49. Cuando te beso
Sakura fue a la cocina, abrió la nevera y cogió una botella de agua fresca. Durante un rato, bebió a la espera de que Itachi apareciera por la puerta, pero sorprendentemente no lo hizo. Y eso le gustó, aunque también le dolió.
Luego decidió darse un baño en la piscina interior. Entró en uno de los probadores, se puso su biquini azul y, sin encender las luces, se tiró al agua.
Nadó... Nadó... y nadó sin descanso. Se hizo varios largos y, cuando no pudo más, salió del agua, se envolvió en una toalla y se sentó en una de las hamacas, para pensar sobre lo ocurrido e intentar aclararse las ideas.
—Cara bonita, no debes desaparecer así de la casa —dijo Naruto detrás de ella.
Ella respondió sin mirar:
—Naruto, no estoy de humor.
Sentándose a su lado en la otra hamaca, él la observó y dijo:
—Te conozco y sé que no lo estás pasando bien. Pero déjame decirte que Itachi tampoco, y menos si haces la tontería de desaparecer como lo has hecho hoy. — Sakura resopló, pero Naruto continuó—: Mira, sé que al principio de conocerlo, el primero que te habló mal de él fui yo, pero tengo que decirte que no está haciendo nada que yo no haría, yo o cualquier tipo que se enamorara de ti.
—Joder, Naruto...
—He mirado la cinta de vuestra discusión hasta que la conexión se detuvo y, aunque reconozco que se ha pasado en sus comentarios, es evidente que ha sido fruto de la tensión. Él no piensa que seas una mala madre, ni que Kairi vaya a convertirse en un delincuente.
—¿Ahora vas de amiguito suyo? —se mofó ella.
—Itachi es un buen tío —contestó Narutto, sonriendo al escucharla—. Te adora y adora a los niños. Solo hay que ver cómo se preocupa por vosotros y el estado en que se encontraba hasta que te ha visto aparecer, para darse uno cuenta de que ese tío te quiere y lo único que desea es hacerte inmensamente feliz.
—No dudo de lo que dices, pero creo que la situación nos está sobrepasando y que debería marcharme con los niños.
—Si lo hicieras, sería una de las mayores tonterías de tu vida —respondió Naruto.
—Si sigo aquí, al final Itachi me odiará.
—Eso es imposible, cara bonita. Itachi te quiere como estoy seguro de que nadie te querrá nunca. —Al ver que ella no respondía, añadió—: Anda, vete a descansar. Lo necesitas.
Sakura suspiró y, levantándose, dijo:
—Eres una de las mejores personas que he conocido. Eres un buen hombre y un buen amigo y espero no perderte nunca.
Luego le dio un beso en la mejilla y, todavía envuelta en la toalla, se marchó hacia la habitación.
Al entrar, Itachi estaba apoyado en la ventana. Al verla, se quedó mirándola, pero no se movió. Quería darle el espacio que le pedía. Observó cómo entraba en el cuarto de baño, cómo salía, se ponía una camiseta, se metía en la cama y apagaba la lamparita de su lado.
Loco por solucionar aquella angustiosa situación, Itachi también se metió en la cama, apagó la luz de su lado y, volviéndose hacia ella a oscuras, preguntó:
—¿Vamos a dormirnos enfadados?
Sakura no contestó y él insistió:
—He hecho mal. Me he equivocado. He pagado contigo y con Kairi la frustración que tengo por todo lo que está ocurriendo y por esas malditas fotos. Pero...
Sin decir nada y de malos modos, Sakura se levantó de la cama y salió de la habitación. Itachi fue tras ella. ¿Adónde iba? Pero al ver que se acostaba con Ayamé, supo que debía dejarla. Como Naruto le había dicho, Sakura no amenazaba en vano.
Estuvieron así dos días, con una incomunicación total entre los dos.
Itachi intentó por todos los medios que Sakura hablara con él, que lo mirara, pero ella se cerró en banda. Sonreía cuando los niños estaban delante, pero una vez se quedaban solos, no decía nada.
