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Título: III. Cómo decirlo
Fandom: Harry Potter
Ship: H/H, La pareja del Fénix
Palabras: 1995
Resumen: Harry se siente incómodo por intentar pedirle matrimonio a Hermione sin el consentimiento de sus padres, así que decide ir a Hablar con Jean Granger. ¿Logrará obtener la aprobación de la reacia mujer? (3/4).
¡Pero qué diablos se había creído ese Potter! ¡Destrozar así el corazón de su pequeña! ¡Ya vería! Maldito infeliz…
Jean Granger miraba a Hermione que desayunaba un plato de cereal con la cabeza gacha. Llevaba un gran suéter gris que le quedaba flojo a más no poder, le caía por los costados, le llegaba casi hasta las rodillas y las mangas que normalmente doblaba las llevaba mal arremangadas. Giraba y giraba la cuchara en el plato sin tomar ni una hojuela, sin darse cuenta que su pelo enmarañado estaba a punto de mezclarse con la leche. El viernes habían salido por la noche y nada más llegar había sido puro llorar. Todo el sábado encerrada en su cuarto. Hoy por lo menos había salido. La señora Granger comenzaba a preguntarse si no hubiera sido mejor que el chico le hubiera pedido matrimonio.
No. No me agrada nada. Fue su culpa que nos fuéramos a Australia.
Sin embargo había sido decisión de Hermione hechizarlos, eso había dicho ella. El chico no había tenido nada que ver. Y ya se habían desecho de ese mago que lo perseguía, tal vez, tal vez… ya no fuera tan peligroso que estuvieran juntos. Jean frunció el ceño y se puso a lavar platos. Estaba pensando idioteces. Ver a su hija en ese estado la volvía vulnerable. Realmente no sabía nada de la magia. Nunca había participado de lleno en ese mundo y le daba recelo no conocer cómo era en realidad aquel mundo desconocido. Había entrado cada año al callejón diagón con su esposo para comprar los libros de su hija y había visto un montón de cosas que le habían maravillado, sí, es verdad. También conocía cosas extrañas a partir de lo que veía a Hermione hacer. No siempre aprobaba lo que sucedía en su casa con magia.
Algunas veces, sin embargo, había deseado en lo más profundo de su corazón que ella también tuviera esos poderes, quería que ella poder hacer esos sortilegios y tener la vida solucionada por arte de magia. Le parecía que Hermione sólo tenía que mover su varita y tenía el mundo a sus pies. Aunque había quedado bastante decepcionada cuando supo que no podía aparecer comida de la nada. Habría sido bastante bueno no tener que trabajar nunca más para dedicarse a viajar por el mundo. Aunque por otro lado era un alivio: estar toda una vida en la vagancia podría traer sus consecuencias, su hija podría haberse echado a perder en un caso así.
Y al final se había enamorado de un chico como Harry. Supuestamente en su mundo era famoso, el más famoso de todos. ¿Y acaso la fama era todo? También era rico. ¿Eso le brindaría un buen futuro a ella? Su Hermione era talentosa, inteligente, bella. Seguramente era muy destacada en el mundo de la magia, ¿por qué necesitaría a un chico como él?
Porque lo ama, le dijo su vocecita interior. Miró hacía donde ella estaba, girando aún la cuchara sin sentido alguno sobre sí misma. Bufó y volvió a ponerle atención a los platos. Antes de tomar el siguiente alguien tocó el timbre de la casa. El señor Granger había salido. Se encaminó a la puerta para abrir. Hermione ni parpadeó. Ante su puerta apareció Harry.
–Hermione no quiere verte –dijo en automático y comenzó a cerrar la puerta.
–De hecho, venía a verla a usted, señora Granger –contestó Harry deteniendo la puerta con una mano.
Hermione se tapó la cara con las manos al oír la voz de Harry en la entrada.
–¿Qué quieres conmigo? –inquirió bruscamente la mujer.
–¿Podemos dar un breve paseo?
Jean lo evaluó. Harry traía el pelo alborotado de siempre. Pero no vestía la capa de mago que solían llevar en su mundo. Llevaba unos jeans desteñidos, una camiseta azul, un abrigo a juego y una bufanda gruesa. En su cara se notaba una seriedad poco habitual en él pero había también seguridad y determinación. Estaba decidido a no marcharse de ahí sin haber logrado su cometido.
