48. Te extraño

Al día siguiente, cuando Itachi salió de la discográfica, al ir a coger su coche al parking se lo encontró rayado. Lo miró con disgusto, pero al leer en la puerta, pintado en negro «¡La pelirosa es mía!», se lo llevaron los demonios.

Sin duda había sido Nagato. Que le rayara el coche le daba igual, pero lo que ese individuo había escrito lo cabreó muchísimo. Llamó a la grúa e hizo que se llevaran el coche al taller para pintarlo. Sakura no podía ver aquello.

Una semana después, una noche en que salía de una cena de negocios con los de la discográfica, el guardacoches le llevó su vehículo, su R8 recién pintado y, tras darle una propina al hombre, Itachi se metió en él y se dirigió a su casa.

Un par de calles más adelante, un obrero con un bastón de color naranja fosforito le indicó que girase a la derecha. E Itachi recorrió aquella calle poco transitada. Al final de la misma había un semáforo en rojo, de modo que frenó. Estaba escuchando música tranquilamente, mientras esperaba que cambiase a verde, cuando un coche lo embistió no muy fuerte por detrás. Itachi miró por el retrovisor y vio a una mujer apurada. Se bajó y echó una ojeada a la parte trasera del vehículo, que estaba abollada. Maldijo para sus adentros, pero caminó hacia la mujer y al llegar a la altura de la ventanilla, preguntó:

—¿Se encuentra bien?

De pronto, alguien le dio un golpe tremendo por detrás, haciéndolo caer sobre el coche. Cuando se volvió aturdido, se encontró con tres hombres y supo que uno de ellos era Nagato.

No le dio tiempo a decir nada. Aquellas tres malas bestias se abalanzaron sobre él y, aunque Itachi se defendió todo lo que pudo, se cebaron con él en aquella calle oscura y, al caer sobre el asfalto, Nagato le agarró la cabeza y masculló:

—Itachi Uchiha, ya me las he visto contigo. Ahora dile a la pelirosa que iré por sus mocosos y por ella.

Acto seguido, se montaron en el coche de la mujer, que los esperaba, y se alejaron a toda mecha.

Dolorido y ensangrentado, Itachi se levantó del suelo, se apoyó en su coche, sacó su móvil y llamó a Shisui. Cuando llegó a casa de madrugada, después de que su hermano lo hubiera curado, Sakura se asustó al verlo. Sin necesidad de que él hablase, supo quién le había hecho aquello e Itachi no le dijo nada del mensaje de Nagato, solo la abrazó y murmuró para calmarla:

—Tranquila, taponcete, estoy bien. Estoy bien.

A partir de ese día, todo cambió en sus vidas.

Shisui e Utakata le aconsejaron que contratara seguridad privada para la casa y los niños. Y, sin dudarlo, Itachi llamó a Naruto. Nadie mejor que él podía conocer el entorno de Sakura.

Era tal su angustia que él mismo junto con Naruto llevaba y recogía a los niños del colegio y, mientras los pequeños estaban en clase, este último y varios agentes de seguridad vigilaban los alrededores del colegio. En cuanto a Sakura, tras mucho discutir, dejó de trabajar en el restaurante por las mañanas.

Una tarde, Itachi recibió una llamada de su amigo Leroy Pitt, director de una famosa cadena de revistas. Citó a Itachi en su despacho y, cuando este llegó, tras saludarse y tomar asiento, Leroy dijo:

—Quiero que sepas que hago esto por la buena amistad que nos une. Si tú no estuvieras implicado, te aseguro que lo publicaría, porque podría ser el bombazo del año. —Y, entregándole un sobre, añadió—: Esto me ha llegado esta mañana.

Cuando Itachi lo abrió, se quiso morir. Ante él tenía las fotos que Sakura nunca habría querido que viera y que él nunca habría querido ver. Las de ella con Nagato en actitud íntima.

—Piden cincuenta mil dólares por ellas —explicó Leroy—. Tengo hasta mañana a las tres para aceptar, luego se las ofrecerán a la competencia.

Itachi blasfemó. Aquello era una pesadilla.

—¿Te entregarán la tarjeta de memoria? —preguntó.

—Por supuesto.

—¿Quién te las ha hecho llegar?

—Uno de mis reporteros. Al parecer, una mujer se puso en contacto con él y se las dio. ¿Qué quieres que haga, Itachi?