Ese silencio lo estaba volviendo loco. Prefería oírla gritar, quejarse o discutir a ese angustioso mutismo.
El segundo día por la noche, cuando Sakura entró en la habitación para dormir después de nadar un rato en la piscina, miró a Itachi y dijo:
—Creo que lo mejor será que me marche cuando pase la boda de Hotaru, para no amargarle a nadie la celebración.
—¡¿Cómo?!
—Mañana aceptaré el trabajo de instructora y también llamaré a Iruka y a Genma —continuó con voz firme—. Ellos me dejarán una habitación en su casa hasta que encuentre dónde instalarme con los niños cerca de Santa Clarita. No quiero que mis hijos ocasionen más desperfectos en tu bonita y ordenada casa.
Ese comentario le hizo saber a Itachi lo dolida que estaba y, con el corazón encogido, pidió:
—Sakura, escúchame, por favor.
—No, no tengo nada que escuchar. Solo quiero que me dejes marcharme para que tú vuelvas a ser feliz.
Pero Itachi no estaba dispuesto a permitir que se fuera y, tomando la iniciativa, cosa que no había hecho en esos últimos días, empezó a explicar:
—He pagado contigo los problemas de la discográfica, el agobio de la situación que vivimos y ...
—Sí, lo has hecho —lo cortó ella—. Y sí, tú me has ofrecido una protección que, sin ti, los niños y yo no habríamos tenido, pero hasta ahora siempre me he manejado sola en la vida y si tengo que seguir haciéndolo, lo haré. Si tengo que volver a cambiar de país o de ciudad o de color de pelo para seguir viviendo, lo haré. Y lo haré porque soy responsable de tres niños y quiero que allá donde estemos sean felices y se los quiera como son, con sus defectos y sus virtudes.
Itachi suspiró. A veces era tan bocazas como su hermano Utakata y, arrepentido, murmuró:
—Sakura ...
—¡Ni Sakura ni leches! —siseó ella, explotando por fin—. ¿Acaso crees que no me doy cuenta de lo que te molesta que corran por el salón, o que, cuando llegas, sus juguetes estén dispersos por la casa? ¿O lo mucho que te desagradan sus trastadas? Y, lo más increíble: ¡quieres tener más hijos! Esto es de locos, por Dios, ¡de locos!
—Sakura ...
—Por no hablar de tu cara cada vez que la reina de las telenovelas suelta alguna de las suyas delante de alguno de tus amigos o de tus amiguitas, como la zorra esa de Anaís Montenegro.
—Pero ¿de qué estás hablando ahora?
—Mira, Itachi, mi vida es así. Tengo niños y los niños no son adultos. Los niños desparraman los juguetes por la casa, lo tocan todo y a veces rompen cosas o imitan a alguien de la tele. Te aseguro que intento educarlos como mejor sé, me paso media vida recogiendo trastos para que cuando tú llegues el caos sea menor, pero yo así no puedo vivir.
—Cariño...
Sin ganas de hablar más con él, se dio la vuelta, pero antes de que pudiera entrar en el baño para quitarse el biquini mojado, Itachi ya estaba tras ella.
—Perdóname... perdóname, cariño —murmuró—. Soy un idiota.
—Eres un gilipollas, eso es lo que eres —afirmó, sin mirarlo, mientras la toalla se le caía al suelo.
Pasándole un brazo por la cintura, Itachi la sujetó. Necesitaba tocarla y ella necesitaba sentirlo. Solo eso calmaría la rabia que ambos llevaban dentro y, sin apartar su boca de su oreja, susurró:
—Sí, soy un gilipollas, un idiota, todo lo que tú quieras decirme. Me pasé al gritarte y con las cosas que dije o insinué y, por supuesto, no fue justo lo que dije del niño en referencia a su padre. Por favor, perdóname.
Sakura suspiró. Aquel tono de voz desesperado era desconocido para ella, pero sin querer mirarlo para no claudicar, como siempre, respondió:
—Estás perdonado, pero mañana recogeré las cosas de los niños y ...
