¡Holi!

Tal y como prometí, ¡hoy toca un nuevo capítulo de Wicked Game! Y se trata de, ni más ni menos, que del cierre de la batalla de Isla Mema. Este capítulo no va a ser menos que polémico y no voy a negar que he hecho un experimento en la segunda parte que no sé cómo os lo vais a tomar. A mí, personalmente, es una de mis partes favoritas del arco de ese personaje (no vayáis abajo ahora para ver de quién estoy hablando, impacientes).

La otra buena noticia que tengo es que el capítulo 50 ya lo tengo terminado y lo publicaré el próximo 18 de mayo. Es decir, dentro de dos semanas justo. Al igual que con este, quiero aprovechar para adelantarme a escribir todo lo que pueda y así publicar con mayor regularidad. Eso sí, el capítulo 50 será corto, el más corto que se ha escrito desde el capítulo 12, ¿y por qué? Porque este capítulo de inicio iba a contar un fragmento de la historia muy esperado, pero el capítulo iba a quedar larguísimo y no le veía sentido hacerlo así. Por esa razón, decidí fragmentarlo en dos, haciendo un capítulo más corto que hiciera de transición con el capítulo 51, que será bastante largo y uno de los más importantes de todo el fic.

Quería aprovechar para recordaros que esta humilde autora cobra de vuestras reviews, que tengo toda la intención de acabar este fanfic y que valora mucho vuestra opinión, tanto positivas como negativas. Así que si tienes ganas y un poquito de tiempo, por favor, anímate a dejar una review.

Por otra parte, comentaros que en mi instagram encontréis una ilustración del capítulo de hoy que, igual si lo veis antes de leerlo no lo vais a entender, pero os prometo que tiene sentido. Por cierto, ¡May the 4th be with you! Hoy es el día de Star Wars y encontraréis una pequeña referencia a este universo en este capítulo. ¡Minipunto para quien lo encuentre!

Mil gracias una vez más por vuestras reviews, vuestros favs y follows. Últimamente me llegan notificaciones de gente que se ha puesto a leer ahora Wicked Game y me hace mucha ilusión que se incorporen nuevas personas a leer este fic. ¡Bienvenides todes!

Espero de corazón que disfrutéis el capítulo.

Os mando un abrazo y si sois de Madrid… VOTAD.


Astrid era de la filosofía de que el miedo era un buen consejero.

Se lo había repetido una y otra vez a sus brujas cuando era general. El miedo despertaba todos los sentidos, les ayudaba a estar más atentas a todo lo que pasaba a su alrededor y las hacía más sensibles ante el peligro. Sus brujas siempre habían pensado que Astrid luchaba sin miedo, pero desconocían que cada vez que tenía que hacer frente a una batalla, sus dedos solían entumecerse ante la desagradable sensación de terror que revolvía hasta su estómago. Drago Bludvist siempre la había aterrorizado, ya no solo porque fuera un cazador de brujas reputado por su salvajismo y odio hacia su especie, sino porque además él atacaba sin miedo, como si no temiera perder su vida cada vez que se enfrentaban. Habían sido pocas las veces que habían luchado cara a cara, pero no cabía duda que Drago era un rival muy complicado contra el que pelear.

Había conseguido huir de todas aquellas ocasiones en las que se habían enfrentado. Unas veces ella había conseguido herirle y otras tantas él la había lesionado. Sin embargo, nunca habían tenido que confrontar en una ocasión en la que Astrid estuviera vinculada con otra persona y ahora eran Hipo y ella contra dos de los hombres más feroces y peligrosos de todo el Archipiélago. Su único consuelo de todo aquello era que Hipo podía más o menos arreglárselas por su cuenta siempre y cuando usara espadas y no los puños.

No obstante, le resultaba muy difícil mantener la concentración en una circunstancia como aquella. Astrid había usado una cantidad importante de su energía mágica para curar a Bocón, quien había conseguido a duras penas sacarlo fuera de peligro de muerte, y había perdido mucho tiempo organizando el caos que se había montado entre la gente de Mema y los prisioneros de Drago. Por suerte —o tal vez por pura desesperación—, contó tanto con los gemelos como con Eret hijo de Eret para encargarse de custodiar a toda esa gente hasta que llegaran Estoico y los refuerzos. Es más, fue muy clara con lo de que no debían atacar bajo ninguna circunstancia hasta que llegara Estoico. Sólo el Jefe podría decididr si todas aquellas personas podrían luchar o no. Por otra parte, Astrid también se aseguró de amenazar a Finn de que si planeaba escapar o hacer alguna tontería, ella misma lo haría trizas con su hacha nueva. Hofferson no estaba contento ni por su amenaza ni por verse forzado a colaborar, pero acató lo que se le dijo y se puso bajo las órdenes de Brusca, a quien claramente le debía la vida por haber sido tan insistente de sacarlo de la prisión.

Tras salir del Archivo y dar la señal a los refuerzos con uno de sus relámpagos, Astrid se dispuso a rescatar a Hipo. Camino al Gran Salón, vio a Dagur todavía peleando como si no hubiera un mañana y cubierto de sangre de los pies a la cabeza. Desde el horizonte se avistaban las primeras luces del amanecer. Fue relativamente fácil entrar en el Gran Salón, sobre todo porque el portón estaba abierto y, por suerte, nadie se percató de su presencia. La ventaja —y también gran desventaja cara al enemigo— del Gran Salón era que el lugar era lo bastante grande como para poder ocultarse en la sombra de sus inmensas columnas. Había soldados de la guardia de Ingrid Gormdsen, al igual que hombres de Drago y un número considerable de Cabezas Cuadradas, pero todo el mundo parecía más concentrado en la conversación entre Thuggory e Hipo que en lo que era en su función de vigilar.

Vikingos, pensó la bruja sin poder evitar poner los ojos en blanco. Si aquella gente estuviera bajo su mando, ya les habría dado a todos una patada en el culo.

Astrid esperó su oportunidad para atacar, justamente cuando Thuggory amenazó a Hipo con matarlo. Se deslizó entre dos guardias que guardaban las columnas del extremo este del Gran Salón y fue tan rápida que ni siquiera les dio tiempo a reaccionar hasta que golpeó a Thuggory con todas sus fuerzas para así obligarlo a soltar a Hipo. La bruja era perfectamente consciente de que Le Fey notaría todo aquello en su propia piel, pero rezó porque la reina tuviera otras cosas más importantes por las que preocuparse también antes de decidirse a socorrer a su siervo más fiel. Astrid enfocó su atención en Drago, quien parecía tan consternado como el resto de los presentes por su repentina aparición. Sin embargo, enseguida se puso a atacar como un loco. Astrid bloqueó su primer ataque con su hacha a la vez que le pidió a Hipo que se preocupara en liberarse a sí mismo y a Desdentao.

No fue una pelea sencilla.

Pese a que le faltaba un brazo, Drago era un luchador feroz, rápido e impredecible. Astrid intentó por todos los medios golpearle, pero el muy cabrón era demasiado escurridizo y cada vez que se acercaba demasiado le lanzaba una estocada con su lanza. Oyó a Thuggory gritarle furioso a Hipo y Astrid pudo ver de reojo que había conseguido recuperar Inferno. La bruja sonrió complacida. Le había parecido una idea brillante que Hipo hubiera reconstruido su espada y, ahora que no tenía la necesidad de instalar un sistema para encender ninguna mecha, era mucho más ligera y peligrosa que antes. Thuggory iba a tenerlo muy complicado si pretendía superar la fuerte defensa de Hipo.

—Bruja asquerosa, ¡estate quieta! —ladró Drago furioso.

—Sí, voy a pararme solo porque tú me lo pidas, ¡tú estás tonto! —se burló Astrid.

La bruja iba a tener que usar su magia de un momento a otro, pero le daba miedo emplearla en un espacio cerrado. Además, si no neutralizaba a Drago, no podría concentrarse lo bastante como para acumular electricidad en sus manos. Siguieron con aquel rifirrafe hasta que Drago le rozó el brazo con su lanza. Astrid apenas sintió dolor, quizás porque estaba tan revolucionada y con tal chute de adrenalina que su cuerpo no reparaba siquiera que la sangre estaba empapando su túnica. Es más, ahora que lucía tan satisfecho y victorioso por haberla herido, veía una clara oportunidad para atacar y acabar con todo aquello.

Por supuesto, Astrid no contaba con que Hipo pudiera despistarse a causa de su herida.

Una fuerza invisible la golpeó tan fuerte en la cabeza que casi pudo jurar que le habían roto el cráneo. El dolor era agudo y retumbaba por toda su cabeza, hasta el punto que cayó al suelo casi semiinconsciente. Ni siquiera una guerrera tan preparada como ella tenía formas de reactivar sus sentidos en tan poco tiempo, por lo que fue inevitable que Drago, tan sucio y despreciable como había sido siempre, la pisara con tanta fuerza como para destrozarle la rodilla. El dolor en su pierna fue tan espantoso que causó que la molestia de la cabeza se tornara irrisorio y recuperara rápido la consciencia.

—¡Por fin! Tras todos estos años, por fin eres mía —reclamó Drago con una sonrisa cruel.

—Ya te gustaría —clamó Astrid entre dientes.

Drago acercó la punta de su lanza hacia su cuello, pero la bajó con lentitud hasta la altura de su corazón.

—Lo que más lástima me da de todo esto es que al final ha resultado hasta demasiado fácil —se burló Drago—. Esperaba que fueras a darme un poco más de guerra, zorra.

Astrid hizo un amago de coger la lanza y desarmarle, pero Drago pisó su rodilla de nuevo y la bruja se retorció de dolor. Entre las lágrimas casi imposible de contener visualizó a Thuggory junto a Desdentao y podía escuchar las súplicas de Hipo para que por favor no le hiciera ningún daño.

—¿Qué pasa, bruja? ¿Lloras porque vas a morir hoy? Piensa que al menos ese inútil y tú iréis juntitos al Helheim. Seréis torturados por la Diosa de la Muerte y viviréis una agonía eterna.

Astrid giró la cabeza hacia el cazador y le miró con todo el odio que podía disponer. No obstante, Drago no podía estar pasándoselo mejor. Resultaba hasta irónico que fuera asesinada a menos de aquel cabrón. Ya no se trataba únicamente de que iba a morir e Hipo fuera a hacerlo en consecuencia también, sino que además sentía que habían herido su orgullo. Hubiera esperado morir luchando contra Le Fey, no contra un humano desquiciado que luchaba movido por un odio irracional contra su especie.

Un grito agónico e inhumano detuvo a Drago de clavar la punta de la lanza en su corazón.

Astrid contempló horrorizada como Desdentao se sacudía con violencia a la vez que salía un chorro de sangre de su cola. ¡No podía ser! ¿Acaso Thuggory le había cortado el extremo de la aleta que le quedaba al Furia Nocturna? El Cabeza Cuadrada cogió el trozo de cola cortada y lo agitó en su mano como un trofeo ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía haber sido tan cruel y despreciable? Tenía que haberlo matado cuando tuvo la oportunidad, ¿por qué demonios se había contenido antes? Lo había tenido a su merced cuando cayó preso de su hechizo, pero su intuición mágica no paraba de gritarle que no lo matara y no lograba comprender por qué no había tenido el impulso de hacerlo. Thuggory le había vuelto a inspirar lástima y la muy tonta de ella había vuelto a obedecer a su magia en lugar de haber hecho lo que cualquier persona razonable habría llevado a cabo.

Sin embargo, Astrid dejó de torturarse tan pronto lo sintió.

Era un magia tan intensa y aterradora que le puso los vellos de punta y la fuente de aquel peligroso poder era Hipo. Drago pareció volver en sí, pero Astrid, movida por el terror de lo que pensaba estaba a punto de pasar, atrapó la lanza con sus manos. El filo se clavó en la piel de sus palmas y rasgó sus manos con tal profundidad que rezó porque aquello impidiera que Hipo siguiera adelante con lo que pretendía hacer. Drago, ignorante de todo lo que estaba sucediendo, empleó todas sus fuerzas para hundir la punta de su lanza en su objetivo. Consciente de que no iba a aguantar mucho tiempo, la bruja dejó su magia fluir a través de su cuerpo hasta el metal de la lanza. El contacto de la intensa electricidad que salía imparable de su cuerpo causó que Drago saliera despedido por los aires hacia atrás.

Casi de inmediato, Astrid focalizó toda su magia en recolocar su rodilla. Su pierna crujió y un dolor intenso azotó todo su cuerpo que hizo que su cuerpo se arqueara. Tenía la pierna todavía entumecida cuando se levantó y sus manos todavía goteaban sangre de las heridas que su magia estaba cerrando poco a poco. Hipo tenía sus ojos clavados en Thuggory y Astrid se sintió terriblemente abrumada por la intensidad de su magia. El Cabeza Cuadrada, confundido por el extraño comportamiento de Hipo, se dispuso a atacarlo, pero Astrid usó su magia para que una fuerza invisible le empujara contra una de sus columnas. Ignoró el gemido de dolor de Thuggory y corrió hacia Hipo, quien se había levantado y había usado su magia para coger, ya no solo Inferno, sino la espada con la que Thuggory había estado armado antes. Astrid se interpuso en su camino y cogió su cara para obligarlo a focalizarse en ella, pero apartó enseguida sus manos cuando el roce quemó sus manos, casi como si hubiera tocado fuego con ellas. El vikingo uso el dorso de la espada de Thuggory para apartarla sin herirla, aunque no cruzó una sola mirada con ella. Astrid intentó arrebatársela de sus manos, pero era imposible tocarlo sin quemarse en el proceso. Hipo parecía también ajeno a la sangre que se derramaba de las heridas que él también tenía en sus manos a causa del vínculo o incluso de las quemaduras y ampollas que le estaban saliendo a causa del contacto de Astrid con su piel. La bruja contempló que su ropa se estaba quemando también y que parte de su espalda llena de cicatrices estaba expuesta.

