Aparecieron dentro de los terrenos de Exmoor, con la luna brillando en el firmamento rodeada por cuerpos celestes. Era tremendamente inquietante como se iba el tiempo cada vez que tenían que ir hasta el castillo. No se daban cuenta cuando el sol caía y aparecía el manto negro usurpando el celeste que yacía en el cielo anteriormente.
Sirius se seguía maravillando de las hermosas imágenes que adquiría estando en esos terrenos. El imponente cielo negro, lleno de estrellas tintineando y la luna siendo la única fuente de luz que tocaba la tierra, era una de las cosas que más le gustaban al animago de poder ver. Sin embargo, cuando llevó su mirada a un plano más cercano a él, se maravilló aún más.
Bellatrix era como una diosa oscura, una diosa de las penumbras que se envolvía y mimetizaba con toda esa naturaleza de ultratumbas, plantándose ante todo el resto como dueña y señora. Los rayos blanquecinos y perlados pegaban directamente en su rostro, iluminándolo de forma exquisita, resaltándolo dentro de todo ese ambiente.
Ante los ojos de Sirius, el brillo aumentado en los orbes oscuros de su prima, la luz de la luna en su nívea piel y su cabello brillando entre tanta oscuridad, era algo incluso más hermoso de apreciar que la misma noche sobre su cabeza. Aquello solo hacía que sus sentimientos por ella, los que seguían aumentando a medida que pasaba el tiempo, se hicieran más fuertes y grandes, más incorruptibles. Teniendo en cuenta lo que sucedió en el castillo, el animago tenía su pecho rebosante de felicidad.
La bruja caminó a paso firme hasta su morada, sin hacer invitación alguna al resto de personas que le acompañaban. Se limitó a caminar como la regente del lugar, la figura suprema que debía ser idolatrada.
El animago y los chicos la siguieron, el primero de cerca, llegando dentro de la vivienda prontamente.
Al momento de poner todos un pie dentro de la casa, Bellatrix se dio la media vuelta y con una floritura de su varita cerró todas las puertas y ventanas cercanas. Colocó una especie de barrera aislante en el comienzo de la escalera y apareció un sillón de dos cuerpos. Se cruzó de brazos a la altura del pecho y miró a los adolescentes.
—Siéntense — ordenó.
Harry y Draco se miraron con terror en los ojos, estando totalmente ajenos a lo que sucedía. Desde que les vieron salir de la Sala de Menesteres, solo se habían limitado a seguirlos sin hacer pregunta alguna sobre lo que estaba pasando, pero obedecieron sin decir palabra de alegato. Esperaban que ahora les dieran las respuestas a sus inquietudes o por últimos que les explicaran lo que estaba sucediendo.
Sirius por su parte, se posó junto al cuerpo de su prima, deslizando una mano por la espalda baja de la mujer y afianzándola en su cadera, rodeando el cuerpo de ella con su brazo.
—Si están aquí es por dos simples razones —comenzó diciendo ella, sin apartar la vista de los chicos que estaban ocultando los temblores de sus cuerpos —, tú Nancy, tienes que entrenar, porque hasta ahora no sabes hacerlo bien. Si pretendes derrotarlo tienes que saber atacar y defenderte…, no te pedí que hables —avisó, viendo que Harry quería meterse dentro de su monólogo —. No me interesa que hayas enseñado Defensa a un grupo de babosos que no saben hacer más que Wingardium Leviosa…, eso no sirve para nada, a no ser que quieras ser como mi hermana y usarlo en las decoraciones de las fiestas. Vas a entrenar con Siri en el patio, porque no quiero ni una sola de mis paredes destruidas por tu incompetencia. Tienes que aprender a usar algo más que Expelliarmus, que por lo que recuerdo, en el asalto al Departamento de Misterios es lo que más usaste. No estás preparado, te lo aseguro y bien sabes que no alcanzarías a desarmarme antes de que yo te mate, así que vas a entrenar aquí y lo harás bien. Decidí irme en contra del bando en el que estaba y yo cuando hago una cosa la hago bien desde el principio. No vas a estudiar como en Hogwarts, porque allí hacías y deshacías a tu antojo, ahora estás en mi casa y aquí mando yo. ¿Quedó claro?.
