Holi,

Es importante que leáis todo lo que voy a decir a continuación:

Dos semanas después del fin de la batalla de Isla Mema, vuelvo a vosotres con lo que pasó después. Creo que es importante hacer alguna que otra aclaración respecto al capítulo anterior porque sé que ha generado cierta confusión la parte de Thuggory. Como recordaréis, en el final del capítulo 49 Thuggory se transforma en el famoso monstruo de las visiones de Hipo (porque NADIE esperaba que fuera él xD) y, antes de su transformación, está encerrado en una especie de cueva en donde se le aparecen una serie de personas. Esa cueva es una representación de la mente de Thuggory y todo lo que ve es una obra de su subconsciente dado que está en estado de coma hasta que se despierta y se reencuentra con Le Fey, por lo que está en una especie de limbo mental y lo que le mantiene vivo es su vínculo con Le Fey. Las apariciones de Kateriina, su padre e Hipo son representaciones de sus peores miedos, mientras que Astrid, el rostro "amable" que le asesinó y la última persona que vio antes de "morir", representa el último atisbo de cordura que le queda a Thuggory. Thuggory NO ama a Astrid, sencillamente se siente atraído por ella (sinceramente, ¿quién no se sentiría atraíde por Astrid?). Toda esa última parte de Thuggory es su Epifanía, en la que decide abandonar el último resquicio de humanidad que le queda para salvar a Kateriina. Siento mucho si os ha generado mucha confusión, por eso he preferido aclararlo ahora y si tenéis alguna que otra duda solo tenéis que preguntarme, pues soy fácil de acceder como bien sabéis.

Respecto a este capítulo en particular, simplemente quería puntualizar que este es un capítulo de transición y por eso es más corto de lo normal. El capítulo 51 está ya escrito y se publicará el 1 de junio. Tal y como anuncié en el capítulo anterior, el capítulo 51 recoge una de las historias más importantes y claves de este fic, hacia el final de este capítulo sabréis a cual me refiero, pero sabed que finalmente este fragmento de la historia se recogerá en dos partes. La primera, la que saldrá el 1 de junio y, la segunda, el capítulo 52, saldrá durante la segunda quincena de junio, en torno a la fecha del 3º aniversario de Wicked Game.

Por último, necesito puntualizar como siempre el tema de las reviews. Sabéis que no cobro por escribir esta historia y, pese a que acabarla es una promesa que me hice a mí misma, sabéis lo importante que es para cualquier autora de fanfiction recibir alguna que otra review de vez en cuando. Sé que lleva tiempo, sé que a veces da mucha pereza o sé que a veces sentís que lo que decís puede no aportar nada, pero la cuestión es SÍ que lo hace. Muchas veces, saber que hay alguien más allá de la pantalla que me lee supone un aliciente para seguir escribir, hasta un punto que no os hacéis una idea. Ya os digo que NO es obligatorio dejar una review ni un condicionante para que yo siga escribiendo, pero sí es un gesto hacia mi persona que se agradece muchísimo. Es más, si se puede yo responde a todas las reviews.

De igual manera, os doy las gracias por vuestro apoyo y por seguir leyendo este fanfic que claramente pertenece a un fandom que murió hace ya tiempo, pero insisto que voy a terminar esta historia sí o sí, así que tranquilidad.

Por cierto, si tenéis alguna idea de algo que podamos hacer todes por el tercer aniversario de Wicked Game (será el próximo 26 de junio) estoy abierta a sugerencias. Y sabed que aún sigo posteando contenido en mi instagram de arte "itsasumbrellasart" y me he abierto también una cuenta en la que hablo de libros que simplemente se llama "itsasumbrella".

Y tras este larguísimo rollo os dejo con el capítulo.

Os mando un abrazo.


Astrid apenas durmió las dos primeras semanas tras la batalla de Isla Mema.

Había ignorado las súplicas de Hipo, las insistencias maternales de Valka y las broncas de Brusca para que descansara un poco. Había demasiado que hacer como para perder el tiempo en tonterías como dormir o, al menos, así lo consideraba ella. Isla Mema no contaba con ninguna galena que pudiera tratar a los tantísimos heridos que el conflicto había dado y, desafortunadamente, Astrid era la única con suficiente estómago y conocimiento médico para hacerlo.

La batalla de Isla Mema había sido una auténtica carnicería, sin importar el bando al que se hubiera pertenecido. Astrid había tenido que enseñar sobre la marcha a un grupo de voluntarios a cómo se debía amputar miembros, a parar hemorragias, a recolocar huesos o a curar infecciones, entre otras muchas cosas. Los tres primeros días fueron una auténtica pesadilla y Astrid había acabado tan cubierta de sangre por las cirugías que Brusca, a la vista de que no iba a convencerla para que se detuviera a descansar, le suplicó que al menos se lavara y se cambiara la ropa para que parecía más una sanadora y no una carnicera.