–No estoy vestida para la ocasión –fue la respuesta de ella.
–Puedo ayudarle en eso –contestó Harry sacando su varita.
Hermione se iba acercando poco a poco desde la cocina para oír mejor el intercambio de palabras entre su novio y su madre.
–¿Y bien? ¡¿Qué esperas muchacho?!
–Oh… –Harry agitó su varita y vistió a la señora Granger con un grueso abrigo de lana, gorro, guantes y bufanda.
–Ahora vuelvo Hermione –le dijo su madre a la castaña, sabiendo que esta estaba justo detrás de ella.
Harry simplemente le sonrió y salió detrás de su suegra. Le abrió la puerta del Rolls-Royce para luego entrar en él. Condujo en silencio dejando a Hermione boquiabierta en la puerta de la casa. El silencio era denso dentro del automóvil. Harry mantenía la vista en el asfalto y la señora Granger no tenía la más mínima intención de comenzar la conversación. Después de lo que pareció una eternidad se estacionó frente a un restaurant y fue a abrirle la puerta a la mujer.
–¿Le apetece un café, un té…?
–No, la verdad. Preferiría ir a casa con mi hija, quien está destrozada, por cierto.
–De eso quiero hablar con usted. Entremos y hablemos.
La señora Granger torció el gesto y caminó por delante de Harry sin prestar atención a las pequeñas galanterías que él tenía para con ella como el que le abriera la puerta. Una vez dentro Harry pidió un café y ella no quiso nada. Era evidente que estaba muy molesta con él. Harry no se dejó amedrentar. Ya eran varios años los que había enfrentado esa mirada, desde que había empezado a salir con Hermione, de hecho.
–Suéltalo ya. ¿Qué es lo que tienes que decir? –le dijo la señora Granger. Harry suspiró.
–Sé que Hermione está molesta conmigo después de nuestra cita del otro día…
–¡¿Molesta?! –rugió Jean–. ¡No ha parado de llorar! ¿Y al menos sabes por qué?
–Sí… ella… quería que le pidiera matrimonio.
–Y si lo sabes –la señora Granger enmarcaba en cada palabra un odio infinito–, ¿por qué no lo hiciste?
Eso tomó por sorpresa a Harry que la miró con las cejas levantadas.
–¡¿Pretendes terminar con ella?! –la señora Granger golpeó la mesa en ese punto haciendo tintinear los contendores de la sal y el azúcar. Varios comensales giraron la cabeza en dirección a ellos.
–No, por supuesto que no –contestó Harry tratando de calmarla–. Yo iba a pedírselo. Esa misma noche.
–¿Y por qué no lo hiciste? –insistió y entornó los ojos, incrédula.
Harry sacó del bolsillo del abrigo la caja con el anillo, lo abrió y lo dejó en la mesa. La señora Granger lo miró. Así que era verdad, el chico tenía un anillo. Aunque bien podría haberlo comprado el sábado y venir con la mentira el día de hoy. La mujer cruzó los brazos y lo miró fijamente. En ese momento llegó el camarero con el café. Por un momento dudó en dejarlo. No parecía el momento adecuado para dejar la orden, era una proposición. Echó un vistazo rápido. Ella tenía los brazos cruzados, desafiante. Era una mujer madura que bien podría ser la madre de él. En cambio, el hombre parecía rogar que le creyera que le estaba pidiendo matrimonio. El camarero ya estaba ahí con el café. Optó por dejarlo lo más discretamente posible y se fue sin decir una palabra.
–No lo hice –comenzó Harry cuando el camarero se fue– porque no había hablado con ustedes, debía pedir su permiso para casarme con su hija antes.
El corazón de Jean Granger dio un latido tan fuerte que no pudo evitar derretirse un poco ante las palabras del chico.