No pudo continuar. Itachi le dio la vuelta y la besó. Devoró su boca dispuesto a convencerla de su error y, cuando se apartó para que ambos respiraran, suplicó:
—No te vayas, no me dejes. Sin ti y sin tu amor no sabría qué hacer.
—Itachi... no empieces con tu palabrería, por favor.
Pero no se separó ni un milímetro de ella y prosiguió, dispuesto a convencerla.
—Cada segundo que hemos pasado juntos lo tengo grabado en mi corazón. Acepto que me equivoqué en mis palabras y no pararé de pedirte perdón una y mil veces más, hasta que lo olvides y me vuelvas a ver como al hombre que quieres y te hace feliz.
Estaba claro que pensaba utilizar todo su romanticismo Uchiha para convencerla y, debido al efecto que le producían su cercanía y sus palabras, el enfado de Sakura comenzó a bajar de intensidad. Itachi, tratando de convencerla de cuánto la quería, la besó en el cuello.
—Itachi, odias el desorden. Sé que quieres a los niños pero...
Él le puso un dedo en la boca para que se callara y susurró:
—Me arrepiento de cada palabra que he dicho y que te ha hecho daño. Amo a mi reina de las telenovelas, que suelta esas cosas tan raras y que me llama al trabajo para decirme que me echa de menos, la misma que no quiere que les sonría a las pendejas, porque su mami es la mejor. —Sakura puso los ojos en blanco e Itachi prosiguió, esperanzado—. Adoro que mi niña quiera que sea su papá. Ella me lo pidió, cuando tendría que haber sido yo quien le suplicara que me aceptara y no al revés. Y eso es porque me quiere, porque tú le has enseñado a que me quiera y me acepte.
—Itachi, no continúes —susurró Sakura, al sentir su erección contra su muslo y notar cómo bajaba las manos hasta los cordones de la braguita del biquini.
—Quiero a Kai, porque cada mañana me da un beso cuando se despierta con una preciosa sonrisa, porque no pronuncia la erre y porque los domingos comparte conmigo las tostadas con mantequilla, aunque pinte la casa, el coche o el piano y se tire pedos en los momentos menos oportunos, porque le hace gracia hacerlo. — Sakura sonrió—. Adoro a Kairi, porque me mira como si yo fuera Superman y le encanta sentarse conmigo a tocar el piano y, aunque me enfade porque se lo meta todo en los calzoncillos y sea un especialista en atrancar las tuberías de la casa, no importa, mi amor, entre los dos les enseñaremos a esos dos pelirrojos y a la rubita futura actriz de telenovelas lo que está bien o mal en la vida...
—No dudo que los adores —lo interrumpió ella, acalorada por lo que decía y le hacía sentir cuando la tocaba—, pero te sobrepasan y ...
—No he terminado —dijo él, acallándola—. También quiero que sepas que adoro, quiero y amo locamente a la mujer que canta con los niños las canciones de los anuncios de televisión, que baila pegada a mi cuerpo en la cocina de madrugada, que ríe a carcajadas cuando le hago cosquillas, que conduce como los mejores pilotos y que tiene la sonrisa más bonita del mundo. Te conocí cuando menos lo esperaba y llegaste a mí cuando más te necesitaba. Eres la casualidad más bonita que ha sucedido en mi vida y me has dado unos hijos a los que quiero como míos, por mucho que me enfade a veces. Y si tú deseas trabajar de instructora, aunque yo me muera de preocupación, ¡lo harás! Y si prefieres no tener más hijos, porque crees que con los que tenemos ya son suficientes, ¡no los tendremos! Pero, cariño, eres el sueño de mi vida, mi amor y la dueña de mi corazón. ¿Cómo quieres que deje que te marches de mi lado?
—Puedes conmigo, Itachi ... —murmuró—, te juro que puedes conmigo.