Hipo parecía ajeno a cualquier cosa que no fuera Thuggory.

Sus bellos ojos verdes estaban dilatados por la ira y su aura mágica era tan abrumadora que la llegó incluso a marear. Las llamas de las antorchas que iluminaban el Gran Salón se hicieron inmensas, espantando a los pocos hombres y mujeres que quedaban allí conscientes, y los ornamentos de tela y madera con el escudo de los Gormdsen se prendieron violentamente en llamas. Aquel debía ser una parte del poder del paladín de Surt y Astrid maldijo al imbécil de Thuggory por haberlo despertado. La bruja le dio una patada en su muñeca para obligarlo a soltar Inferno, hasta el punto que se la tuvo que romper. La bruja contuvo un gemido de dolor cuando su muñeca también se quebró y sintió un escalofrío al ver que Hipo no reaccionaba al dolor de la rotura, pero ello no impidió que volviera e interponerse entre Thuggory e Hipo. El Cabeza Cuadrada luchaba por no perder la consciencia y estaba herido, lo cual era un problema dado que Le Fey sabría por sus propias carnes que su amante estaba en peligro y era muy posible que ahora quisiera venir a salvarlo. Desdentao, por su parte, no se movía y parecía haberse quedado inconsciente.

—Hipo, tienes que curar a Desdentao —le pidió ella con suavidad.

Por primera vez, el vikingo bajó la mirada y la bruja sintió su piel ponerse de gallina por la frialdad y la indiferencia en sus ojos.

—Cúralo tú.

Se lo había dicho como si se tratara de una orden. La bruja, sin embargo, no se movió.

—Tienes que curarlo tú, Hipo —insistió la bruja procurando mantenerse firme.

—He dicho que lo hagas tú.

Hipo volvió a empujarla, pero Astrid esta vez se resistió. Su túnica empezó a quemarse tan pronto la piel de Hipo rozó contra la tela, pero la bruja se preocupó de sacudirse para apagar la mecha.

—No dejes que él te posea, Hipo —le advirtió la bruja con cautela—. No hagas nada de lo que te vayas a arrepentir. Tú no eres así, los dos lo sabemos y Odín lo creía así cuando dejó que tu madre te bañara en las aguas de Freyja...

—¡No tienes ni idea de nada! —escupió el vikingo rabioso—. Esto es entre él y yo, bruja, así que apártate.

—¿Bruja? —repitió Astrid furiosa.

Lo había pronunciado como un desprecio y una arrogancia que resultaba insultante. Aquello la enfureció tanto que le brindó un puñetazo en su estómago sin pensárselo dos veces. Sintió el dolor en su abdomen y se quemó los nudillos, pero se alegró de que aquello hubiera valido para hacerle retroceder.

—No soy una simple «bruja», Hipo —le recordó Astrid sin bajar el tono—. Soy la mujer que amas, la que te abraza todas las noches cuando despiertas de tus pesadillas, la que has tenido que soportar su horroroso temperamento y sus numerosos defectos, la que ha llorado entre tus brazos más veces de lo que ha hecho en toda su vida y la que está dispuesta a darte todos los puñetazos que hagan falta para hacer que vuelvas a ser tú mismo porque te amo más que a mi propia vida. ¡Así que deja de tocarme el coño y vuelve en ti, Hipo!

No había caído de que tenía la cara empapada por sus lágrimas, pero tan pronto pareció que Hipo volvía en sí, Astrid sintió sus piernas débiles por la tensión acumulada en su cuerpo. El vikingo se llevó la mano rápidamente a su muñeca rota y miró el fuego que se extendía a su alrededor horrorizado. Sin embargo, su atención fue rápidamente a Desdentao.

—Dioses, ¿qué he hecho? —gimió él desconsolado antes de arrodillarse junto al dragón.

Astrid miró a Thuggory de reojo. El Cabeza Cuadrada lucía mareado a causa del humo y con la mano puesta en su hombro que claramente estaba dislocado. La bruja se colocó junto a su novio y, antes de que este pudiera darse cuenta, le curó la muñeca. Ambos soltaron una exclamación cuando, de un solo chasquido, se recompusieron los huesos, aunque Hipo apenas prestó atención.

—No… no entiendo qué me ha pasado, yo…

Astrid posó su mano en su cara y respiró aliviada por sentirla tan caliente como solía tenerla siempre.

—Céntrate en curar a Desdentao —le pidió ella—. Yo te ayudo a soltarlo, pero cuando acabes, apaga el fuego y huid a los bosques.

—Dirás «huimos» —le corrigió Hipo mientras un resplandor dorado salía de sus manos y las ponía sobre la cola del Furia Nocturna.

—No, os vais vosotros —insistió la bruja mientras usaba su hacha para soltar las cadenas—. Tengo que acabar con Thuggory de una vez por todas.

—¿Qué? Ni hablar, ¿y si Drago se despierta? ¡No podrás sola con los dos! —le advirtió Hipo enfadado—. Me quedo contigo.

—Desdentao necesita ir a un lugar seguro, Hipo —le recordó Astrid soltando el bozal al Furia Nocturna y de su mano salió otro resplandor dorado que ayudó al dragón a recuperar poco a poco la consciencia y darle un efecto anestésico a su cola para que pudiera soportar el dolor—. No podemos arriesgarnos a que le hagan más daño.

—Astrid, no…

De repente, escucharon sonar un cuerno. Aquel era un sonido diferente. Astrid lo había escuchado en los meses que estuvo viviendo en Isla Mema como una ciudadana más e Hipo le explicó en su momento que aquel era el cuerno que anunciaba el regreso del Jefe a la aldea. Si Ingrid estaba en la isla, aquello solo podía significar una cosa:

La reina había vuelto.

—¡Hay que moverse ya!—ordenó Astrid procurando no entrar en pánico.

Hipo se concentró un segundo y las llamas de las antorchas disminuyeron en tamaño y las que se habían extendido por los decorados del Gran Salón se extinguieron por fin. Entre los dos ayudaron a Desdentao a incorporarse. El dragón estaba dolorido y muy confundido, hasta el punto que no era capaz de articular una sola palabra coherente. Hipo intentó guiarlo hasta una puerta contigua del Gran Salón, la que llevaba a las cocinas, cuando, de repente, una lanza se interpuso en su camino. Se volteó para contemplar horrorizada que Drago había recuperado la consciencia y parecía dispuesto a volver a atacar. Su brazo estaba sangrando y lo tenía cubierto de heridas con la forma de la magia de Astrid.

—¡Hija de la grandísima puta! —gritó Drago colérico mientras sacaba algo de su bolsillo—. ¡Voy a acabar contigo de una vez por todas!

Astrid empujó a Hipo y a Desdentao hacia atrás cuando el cazador tiró contra ellos un objeto con forma de esfera que emitió un desagradable y apestoso gas. Astrid se tapó la boca y la nariz con el brazo. Escuchó a Hipo toser a su espalda, pero antes de que Astrid pudiera decirle que se cubriera la cara, notó un movimiento extraño en la nube de gas. Los ojos le habían comenzado a llorar a causa del gas y notó un escozor en su piel descubierta de su cara y en su espalda que se iba intensificando a medida que pasaban los segundos.

—Astrid, me están saliendo ronchas en la piel —reclamó Hipo ansioso—. Y casi no puedo abrir los ojos.

La bruja le mandó callar. Si no iba a poder contar con sus ojos, debía tener el resto de sus sentidos en alerta. Si concentraba su oído podía escuchar la respiración errática de Hipo y los bufidos de Desdentao, a Thuggory a lo lejos gimiendo de dolor mientras intentaba colocar su hombro en su lugar, los gritos cada vez más intensos del exterior y, después, unos pasos lentos y cuidadosos. Drago debía haber utilizado algún material relacionado con el agua bendita para debilitarlos sin que él se viera afectado. Astrid difícilmente podría aplacar ningún ataque si seguía expuesta al gas.

—¿Desdentao? ¿Me oyes? —preguntó Astrid en un susurro tan bajo que temió que no la oyera.

Si hablas así de bajito difícilmente —apuntó el dragón con amargura.

La bruja se contuvo de poner los ojos en blanco.

—¿Podrías agitar tus alas?

El Furia Nocturna no respondió, pero a los pocos segundos sintió una fuerte corriente de aire sacudir su espalda. La bruja no fue capaz de abrir los ojos por la irritación causada por el gas, pero la disipación de la misma fue lo que la ayudó precisamente a percibir el movimiento a su izquierda. Astrid alzó su hacha justo el momento que Drago la atacó con lo que parecía ser una espada. Escuchó a Hipo jadear a su lado, probablemente alarmado por el ruido del choque de acero contra acero. De repente, oyeron un fuerte alboroto en el portón del Gran Salón, como si alguien estuviera intentando entrar por las enormes puertas.

—¡Nos atacan! —gritó alguien a lo lejos.

—¡Idiotas! —rugió Drago apartándose violentamente de ella—. ¿Es que ni siquiera podéis retener una puta puerta?

Astrid aprovechó el despiste de Drago para brindarle una patada a ciegas y, por suerte, no erró en su cálculo pues le dio de lleno en la espinilla. El cazador soltó un quejido e inevitablemente dejó de hacer fuerza contra su hacha. Astrid aprovechó para llevarse sus manos a sus ojos y realizó un hechizo que quitara la irritación de sus ojos. Hipo respiró aliviado cuando él recuperó también la visión, aunque su cara estaba cubierta de ronchones rojos y, por su expresión al contemplarla, comprendió que ella tampoco debía verse mejor.

Drago intentó incorporarse, pero antes de que Hipo, Astrid o incluso el propio Desdentao pudieran hacer algo respecto, el portón del Gran Salón se abrió de par en par con suma violencia. El corazón de Astrid subió casi hasta su boca, aterrorizada de que Le Fey apareciera dispuesta a desperdigar su pestilente magia para atraparlos, pero su sorpresa fue mayúscula cuando Estoico apareció seguido de un grupo de hombres y mujeres armados hasta los dientes.

Astrid no titubeó. Aprovechando la evidente confusión de Drago por lo que estaba sucediendo, cogió a Hipo del brazo para ayudarlo a levantarse del suelo y le hizo una seña hacia la puerta:

—¡Coge a Desdentao y ponlo a salvo!

—¿Y tú qué vas hacer? —reclamó preocupado.

—Yo me quedo —respondió la bruja con firmeza e Hipo hizo una mueca de disgusto—. ¡Deja de ponerme caras! ¡Me necesitan aquí!

—Pero…

Astrid acunó su rostro entre sus manos.

—Hoy no vamos a morir, Hipo —le prometió la bruja—. Busca a los jinetes, asegurad el perímetro e intenta que los dragones nos apoyen. A ti te escucharán.

—Pero Desdentao…

El Furia Nocturna, quien había sacado sus dientes para amenazar a todo aquel que se acercara, volteó la cabeza al escuchar su nombre.

Puede que ahora no pueda volar, pero aún soy capaz de defenderme y lanzar mis plasmas.

—Asegúrate de guardar sus espaldas, por favor —le pidió Astrid preocupada.

¿No es lo que hago siempre? —replicó Desdentao.

Se consoló de que Hipo fuera consciente de lo importante que era que Astrid se quedara allí. Si Estoico y los demás estaban allí, la bruja contaría con el apoyo suficiente para derrotar a dos de las cabecillas esenciales de la reina y si secuestraban o mataban a Thuggory… la guerra podía dar un vuelco muy favorable para la Resistencia. Estoico corrió hacia ellos tan pronto los avistó en el caos que se estaba organizando en el Gran Salón. Parecía sumamente aliviado verlos de una sola pieza, aunque arrugó el gesto al apreciar los feos ronchones rojos que cubrían sus rostros.

—Pican como el demonio, pero no podemos preocuparnos por eso ahora —argumentó Hipo—. ¿Los jinetes están fuera?

—Los gemelos —matizó su padre—. Heather y Camicazi están salvaguardando las escaleras al Gran Salón y Chusco y Brusca se encuentran dando apoyo a Dagur cerca del puerto, pero nadie ha visto a Mocoso.

Astrid apretó los puños. Iba a destrozar a Mocoso tan pronto rodeara su cuello con sus manos. Iban a proceder a separarse cuando dos hombres y una mujer intentaron atacarlos, aunque Estoico y Astrid consiguieron quitárselos de encima enseguida con su martillo y hacha respectivamente.

—Son demasiados —comentó Estoico preocupado.

—¡Hay que encontrar a Ingrid! —clamó Astrid.

—Yo me encargo de eso —se ofreció Hipo—. ¿Seguro que estaréis bien?

Astrid miró a Estoico quien sonrió cómplice a la bruja. No pudo evitar preguntarse cuántas veces había sonreído el Jefe así a su padre.

—Estaremos bien —le prometió la bruja.

Hipo no necesitó escuchar más. Le resultó imposible encontrar Inferno, por lo que cogió una espada del suelo y corrió hacia el portón seguido muy de cerca de Desdentao, quien corría con cierta torpeza a causa del desequilibrio formado por su cola. Astrid alzó su hacha para enfrentarse a Drago, quien los contemplaba furioso y se había armado con un hacha y una espada corta. Estoico, sin embargo, se interpuso entre ellos dos.

—Esto es entre él y yo —declaró el Jefe muy serio.

—No eres el único que tiene asuntos pendientes con Bludvist —reclamó Astrid ofendida.

—Bludvist está preparado para hacer frente a brujas y a dragones, pero es perfectamente consciente de que ante mi no tiene ninguna posibilidad —le aseguró Estoico.

—¡Cállate, Haddock! ¡Te vi arder!

—¡Hace más que un par de llamas para matarme!

