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Título: II. Cómo decirlo

Fandom: Harry Potter

Ship: H/H, La pareja del Fénix

Palabras: 2685

Resumen: Harry invita a una cena formal a Hermione en un restaurante muggle para proponerle matrimonio. Todo está a punto. Incluidos los nervios de Potter. ¿Aceptará la castaña? ¡Descúbrelo! (2/4).


–Hermione, sólo… escúchame, ¿sí? No digas nada. Bueno, al final, sí. Supongo. Sólo déjame decirte que hemos pasado unos años maravillosos y yo… mmm… –Harry carraspeó con nerviosismo–. Eres la mujer más importante en mi vida. No. O sea, sí. Pero, quiero decir, eres la persona más importante más para mí, incluso más importante que un hombre… No. Eso se escuchó mal. Déjame empezar de nuevo.

Harry agachó la mirada. Suspiró. Cuando volvió a levantar los ojos había un profundo temor en ellos.

–Quisiera saber si tú… si te interesaría, tomando en cuenta que ya tenemos algunos años saliendo, bueno, lo lógico sería que… no me malinterpretes, pero Ron y Luna ya están casados, entonces, yo… pensé… ¡Diablos! ¡¿Por qué es tan malditamente difícil?! – Harry terminó gritando y se pasó la mano por el pelo, alborotándolo más.

–¡Suerte, amigo! Seguro que ella dirá que sí –le contestó el espejo mágico.

Harry lo miró con irritación, contemplando de paso su aspecto desordenado. Se había afeitado cuidadosamente y estaba tan nervioso que se había hecho un corte en la barbilla. Incluso con magia era torpe cuando se trataba de algo tan importante como proponerse. Se preguntaba si su padre habría estado así de atolondrado cuando se lo propuso a su madre. Era ese tipo de detalles los que a veces le daban nostalgia. Le gustaría poder tener alguien a quien pedirle consejo en ese tipo de cosas. Si Sirius estuviera ahí, podría haberle preguntado cómo hacerlo.

Había pensado en preguntarle a Ron, pero había resultado igual de prolífico que su padre y ahora ya tenía un par de niños y una niña en casa que atender, por lo que salía pitando del trabajo para reunirse con su esposa. Siempre se le había hecho algo curioso que se quedara con Luna cuando en Hogwarts la había criticado por ser la rara del colegio. Es extraño como se van tejiendo los hilos del entramado del destino. Ahora el intentaba tejer su propio camino. No tenía con quien consultarlo. Sabía qué tenía que hacer, pero cómo hacerlo. Le aterraba que Hermione dijera que no quería casarse con él. Eso tal vez significaría que las cosas entre ellos tenían que terminar. No quería perderla. Y necesitaba más de ella.

Quería despertar por las mañanas en el mismo lugar, abrazado a ella, ver su rostro y poderla besar. Necesitaba su olor para dormir, quería desayunar los domingos con ella y verla leer por las noches. Tenía ganas de ver sus fuegos en botellas en los inviernos flotando por la casa y quería una casa en el campo para poder estar junto a ella todo el tiempo. Vivía en Grimmauld Place por pura costumbre. Con el pretexto de su boda compraría una casa en un lugar más adecuado, un lugar donde se pudieran criar niños magos y brujas sin problemas. Deseaba una familia con Hermione. La sonrisa pintada en sus labios que veía en el espejo se lo decía todo. Con solo imaginarlo no cabía de emoción.

Para eso primero debía preguntarle. Eran las siete y treinta. Ya tenía el traje muggle puesto, los zapatos brillantes y la corbata ajustada por medio de magia. El pelo era el único desastre, como siempre. No lograba aplastarlo para peinarlo de forma que se viera formal. Ya había usado varios productos que aparecían en el profeta e incluso en las revistas para brujas y nada, no surtían efecto en él. No tenía técnica ni paciencia para ello. De adolescente tal vez le abría pegado el aire rebelde. Pero ahora ya era adulto. Un adulto joven, pero adulto. En el mundo de los muggles no era bien visto ir a un restaurante elegante sin peinarse adecuadamente, lo sabía por su tío Vernon que constantemente hablaba de sus reuniones con otros empresarios. Sin olvidar las críticas de tía Petunia.