Sin dudarlo, él sacó su chequera, extendió el cheque por cincuenta mil dólares y, con gesto serio, dijo:

—Hazme llegar la tarjeta de memoria cuando la tengas, ¿de acuerdo?

Leroy asintió y él, con el sobre bajo el brazo, le estrechó la mano y murmuró:

—Gracias. Te debo una.

—Y muy grande. —Su amigo sonrió con complicidad.

Esa tarde, cuando Itachi llegó a casa, entró en su despacho y guardó el sobre en un cajón. Estaba furioso. Haber visto a Sakura en actitud íntima con aquel imbécil lo había sacado de sus casillas, pero decidió no decirle nada a ella. Demasiada presión tenía ya.

Al día siguiente, recibió un sobre con la tarjeta de memoria de las fotos. Furioso, la partió en mil pedazos.

Le encargó a Naruto que pusieran cámaras también dentro de la casa. Tener controladas todas las estancias para que ningún intruso pudiera entrar se volvió vital para Itachi, pero esto a la vez le restó intimidad. Ahora su casa era como un Gran Hermano, siempre había ojos observándolos. Y aunque quería a Sakura más que a nada en el mundo, una extraña frialdad se apoderó de él. Ya apenas la besaba o le hacía el amor.

A veces, mientras trabajaba en casa, veía a Lola hablar y tontear con varios de los vigilantes contratados, pero lo que más le disgustaba era ver hablar a Sakura y a Naruto. Tras la charla que tuvo con este, Itachi sabía que se podía fiar de él, pero sus celos al recordar aquella noche que Sakura le confesó que estuvieron juntos en un motel lo martirizaban. Naruto, consciente de que a veces lo observaba con recelo, temiendo ser despedido, habló con él. Quería que tuviese claro que nunca volvería a acercarse a Sakura en ese sentido, porque ella había elegido y lo había elegido a él. Itachi le agradeció el detalle, pero sus celos en ocasiones le seguían jugando malas pasadas, a pesar de que intentaba controlarlos.

Gracias a su amigo Jake, pudo acceder a la ficha policial de Nagato. Tenía antecedentes por robo, atraco y carreras ilegales.

Vivir con toda aquella presión comenzó a pasarles factura, y Sakura e Itachi empezaron a discutir más de la cuenta.

Una tarde, mientras Itachi trabajaba en su estudio, vio a través de las cámaras que Sakura estaba en la piscina cubierta con Lola y los niños y, durante un buen rato, se los quedó mirando sonriente, hasta que le sonó el teléfono, sobresaltándolo. Era la secretaria de la discográfica para contarle que Utakata había tenido una trifulca con Rick en una reunión, y que Utakata había golpeado al cantante.

—Maldito Rick —masculló Itachi.

Luego, la secretaria le comentó que los productores de la película querían hablar con él y que, al margen de eso, tenía tres reuniones pendientes con unos productores musicales y debía entregar dos temas que no se podían retrasar más.

Cuando colgó el teléfono, el humor de Itachi era sombrío. Parecía que todos los problemas llegasen de golpe. Decidió llamar a Utakata.

—¿Estás bien? —le preguntó a su hermano en cuanto este contestó al teléfono.

Utakata se miró el puño hinchado, que tenía metido en hielo, y respondió:

—Todo lo bien que se puede estar cuando tu puño se ha estampado contra la cara de un gilipollas.

Itachi sonrió e Utakata preguntó:

—¿Todo en orden en tu casa?

Ahora fue Itachi el que se miró el puño. Nada le gustaría más que le doliese por haber agredido al hombre que estaba aterrorizando a Sakura.

—Sí —dijo—. Aunque la situación cada vez es más difícil.

—Hicisteis bien en cambiar el número de móvil de Sakura. Si ese tipo quiere algo, mejor que se ponga en contacto contigo que con ella.

—Como siempre, fue una lucha conseguirlo. Sakura se negaba a hacerlo, pero finalmente se dio cuenta de que era lo mejor. Pero esto de que no puedan salir a la calle con normalidad, no es muy agradable, y aunque ella no se queja, sé que no lo está pasando bien.

—Es una chica dura, tranquilo.

