Capítulo 42: Historias cruzadas
La primera vez que vio aquella pequeña sorpresa, un día y medio después, en el despacho que le habían asignado durante su estancia en el castillo se quiso morir. Así, de manera instantánea, para evitarse el sufrimiento. La razón de estas ganas de dejar vivir era los enormes montones de carpetas, artículos y documentos colocados a ambos lados de la superficie de madera de aproximadamente un metro de grosor. Obviamente uno procedente de la Policía Militar y otro del Cuerpo de Exploración. No obstante, a pesar de que el primero había sido escrito por varias personas, el otro era enteramente procedente de una única persona: su madre.
Su reacción ante esa cantidad de trabajo fue unos terribles deseos de gritar al cielo el porqué su madre no se estuvo quieta y tranquila. Y lo peor es que no era el TOTAL de sus investigaciones. Ahora entendía totalmente el profundo fanatismo de Hange hacía ella, estaban igual de obsesionadas con el saber.
Resignada ya que aquello tomaría bastante tiempo, rodeó la mesa y ,dejándose caer sobre la cómoda silla lujosa, empezó a leer una de las carpetas y a apuntar en un informe los datos que le resultaran llamativos, importantes o interesantes relacionados con la Ciudad Subterránea empezando por la parte de la Policía Militar.
Conforme pasaban las horas, hubo varias cosas que le llamó la atención. La primera fue la escasez de detalle en las prácticas realizadas en la zona subterránea. En cada informe, se explicaba en unas pocas líneas, casi con pereza, los sucesos ocurridos y lo hecho por la Policía. _ le daba sensación de que estaba escrito básicamente por cumplir. Por lo que ello le indicaba que la Policía Militar durante el capitaneo del anterior encargado de la zona podrían no haberse aplicado en su trabajo lo suficiente. En segundo lugar, tenía entendido que los Policías Militares tenían permiso y acceso al uso de EMT, entonces… ¿Cómo no podían haber detenido en tantos años a niños que únicamente corrían por las calles? Era demasiado inconcebible, incluso para alguien que no estuviera acostumbrado completamente a su empleo le resultaría fácil alcanzar a alguien que camina. Además, otro hecho sospechoso fue que únicamente tras el encarcelamiento del encargado, pudieron conseguir atrapar a uno de esos niños. Demasiado oportuno para ser casualidad.
A decir verdad, no le gustaba la dirección a la que estaba yendo aquella investigación. No quería sacar suposiciones precipitadas. Por ello, queriendo evadirse un poco de aquella mala sensación que empezaba a azotarla, cerró el último documento que había ojeado, dejando aparcada esa parte de la indagación, y empezó por el montón del Cuerpo de Exploración.
Decir que su madre había aportado grandes descubrimientos respecto al misterio entorno a los titanes no era ninguna tontería. Cada carpeta estaba plagada de diferentes datos acerca de las diferentes alturas, tipos, comportamientos y demás información de ellos que podía ser útiles para las siguientes generaciones de investigadores. Mientras que algunos simplemente los describían, otros aportaban diversas teorías acerca de su origen o actuar. _ observó a través de la fina y elegante letra de su madre los tantos años dedicados a la causa. Se podía palpar con cada trazo la ilusión y emoción de un nuevo dato descubierto e incluso los deseos de que pueda llegar a ser de provecho.
Una vez más, la morena sonrió con un poco de tristeza, hinchando su pecho de orgullo ante la admirable madre que había tenido.
…
Un olor agradable se coló por sus fosas nasales, causando que la morena encogiera por un instante el gesto. Adormecida, _ abrió lentamente los ojos, olfateando casi como un perro. Lo primero que sus orbes grises vieron tras despertarse fue su brazo derecho apoyado contra la mesa, cuya mano todavía agarraba un bolígrafo, el cual al haberse quedado por tanto tiempo apoyado en la hoja, había dejado una enorme mancha en el papel en blanco que había bajo este. Parpadeando lentamente, empezó a comprender que se había quedado frita durante la investigación. Gruñendo con pereza, se incorporó poco a poco y, cuando estuvo totalmente erguida, alzó uno de sus brazos y dejó que su cuerpo tronada, enviándole una sensación agradable al cuerpo. Una vez más, el aroma llamó su atención y, entonces descendiendo su mirada, se dio cuenta de que delante de ella, sobre la mesa había una taza repleta de un líquido marrón. Era café.
