Abrazo de la Perezosa Desesperanza
Cero días desde la Última Muerte (Once Muertes)
Con intenso autodesprecio ardiendo en lo profundo de su corazón, e ira nublando su inestable juicio, Subaru recorrió las desoladas calles de la Capital Real. Sin embargo, para su sorpresa, éstas no se encontraban tan solitarias como lo habían hecho durante los dos bucles anteriores. Pelotones de guardias fugazmente aparecieron a lo largo de su campo de visión.
Durante los dos primeros bucles de ese ciclo de muerte, Subaru no había encontrado nada más que cadáveres por toda la extensión del distrito comercial, con la excepción de los aborrecibles miembros del Culto de la Bruja. No obstante, encontrarse con distintos grupos de guardias y caballeros no había resultado una gran sorpresa para él. Al fin y al cabo, ya había teorizado que la razón por las que no había notado la presencia de estos antes, era que habían sido completamente arrasados por el culto, específicamente, por los dos presuntos Arzobispos del Pecado.
Debido que había optado por abandonar a sus dos ingenuos colegas, que ridículamente se aferraban a un ilusorio sueño que nunca tendría lugar, se había ahorrado valiosos minutos de charla banal y había incursionado prematuramente en las calles de la capital. Ahora que había comprobado que su hipótesis había resultado acertada, gracias a la efímera presencia de varios grupos de guardias que trágicamente marchaban hacia sus muertes, Subaru había determinado que el estado de peligro en el que se encontraba la Capital Real era incluso peor de lo que inicialmente había especulado.
En efecto, la capital se encontraba en una situación completamente desfavorable. Al menos cuatro Arzobispos del Pecado del Culto de la Bruja habían aparecido dentro de los límites de la ciudad, de eso Subaru estaba convencido. Con monstruos como el Arzobispo de la Codicia, que gozaba de inmunidad casi perfecta, según lo rescatado de las palabras de un moribundo Wilhelm Van Astrea, rondando por las calles de la capital de reino, ni siquiera el Santo de la Espada podría repeler al culto sin que la capital recibiera daños irreversibles.
¿La ciudad se salvaría? Subaru de ello no tenía duda alguna. Reinhard Van Astrea era el héroe definitivo; en términos de su mundo, se encontraba completamente roto. Aun así, ¿cuántas vidas perecerían durante su combate contra el Culto de la Bruja? Allí radicaba la verdadera preocupación de Subaru; y no por una razón tan noble como el bienestar del pueblo de Lugunica.
Había dos personas que deseaba evitar que murieran dentro del castillo, a Subaru le daba igual lo que sucediera con los demás; sin embargo, había una excepción. Subaru también deseaba evitar la muerte de Emilia, la chica medio-elfa; si impedía que ella pereciera durante el catastrófico sitio a la Capital Real, entonces Subaru finalmente consideraría saldada su deuda hacia ella, sus pecados serían redimidos. Emilia no era su prioridad; pero, de todas formas, haría lo necesario para impedir su muerte. Solo de esa forma apaciguaría la culpa que abrumaba su corazón.
Ese era el contexto concerniente al castillo y aquellos que se encontraban actualmente dentro de él. Aun así, había otro lugar de vital importancia para Subaru. La Mansión Hoshin. No obstante, sus preocupaciones concernientes a ese lugar eran ínfimas en comparación a las que sentía con relación al castillo. Y no solo porque Anastasia se encontrara allí, sino que, además, porque la mansión de su jefa se encontraba fuertemente resguardada. El guerrero más poderoso de Kararagi era uno de los guardias, después de todo…
Subaru se detuvo en seco, sus ojos completamente abiertos. Paralizado, Subaru observó el camino que se extendía ante él. Si seguía adelante, en minutos estaría entrando a la zona de clase alta. Una vez allí, tendría que correr durante unos treinta, treinta y cinco minutos para alcanzar la ciudadela que daba paso al Castillo Real. Aún era posible vislumbrar escasos guardias moviéndose apresurados hacia el oeste del distrito comercial; no era demasiado tarde.