Tras acabar de hablar con Utakata, llamó a Jake. Quería saber si habían localizado a Nagato, pero por increíble que fuera, el tío parecía haber desaparecido de la faz de la Tierra.

A continuación, llamó a los de la película. Estaban ansiosos por recibir algo más e Itachi prometió hacerles un envío en una semana. Tras esa llamada hizo un par más también de trabajo. Cuando terminó, salió acalorado de su estudio y fue a la cocina.

Bebió agua fría de la nevera y, al salir, vio unas pisadas mojadas en el suelo y las siguió. Llegaban hasta su despacho, donde un pequeño pelirrojo tenía sus papeles en las manos.

—¡Maldita sea, suelta eso! —gritó.

Asustado por su vozarrón, el crío dejó caer los papeles al suelo. Rápidamente, Itachi se acercó a él y, al ver que era Kairi, lo regañó:

—Los papeles no se tocan, ¿entendido? ¡No se tocan! ¡Y en esta habitación no se entra! —Pero al coger los papeles y ver que estaban empapados, gritó de nuevo—: ¡Joder, Kairi, ¿por qué narices los has tenido que coger?!

El niño, asustado, se echó a llorar y Sakura, al oír los gritos y los llantos, corrió a buscarlo. Justo cuando ella entraba en el estudio de Itachi, este dijo, mirándola:

—Llevo trabajando todo el jodido día para que ahora este mocoso me fastidie de esta manera. ¡Mira lo que ha hecho! —Y le enseñó los papeles mojados—. Haz el favor de mantener a los niños alejados del estudio, es lo único que te pido. ¡Que aquí no entren nunca!

Sakura, consciente de la tensión que ambos estaban pasando esos días, se agachó ante Kairi y murmuró para tranquilizarlo:

—Cariño, no pasa nada. Deja de llorar.

—Itachi me ha gritado —gimió él, hipando.

Sakura le secó las lágrimas, lo besó y susurró con dulzura:

—Me has dicho que ibas al baño; ¿por qué has entrado aquí?

—Quería ver a... a... a Itachi —sollozó.

Pero Itachi, obcecado, contemplaba los folios empapados y siseó de malos modos:

—Joder...

Sakura lo miró con un reproche y, dirigiéndose luego al pequeño, insistió:

—Kairi, sabes que en esta habitación no se entra y ...

—Pero ¿cómo te van a hacer caso? —gruñó Itachi, fuera de sí—. Les hablas en susurros, cuando deberías levantar la voz y regañarlos con contundencia. Son niños y han de aprender lo que está bien y lo que está mal. Y tal como tú lo haces nunca aprenderán.

Sakura lo fulminó con la mirada y después ordenó a su hijo que saliera de allí. Cuando se quedaron solos, cerró la puerta para que no los oyeran y, enfadada, le espetó:

—Que sea la última vez que tú me dices a mí cómo he de regañar a mis hijos, ¿entendido?

—Eso —respondió él—, tú sigue siendo tan permisiva con ellos y en unos años tendrás un grafitero y un delincuente, como su jodido padre.

Sin poder creerse lo que había oído, Sakura gritó:

—¡Eres un gilipollas!

Consciente de que lo que había dicho no estaba bien y de que era fruto de la tensión acumulada, Itachi cerró los ojos mientras Sakura añadía:

—En tu vida, en tu puta vida, vuelvas a comparar a mi hijo con el desgraciado ese que has nombrado o te juro que...

Alterado por los gritos de ella, Itachi apagó la cámara del estudio para que no los vieran y en lugar de suavizar la situación, levantó la voz más que ella y preguntó:

—¿Me amenazas?

—Tómatelo como quieras.

Furioso, abrió el cajón donde tenía el sobre con aquellas fotos que le quemaban y, tirándoselo, gritó:

—¡¿Me amenazas a mí, con todo lo que estoy haciendo por vosotros?!

Sakura cogió el sobre al vuelo, lo ahuecó y, al ver lo que había en su interior, tembló. Sin mirar a Itachi, lo dejó sobre una de las mesitas y, tomando aire, respondió:

—Te agradezco todo lo que haces por nosotros, te agradezco que hayas obtenido estas fotos, a pesar del daño que te han podido ocasionar, pero no vuelvas a hablar así de mis hijos o directamente me quitaré el puto anillo y me iré de tu puta casa.