Por un instante se permitió pensar en ellos. Nunca había vuelto a saber de su paradero. No había hecho por buscarlos ni ellos dieron señales de vida. Claro, no tenían forma de saber dónde estaba él. Debían estar bien. Tras ese fugaz pensamiento volvió a concentrarse en un intento vago por peinarse. Realmente lo único que consiguió fue redondear algunas aristas sin mucho éxito. Se dijo que se veía mejor. Miró el reloj. Siete cuarenta y ocho. Sería mejor que se fuera de inmediato. Tenía que poner el auto en marcha.

Se desapareció y apareció en un parque oscuro. Sacó de su bolsillo la miniatura de un Rolls-Royce Wraith y lo dejó en el asfalto. En un par de movimientos de varita lo transformó a su tamaño real. Notó que estaba nevando ligeramente. Volvió a mover la varita y con hechizos no verbales transformó las llantas en neumáticos para nieve. Sorprendentemente, ese tipo de magia la había aprendido a hacer cuando había tomado el curso de Sigilo para Auror. Tenía que aprender a pasar desapercibido como un muggle si era necesario y para ello tenía que tener todo tipo de cosas a la mano, pero era más fácil transformar las llantas que poner cadenas para nieve. Nunca había aprendido a ponerlas bien ni siquiera con magia. En cambio la transformación se le daba bien –curiosamente, después de lo que había sufrido a McGonagall– y funcionaban a la perfección.

Se subió en el auto y lo condujo con ayuda de la magia por un par de cuadras hasta la casa de Hermione. El motor silencioso se deslizaba suavemente por el pavimento y en un santiamén estuvo en el lugar. Se estacionó cuidadosamente a un lado de la acera. Antes de salir hizo aparecer un elegante ramo de flores para Hermione y otro para su suegra. No sabía qué gustos tenía la señora así que los hizo idénticos, con la esperanza de agradarle. No era desconocido para él que no le caía bien. Siempre que estaba en su presencia solía ignorarlo a propósito. Había hecho todo lo que se le había ocurrido y nada había funcionado con Jean, la madre de Hermione.

Guardó su varita y salió con sendos ramos de flores dispuesto a dar su mejor cara. Observó que por la ventana de la casa la cara del señor Granger fisgoneaba con curiosidad. John siempre le había caído mejor, era un buen tipo, conversador y amable. Fue quien le abrió la puerta y recibió las flores en nombre de su esposa, quien, por cierto, no se dignó en aparecer.

–Hermione no tardará en bajar, ya sabes, ¡mujeres! Se está arreglando –dijo John entre risas–. Un gran auto el que traes ahí, ¿eh, muchacho? –Harry estuvo a punto de contestarle, pero el hombre no le dio tiempo de contestar–. A mí me habría gustado tener una máquina así de potente, ¿sabes? Sí, la habría adorado. Pero no se puede todo en esta vida. Cuando estábamos en Australia, las cosas eran diferentes. Allá usábamos bicicleta todo el tiempo, sí, señor. Y aquí, la verdad, con el metro nos basta…

–¡Papá! Deja de marear a Harry con tanta palabrería –la voz de Hermione descendió de la escalera junto con ella.

Harry se quedó boquiabierto. En su vida había visto algo más hermoso. Enfundada en un vestido largo y rojo ceñido al cuerpo que mostraba todas las curvas de la castaña, caminaba con un rubor en las mejillas tan coqueto que era irresistible. Sus rizos estaban bellamente peinados y definidos, su maquillaje acentuaba sus ojos y se veía más alta gracias a unos tacones abiertos.

–Te ves hermosa hija, pero ¿no crees que pasarás frío? –dijo el señor Granger, rompiendo el hechizo y señalando sus hombros enmarcados por los finos tirantes del vestido–. Si van a un restaurante de los nuestros no pueden hacer magia –les recordó.

–Oh, bueno, no hay problema –contestó la chica y de un bolso de mano cuadrado para la ocasión sacó su varita y conjuró un grueso y lujoso abrigo de pieles para ella–. Espero no ir demasiado arreglada…

–Vas perfectamente bien, Harry viene en un Rolls-Royce –le señaló su padre–. Por cierto muchacho, deberías enseñarle a Hermione a hacer ese hechizo para que me aparezca uno, no estaría nada mal tener uno en la cochera.

–¡Papá!

