50. Moon River
Tres días después, llegó la boda de Hotaru.
Sakura, más tranquila después de los terribles días que habían pasado, volvió a sonreír y a sentir la seguridad de que lo que estaba haciendo era lo correcto. Para Itachi, para los niños y para ella.
La boda era a las cinco y media de la tarde y la cena comenzaría a las ocho, con su posterior fiesta. Cuando las chicas ya estaban con la novia y los chicos por su lado, Sakura recibió una llamada de Itachi, a la vez que Naori recibía otra de Shisui. Querían saber que estaban bien. Una vez colgaron, Naori la miró y murmuró:
—Son Uchiha, hija, ¿qué esperabas?
Las dos sonrieron divertidas y, en ese momento, Temari dijo:
—Chōji no viene a la boda. —Todas la miraron y ella aclaró—: Ya sabéis que es un poco rarito para esto de las fiestas y ...
—Pero ¿está tonto o qué le pasa? —la cortó Naori.
Últimamente Chōji no asistía a nada junto a Temari y, cuando Naori fue a decir algo más, su amiga añadió:
—Para qué vamos a negarlo. Yo lo quiero mucho, pero ¡el que es rarito es rarito!
Durante un rato estuvieron hablando de Chōji, hasta que Sakura, al ver la cara de agobio de Temari, dijo:
—¡Tengo dos noticias que daros!
—Desembucha —contestó Temari, agradeciendo la interrupción.
—La primera es que una vez pase todo el problema, llamaré a Warren para trabajar con él en su circuito de Santa Clarita como instructora de pilotaje. ¿Qué os parece?
Todas la miraron. Nadie entendía esa afición, y Hotaru dijo:
—Uisss, ¡qué horror! Te pringarás de grasa y olerás a aceite de motor.
—Y estarás rodeada de hombretones llenos de testosterona; ¿me puedo apuntar? —bromeó Temari.
La carcajada fue general y Naori, divertida, comentó:
—Madre mía, con lo protector que es Itachi, tiene que estar dándose cabezazos contra la pared.
Sakura asintió. Aunque él no había dicho nada, no llevaba muy bien su decisión de trabajar con Warren en el circuito.
—¿Y la segunda noticia? —preguntó Valeria.
—¡Ya tengo fecha para la boda!
Las otras aplaudieron encantadas y, al saber que era dentro de dos meses, Temari exclamó:
—¡No me digas que estás embarazada!
—Ay, Diosito —soltó Valeria, haciéndolas reír a todas.
—Nooooooooooo. Claro que no estoy embarazada.
—Estos Uchiha son unos cagaprisas. Seguro que ha sido Itachi quien ha puesto la fecha, ¿verdad? —se mofó Naori y Sakura sonrió.
—Pero, cuqui, una boda necesita infinidad de preparativos, y te lo digo yo, que la he tenido que organizar en tan poco tiempo. El vestido, el cóctel, las invitaciones, la recepción, el convite, la fiesta. ¿Acaso no has visto la locura que está siendo esto?
Sakura asintió. Había sido testigo directo del agobio de Hotaru, pero se encogió de hombros y, sin saber cómo iba a hacerlo todo, respondió:
—Itachi ha propuesto esa fecha y yo he sido incapaz de decir que no. —Y mirando a Naori, la imitó—: Es Uchiha, hija, ¿qué quieres que haga?
En ese momento, llamaron a la puerta de la habitación. Una da las mujeres que servían en la casa de Hotaru le entregó a esta un paquetito que acababa de llegar. La novia miró el remitente y suspiró:
—Es de Utakata.
Todas la miraron y Hotaru, con una sonrisa esplendorosa, dijo:
—Ay, cuquis, no me miréis así, que estoy superbién y deseosa de ser la señora Ivanov.
—Oh, qué bien suena. ¡Señora Ivanov! —afirmó Valeria.
—Y lo bueno que está el señor Ivanov, ¿qué? —puntualizó Temari.
Hotaru se quedó con el paquete en la mano, sin saber qué hacer con él y, finalmente, lo dejó sobre el tocador. Pero Temari, que era mucha Temari, preguntó mientras lo señalaba:
—¿No lo vas a abrir?
Mirándose al espejo, ella respondió:
—No.
—¿Por qué? Es un regalo —insistió Valeria.
Naori y Sakura se miraron sin decir lo que pensaban y Temari insistió:
—Trae una notita. ¿No quieres saber lo que pone?
—Temari —la regañó Naori—, no seas cotilla.
Esta sonrió y, con su habitual desparpajo, replicó:
—Anda, la madre que me parió, ¡como si yo fuera la única que está deseosa de saber lo que el mandril le ha escrito!
Las cinco mujeres rieron y Hotaru, dándose por vencida, cogió el sobrecito que había dejado encima del tocador, lo abrió y, tras leer la nota, se sentó mientras se daba aire con la mano y susurró:
—Necesito una copa.
—¡No te habrá insultado! —gruñó Valeria.
—¡Le corto los huevos si se atreve! —protestó Temari.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Sakura a Hotaru.
—Necesito una copa —insistió esta.
—No, cariño, ahora no —respondió Naori, que había estado hablando con ella antes de que todas llegaran, intentando hacerle entender que aquella boda era un error.