–Quiero casarme con su hija, pero quiero hacerlo de la manera correcta. Quiero pasar el resto de mi vida con ella, sí, pero quiero que seamos una familia, como la que nunca tuve y eso los incluye a ustedes. Quiero tener el honor de poder visitarlos con Hermione y que usted y el señor Granger sean como los padres que no pude tener, que cuando tengamos hijos y los llamen abuelos corran a abrazarlos llenos de felicidad. Deseo que al llegar a su casa yo también me sienta feliz de verlos porque sabré que seré bien recibido y que ustedes se sientan cómodos de ir a mi casa, con mi esposa y mi familia, de la cual serán siempre parte fundamental… –en ese punto la señora Granger rompió a llorar y le tomó las manos a Harry.
Harry tomó una servilleta de la mesa y se la dio para que limpiara sus lágrimas. Ella hizo lo propio.
–Hijo, tienes mi bendición para casarte con Hermione –la voz entrecortada de la señora Granger le sonó a la mismísima gloria al escuchar sus palabras.
–Gracias señora Granger –contestó Harry, también con lágrimas contenidas en los ojos.
–Llámame Jean.
Harry guardó el anillo y después de eso se tomó el café frío de un trago. Pidió la cuenta que el camarero llevó de inmediato. Notó que la mujer no llevaba el anillo, pero los notó mucho más felices y relajados. ¡Qué pareja tan extraña!, pensó. Se extrañó aún más al ver que le habían dejado tres veces más de lo que costaba el café y que ya se habían marchado por lo que no pudo devolver el excedente. Con una sonrisa, se lo quedó como propina.
De regreso a casa de los Granger iban considerablemente más animados, hablando sobre la forma en que Harry le pediría matrimonio a Hermione. Curiosamente, su madre no tenía idea de qué le gustaría a su hija para tal ocasión. Así que decidieron que usarían magia para averiguarlo. Cuando la señora Granger entró en su casa, Hermione se hizo la desinteresada, esperando a ver que decía su madre al respecto de la entrevista que había tenido con Harry. La mujer se hizo la estoica. No iba a inclinar la balanza hacia ningún lado. Había aprobado el matrimonio, sí, pero era asunto de ellos llevarlo a buen puerto.
El lunes por la mañana Hermione estaba que se deshacía por saber qué habrían hablado pero no supo nada. Llegó el martes, luego miércoles y aunque ella y Harry ya se hablaban de manera más o menos normal, pasando por alto el incidente del fin de semana, no logró sonsacarle qué le había dicho a su madre. Llegó de nuevo el viernes. Se moría de curiosidad, pues la señora Granger no había dicho ni una palabra y no había intentado menoscabar la relación como normalmente hacía, lo que indicaba que realmente algo había pasado. No creía capaz a Harry de faltarle al respeto a su madre, más bien habría sido al revés.
Quería estar segura de qué había pasado, así que quería hablar con Harry antes de enfrentar a su mamá. Además todo había sido idea de él. Así que el viernes, al salir del trabajo se dirigió a la oficina de Harry para preguntarle qué había pasado. Iba tan decidida, escogiendo las palabras adecuadas para sonsacarle la información. Se detuvo antes de tocar. Estaba hablando con alguien, tal vez era otro compañero de trabajo, podría ser algo importante y no quería ser inoportuna. Se sonrojó. La sola idea de molestarlo en su trabajo por una pequeñez como una plática con su madre la abochornó.
¿Qué dirían los del ministerio? ¡El gran Harry Potter interrumpido en el trabajo por su novia y temas tan insulsos como su casi suegra muggle! Lo peor era ese casi. Se contuvo y espero. Las palabras le llegaban amortiguadas desde adentro de la oficina.
–No puedo pedirle a Hermione que se case conmigo –dijo Harry.
–¿Pero por qué? –preguntó Ron, intrigado.
–Por culpa de Ginny –fue la respuesta de Harry.
–¿Estás enamorado de ella? –preguntó el pelirrojo.
–Por supuesto.
Un silencio largo se instauró entre ambos.
Hermione dio media vuelta y salió de ahí sin haber entrado en la oficina y sin hacer un solo ruido.
¡Hola! Aquí está la tercera parte de esta serie, ya vamos en la recta final para llegar a la mitad del reto de los 100, estoy muy emocionada porque después de más de una década (se dice fácil) por fin estoy llegando a algo. Espero les guste y dejen sus reviews :D
o0osherlino0o