–En realidad, señor Granger, lo compré con dinero mug... quiero decir, con dinero, del de este lado –el papá de Hermione abrió los ojos como platos–. Tengo la factura y todo.

–¿De… verdad?

–Sí –Harry se sentía algo incómodo revelando su poder adquisitivo–. ¿Nos vamos? –se volvió a Hermione que asintió sin comentar nada, sabiendo de su reserva a hablar de su fortuna.

Dejaron a John Granger con su asombro y entraron en el auto. Solo entonces Harry notó que aún llevaba las flores para Hermione en la mano. Se las entregó abochornado. Ella rio y le planto un beso en los labios. El ojiverde estaba tan aturdido que no atinaba a ponerse el cinturón de seguridad de forma adecuada. No es que realmente lo necesitara, pero no quería discutir con ningún policía muggle por una multa de tránsito y tener que hechizarlo. No hoy. No podía tener ningún contratiempo. La chica de sus sueños iba a su lado. No. Era la mujer de sus sueños. Estaba sudando frío. No quería que ella lo viera arrancar el auto y que este no se moviera. Las cosas muggles se le daban bien normalmente, pero en este caso era mejor usar la magia. Sacó la varita y le dio un par de golpecitos al volante.

El carro se movió con voluntad propia, siendo manipulado por él sólo en los puntos precisos para girar. Hermione ni se inmutó. Llevaba su propio tren de ideas. De todas formas Harry mantuvo su varita a la mano, por cualquier cosa. La llevó al restaurant más selecto que se le ocurrió. Era precioso. Lleno de hombres de traje y mujeres de vestidos largos, por lo que ellos pasaron desapercibidos. Les dieron una mesa apartada, discreta, justo como Harry había pedido. Las cosas se complicaron a la hora de pedir la cena y el vino. Él no tenía ni idea de qué pedir. Jamás en la vida había estado en un lugar como ese. ¿Qué se suponía que tenía que ordenar? No conocía los nombres de las comidas, mucho menos de los vinos. Se puso nervioso, más de lo que ya estaba. Miró a Hermione en busca de ayuda pero decidió que era el quien tenía que salvar la situación.

–Denos su mejor platillo y su mejor vino, por favor –le dijo al mesero sin dudar. Este asintió y se fue con la carta.

–¡Harry! Ni siquiera viste los precios, ¿qué te pasa? –le recriminó Hermione.

–No te preocupes por eso, no sabía qué pedir así que fue la forma de salir del aprieto –le contestó Harry levantando los hombros.

–Le pudiste haber dicho que dejara la carta y que volviera después, así habríamos tenido tiempo para elegir –le reprochó ella.

–No lo pensé.

–Evidentemente.

–No me regañes, Hermione. No estamos en Hogwarts.

Hermione suavizó la mirada al ver la expresión de Harry. En el acto comenzaron una charla animada sobre sus tiempos de escuela. Ambos tenían buenos y malos recuerdos de aquellos tiempos en los que su vida constantemente se veía amenazada por Voldemort. Recordaban mucho los embrollos en los que se metían con Ron y comparaban aquella vida que se les antojaba infantil y ruidosa con la cotidianidad del presente. Habían cambiado, madurado. Se habían sumergido en un constante papeleo, en la rutina del día a día, resultaba que la vida del mago y la bruja moderna no era tan maravillosa como habían pensado en un principio. De niños habían esperado crecer y ahora querían volver a aquella etapa de ilusiones.

–Bueno, no sé. A veces me gustaría volver a los días de Hogwarts y a veces no –comentó Hermione mientras le daba un bocado a su corte de carne–. Es decir, ahora me gustaría tener una familia y seguir creciendo en el campo de la magia y todo eso. ¿Tú qué piensas?

Una familia. Para eso había que casarse. Harry sintió la cajita con el anillo que llevaba en el pecho. Era el momento justo. Hermione había tocado el tema, estaban cenando, el ambiente estaba relajado. La cena estaba casi terminada, tenían vino. Sintió calambres en las manos y el sudor frío en las manos. Es ahora o nunca, se dijo. La miró a los ojos. Esos ojos avellana tan hipnóticos que lo volvían loco. Pensó en los Granger. Recordó que no había pedido su opinión. Que no había tenido la decencia de preguntar si ellos estaban de acuerdo en que su hija se casara con él y entonces algo se rompió dentro de él. No podía hacerlo. No esta noche.