No obstante, Subaru finalmente cayó en cuenta de que aún no se había librado por completo de aquella indulgente ilusión, que había utilizado para alejar su mirada del aterrador e inminente futuro que se arrastraba hacia él. Dos bucles habían empezado y terminado, ambos habían concluido con muertes dicotómicas; la primera debido a las calcinantes llamas de la ira, la segunda debido al gélido hielo de la solitaria indiferencia. Y, sin embargo, Subaru nunca consideró contactar con Halibel.
Su mejor aliado, la mejor carta en su mazo, la mejor pieza en su lado del tablero. Subaru había dejado totalmente de lado a esa persona, mientras lidiaba estúpidamente con entidades que le superaban a él y sus aliados abrumadoramente. Inaceptable, había cometido un error que no podía ser justificado de ninguna manera. Sin embargo, no contaba con tiempo para castigarse a sí mismo por ello, lo mejor que podía hacer era aprender de sus anteriores errores y proceder inmediatamente a contactar con Halibel.
"¿Pasa algo, Subaru-sama?" Le cuestionó Utada, extrañado porque se hubiera detenido abruptamente en medio de la calle, lugar en el que se encontraban expuestos a ser atacados.
"Voy a llamar a Halibel con mi metia." Afirmó Subaru tras unos segundos de silencio, y entonces reanudó su camino hacia el Castillo Real. Era un hecho que no tenía tiempo que perder, así que lo llamaría mientras se movía.
Halibel se lo había dicho. Lo había olvidado debido a que, en ese entonces, se había encontrado demasiado enfocado en escapar de la incómoda atmosfera del vestíbulo de la mansión de Anastasia. Pero Halibel, indudablemente, se lo había dicho. Lo lamentaras, le había vaticinado… Ya lo estaba lamentando… Contáctame a través del metia si necesitas mi ayuda, había indicado… Y eso es exactamente lo que haría.
"Anastasia-sama y el capitán lo asignaron a la protección de la mansión." Informó Utada. No me importa, se vio tentado Subaru a responder. Utada era un mercenario regido por las normas de su organización, siempre cumpliría su deber sin cometer error alguno. Por ello, para él, escuchar que Subaru pretendía que Halibel abandonara su puesto en la mansión indudablemente resultaría en algo inadmisible.
"Ellos lo entenderán, sobre todo Anastasia." Se limitó a responder.
Subaru se vio tentando a añadir la revelación de que Halibel realmente trabajaba para él, pero al final se abstuvo de hacerlo. Ello fácilmente podría provocar indeseada fricción entre Utada y él; después de haber abandonado a Otto y Leith, no podía ignorar la posibilidad de ello. Sus colegas también eran importantes para la Compañía Hoshin, por lo que Utada podría haber visto mal su decisión de prescindir de ambos cuando la capital se encontraba en medio de un asedio.
"Está en lo cierto." Dijo Utada, indiferente. Utada estaba al tanto de que tan importante era Subaru para Anastasia Hoshin, así que no le quedó de otra que ceder ante su egoísta argumento. Anastasia en efecto lo entendería. Si era para prolongar la vida de Natsuki Subaru, Anastasia Hoshin aceptaría casi cualquier cosa…
Apresurado, Subaru esculcó sus propios ropajes en búsqueda del espejo redondo que le permitiría establecer contacto con Halibel. No obstante, conforme los segundos pasaron, los movimientos de sus manos se volvieron más frenéticos. Después de registrar cada bolsillo de su pantalón, Subaru se vio en la necesidad de aceptar lo ineludible; había olvidado el metia en la mansión.
Una vez más, Subaru se detuvo, maldiciendo internamente su ineptitud. Desesperado, registró sus bolsillos una vez más, esperando así un milagro que nunca llegaría a darse. Era inútil, así como lo era seguir engañándose. Debido a su prisa por abandonar la mansión, y al turbado estado mental en el que se había encontrado desde que despertó esa mañana, había cometido una estúpida equivocación. Incapaz de contactar con Halibel, y encontrándose a una considerablemente larga distancia de la mansión, una distancia que se sentía más larga considerando el descorazonador contexto de su situación, Subaru maldijo su pobre suerte y su enorme estupidez.