Un repentino sonido de una hoja siendo pasada atrajo a sus ojos, desviándolos de aquella sorpresa, para encontrarse con otra. Sentado en una de las sillas que había frente al escritorio, Levi, con ropa civil, se encontraba completamente sumergido en la lectura de uno de los documentos de Leena Morgan. El hombre, con las piernas cruzadas, apoyaba la carpeta contra su rodilla para su mayor comodidad mientras sus manos pasaban de manera lenta las hojas tras ser leídas bajo su concentrada vista. Al sentir de pronto la mirada de _ sobre él, Levi despegó los ojos de las líneas trazadas en el papel y los conectó con los de la morena.
-Veo que por fín te has despertado de tu siesta-Comentó casualmente, sin sarcasmo, volviendo a bajar la mirada hacia el documento que portaba entre sus manos. De manera tranquila, sus ojos fueron moviéndose por las líneas de aquel papel- Hange se alegrará de ello. Estaba muy preocupada por tí. Llevas varios días encerrada aquí, casi sin comer ni beber y apenas durmiendo nada.
_ no le contestó nada. La morena simplemente mantuvo sus ojos pegados en el hombre, sumergida en sus propios pensamientos.
En varios de los estudios realizados por su madre en los que se mencionaba la Ciudad Subterránea, siempre nombraba a un pequeño grupo -sin especificar nombres, seguramente debido a su origen ilícito-, que siempre la ayudaba en sus investigaciones, tanto en relación a los Niños Topo como para poder sobrevivir en las circunstancias tan extremas dentro del lugar. Cabe concretar que no hubo mucho éxito en ese proyecto puesto que al parecer la presencia de la Policía Militar y varias bandas supusieron un enorme obstáculo para la continuación de la investigación; no obstante, pudieron conocer datos como los diferentes trabajos que realizaban los infantes, sus diferentes escondrijos y rutas, las distintas habilidades y dotes… Por ello, a pesar de no conseguir mejorar su situación, obtuvieron conocimientos suficientes para asentar una base para los próximos que quisieran continuar con el camino trazado por su madre.
El haber pasado por tantas dificultades para averiguar aquello tuvo que suponer poner en riesgo la vida, la integridad e, incluso, la libertad de los miembros de aquel grupo. Parecía demasiado riesgo para un par de monedas dado la enorme red que parecía tener las mentes maestras tras los Niños Topo… _ apretó los labios manteniendo su insistente mirada sobre Levi, mientras sus pensamientos continuaban en aquella línea ¿Quién en su sano juicio, viviendo en aquellas condiciones, se expondría de esa manera?
Llegados a ese punto, _ no pudo aguantar más la curiosidad.
-Capitán-Le llamó con un tono serio. El hombre de pelo negro alzó los ojos y puso de nuevo toda su atención sobre la morena, con una mirada inexpresiva- Dime… ¿Cómo conociste a mi madre?
Año 835. Ciudad Subterránea.
-Capitana, la Ciudad Subterránea es un antro muy hostil y sucio...No debería querer inmiscuirse entre su gente- Le aconsejó Oliver por decimoquinta vez en ese día, observando desde arriba y con cierto recelo la entrada a dicho lugar- La gran mayoría son unos criminales violentos y sucios, sin esperanzas de reintegración en la sociedad.
-Oliver- Leena Morgan, con ropas de civil, con un pie bajo del siguiente escalón, alzó el rostro y lo miró con seriedad- Son personas que no han tenido las mismas oportunidades que nosotros en la vida. Tú mismo has escuchado las terribles noticias acerca de los Niños Topo, por lo que deberías estar más dispuesto a ayudarles a salir de ese agujero de desgracias.
Hacía un par de días que la capitana Leena había recibido la aprobación del Comandante del Cuerpo de Exploración para infiltrarse en la Ciudad Subterránea y observar el asunto de esos pobres niños. A pesar de ser aquella la jurisdicción de la Policía Militar, pues su labor principal era mantener la paz y seguridad dentro de las murallas, parecía que se habían puesto una venda en los ojos ante la situación tan devastadora de los ciudadanos que vivían bajo sus pies. Por ello, tras escuchar las terribles noticias acerca de la vida en aquel lugar durante una reunión rutinaria con las tres divisiones del Ejército de las Murallas, algo se activó en el cerebro de Leena que la impulsó a proponer esa locura a su comandante Keith Shadis. Al principio, este se mostró reacio ante esa idea, pues si alguien la descubría, podría tener graves problemas con la Policía Militar. Sin embargo, tras argumentar las grandes pérdidas económicas que sufrían a causa de las prácticas criminales que obligaban a hacer a esos pobres infantes, consiguió que le dieran luz verde para la operación con el propósito de conseguir pruebas de la situación para llevar el asunto a los altos mandos militares.
