostro. "Pude ver en mi visión que sientes un enorme odio hacia el Culto de la Bruja. Sé que deseas vengarte por lo que sea que te hicieron. Aun así, no podrás conseguirlo; al menos no solo… Así que espera un poco más. Cumple con las ordenes de Anastasia." Desconcertado por la firmeza de las palabras de Subaru, Utada aceptó a regañadientes. Utada, que no sabía cómo leer las intenciones de Subaru, reconoció que lo mejor era no dejarse llevar por las emociones. Satisfecho, Subaru asintió. "En ese caso, partamos de inmediato. Debemos aprovechar este momento para escapar en dirección noroeste, con suerte, evitaremos acercarnos demasiado a la Plaza Farsale; ahí es donde se encuentra el Arzobispo de la Lujuria. Entre menos tiempo desperdiciemos, menos necesitaremos desviarnos hacia oeste."
Con el ceño fruncido y su estómago hecho un nudo, Subaru señaló la puerta de salida vehementemente. Solo había un camino que seguir, y entre más rápido empezara a hacerlo, mayores serían sus probabilidades de éxito. ¿Qué su mente aún no había terminado de procesar todo lo ocurrido durante el bucle anterior? ¿Qué su corazón estaba siendo apretado fuertemente por la presión de un futuro que hedía a muerte? ¿Qué las dudas sobre sus métodos y su valor como individuo eran más abrumadoras que nunca? ¿Qué su mente estaba siendo asolada por un huracán de ideas contradictorias? Nada de eso realmente importaba.
Sin embargo, cegado por sus propios objetivos por alcanzar, negligió de lo todo lo que le rodeaba. Había dejado de ver a aquellos que le acompañaban como personas… Después de todo, habiéndose visto en la necesidad de dejarlos atrás en dos ocasiones, Subaru no podía pensar en ellos más que en cargas que eventualmente se sumarían a las cicatrices emocionales que envolvían su maltrecho corazón. Subaru, en el fondo, ya había asumido que no sería capaz de seguir jugando con sus destinos…
¿Cuántas veces los vería morir antes de que finalmente alcanzara su tan deseado objetivo, que era llegar al Castillo Real y evitar la muerte de Anastasia Hoshin y su pequeña guardaespaldas? Subaru no era capaz de evitar sus muertes, así como no lo era el poder físico de Utada, el demihumano de gran fuerza. El fallecimiento de ellos no estaba ligado a la falta de bondad o a la falta de lealtad hacia su amistad.
Subaru en efecto le debía mucho tanto a Otto como a Leith, pero ninguno de los dos realmente era capaz de lidiar con los eventos próximos. Utada, aunque era superior en muchos sentidos a ellos, aun así se quedaba corto al lado de la amenaza que presentaba el Culto de la Bruja. ¿Cuántas veces los vería morir? Subaru realmente no podía seguir preocupándose por sus existencias, de lo contrario perdería el pequeño ápice de cordura que le quedaba. Daría por sentado sus existencias y seguiría adelante, siempre con la mirada fija en su objetivo. Ultimadamente, ninguno de los tres era una existencia prioritaria para Subaru…
"S-Subaru… mi familia…" Entonces una turbada voz alcanzó los oídos del pelinegro, que se detuvo en seco. Lo había olvidado… Estaba tan centrado en llegar al castillo, que realmente había olvidado la trágica escena de masacre que involucraba a la familia de Leith.
"No podemos." Respondió Subaru tajantemente; el destino de la familia de Leith ahora naufragaba lejos de su alcance; con sus débiles brazos no podía abarcar más que un par de vidas. No había manera de que volviera a perder, en vano, valioso tiempo yendo hasta la tumba que era la casa de la familia de Leith. Otto, perplejo, le miró directamente a los ojos; Subaru no se atrevió a mantenerle la mirada. Los estaba traicionando, a sus amigos, estaba abandonándolos…
"Natsuki, podríamos desviarnos un poco…" Otto estaba dispuesto a velar por Leith, por supuesto que sí. Las cosas no podían ser de otra forma. Subaru rápidamente lo interrumpió.