Estoico se precipitó contra Drago y ambos entraron en una justa que claramente daba a entender que ambos tenían asuntos por resolver. Astrid pensó en buscar a Thuggory cuando escuchó un silbido agudo que hizo que le diera un vuelco al corazón. Dio un rápido paso hacia atrás y, al segundo, un hacha pasó a un par de centímetros de su cara. La bruja se giró rápidamente hacia su objetivo y allí estaba Thuggory. Astrid contempló horrorizada cómo se colocó el hombro de solo un movimiento seco y sintió un escalofrío al comprender que, aún siendo diestro, casi había acertado en darla con su mano izquierda. Había conseguido cabrear a Thuggory de verdad y ahora no iba a parar hasta matarla.

Muy bien, pensó Astrid, que sea lo que tenga ser.

Pese al insoportable picor de los sarpullidos de su cara, cuello y manos, Astrid se sentía con fuerzas para encararse con Thuggory. El vikingo era muy fuerte y rápido, pero ella era más intuitiva y mortífera. Además, a pesar de haberse recolocado el hombro, Thuggory se veía algo más torpe y no atacaba con la fuerza desmedida con la solía golpear. Aquello claramente le frustraba y causaba que fuera aún más violento e impredecible en sus ataques. Sin embargo, el Cabeza Cuadrada no parecía para nada contento de que Astrid pudiera enfrentarse con tanta facilidad a él.

—Eres muy molesta, ¿te lo han dicho alguna vez? —reclamó Thuggory entre dientes.

Ella dibujó una sonrisa risueña.

—Tantas que he perdido ya la cuenta —le aseguró la bruja antes de lanzarle un hachazo que Thuggory bloqueó de milagro—. ¿Tan frágil tienes el ego que no soportas que te haga morder el polvo?

Thuggory la empujó para quitársela de encima y Astrid se deslizó hacia atrás.

—Admito que te respeto, bruja. No dudo que Le Fey la cagó cuando te echó de sus filas, sobre todo porque eres la mujer con más agallas y con más fuerza que he conocido nunca.

—¡Oh! ¿Y esos halagos? —replicó Astrid con dulzura—. Lo siento, Thuggory, pero no sé si sabes que ya tengo novio.

El Cabeza Cuadrada le lanzó un espadazo que Astrid contuvo con el filo de su hacha.

—Eres peor que un grano en el culo.

—¿Y por qué te crees que Le Fey me quitó del medio? ¿Por lamerle el suyo? —cuestionó ella con impaciencia y le brindó una patada que el vikingo consiguió evadir—. No podría superarte en eso, Thuggory, lo sabes bien.

Aquel último apunte pareció molestarle lo suficiente como para brindarle un codazo que casi le hizo perder el equilibrio. Astrid intentó aprovechar la oportunidad para agitar su hacha en su dirección, pero Thuggory consiguió evitar el tajo con rapidez.

—¿Crees realmente que puedes encajar entre los humanos, Astrid? —se burló Thuggory—. Aunque ganarais la guerra, lo cual lo veo muy poco probable, ellos seguirán viéndote al mismo nivel que ella.

El simple hecho de que tuviera la osadía de compararla con Le Fey la enfureció tanto que Astrid no reflexionó bien su siguiente movimiento, hasta el punto que Thuggory consiguió agarrar de su muñeca derecha con tal fuerza que Astrid no pudo sostener su hacha por mucho tiempo. La larga empuñadura cubierta de piel del hacha se deslizó de entre sus dedos y cayó al suelo en un golpe seco. El rechinar del filo rozando contra la piedra le puso la piel de gallina, aunque llevaba mucho peor el cosquilleo en sus dedos debido a la presión que Thuggory estaba ejerciendo en su muñeca. El Cabeza Cuadrada sonrió con malicia cuando Astrid intentó forcejear sin éxito de su agarre.

—Tu mal temperamento es tu perdición, bruja.

Astrid sintió que su corazón latía tan rápido que parecía que iba a salir despedido de su pecho. Concentró toda su magia en su mano para electrocutarlo, pero aunque la electricidad se acumuló intensamente en su piel, Thuggory no parecía afectado por su magia. La bruja le miró desconcertada.

—Dado nuestro último encuentro, le advertí a Le Fey que sería un problema ponerte las manos encima sin acabar herido en el proceso —Thuggory le mostró su otra mano y la bruja reparó en sus guantes. No los había llevado antes, debía habérselos puesto cuando se había decidido a pelear contra ella—. Parecen solo de cuero, pero Le Fey ha tenido el detalle de hacerlos repelentes a tu electricidad. Así que, ¿cómo decirlo? Estás jodida, guapa.

—¿Sabes? Tú tampoco estás nada mal —comentó ella con descaro mientras intentaba ganar tiempo para encontrar cualquier vía de escape. Estoico seguía sumido en su lucha con Drago y nadie parecía dispuesto a acudir a socorrerla de las manos de Thuggory. Tampoco les culpaba. Astrid era alta, pero Thuggory debía sacarle al menos cabeza y media y sostenía su brazo tan alto que la bruja tenía que ponerse de puntillas para tocar el suelo—. Lástima que te vayan las psicópatas.

Thuggory alzó una ceja, pero decidió ignorar su comentario. Astrid maldijo que no le siguiera el juego.

—Tenías que haberme matado cuando tuviste la oportunidad —le recriminó el vikingo con maldad.

—Tienes toda la razón —concordó ella—. Puede que me dieras un poco lástima, lo tendré en cuenta la próxima vez.

La bruja contuvo la respiración cuando visualizó la daga en el cinturón de Thuggory.

—¿Próxima vez? Esperaba que fueras un poco más lista, Astrid, ambos sabemos que ya no va haber una próxima vez.

Astrid clavó sus ojos en su orbes claras y pudo apreciar cierta arrogancia en su mirada. Hipo le había contado que Thuggory siempre había sido un líder humilde pese a ser algo tosco. Resultaba una pena que un hombre tan bien conocido por su honor y su humildad hubiera acabado transformándose en una triste marioneta.

—¿Estás seguro, Thuggory? —preguntó la bruja en voz de queda.

Antes de que el vikingo pudiera replicar, la bruja movió su brazo libre con tal rapidez que no le dio tiempo a pararla. Astrid desenvainó la daga y se la clavó de una mordaz estocada en el pecho. Thuggory abrió mucho los ojos, como si por un instante no hubiera procesado lo que acababa suceder, pero enseguida la soltó y se llevó las manos a su pecho.

—¿Qué…?

Astrid consiguió cogerlo antes de que se diera de bruces en el suelo. Pesaba muchísimo, por lo que se dejó caer con suavidad con él. Thuggory hizo un amago vago de quitarse la daga, pero Astrid cogió la empuñadura para asegurarse de que no se la retirara. No quiso ejercer presión, no le parecía adecuado regodearse con su muerte, y Thuggory parecía agradecido por ello.

—Jodida por culo, no podías estarte quieta —le recriminó antes de ponerse a toser sangre.

—Lo siento.

Realmente lo hacía. No estaba contenta por lo que había hecho, es más, estaba segura de que de alguna manera había metido la pata. ¿Y eso por qué?, se preguntaba su lado más racional sin cesar. Muerto Thuggory, muerta Le Fey, así lo habían dicho Hipo y ella al inicio de la noche. Thugorry moriría en sus brazos y Le Fey no podría curar su herida si la daga seguía clavada en el pecho del vikingo. Había conseguido de pura chiripa lo que llevaba años deseando hacer, solo era cuestión de unos minutos. Y, sin embargo, su instinto mágico no paraba de pedirle una y otra vez que sacara la daga y le curara la herida.

—Habría hecho lo mismo en tu lugar —murmuró Thuggory—. Te he vuelto a subestimar.

—Si te consuela, no eres ni el primero y seguro que tampoco serás el último.

El Cabeza Cuadrada dibujó una sonrisa somnolienta. Estaba perdiendo mucha sangre y en pocos segundos caería inconsciente. El caos se desataba en el interior del Gran Salón, parecía que había cada vez más gente, pero Astrid no supo diferenciar de qué bando eran todos ellos. Sin embargo, parecía que se habían tornado invisibles y nadie les dedicó una sola mirada siquiera.

—¿Por qué lo has hecho, Thuggory? —preguntó Astrid sin poder contenerse.

Los ojos del vikingo estaban nublados.

—Todo lo he hecho por ella… Por Kateriina…

Astrid se mordió el labio cuando se puso a toser sangre de nuevo. De su pecho salió un desagradable silbido, seguramente porque le había perforado un pulmón.

—Ella lo es… todo, yo… yo…

De repente, pasó algo muy extraño. Astrid sintió frío, muchísimo frío y se apartó violentamente cuando, bajo el cuerpo de Thuggory, apareció una especie de boca de oscuridad que estaba absorbiendo el cuerpo del vikingo. La sangre bombeaba tan rápido en sus oídos que no escuchó su propio grito de terror. Le Fey estaba reclamando a Thuggory de vuelta y la bruja no podía permitir que se lo llevara, no ahora que estaba tan cerca de morirse. El Cabeza Cuadrada ya había caído inconsciente, por lo que Astrid tuvo que usar todas sus fuerzas para arrastrar el cuerpo de Thuggory fuera de la oscuridad. Sin embargo, la oscuridad absorbía el cuerpo del vikingo sin ninguna piedad y, daba igual lo mucho que Astrid tirara de él, no había forma de sacarlo de allí.

—¡Astrid! ¡Suéltalo! —oyó a alguien gritar, pero no supo identificar quién—. ¡Te va a tragar a ti también!

Si lo dejaba marchar, Le Fey conseguiría curarlo y su venganza sería terrible. Si conseguía retenerlo durante un poco más de tiempo… solo unos segundos hasta asegurarse de que Thuggory había muerto, pero la oscuridad tiró con más insistencia del vikingo. Había tragado ya sus piernas y su brazo derecho y Astrid siguió tirando del otro brazo de Thuggory a la vez que sentía el escozor en las erupciones de su cara a causa del sudor y sufría calambres en sus miembros por el enorme esfuerzo que estaba haciendo. La oscuridad, harta de aquel tira y afloja, se extendió hasta por debajo de sus pies y la bruja entró en pánico al caer que ahora pretendía tragarla a ella también. Se vio forzada a soltar a Thuggory, quien rápidamente desapareció entre la oscuridad, aunque le resultó imposible sacar sus propios pies. Iba a caer en manos de Le Fey en cuestión de segundos y la bruja fue embargada por un miedo que casi la dejó paralizada. De repente, sintió que unas manos a sus espaldas que la cogían de bajo sus axilas y que la impulsaron con tantísima fuerza que la oscuridad se vio obligada a soltarla. Astrid cayó sobre alguien y, tan pronto se incorporó, se encontró con un jadeante Finn Hofferson.

Debería darle las gracias, pensó la bruja incómoda, pero cuando entreabrió sus labios no pudo formular ni una sola palabra. Finn arrugó el gesto, pero no dijo nada y simplemente se levantó del suelo. Fue entonces cuando le ofreció su mano:

—Eres igual que tu madre, siempre metiéndote en líos —le recriminó Hofferson.

Por alguna razón, aquello la reconfortó, pero no quiso hacérselo ver. Se levantó sin coger la mano de Finn y se apartó el pelo de sus ojos. La cara le picaba como mil demonios y estaba agotada, pero tenía otros asuntos que debía resolver antes. Sin Thuggory en la ecuación, aquella batalla debía resultar relativamente más sencilla, pero Astrid seguía inquieta ante la venganza que Le Fey acabaría tomando tarde o temprano. Maldijo que la reina fuera lo bastante poderosa como para que, estando al borde de la muerte, hubiera usado un vórtice de oscuridad tan poderoso como para trasladar a Thuggory. El poder de Le Fey solo iba a más y estaba claro que no tardaría en llegar a la resolución de que necesitaba un cuerpo nuevo.

Su cuerpo.

Astrid sacudió la cabeza y decidió que lo mejor era concentrarse en el escenario que la rodeaba. Si al menos conseguían recuperar Isla Mema y salir vivos en el proceso, podrían darse un canto en los dientes. Estoico seguía peleando contra Drago, aunque ambos se veían terriblemente agotados. El padre de Hipo tenía una herida muy fea en su mejilla mientras que Drago ya no contaba con su brazo protésico. Astrid se dirigió a Finn.

—Necesito que tú también busques a Ingrid Gormdsen y la pongas bajo custodia.

Hofferson arrugó la nariz.

—¿Qué? —clamó Astrid con impaciencia.

—¿Para qué luchar, niña? No le debemos nada a esta gente.

Astrid se quedó consternada por sus palabras.

—Esta gente es la gente de tu padre y de tu hermano —le recordó ella.

—Pero no la nuestra —insistió Hofferson malhumorado—. Huyamos, pequeña, rehagamos nuestra vida en otra parte, lejos de esta mierda de Archipiélago, y…

—Ninguno de los dos nos vamos a ir a ninguna parte —le advirtió la bruja con frialdad—. ¿Te crees que se me ha olvidado lo que has hecho? ¿En el peligro que nos has puesto ahora que Le Fey sabe de la magia de Hipo? ¿Y realmente eres tan iluso como para siquiera pensar que voy hacer como si nada de esto hubiera pasado y dejar al hombre que amo por un borracho al que no conozco de nada? Deja de pensar en mí como en alguien que no soy, Hofferson, y baja los pies a la tierra de una puta vez.

Astrid no esperó a la réplica de Finn. Cogió su hacha del suelo y se encaminó decidida hacia Drago para descargar toda la ira que llevaba dentro. Sin embargo, tan pronto la vio acercarse, el cazador pareció asimilar que no iba a tener ninguna posibilidad de pelear contra Estoico y Astrid a la vez. En un rápido movimiento, sacó otra esfera de su bolsillo y la lanzó directamente al suelo. A diferencia de la otra esfera, esta emitió un denso humo verdoso que los cegó. Por suerte, este no era tóxico para ella y se disolvió en pocos segundos, pero para cuando recuperaron la visión, Drago ya no estaba.

—¡Maldita sea! —gritó Estoico furioso y miró hacia el portón—. ¡Vamos!