—¡Quiero un whisky o un destornillador! —gritó Hotaru.
—Si es que no lo tendría que haber leído. Pero claro, habéis insistido tanto —se mofó Temari.
—¡Qué perra eres, jodía! —rio Valeria al escucharla.
—Dadme un whisky, un ron, ¡algo! —exigió la novia.
—Hotaru, ¡mírame! —le dijo Naori—. No puedes beber antes de la boda. Lo que debes hacer es pensar en lo que hemos hablado de una vez.
—¿Y de qué habéis hablado? —se interesó Temari.
Sakura intuyó a qué se refería y Naori respondió:
—Que lo diga ella si quiere.
Hotaru se siguió dando aire con la mano y, al ver cómo la miraban todas, le entregó la nota de Utakata a Sakura, que estaba a su lado, para que la leyera en voz alta:
Hubo tres hermosos lugares donde en un pasado siempre me tuviste: en tu mente, en tus brazos y en tu corazón. Pero por mi mala cabeza, por no ser el hombre que te merecía, dejé de existir para ti.
Recibe este presente como regalo de nuestra hija y mío por tu boda y ojalá que cuando lo mires, algún día te acuerdes de este tonto que no te supo valorar y sonrías pensando en mí.
Amor, con todo mi amor,
Utakata Uchiha.
El silencio se hizo en la habitación y, finalmente, Temari murmuró:
—Se me acaba de caer el tanga al suelo.
Valeria, emocionada y con lágrimas en los ojos, susurró:
—Qué bonito... qué romántico lo que te ha puesto.
—Uchiha en estado puro —asintió Sakura, suspirando.
—Ya te digo —afirmó Naori, conmovida por aquellas palabras.
Hotaru también suspiró. Sin duda, lo que Utakata le había escrito era precioso y, tras beber de una botella de agua que Naori le dio, con una sonrisa soñadora abrió la cajita de terciopelo azul que había llegado con la nota y, al ver la increíble pulsera, miró a Naori boquiabierta.
—Zafiros azules, tus preferidos —dijo su excuñada.
Ella asintió y, tocando la pulsera con cariño, murmuró:
—Utakata siempre ha sido un romanticón y un detallista.
—Hasta que dejó de serlo —puntualizó Temari.
Hotaru colocó la pulsera sobre el tocador, se levantó y, mirando a sus amigas, dijo:
—Vamos, ladies, debéis ir a poneros vuestros vestidos.
Sin rechistar, todas se levantaron y el bullicio comenzó de nuevo. ¡Había una boda!
Media hora después, Lola y otras cuidadoras entraron con los niños. Estaban preciosos, con sus trajecitos azul celeste, y Hotaru exclamó:
—¡Qué cucos! Parecen angelitos.
En ese momento, Kai se tiró un pedo que sonó hasta con eco.
—Toma angelito —se mofó Valeria.
—¡Kai, por el amor de Dios! —lo regañó Sakura, mirándolo.
—Joder, ¡qué peste! —se quejó Temari, y abrió la ventana.
Ayamé, que estaba a su lado, apartándose de él, gruñó:
—Maldita mofeta viviente.
—Kairi es un pedodo —rio Kai, señalando a su hermano, que, al oírlo, se lanzó contra él.
Hotaru soltó una carcajada y dos segundos después todos reían sin poder parar. Sakura, avergonzada, se tapó los ojos. Como Itachi decía, debería regañarlo, pero en un momento así le era imposible y menos cuando todos se carcajeaban a su alrededor.
Minutos después de que las cuidadoras se llevaran a los niños, Preciosa entró de nuevo y, acercándose a su madre, abrió la manita y dijo:
—Mami, se me acaba de caer un diente.
Al ver la sonrisa de su hija, sin un diente superior, Hotaru abrió mucho los ojos.
—¡¿Cómo?! ¿Cómo se te ha podido caer un diente justamente hoy?
—Uisss, qué bien. —Naori sonrió—. Esta noche te visitará en tu cama el Ratoncito Pérez.
Valeria, divertida, cuchicheó:
—Esta noche las dos recibirán una visita que las dejará sonrientes y satisfechas. A su madre se le meterá en la cama el ruso y a la niña el Ratoncito Pérez.
—¡Sin duda me quedo con los abdominales del ruso! —susurró Temari, mirando a la niña mellada.
—Mami, ¿te ha gustado el regalo de papi y mío? —preguntó entonces Preciosa, al ver la pulsera sobre el tocador.
Hotaru asintió y, agachándose para besarla, dijo:
—Es maravillosa, cariño. La pulsera más bonita del mundo. Muchas gracias.
—Papi dijo que era tu color preferido.
—Lo es —asintió ella tras suspirar—. Papi tiene razón.
—Póntela —dijo la niña, cogiéndola del tocador.
Hotaru miró la pulsera como si quemara y murmuró:
—No, ahora no.
—Pero, mami, si te ha gustado tanto, ¿por qué no te la pones?
—Me la pondré mañana, ¿te parece? —respondió Hotaru sin tocar la joya.
—No.
—Cariño —contestó Hotaru con paciencia—, te prometo que me la pondré mañana y el resto de mi vida, pero hoy no.