—Sí —contestó Harry, apretando ligeramente los puños. Le daba rabia cada vez que Bellatrix habría la boca, porque para su disgusto, la mujer siempre decía cosas que eran ciertas, por lo que se le hacía difícil debatir con ella.
—Sí, qué —apuntó ella, queriendo escuchar lo que Potter no estaba pronunciando.
Harry respiró con fuerza, exhaló con la misma intensidad y contestó —Sí, Madame Black —.
Al escuchar aquello, Bellatrix esbozó una sonrisa ladina, llena de autosuficiencia y altanería. Seguido de eso, apostó sus ojos en el rostro de su sobrino, por lo que se dirigió a él —Tú estás aquí por dos cosas. La primera es que estando aquí nadie te hará ir a ver a Lucius…, no hice tantas cosas como para que de la noche a la mañana te partan el culo dentro del círculo de Él, y estamos claros que al momento en que pongas un pie en tu mansión lo primero que harán es matarte por incompetente y traidor. Segundo, porque aquí nadie puede entrar sin mi consentimiento, así que estarás más protegido. Tu madre pegaría en grito al cielo si le pasa algo a su bebé y yo tengo que reeducarte…, no puedo dejar que mi sangre sea tan muerma por la culpa de la alianza con los Malfoys. Te puedes unir a las clases de entrenamiento de Siri si es que quieres, o te puedo entrenar yo…, como tú prefieras. ¿Entendiste? —preguntó.
Draco asintió con solemnidad, acatando todas las directrices que estaba recibiendo de su tía, sin chistar nada —Sí tía, se harán las cosas como tú dictamines —contestó, viendo el brillo de aprobación en la mirada de la bruja.
A su lado, Sirius estaba a punto de tirarse al piso para reírse, porque el sobrino de su prima era igual de lambiscón que su padre. Entendía que así le habían enseñado, que comportarse así era parte de su educación y que tenía que actuar de tal manera que le entrase en gracia a todo el mundo, pero eso no significaba que fuese menos chistoso, por lo que no se aguantó y susurró en el oído de la bruja —Tenemos un lameculos personal —.
Bellatrix se tuvo que aguantar las ganas de reírse y le pegó un codazo en las costillas para que se callara. Volvió a poner su cara seria y ultimó los detalles a los chicos —Por último y esto va para los dos. Los voy a dejar compartir habitación, aunque Nancy tenga una para que ocupe. Yo no soy mojigata como mi hermana, pero no quiero ver besuqueos, ni agarrones de culo ni estar escuchando gemidos…, eso se lo guardan para ustedes. Sus batallas con varitas de carne las dejan dentro de su privacidad, no es necesario hacer que el resto del mundo se entere de lo que hacen, porque si los pillo las pierden —apuntó con su dedo índice a las entrepiernas de los adolescentes —. No me pidas consejos Draco, porque no te los voy a dar…, si me quieres preguntar cómo hacer gritar a alguien en la cama, que sea para usarlo con cualquier otra persona, pero con Nancy olvídalo; porque no está dentro de mis deseos tener que escuchar a este baboso gritando. Ya tengo suficientes pesadillas como para tener que agregar una nueva a mi lista —.
—Oye, pero ¿cómo sabes que Harry es quien recibe? —preguntó Sirius, queriendo defender la masculinidad de su ahijado.
—Ay Siri…, se le nota —contestó la bruja mirando a su primo.
—Pero el hijo de Narcissa es quien tiene más cara de afeminado, se ve más delicadito —apuntó el animago.
—Sí…, eso lo sacó de Lucius, pero no quiere decir que sea quien pida por más —retrucó Bellatrix.