Pasada una semana, fue Hipo el que, harto de su cabezonería, terminó dándole un ultimátum.

—O te vienes conmigo a la cama o te llevo a rastras, tú eliges.

Astrid dio su brazo a torcer porque estaba segura de que Hipo no estaba hablado de manera figurada. Apenas tenía hambre cuando se acercaron al puesto improvisado de comida que habían colocado en la plaza de la aldea, pero decidió no tentar a su suerte cuando Hipo la fulminó con su mirada ante su clara inapetencia. Después, fueron a casa de los Haddock, ignorando las miradas de curiosidad y alguna que otra de escándalo, y Astrid se quedó dormida en la cama de Hipo tan pronto su cabeza rozó la almohada.

La bruja durmió solamente seis horas, tiempo suficiente para que Hipo hubiera organizado los turnos con Brusca y los demás voluntarios para que así todos tuvieran ocasión para dormir y descansar. Astrid, quien sentía que todo aquello era su responsabilidad y debía pasar más tiempo que nadie en el hospital, no estuvo de acuerdo, pero nadie parecía dispuesto a ceder con que la bruja debía meter más tiempo que los demás, por lo que cada vez que acababa su turno, independientemente de si fuera mitad de la noche o mediodía, Hipo aparecía por el Gran Salón para arrastrarla hasta su casa para que comiera algo y durmiera.

Una mañana, pasadas unas dos semanas desde la batalla de Isla Mema, se despertó más tarde de lo habitual. Su corazón dio un vuelco por haberse quedado dormida y se levantó de la cama de un salto. Hipo, por supuesto, no se encontraba allí y reparó que tampoco estaban las ropas sucias de sangre que había dejado tiradas en el suelo antes de quedarse dormida de madrugada. Sin embargo, al pie de la cama había una túnica y unos pantalones limpios de su talla y le habían dejado unas botas de piel muy usadas que le quedaban algo grandes. Bajó acelerada a la planta inferior, ansiosa por volver al Gran Salón, pero Valka enseguida se interpuso en su camino.

—Tienes que desayunar.

—Valka, no tengo tiempo para…

—Desayuno, Astrid —repitió la bruja con voz de madre autoritaria—. Después, podrás hacer lo que te venga en gana.

Ni Hipo ni Estoico estaban allí. Es más, Hipo rara vez pasaba la noche en su casa, dado que dormía en los establos con Desdentao para hacer las curas de su cola y vigilar que no se le infectara la herida. Además, el Furia Nocturna había caído en una profunda depresión a causa de su discapacidad completa para volar e Hipo pasaba muchas horas a su lado diseñando nuevos prototipos de colas que solo él parecía comprender. Cuando Hipo no estaba con él, Tormenta se volcaba en acompañarlo y cuidarlo para que no se sintiera solo. Astrid, por su parte, le visitaba cuando conseguía sacar un poco de tiempo, aunque el Furia Nocturna rara vez hablaba con ella y simplemente se dejaba rascar las escamas mientras apoyaba su cabeza contra su regazo.

A parte de enfocarse en los cuidados de Desdentao, Hipo hacía turnos con su madre para atender las necesidades y heridas de los cientos de dragones que se habían instalado en la isla. Cuando no estaba con el Furia Nocturna y los dragones, Hipo se volcaba en arreglar las numerosas infraestructuras derruidas de la isla y a resolver las penurias de la ciudadanía y al resto de los refugiados que se estaban trasladando poco a poco de la Isla del Vindr a Isla Mema. Estoico lideraba junto con Alvin y Camicazi los traslados y no les estaba resultando una tarea precisamente fácil. Al principio, había pánico porque en cualquier momento sucediera un contraataque contra Isla Mema; aunque, por suerte, a medida que fueron pasando los días la tensión entre los refugiados y la ciudadanía de Mema fue yendo a menos. Nadie sabía bien por qué ninguna de las tribus leales a la reina les habían atacado todavía y, si había algo que le inquietaba a una bruja tan experimentada en el arte de la guerra como a ella, era precisamente la calma que precedía a la tormenta. Aquella nula respuesta a la toma de Isla Mema podía significar o que bien que Le Fey estaba jugando a despirtarlos mientras intentaba reagruparse o que realmente estaba guardando un truco bajo la manga.

—Estoico me ha dicho que van a trasladar a Gothi hoy —comentó Valka esa mañana mientras le servía un bol de gachas.

—Por suerte está lo bastante estable para que puedan moverla desde el Vindr sin que haya altercados —dijo Astrid con aire distraído.

—Estoy segura de que estaría encantada de volver a casa —comentó Valka buscando una manera de animarla.