–¿Harry? ¡Harry! –Harry parpadeó y volvió a mirarla– ¿Te pasa algo? ¿Estás bien?

–Sí, sí. ¿Qué decías? –volvió a usar su cuchillo para cortar su carne y se la llevó a la boca pero no le supo más a comida, tenía la boca desabrida.

–Te pregunté que qué opinas, si te gustaría volver a Hogwarts o no.

–No sé, pienso que no. Significaría que Voldermort estaría de nuevo vivo.

–Sí, es verdad.

A partir de ese momento las respuestas de Harry fueron vagas, difusas. Hermione tuvo que esforzarse por llevar la conversación. Supo que algo había pasado pero no supo qué. La ansiedad empezó a formar una capa de hielo en ambos, especialmente en ella que veía que la noche se iba acabando y la propuesta no llegaba. Cuando ambos iban de vuelta a casa de los Granger había un silencio glacial en el Rolls-Royce. Se sentía un denso vacío en ambos. Había sido el momento perfecto y ambos lo sabían, pero no había sucedido. Al dejarla en casa, Harry intentó besarla en los labios pero ella giró la cara y el beso fue a parar en su mejilla. Hermione entró rápidamente en la casa. Harry se quedó un momento bajo la nieve que ahora estaba cayendo más fuerte.

Al entrar el auto vio que ella había olvidado el ramo de flores, quizá a propósito. Un cúbito de hielo se instaló en su corazón. Pensó en llevarlo a su casa o hacerlo aparecer en su habitación, incluso poner ahí el anillo. Sería una forma muy cobarde de proponerse. Simplemente desapareció las flores y se fue al parque oscuro con el auto donde lo volvió a encoger, lo metió en su bolsillo y se fue a Grimmauld Place con la amargura en su pecho que no lo dejó dormir en toda la noche.

Por la mañana, con unas ojeras terribles se presentó en el campo de golf que solía visitar el señor Granger. Había estado pensado toda la noche. Tenía que hablar con él a como dé lugar. Necesitaba su consentimiento. Era tradición que el padre de la novia le diera el permiso al novio para casarse con su hija. Sabía que los sábados por la mañana su casi suegro iba a jugar golf a ese sitio con otros dentistas y doctores, no sería difícil encontrarlo. De hecho, usó magia para ello. Con algo de lo aprendido en Rastreo de la clase de Aurores dio con él.

–No ha ido bien anoche, ¿eh Potter? –fue el saludo de John Granger.

–¿Ya le dijo Hermione? –preguntó Harry.

–Con solo ver tu cara lo sé todo –apuntó él mientras Harry se rascaba la barbilla–. Pero sí, Hermione está hecha un mar de llanto. Esperaba que le pidieras matrimonio ayer.

–Lo iba a hacer –contestó Harry con el corazón hecho un puño: ella también lo esperaba–. Pero no había hablado con usted. Quería pedir su consentimiento.

–Mi querido muchacho, no es a mí a quien debes consultar y lo sabes. Es a Jean. Por mí, pueden casarse hoy mismo si así lo quieren. Pero mi mujer es de otra idea. Habla con ella. Te advierto que será complicado después de lo de anoche. Está que echa chispas.

Harry le agradeció y se fue, sabiendo que hoy no era el momento propicio. ¿Cómo decirle a su suegra que era el indicado para su hija? Y, peor aún, convencerla de ello.


A falta de respuestas, palabras. Sé que están ahí, detrás de sus pantallas, leyendo en silencio. Venga, chicos, sólo pido un review de su parte. Sé que me merezco su silencio perpetuo por el descuido de mi parte ante los años de abandono... pero necesito también un poco de motivación. Ha sido un camino largo y estamos -por fin- llegando a la primera mitad. Sin ustedes, esto no habría sido posible. Sé que la gran mayoría que me acompañó en el principio habrá olvidado por completo esto y ahora se dedicará a otras cosas. Ha pasado más de una década (qué fácil es decirlo). Ahora hay nuevas personas que leen estas historias, sean por favor bondadosos con éstas letras y permítanme conocer su opinión al respecto. Aún queda un largo, largo camino por recorrer. Haré lo posible por mantener esto arriba ;)

o0osherlino0o