-Solamente estoy preocupado por usted, capitana- Bajó la vista el hombre de tez morena, apretando la mandíbula.
-Y te lo agradezco, Oliver- Asintió esbozando una dulce sonrisa, alzando la mano y palmeando el antebrazo- Pero en estos momentos yo soy lo menos importante.
Sin que la preocupación de su segundo al mando pudiera detenerla, Leena se despidió con la mano y se internó en las profundidades de la Ciudad Subterránea. Cuando descendió las escaleras de la entrada, se adentró en una multitud de túneles de piedra que le recordaron a las madrigueras de los conejos cercanos a su hogar. Estos estaban iluminados muy tenuemente por pequeñas antorchas, mostrando su aspecto poco pulcro y desgastado por la humedad del lugar. Un par de veces estuvo a punto de resbalarse debido a la pronunciada inclinación de estos. Al cabo de media hora, se topó con otras escaleras que descendían hasta un punto iluminado, donde, desde arriba, vio a un par de hombres, custodiar la salida/entrada del lugar. Tranquilamente, descendió los escalones y se paró frente a ambos, sacando de uno de sus bolsillos un pase falsificado para adentrarse en dicha ciudad. Uno de ellos, lo cogió y lo examinó con ojo inquisitivo, alzando un par de veces la mirada. Dándolo por válido, se lo tendió de nuevo y le gruñó un "pasa", permitiéndole la entrada a Leena.
Sin darle mucha importancia, la mujer de pelo negro pasó el control tranquilamente y se detuvo a unos pocos pasos de la salida de aquellos túneles, sintiendose emocionada. Y cómo para no estarlo, estaba a unos metros de contemplar la célebre Ciudad Subterránea, el lugar más protegido de todas las Murallas. Oh, bueno, eso era antes de que la vida en aquel lugar se complicara demasiado. Pero eso estaba por cambiar, ella misma se encargaría de ello.
Inspirando y expirando, se dio ánimos a sí misma y entonces, dio los pasos restantes que la separaba. Para sorpresa de ella, una luz brillante logró cegarla cuando salió de la entrada, forzándola a protegerse los ojos de tanta claridad molesta. Al cabo de unos segundos de incomodidad, su vista pareció acostumbrarse, permitiéndole retirar sus manos de su rostro y observar la magnífica Ciudad Subterránea. Con el aire saliéndose de los pulmones, admiró la belleza de aquel lugar. Grandes columnas adornadas con piedras luminosas mantenían el techo sobre sus cabezas e iluminaba el lugar. Aunque similar a la arquitectura de las ciudades de la superficie, las casas del lugar formaban un enorme laberinto, desorganizado, con el que cualquiera perfectamente podría perderse. Podía parecer sucia y desordenada, pero aquel lugar era digno de elogio. Se mantenía en pie a pesar de todas las devastadoras circunstancias.
-Allá vamos- Murmuró para sí misma, colocándose la capucha en la cabeza e iniciando la caminata hacia la entrada de la ciudad.
Minutos después, toda la emoción del lugar se había reducido a impotencia y rabia. E incluso vergüenza hacia sí misma. Ella que había vivido con todo lo que había necesitado y más, ahora se encontraba frente a la cruda realidad, sintiéndose una asquerosa egoísta. Entre la muchedumbre en la cual se ingresó nada más entrar en las calles, pudo ver el modo de vida tan lamentable de sus ciudadanos. Niños raquíticos, mendigando o incluso peleando por comida. Hombres, también en los huesos y sucios, tumbados en el suelo incapaces de mover las piernas debido a la falta de luz solar. Mujeres que, en vez de morirse de hambre, se veían obligadas a vender su cuerpo y algo más a cualquiera que tuviera una mísera moneda. Todo eso sucedía debajo del distrito más rico de todas las tres murallas, sin que nadie pudiera verlo.