Astrid siguió al Jefe pisándole los talones. Con la huída de Drago, la Resistencia parecía que por fin había tomado el Gran Salón gracias a la huída de Drago, pero no podían darse el lujo de dejarlo escapar. Había amanecido cuando por fin salieron al exterior. La aldea estaba sumida en una vorágine terrorífica que parecía empeorar por momentos. Los dragones se peleaban entre ellos por los cielos, los partidarios de los Gormdsen y otros miembros de la Resistencia y prisioneros del cazador como Eret se masacraban entre sí y escucharon los aullidos furiosos de Drago, aunque no consiguieron localizarlo a primera vista. A lo lejos, luchando contra dos hombres, vio a Hipo junto con Brusca y Astrid contempló horrorizada como un Nadder volaba directo hacia ellos. Estoico también visualizó la situación y ambos comprendieron que era imposible llegar hasta su localización a tiempo. Aún así, las piernas de Astrid se movieron solas. No supo ni cómo fue capaz de bajar las sinuosas escaleras de la colina sin darse de morros contra el suelo, pero mientras esquivaba estocadas y sablazos, Astrid convocó su magia. El Nadder iba a por Hipo y éste y Brusca estaban tan enfocados en su combate con aquellos hombres que no iban a poder apartarse a tiempo.

Tenía que matar al dragón.

Hipo se volteó tan pronto escuchó el relámpago y su cara se deformó en una de horror cuando vio las garras del Nadder precipitándose hacia él. Astrid iba a soltar el trueno cuando, de repente, una Pesadilla Monstruosa se avecinó contra el Nadder y lo tiró hacia una casa que ya estaba medio derruida. La bruja no había tenido ni tiempo para identificar el dragón cuando, de repente, de entre las copiosas nubes oscuras que ella había formado con su magia empezaron a precipitarse dragones de toda clase y tamaños contra los dragones de Drago. Los hombres que habían estado peleando contra Hipo y Brusca huyeron espantados al ver tantos dragones caer del cielo y Astrid se abrazó a Hipo aliviada de que estuviera de una pieza.

—¿De dónde salen tantos dragones? —preguntó Brusca confundida a su lado.

Astrid e Hipo miraron hacia arriba tan aturdidos como ella hasta que, de repente, lo vieron. Asaltanubes resultaba inconfundible entre aquel inmenso grupo de dragones y más si Valka lo montaba en pie. La madre de Hipo sacudía su vara dando instrucciones a los dragones y se movía como uno de ellos.

—No me lo puedo creer, realmente ha venido a ayudarnos —dijo Hipo sin entrar en su asombro.

—¿Quien ha venido? —cuestionó Brusca extrañada.

Sin embargo, ninguno de ellos respondió a su pregunta. Astrid sacudió el brazo de Hipo y señaló a Drago con su cabeza, quien había reaparecido de las entrecalles de la aldea y se había quedado pálido ante la repentina presencia de todos aquellos dragones que atacaban a los suyos sin titubear. Es más, algunos de esos dragones fueron directos contra los cazadores de dragones y Asaltanubes y Valka volaban derechos hacia a su líder. Por desgracia, Drago supo moverse a tiempo para evadir las enormes garras del dragón y, pese a que Hipo, Astrid y Brusca intentaron seguirlo entre el gentío que ahora huía despavorido al puerto y a los bosques, lo perdieron de vista. Los Cabezas Cuadradas, los cazadores de Drago y parte de la guardia de Ingrid Gormdsen marchaban aterrorizados por la inesperada entrada de todos aquellos dragones en la batalla. La Resistencia y los ciudadanos de Mema parecían haber renovado sus fuerzas ante la milagrosa intervención y ayuda de los dragones y se aseguraron atrapar a cuantos enemigos les fueran posible.

Astrid contempló desde el barranco que daba al puerto que los Cabezas Cuadradas pretendían escapar con el barco con el que Thuggory había llegado la noche anterior. El navío no era lo bastante grande como para cargar con tanta gente y resultaba un espectáculo lamentable contemplar cómo se peleaban entre ellos para subir a cubierta. La bruja respiró hondo y concentró toda su energía para convocar un trueno lo bastante potente para partir el barco por la mitad. La gente gritaba horrorizada en el embarcadero y hubo quienes se tiraron al agua espantados porque les cayera otro rayo encima.

—Eso ha sido acojonante —apuntó Brusca con profunda admiración.

—Tenía que dar mi toque personal —comentó Astrid satisfecha.

—La guinda del pastel diría yo —añadió Hipo sin poder contener una sonrisa.

Resultaba surrealista que todo aquello hubiera acabado, que ellos hubieran ganado. Hipo rodeó sus hombros con su brazo y le dio un beso en la coronilla de su cabeza mientras contemplaban con Brusca cómo la Resistencia tomaba el embarcadero de Isla Mema. Los gritos y los vítores de la gente de Mema y la Resistencia no se tardaron en dar cuando se tomó la plaza de la aldea. Algunos se habían puesto a llorar de la alegría y se abrazaban entre ellos, otros gritaban con tanta alegría y euforia que probablemente se quedarían pronto sin voz y otros se tiraban al suelo, agotados y llorosos porque aquel parecía ser el inicio del fin de una larguísima pesadilla.

Se adentraron de nuevo a la aldea para reencontrarse con los Jefes. Astrid se moría de ganas de dormir un poco y comer algo, aunque no le pareció oportuno insinuarlo cuando apareció Chusco comunicándoles que Drago había conseguido escapar sin dejar rastro. Tampoco había rastro de Ingrid Gormdsen por ningún lado y la bruja tampoco visualizó a Finn Hofferson entre el eufórico gentío. Astrid chasqueó la lengua frustrada, pese haber erradicado y capturado a una parte del ejército de los Cabezas Cuadradas y tener bajo custodia a un número considerable de cazadores de Drago, no habían conseguido atrapar a ninguno de los líderes de Le Fey. Sí, habían recuperado Isla Mema, pero iba a ser muy difícil protegerla de un nuevo ataque, más si lo lideraba la reina. Sin embargo, pese haber fallado en matar a Thuggory y temer las posibles represalias por parte de Le Fey, Astrid sabía que la reina necesitaría un tiempo para recomponerse.

Decidió que lo mejor sería preocuparse de todo aquello cuando se hubieran descansado un poco, ahora tenía que focalizarse en otros asuntos que apremiaban su atención.

—Brusca, ¿dónde está Mocoso? —preguntó Astrid procurando mantener la ira en su voz a raya.

La vikinga bajó la mirada a sus pies. Notó a Hipo tensarse a su lado.

—No lo sé, lo he estado buscando, pero no hay forma de encontrarlo —confesó ella avergonzada.

—Ve con tu hermano y buscadlo hasta debajo de las piedras si es necesario—le ordenó la bruja—. Debe rendir cuentas por sus actos.

Brusca asintió azorada y se perdió con su hermano entre el gentío. Astrid no deseaba tomarlo con su amiga, aunque era inevitable la decepción que la había embargado por la mentira de Brusca por proteger a Mocoso. Lo que fuera que hubiera hecho el vikingo traería consecuencias, ella misma se encargaría de ello si fuera preciso. Si Mocoso había sido la verdadera causa por la que habían dado la alarma, sus manos estaban manchadas con la sangre de todas las víctimas masacradas esa noche. La expresión de Hipo era sombría, aunque su mente parecía concentrada en algo que poco tenía que ver con su primo. Astrid acunó cogió de su mano y cogió de su barbilla con suavidad para que la mirara. Sus ojos se veían cansados y angustiados.

—¿Estás bien?

—No —respondió él con sinceridad—. Tengo que ir a ver a Desdentao, no está nada bien.

—Lo siento…

—No ha sido culpa tuya. Fui yo el que provocó a Thuggory, pero no esperaba que…

Hipo inspiró aire profundamente y cerró los ojos angustiado.

—Astrid, lo que ha pasado antes, yo… no era…

—Sé lo que no ha pasado antes —se apresuró a decir ella—. Has recuperado el control en ti mismo.

—Porque has intervenido tú —añadió él ansioso—. Astrid, por un momento he querido arrasar con todo, sin importarme quién estuviera en mi camino. Yo…

—Eres Hipo Haddock —insistió la bruja apretó su mano—. No eres lo que ellos quieren que seas, eres quien has elegido ser.

Hipo, en cambio, no parecía del todo convencido.

—No sé, yo…

—Hipo, solo te has dejado dominar porque Thuggory ha herido a tu mejor amigo. Creeme, yo hubiera perdido los nervios por muchísimo menos —le aseguró la bruja queriendo quitarle importancia—. Nadie volverá a dañar a Desdentao, eso te lo puedo prometer. Además, estoy segura de que si fuiste capaz de crearle una prótesis para un trozo de cola podrás construirle una entera.

—Poder puedo hacer lo que sea por él, pero… Desdentao ha perdido los dos extremos de su cola por mi culpa y…

Astrid posó sus dedos contra sus labios a medida que su ansiedad iba acrecentando y, en consecuencia, su magia volvía a despertarse un tanto alterada dentro de él.

—Todo irá bien.

—Muy segura estás de ello —le recriminó él con cierta desgana.

Ella no pudo evitar sonreír con ternura.

—Hipo, cuando se trata de ti, siempre estoy segura —posó la mano contra su pecho—. Este es el camino, solo te falta creer un poquito más en ti mismo.

El vikingo parecía más que dispuesto a replicar cuando oyeron el rugido de un dragón sobre sus cabezas. Asaltanubes dio un rodeo a la aldea antes de decidirse a bajar al pie de la colina del Gran Salón. Hipo y Astrid se hicieron paso entre el gentío que se había quedado sin habla cuando repararon en la figura enmascarada que descendía del lomo del dragón.

Valka no se quitó la máscara cuando ellos se acercaron y tampoco formuló ninguna palabra, quizás porque estaba demasiado aterrorizada por estar allí después de tantísimos años.

—Gracias —dijo Hipo visiblemente emocionado—. No lo habríamos conseguido sin ti.

Su madre hizo un gesto asertivo con la cabeza y extendió su mano para tocar la cara de su hijo cuando, de repente, se oyó un grito desgarrador a su espalda. Hipo y Astrid se giraron asustados cuando Estoico corrió furioso hacia ellos con su martillo en alto, como si estuviera movido por el mismísimo Loki. Astrid comprendió qué estaba pasando. Valka fue supuestamente secuestrada por un Cortatormentas, un dragón muy poco común y fácilmente reconocible. Estoico había reconocido a Asaltanubes y ahora clamaba venganza por su esposa asesinada, quizás convencido de que la figura enmascarada había estado detrás de todo aquello.

Hipo intentó interponerse en el camino de su padre, pero Estoico le dio tal empujón que lo tiró al suelo. Valka, casi paralizada por el terror, esquivó el primer martillazo de puro milagro, pero Astrid sabía que la bruja no haría nada para dañar a su esposo. Astrid detuvo el segundo martillazo con su hacha, pero solo consiguió enfurecer más al Jefe si cabía.

—Si no quieres que te reviente el cráneo, más te vale que te apartes —le advirtió Estoico con voz envenenada.

—Sabes perfectamente que eso no es factible —le recordó Astrid sin bajar su hacha—. Estoico, cálmate, por favor, esto no es lo que parece.

—¡¿Que no es lo que parece?! —gritó el vikingo furioso—. ¡Ese ser y su dragón secuestraron y mataron a mi mujer!

El corro de personas que los rodeaban soltaron una exclamación de sorpresa. Hipo se levantó del suelo y corrió junto a su madre, quien se encontraba temblando justo detrás Astrid. Asaltanubes también mostró sus dientes, aunque Valka hizo un aspaviento para que por favor no interviniera.

—Mamá, díselo —susurró Hipo en la lengua de las brujas.

—¡Hipo no hables con esa cosa! —rugió Estoico intentando empujar a Astrid a un lado.

La bruja, por suerte, no se dejó arrastrar y se ganó una mirada fulminante del padre de su novio.

—¡¿Por qué defendéis al asesino de Valka?! —clamó el Jefe rabioso—. ¡Mi mujer merece justicia!

—¡No es ningún asesino! —gritó Hipo alterado.

—¡No sabes lo que dices, hijo! ¡Los dragones no fueron siempre nuestros aliados y este ser pagará por lo que nos hizo!

Estoico volvió alzar el martillo y Astrid se temió lo peor. No quería usar su magia contra el padre de Hipo, pero si seguía así de alterado no iba a quedarle otro remedio. Sin embargo, antes de que Astrid pudiera convocar la electricidad en sus manos, sintió la mano fría de Valka empujándola hacia atrás hasta darse contra el pecho de Hipo. Estoico pareció encantado de poder golpear directamente a Valka, pero cuando se dispuso a bajar sus brazo, no pudo hacerlo. El Jefe miró hacia arriba y soltó el martillo. El arma se había quedado suspendida en el aire, sujeta por la mano invisible de la magia de Valka. Estoico miró primero a Astrid, pero Valka entonces sacudió su mano izquierda y el martillo voló hasta la pared de piedra de la colina del Gran Salón.

—¡Es una bruja! —gritó alguien del gentío.

—¿Es acaso una aliada de la reina? —cuestionó una mujer horrorizada.

Astrid les fulminó a todos con la mirada, ofendida porque aquella gente diera por hecho que todas las brujas eran aliadas de Le Fey. Estoico dio un paso hacia atrás, ahora preocupado por verse indefenso ante una bruja.

—¿Quién…? ¿Quién eres?

Valka giró la cabeza entonces hacia ellos. Debido a la máscara era imposible adivinar lo que estaba pensando, pero enseguida hundió los hombros y se volvió hacia Estoico para retirarse el antifaz. Al principio, nadie pareció reconocer el rostro escondido bajo aquella terrorífica máscara, pero Estoico palideció en el mismo instante que sus ojos se encontraron con los de su difunta esposa. Valka estaba aterrorizada y no era de extrañar, llevaba mucho tiempo fantaseando porque aquel momento sucediera, pero había revelado a su esposo en pocos minutos y sin filtros de que no solo no estaba muerta sino que además era una bruja.