Naori, al ver aquello y entender los motivos de Hotaru, le quitó a la niña la pulsera de la mano y con cariño le dijo:
—Hoy no es buena idea, mi niña. Mamá se la pondrá en otro momento.
Pero Preciosa insistió:
—Quiero que se la ponga hoy.
Hotaru miró extrañada a su hija. Era una niña que siempre estaba de acuerdo con todo y en absoluto era exigente ni caprichosa.
—Escucha, Preciosa —intervino Sakura—, esa pulsera es la más bonita del mundo y a mamá le encanta, pero se la pondrá en otro momento, ¿vale?
De pronto, la niña se echó a llorar desconsoladamente, otra cosa que a Hotaru le extrañó. Preciosa apenas lloraba e, incapaz de verla tan desconsolada, le quitó la pulsera de las manos a Naori y dijo:
—No llores, mi vida, mami la llevará puesta.
La cría dejó de llorar ipso facto y preguntó sonriendo, dejando ver su dentadura mellada:
—¿Y no te la quitarás? ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo, mi amor. Claro que sí.
Una vez vio la pulsera en la muñeca de Hotaru, la niña se fue saltando y Temari dijo:
—Joder con la Sindi, ¡cómo se ha puesto!
—¿Sindi? —repitió Sakura al escucharla.
Temari sonrió y, señalándose los dientes, explicó:
—Sindi, de sin dientes.
De nuevo volvieron a reír todas por aquella ocurrencia. Sin duda iba a ser un día lleno de emociones y de mucha risa.
Una hora después, llegaron a la iglesia, escoltadas por los hombres que Itachi había contratado para que vigilaran a Sakura y a los niños. Una vez allí, pasaron a la vicaría para que Hotaru pudiera darse los últimos retoques, mientras los invitados llegaban y se iban sentando.
—¿No tenéis calor? —preguntó Hotaru.
Todas se miraron y Sakura respondió:
—No. Estamos en enero y más bien hace fresquito.
Hotaru asintió y se sentó en una silla. Al bajar la vista, sus ojos fueron directos a la pulsera.
—¿Por qué he accedido a casarme con ella puesta? —susurró, mirando a Naori.
Esta le cogió la mano y respondió:
—Porque Preciosa lloraba y no querías verla llorar.
Hotaru asintió y, tras sonreír nerviosa, insistió:
—¿De verdad no tenéis calor?
—No —contestó Temari.
Hotaru se abanicó con la mano y, al cabo de unos instantes, dijo:
—Tengo sed, ¿tenéis algo de beber?
Rápidamente, Valeria se levantó y le dio una botellita de agua, que Hotaru se bebió entera. Luego murmuró:
—Voy a vomitar.
—¡No jorobes! —exclamó Temari, levantándose rápidamente.
—Ven —dijo Valeria—. Abriré la ventana para que te dé un poco el aire.
Naori suspiró. Aquello iba a acabar en desastre. Utakata le regalaba una pulsera de zafiros y a Hotaru se le estaba removiendo algo por dentro. No le cabía duda la menor duda de que el agobio que sentía se debía a Utakata.
Así que miró a Sakura y le dijo:
—Acompáñame al baño.
Cuando las dos entraron en el aseo y cerraron, Naori cuchicheó:
—Se avecina un cataclismo y debemos pararlo antes de que sea tarde.
Sakura la miró sorprendida y ella prosiguió:
—Hotaru va a cometer el mayor error de su vida. Se va a casar con Alexei cuando todavía, por muy increíble que parezca, sigue queriendo a Utakata. Me he pasado toda la mañana hablando con ella para hacerle ver que esto es una locura y ...
—Te lo dije —la cortó Sakura—. Te lo dije la noche del cumpleaños de Fugaku en Miami, pero tú me dijiste que no, ¿lo recuerdas?
Naori asintió y, agobiada, se dio aire con la mano, como Hotaru minutos antes.
—¿Qué podemos hacer...? ¡¿Qué podemos hacer?!
Pensaron unos segundos y, finalmente, Sakura sonrió y dijo:
—Regresemos a la vicaría.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Naori.
—Yo nada. Hotaru lo va a hacer sola si realmente duda de este enlace. Pero tú sígueme la corriente y veamos lo que pasa, ¿vale?
—Ay, Dios mío —suspiró Naori, preocupada—. Me siento culpable de boicotear su boda.
—Tranquila —dijo Sakura—. Tú no vas a boicotear nada. Ella y su corazón sabrán qué hacer.
Una vez llegaron a donde estaban las demás, Sakura sacó su iPhone del bolso.
—Como dice Itachi, un poquito de música siempre viene bien. Ahora, Hotaru, cierra los ojos y deja que esto te relaje.
Naori la miró sin entender lo que hacía, pero cuando oyó la voz de Marc Anthony cantar Da la vuelta y vete ya, sonrió. Sakura estaba aprendiendo de los Uchiha.
Da la vuelta y vete ya
hoy te doy la libertad
de volar a donde quieras,
algún día tú verás
qué difícil es hallar
quien te dé su vida entera.
Y mientras tanto, mi amor,
yo guardaré mi tristeza
de este amor de verdad
que no tiene otro lugar que tu corazón y el mío.
Valeria y Temari se miraron incrédulas al oír esa canción, pero Sakura, al ver sus gestos de reproche, dijo:
—Marc Anthony te gusta, ¿verdad, Hotaru?