Con la mandíbula tensa, avanzó sin permitirse desviar la mirada de aquella verdad. Puede que estuviera esta vez por los Niños Topo, pero, algún día, se aseguraría de que las cosas en aquel lugar cambiarán.
Lo primero que hizo, nada más adentrarse en la ciudad, fue buscar una posada, lo más céntrica posible del lugar. Allí se quedaría por una semana (el máximo de tiempo que le había permitido Keith Shadis), investigando y averiguando lo máximo posible de las horribles prácticas que tenían lugar en la Ciudad Subterránea. Una vez que la encontró, pagó el tiempo que se quedaría, obteniendo una llave oxidada, y subió a su habitación, para escribir en una libreta lo observado en su primera impresión del lugar. No omitió ningún detalle, ni en ese momento ni en cualquier otro. Deseaba que a través de sus escritos, la sociedad abriera los ojos y dejara de permitir aquello. Cuando hubo finalizado, decidió dar una vuelta por la ciudad, para adaptarse al entorno y conocer sus calles. Por lo que, recogiendo todas sus pertenencias, se marchó de la posada e inició su exploración.
Durante su recorrido, estuvo atenta de la dirección a la que iba para saber como volver, pues sí no tenía cuidado, podría perderse. No obstante, su atención no únicamente se centraba en las calles o escaleras que pasaba, sino de las gentes y sobre todo, de los niños, los que contenían una marca muy llamativa en la frente, en específico. Pero a pesar de su búsqueda exhaustiva, no encontró ningún infante que reuniera esas características, por lo que después de varias horas recorriendo calles arriba, calles bajo, volvió a la posada. Lo esperaba, sabía que no sería tan fácil.
Los dos siguientes días fueron bastante similares al primero, con la diferencia de que poco a poco se iba conociendo las calles, los atajos y ,además, había tenido la suerte de ver actuar a un Niño Topo, justo delante de sus narices. Sucedió a la vuelta a la posada del tercer día, pasando por una calle repleta de telas colgadas de un edificio al otro y con varios puestos de mercado, vio como un niño de unos 10 años de edad con tez morena y una llamativa cicatriz en la frente, asaltaba con una profesionalidad abrumadora para su edad uno de los comercios. Empleando como arma y herramienta, un mísero bastón; el infante pudo enfrentar y vencer al vendedor del lugar (un hombre bastante corpulento) y robar una determinada caja que escondía este tras el mostrador. Viendo esa la oportunidad que llevaba buscando, Leena inició una persecución junto con varios individuos iracundos por todas las calles, intentando alcanzar al chico que se movía con una agilidad casi absurda, utilizando su bastón para impulsarse y subir a los techos de las casas o esquivar obstáculos a pesar de tener una de las manos ocupadas. No obstante, aquella carrera no duró mucho, porque enseguida el chico se internó en una zona de la ciudad donde lo perdieron irremediablemente.
La mujer, deteniéndose frente a aquel lugar, se inclinó hacia delante y resopló con cansancio, junto a los otros perseguidores, igualmente exhaustos que ella.
-¡Maldito bastardo, se nos ha escapado otra vez!-Gruñó uno de los hombres.
-Siempre que se esconden en la madriguera los perdemos, no deberías sorprenderte a estas alturas- Le recriminó una mujer con el rostro rojo de la carrera. Con el ceño fruncido, esta sacó amenazantemente un cuchillo, señalando al hombre anterior- La próxima vez, antes de que siquiera echen a correr, los apuñalamos. Así estoy segura de que no volverán más.
La madriguera era el nombre que le habían puesto los residentes de la Ciudad Subterránea al lugar donde los Niños Topo, tras cometer sus delitos, daban esquinazo a sus perseguidores. Era una zona donde las casas habían sido construidas extremadamente juntas las unas de las otras, impidiendo que alguien corpulento pudiera pasar entre sus calles. Allí, aprovechándose de su complexión, los Niños se internaban y recorrían aquellas callejuelas como si fueran unos ratoncitos, desapareciendo de la faz de la tierra. Una idea brillante. admitió la mujer, y una oportunidad para Leena, pues ya sabía el sitio donde más probabilidades había de que se topara con esos niños.