—Esa boquita, ¿o ahora también eres una madre malhablada? —siseó molesto.

—¡Vete a la mierda!

—¡Sakura!

—Hablo como me da la gana y si quiero decir «puto», lo digo y punto.

—Eso, muy bien —replicó Itachi, irritado—, tú enfádate conmigo. Tienes unos hijos que en el tiempo que llevamos viviendo juntos han pintado las paredes de la casa, atascado las cañerías, roto la puerta de entrada del garaje mil veces, grafiteado un piano de miles de dólares y ...

—¡Son niños, joderrrrrrrr! —gritó furiosa—. ¡Y tú encima quieres tener más!

Sin escucharla, Itachi prosiguió ofuscado:

—Mi perra cada semana lleva las uñas de un color y, por si fuera poco, cuando algo desaparece, hay que buscarlo en los calzoncillos de Kairi, porque le gusta guardárselo todo en ese maravilloso lugar. Y eso por no hablar de la reina de la telenovela, que llama «pendeja» o «marrana» a cualquier mujer que se acerca a mí, o de Kai, que se tira pedos en los lugares menos oportunos. —Y, acalorado, concluyó—: Y a todo eso añadiré esas malditas fotos, que me ha vuelto loco verlas y más si pienso en nuestra jodida falta de intimidad. Ah... y, por supuesto, cada mañana nos despertamos cinco en la cama, cuando deberíamos ser solo dos.

Sakura asintió. En realidad, tenía razón, pero Itachi continuó:

—Antes nunca los regañabas porque te sentías culpable por trabajar tanto, y no querías que el poco tiempo que estabas con ellos te vieran enfadada y protestando. Pero eso ha cambiado. Ahora estás con ellos a tiempo completo y en cambio todo sigue igual. Debes ponerles unas normas, regañarlos por lo que no hacen bien. Eso hacen los padres. Enseñarles.

—¡No me digas! —se mofó ella. Y molesta al ver cómo la miraba, añadió—: Para tu información, yo sí los regaño.

Itachi dejó los papeles empapados sobre la mesa de un manotazo y replicó:

—Para tu información, no creo que sea suficiente.

—¡¿Acaso pretendes enseñarme a ser madre?! —gritó ella.

—¿Tan segura estás de que los educas bien?

Sakura sonrió con amargura y dijo:

—Si estás enfadado por todo lo que está pasando, por las malditas fotos o por el agobio de no poder salir a la calle con normalidad, lo entiendo, pero...

—¿Lo entiendes? Oh, qué bien... Pues si lo entiendes, haz el favor de dejar de confraternizar tanto con Naruto. Lo contraté para protegeros, no para que te pases el día hablando con él.

—Pero ¿con qué me sales ahora?

Molesto por haber soltado eso, cuando sabía que no tendría que haberlo hecho, respondió:

—Tengo ojos y hay cámaras por toda la casa.

Alucinada, bloqueada y malhumorada por el compendio de cosas que le había reprochado, dijo:

—Si tanto desconfías de mí y tan mala opinión te merezco como madre y mujer, ¿qué narices hago aquí?

Itachi, no contestó. Aquello se le estaba yendo de las manos, por lo que decidió acabar con la conversación.

—Tengo trabajo, Sakura.

—Me importa una mierda que tengas trabajo —replicó ella—. Estoy hablando contigo. ¿Desde cuándo tienes esas fotos y por qué no me habías dicho nada? ¿Y desde cuándo desconfías de mí con respecto a Naruto?

Con gesto duro, Itachi fue hasta la puerta y, abriéndola, insistió con voz ronca:

—He dicho que tengo trabajo.

Sakura lo miró con inquina y, maldiciendo colérica, salió del estudio. Nunca habían discutido con aquella ferocidad y se le encogió el corazón al oír el portazo que él dio.

Se paró en medio del pasillo y miró desesperada a su alrededor. Todo lo que estaba ocurriendo era por culpa del imbécil de Nagato, él era quien estaba acabando con su bonita relación.

Ella también deseaba gritar, gruñir, protestar. Necesitaba despejarse. Respirar aire puro. Dejar de ser madre las veinticuatro horas del día y novia de Itachi durante las mismas veinticuatro. Necesitaba tiempo para ella. Para relajarse, para pensar, para buscar soluciones a su gran problema.