Astrid forzó una sonrisa. Honestamente, estaba agradecida de que Valka estuviera allí. La bruja había sido un apoyo incondicional durante aquellos nefastos y eternos días. A pesar de que su reentrada en la tribu no había sido la esperada y que Astrid había tenido que darle puntos en la cabeza a Estoico por el mamporro que se había dado tras caer inconsciente durante su primer reencuentro, Valka había procurado mantener el buen humor y una entereza muy propia de su carácter. Hipo estaba loco de contento porque su madre hubiera cambiado de parecer y se hubiera decidido a ayudarles y Estoico, quien se había quedado seco de lágrimas de alegría tras haberse escuchado con suma atención el relato de Valka, no se le había visto nunca más feliz. A diferencia de su hijo, Estoico había perdonado a Valka antes incluso de conocer el motivo real de su marcha y parecía poco sorprendido de descubrir que su esposa era una bruja.

—Siempre supe que eras especial, Val —le había dicho—. Me da igual lo que seas, lo único que me importa es que estás viva y de vuelta a casa.

A Astrid le indignó un poco la actitud de Estoico por todas las reticencias que había puesto en el pasado porque su hijo mantuviera un romance con una bruja y por lo complacido que se veía porque su amada esposa le hubiera estado mintiendo todos aquellos años respecto a su identidad mágica. Astrid tampoco había contado la verdad sobre su naturaleza precisamente para protegerse, pero supuso que ante el escenario de tener a su esposa de vuelta, Estoico no pondría siquiera trabas a que su esposa fuera una sirena si se hubiera dado la circunstancia. Por esa razón, no hizo ningún comentario al respecto, sobre todo porque no deseaba enturbiar la felicidad de los Haddock. Aún así, fue Astrid la única que sospechó que no todo era de color de rosa y que Valka no estaba contando toda la verdad.

—¿Cuándo debes volver? —terminó preguntándole un día que trabajaban juntas en el hospital de campaña.

Valka se tomó tiempo para responder.

—Pronto.

Si Valka estaba allí se había debido al beneplácito del Alfa. La bruja había sufrido una visión terrible en la que Isla Mema era destruída por Drago, por lo que ante la desesperación de la mujer, el Alfa le había dado el permiso para marcharse siempre y cuando regresara antes de la próxima luna llena. Eso causaba que la bruja solo pudiera quedarse poco menos de un mes, pero no había dejado que aquello nublara su ánimo. El simple hecho de que hubiera podido reencontrarse con su familia al completo y que su esposo no solo la hubiera perdonado por su marcha, sino que además hubiera aceptado su naturaleza mágica y sus acciones para salvar a Hipo, la llenaba de dicha y felicidad.

—He estado estudiando el grimorio de Asta —comentó Valka cuando Astrid se acercó al barreño de agua para limpiar su cuenco ahora vacío de gachas—. Tal vez si combinamos las magias de Hipo, la tuya y la mía podríamos despertar a Gothi.

—El hechizo es demasiado poderoso —replicó Astrid con desgana—. Ni siquiera una reina de un aquelarre como Iana ha podido romperlo. No dudo del poder de Hipo, pero no tiene ahora mismo la capacidad para ejecutar un hechizo tan complicado como ese y me temo que yo tampoco.

Valka no replicó, probablemente porque ella tampoco era lo bastante hábil para aplicar un conjuro como aquel. Fuera lo que fuera, Gothi tendría que seguir durmiendo hasta que Astrid encontrara una solución y, hasta que llegara ese momento, tenía que encargarse de otros cientos de asuntos a los que sí podía poner remedio. Como, por ejemplo, buscar una manera de contactar con las brujas del Nakk. No había tenido apenas noticias de ellas desde muy escueto mensaje de Iana que había llegado a través de un Terror Terrible a los tres días de ganar la batalla.

Rehenes capturadas. Bajas por ambas partes. Le Fey desaparecida. Ocultas con las del Mairu. No intentes comunicarte, tendrás noticias mías pronto.

La escasez de detalles en aquel trozo de pergamino había enfurecido a Astrid, sobre todo porque quería saber qué había pasado durante la toma del escondite de su aquelarre y le preocupaba que no hubiera todavía noticias de Le Fey. Astrid sabía que no estaba muerta, porque de ser así lo habría sabido, pero estaba segura de que su intento de matar a Thuggory y el ataque contra el aquelarre la había dejado lo bastante débil como para que tuviera que ocultarse para recuperarse y definir un plan. Además, el resto de tribus que habían sido fieles a la reina continuaban bajo su hechizo, por lo que la reina, para el enorme fastidio de Astrid, seguía viva. Eso por no mencionar que tanto Drago como Ingrid Gormdsen también habían desaparecido sin dejar ningún rastro y eso era algo que también angustiaba a los líderes de la Resistencia. Tenían enemigos poderosos e impredecibles y, a pesar de los numerosos espías que la Resistencia había distribuido por el Archipiélago, no habían recibido noticias de nada.