"¡Mierda! ¡Soy un maldito idiota!" Exclamó Subaru, cargado de frustración.
"¿No iba a contactar con Halibel-sama?" Le preguntó Utada, mientras se le acercaba lentamente.
"¡Olvidé el maldito metia! No podré contactar con Halibel." Le dijo Subaru, volteándose a mirarlo. La expresión de Utada se mantuvo igual, para él, ese error no cambiaba nada; su trabajo seguía siendo el mismo, sus intenciones permanecían inalteradas. Si solo Utada también poseyera un metia; pensó Subaru. Se suponía que Subaru siempre portaba uno, y Utada solo recibía un Espejo Convergente durante misiones especiales, eran bienes extremadamente costosos, al fin y al cabo; así que él era el único causante de esa patética situación…
"En ese caso, ¿qué deberíamos hacer?" Ante la pregunta de Utada, Subaru sacudió su cabeza mientras liberaba una tensa risa encolerizada. Utada era un guardaespaldas, así que no importaba que dijera, Subaru siempre tendría la última palabra. Sintiendo la presión de tener que tomar una decisión sobre sus hombros, Subaru se vio en la necesidad de optar por, una vez más, ceñirse a sus prioridades.
"No tenemos tiempo para ir hasta la mansión, tendríamos que desviarnos completamente al oeste del distrito de la nobleza para llegar, y solo con ello perderíamos más de una hora." Leith vivía en la parte alta del distrito comercial, a poco menos de media hora del límite con el distrito de clase alta. Hasta dos horas habrían perdido si hubieran ido a comprobar el fallecimiento de la familia de Leith, todavía contaban con tiempo; aun así, añadir la mansión como parada haría del abandono de sus amigos algo completamente en vano. Subaru no podía darse el lujo de perder tiempo. "Seguiremos hacia el norte. Gracias a la visión, sé dónde se encuentran los arzobispos, si somos cuidadosos, no deberíamos encontrarnos con ellos."
Habiendo dicho eso, Subaru reanudó su carrera contra el tiempo hacia el castillo. Él era consciente de que Halibel sería completamente vital para conquistar el Castillo Real, realmente lo era. No obstante, su prioridad era llegar lo más temprano posible al castillo, su prioridad era rescatar a Anastasia, no al castillo. Si llegaba allí antes que el Arzobispo de la Codicia lo hiciera, tal vez, solo tal vez… Tal vez estaba siendo demasiado ingenuo, otra vez.
Con ello en mente, Subaru siguió moviéndose hacia adelante. Sin importar que las dudas se apilaran en su mente y corazón, arremolinándose en el núcleo de su ser, Subaru no miró hacia atrás. Una persona fuerte puede abarcar mucho más que una persona débil… Una persona fuerte, al igual que una débil, tendrá prioridades; no todo se puede colocar sobre el mismo estrato del corazón, en la misma jerarquía emocional.
Sin embargo, una persona fuerte puede darse el lujo de poseer prioridades más holgadas, más amplias. Una persona fuerte puede abarcar más, por lo tanto no se verá en la necesidad de negligir de personas cercanas. Una persona fuerte puede proteger a todos los que le importan; Subaru así lo consideraba. Él, que era incapaz de proteger a todos aquellos a los que apreciaba, no podía considerarse nada más que el más débil de los seres.
Por ello, tenía que fortalecer su patético espíritu y aceptar sus propias limitaciones una vez más. No podía seguir creyendo ingenuamente que podría salvar a todos aquellos que le importaban; tarde o temprano, tendría que haber elegido entre aquellos importantes para él. Ese momento había llegado para él. Exactamente por esta razón no podía darse el lujo de mirar atrás. Tenía que mantener su mirada al frente, fija en las únicas personas que podría proteger; aquellas prioritarias para él.
Subaru deseaba que Otto y Leith contaran con la suerte necesaria para sortear una situación como en la que se encontraban actualmente; de lo contrario, ese sería el adiós definitivo. No, este es el adiós definitivo, concluyó en su mente. Incluso si ambos sobrevivían, Subaru dudaba que su relación se mantuviera como lo había hecho hasta ese día. Su relación con ellos no había sido la mejor desde su primer regreso de Kararagi, pero ahora, su amistad finalmente podría considerarse por finiquitada.