—Pero eso tampoco dice que sea Harry quien pide por más —comentó Sirius, no queriendo dejar de lado ese punto en específico —, así que ¿cómo puedes saber que es mi ahijado quien está debajo? —.
—Porque tiene cara de que le gusta que se la me… —
—¡Listo!, ¡entendimos, gracias! —gritó Harry para que no siguieran conversando de su vida sexual como si hablasen del clima.
Los chicos estaban rojos como tomate, sobre todo por las especulaciones que hacían los mayores de ellos.
—Tu ahijado me cae mal —soltó ella, mirando al animago a su lado.
—Tu sobrino me cae mal —contestó él, posando sus labios en el cuello de la bruja.
—Bien, estamos empatados entonces —murmuró Bella, tirando su cabeza hacia un lado para darle más espacio a Sirius y que se moviera con libertad.
Harry y Draco se miraron, con los ojos bien abiertos por el espectáculo que estaban presenciando. Carraspearon incómodos, esperando que aquello les dijera a los adultos que no estaban solos allí.
—Tu habitación Draco…, usen esa —dijo Bellatrix, pegando su cuerpo al de su primo con ahínco. Giró su cabeza y se fijó en que los adolescentes seguían allí, así que movió su mano y bajó la barrera que puso en la escalera, luego ordenó —. ¡Largo!
Cuando les dieron el permiso para retirarse a la habitación asignada, ambos se levantaron, intentando respirar con normalidad y se aproximaron hasta las escaleras. Harry miraba a su padrino, quien disimulaba una sonrisa en su rostro por la vergüenza que les habían hecho pasar y a su vez, repartía besos por la piel de su prima. Draco estaba respirando con dificultad, por lo que su tía les había dicho y por verla en esa situación…, de nuevo. Se perdieron escaleras arriba con rapidez y se encerraron en la habitación del rubio.
Estando solos, Sirius llevó sus manos hasta las caderas de la mujer y la alzó en el aire, haciendo que aferrara sus piernas en sus caderas. Con ella en brazos, caminó hasta el sillón que seguía en el vestíbulo de la casa y se sentó en él con ella en su regazo, pasando sus manos por los glúteos femeninos y deslizando sus labios por el espacio de la mandíbula y el hombro de su prima.
—Me pone a tope cuando te comportas así —susurró él contra la piel nívea, mientras mordisqueaba ligeramente el espacio.
—¿Cómo así? —preguntó Bellatrix, disfrutando de las sensaciones creadas por su primo. Habían tenido un día extenuante, por lo que esa actividad era más placentera aún y le ayudaría a relajarse hasta su máxima expresión.
—Así…, como la reina del mundo, como la mujer más importante de la tierra —contestó, deslizando sus manos desde los glúteos hacia los muslos y de vuelta.
Al escuchar aquello, Bellatrix se rio con fuerza. Le hacía gracia que Sirius la viese de esa manera, cuando tiempo atrás era la loca enferma que le quería matar. Soltó un sonoro gemido cuando sintió los dedos del animago pasando por el interior de uno de sus muslos y contestó —Siempre me comporto así Siri…, no es algo nuevo —.
Sirius llevó sus labios hasta los de ella, dejándolos a un palmo de distancia. Los acercó mucho más, hasta rozarlos ligeramente y susurró —Entonces comprenderás cómo es que me tienes durante todo el día —.
Luego de soltar aquellas palabras, posó sus labios en los de la fémina y ambos se deleitaron en un avasallador beso. Realizaron una danza placentera, donde sus labios se reconocían, se degustaban y reclamaban una vez más. Se olvidaron de todo el mundo gracias a ese maravilloso ósculo que les estaba hundiendo poco a poco en un ambiente tremendamente íntimo.
Gemidos morían dentro del beso, jadeos quedaron a medio camino. Lenguas que decidieron hacerse parte de la situación, se saboreaban y mezclaban sus fluidos, haciendo todo más sensual, más sublime.