Astrid no había acudido a las reuniones que la Resistencia organizaba para trazar nuevas estrategias que definiera cómo recuperar las demás islas y a la bruja no le entusiasmaba especialmente la idea de quedarse sentada en torno a una mesa mientras escuchaba a una panda de cotorras —hombres en su mayoría— discutir sobre estrategias de invasión que no tenían ni pies ni cabeza. Hubo un momento incluso que algunos como Alvin, Camicazi o algún que otro insensato habían ido a buscarla al Gran Salón durante los días seguidos a la batalla para «exigir» su presencia en las reuniones, a lo cual Astrid respondía siempre sacando su hacha para dejar constancia de cuál era su posición al respecto. Hipo, por suerte, conseguía escaquearse siempre de aquellas tediosas reuniones excusándose en una urgencia de última hora que improvisaba siempre sobre la marcha. Ambos estaban hartos de ser el recurso fácil al que lanzar todos problemas y habían preferido enfocarse en resolver asuntos con solución inmediata que dar palos al agua.

—Por cierto, tu tío se ha pasado esta mañana hasta nueve veces por delante de la ventana —comentó Valka preocupada.

—Vaya, ¿no tiene trabajo que hacer o qué? —cuestionó la bruja molesta.

Valka hundió los hombros frustrada.

—Astrid, deberías hablar con él.

—Ya le dije todo lo que tenía que decir —espetó la joven con rabia contenida—. Por su culpa, Le Fey y Drago saben que Hipo tiene magia, me sorprende que no le hayas retorcido tú el pescuezo después de todo lo que ha hecho.

La bruja frunció los labios.

—Cualquiera le dice o hace nada después del rapapolvo que le echaste. Además, la violencia no es precisamente mi estilo.

Por supuesto que no, pensó Astrid. Valka era calmada y sosegada, tajante cuando debía de serlo, pero jamás violenta. Lo había demostrado con los dragones de Drago, quienes habían tenido que ser aislados del resto debido a su agresiva actitud. Astrid no había podido verlo con sus propios ojos, pero Hipo había descrito el trato de Valka con aquellos dragones como «un baile lento y tranquilo, como el de una madre cuando acuna a su hijo entre sus brazos». Los dragones de Drago jamás la atacaban, aunque aún desconfiaban de ella, sobre todo por su naturaleza mágica.

—No has hablado con él desde hace casi una semana, Astrid —siguió Valka insistente—. Finn Hofferson tampoco es plato de mi gusto, pero no olvides que él es la única familia directa que te queda, no creo que puedas darte el lujo de perderlo.

Astrid se esforzó en no hacer una mueca de fastidio. Tras la batalla, le había pedido a Hipo que diera orden para custodiar a Hofferson tan pronto fuera posible. Tal y como había sospechado la bruja, lo encontraron en el embarcadero subterráneo a punto de coger un bote con una bolsa llena de botellas de hidromiel que había robado de la bodega personal de Ingrid Gormdsen. Astrid se había enfurecido tanto por su intento de huida que había tomado la justicia por su mano sin esperar el permiso de Estoico o de Hipo. Le lanzó una maldición que causaba que cualquier ápice de alcohol que entrara en su sistema lo haría vomitar al instante y se había asegurado de lanzarle un hechizo que le electrocutara el corazón si salía de la isla. Además, Isla Mema no podía permitirse el lujo de tener prisioneros que no estuvieran bajo la voluntad de Le Fey, por lo que decidió, para el disgusto de Hipo y la indignación de Finn, que el mercenario trabajaría en las labores de construcción bajo el mando de su novio. Al principio, Finn dio tantos problemas en sus tareas que Hipo le suplicó que le diera cualquier otra tarea en la que no tuvieran que estar bajo su cargo. Sin embargo, Astrid decidió traerlo al hospital para darle un buen escarmiento. Finn solo aguantó dos horas allí debido a su frágil estado de abstinencia y las náuseas que le generaban ver tanta sangre y miembros desgarrados. Cuando corrió a vomitar al exterior, Astrid esperó pacientemente a que echara todo el desayuno para ser muy clara con él.

—No sé ni por qué te dejo vivir, pero si vuelves a cuestionar o dar problemas a Hipo o a cualquier miembro de la Resistencia tú te unirás a ellos —Finn volteó la cabeza para ver la humadera que señaló Astrid al extremo este de la isla. Debido al cuantioso número de cadáveres se habían acumulado tras la batalla, se habían obligado a trasladarlos a una zona apartada de la isla para incinerarlos.

—¿Matarías a tu única familia? —cuestionó Hofferson dolido.

—Tú no significas nada para mí —respondió Astrid con frialdad—. Mi única familia es Hipo, así que no dudes ni por un instante que si le pasa algo y me entero que tienes algo que ver con ello, no titubearé en matarte.