Al pasar por la habitación que quedaba junto al garaje, donde estaba ubicado el del guardia de seguridad que vigilaba las cámaras, chocó con él, y este, al verla, la miró con apuro y dijo:

—Iba al baño.

Sakura asintió y preguntó:

—¿Ha llegado ya Naruto?

El vigilante negó con la cabeza y, marchándose a toda prisa, respondió:

—Llegará en una media hora. Y ahora, si me disculpa, creo que algo me ha sentado mal.

Sakura miró las cámaras y vio que Itachi todavía tenía la del estudio apagada, mientras que los niños seguían con Lola en la piscina y supo que el momento de salir de la casa era aquel. No se le presentaría otro mejor.

Apresurada, fue a la piscina, llamó a Lola y le dijo:

—Voy a salir a hacer unas compras.

—¿Adónde va?

—Aún no lo tengo claro, pero...

—Debe decirme adónde va o el señor se enfadará —insistió la chica.

Con una candorosa sonrisa, ella contestó:

—Si el señor te pregunta, dile simplemente que he salido.

Luego se puso una camiseta, unos vaqueros, se escondió el pelo bajo una gorra, cogió su bolso apagó la cámara de la entrada y salió de la casa.

Atravesó el jardín sin mirar atrás, acompañada de Melodía y Luis Alfonso, hasta llegar a la cancela. Una vez fuera, vio llegar un taxi y lo paró. Sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien, que iba sin seguridad, pero no le importó. Necesitaba un rato para ella sola.

Cuando llegó a Hollywood Boulevard, al famoso paseo de la fama, le dijo al taxista que parara y se sumergió en la marea humana que había allí. Aquel sitio era un lugar muy turístico, donde las estrellas de cine tenían su propia estrella en el suelo, y sonrió al ver cómo la gente se hacía fotos con unas u otras con cara de felicidad. Durante un buen rato, caminó por allí sin rumbo, hasta que, sedienta, entró en un bar para tomar una cerveza. Al sentarse, oyó que por los altavoces del local sonaba la canción Happy, de Pharrell Williams, y le hizo gracia pensar que si la oyeran sus hijos ya la estarían bailando.

Una vez le sirvieron la cerveza, abrió su bolso y sacó una tarjeta. La estaba mirando cuando le sonó el móvil. ¿Sería Itachi? No era él, el número le resultaba desconocido, pero aun así lo cogió.

—Hola, pelirosa.

Sin sorprenderse en exceso al oír aquella voz, preguntó:

—¿Cómo has conseguido este número?

Nagato soltó una risotada y, sin contestar a su pregunta, dijo:

—Tengo que verte, ¿dónde estás?

—Maldita sea, ¡déjame en paz de una vez! —siseó furiosa.

Pero él continuó sin inmutarse:

—No sé si sabes que saqué una buena tajada vendiendo nuestras fotos del pasado a la prensa, ¿qué te parece?

Horrorizada al pensar que Itachi habría tenido que pasar un mal trago para que las fotos acabaran en su poder, masculló:

—Te odio. Te odio como nunca he odiado a nadie y ...

—No, pelirosa —la cortó—. Todavía no me odias, pero lo harás.

Dicho esto, interrumpió la comunicación y Sakura, temblorosa, se guardó el móvil en el bolso y murmuró:

—Ya te odio, maldito gusano.

En la casa, cuando Itachi recapacitó sobre lo ocurrido, cogió el sobre con las fotos y las quemó en la chimenea. No quería volver a verlas en su vida y se arrepentía de haberle hablado a Sakura de ese asunto de aquella manera. Ella tenía razón, ¡era un gilipollas!

Maldijo en silencio. Pero ¿cómo podía ser tan idiota?

Decidido a solucionar aquella trifulca, salió del estudio en su busca. Nada le importaba más que ella. No había sido justo con su comportamiento y debía pedirle perdón. Ni Sakura ni Kairi se merecían el trato que les había dado.

La buscó por la casa, pero no la encontró. Entró en el salón, donde vio a Lola tras la cristalera, hablando por teléfono, mientras los pequeños estaban sentados en el suelo, jugando en silencio. Algo raro en ellos. Agachándose, llamó a Kairi, pero el niño no se movió, ni siquiera lo miró. Y Ayamé, clavando los ojillos en él, dijo molesta:

—Kairi está muy enfadado contigo, y Kai y yo también. Ya no queremos que seas nuestro papá.