A la mañana siguiente, la morena alta se situó sobre los tejados de aquella zona, con los sentidos puestos al máximo ante cualquier movimiento fuera de lo normal en aquellas calles. Al contrario que los anteriores días, que había estado perdida completamente en aquella ciudad, hoy estaba segura de que avanzaría en su investigación. Tenía ese presentimiento tan fuerte que casi ya daba por hecho su éxito. Por ello, con buen humor, se dedicó a observar desde las alturas las vías de alrededor, a la espera de que cualquier niño topo apareciera.
Lamentablemente, con el paso de las horas, su positivismo se fue desinflando como un globo. Esperar a que vinieran parecía no ser una buena idea, puesto que desconocía cuando aparecerían, pero era la única que tenía hasta el momento. No sabía cuántas horas llevaba en los techos, pero a juzgar por los ruidos insistentes y puntances de su estómago, las suficientes como para considerar que hoy no había tenido suerte.
Con un chasquido de lengua, se incorporó con molestia. A decir verdad, estaba un poco preocupada, solo le faltaban tres días para volver a la superficie y lo único que había descubierto era el lugar donde los niños topos huían. A este paso, Keith cancelaría aquella investigación y aquellas criaturas se quedarían desamparadas a su suerte. Anímicamente decaída por esa posibilidad tan probable, se aproximó al borde del techo para saltar al suelo y marcharse a comer. Entonces, cuando se agachó para dejarse caer, algo demasiado rápido para su vista apareció frente a ella e impactó contra su cuerpo. Dada su posición tan inestable, no pudo aguantarlo. Con violencia, ambos cayeron hacia atrás, golpeándose Leena la espalda contra el suelo del techo.
Aquello causó que la mujer emitiera un pequeño jadeo de dolor, cerrando los ojos al sentir el duro impacto en la parte posterior de su cuerpo. Rogó porque no se hubiera roto nada.
Casi al instante, un sonido se escuchó a sus pies seguido de unos pasos que se acercaron hacia ella, con rapidez.
-¡Oh, no!-Gritó una voz masculina, cuyo timbre variaba de agudo y grave. Este, a juzgar por el tono empleado, parecía realmente nervioso-¡Mierda, tenemos que darnos prisa, se están acercando!
-¡Joder, aparta, maldita abuela!- Otra voz de un chico con toques estar también en edad de pubertad, esta vez sobre ella, le gruñó de malas maneras-Tsk. Mira por donde vas.
Una oleada de ira causó que abriera los ojos de golpe, sin dar crédito a lo que sus JÓVENES oídos de 36 años escuchaban ¿¡Qué le había dicho qué!? Con ganas de pegarle una colleja al maldito niño que le había dicho eso, giró su cuerpo al sentir como el peso extra se quitaba con mucha urgencia y sin ningún tipo de delicadeza de encima y, cuando dirigió su mirada enfurecida en su dirección, Leena solo pudo ver a las dos espaldas de dos adolescentes corriendo con gran habilidad en los techos de las casas pegadas unas a la otras.
Incorporándose de golpe con la intención de seguir en el acto a estos mequetrefes (obligándose en el acto de lo que había ido a hacer ahí), escuchó unos pasos procedentes de la calle de abajo. Con un rápido vistazo, inclinando su cuerpo hacia el borde, vio cómo un grupo de hombres y mujeres justo en aquel momento habían llegado a las puertas del laberinto, con los rostros rojos del esfuerzo y la rabia.
-¡Maldito sean esos gamberros, nos han vuelto a robar!-Exclamó con mucha rabia una mujer lanzando una sartén contra la pared de enfrente-¡La próxima vez que los vea les voy a matar a golpes!
Ante las quejas de aquella persona, la cabeza de la morena, previamente repleta de pensamientos de venganza e ira, se despejó completamente, dándose cuenta de que aquella podría ser la oportunidad que estaba esperando. Sin perder más su tiempo, arrancó a correr en la misma dirección donde se habían marchado aquellos niños, saltando entre casa y casa, con su corazón latiendo esperanzado. Debía alcanzarlos.
Persiguiendo su punto en la lejanía, Leena corrió como si su alma se la llevara el diablo, hasta que, de pronto, aquellos niños descendieron de los tejados, comenzando a recorrer las calles ya más anchas de la Ciudad Subterránea. Sin ningún tipo de miedo o titubeo, la mujer saltó de la parte más alta de la última casa y, cuando sus pies tocaron el suelo, rodó por este para después ponerse de pie y continuar corriendo. Estaba acercándose a los dos infantes.