Esta, con los ojos cerrados, susurró:
—Sí, cuqui, me gusta mucho. Y esta bonita canción más.
Naori reprimió una sonrisa. Sakura había puesto la canción que Hotaru había bailado con Utakata en el cumpleaños de Fugaku, en Miami. Tras gemir y abrir los ojos, esta dijo:
—Alexei es un buen hombre, una persona excelente, y por eso me voy a casar con él. Me quiere. ¡Me idolatra! Está dispuesto a tener hijos conmigo y adora a Preciosa.
—Y está increíblemente bueno, ¡no olvides ese GRAN detalle! —apostilló Temari.
—Cierto, cuqui.
Naori miró a Temari y preguntó:
—Oye... ¿tú no estás últimamente excesivamente lobacienta?
Su amiga sonrió, pero no dijo nada, mientras la novia seguía abanicándose.
—¿De verdad no tenéis calor? —insistió.
Las demás negaron con la cabeza y ella prosiguió:
—Soy una mujer joven, estilosa e independiente, que ha conocido a un hombre guapo, joven, estiloso e independiente y ambos hemos decidido casarnos para disfrutar de una preciosa vida juntos.
—Y una estupenda luna de miel. ¿A dónde ibais al final? —preguntó Sakura con segundas.
—A Rusia —contestó Hotaru, mientras Marc Anthony seguía con la canción.
—Ah, es verdad, y visitaréis el Kremlin —comentó Sakura.
—Y la catedral de San Basilio —la siguió Naori, al intuir por dónde iba.
Hotaru asintió y añadió sin emoción:
—Sí, esa que tiene las cúpulas que parecen cebollas.
—Qué emocionante —se mofó Naori.
Al ver que se acababa la canción, Hotaru dijo:
—Ponla otra vez y dame un cigarro. Lo necesito.
Sakura hizo lo que le pedía, mientras Valeria sacaba rápidamente un paquete de tabaco y un mechero.
Que te olvidaste de mí,
que se escapó el amor,
por el portal del hastío.
Que te dice el corazón,
que hallarás en otros brazos,
lo que no hallaste en los míos.
Hotaru dio una calada a su cigarrillo y, tras soltar el humo, murmuró:
—No se aún cómo he accedido a ir a Rusia de luna de miel.
—Es cierto —asintió Sakura—. Tú querías playa, calor, mojitos...
—Chichaítos y salsa como la de Marc Anthony —finalizó Naori.
Su amiga volvió a asentir y Sakura bromeó:
—Pues allí, salsa, lo que se dice salsa, no creo que se baile mucho.
—Ni hay chichaítos. Te lo digo yo, que lo sé —afirmó Naori.
Temari las miró con reproche. ¿Qué estaban haciendo aquellas dos?
De nuevo Hotaru se acaloró y, mirándose la pulsera, dijo, mientras le entregaba el cigarrillo a Temari.
—¡He de ir al baño urgentemente!
Valeria la acompañó y Temari, al quedarse a solas con ellas, cuchicheó:
—¡Sois unas arruinabodas, por no decir unas perras! ¿Se puede saber qué estáis haciendo?
—Nada —respondió Sakura, levantando las cejas—. Solo decimos lo que ella necesita escuchar.
Naori sonrió y, mirando a Temari, que iba a protestar de nuevo, dijo:
—Si se casa con Alexei, la va a cagar. No me digas que tu sexto sentido de mujer no te lo está diciendo a gritos.
—Me lo lleva gritando semanas —contestó Temari, suspirando—, pero creo que es peor lo otro que me grita.
—Creo que no podemos hacer nada, excepto apoyarla decida lo que decida —concluyó Naori.
—¡Pues estamos apañadas! —se mofó Temari—. Aunque desde ya te digo que con la notita que le ha mandado con la pulsera, Utakata, ese mandril al que habría estrangulado en mil ocasiones con mis propias manos, me ha ganado. ¡Dios, qué facilona soy!
En ese instante se abrió la puerta y el monaguillo entró para decirles que Hotaru debía salir en cinco minutos.
Dos segundos después, la novia salió del aseo y Naori, poniéndole el ramo de novia en las manos, dijo:
—Vamos, nos han dicho que la ceremonia debe comenzar.
—¡¿Ya?!
—¡Sí, Hotaru, ya! —afirmó Temari.
—Dadme un segundo para que termine de escuchar la canción —dijo, recuperando el cigarrillo que le había entregado a Temari.
Las demás la miraron mientras se fumaba el pitillo y caminaba por la vicaría moviendo los hombros al ritmo de salsa. Esperaron y al final Naori, apagando la música y quitándole el cigarrillo de las manos, insistió:
—Alexei te espera, ¡vamos!
Las cinco salieron al pasillo, donde las aguardaban los niños junto con Shisui e Itachi, que estaban impresionantes con sus trajes.
Hotaru, al verlos, soltó un gemido y murmuró:
—¡Qué guapos!
Temari, que la había oído, miró a sus amigas con complicidad y dijo:
—Ya sabes, cuqui, los Uchiha son así. Altos, guapos, pelinegros, puertorros. Vamos, unos pibones de sangre caliente, que nada tiene que ver con la rusa. —Y bajando la voz, cuchicheó—: Y por lo que vosotras decís, en la cama unas fieras.