Las manos de ambos se encontraron a medio camino, entrelazando dedos y juntando palmas, queriendo unirse como el resto de su cuerpo se juntaba poco a poco.
Separaron sus labios, ella dejó caer su cabeza hacia su espalda. Él volvió a hacerse dueño del cuello blanquecino, aquel trozo de piel similar a la porcelana. Los jadeos se escuchaban ahogados, por la postura en que ella tenía su cabeza, mas no era impedimento para expresar su placer.
Los minutos pasaban, los besos y caricias seguían. El ambiente en el vestíbulo se caldeaba mucho más y sus principales actores se deleitaban por las sensaciones que estaban compartiendo.
—Ama —se escuchó entre los sonidos de ellos, a unos metros de la espalda de Bellatrix.
—¿Mhm? —preguntó ella, sin prestar demasiada atención a la interrupción.
—Vienen a dejar a sus bebés —anunció la elfina, nerviosa por haber molestado de forma deliberada las actividades amorosas de su ama.
Al escuchar aquello, Bellatrix volvió a la realidad, mirando con estupor a Sirius que rumiaba porque les habían sacado de su mundo placentero. Se concentró en las vibraciones que la casa solariega le estaba entregando, dándose cuenta de que efectivamente alguien estaba pidiendo el permiso para ingresar en los terrenos. Recorrió la estancia y vio que sus animales no estaban con ellos.
El nerviosismo se hizo presente en su cuerpo y todo el placer que estaba antes allí, se esfumó en un segundo.
—¡¿Los dejamos allá?! —preguntó a los gritos, saliéndose del regazo de Sirius.
—Pues eso parece —respondió él, tratando de concentrarse en lo que sucedía ahora.
Bellatrix dio el permiso para que la persona solicitante pudiese ingresar. Al segundo, Denébola, Pinchi y Dumbledore estaban dentro del vestíbulo.
El león trotó con alegría hasta su dueña y el escorpión se acercó hasta la puerta que daba hacia el salón de descanso, esperando a que le dieran el paso y así llegar hasta su adorada chimenea.
—Lamento interrumpir queridos míos, pero sus pequeños estaban merodeando por la Sala de Menesteres y creo que, gracias a todo el ajetreo que hubo dentro de nuestra reunión, se quedaron allá. Ciertamente ha sido una situación tremendamente beneficiosa, debo admitir —anunció Albus, mirando con admiración a los animales que se desenvolvían con soltura en su terreno.
—¿A qué te refieres? —quiso saber Sirius, quien se puso de pie, desestimando los deseos de su escorpión. Si había hecho algo malo, tenía que quedarse hasta que tuviesen una conversación profunda por su comportamiento.
—Mientras estábamos todos ocupados en la acalorada conversación con los miembros de la Orden, concentrándonos posteriormente en el nuevo destino de Harry y Draco, sus pequeños se escabulleron por una puerta que les concedió la sala hasta otra habitación dentro de la misma. Yo no lo noté realmente, hasta que estuve fuera de la Sala de Menesteres. —comentó el viejo mago, aún con los ojos brillantes por lo acontecido —. Resulta que una vez fuera, sus pequeños salieron a los minutos después. Yo ya estaba a mitad del pasillo cuando sentí que la sala le daba salida a alguien, por lo que me encontré con ellos. El pequeño escorpión aquí venía sobre el lomo de ese magnífico león, con una tiara en su cuerpo, coronándole como un rey. Me acerqué a ellos y noté que la tiara que traía consigo, no es nada más ni nada menos que la Diadema de Rowena Ravenclaw, así que la saqué de su cuerpecito para analizarla —.
—¿Qué tiene eso de importante?, es solo una diadema —murmuró Sirius, molesto aún porque les habían interrumpido por una joya que estaba sobre su compañero.