Cogiéndola en brazos, Itachi la llevó hasta la cama, la tumbó, apagó la cámara de la habitación y, posándose sobre ella con delicadeza, murmuró:
—Tus besos son los más dulces, apasionados y ardientes, sabrosos e inigualables. Son puro fuego. Y tú eres irreemplazable en mi vida. Te quiero, mi amor. Te quiero y te necesito a mi lado todos y cada uno de los días para saber que eres feliz.
—Itachi, te odio cuando sacas toda la artillería y ...
—Eres mi preciosa mujer —prosiguió él, incansable—. El aire que respiro cada día y el alimento que necesito para vivir. No quiero que, por mi mal humor, por un maldito día desafortunado que se me ha ido de las manos, todo lo bonito que tenemos se acabe.
De dos tirones, le desanudó la braga del biquini, se desabrochó con urgencia el pantalón, sacó su duro pene, mientras Sakura abría las piernas, invitándolo.
—Siénteme dentro de ti —murmuró, penetrándola, sin dejar de mirarla a los ojos—. Siénteme y dime que no me vas a privar a mí de sentirte.
—Itachi —jadeó ella, cerrando los ojos.
—Perdóname, por favor.
—Itachi...
—Cariño, mírame, te lo suplico. Mírame y perdóname.
Sakura jadeó al sentir cómo temblaba dentro de ella. Sabía que aquella discusión se debía a la tensión con la que vivían por culpa de Nagato.
—Eres impresionante, Itachi Uchiha —susurró—. Nadie ha tenido nunca tu capacidad para volverme loca. Nadie me ha dicho las cosas tan bonitas que tú me dices, ni me ha hecho sentir lo que tú me haces sentir.
Acercando la boca a la de ella, Itachi murmuró:
—Como decía mi madre, el arrepentimiento es el peor castigo posible tras haber actuado mal. Te acabo de hablar con el corazón en la mano, y ahora, por favor, dime que me perdonas.
—Ya te he dicho que estás perdonado, cariño... claro que sí —murmuró extasiada.
Feliz al oírla decir eso, Itachi sonrió e insistió:
—Dime que me quieres.
—Te quiero —susurró Sakura.
—Ahora dime que no te marcharás de mi lado, por favor.
Lo amaba, lo quería, lo deseaba y cuando sintió que no se movía como ella anhelaba, lo miró a la espera de que continuara, pero él dijo:
—No me moveré ni saldremos de esta habitación hasta que se solucione lo que yo solito he provocado.
—Oh, Dios... —jadeó acalorada, deseosa de que se moviera.
Encantado al ver su deseo, movió las caderas y, cuando ella se arqueó de placer, insistió:
—Prométeme que no os vais a marchar.
—Te lo prometo, cariño —susurró—. Te lo prometo.
Itachi sonrió aliviado y, moviéndose de nuevo, disfrutó de la suavidad de su piel. Prosiguió sin descanso haciéndola suya, hasta que se paró una vez más y Sakura, mirándolo, murmuró:
—Sigue... sigue... Pero él no se movió.
—Aún queda por resolver una cosa.
Enloquecida porque continuara, Sakura levantó las caderas, apremiándolo.
—¿Qué cosa?
Itachi, clavando en ella su felina mirada, sonrió y dijo:
—Quiero una fecha para la boda.
Al instante, Sakura abrió los ojos desmesuradamente e Itachi, hundiéndose en ella para hacerla disfrutar, y consciente del loco momento que estaban viviendo, exigió:
—Tienes dos segundos o yo decidiré por ti.
—Esto es juego sucio.
—Muy sucio, taponcete. Terriblemente sucio —y sonrió.
Un nuevo empellón la hizo gemir y, con voz sibilante por los envites, Itachi insistió:
—Espero tu respuesta.
Ella sonrió, le daba igual el día. Itachi, con el vello de punta por aquella sonrisa y lo que en ella leía, moviendo las caderas a un ritmo infernal, dijo:
—Ya que te niegas al catorce de febrero, será el veintiuno de marzo. Ese día serás totalmente mi mujer.