Ese comentario hizo sonreír a Sakura, mientras Naori le explicaba a Valeria lo que ocurría.
Hotaru asintió. Sin duda los Uchiha eran así, pero levantó el mentón y continuó caminando. Shisui, al ver que se acercaba a él, dijo:
—Estás preciosa.
Después le dio un beso e Itachi, dándole otro beso, afirmó:
—Estás increíble, Hotaru.
Ella los miró conmovida y contestó:
—Siempre tan galantes.
Luego tomó aire y continuó andando hasta llegar al lado de su remilgado padre. Este le ofreció el brazo y, mirándola, murmuró:
—Cuando tu madre vea el vestido que llevas, se escandalizará.
Hotaru asintió como una autómata, mientras se daba aire con la mano y, parándose, dijo:
—Creo... creo que estoy mareada.
Rápidamente la sentaron en una silla y la comenzaron a abanicar. El monaguillo salió en su busca y, al ver lo que ocurría, le llevó un vaso de agua.
—¿Estás mejor? —preguntó Naori en un susurro.
Hotaru, mirándola, cuchicheó:
—Naori, ¿qué estoy haciendo?
Itachi y Shisui se miraron sorprendidos.
—Estás a punto de casarte con Alexei —contestó Naori y, clavando sus bellos ojos en ella, añadió—: Cariño, piénsalo bien antes de que te metas en un buen lío. ¿Esto es lo que quieres?
Sin importarle el estado de su hija, el padre de Hotaru las apremió. Debía comenzar el enlace, había muchísima gente esperando. Ella se levantó, de nuevo se cogió al brazo de su padre y, sin mirar atrás, prosiguió su camino.
Los niños se colocaron delante de ella y, al aparecer por la puerta de la iglesia, comenzó a sonar una bonita marcha rusa.
Mientras caminaban, los pequeños iban lanzando pétalos de rosas blancas y Hotaru los siguió por el pasillo central de la iglesia, en dirección a Alexei, que estaba guapísimo. Tan rubio, tan alto, tan impresionantemente ruso. Hotaru le sonrió. Él, al verla tan preciosa, le devolvió una tímida sonrisa.
Hubo un momento en que sujetó con fuerza el ramo de novia, entonces la pulsera que llevaba en la muñeca se movió y ella la miró. Inevitablemente, el recuerdo de su boda con Utakata regresó a su mente. A su entrada a la iglesia, un violín y un piano habían interpretado la romántica canción Moon River, nada que ver con la marcha rusa que sonaba ahora. Y el castaño, alto, guapo y latino Utakata, la había mirado y guiñado un ojo al verla aparecer del brazo de su padre.
De pronto, Hotaru se paró. Su padre intentó tirar de ella, pero se negó a moverse. Todo el mundo comenzó a cuchichear, y finalmente Hotaru se soltó del brazo del hombre, caminó hacia Alexei, se quitó el anillo de prometida que este le había regalado y, entregándoselo, susurró:
—Lo siento. Perdóname, Alexei, pero no puedo hacerlo.
El revuelo que se organizó fue de órdago y Temari, al verla correr hacia la vicaría, miró a Naori y dijo:
—Menudos ovarios tiene la cuqui.
—Ha hecho lo que tenía que hacer —afirmó aquella, viendo que la fina madre de Hotaru se desmayaba.
Sakura y Naori chocaron la mano ante la mirada atónita de los Uchiha y Valeria cuchicheó:
—Es increíble lo que hace la música. ¡No hay boda!
Shisui e Itachi se les acercaron y Naori le susurró a su marido:
—Diles a Lola y a Amelia que se lleven a todos los niños a casa de Hotaru con los hombres de seguridad. No hay boda.
—¿Que no hay boda? —Preguntaron Itachi y Shisui al unísono.
—Sakura os lo explicará.
Boquiabierto, Shisui miró cómo su mujer se alejaba y Sakura le preguntó a Itachi:
—¿Dónde está Utakata?
—Se marchaba hoy de viaje a Nueva York.
—¡Ay, Diosito!
En ese instante, Alexei pasaba a toda mecha por el lado de ellos, en busca de la novia.
—Creo que Utakata tiene la oportunidad de recuperar a Hotaru —dijo Sakura.
—No jorobes —sonrió Itachi.
—Sí, pero no le digáis nada, no sea que de nuevo los planes cambien.
—Wepaaaa —soltó Shisui, encantado, viendo cuchichear a la gente.
—Cariño, ¿a qué hora sale su avión? —insistió Sakura.
Sin tiempo que perder, Itachi llamó a Utakata por teléfono e, intentando mantener la calma, habló con él mientras observaba cómo la gente, inquieta, se movía de un lado a otro, y a Alexei salir de la vicaría con cara de pocos amigos. Una vez colgó, dijo:
—Su vuelo despega en dos horas. Lo he pillado saliendo de casa, pero no le he contado lo ocurrido.
Encantada por esa información, Sakura besó a Itachi, pero al ver cómo algunos de los familiares de Hotaru y amigos del ruso los miraban dijo:
—Me parece que es mejor que nos quitemos de en medio. La gente no nos mira con buenos ojos.