"Es inútil. Están muertos. Fueron masacrados por el Culto de la Bruja y sus cuerpos fueron profanados. Si vamos allá, solo obtendremos como resultado una cicatriz que nunca desaparecerá, sin importar lo que pase…" Subaru lo sabía, Subaru lo había experimentado en carne propia.
"¿Las visiones, Subaru-sama?" Le cuestionó Utada, haciéndose notar de nuevo.
"¡Exacto! Ya vi lo que está por suceder, es inevitable, así que debemos olvidarnos de eso y seguir adelante. Solo así tendremos algunas posibilidades de sobrevivir; serán mínimas, pero las tendremos." Subaru estaba esforzándose por mantener la compostura, pero realmente le estaba resultando una tarea de lo más difícil.
"Sigh…" Con un suspiro, Otto meneó la cabeza. Al parecer se había recuperado parcialmente del impacto inducido por las palabras de Subaru. "No podemos estar completamente seguros, ¿o sí? Creo que Leith merece al menos la oportunidad de corroborar el estado de su familia con sus propios ojos. No a través de… los tuyos."
"No digas estupideces, Otto. Ese ingenuo optimismo tuyo no sirve de nada cuando se lidia con lunáticos como el Culto de la Bruja. Si vamos, estaremos colocando una soga sobre nuestros cuellos, solo hará falta un empujón y seremos lanzados a nuestras muertes."
"Aun así… No me gustaría hacerle eso a Leith…" Alicaído, Otto señaló con la mirada a Leith, cuyo pálido rostro daba la sensación de que se desvanecería de la realidad en cualquier momento; eso es lo que sucede cuando se vive por otras personas y no uno mismo, pensó hipócritamente Subaru. No, Subaru realmente empatizaba con el sentimiento, pero no estaba dispuesto a complacer a sus amigos. No si ello implicaba nunca recuperar el control sobre el destino de Anastasia.
"¡¿Es que acaso no lo entiendes?!" Frustrado, Subaru recordó el dolor de sus dos muertes anteriores. Muertes banales, carentes de valor. Después de danzar con la muerte torpemente, había perdido su vida sin alcanzar ninguno de sus objetivos, sin proteger a nadie. Ambas ocasiones murió incapaz de hacer nada más que huir patéticamente. "¡Mis visiones no se equivocan, nunca! ¡Si mi vida está en peligro, el futuro me será mostrado, así de simple! ¡Si no hago nada por cambiarlo, entonces simplemente perderemos nuestras vidas! ¡No ganaremos nada yendo hasta la casa de los familiares de Leith, solo perderemos tiempo! ¡Así que cállate y has lo que sea que te diga que es mejor hacer!"
Hiperventilando, Subaru enfocó su mirada enrojecida en los rostros de Otto y Leith. Un solo vistazo bastó para que lo entendiera. Había perdido sus confianzas… Los había lastimado con sus palabras… No, los había lastimado con la realidad. Si ellos simplemente no eran capaces de digerir la cruda realidad que les esperaba si no actuaban acorde a sus palabras, entonces tendría que dejarlos atrás. Tal vez había miles de maneras mejores para lidiar con tal situación, sin embargo, él simplemente no tenía tiempo para lidiar con ellos; esa sería la despedida. Ellos no era prioridad…
"Natsu-" Intentó decir Otto, pero él le interrumpió.
"Hagan lo que quieran, no me importa." Y con esas palabras, una vez más les dio la espalda y se acercó a la puerta que separaría sus destinos. Antes de atravesar ese decisivo umbral del destino, se detuvo una última vez. Sin voltearse, declaró. "Gracias por todo… De no ser por ustedes, no estoy seguro de dónde estaría hoy. Tal vez nunca hubiera encontrado algo a lo que podría dedicarme en esta vida, tal vez nunca hubiera encontrado el camino que tenía que recorrer, tal vez nunca habría encontrado a la mujer que quiero seguir hasta ver sentada en el trono de este reino… Así que gracias… y adiós." Con esas palabras, Subaru abandonó el que una vez fue el taller donde todo comenzó. Su debilidad le impedía abarcar más que unas cuantas vidas, y las de sus colegas no se encontraban entre ellas; por ello, se odiaba a sí mismo con ardiente intensidad…