Viendo como los dos chicos giraban una esquina, la morena hizo lo propio y derrapando por el suelo lleno de arena, quedó frente a una escena que la sorprendió con creces, llegando incluso a paralizarla por unos segundos casi eternos. Apresurándose a ocultarse tras la casa, sin que nadie se hubiera percatado de su presencia, observó asomándose desde la distancia como ambos se acercaban a un grupo de niños, todos tirados en el suelo junto a una casa medio derruida y en condiciones muy muy extremas. Incluso desde donde se encontraba, podía ver los brazos y piernas esqueléticos y los rostros hundidos.
El chico más pequeño de los dos, al arrodillarse frente a los otros niños, se sacó de su camiseta una bolsa de tela roída, atada fuertemente con una cuerda. Dirigiendo su mano a sus pantalones, sacó del bolsillo trasero una pequeña navaja, con la cual cortó lo que impedía que su contenido fuera mostrado. Cuando se deshizo de esta, abrió la bolsa y entregó uno por uno los trozos de pan que habían en su interior a todos aquellos infantes famélicos. A su lado, el más grande, hacía lo mismo pero con otro grupo de niños.
Con el corazón conmovido y los ojos brillantes, Leena continuó contemplando con emoción cómo, incluso en las condiciones más desafortunadas y desdichadas, seguían existiendo las buenas personas.
No obstante, aquella escena se vio súbitamente interrumpida. Apareciendo de una calle próxima al lugar, el grupo que previamente había estado persiguiéndolos se percataron enseguida de la presencia de los dos niños, acercándose con ademanes muy agresivos. Ambos, viéndose sorprendidos, se dieron la vuelta y extendieron los brazos, como intentando proteger a los otros que se encogían en el suelo, agarrando la comida como si su vida dependiera de ello. Que realmente así era. La situación se empezó a caldear pues empezaron a discutir airadamente entre ellos y a señalar con gestos muy violentos tanto a los niños más mayores como a los que se encontraban tirados en el suelo. Aquello parecía que se iba a descontrolar, si no hacía algo. Entonces, la morena decidió que tenía intervenir cuando, de pronto, uno de los hombres alzó la mano contra el más pequeño de los dos ladronzuelos, con los ojos encogidos de la rabia. En el momento que esta empezó a descender, fue atrapada por otra, la cual se agarró con firmeza entorno a su muñeca, deteniendo su movimiento.
Recibiendo varias miradas de sorpresa, Leena dirigió sus ojos serios hacia el hombre que tenía frente a ella. Era muy corpulento y le sacaba una cabeza de altura, lo cual era sorprendente, teniendo en cuenta que ella ya de por sí era alta.
-Alto. No es necesario llegar a la violencia-Le ordenó con un tono muy firme, alzando la otra mano delante de este- Sólo son unos niños.
La reacción del hombre fue zafarse del agarre con brusquedad y mirar a la mujer con el rostro encogido sin dar crédito.
-¿¡Ah!?¿¡Sólo unos niños!?-Le gritó sin poder controlar su ira. Entonces, con rudeza, alzó el dedo índice en dirección hacia los dos adolescentes, que todavía observaban medio sorprendidos medio desconfiados a la morena- Esos malditos demonios pestilentes no dejan de robarnos nuestra mercancía ¿¡Y todo para qué!? Para alimentar a unos sacos de huesos con un pie en la maldita tumba.
La manera de dirigirse a los niños enfureció a la mujer, causando que su mirada se volviera muy dura ¿Cómo podía alguien tener tan poco corazón de decir aquellas cosas frente a las pobres criaturas que solo se limitaban a sobrevivir con las condiciones que tenían? Sin poder soportarlo más, Leena dio un paso hacia delante, entrecerrando los ojos, con una aura de ira que logró intimidar un poco a los presentes.
-Sí el problema es el dinero, tenga- Con un ademán brusco, la morena metió la mano en su bolsillo y le lanzó a la cara un buena bolsa de monedas. El dinero golpeó con dureza el rostro del individuo y cayó al suelo, desperdigándose alrededor de ambos- espero que sea suficiente para pagar sus pérdidas. Y ahora, lárguense. No pienso permitir que habléis de ese modo a ellos.