Los débiles somos egoístas, pensó Subaru. Los débiles que no reconocen sus limitaciones, están destinados a morir de maneras horribles; esa era la realidad de ese mundo. Por lo tanto, los débiles serán, irremediablemente, personas solitarias. Por ello, los débiles buscan a otros débiles… Eso es lo que había concluido. Él, un débil que había terminado rodeado de personas fuertes por mera casualidad, inevitablemente sería el más solitario de todos…
Suspirando, Subaru sacudió la cabeza. Lo mejor sería que no siguiera pensando en ello, o podría terminar arrepintiéndose de sus acciones; no, arrepintiéndose de sus acciones más de lo que ya lo hacía. Leith y Otto, ambos eran personas extraordinarias, pero, ultimadamente, también eran débiles. Como había pensado, ineludiblemente, los débiles buscan a otros débiles, buscando así la fuerza en los números.
Anastasia Hoshin y todos bajo su mando era fuertes. Ella tal vez carecía de fuerza física, pero lo mismo no podía decirse de su fuerza mental. Gracias a ello, había construido el imperio que era la Compañía Comercial Hoshin. Anastasia insistía que Subaru era fuerte, pero Subaru no podía aceptarlo de manera consciente e inconsciente. De lo contrario, Subaru tendría que asumir su responsabilidad y rescatar a todos aquellos que le importaban; autoindulgentemente, una vez más asumía que era demasiado débil para aceptar las responsabilidades que conllevaba su bendición maldita.
Humildad egoísta… Eso no era humidad. Una vez más, reconocer sus debilidades no era suficiente. Sin embargo, ya se había esforzado por cambiarse a sí mismo; simplemente había fallado. Después de haberlo intentando y fallado, ¿acaso no era injusto que estuviera señalándose a sí mismo como alguien egoísta? Estaba haciendo lo que podía con lo poco que tenía a mano. Abandonar a Leith y Otto había sido necesario para que entonces pudiera recuperar el control sobre el destino de Anastasia.
Sí, reprendiéndose a sí mismo no ganaría absolutamente nada. Ya era demasiado tarde para dar media vuelta y regresar por su colegas. Había decidido negligir de sus destinos… Si volvía a morir, simplemente volvería a abandonarlos. No tenía tiempo para convencerlos de que ir a la casa de los familiares de Leith era una pérdida de tiempo, ambos, obstinadamente, se aferrarían ingenuamente a una ilusión, bajo el pretexto de la patética esperanza.
Como Subaru en el pasado, no eran capaz de desprenderse de aquello que no era prioridad. Ambos eran débiles, ambos deseaban abarcar más de lo que podían… Subaru no era un héroe, ni responsable de las acciones de ninguno de los dos. Subaru tenía un camino que recorrer, un destino que alcanzar. Otto y Leith se habían convertido en una carga… Subaru no quería verlos morir una y otra vez… No soportaría lidiar con esa carga.
Inconscientemente, Subaru ingresó en uno de los callejones que se abría a su izquierda. Hace unos minutos habían dejado de aparecer pelotones de guardias, las calles finalmente se encontraban completamente desoladas. Evitando las calles principales lo más posible, Subaru huyó hacia el noroeste. Si se desviaba demasiado hacia el oeste, podría terminar arribando peligrosamente cerca de Capella, si se mantenía mirando directamente al norte, terminaría encontrándose tarde o temprano con los dos posibles arzobispos.
Subaru, mientras corría, se imaginó el mapa de la capital. En el este, dos posibles arzobispos todavía sin reconocer, en noroeste, el Arzobispo de la Lujuria, en el norte, probablemente, el Arzobispo de la Codicia. Mientras se mantuviera alejado de los tres primeros, no debería tener problemas para alcanzar la ciudadela que precedía al castillo. Su única preocupación era Codicia que, por el rastro de cadáveres masacrados que se encontró el bucle anterior, probablemente había recorrido el mismo camino que él tenía en mente para llegar al Castillo Real.