Astrid escuchó los murmullos de asombro del gentío y escuchó a alguien preguntar:

—Pero… ¿esa no es Valka Haddock?

Estoico extendió su mano hasta el rostro de Valka, quien se encogió ligeramente cuando la piel de su esposo tocó su mejilla empapada de las lágrimas que no podía contener. El Jefe jadeó al asimilar que ella realmente era real, que estaba allí presente, y sus ojos se empañaron en ese instante. Valka tragó saliva, pareciendo querer decir algo, pero de su boca no salió ni una sola palabra. Estoico, sin embargo, consiguió formular una frase:

—Estás tan preciosa como el día que te perdí.

Y, tras decir aquello, Estoico Haddock perdió la consciencia ante los ojos estupefactos de toda Isla Mema, la Resistencia, su hijo y su mujer regresada de entre los muertos.

Xx.

Thuggory solo sentía dolor.

Apenas era consciente de lo que pasaba a su alrededor. No se había visto capaz de abrir los ojos de lo agotado y débil que se encontraba. De vez en cuando oía voces femeninas hablando en una lengua extraña, aunque el silbido de su pecho distorsionaba sus voces en sus oídos. Alguien con las manos heladas limpiaba su rostro empapado de sudor y otras tantas le habían desnudado y cubierto con una sábana que difícilmente aplacaba el frío que sacudía violentamente su cuerpo.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí tumbado.

Minutos, horas, días, puede que incluso semanas…

No comprendía cómo no estaba muerto todavía. Astrid le había perforado el pulmón y lo más seguro que también hubiera rozado su corazón con el filo de la daga. ¿Por qué entonces no estaba muerto? ¿Acaso su vínculo con Le Fey lo estaba manteniendo con vida? Que él supiera, la reina no había venido a verle donde quiera que se encontrara ahora, pero sabía que estaba cerca.

Resultaba estúpido decirlo, pero casi podía jurar que podía sentirla.

La fiebre le causaba delirios en los que reproducía su combate con Astrid, donde la bruja se mofaba de él y lo llamaba «estúpido» mientras clavaba la daga una y otra vez en su pecho. Hipo también se le aparecía, con sus ropajes quemados y con aquella misma mirada espeluznante que le había puesto los pelos como escarpias. En sus peores momentos, Kateriina —y no la reina— se le aparecía, suplicándole una y otra vez que la salvara y que no la abandonara. Le Fey también se presentaba ante sus ojos, pero con muchas caras diferentes, todas ellas tan hermosas como terribles, pero siempre la reconocía.

A estas alturas, la conocía tan bien que era imposible no hacerlo.

Daba igual la cara o el cuerpo con el contara en aquellas alucinaciones, Thuggory se sentía fatalmente atraído por ella. Todo aquel último año que había estado a su lado se había engañado a sí mismo pensando que el deseo que había sentido por ella se había debido porque Le Fey poseía el cuerpo de Kateriina, pero ahora comprendía que toda su ansia por tocarla y saborearla se había debido exclusivamente a la reina.

Y se odiaba aún más por ello.

Deseó morir pronto, aunque supuso que aquella agonía sería un castigo de los dioses por todo lo que había hecho.

Sin embargo, llegó el día en el que consiguió despertarse por fin de su estado de duermevela. Ya no había dolor, solo entumecimiento en sus miembros por no haberse movido desde hacía días. Se encontraba en una especie de caverna levemente iluminada por unas velas. Estaba amueblada sobriamente y había un fuerte olor a vinagre. Thuggory se levantó dificultosamente de la cama y reparó que había unos pantalones limpios sobre una mesa, aunque no le habían dejado ninguna túnica con la que pudiera vestirse. Fue cuando se puso los pantalones cuando reparó horrorizado en su pecho.

Le habían quitado la daga, pero la herida seguía abierta de par en par y lucía claramente infectada. Es más, en torno a la herida le habían salido unas marcas negras azabache que se extendían hasta su cuello, costados y vientre. Thuggory tocó con sus dedos aquellas líneas deformes, similares a las venas, y la piel se le puso de gallina al notar esa zonas tan frías como la muerte. ¿Qué era aquello? Con una herida de aquellas características debería estar muerto y, sin embargo, se encontraba bien.

Thuggory se apoyó contra una mesa y respiró hondo para calmarse. Debía descubrir primero dónde estaba y qué había sido de Le Fey, pero entonces cayó que en aquella habitación no había puertas. Con el corazón en un puño, Thuggory tanteó todas las paredes de roca de aquella caverna, esperanzado de que hubiera alguna salida escondida a la vista. Sin embargo, allí no había nada.

Le habían encerrado como a un perro rabioso.

Gritó hasta el límite de sus cuerdas vocales. Golpeó la piedra con sus puños, abriéndose los nudillos, y sin expectativas de quebrar las paredes. Dio patadas, tiró algún mueble contra la roca, pero no vino nadie. Era imposible definir cuánto tiempo llevaba allí ya metido y no fue capaz calcular las horas e incluso días que habían pasado desde que se había despertado. Por lo tanto, cuando no se reducía a dormir, Thuggory caminaba por la reducida cueva con la espantosa sensación de que la estancia era cada vez más pequeña, como si la estuviera ingiriendo. No le trajeron ni comida ni agua, pero tampoco sufría hambre o sed. Por otro lado, tampoco tenía frío o calor, aunque le hubiera gustado contar con una túnica que le tapara la condenada herida de su pecho. En algún punto también se percató de que las marcas negras se estaban extendiendo por su cuerpo, enredándose en torno a sus brazos, piernas y cara. No comprendía qué le estaba pasando, ¿quizás era un castigo por parte de Le Fey por haberla fallado? ¿Por haberse dejado matar por su peor enemiga? Quizás estaba probando los límites de su cordura.

—O puede que simplemente quiera que te vuelvas loco. ¡Sería muy típico de Le Fey!

La voz de Astrid lo alarmó. La bruja rubia estaba sentada en la mesa junto a la cama, con las piernas cruzadas y una sonrisa pícara dibujada en sus labios. Vestía un escotado vestido color cobalto de seda que dejaba poco a la imaginación. Llevaba una diadema de flores sencilla, pero vistosa, que peinaba parte de su corto cabello hacia atrás. La tranquilidad y serenidad de sus rasgos le hacían más bella si cabía, pero Thuggory no comprendía qué hacía Astrid allí y mucho menos vestida de aquella forma.

Su confusión pareció divertirla aún más.

—¿Qué pasa? No siempre que nos vayamos a ver voy a intentar matarte —apuntó ella con simpatía—. Es más, vengo vestida y todo para la ocasión.

—¿Cómo has entrado?

—Siempre he estado aquí —dijo Astrid enigmáticamente.

Thuggory frunció el ceño.

—¿Acaso me ha capturado la Resistencia? —cuestionó él.

La bruja resopló con aire aburrido.

—¿Qué más da quien te haya capturado? Una jaula sigue siendo una jaula. Además, tú llevas encerrado desde hace mucho, ¿verdad?

—No lo sé, en este lugar no parece pasar el tiempo y…

—Sabes que no me refiero a eso —le interrumpió ella con suavidad.

Claro que no, pensó Thuggory con amargura. Sabía bien que hablaba de Le Fey. Astrid bajó de la mesa y el vikingo procuró mantener la compostura cuando la suave tela de su vestido se deslizó por la piel desnuda de su pierna. El vestido llegaba hasta sus tobillos, se ceñía en su cintura y acentuaba sus anchas caderas. No entendía por qué la bruja se presentaba así ante él y le avergonzaba el repentino deseo que le había embargado. Astrid se rió.

—Es normal, Thuggory, Freyja nos crea para ser apetecibles a ojos de los humanos.

—¿Cómo sabes que…?

El repentino acercamiento de Astrid le asustó. Su cuerpo estaba tan cerca del suyo que sentía su aliento en su clavícula. Aquella podía ser su ocasión de matarla, pero no le salió el impulso de hacerlo. La bruja le regaló una sonrisa dulce y muy poco propia de ella.

—Yo sé todo lo que piensas, Thuggory —deslizó sus dedos por su pecho, cuidando de no tocar su herida abierta.

Esperaba que sus manos fueran frías, pero se sentían templadas y suaves a su tacto. Astrid contempló su herida en silencio.

—Acerté de lleno, ¿no?

—Eso parece, aunque parece que no lo suficiente para matarme —señaló con amargura.

Astrid alzó una ceja.

—Yo siempre acierto para matar, Thuggory.

La bruja dio un paso hacia atrás y el Cabeza Cuadrada sintió frío por primera vez desde que estaba allí metido. Se giró sobre sus pies y se llevó sus manos a su espalda mientras paseaba con aire distraído por la minúscula caverna.

—¿Cuándo vas a interrogarme? —cuestionó Thuggory inquieto.

Ella se volteó extrañada.

—¿Acaso crees que tienes que contarme algo?

Thuggory no veía sentido a su pregunta. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Astrid se estaba comportando de aquella manera tan rara y aparentemente tan poco propia de ella? Sabía que la bruja había sido una soldado ejemplar de Le Fey, sobradamente capaz de sonsacarle —o al menos de intentarlo— de cualquier información que pudiera beneficiar a la Resistencia. ¿Por qué entonces se había presentado vestida como una…? No sabía ni cómo describirla, pero le resultaba abochornante el sentimiento de lujuria que despertaba en él con su sola presencia.

—¿Quién eres? —preguntó él preocupado.

La bruja dibujó una sonrisa triste.

—Aunque resulte irónico que yo lo diga después de haberte matado, soy la única cara amable que querrás que se te aparezca.

—¿Qué...? —empezó a preguntar Thuggory cuando, de repente, un sonido le silenció.

Era el eco de unos pasos.

Desesperado, el vikingo se pegó a la pared para buscar su origen y se puso a golpear la pared como un loco.

—¡Ey! ¿Hay alguien ahí? ¡Estoy aquí! ¿Alguien puede oírme? —gritó desesperado—. Astrid, por favor, déjame salir de…

Pero la bruja ya no estaba allí. Thuggory entró en pánico, ¿dónde se había metido? No podía haber sido una alucinación, su piel todavía sentía el cosquilleo de sus caricias. A menos que Le Fey se la estuviera jugando de alguna manera… o quizás la propia Astrid le tenía preso en algún lugar y le estaba torturando a su buena forma.

O puede que incluso estuviera muerto y aquello fuera el Helheim.

Esta última teoría fue cobrando fuerza cuando, un tiempo indefinido después, le despertaron unos sollozos. Thuggory se incorporó alarmado cuando vio a una figura en un rincón de la caverna. Era una chica menuda, de largos cabellos oscuros, que ocultaba su rostro entre las piernas que había abrazado contra su pecho. El vikingo se acercó con paso titubeante, preguntándose si aquella mujer la habría encerrado allí con él. Sin embargo, cuando fue a tocarla, la chica alzó la cabeza y Thuggory soltó una exclamación de horror. Conocía bien aquel rostro que sus manos había acunado tantas veces y era fácil diferenciarla de cuando estaba poseído por Le Fey a cuando era Kateriina Noldor.

Su Kateriina.

Aquellos ojos grises de los que él se había enamorado perdidamente cuando solo era un niño mostraban una profunda angustia e incluso podría definirse cierto resentimiento. Ansioso, Thuggory pretendió abrazar a su amada, pero Kateriina simplemente se apartó de él. Aquel rechazo le dolió casi tanto como cuando Astrid le clavó la daga en su pecho.

—Kat, soy yo —intentó explicarse Thuggory—. No sabes cuánto tiempo llevo esperando esto, yo…

Intentó coger de su brazo, pero Kateriina le dio un manotazo.

—¡No me toques! —chilló la muchacha—. No puedo soportar que me toques como lo hiciste con ella.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó él desconcertado.

—No solo Le Fey usó mi cuerpo, Thuggory —escupió Kateriina con lágrimas en los ojos—. Sentía cada caricia y cada beso que le regalabas mientras ella poseía mi cuerpo. ¿Crees que no sé que no pensabas en mí cada vez que violabas mi cuerpo, Thuggory? Eres peor que ella.

—Kateriina, no me digas esto, por favor, yo todo esto… todo lo he hecho por ti, para salvarte… —se defendió Thuggory con torpeza—. He sacrificado todo por ti, mi amor.

—¿Seguro que lo has hecho todo por mi? —aquella pregunta la sintió como un puñetazo—. Admítelo, ella te ha corrompido hasta el punto de que no quieres otra cosa más que poder y permanecer a su lado.

—Yo… yo no amo a Le Fey —balbuceó Thuggory horrorizado—. La odio con todo mi ser, Kateriina, todo lo que me ha hecho… lo que nos ha hecho…

—Entre el odio y el amor solo hay una fina línea —le advirtió la muchacha mientras se levantaba del suelo—, pero eres tonto hasta para comprender tus propios sentimientos.

Que Kateriina le considerara un idiota le dolía aún más que una paliza dada por el mismísimo Estoico Haddock. Si aquello era el Helheim, iba a suplicarle a Hela que le devorara las bestias que vivían allí antes de escuchar una sola palabra de odio más de la boca de Kateriina.

—Yo… yo solo quería que todo volviera a ser como antes —se defendió Thuggory sin poder contener por más tiempo sus lágrimas—. Quería que volvieras conmigo y empezar una vida juntos lejos del Archipiélago… He hecho todo lo que tenía que hacer para traerte de vuelta.

—¿Y de qué te ha servido? Para mancillar tu nombre, para pisar mi honor y mi reputación —siseó la muchacha levantándose del suelo—. No solo no me has salvado, sino que además has arruinado todo lo que construímos juntos. Prometiste que me protegerías de todo mal y ni siquiera pudiste salvarme de Le Fey. Eres un tonto mentiroso y un traidor... Ojalá no te hubiera conocido nunca.