Al ver la mirada de reproche de la niña y oír sus palabras, el corazón se le encogió.

—Escucha, cielo...

—No, no quiero escucharte —lo cortó ella, sin moverse—. Has sido malo con Kairi y con mamá. Y ella es muy muy buena. La mamá más buena del mundo. Tú me dijiste que la querías, pero no la quieres porque le has gritado. Te he oído y has dicho cosas muy ... muy feas.

Itachi cerró los ojos. Aquella recriminación tan cierta le dolía, así que abrió los ojos y dijo:

—Lo he hecho mal, cielo. Lo reconozco y por ello quiero pediros perdón a todos.

—¿Por qué le has dicho esas cosas feas a mamá? —insistió la pequeña, todavía enfadada.

Angustiado al comprender que los niños se enteraban de más de lo que él creía, respondió:

—Porque he sido un tonto y he pagado con ella muchas preocupaciones, pero en cuanto vosotros me perdonéis, iré a buscarla y le pediré perdón.

—¿De verdad?

—Te lo prometo.

—¿Y si ella no te perdona?

Itachi no aceptaría esa posibilidad y contestó:

—Lo hará. Me quiere, yo la quiero y me va a perdonar.

Entonces, Ayamé le cuchicheó algo a Kairi y este, levantándose, caminó hacia él. Itachi lo abrazó y le susurró al oído:

—Siento haberte gritado, campeón. He sido un tonto.

El niño asintió con gesto serio y dijo:

—Yo solo quería verte.

Conmovido, Itachi murmuró:

—Lo sé, cariño, lo sé. ¿Me perdonas por haberte gritado?

La cara del niño cambió y, tras darle un beso en la mejilla, que a Itachi le supo a gloria, volvió a sus juegos. Kai le sonrió y él le guiñó un ojo. Ayamé, menos enfurruñada que segundos antes, dijo:

—Yo también te perdono porque te quiero y quiero que seas mi papá, pero no vuelvas a decirle cosas feas a mamá, ¿me lo prometes?

—Te lo prometo —dijo él—. Te prometo que nunca volveré a chillarle de esa manera.

La niña sonrió y él también. En ese momento, les habría prometido a los tres cualquier cosa que le hubieran pedido.

La grandeza de un niño al perdonar nunca sería comparable a la de un adulto. Ellos perdonaban de corazón. Ahora solo necesitaba que Sakura también lo hiciera.

Más tranquilo, miró a Lola, que había asistido a la escena en un segundo plano, y le preguntó por Sakura. Al decirle la chica que se había marchado de compras, se fue a toda prisa hacia la habitación donde estaban los vigilantes y, cuando se encontró con Naruto, preguntó:

—¿Por qué no se me ha informado de que Sakura ha salido?

Naruto miró al vigilante que estaba a su lado y, al ver la cara de sorpresa de este, dijo:

—No lo sabíamos.

—¿Ha salido sola? ¿Sin vigilancia?

—Pues me temo que sí —contestó Naruto preocupado.

—Joder —gruñó Itachi aterrorizado.

El otro, al verlo tan nervioso, preguntó:

—¿Qué ha ocurrido?

—Hemos discutido y si le ocurre algo por mi culpa, no me lo perdonaré en la vida.

Se sacó el móvil del bolsillo del pantalón con premura y la llamó.

—¿Qué quieres? —contestó Sakura.

—¡¿Cómo que qué quiero?! —gritó él enfadado.

Sin alterarse, ella se retiró el pelo de la cara y, mirando su cerveza, murmuró:

—Si vuelves a gritarme, te cuelgo.

—No te atreverás —siseó Itachi, consciente de que sí lo haría.

—Grítame y lo verás —lo desafió ella.

Itachi resopló. Si algo sabía era que Sakura no hablaba por hablar y, procurando no levantar la voz, dijo:

—Maldita sea, Sakura, ¿dónde narices estás? ¿Cómo se te ocurre salir sola de casa?

Ella resopló y, tras mirar a su alrededor, respondió con paciencia:

—Dejé mi casa por ti, dejé mis trabajos por ti y ahora... ahora... me dices que tu vida es una mierda, que mis hijos te horripilan y que yo, además de ser una mala madre, soy una mala novia por hablar con Naruto. Y... y luego están esas horribles fotos.