Finn estrechó la cabeza.

—Parece mentira que te confundiera con mi madre, no le llegas a la suela de los zapatos.

Astrid le fulminó con la mirada.

—Está claro que no sabes una mierda de quién eras hijo —le acusó la bruja—. Eso sí que es triste, no conocer ni a tu propia madre.

Finn le preguntó de qué demonios estaba hablando, pero Astrid le ignoró tan pronto Brusca salió corriendo para reclamar su ayuda con un paciente. Desde entonces, la bruja se había preocupado de evitarlo como fuera. No obstante, Hipo le había contado que Finn había mostrado cierto cambio de actitud y parecía más dispuesto a colaborar que al principio. Es más, Hofferson ni siquiera había demostrado una posición demasiado reactiva contra Hipo e incluso le había llegado a murmurar algún que otro «gracias» entre los dientes. Sin embargo, a medida que más se acostumbraba a estar sobrio, más dispuesto parecía de intentar reconstruir su nula relación, por lo que Astrid procuraba permanecer, en medida lo posible, siempre en el hospital, lugar al que no deseaba volver ni muerto.

—Tengo que ir al Gran Salón —dijo Astrid deseosa de zanjar el tema de Finn con Valka—. Brusca debe estar preguntándose dónde estoy.

Valka no parecía contenta porque se escapara de la conversación así como así, pero agradeció que no la presionara y le diera su espacio. Salieron juntas hacia la plaza de la aldea y tomaron caminos separados tan pronto alcanzaron al pie de la colina que subía al Gran Salón. Valka torció hacia los establos y Astrid subió los escalones de dos en dos.

Los voluntarios del hospital la abordaron con un montón de problemas tan pronto entró en el Gran Salón, cuyas puertas estaban abiertas de par en par para ventilar el aire viciado del lugar, aprovechando que esos días estaba haciendo bastante calor. Astrid se puso a repartir tareas y dar órdenes a destajo y, tan pronto se dispuso a hacer su ronda con los pacientes más críticos, se le acercó una ojerosa y agotada Brusca.

—Vete a dormir, anda —le ordenó Astrid mientras se recogía su melena corta en un medio recogido para que no le cayera el pelo en la cara.

—Aún me queda una hora de turno y ya he dormido un par de horas —se defendió ella—. Y sigo teniendo mejor cara que tú.

—No lo dudo —concordó Astrid poniendo los ojos en blanco—. ¿Alguna novedad?

—No, solo que te toca hacerle las curas a Dagur y a Bocón.

Astrid hizo una mueca de disgusto y Brusca se rió.

—¿Por qué nadie le cambia las vendas a Dagur? —se quejó Astrid con amargura—. ¿No podría encargarse Heather por una vez?

En realidad, Heather y Dagur se habían tratado más bien poco. A pesar de la expectación inicial por conocerse o más bien de reencontrarse ahora como hermanos, Dagur había tenido que ser intervenido de urgencia por la propia Astrid debido a sus gravísimas heridas durante la batalla. El muy imbécil había luchado como pollo sin cabeza, sin importarle las heridas abiertas que le habían hecho por todo su abdomen y le habían encontrado tumbado medio muerto y sobre un charco de su propia sangre. La cirugía de Dagur había sido muy complicada y había sido uno de los pocos pacientes con los que Astrid había tenido que salvar usando su magia. Heather se había quedado a su lado tras la operación, pero cuando su hermano recuperó la consciencia dos días después el encuentro fue más bien incómodo. Ellos no dejaban de ser dos desconocidos y no habían tenido una buena opinión el uno de la otra hasta que descubrieron que eran hermanos. Se mostraron corteses, pero debido al estado convaleciente de Dagur y los nervios de Heather, mantenían conversaciones cortas y un tanto violentas. Astrid temió que Heather quisiera abandonar a Dagur, pero tenía constancia de que visitaba regularmente a su hermano y que ambos se estaban esforzando en conocerse.

—Ya sabes que con eso de que controla el metal, Heather está haciendo turnos en la herrería —dijo Brusca ayudándola a preparar un cesto con vendas, alcohol y mejunjes para evitar infecciones—. Y, de igual manera, ninguno queremos curarlo porque siempre nos grita.

—¡Ah! ¿Y pensáis que no me grita a mí? —replicó Astrid indignada.

—Sí, pero es que tú gritas más fuerte que él —le aseguró Brusca.