Aquellas palabras entraron como un veneno que se extendió por su cuerpo con rapidez hasta su pecho. Puede que la herida no le doliera, pero deseó con todas sus fuerzas sufrir dolor físico para aplacar aquellos espantosos sentimientos de horror y odio hacia sí mismo. Aunque tenía la visión borrosa a causa de las lágrimas, Thuggory se levantó para intentar abrazar a Kateriina, pero se dio de bruces contra la pared de piedra.

Ella también se había ido.

Thuggory estaba seguro de que se estaba volviendo loco. Después de aquel encuentro, se convenció de que debía terminar con aquella agonía de existencia, pero su gozo se quedó en un pozo cuando, al intentar meter los dedos en su herida, las marcas negras reaccionaron. Se movieron sibilinamente por su piel hasta que varias de ellas rodearon sus muñecas para empujar sus manos hacia atrás. Thuggory intentó luchar contra ellas, pero aquellas marcas parecían dotar de una fuerza sobrehumana que controlaban su cuerpo a su merced.

El vikingo, rendido, decidió reducirse a dormir, aunque tan pronto cerraba sus ojos se veía embargado por pesadillas grotescas y horribles. Se despertaba siempre llorando y gritando y solo deseaba que fuera quien fuera el que le tuviera allí preso se decidiera a matarlo pronto.

Fue en una de esas ocasiones de profundo horror cuando su padre apareció.

Mogadon Meathead no había sido nunca un hombre especialmente elocuente. En ese sentido, Thuggory se había parecido mucho a su él. No había sido un padre especialmente cariñoso, ¿pero qué vikingo lo era, en realidad? Había sido severo y estricto con él, sobre todo en el arte del combate, puesto que su padre tampoco había sido un hombre de libros y descubrió demasiado tarde que su hijo era un zoquete. Thuggory sabía bien que si no hubiera sido por la ayuda de Hipo para aprender a leer y a escribir, su padre habría tenido que ceder la herencia de la Jefatura a otro.

Llevaba casi una década sin ver a su progenitor y, desafortunadamente, Thuggory había olvidado pequeños matices que el paso del tiempo había ido borrando de su mente. Le recordaba más alto, aunque Thuggory sólo tenía dieciséis cuando su padre murió y, por entonces, no había dado todavía el último estirón que le haría tan alto como él. Las velas que habían iluminado la caverna habían desaparecido y la estancia estaba ahora iluminada por un hogar muy parecido al de su casa que no había estado antes allí. Su padre aviva el fuego con un atizador y le contemplaba en silencio a través de las llamas.

—¿Te vas a quedar allí tumbado todo el tiempo o te tengo que sacar a patadas de la cama, chico?

Thuggory no esperó a que se lo dijera dos veces. Se levantó de un salto, pero se quedó ahí parado como un pasmarote. A esas alturas ya no se preguntaba por qué tenía aquella apariciones, ¿por qué hacerlo? No iba a obtener respuesta a sus preguntas, ¿verdad? Fuera lo que fuera, su padre no estaba allí para darle una palmadita en la espalda. Claro que no, no había razones para dársela.

—Siéntate, chico. Quiero ver tu cara a la luz.

Thuggory arrastró sus pies hasta el hogar y se sentó frente a su padre. Su padre le estudió durante unos minutos que casi le parecieron horas y Thuggory aprovechó también para analizar sus rasgos marcados por el cansancio y la decepción. Las sombras del fuego le daban un aire sombrío que no había apreciado nunca en su padre. Mogadon volvió a atizar la leña antes de hablar.

—Cuando eras niño me convencí que sería un digno sucesor de nuestro linaje. Los Meathead somos de las familias más antiguas y poderosas de todo el Archipiélago —explicó su padre sin dejar de contemplar el fuego—. Sin embargo, queda demostrado que no somos nadie. El tiempo es nuestro mayor enemigo: pasarán los años, y nadie se acordará de nosotros.

—Yo te recuerdo, padre —se apresuró a decir Thuggory.

Mogadon frunció los labios y cerró sus puños con tanta fuerza que sus manos se quedaron blancas.

—Si me hubieras recordado, no habrías hecho nada de lo que has hecho, chico.

—He protegido a los nuestros, fue mi prioridad cuando…

—¡No has protegido una mierda! —rugió Mogadon silenciándolo al instante—. ¿Pero tú qué te has creído que eres? Un Jefe protege a los suyos y su nombre también. Lo tenías todo, chaval, todo. Eres un líder respetado y amado por tu pueblo, eras mi jodido orgullo, y lo has echado todo por la borda, ¿y todo por qué? ¿Por una mujer?

—Tú mejor que nadie sabías que amaba a Kateriina Noldor desde que era un niño —le recordó Thuggory furioso—-. ¿Qué querías que hiciera? Me gané el favor de la reina y…

Su padre le agarró del cuello con tal violencia que Thuggory no pudo resistirse. Le golpeó con tal violencia contra la pared de piedra que estaba seguro que podría haberlo matado de haber querido.

—¿A cambio de qué? Has tenido mil y un ocasiones para matar a esa zorra.

—El vínculo…

Mogadon golpeó su cabeza contra la pared.

—¡Deja de poner excusas a todo, chico! —gritó el hombre rabioso—. Cualquiera la hubiera matado estando en tu hogar ¡Y yo no te críe para que temblara la mano, estúpido!

Thuggory estaba mareado a causa de los golpes. Le extrañaba que no se hubiera puesto a sangrar por la violencia con la que le estaba zurrando contra la pared. Es más, ni siquiera era capaz de sentir dolor. ¿Por qué? ¿Por qué no podía sufrir el castigo físico que tanto se merecía?

—Padre, por favor…

—Eres una vergüenza y una deshonra para nuestra familia y nuestra tribu, Thuggory —su padre le soltó con tal brusquedad que el vikingo cayó sobre sus rodillas—. Ya no eres mi hijo.

Apenas pudo definir la figura de su padre que se emborronaba a causa de sus lágrimas.

—Papá, por favor, dame otra oportunidad —le suplicó Thuggory—. Puedo ser mejor, lo prometo, lo seré cada día por el resto de mi vida.

—¿No lo entiendes todavía, idiota? —espetó su padre asqueado—. Ya se te ha acabado el tiempo.

Mogadon dio una patada al hogar y la leña ardiente cayó al suelo quemando la mesa y una silla. El fuego se extendió hasta su padre y Thuggory intentó salvarlo, pero las llamas de fuego le echaron hacia atrás de nuevo contra la pared y el vikingo no tuvo otra más que contemplar cómo su padre era consumido por el fuego, tal y como había visto hacía años en su funeral. No pudo soportar la visión de su padre ardiendo entre las llamas mientras le observaba con aquellos ojos juiciosos y llenos de desprecio. Thuggory lloró a lágrima viva contra sus manos, desgarrado por la decepción y el odio de su padre y de la mujer que amaba. Rezó para que las llamas lo tragaran también.

Lo que fuera con tal de que todo aquello acabara pronto.

—Si esto no ha hecho nada más que empezar, Thuggory.

Thuggory levantó la mirada tan pronto reconoció la voz de Hipo. Las llamas del fuego se habían reducido y hacían un círculo en torno al vikingo, que estaba sentado justo enfrente de él. Estaba vestido de negro, con una especie de armadura hecha de lo que parecían escamas de dragón. Tenía el cabello recogido en una trenza que caía por su hombro y sus mechones de bronce se avivan a la luz de las llamas. Estaba claro que era Hipo; pero, al mismo tiempo, sabía que no lo era. Su mirada era fría y calculadora, como si estuviera analizando cualquier gesto que pudiera aprovechar en su beneficio.

—Tienes un aspecto patético.

No lo dijo a modo de broma, se trataba de una afirmación seria e incluso cruel.

—¿Qué quieres, Haddock? —cuestionó Thuggory a la defensiva.

—¿De ti? Nada. No vales una mierda —respondió Hipo con indiferencia.

—Ya, bueno, no eres el primero que me lo dice, así que puedes lárgate por donde has venido —escupió Thuggory de muy mala gana.

Hipo dibujó una sonrisa cruel.

—¿De verdad eres tan tonto como para pensar que me voy a ir así como así? —las llamas se avivaron de repente y Thuggory se arrastró inútilmente hacia atrás—. Tú y yo tenemos un pequeño asunto pendiente.

Desdentao. Por supuesto, Hipo tenía que aparecerse para clamar venganza por su mejor amigo. En realidad, no había sido plato del gusto de Thuggory tener que cortar la cola del dragón para escarmentar a Hipo, pero no le había quedado otro remedio. Es más, él nunca había sido un amigo de los dragones, por lo que una parte de él se sentía orgulloso de sí mismo por haber inutilizado a un Furia Nocturna. Sin embargo, su acción había despertado una faceta de Hipo que nadie había visto antes. Cuando Le Fey le habló del paladín de Surt, jamás se imaginó que Hipo pudiera tener la capacidad de iniciar el Ragnarok; no le pegaba nada. El joven heredero de Isla Mema siempre había destacado por muchas cosas: hay quienes le habían señalado de inútil y de buscaproblemas, pero Thuggory siempre había pensado que Hipo era demasiado bueno y afable como para obrar con maldad contra nadie. Su amistad había venido precisamente por eso: Hipo siempre fue amable con él, nunca le había tachado de tonto y le había enseñado a leer y a escribir con una paciencia envidiable, sin pronunciar una sola mala palabra y siempre con una sonrisa.

Hipo debería ser la última persona en el mundo que pudiera ejercer ningún mal.

Es más, él siempre daba su mano al que lo necesitara. Sin prejuicios. Sin titubear.

Quizás por eso domó a un Furia Nocturna y también se ganó el corazón de una bruja.

Y, por esa razón, Hipo sería un gran Jefe algún día, porque nunca miraba por él, sino por los demás. De ahí que no le entrara en la cabeza que él fuera el paladín de Surt, aquel que iniciaría el Ragnarok.

—Estás muy callado, Thuggory, ¿es miedo lo que huelo?

El Cabeza Cuadrada chasqueó la lengua.

—Hipo no darías miedo ni a un niño aunque te esforzaras —mintió él. En realidad, estaba acojonado por las llamas que lo rodeaban—. Buscas venganza, ¿no? Pues venga, soy todo tuyo, haz lo que tengas que hacer.

Hipo no se movió, es más, parecía estar pasándoselo en grande.

—¿De verdad eres tan idiota como para pensar que estoy aquí para torturarte? Sería una pérdida de tiempo hacer nada contra ti cuando no vales nada —se apartó el pelo de sus ojos—. No, Thuggory, esto va de ojo por ojo y diente por diente.

Thuggory palideció. ¿De qué estaba hablando? De repente, notó el movimiento en la cama y se quedó sin aire al comprobar que Kateriina se encontraba allí amordazada y encadenada a la cama. El Cabeza Cuadrada se levantó de un salto, pero un muro de juego se interpuso en su camino. Hipo, o quien quiera que fuera aquel ser cruel y despiadado, se había puesto ahora en pie y contemplaba la escena con suma diversión.

—¡Déjala en paz! —rugió Thuggory.

—Ya, claro, ¿y aguar toda la fiesta? Ni de puta coña.

Las llamas se extendieron peligrosamente por el suelo hasta el pie de la cama. Kateriina chillaba histérica contra su mordaza al sentir el calor espantoso cerniéndose sobre ella. Thuggory se puso de rodillas y miró a Hipo con lágrimas en los ojos.

—Por favor, ella es inocente de todo esto, por favor.

—¿Inocente? —cuestionó Hipo mofándose—. No hay nada de inocencia en todo lo que tiene que ver contigo, Thuggory.

Hipo había replicado las mismas palabras que había pronunciado antes de cortarle la cola a Desdentao. Daba igual que le suplicara o que se arrastrara para pedirle clemencia, Hipo iba hacer lo que fuera necesario para llevar a cabo su venganza. Con un simple gesto con sus dedos, el fuego se extendió hasta la cama y ésta y Kateriina entraron en llamas. Thuggory se abalanzó sin pensárselo dos veces para soltarla, pero el fuego quemaba su carne tan rápido como ardía la de Kateriina. Era un dolor indescriptible, no había palabras para describirlo. Incluso llegó a pedir a Hipo que los matara, pero él solo respondió con una sonrisa antes de desaparecer entre las llamas.

Cerró los ojos y rezó para que todo acabara pronto.

El dolor desapareció tan pronto sintió una mano templada en su frente. Thuggory jadeó y abrió los ojos para encontrarse con las bellas orbes azules de Astrid. Estaba tumbado en la misma cama en la que hacía un momento había estado Kateriina encadenada y su cabeza estaba sobre el regazo de la bruja, quien acariciaba sus rizos con dedicación y mimo. Se llevó las manos a su pecho y no supo si estaba aliviado o contrariado por seguir metido en aquellas cuatro paredes de mierda.

—¿Qué…? ¿Qué ha pasado? —balbuceó Thuggory mientras contemplaba sus brazos libres de quemaduras—. ¿Dónde están Hipo y Kateriina?

—¿Dónde van a estar? —preguntó la bruja con aire distraído—. Hipo está ahora mismo en Isla Mema, haciéndome intensamente el amor en la herrería, mientras que Kateriina… no sabría decírtelo, su alma está cerca, pero no es la misma.

—¿Qué…? —Thuggory se levantó de un salto de la cama y la bruja le miró con extrañeza por su comportamiento—. ¿Qué está pasando? ¿Quién eres realmente? ¿Qué ha estado pasando?

Astrid se levantó de la cama con una gracia digna de una valquiria y caminó de puntillas hasta atrapar su cara entre sus manos. Thuggory temió que lo fuera a electrocutar, pero la bruja se redujo a sonreír con tristeza.