Los dos hermanos echaron un vistazo a su alrededor sonriendo, sin importarles lo que pudiesen estar diciendo de ellos, y Shisui respondió:
—Tranquila, no pasará nada.
Sakura miró a uno y otro lado y, antes de irse hacia la vicaría, les dijo:
—Una vez los niños estén en la casa, vosotros dos esperadnos en la puerta de atrás de la iglesia con la limusina.
—¿Con el motor encendido? —se mofó Itachi.
Divertida, ella le guiñó un ojo y sonrió.
Shisui e Itachi se miraron y este último chocó la mano con su hermano y susurró:
—Utakata es un Uchiha, ¿qué esperabas?
Cuando Sakura entró en la vicaría, encontró a Hotaru llorando desconsoladamente, mientras sus amigas intentaban tranquilizarla y el sacerdote las avisaba de que la gente se estaba marchando de la iglesia.
—¿Qué he hecho, Dios mío?
—Plantar en el altar al hombre más sexy del mundo —rio Temari—. ¡Qué huevazos, nena... qué huevazos!
—¿Me he vuelto loca? ¡¿Qué he hecho?! —Insistía ella, al darse cuenta de que la boda se había anulado.
—Has hecho lo que tenías que hacer. Ni más ni menos —afirmó Naori.
Hotaru cerró los ojos y dijo:
—No ha sonado Moon River y yo... yo cuando he oído esa marcha militar, yo necesitaba, quería, anhelaba, super deseaba escuchar el maldito Moon River. ¡Oh, Dios mío, deberían cristalizarme las venas por perra!
—Cuqui, no digas palabrotas, que no es tu estilo —se mofó Temari.
—Pero ¿qué pasa con Moon River? —preguntó Valeria sin entender.
Naori, que conocía muy bien la historia y también a Hotaru, respondió:
—Es la canción de Utakata y Hotaru, y sonó el día de su boda, mientras ella recorría el pasillo de la iglesia.
—Vaya tela. —Temari sonrió.
Hotaru, aún en estado de shock, murmuró:
—Alexei no se merece esto. Es un amor de hombre. Es encantador, es maravilloso.
—Pero no es el hombre por el que se muere tu corazón —contestó Sakura.
—Uiss... ¡qué romántica! —se mofó Naori.
—Todo se pega —rio ella, haciéndola sonreír.
Mientras, la novia musitaba:
—Es para matarme...
—Sí, cuqui —dijo Temari acercándose a ella—. Es para matarte y cortarte en cachitos por haber dejado a ese pedazo de pibón plantado en el altar. Pero ¿sabes?, lo que has hecho delante de toda esa gente es porque eres una tía muy valiente. No como yo, que llevo separada de Chōji desde hace varios meses y todavía no he sido capaz de contároslo.
El silencio tomó la vicaría y luego Valeria susurró:
—La madre que la parió.
—Después de nacer Candela, ya nada ha vuelto a ser igual —explicó Temari—. Creí haber encontrado al amor de mi vida, pero lo que encontré fue un amigo. Él ya no me desea, ya no me mira como me miraba, ya no me toca, y yo quiero un hombre a mi lado que me borre el pintalabios de la boca y no uno que me haga correr el rímel de infelicidad.
—Temari, pero ¿cómo no me has dicho nada? —murmuró Naori apenada.
Aquella loca chica que siempre las hacía reír con sus ocurrencias, sonrió y contestó:
—Me daba miedo terminar la relación, hasta que conocí a Sakura. Ella me ha demostrado que, con un par de narices, siendo una guerrera, se saca adelante a los hijos sin necesidad de tener un hombre al lado. Y si ella ha podido hacerlo con tres, ¿por qué no iba a ser yo capaz de sacar a mi niña?
—Yo también estoy sacando adelante sola a mi niña —puntualizó Hotaru.
—Sí, cuqui —afirmó Temari—, pero mi nivel adquisitivo es más parecido al de Sakura que al tuyo y eso sin contar con que hay un Uchiha que no va a permitir que a ti o a la niña os falte de nada. Y aunque Chōji es muy bueno, no es lo mismo, créeme.
—Yo tampoco permitiría que a ti te faltara de nada —murmuró Naori.
Temari miró a su amiga con cariño y murmuró sonriendo:
—Lo sé. Ya lo sé, tonta.
Boquiabiertas por aquella revelación, no supieron qué decir, hasta que Sakura bromeó:
—Vaya, resulta que ahora yo tengo la culpa de que te separes de tu novio.
—No, reina, no —dijo Temari sonriendo—. Gracias a ti he sido capaz de ser valiente. Digamos que me has dado fuerzas para saber lo que quiero y lo que no. Y aunque ahora no quiero nada fijo con un tío, excepto alguna que otra noche loca de polvazos calenturientos, en un futuro me gustaría encontrar a un hombre que se muera por mis huesecitos. No uno que me mire y me trate como a una amiga, y prefiera leer un libro de cocina a hacerme el amor.
Naori susurró atónita:
—Pero ¿cómo puede ser? Chōji y tú erais la pareja perfecta. Él era tu astronauta y ...
—Tú lo has dicho, Naori, éramos la pareja perfecta... ¡éramos!
—Pero ¿no decías que gritabas «¡Viva Perú!» cuando te hacía el amor? —insistió Hotaru.