Sin embargo, Subaru no le dio mucha importancia a este asunto. Si se lo encontraba en el camino, corroboraría así sus suposiciones, y por lo tanto adquiriría información muy valiosa. Aun así, dado que eludiría la Plaza Farsale, no recorrería exactamente el mismo camino hacia el castillo que el bucle anterior, entonces existía la posibilidad de evitar encontrarse con él.
Un hombre que, con el mero movimiento de su mano, destruye todo a su alrededor, dejando un enorme rastro de muerte y destrucción a su paso… Debería de ser capaz de impedir un encuentro con él; pensó Subaru, mientras se desviaba nuevamente de la calle en la que estaba ubicado e ingresaba a otro callejón aledaño. Subaru se sentía confiado en lograr su meta, gracias a la información recolectada. Tenía una buena idea de donde se encontraban los Arzobispos del Pecado, mientras fuera cuidadoso y evitara caminos principales, debería llegar sin mayor recaudo al castillo.
Y así como había creído, sucedió… durante el transcurso de los siguientes diez minutos. Se había alejado lo suficiente del este del distrito comercial, y a la vez había evitado desviarse demasiado hacia el oeste. Se encontraba en un punto central que, según su hipótesis, debía ahorrarle el encontrarse con alguno de los tres primeros arzobispos. Si había eludido a los dos primeros durante el bucle anterior, entonces no había razón para que esta vez fuera diferente.
Su corazón entonces dio un vuelco, un escalofrío recorrió por completo su cuerpo, las náuseas casi causan que tropezara contra uno de los ladrillos de roca del camino y cayera al suelo. Una inquietante sensación de déjà vu inundó su cuerpo; y esto se debió a más de una razón. Utada, que lo había seguido en silencio desde su intento fallido de contactar con Halibel, gruñó mientras empuñaba su enorme hacha.
Se encontraban rodeados por hasta diez individuos vestidos con túnicas de negro azabache, sus miradas ocultas por capuchas con marcas triangulares donde se encontraban los ojos. Subaru, con vómito amenazando escapar de su garganta, observó espantado a las figuras, que en silencio los contemplaron a él y a Utada. No, ahí radicaba la segunda razón que había provocado esa terrible sensación de déjà vu. Solo lo estaban mirando a él.
Aunque ocultaban sus miradas, era fácil percibir en que se estaban enfocando realmente los cultistas. Utada, que poseía sentidos más afilados, se percató de ello primero. Con sospecha, el mercenario observó al paralizado Subaru. Era difícil entender las razones detrás de los actos del Culto de la Bruja, y por ello no podía actuar precipitadamente, pero estaba claro que el culto tenía interés en Subaru por alguna razón; su olor muy probablemente estaba relacionado con ello.
Subaru estaba seguro de que había tomado en cuenta todas sus consideraciones. Había sido cuidadoso y se había mantenido alejado de la zona en que había encontrado a los dos posibles arzobispos. Y, aun así, todo ello había sido en vano… Abandonar a sus colegas y amigos había resultado en vano. Igual que como sucedió primero con las mabestias, y después con la falsa Zarestia, Subaru había sido encontrando sin importar cuanto escapara. Subaru simplemente no podía comprenderlo…
El primero en moverse fue Utada que, notando que los cultistas se estaban preparando para atacarlo a él primero, realizó un ataque preventivo. Su hacha rebanó a un cultista desde el pecho a la cintura, causando que sus órganos se regaran cual catarata carmesí. Los cultistas rápidamente se colocaron en formación de ataque, y esta vez Subaru sí pudo notar a los magos moviéndose a la retaguardia; así como durante el bucle anterior.
En segundos, dagas llovieron, y aunque Utada esquivó la mayoría de ellas, acabando con dos cultistas en el proceso, fue incapaz de impedir el uso de magia. Dos magos habían caído, pero uno fue capaz de atacar a Utada a quemarropa. La esfera de fuego explotó, quemando el peto de cuero utilizado por el mercenario e incinerando su pelaje. Piel calcinada era visible en varias partes de su cuerpo, sin embargo, Utada ignoró el dolor y asesinó al mago con un poderosos tajo de sus afiladas garras.