—Thuggory, esta es tu última prueba.

—¿Prueba de qué?

—De saber si mereces seguir con vida —argumentó la bruja con simpatía—. Verás, yo te maté.

—Dirás que la verdadera Astrid me mató —le corrigió el Cabeza Cuadrada.

Ella sonrió con picardía.

—No dejo de ser una especie de encarnación de ella. Un reflejo creado por tu mente —explicó la bruja.

—¿Por mi… mente? —repitió Thuggory dubitativo.

—Todos ellos… Kateriina, tu padre, Hipo… Somos personas que hemos marcado tu vida de algún modo. Kateriina era la mujer que amabas, tu padre el hombre al que admirabas e Hipo te ha brindado la amistad más significativa que has tenido nunca porque te enseñó a leer.

—¿Y tú?

Ella se rió con ternura por su pregunta.

—Yo te maté —respondió Astrid con diversión—. ¿Qué persona te puede marcar más que tu propia asesina?

—¿Y Le Fey? —cuestionó Thuggory entonces—. Ella ha destruido mi vida, debería habérseme aparecido también, ¿no?

Astrid arrugó la nariz.

—¿Acaso sientes algún remordimiento por ella?

—No, claro que no —dijo él ofendido

—Pues por eso no ha aparecido —respondió Astrid sacudiendo los hombros.

—Pero tampoco ningún remordimiento por ti —le aseguró el Cabeza Cuadrada extrañado—. No explica qué haces tú aquí.

Astrid ladeó la cabeza, divertida por su reflexión.

—Ya te lo dije, yo era la cara amable que querrías que te apareciera.

—Pero tú no eres amable —le recriminó Thuggory.

Ella puso los ojos en blanco.

—Soy muy amable cuando quiero, ¿crees que Hipo querría estar siempre con una borde? —argumentó la bruja ofendida—. Además, soy la única que no te ha hecho nada, ¿no? Y me sobran motivos para torturarte si quiero.

—¿Y lo vas hacer? —preguntó Thuggory con temor.

—¿Querrías que lo hiciera? —replicó ella con curiosidad.

—No, la verdad.

—Entonces claro que no voy hacerte daño —concluyó la bruja.

La bruja alzó sus brazos hacia arriba para estirar su cuerpo. Thuggory bajó inevitablemente sus ojos a sus pechos que parecían que iban a salirse de su pronunciado escote. Sintió sus mejillas arder por el deseo y procuró apartar rápidamente la vista.

—¿Por qué te portas así conmigo? —preguntó Thuggory sin poder ocultar su incertidumbre—. No tenemos razones para ser amables el uno con la otra.

Ella se tomó su tiempo para responder.

—Yo soy el último trazo de cordura y conciencia que te queda —explicó Astrid llevando su mano hasta la herida de su pecho, aunque no la tocó—. Estás muerto, pero también sigues vivo porque tu vida está atada a la de Le Fey. Vas a tener que tomar una decisión y, elijas la que elijas, saldrás perdiendo.

—Qué bien me lo pones, oye —se quejó el Cabeza Cuadrada.

Ella sonrió con tristeza.

—Soy un reflejo de Astrid, ella destaca precisamente por ser muy sincera.

—¿Y qué decisión voy a tener que tomar? —preguntó él nervioso.

—Me temo que eso no lo sé.

Thuggory se dejó caer de nuevo en su cama y se llevó las manos a la cara para parar sus lágrimas de pura impotencia. Astrid se arrodilló frente a él y Thuggory la contempló en silencio. Quizás en otra vida y en otras circunstancias, de no haber existido Kateriina quizás, Thuggory habría puesto su atención en ella. Era hermosa y, tal vez, aquel carácter tan amable y risueño era una faceta que él no había conocido de la bruja. Tal vez ella fuera así con Hipo cuando estaban en privado: atenta y cálida, como la brisa en verano.

—Solo soy una sombra de ella, Thuggory —le recordó Astrid con suavidad—. Nadie sabrá nada. Ni siquiera ella.

Thuggory sintió sus mejillas arder ante su insinuación y ella se rió.

—Eres tan mono cuando te ruborizas.

—Yo amo a Kateriina, Astrid, no…

La bruja cogió de su mano.

—No tienes que hacer nada que no quieras hacer.

Pero sí quería. Deseaba devorar sus labios carnosos, hundir su nariz en su cabello del color del oro, pasear con sus manos sus curvas de vértigo… Astrid le dejó tomar la iniciativa, que tomara por una vez él el control que tanto tiempo llevaba necesitando. Deslizó la tela de su escote hacia los lados y sus pechos, grandes y suaves, se aparecieron ante él. Ella gimió cuando agarró de sus senos y echó la cabeza hacia atrás a la vez que arqueaba su espalda hacia su cuerpo para que siguiera así. En cuestión de segundos, él la había cogido de su trasero y ella había rodeado su cintura con sus piernas para besarlo.

Resultaba extraño acostarse con otra mujer que no fuera Le Fey, con una mujer que claramente pertenecía a otro; pero, por una vez, Thuggory disfrutó del sexo sin necesidad de alguna de las triquiñuelas de Le Fey. Astrid era cálida y apasionada, quizás como lo habría sido Kateriina de haber tenido la oportunidad de haberse acostado con ella. No había amor en las caricias de ambos, pero si ternura y respeto hacia el otro. Cuando por fin terminaron, ella se abrazó a él y bajó la mano hasta el borde de su herida, sin llegar a tocarla. Thuggory acarició su espalda desnuda, relajado y tranquilo por primera vez desde hacía muchísimo tiempo.

Estuvieron así mucho tiempo, puede que Thuggory entrara en un agradable estado de duermevela cuando Astrid le susurró:

—Debo irme, Thuggory.

El Cabeza Cuadrada murmuró que no lo hiciera, que se quedara con él. No tenía fuerzas para moverse y los ojos le pesaban demasiado como para abrirlos.

—La próxima vez que veas a la verdadera Astrid querrás matarla con todo tu ser —sintió sus dedos acariciar su mentón—. Recuerda que antes de hacer nada debes escucharla.

—¿Por…? —las palabras se le apelotonaban en su lengua y un dolor agudo empezó a formarse en su pecho.

—Es hora de que te despiertes, Thuggory —susurraron a su oído.

Aquella voz no era de Astrid. No, era una voz que conocía muy bien. Thuggory gritó cuando volvió en sí. Ya no estaba en la reducida caverna donde le habían encerrado, sino en una mucho más amplia, pero a su vez infinitamente más lúgubre a pesar de estar iluminada por gemas púrpuras. Estaba desnudo y tendido sobre una superficie de arena que se sentía helada contra su piel. Le Fey se encontraba a su lado, con la mano paseando entre sus rizos. Astrid había hecho aquel mismo gesto hacía solo un momento, pero había sido tierna y dulce; Le Fey, en cambio, hacia movimientos más secos y posesivos, hasta el punto de hacerle daño.

La reina no tenía buen aspecto.

Su apariencia le recordó a la vez que llevaron a aquella mujer y al bebé a su casa para encerrarlos con ella en su habitación. Estaba demacrada y tan chupada que tenía los ojos hundidos y se le marcaban todos los huesos de la cara. Había vuelto a perder mucho peso y estaba tan pálida que su piel resultaba casi transparente en contraste a sus ropajes negros purpuréos. Parecía más un fantasma, uno que se parecía mucho a Kateriina, pero parecía más bien sacado de un cuento de terror. Thuggory observó la corona de amapolas que llevaba sobre su encrespado cabello azabache. La había visto colocársela cientos de veces cuando partía a reunirse con sus brujas, le había explicado que todas las reinas acostumbraban a llevar una. Recordó que la Astrid de su mente también había llevado una a modo de diadema, pero supuso que aquello sería una simple asociación de su mente.

—Ya estás despierto, ¿mi amor? —preguntó Le Fey con voz rasposa, como si estuviera afónica.

—¿Dónde…? ¿Qué…?

—Has estado durmiendo, Thuggory. Estabas muy malherido y tenía que estabilizarte —explicó la bruja posando la mano sobre su pecho—. Estás vivo gracias a mí.

Thuggory siseó ante el ligero peso de la mano bruja sobre él. Le costaba mucho respirar y le dolía todo el cuerpo.

—Pero… ¿no pudiste simplemente curar la herida?

Le Fey hizo una mueca.

—Tuviste la daga demasiado tiempo dentro —dijo la bruja con cansancio—. Así era imposible curarte las heridas. Astrid se esforzó bien en matarte y odio decir que casi lo consiguió.

La reina presionó ligeramente su pecho y Thuggory se sacudió por el dolor.

—Dejaste que esa niñata te ganara, Thuggory. Hemos perdido un tiempo precioso por tu culpa —escupió Le Fey—. Ahora resulta que la Resistencia no solo ha recuperado el punto estratégico más importante del Archipiélago, sino que han tenido la osadía de establecer alianzas con mis aquelarres enemigos. Astrid se las ha ideado para quitarme de en medio atacandome por varios frentes. ¡La muy zorra!

—Una zorra muy lista —se mofó Thuggory antes de toser.

Le Fey le fulminó con la mirada.

—¿Te hace gracia después de que casi te matara?

—¿Qué le voy hacer? Nunca he destacado por ser muy listo —admitió Thuggory sin dejar de reírse.

—Has perdido la cabeza —le acusó la reina enfadada.

Thuggory sacó fuerzas para coger violentamente su brazo.

—¿Y por quién crees que ha sido eso?

Le Fey se sacudió para que la soltara y Thuggory la dejó escurrirse de sus dedos, demasiado débil como para luchar.

—He parado esta guerra demasiado tiempo por ti, Thuggory. Han pasado casi tres semanas, necesito que vuelvas conmigo —le pidió la reina con un tono suplicante que la desconcertó.

—¡Oh! Espera, voy a por mi hacha y vamos ahora dados de la manita para pelear tú y yo con Astrid e Hipo, me parece un plan perfecto —replicó con sarcasmo.

Le Fey hundió sus dedos en su herida y Thuggory se sacudió para quitársela de encima, pero no lo consiguió. ¿Cómo era posible que ella pudiera aguantar aquel dolor? ¿No se suponía que el vínculo replicaba las heridas y el dolor que sentía el otro? ¿Por qué ella no se veía entonces afectada?

—¿Vas a dejar de comportarte como un crío? —repuso la reina con gravedad—. Estás a mi servicio, Thuggory, y ya va siendo que cumpla mi parte de nuestro trato.

El corazón de Thuggory dio un vuelco en su pecho a la vez que abría los ojos de par en par.

—¿Vas a liberar a Kateriina? ¿Por qué? Dijiste que…

—Sé que te has dado cuenta que mi estado físico se deteriora a pasos agigantados —argumentó la reina—. Se debe a que mi poder cada vez va a más y Kateriina no puede contenerlo por mucho más tiempo. Me temo que he de traspasar mi alma a un nuevo cuerpo lo antes posible.

Thuggory intentó incorporarse sobre su codo, pero Le Fey presionó su hombro para que permaneciera tumbado.

—¿Y qué pasará con Kateriina? ¿Volverá a ser ella misma?

Le Fey sonrió enseñándole los dientes.

—Por supuesto que sí. Estará agotada y necesitará reposo, pero con descanso y una buena dieta volverá a ser tu risueña y dulce prometida.

Thuggory estrechó los ojos y cogió su muñeca.

—Júralo.

—Soy reina, yo no tengo que jurar na…

Apretó su muñeca con fuerza.

—Que lo jures —repitió el Cabeza Cuadrada.

Ella sostuvo su mirada con furia.

—Lo juro —escupió molesta.

Thuggory soltó su muñeca y observó el oscuro hematoma donde habían agarrado sus dedos.

—¿Y quién es la pobre desgraciada que tienes que poseer ahora?

Le Fey dijo un nombre en voz tan baja que no lo oyó. Cuando Thuggory le pidió que repitiera, ella puso los ojos en blanco y dijo:

—Astrid.

Thuggory alzó las cejas sin caber en su asombro.

—¿Astrid Astrid?

—¿Conoces a otra? —replicó la reina molesta.

—¿Pero por qué ella? —demandó saber Thuggory muy inquieto.

—¿Qué más te da eso?

—Quiero entender por qué después de todos los quebraderos de cabeza que nos ha dado por Astrid, de todos tus intentos por matarla y del incomprensible odio que sientes hacia ella pretendes ahora traspasar tu alma al cuerpo de la persona que más detestas en todo el Midgard.

—A mí tampoco me encanta la idea, ¿vale? —se defendió ella indignada—. Mi poder es inmenso, Thuggory, crece cada día que pasa. ¿Crees que este insulso cuerpo puede soportarlo? ¡Claro que no! Llevo toda la vida poseyendo cuerpos de brujas extraordinarias, con grandísimos dones y ni siquiera ellas podían soportarlo, pero Ikerne cree que si poseo a Astrid la cosa cambiaría por siempre. No tendría que cambiar de cuerpo en mucho muchísimo tiempo y, con el poder de Thor, sería imparable ante cualquier aquelarre y al resto del mundo. Pero, para llevar a cabo todo esto, te voy a necesitar, mi amor.

Thuggory sintió que todos sus sentidos le alertaban del peligro ante la locura que se leía en sus ojos. ¿Pero qué podía decir? Llevaba más de un año esperando el momento en el que ella le devolviera a Kateriina, aunque no le entusiasmaba la idea de vivir bajo el reinado de una tirana como ella, más si poseía el cuerpo de Astrid. Necesitaría huir tan pronto tuviera la opción de hacerlo. Coger a Kateriina e irse tan lejos como fuera posible. Si tan solo pudiera apagar todo aquel dolor de su pecho… Al menos ser capaz de blandir un arma aunque fuera, pero estaba demasiado cansado y débil para hacerlo.

—Lo sé, lo sé… estás agotado, mi amor —observó la bruja abatida—. Por eso estamos aquí. ¿Sabes qué lugar es este?