—Lo gritaba, pero ya no lo grito. Y quiero gritar de nuevo «¡Viva Perú!», «¡Viva Toronto!», «¡Viva México!», «¡Viva Italia!» o «¡Viva España!», porque me gusta el sexo, es sano y a mi cutis le sienta requetebién. —Y mirando a la desolada novia, que tenía todo el rímel corrido, afirmó—: Pero ahora lo que importa es Hotaru y, por lo que acabo de ver, creo que se niega a dejar de gritar «¡Viva Puerto Rico!», ¿verdad?
Hotaru dijo que sí con la cabeza, pero miró a su amiga y añadió:
—Estoy supermegadisgustada contigo, Temari. ¡Mucho! Y quiero que sepas que cuando se me pase el disgusto que llevo por mi no boda, me vas a tener que volver a explicar qué ha ocurrido con el buenazo de Chōji.
—De acuerdo, cuqui, te lo explicaré con pelos y señales —afirmó la otra.
Sakura, al ver que ninguna decía nada, miró a Hotaru y, consciente de que el tiempo se les agotaba, preguntó:
—¿Quieres volver a gritar «Viva Puerto Rico»?
La guapa novia suspiró y miró al techo. Luego cerró los ojos, asintió con la cabeza y, finalmente, abriéndolos para mirar la pulsera que llevaba puesta, murmuró:
—Sí, quiero gritar «¡Viva Puerto Rico!».
Las cuatro amigas aplaudieron y Sakura, mirándose el reloj, dijo:
—Pues entonces tenemos que salir de aquí a toda leche.
—¿Por qué? —preguntó Valeria.
—Porque Utakata se marcha a Nueva York en un vuelo que sale en poco más de una hora.
—¡Ay, Diosito! —cuchicheó Hotaru.
—Vamos —la apremió Sakura—. Itachi y Shisui nos esperan en la puerta de atrás con la limusina en marcha.
Pero Hotaru parecía incapaz de reaccionar y Naori, tendiéndole una mano, dijo con una sonrisa cómplice:
—Vamos, cuqui, es ahora o nunca.
Eso hizo sonreír a la rubia, que, recogiéndose la falda del bonito vestido de novia, le cogió la mano y exclamó:
—¡Vamos a buscar a mi Uchiha!
Entre risas y algarabía, llegaron a la puerta de atrás, donde los dos hermanos las esperaban apoyados en la limusina. Itachi, al verlas aparecer a las cinco a toda prisa, murmuró:
—No me lo puedo creer.
—Utakata es un tipo con suerte —afirmó Shisui.
Una vez los siete estuvieron dentro del coche, Shisui le dijo al conductor que tenían que llegar al aeropuerto a toda mecha. Hotaru miró a sus dos excuñados y dijo:
—Si esta vez vuelve a salir mal, ¡os juro que lo mato y lo corto en pedacitos microscópicos!
—Y nosotros te ayudaremos —afirmó Itachi, abrazándola.
Media hora después, llegaron al aeropuerto, se bajaron del coche y corrieron hacia donde suponían que estaba Utakata. Pero no lo vieron. Desesperada, Hotaru miró hacia todos los lados, hasta que de pronto lo distinguió en una cola para pasar el arco de seguridad, moreno y alto, con un caro traje gris marengo. Y, sin decir nada, corrió en su dirección.
La gente la miraba, pero a ella no le importó. Les llamaba la atención ver a una mujer vestida de novia corriendo a toda mecha por el aeropuerto. Cuando estaba a apenas dos metros de él, se paró y, tras tomar aire, le tiró el ramo de novia que llevaba en las manos. Utakata, al notar un golpe en la espalda, se volvió y se quedó boquiabierto.
Allí estaba Hotaru, vestida de novia, despeinada y con el rostro acalorado, pero más guapa que en toda su vida. Y tras ella sus hermanos, sus mujeres y las amigas de estas.
Sin entender nada, los miró atónito, aunque luego solo tuvo ojos para ella, la mujer a la que un día había dejado escapar por su mala cabeza.
Hotaru, con paso decidido y los brazos en jarras, se acercó a él y, sin previo aviso, le soltó un bofetón que sonó en todo Los Ángeles. Todo el mundo los observaba perplejo.
—Wepaaaa, mal empezamos —susurró Itachi.
—Joder con la cuqui, qué a gustito se ha quedado —se mofó Temari, haciendo reír a los que la rodeaban.
—Si vuelves a engañarme —dijo Hotaru, ante el gesto de incredulidad de Utakata, mientras lo señalaba con el dedo—, si vuelves a dejarme de lado, a dejar de quererme, a mirar a otra que no sea yo o si vuelves a fallarme, te juro por lo más sagrado que nunca más te lo perdonaré y te ridiculizaré de tal forma que no va a haber cueva, casa o piedra donde te puedas esconder.
Con el carrillo marcado por el guantazo, Utakata no se movió y al ver la pulsera de zafiros azules que llevaba puesta, murmuró:
—Preciosa lo ha conseguido. Ha logrado que te pusieras la pulsera. —Al comprender lo que él estaba diciendo, Hotaru abrió la boca, pero Utakata añadió con una candorosa sonrisa, antes de que ella dijera algo inapropiado—: Amor, era mi último cartucho para que no te olvidaras de mí.