Astrid le arrancó la cesta de las manos de mala gana a la vez que su amiga le regalaba una sonrisa burlona. La bruja murmuró una serie de maldiciones en su lengua materna mientras caminaba con paso acelerado hasta el rincón este del Gran Salón, un lugar apartado donde habían ubicado al Jefe Berserker por la gravedad de sus heridas y para que los demás enfermos no se vieran importunados por sus gritos y su insoportable verborrea. Astrid volvió a preguntarse por milésima vez por qué Dagur no era normal y se pasaba el día durmiendo como el resto de pacientes. El berserker había demostrado tener un don para tocarle los ovarios a Astrid hasta el extremo y la bruja, quien nunca se había caracterizado por ser precisamente paciente, tenía que esforzarse por no romperle la cara.

Dagur la odiaba.

Era un hecho sin precedentes y no había que ser muy lista para adivinar que su odio estaba alimentado por sus celos. Dagur amaba a Hipo, pero Hipo la amaba a ella. Era un concepto difícil de asimilar para el berserker y él estaba convencido de que Astrid jamás estaría a la altura para alguien «tan maravilloso y perfecto» como Hipo. Eso por no mencionar que era un amargado y lo tomaba con cualquier desgraciado que le tocara hacer las curas. Por esa razón, a la vista de que Astrid era, con diferencia, la persona más temida y respetada de aquel lugar, los voluntarios siempre terminaban por encasquetarle la tarea de cambiarle el vendaje.

Astrid arrastró el taburete junto a la cama de Dagur, causando que el berserker gruñera mientras se despertaba de su siesta.

—¿Por qué eres tan tocacojones? —cuestionó Dagur con fastidio.

—Porque me encanta serlo —respondió ella dejando la cesta en el taburete—. Venga, siéntate, que voy con prisa y tengo mil cosas que hacer.

Dagur se hizo el remolón y Astrid le dio una fuerte cachetada en el muslo para que se moviera. El berserker dio un bote que causó que le tiraran los puntos de las heridas de su abdomen.

—¿Ves? Eso te pasa por lento —le acusó Astrid.

Dagur le fulminó con la mirada y le dio un manotazo cuando intentó ayudarle a sentarse en la cama. La bruja se puso a contar hasta diez mientras le deshacía el nudo del vendaje con cuidado y en silencio. Por lo general, Astrid solía dar conversación a los pacientes cuando les hacía las curas para distraerles del dolor. Ella no era una gran conversadora, pero hablar de cosas tan banales como el tiempo o de los hijos había causado, no solo que los heridos llevaran mejor la situación, sino que además parecía estar ganándose la simpatía de la gente. Ahora se mostraban más confiados con ella y, con el paso de los días, se aventuraban a preguntarle cosas como «¿y tú qué tal estás?», «¿tú ya duermes? porque te pasas todo el día aquí metida», «hazme el favor de cuidarte tú también, Astrid» o, para su enorme vergüenza, «¿y qué tal con Hipo?». Es más, había algunos que habían demostrado cierta curiosidad por su magia y le suplicaban que les hicieran alguna muestra de su poder. La bruja terminaba cediendo un tanto incómoda, sobre todo porque se sentía como un dragón de feria, pero al realizar hechizos simples como hacer salir una flor de una vasija o elevar las cosas en el aire, despertaba un gran entusiasmo entre la gente del hospital y todo lo que causara buenas sensaciones entre aquellas personas era siempre bueno. Todo aquello había causado un cúmulo muy abrumador de emociones en Astrid. En sus tiempos como general y aprendiz de galena, Astrid nunca se había mostrado tan cercana y amable con nadie, sencillamente porque no le había salido hacerlo, por lo que le resultaba extraño que ahora naciera de ella como algo natural y que, hasta cierto punto, disfrutaba escuchando y hablando con todos aquellos humanos. Es más, era la única de todos los voluntarios que conocía los nombres de todas las personas que se encontraban allí y las afecciones que sufrían cada uno de ellos, lo cual le resultaba surrealista.

Casi no se reconocía a sí misma.

Sin embargo, Astrid seguía siendo Astrid, con su mal temperamento y su poca paciencia, por lo que en el caso de Dagur procuraba no hablar con él para no calentarse, pero el berserker era un bocazas que le encantaba sacarla de quicio.

—He oído que te ven mucho con ese Eret, hijo de Eret —Astrid no respondió, decidida a no caer en su juego—. Estaría bien que le dijeras a Hipo que te lo estás follando.

Dagur soltó grito cuando Astrid retiró el trozo de venda que le quedaba con muy poca delicadeza.

—De verdad, si quieres extender esos rumores para desprestigiarme tendrás que trabajártelo un poquito más —le advirtió Astrid mientras hacía una bola con las vendas sucias—. Hipo no se lo va a creer, sobre todo porque él pasa mucho más tiempo con Eret que yo.