Thuggory no podía ver nada estando tendido en el suelo, por lo que Le Fey hizo un movimiento vago con su mano para elevar su cuerpo en el aire. No había reparado que estaban al pie de un lago cuyo fondo estaba iluminado por luminosas gemas moradas, tal y como lo estaba el techo. Tuvo un mal presentimiento, como si su instinto le advirtiera que él no debería estar allí.

—No debes tener miedo, querido, es más, considerate afortunado porque no cualquier humano puede ver un lugar como éste. Te encuentras ante una fuente de Freyja.

Thuggory le había oído hablar de ellas. Allí era donde bendecían a las niñas con el don de la magia; sin embargo, no lograba comprender qué era lo que hacía él allí. Thuggory era hombre, por tanto él no recibiría la bendición de la diosa por mucho que se bañara allí.

—Verás, he subestimado a la Resistencia; o, mejor dicho, he subestimado a ese pequeña rata de Astrid. Siempre fue muy lista, demasiado para su propio bien, y no negaré que fue una gran general cuando me sirvió. Sin embargo, puede que consigamos que todo esto sea mucho más fácil sin franqueamos su mayor punto débil.

—Hipo —confirmó él convencido.

Le Fey sonrió de manera maquiavélica.

—No obstante, ese chico tiene el poder de Surt, por lo que tampoco podemos tomárnoslo tan a la ligera. De ahí necesite a mi propio paladín para hacerle frente —explicó Le Fey—. Un guerrero invencible e inmune al fuego.

Thuggory tragó saliva. No comprendía adónde quería llegar Le Fey, pero la reina se redujo a caminar sobre el agua mientras empujaba a Thuggory tras ella en el aire. Se detuvo en mitad del lago y la reina sacó algo de entre el frufrú de su vestido. El Cabeza Cuadrada jadeó al reconocer el trozo de cola que había cortado de Desdentao. Al parecer, había conseguido llevarlo con él aún estando a punto de morir a manos de Astrid.

—Los Furias Nocturna son conocidos como los hijos nacidos de la muerte y el rayo. Hubo un tiempo que el Midgard estaba lleno de ellos, pero los cazadores de dragones han ido erradicándolos hasta prácticamente extinguirlos. Las antiguas brujas consideraban a los Furias Nocturnas como bestias creadas por el mismísimo Loki, cuyos órganos podían dotar a los hombres de poderes extraordinarios.

Le Fey extendió la aleta de Desdentao en sus manos antes de dejarlo caer en el agua. La cola se disolvió una vez que tocó el fondo y el agua se tornó tan negra como las escamas de un Furia Nocturna. Seguido, la reina extendió sus brazos y se puso a recitar un cántico en una lengua extraña y melódica. Aparecieron objetos flotando de los alrededores de la caverna que fueron absorbidos por la oscuridad del lago: huesos humanos y de dragón, plantas y grandes cuencos de sangre.

—Le Fey, ¿qué pretendes hacer? —preguntó Thuggory aterrorizado. Él no sabía nada de magia, pero incluso un humano podía adivinar que aquella magia era oscura y antigua.

La reina se volteó hacia él sofocada, parecía que iba a desmayarse en cualquier momento, pero mantuvo la compostura.

—Estás muerto, Thuggory. Astrid consiguió matarte —reveló la reina—. Si Hela no te ha reclamado se debe a que tu alma está unida a la mía y, a diferencia de ti, a mi no me mata un simple cuchillo. Es materialmente imposible.

Thuggory abrió y cerró la boca, consternado por su revelación.

—¿Por qué no rompes el vínculo entonces? ¿Por qué no me has dejado morir? —reclamó el vikingo confundido.

Le Fey acunó su rostro entre sus manos, tal y como había hecho el reflejo de Astrid durante su estado comatoso. La rubia le había contemplado con ternura, pero en los ojos de Le Fey solo se apreciaba enajenación y algo más que no supo interpretar.

—Porque yo no quiero que te mueras —clavó sus uñas en sus mejillas hasta casi hacerle herida—. Eres mío, no te puedes morir.

Thuggory sacudió la cabeza para que lo soltara.

—¡Estás como una puta cabra! —rugió el Cabeza Cuadrada.

—¡Sí, Thuggory! ¡Lo estoy! —chilló Le Fey como una histérica—. ¡Me resulta insoportable soportar lo que me haces sentir! ¡Odio que me hagas débil! ¡Odio romperme por dentro ante el solo pensamiento de que puedes morir! ¡Resulta insoportable amarte cuando eres tan débil y fácil de matar!

Aquella revelación le impactó tanto o más como si, de repente, la mismísima Freyja apareciera ante sus ojos. ¿Que Le Fey le amaba? Si no fuera un tipo prudente y no estuviera flotando por el hechizo de Le Fey, Thuggory se hubiera partido de risa. ¡Menuda barbaridad!

—¿Por qué me miras así? —cuestionó Le Fey con tono… ¿dolido?

—¿Así cómo? —replicó Thuggory.

—Como si no me creyeras.

—Es que no te creo —concordó el Cabeza Cuadrada atónito—. Tú no sabes lo que es el amor.

—Te equivocas, Thuggory, soy una auténtica experta en el amor —le aseguró la bruja con fastidio—. Sé que te hace débil, que te aflige sin motivo alguno… ¿Y sabes una cosa? No puedo permitirme el lujo de que el hombre que amo con todo mi ser sea un simple humano.

Thuggory sintió la piel de gallina cuando Le Fey acarició su mentón cubierto de barba de no afeitarse desde hace días.

—Yo no te amo —le garantizó el Cabeza Cuadrada.

Ella se rió.

—Por supuesto que me amas, pero sigues emperrado con que quieres a esa mosquita muerta de Kateriina Noldor antes que a mí.

El Cabeza Cuadrada intentó zafarse de las manos invisibles que lo sujetaban para rodear su cuello de cisne con sus manos; pero, por supuesto, la magia de Le Fey era más fuerte que él y no pudo moverse ni un ápice.

—Deja de engañarte a ti mismo, Thuggory —espetó Le Fey irritada—. Sientes hacia mi una atracción y un deseo que ni Kateriina Noldor en sus mejores sueños hubiera podido despertar en ti. Piensas en mí más de lo que piensas en ella. Yo soy tu sol, Thuggory, el centro de todo tu universo.

—¡No es verdad! —rugió furioso.

Le Fey estaba claramente molesta por sus palabras, como si le irritara no el hecho de que él negara estar enamorado, sino que Thuggory no pareciera aceptar sus verdaderos sentimientos. El Cabeza Cuadrada apretó los puños de pura impotencia.

—Dijiste que me la ibas a devolver —murmuró él frustrado.

—Y lo voy hacer —insistió ella irritada—, pero sé que al final me elegirás a mí. Abandonarás a Kateriina y correrás a mis brazos, porque sabes bien que ella jamás te complacerá como lo hago yo —Le Fey se acercó para lamer su cuello y Thuggory sintió que su cuerpo reaccionaba complaciente a su tacto húmedo y frío—. ¿Lo ves? Tu cuerpo dista mucho de tu mente.

Thuggory apartó la mirada avergonzado. Odiaba que ella despertara su lujuria con tanta facilidad, aún sin estar ninguno de los dos en condiciones para hacer nada.

—Jamás me tendrás —reclamó Thuggory con voz rota.

—No, Thuggory, ya te tengo, solo queda que lo aceptes —le aseguró ella apartándose de él—. Aún así, para que veas que soy comprensiva y benevolente, voy a dejar que elijas. ¿Quieres salvar a Kateriina? Te doy la opción de hacerlo. Métete en el lago, salva tu vida y transfórmate en mi paladín, solo así podremos ganar la guerra.

Thuggory miró las aguas negras que estaban bajo sus pies. Su instinto le gritaba que ni se le pasara por la cabeza meterse ahí dentro. Todo aquello le daba muy mala espina y era consciente que todas las promesas de Le Fey siempre arrastraban consecuencias fatales.

—¿Y cual es la otra opción?

Le Fey frunció los labios.

—Busco un nuevo cuerpo, rompo el vínculo, tú mueres y ya de paso mato a Kateriina.

Vas a tener que tomar una decisión y, elijas la que elijas, saldrás perdiendo.

Las palabras del reflejo de Astrid se reprodujeron en su cabeza como si ella misma estuviera susurrándole al oído. Thuggory sintió que la sangre abandonaba su cara.

—¡¿Qué clase de opción es esa?! —gritó horrorizado.

La bruja sacudió los hombros como si la cosa no fuera con ella.

—Por eso mi opción favorita es la primera, a mí tampoco me hace ni puta gracia que te mueras —insistió la bruja—. Además, una vez que ganemos y me quede con el cuerpo de Astrid, te dejaré elegir entre Kateriina y yo.

—¿Y como sé que no me estás mintiendo? —cuestionó el vikingo.

—No tienes otro remedio más que confiar en mí.

—Sabes que no lo hago.

—Siempre puedes optar por la segunda opción, Thuggory, yo no te voy a obligar a nada —dijo Le Fey enfadada.

Thuggory volvió a bajar la mirada hacia la charca. Estaba claro que estaba abocado, una vez más, a servirla. Solo un poco más, se animó a sí mismo. Solo tenía que hacer un último esfuerzo y todo acabaría por fin.

—¿Qué pasará cuando me meta ahí dentro?

—Resucitarás como el guerrero que estás predestinado a ser —respondió Le Fey con ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja—. Serás tan fuerte que ningún ser mortal podrá hacerte frente y serás tan bello y terrible que todos temblarán cuando te vean. Serás mi paladín, Thuggory, más poderoso que cualquier dios de segunda pueda crear.

—¿Me estás diciendo que tendré una transformación... física? —preguntó aterrado.

—Vas a volver a nacer, mi amor, es el precio que has de pagar —respondió ella quitándole importancia—, pero seguirás siendo tú.

—¿Y podrás revertirlo si…?

—¿Temes que Kateriina te rechace porque no le guste tu nueva forma? —cuestionó ella ofendida—. Sería una idiota si lo hiciera.

La encrucijada en la que le había puesto Le Fey era terrible, ¿pero qué otra cosa podía hacer? Era vivir o morir, no había término medio, y aquella opción era la única que le permitía salvarse a sí mismo y a su amada.

—Está bien.

Le Fey soltó un chillido de alegría y le besó con una pasión desmedida y casi impropia de ella misma. Cuando se apartó, observó que un aura negra rodeaba el cuerpo de la bruja y se puso a cantar un cántico frío y bello que le erizó la piel. Las manos invisibles que lo tenían sujeto le tumbaron en el aire y, poco a poco, su cuerpo descendió hasta entrar en el agua que estaba tan fría como en las tierras muertas por el hielo del norte. Lo último que vio fue a Le Fey elevándose en el aire, con los ojos negros por el hechizo y con una sonrisa de victoria dibujada en sus labios.

Después, solo hubo oscuridad.

Y, seguido, dolor.

Mucho, muchísimo dolor que nacía de su pecho y se extendía por todo su cuerpo como un veneno hecho por fuego.

Sintió cada hueso de su cuerpo romperse y expandirse. Su columna vertebral se extendió hasta fuera de su cuerpo y sintió algo en crecer en sus omoplatos que no terminaban de salir, pero que se sentían enormes. Su mandíbula se partió y se ensanchó para dar hueco a unos dientes grandes y afilados como las garras que se habían extendido de donde antes estaban sus uñas. Todo el pelo de su cuerpo se le cayó y su piel, hasta entonces pálida, se cubrió en su mayor parte de escamas negras como la noche y se había vuelto más dura que el mármol.

Sin embargo, Thuggory apenas era consciente de todos los cambios que su cuerpo estaba sufriendo.

Se sumergió en su dolor y un ente mucho más primitivo y peligroso fue ocupando poco a poco su mente. Pensó en Kateriina, en aquella vez que su trenza se soltó en la playa a causa del viento. Se veía tan bella y delicada como las primeras flores que salían en primavera. Seguido, pensó inevitablemente en su asesina. La bella y feroz Astrid, quien se había mantenido a su lado para acompañarlo en su lecho de muerte a pesar de que había sido ella misma la que había clavado la daga en su pecho.

Él estaba ahí, sufriendo esa agonía y abocado a complacer a una mujer que amaba y odiaba por igual, por su culpa.

Sus últimos pensamientos fueron para el reflejo de su asesina, quien se había presentado como la cara amable de su purgatorio; cuando, en realidad, había sido la más cruel de todas. Porque le había dado ternura, respeto y amabilidad para recordarle que él nunca tendría nada de eso.

Maldijo a Astrid por no haberle matado como debía.

La maldijo por haberse reído en su cara.

Y así fue como Thuggory Meathead quedó relegado al fondo de la mente del nuevo paladín de la reina Le Fey. De las aguas oscuras que una vez bendijeron con el poder de Thor a la nacida de la tormenta, resurgió una criatura abominable, tan bella como terrible, amoldada para ser el más fiel y poderoso de los siervos. Le Fey, quien había recuperado su belleza y su esencia, tornándose de nuevo en la imagen de una sensual, bellísima y mejorada Kateriina Noldor, tenía la cara empapada por las lágrimas de pura felicidad que corrían por su rostro, pues el hombre que ella amaba por fin era perfecto. La criatura rugió hambrienta de sangre y cegada por el amor de su amada señora, el odio y la oscuridad que lo alimentaban ahora. Ahora era tan alto y grande que la reina ahora necesitaba elevarse para alcanzar sus labios. Ella era inmensa en poder y belleza y él era inmenso en tamaño y fuerza.

Le Fey acarició su piel escamosa mientras su creación la contemplaba con adoración a través sus ojos púrpuras y relucientes, satisfecha de que por fin podría alcanzar su venganza.

Ella gobernaría en el Midgard como la diosa que creía que era y esta vez, ni Asta Lund ni mucho menos su nieta podrían detenerla.

Xx.