—Sakura ...

Acalorada y sin prestarle atención, prosiguió:

—Mira, Itachi, la presión nos puede a los dos. Ambos estamos muy nerviosos por lo que ocurre. Quizá sea mejor que busque otro sitio donde vivir hasta que se solucione el problema de Nagato y luego quizá...

—De aquí no te vas a marchar —la cortó él tajante.

—Mi problema con ese hombre está matando nuestro amor, y odio que sea así cuando... cuando tú y yo teníamos una relación más que maravillosa.

Desesperado, y sabiendo que Naruto oía todo lo que decía, Itachi bajó el tono de voz y dijo:

—Escucha, cariño, eso lo hablaremos cuando regreses a casa. Pero ahora dime dónde estás para que podamos ir a buscarte.

—Si seguimos así, me odiarás, Itachi —insistió ella—. Y yo no quiero que me odies, porque eres una persona increíble. Eres el hombre más romántico, fascinante e ingenioso que he conocido. Estoy loca por ti y ... y lo que había entre tú y yo siempre ha sido precioso. Creía que podría hacerte feliz, pero...

—Sakura, yo también estoy loco por ti, mi vida. Me haces feliz y lo que existe entre nosotros es precioso, maravilloso; ¿cómo puedes pensar que quizá ya no sea así?

—Pero ¿no lo ves? No paramos de discutir. ¿Acaso no te has dado cuenta de que en las últimas semanas apenas nos hemos besado o hecho el amor? Y encima, como colofón de la poca comunicación que existe entre los dos, me acusas de ser mala madre, de ligar con Naruto en tu casa y dices que mi hijo acabará siendo un delincuente. ¡Un delincuente! Y... eso no te lo voy a consentir. Kairi solo tiene cuatro años. Es un niño. Me has hecho sentir como u...

—Cariño, lo siento —la cortó él nervioso.

—Me has hecho sentir como una mierda. Me has dicho que no sé criar a mis hijos, pero si alguien ha luchado por sacar a esos tres niños adelante, esa he sido yo. ¡Y lo he hecho sin ti! Y sí, tú ahora eres nuestro supermán, ¡viva Itachi! Pero hoy te has pasado conmigo, me has hecho daño y por eso necesito un rato para pensar en ti, en mis hijos y en mí. Y que te quede claro: si antes dudaba si tener hijos contigo, tras lo ocurrido hoy ya no lo dudo. Búscate a otra para eso, porque conmigo nunca los tendrás.

Itachi no pudo decir nada porque Sakura colgó y apagó el móvil.

La camarera, que estaba sirviendo en la barra y la había oído, intercambió una mirada con ella, asintió y dijo:

—Has hecho muy bien, hija. Si yo le hubiera hablado así a mi Ramón, otro gallo me habría cantado.

Sakura sonrió. En su caso, estaba segura de que lo había liado más.

Mientras, Itachi se movía nervioso por el cuarto de los vigilantes, maldiciendo, fuera de sí.

¡Le había colgado! Había apagado el móvil.

Naruto intentó tranquilizarlo, pero él mismo estaba preocupado. No sabía dónde se encontraba Sakura y el peligro que podía correr. Aun así, aparentando calma, dijo:

—Tranquilo, ella sabe cuidarse.

Itachi asintió y se fue a su estudio, donde lo que menos hizo fue trabajar.

Durante horas, Sakura, caminó por las calles de Los Ángeles, hasta que comenzó a anochecer. Pensó en los niños, en sus tres pequeños, que sin duda querrían saber dónde estaba, por lo que decidió coger un taxi y regresar a la casa.

Cuando el taxi la dejó en la puerta de la cancela, pagó y, al entrar en el jardín, vio que Itachi bajaba con Naruto en su busca, con pasos agigantados. Al ver la cara furiosa de Itachi, se paró, lo señaló con un dedo y siseó:

—Si no quieres que coja a los niños ahora mismo y me marche de aquí, haz el favor de no dirigirme la palabra, o juro por mi padre, que está bajo tierra, que lo vas a lamentar.