Y era verdad. Eret formaba parte del equipo que estaba reconstruyendo el embarcadero del puerto y había sugerido a Hipo una serie de cambios para hacerlo más práctico y seguro. Por otra parte, Eret y algunos miembros de su tripulación se estaban haciendo cargo de los niños huérfanos que Drago había secuestrado, ya que estaban decididos a devolverlos a sus hogares tan pronto terminase la guerra y, por suerte, Eret tenía muy buena mano con ellos. Astrid e Hipo habían intentado, en medida de lo posible, ayudarles a integrarse en la aldea, pero el resentimiento hacia la gente de Drago era más que palpable entre los refugiados y tanto Eret como el resto de miembros de tripulación procuraban mantener las distancias. Por esa razón, tras saber por Hipo que Eret estaba al tanto de su magia y que había demostrado que él no tenía ni intenciones de soltar el secreto y solo deseaba ayudar, la pareja le había tendido la mano y habían empezado a labrar una peculiar amistad.

Dagur se apartó tan pronto Astrid acercó las gasas llenas de mejunje para tratar la infección y la bruja hizo una mueca.

—¿Cuántas veces te he dicho que es mucho peor cuando te pones así?

—¡Es que me haces daño! —rugió Dagur indignado.

—¿Y qué coño esperabas después de que te hubieran empalado como un cerdo? ¿Un puto masaje? —ladró Astrid.

Las personas de su alrededor observaban su rifirrafe con diversión. Astrid se preguntó si se reirían tanto una vez que hubiera lanzado un rayo sobre la cabeza de aquel imbécil.

—¡Pues podrías ser un poquito más delicada!

—Ambos sabemos que no lo soy, así que cierra la puta boca y déjame trabajar —musitó la bruja.

Dagur dijo algo por lo bajo que Astrid no llegó a oír, pero casi prefirió no hacerlo. Una vez que terminó de hacer las curas, la bruja volvió a vendar su abdomen con tal vez demasiada fuerza, pero Dagur se redujo a hacer muecas de dolor mientras musitaba maldiciones para sí mismo. El berserker volvió a rechazar su ayuda cuando quiso tumbarse de nuevo y, de mala gana, Astrid se puso a recoger sus cosas para continuar con su ronda.

—¿Dónde está tu familia? —preguntó Dagur de repente.

Astrid detuvo sus quehaceres y miró al vikingo desconcertada. ¿Acaso pretendía atacar ahora por ahí? ¿De verdad podía llegar a ser tan cruel?

—No me mires así —dijo el berserker con desgana—. Es simple curiosidad, nada más.

—No creo que sea asunto tuyo —replicó Astrid con sequedad.

—No, pero eso no quita que tenga curiosidad —insistió Dagur—. ¿A ti también te robaron como a Heather? ¿O te abandonaron como la perra malparida que eres?

Astrid apretó con tanta fuerza un frasco de cristal lleno de mejunje que el vidrio se quebró en su mano, haciéndola sangrar.

—¡Mierda! —exclamó la bruja furiosa.

—¡Mira que eres torpe! —se mofó el vikingo, satisfecho de haberla hecho enfadar por fin.

La bruja le ignoró. Se quitó los trozitos de cristal de la palma de su mano y empleó su magia para cerrar la herida. Por suerte, el corte había sido lo bastante superficial como para dejar cicatriz y solo le quedó una ligera rojez en su mano que desaparecía al cabo de unas horas. Dagur se rió a su lado con esa risa tan insoportable que solo le daban ganas de romperle la boca, pero Astrid sabía que eso era lo que precisamente buscaba de ella: provocarla, hacerla enfadar para que montara un numerito que demostrara que ella jamás estaría a la altura del hombre que ambos amaban.

Astrid se esforzó en terminar de recoger mientras recordaba un consejo que Hilda, su antigua tutora, le había dado cuando sufría acoso por parte de las demás brujas del aquelarre cuando era niña: no hay mayor desprecio que no dar aprecio. Astrid nunca había sido dada a seguir aquella clase de recomendaciones, pero esa en concreto le venía como anillo al dedo.

—¿Y bien? —insistió Dagur con impaciencia.

La bruja se volteó hacia el berserker con lentitud.

—Vuelveme a formular esa pregunta cuando realmente quieras saber su respuesta —dijo ella con suavidad.

Su contestación desconcertó al berserker, sobre todo por su tono calmado y poco reprochable. Astrid aprovechó su oportunidad para recoger las cosas que le faltaban y largarse de allí con paso ligero. Por suerte, Bocón se ubicaba en el otro extremo del Gran Salón, mucho más cerca del portón, donde el aire estaba menos cargado y se asomaban los cálidos rayos de sol de casi el mediodía. Bocón estaba sentado en su camastro, leyendo un libro que tenía apoyado sobre su regazo, aunque tan pronto la vio llegar se apresuró a cerrarlo y le regaló una sonrisa cansada, sin enseñarle su dentadura mal formada y Astrid le saludó procurando mostrar, sin mucho éxito, su mejor talante.