Una vena apareció en la frente del individuo mientras un rojo intenso coloreaba todo su rostro, producto de la cólera y vergüenza por el acto de la mujer. Había sido abochornado delante de todos sus conocidos. Por ello, las cosas no quedarían así. Sin pensárselo dos veces, el individuo alzó de nuevo el puño y dio un paso en dirección a Leena, la cual, comprender las intenciones de este, se cuadró en el sitio, dispuesta a recibir su ataque. Cuando el hombre lanzó el puñetazo, algo increíble pasó a una velocidad sorprendente.
Antes de que alcanzara su mejilla, la mujer giró hacia un lado en un juego de pies muy rápido, situando el puño sobre su hombro, y, entonces, barriendo la pierna del individuo, aprovechó el desplazamiento hacia delante para agarrar el antebrazo de este y provocar que el hombre rodara sobre la espalda de la mujer, cayendo al suelo en un duro golpe. Previniendo que pudiera contraatacar, Leena pisó el cuello del hombre con su rodilla y alzó el antebrazo previamente agarrado, en una posición realmente dolorosa.
Con la mirada completamente calmada, descendió sus ojos hacia el rostro petrificado de la impresión del hombre.
-No lo repetiré de nuevo. Lárguense.- Le dijo con mucha seriedad, haciendo presión para dar credibilidad a sus palabras- La próxima vez no seré tan amigable.
A falta del paso del aire, la piel del hombre se empezó a poner blanca, casi azul. Por ello, sintiendo que la mujer iba totalmente en serio con su amenaza, este asintió repetidamente tras unos instantes retorciéndose, con desesperación.
Viendo que había captado el mensaje, Leena soltó el agarre de su brazo y se levantó, situándose de nuevo frente al grupo de niños, que parecían realmente sorprendidos con lo que acababa de pasar.
Atropellado, el hombre se levantó tambaleantemente, alejándose lo máximo que pudiera de aquella morena loca. Sus compañeros lo recibieron al instante y, mientras lanzaban miradas de odio y temor, se marcharon por donde habían venido.
Cuando estuvieron completamente solos, Leena alzó el brazo y cogiendo su codo con su otra mano se estiró, dejando que los huesos de su cuerpo crujieran con un sonido fuerte pero satisfactorio.
-Por fin se han ido- Murmuró con alivio, estremeciéndose con buen humor. Entonces, se giró hacia los dos adolescentes, que parecían rondar los 15 años, sonriendo con suavidad- Porque poco os ha faltado ¿eh?
Mientras que el más alto, un niño de pelo rubio y ojos celestes, la miró con sorpresa y admiración; el otro, muchísimo más bajo, con el pelo negro y unos malhumorados ojos gris azulados, le lanzó una mirada de total rechazo.
-No necesitábamos la puta ayuda de nadie- Gruñó entre refunfuños, cruzándose de brazos- Perfectamente nosotros podíamos encargarnos de esos imbéciles de mierda.
Quedándose completamente sorprendida por la actitud tan a la defensiva y el vocabulario tan malo del niño, la morena lo miró por un par de segundos, alzando las cejas hasta el infinito. Cuando, de pronto, lanzó una carcajada, la cual pareció no sentar bien al adolescente moreno que, tras fruncir el ceño, apuntó con su navaja a la mujer.
-¿Se puede saber de qué te ríes tú?-Soltó sin que le temblara el pulso.
-Lo siento, no me río de ti pero... -Sin poder parar de reír, se incorporó limpiándose a duras penas, las lágrimas de los ojos- menudo vocabulario y carácter tienes, cielo. Me has sorprendido. Te parece mucho a alguien que conozco.
-¿Ah? Ni se te ocurra volverme a llamar cielo, abuela-Reaccionó a la defensiva, dando un paso en su dirección. En la frente de Leena, palpitó furiosamente una vena. Maldito mocoso de mierda.
El otro niño, viendo la dirección tan mala a la que iba aquella situación, cogió del antebrazo al moreno, deteniéndolo.
-Tranquilízate, hombre. No puedes tratarle así. Aunque te moleste, nos ha salvado de una buena y lo sabes- Los ojos gris azulado del niño se desviaron de la mujer hacia su amigo, quedándose por unos segundos manteniendo el contacto visual de este- Se lo debemos.
Dándose por vencido, el moreno chasqueó la lengua, bajando el arma que portaba entre sus dedos. Y, apartándose a un lado, con un movimiento de dedos hábil, la guardó a buen recaudo en su bolsillo trasero. Mientras este refunfuñaba a un lado, el rubio se acercó a la morena, sonriéndole con un poco de tensión.