La furia con que lo dijo aconsejó a Itachi que le hiciera caso y, sin decir nada ni intentar tocarla, la dejó pasar por su lado en dirección a la casa. Cuando Sakura se alejó, Naruto, que la conocía muy bien, murmuró con una media sonrisa:

—Te he dicho que sabe cuidarse y, como consejo, te sugeriría que le hicieras caso. Ya sabes que Sakura no amenaza en vano.

Itachi asintió. La vio saludar a Melodía y Luis Alfonso y después desapareció en el interior de la casa.

Tras besar a los gemelos, que ya estaban dormidos, fue a la habitación de Ayamé y esta, mirándola con gesto asustado, preguntó:

—Mami, ¿estás enfadada?

Sakura sonrió y, negando con la cabeza, contestó:

—No, cariño. Solo cansada.

Con una sonrisa encantadora, la niña la cogió del brazo y, haciendo que se tumbase a su lado, como en los viejos tiempos, explicó:

—Itachi estaba preocupado. No lo ha dicho, pero yo se lo he visto en la cara. —Y antes de que Sakura pudiera contestar, añadió—: Mami, yo no quiero que discutas con él. Es feo discutir, además, Itachi es un buen papá.

Al oír esa última palabra, a Sakura se le erizó el vello.

—Itachi no es tu papá —murmuró.

—¿Y si yo quiero que lo sea?

—Ayamé, escucha...

—Mami, él quiere serlo. Quiere ser nuestro papá. Se lo pregunté hace unos días y sonrió y me dijo que sí.

—¡Ay, Diosito! —exclamó Sakura.

—¿Sabes, mamita? Eso mismo dijo él cuando se lo pregunté. Itachi es genial.

Sorprendida porque él no le hubiera comentado nada de esa conversación con Ayamé, fue a decir algo más cuando la niña insistió:

—No me gusta que discutáis.

Sakura suspiró y, abrazándola, murmuró:

—A mí tampoco me gusta, cariño, pero a veces los mayores discutimos.

—¿Por qué?

—Porque hay momentos en que la vida se complica y, cuando eres mayor, ves las cosas de una manera y eso no quiere decir que la otra persona que te quiere las tenga que ver de la misma. Tú quieres a Kairi y a Kai, ¿verdad?

—Mucho, mamita.

—Aunque a veces te enfadas con ellos.

—Sí.

—¿Y por eso dejas de quererlos?

Al entender lo que quería decir, Ayamé sonrió y dijo:

—Yo quiero mucho a esas dos mofetas.

Ambas rieron y Sakura concluyó:

—Pues a los mayores nos pasa igual, cielo. Discutimos, nos gritamos, nos enfadamos, como a ti te pasa con ellos, pero el cariño que nos tenemos continúa siendo el mismo.

—¿Nos tendremos que ir de esta casa?

—¿Dónde has oído eso? —preguntó Sakura sorprendida.

—He oído que Itachi le decía a Naruto que tú se lo habías dicho y parecía muy enfadado.

Sakura suspiró. Pero ¿cuántas cosas había oído aquella lianta? Y, besándola en la cabeza, dijo, para finalizar aquella conversación:

—Por eso no te preocupes. Ahora a dormir, señorita.

Cuando salió de la habitación, se encontró con Itachi esperándola en la puerta. Ambos se miraron. Seguramente había oído lo que ellas habían hablado.

—Sigo sin querer hablar contigo.

—Sakura ... escucha... y o...

—No, no voy a escucharte ni voy a permitir que me toques. ¿Y sabes por qué no voy a hacerlo? —Él no respondió y ella bajó la voz, para que no la oyera la niña—. Porque te quiero y en cuanto me rozas o me hablas de esa manera tuya, me convences. Has conseguido que ponga mi vida y la de mis hijos en tus manos, pero se acabó. Me da igual que te quiera o no, simplemente no tengo ganas de hablar contigo. Solo voy a pensar en lo que tengo que hacer y nada más, ¿entendido?

Dolido por sus palabras, intentó cogerla del brazo.

—Sakura, cariño...

Ella se soltó de un tirón y, mirándolo con furia, siseó:

—He dicho que no quiero que me toques. Tampoco quiero que me hables, ni que me pongas musiquita, ni que me cantes baladas románticas. Estoy dolida... muy dolida.

Una vez dijo esto, se fue escaleras abajo, dejando a Itachi desconcertado y sin saber qué hacer.