Eso hizo que Hotaru finalmente sonriera. Nunca se había olvidado de él.
—Utakata Uchiha, ¿a qué esperas para besarme?
Él no tardó en reaccionar y, agarrándola por la cintura, la acercó a él y la besó con auténtica pasión, mientras la gente comenzaba a aplaudir a su alrededor, felices al ver que, tras la bofetada de la rubia vestida de novia, todo acababa bien.
—Te quiero... bichito —susurró ella cuando se separaron.
Emocionado, Utakata la miró a los ojos y dijo:
—Nunca más te volveré a fallar y te prometo que ahora vamos a hacer todas esas cosas que nunca hicimos juntos por mi egoísmo y mi falta de tiempo.
—¡Estoy más que dispuesta! —rio ella.
—Lo primero de todo, amor, te vas a casar conmigo hoy en Las Vegas. Cuando regresemos, organizaremos un bodorrio de esos que te gustan. El vestido ya lo tienes y estás preciosa con él. ¡Hotaru, cásate conmigo!
Todos rieron e Utakata, mirándolos, dijo:
—Comprad los billetes, nos vamos en el primer vuelo a Las Vegas.
Naori soltó una carcajada y, recordando su boda, Shisui dijo:
—¿Copiando ideas, hermano?
Pero en ese momento, Hotaru intervino.
—Que nadie compre un billete a Las Vegas —y, clavando sus ojazos claros en Utakata, añadió—: No pienso permitir que vuelvas a mandar en nuestra relación. Y no, no me voy a casar hoy contigo, aunque lleve este increíble vestido de novia. Porque no te lo mereces.
—Olé... olé... y olé —aplaudió Naori, ante el gesto de desconcierto de Utakata.
—Pero, amor...
—He dicho que no, Utakata —sentenció Hotaru—. Si quieres que me case contigo, te lo tienes que trabajar y, por supuesto, te lo tendrás que ganar.
Utakata, loco de amor por aquella mujer que había sido capaz de dejar plantado al hombre más sexy del planeta en el altar y correr vestida de novia al aeropuerto para buscarlo, dijo:
—Vamos a tener todos los hijos que tú quieras. El día que estuve en casa de Itachi y Sakura y vi su hogar lleno de vida, supe lo tonto que había sido al privarnos a ti y a mí de esa bendición.
—¡Ay, Diosito! —susurró Hotaru emocionada.
—¡Sin duda, se ha vuelto un copión! —se mofó esta vez Itachi.
Sakura rio y, mirando a las chicas, dijo:
—Está visto que he llegado para revolucionar vuestras vidas.
—Por favor ¡qué románticooooooooooooooo! —Aplaudió Valeria.
Temari lloraba a moco tendido y, cuando por fin consiguió parar, gritó:
—Eh... futura señora Uchiha, pásame el teléfono del ruso, que creo que alguien lo tiene que consolar y yo estoy muy necesitada.
Sakura no pudo evitar reír ante el comentario de Temari. Al ver la cara de sorpresa de Itachi aclaró:
—Se ha separado de Chōji.
—¿En serio? —preguntó sorprendido Shisui al escuchar aquello.
Naori, apenada porque la bonita historia de amor que un día existió entre aquellos hubiera acabado, se encogió de hombros e indicó:
—El caso es que no deje de haber una lobacienta entre nosotras.
Utakata, tras soltar a Hotaru, abrazó feliz a sus hermanos y murmuró divertido:
—Al parecer, yo también voy a repetir boda con la misma mujer.
—La maldición de los Uchiha —rio Itachi, sin apartar los ojos de su futura esposa, que sonreía y abrazaba a Hotaru.
De allí, se fueron todos a casa de Hotaru, donde estaban los niños, para celebrar su fiesta particular. Preciosa, al ver a sus padres aparecer cogidos de la mano, corrió riendo hacia ellos y los abrazó. Tras disfrutar de una velada en familia, donde no faltaron las risas y las emociones, al llegar la noche, cada uno se marchó a su casa. Al quedarse a solas con Utakata, Hotaru, aún vestida de novia, lo miró y dijo:
—Tú también deberías marcharte.
—¿Estás segura? —preguntó él, remolón.
Hotaru asintió con la cabeza e Utakata suspiró. Le encantaría quedarse allí con ella, hacerle el amor sin parar durante horas, como deseaba, pero consciente de que debía hacer las cosas de otra manera, cogió su chaqueta gris marengo y, dándole un beso en los labios, murmuró:
—Buenas noches, amor.
Ella le devolvió el beso y, desde la puerta de su grandiosa casa, lo vio recorrer el jardín hasta su coche. Utakata se volvió para decirle adiós y entonces Hotaru, agarrándose el largo vestido de novia, corrió hacia él y, echándose en sus brazos, lo besó. Cuando finalizó su ardoroso beso, lo cogió de la mano y se encaminó hacia el garaje, donde se apoyó en el capó de uno de sus coches y, mirando a su exmarido, susurró:
—Bichito, ¡hazme volar!
Utakata sonrió, la subió al capó del coche e hizo lo que ella le pedía. Esa noche Hotaru voló y gritó «¡Viva Puerto Rico!».