De los diez cultistas iniciales, quedaban siete; los magos, que aparentemente solo eran tres, ya habían sido eliminados. Dos cultistas, sin mediar palabra, comenzaron a escapar. Utada, como si se tratara de un animal salvaje, se abalanzó hacia ellos con su hacha sostenida por sobre su enorme cabeza. Moviendo con fuerza el arma, Utada acabó con uno de los individuos que huía, haciéndole un corte a lo largo de la espalda.
La mirada ardiente de Utada se movió hacia cultista que escapaba restante, pero antes de que pudiera darle caza, los cinco encapuchados restantes lo atacaron por la espalda. Usando su grueso brazo, Utada evitó los ataques, no obstante, sangre empezó a fluir profusamente de éste. Con un grito, Utada movió su otro brazo y agarró del cuello a uno de los atacantes. Con un sonido de crack, el guerrero quebró el cuello del cultista, para inmediatamente después lanzarlo con fuerza hacia sus compañeros.
Usando su hacha y sus garras, Utada finalmente acabó con todos los cultistas, esparciendo su sangre y órganos por todo el callejón en el que se encontraban. Viendo esto, Subaru suspiró debido al alivio. Si se apresuraban, tal vez lograrían evadir a los posibles arzobispos. Subaru temía que volvieran a encontrarlo, pero en ese momento solo podía pensar en seguir moviéndose. Fue entonces que su mirada y la de Utada se encontraron, y Subaru volvió a temer por su vida.
Un miedo instintivo se extendió por el cuerpo de Subaru, provocando que empezara a temblar. Los ojos de Utada brillaban en la penumbra del callejón, odio se filtraba de entre sus retinas, un odio capaz de helar la sangre. Animosidad animalística golpeó a Subaru, que era incapaz de moverse; Utada ya no lo consideraba un aliado, de ello estaba seguro. Subaru sintió la desesperante necesidad de hablar, pero no era capaz de hacerlo. El sonido de sus dientes chocando los unos contra otros incesantemente inundó el silencioso callejón.
"¿U-Uta-da…?" Se forzó a decir Subaru, con su mirada clavada en un Utada que se asemejaba a una bestia salvaje. Sin responderle, Utada se le acercó lentamente. La distancia entre ambos disminuyó; cada paso del demi-humano, Subaru temía más por su vida. Y cuando el aliento bestial del felino rozó el rostro de Subaru, el hostil mercenario abruptamente desapareció. "¿Eh?"
Confundido, Subaru escaneó el callejón con su mirada. No parecía haber nada allí. Fue entonces que sonidos de resistencia llegaron a sus oídos y Subaru levantó la mirada. Y entonces las vio, múltiples manos negras habían tomado a Utada y lo sostenían en el aire. Su guardaespaldas se retorció, pateó y mordió, pero fue inútil. Como si se tratara de basura, las manos simplemente se deshicieron de él, lanzándolo lejos. Estupefacto, Subaru mantuvo su mirada en el aire; incluso cuando las manos desaparecieron sin dejar rastro. No reaccionó hasta que una voz proveniente de la salida del callejón lo sacó del transe.
"Mis dedos me informaron que habían encontrado a individuo particularmente amado, sin embargo, pensar que estaría manchado de tal forma…" De un brinco, Subaru dio media vuelta, para entonces encontrarse con un sujeto de cabello castaño, sobre el que descansaba un solideo negro, y mirada enloquecida. "No, no, no, no. No puede ser. ¡No puede ser! Pensar que sería capaz de ignorar tal presencia, ¡definitivamente he pecado contra el amor! ¡Perdóname! ¡Perdóname! ¡Perdóname por no pagar tu amor!" Autoflagelándose por un pecado incomprensible para Subaru, el sujeto comenzó a morder brutalmente sus dedos.
Subaru, habiendo perdido toda esperanza de huir, se dejó de caer de rodillas, con su mirada fija en el rostro pálido del lunático masoquista. La vitalidad rápidamente desapareció de sus ojos, los cuales en pocos segundos empezaron a carecer casi por completo del brillo de la vida. Había fallado, una vez más, sus esfuerzos habían sido completamente inútiles. Porque no importaba si se resistía, sería en vano; si volvía a escapar del enloquecido sujeto, moriría a manos de la mujer de cuerpo vendado.