-Discúlpalo, no es muy sociable que digamos- Le dijo el niño, alzando su pulgar, señalando a su amigo- Pero en realidad, te agradecemos lo que has hecho por nosotros. La verdad que hubiera sido duro pelear y proteger a estos niños a la vez.
Esbozando una pequeña sonrisa, Leena alzó la mano y le revolvió los cabellos rubios contenta por sus palabras, pillando al infante por completa sorpresa. Conforme al movimiento, los que caían sobre su frente se separaron, dejando a la vista la piel.
Abriendo la boca y emitiendo un jadeo, Leena, de pronto y sin ningún tipo de consideración por el niño que apenas acababa de conocer, cogió el rostro de este y se lo acercó a los ojos, ganándose un pequeño grito de sorpresa de este.
El moreno viendo la acción tan repentina, dirigió su mano hacia su bolsillo, dispuesto nuevamente apuntarle con su arma.
-¡Qué!¡No puede ser!¡No sois unos Niños Topo!-Exclamó con asombro la morena, viendo la frente del rubio con los ojos platónicos, carente de la distintiva cicatriz. Entonces, dándose cuenta del bochorno que estaba pasando el niño, soltó de golpe su rostro- Lo siento, no debería haber hecho eso.- Se disculpó con un poco de vergüenza, para después, suspirar pesadamente- Maldita sea. Esto pinta mal.
Mientras la morena levantaba la mano para agarrarse la frente con un ademán preocupado, ambos niños se miraron el uno al otro, hablando recíprocamente con los ojos.
-¿Estás buscando a esos mocosos?-Preguntó de pronto el moreno, disimulando su interés. Para él, aquella mujer no parecía la típica persona que contrataría sus servicios.
-Sí...Pero parece ser que va a ser demasiado complicado- De nuevo, dejó ir un suspiro. Todo indicaba que para esa primera incursión a la Ciudad Subterránea volvería con las malditas manos vacías. Estaba segura de que Keith no estaría para nada feliz al escuchar eso.
-Nosotros dirigimos un negocio un poco particular-Le comentó de manera casual el rubio a la morena- Hacemos cualquier cosa mientras nos paguen dinero. Si necesitas información acerca de los Niños Topos, nosotros podemos investigarlo por ti.
Sorprendida alzó los ojos hacia los dos niños que la miraban fijamente, levantando las cejas. A decir verdad, ya se había dado cuenta de que si no sabías cómo funcionaban las cosas en la Ciudad Subterránea poco iba a descubrir; por ello, que le ofrecieran ese tipo de servicio era más que conveniente, ya que eran nacidos y residentes del lugar. No había nadie mejor que ellos para ayudarle con ello. No obstante… La morena apretó los labios, cambiando su mirada a una de preocupación, todavía con los ojos fijos en los dos infantes.
El moreno, dándose cuenta de ello, chasqueó la lengua con molestia.
-Hemos sobrevivido en esta mierda de lugar toda nuestra vida. Créeme, no moriremos tan fácilmente- Le aseguró con un gruñido malhumorado, cruzándose los brazos- Además, si es demasiado fastidioso, ten por seguro que pienso dejarlo antes de que me trague la mierda.
Aquellas palabras fueron suficientes para convencer a la morena que, esbozando una sonrisa cómplice; alzó la mano en dirección al moreno.
-De acuerdo. Os contrataré por el precio que me digáis, no me importa cual sea. ¿Tenemos trato, em….?
De nuevo, el niño volvió a hacer el ruido con la lengua y giró el rostro con un gesto de fastidio, sin descruzar los brazos mientras ignoraba la mano de Leena. De nuevo, la vena de la mujer palpitó, deseosa de agarrarle el cuello al niño y sacudirlo. Viendo el gesto tan feo de su amigo, el rubio se apresuró a estrecharla, sonriendo con un poco de tensión.
-Furlan Church.
-Encantada, Furlan- Le devolvió la sonrisa la morena, moviendo las manos arriba y abajo. Y, dirigiendo una mirada entrecerrada hacia el otro- ¿Y tú eres…?
-Levi. A secas.
-Levi ¿eh? Encantada. Yo soy Leena. Será un completo honor trabajar con vosotros.