—Era un mito Siri…, se supone que esa Diadema se había perdido hace siglos. Se decía que, si alguien se la colocaba en la cabeza, realzaba la sabiduría de la persona y le podría entregar más conocimiento del que tenía. —respondió Bellatrix, impresionada por lo que les estaba contando el director —. Si es cierto que Pinchi apareció con esa tiara, dime por favor que no te la colocaste Dumbledore —apuntó ella, sabiendo que la posibilidad de que el viejo director hubiese hecho aquello, era alta.
—No querida, no lo hice. Debo reconocer que sí tuve el deseo, es decir, estamos hablando de una fuente de información magnífica, pero esta tenía una sensación diferente, así que no lo hice—respondió el mago.
—¿Cómo diferente? —. Bellatrix realmente quería saber qué estaba pasando y Dumbledore solo se dedicaba a dar demasiadas vueltas al asunto en lugar de soltar todo de una sola vez.
—Tenía un aura muy parecida al que expelían la copa y el relicario —respondió Albus, con el brillo en sus ojos acrecentándose aún más.
—¿Por qué hablas en pasado? —inquirió el animago, ya más interiorizado en lo que estaba sucediendo.
—Una situación magnífica es esta mi querido Sirius. Resulta que cuando me di cuenta del aura que tenía la diadema, la Sala de Menesteres volvió a abrir sus puertas. Este pequeño listillo —dijo señalando a Pinchi —, arrebató la diadema de mi mano y con una de sus pinzas la arrojó dentro del salón. Luego de esto, este hermoso leonzuelo sacó de sus fauces un fuego extremadamente parecido al Fiendfyre, ocasionando que la diadema soltase el pedazo de alma de Tom que yacía dentro. Al ver esto, saqué de mi túnica los objetos que me entregaste, querida, y los lancé hacia el fuego que se cernía en la sala. Esto ocasionó que esos horrocruxes también fuesen destruidos. Así que mis queridos, tenemos tres horrocruxes menos, todo gracias a sus maravillosas criaturas —dijo Albus, feliz por lo ocurrido.
Ambos Black estaban consternados por lo que escuchaban. Bellatrix por su parte sabía que el fuego lanzado por ese tipo de leones era tremendamente poderoso, pero no tenía idea que a tal grado. Sirius por otro lado, estaba pateándose por haber pensado que su compañero había hecho algo malo.
Dené restregaba su hocico contra la pierna de su dueña, recibiendo una caricia cargada de amor y admiración por parte de la mujer.
—Ahora queridos, como les dije, tenemos tres objetos menos y ya están destruidos, una situación maravillosa debo decir. La Sala de Menesteres quedó fuera de uso, pero es un pago mínimo para el acercamiento al final de esta guerra —murmuró Dumbledore.
—Maravilloso Albus, de verdad que sí y no quiero sonar grosero ni nada por el estilo, pero ¿podrías retirarte? —soltó Sirius, acercándose poco a poco hacia su prima.
—No eres grosero Sirius, pero permíteme preguntar el por qué, puesto que pretendía poder discutir los siguientes pasos a dar junto a Bellatrix —.
—Porque cuando llegaste estábamos a punto de follar. Ahora con esta noticia tenemos doble razón para hacerlo —respondió Bella, sintiendo la euforia añadida a sus actividades anteriores, gracias a las noticias del viejo mago.
—Ah…, la demostración del amor juvenil es siempre revitalizante, ciertamente. No los interrumpo más en ese caso. Que tengan muy buenas y placenteras noches —comentó Albus, desapareciendo al instante.
Antes de que Bellatrix y Sirius se pusieran nuevamente a sus actividades previas, sintieron un golpeteo de madera. Ella siguió con la mirada el origen del sonido y se encontró a Pinchi pegándole con una de sus tenazas a la puerta que daba el paso al salón de descanso. Esbozó una sonrisa cargada de ternura y la abrió para el friolento escorpión, quien se metió inmediatamente dentro de la estancia y se instaló junto al fuego que ella avivó con un movimiento de su mano.
—Tendré que hacerle una chimenea portátil…, para que no sea tan demandante —susurró Sirius, llevándose a una risueña bruja escaleras arriba.