"Mátame…" Susurró Subaru, melancólico. Empezaría de nuevo, buscaría la manera de eludir al Culto de la Bruja y llegaría al castillo. No podré mantener la promesa, pensó con pesadumbre. Había prometido a Anastasia que lucharía, que no desperdiciaría su vida; sin embargo, ya no quedaba nada que pudiera hacer. "Mátame de una vez…" Insistió Subaru, su mirada clavada en la superficie de roca.
"Me parece que has perdido toda voluntad de vivir… Has negligido del amor que se te ha concedido, has despreciado la buena fe que se te ha sido mostrada y has comenzado a revolcarte en el penoso anquilosamiento." Con mirada amonestante, el sujeto caminó tranquilamente hacia Subaru, mientras reprendía su actitud derrotista. Finalmente, el hombre se detuvo frente a él; sus dos zapatillas negras aparecieron en el campo de visión de Subaru. "Me gustaría que al menos me miraras a los ojos mientras te hablo. No creo que implique demasiado esfuerzo actuar respetuosamente ante este siervo del amor, ¿verdad?"
"¡Tch! No tengo interés en escuchar los desvaríos de un loco. ¡Has lo que viniste hacer y mátame de una buena vez!" Negándose a complacer al lunático, Subaru gritó con su mirada completamente fija en las zapatillas de cuero. Moriría y empezaría de cero, eso es todo lo que necesitaba saber.
"Ignoras mis peticiones y descaradamente demandas que cumpla tus deseos. Mientras que te revuelcas en tu autoindulgente estancamiento, incapaz de hacer nada por ti mismo, esperas que los demás resuelvan tus inquietudes… Es desagradable de ver. ¡Terrible, lamentable, deplorable, trágico, tremebundo! ¡En verdad… tú eres pereza!" Abruptamente, Subaru sintió como su cabello era tomado bruscamente, y entonces sus ojos finalmente se cruzaron con los del individuo enloquecido. "¿Quién eres? ¿Por qué alguien como tú, desagradable confidente de los perezosos espíritus, es tan amado? ¿¡Por qué alguien tan amado como tú, despotrica de tal manera contra su propia bienaventuranza!? ¿Quién eres? ¡¿Quién eres?! ¡¿QUIÉN ERES?!"
"No daré mi nombre a patéticos fanáticos como ustedes. Cuando encuentre la manera de lidiar con esto, me aseguraré de que el Santo de la Espada los haga desaparecer de la faz de la tierra." Subaru no sabía lo que estaba diciendo. ¿Volvería a depender de Reinhard? Esa no era su intención, al menos no deseaba hacerlo de manera completamente directa, así como había hecho el día de su llegada a ese mundo. Sin embargo, su odio hacia el Culto de la Bruja ardía con más fuerza que nunca, y la idea de ser insultado sin responder le resultaba inadmisible.
"Hmm… Parece que el vigor necesario para la correcta diligencia no ha desaparecido del todo." Comentó el hombre, llevando otro de sus dedos a la boca; sangre inmediatamente comenzó a fluir de entre sus dientes amarillentos. "Aun así, cabe repetir la pregunta. ¿Quién eres…? ¿No serás acaso Orgullo?"
"¿Orgullo…?" Preguntó Subaru, confundido.
"Sí… Orgullo… Orgullo… De lo contrario… De lo contrario, ¿por qué alguien como tú sería tan amado? No puede ser de otra forma, no puede serlo… ¡Tiene que ser así! Orgullo…" Divagando, el trastornado hombre analizó el rostro de Subaru, mientras enterraba sus dientes con cada vez mayor fuerza en sus delgados dedos huesudos. "En ese caso, mi deber ha de ser presentarme." Concluyó, liberando su dedo ensangrentado y el cabello de Subaru. Uno, dos, tres pasos. Una vez se encontró a cierta distancia de Subaru, se giró, sosteniendo la capa unida a su túnica e hizo una retorcida reverencia, presentándose finalmente. "Soy uno de los Arzobispos del Pecado del Culto de la Bruja, representado a la Pereza. ¡Petelgeuse Romanée-Conti!"
"¡Pereza!" Exclamó Subaru, sorprendido. Con un brillo peligroso reemplazando su opaca y moribunda mirada, Subaru examinó el rostro del enloquecido cultista. A la vez, el creyente de la bruja malinterpretó la reacción y la mirada de Subaru, efecto que se vio intensificado cuando él murmuró. "Entonces tú eras Pereza… Estaba en lo cierto, eras un Arzobispo del Pecado. ¿La otra será Ira…?" Rápidamente, Subaru comenzó a dar sentido a la información que acababa de recibir; el miedo a la muerte ya se había esfumado de su corazón. Me llamó Orgullo, pensó Subaru. No entendía el sentido detrás de tal afirmación, pero si ese era el caso, entonces estaba seguro al afirmar que la mujer vendada no era el Arzobispo del Orgullo. "Ira…" Pensó en voz alta.
"¡Ahhhhh! ¡¿Acaso estaba en lo cierto?! ¿Ante mí ha sido enviado el nuevo discípulo de amor, el discípulo del amor restante? ¡Esto solo puede ser una prueba de que he recorrido el camino correcto, he obrado acorde a como se espera de este devoto siervo del amor! Es fantástico, maravilloso, increíble, extraordinario, asombroso! ¡Mi corazón se siente inundado de fervor! ¿Eres tú un devoto de amor? ¿Eres tú el representante del Orgullo? Tu mirada… ¡maravilloso! ¡Es la mirada de un fiel seguidor de la bruja! ¡La mirada de un pecador en búsqueda de un camino que seguir! ¡Puedo sentir el orgullo fluyendo en ti! ¡El orgulloso debe ser diligente, así debe ser! ¡Así! ¡Así! ¡Asíiiiiiiii! ¡Mi cerebro tiemblaaaaa!"
Arzobispo del Orgullo… ¿Si mentía, acaso alcanzaría su destino? Odiaba al culto de la bruja. Un ardor similar al de acero derretido emanaba de sus entrañas, un odio capaz de carcomer su razón. Sin embargo, Subaru tenía una prioridad, una que desplazaba por completo sus dudas y preocupaciones. Anastasia, necesitaba alcanzar el destino de su jefa; para ello, llegar al Castillo Real era vital.
Si mentía, si utilizaba la ingenuidad y estupidez de ese lunático a su favor, ¿podría conseguir su objetivo? Haría lo que fuera para conseguirlo, ese era el alcance de su resolución. Daría la mano a su enemigo si eso era necesario; y luego lo apuñalaría por la espalda. El día que relegó su promesa a Reinhard, creyó haber actuado humildemente; sin embargo, no había hecho más que huir de sus responsabilidades, utilizando una falsa humildad autocomplaciente como excusa; como había dicho el loco, eso era pereza… Por ello, asumiría como castigo el portar temporalmente con el pecado del orgullo.
"Arzobispo Romanée-Conti, me alegra enormemente que finalmente me haya reconocido. Como podrá ver, también fui convocado al asedio de la capital, sin embargo, me perdí en el camino. Haber dado con usted parece ser una prueba de que la providencia en efecto me favorece. ¿Aunque eso es de esperarse, no es así?" ¿Debía actuar engreídamente? ¿Qué debía decir? ¿Qué debía evitar decir? Pereza, realmente no actuaba perezosamente… ¿Así que cómo podía estar seguro de cómo debía actuar ante un Arzobispo del Pecado? Si cometía un error, sería descubierto… Lo mejor será que hable lo menos posible, concluyó. "En todo caso, yo también fallé en reconocerlo debido a que recientemente fui asignando como el representante del Orgullo, y por lo tanto aún no estoy al tanto de las identidades de mis compañeros arzobispos; así que no considero necesario disculparme por ello. Sin embargo, sí considero que lo mínimo que puedo hacer es responder acorde y también presentarme… Arzobispo del Pecado del Culto de la Bruja, representando al Orgullo, Natsuki Subaru."