Cuando Bocón consiguió recuperarse de la infección y recobró por fin la consciencia, Hipo y él habían mantenido una larga conversación en la que le contó con detalle dónde habían estado y cómo se había desarrollado el último año lejos de casa. Cuando Estoico se presentó con Valka para comprobar su estado, Bocón casi se desmayó de la impresión, tal y como le había pasado a su mejor amigo días antes, pero aquello fue lo que le motivó para recuperarse a pasos agigantados. En realidad, si no fuera porque Astrid no confiaba en que fuera hacer el reposo que necesitaba para recuperarse del todo, ya le habría invitado a abandonar el hospital. Sin embargo, la mayor sorpresa de todas fue que Bocón mostró una actitud mucho más abierta y agradable con ella, olvidando las mentiras, los recelos y el resentimiento que ambos habían intercambiado en el pasado.

—¡Uy, qué carita traes! —señaló el herrero con diversión cuando la bruja dejó el cesto al pie de su cama—. ¿Dagur?

—¿Quién si no? —replicó ella con voz cansada mientras desanudaba el nudo de la venda que cubría su cabeza—. No me extraña que sea conocido como «el Desquiciado», saca de quicio a cualquiera.

Bocón se rió al mismo tiempo que Astrid terminaba de retirar la venda del todo. El aspecto de su herida lucía mucho mejor que hacía dos semanas, aunque le quedaría una cicatriz feísima de por vida. A Astrid le hubiera gustado ser capaz de recomponer parte de su oreja, pero ella no era una bruja sanadora y sus conocimientos de medicina reconstructiva eran muy limitados. No obstante, pese a su media sordera, Bocón le había quitado importancia al asunto diciendo que ya habiendo perdido una pierna, y un brazo, ¿qué más daba perder una oreja también? Es más, tenía planes para recomponer su dentadura con los mismos materiales que había usado con los dragones y, en sus ratos libres, Hipo y Heather habían hecho experimentos para buscar un metal ligero que fuera adecuado para la boca de un humano.

Mantuvo una conversación ligera y agradable con Bocón, quien le preguntó por cómo avanzaba la reconstrucción de Isla Mema y por el traslado de los refugiados. Se alegró mucho cuando le anunció que iban a traer a Gothi ese mismo día. También se preocupó por su estado físico y emocional, pero Astrid consiguió mover la conversación hacia temas más fáciles y cómodos de tratar para ella como eran Hipo o incluso la magia. No le gustaba hablar mucho de sí misma, sobre todo porque no deseaba que la tomaran por débil o frágil. Además, salvo los Jinetes, nadie sabía que ella era una Hofferson y había pedido que no se dijera nada al respecto hasta que ella estuviera preparada, aunque tenía sospechas de que Bocón lo sabía, probablemente porque Estoico se lo había contado. Astrid se esforzaba por verse segura y fuerte, aunque hubiera días que solo deseaba meterse en la cama, abrazarse al cuerpo caliente de Hipo y dormir durante días. Desafortunadamente, aquel era un lujo que no podían darse y el vínculo tampoco ayudaba. Apenas habían tenido tiempo para el contacto físico en las últimas semana y, salvo algún que otro beso apurado o una caricia en su mejilla, Astrid e Hipo no habían tenido ocasión ni tiempo para calmar el ansia por tocarse y la frustración sexual que claramente les estaba haciendo mella.

Astrid no era consciente de la hora que era hasta que Brusca volvió para cubrir su turno de la tarde. Se enfadó cuando le dijo que se había olvidado de almorzar y la arrastró hasta las cocinas para obligarla a comer algo. Hablaron de temas poco trascendentales hasta que una de las cocineras se acercó a su mesa con una sonrisita maliciosa.

—Oye Thorston, ¿es cierto lo que dicen?

Brusca frunció el ceño y Astrid sospechó de que fuera lo que fuera lo que se hubiera dicho no iba a ser bueno.

—¿El qué? —preguntó Brusca con desgana.

—Se cuenta por ahí que viviste un truculento amorío con Mocoso Jorgenson que pudo haber acabado con un bombo.

Su amiga palideció al instante de oír eso y se escucharon varias risas crueles en las cocina. Astrid se levantó con tal brusquedad que la cocinera no tuvo tiempo a reaccionar cuando cogió de su brazo con tal violencia que seguramente le dejaría hematomas. Sintió un ligero y familiar hormigueo en sus dedos que la animó a relajar su cuerpo y su mente. Las imágenes aparecieron fluidamente ante sus ojos y, en pocos segundos, Astrid encontró lo que estaba buscando.

—Vaya, vaya, con que té de luna... —comentó Astrid en voz muy alta para asegurarse de que todas la oyeran. La cocinera palideció como un cadáver—. Supongo que sería un problema que la esposa de tu amante supiera que te follas al holgazán de su marido mientras ella se desloma limpiando pescado para los refugiados.

—No… no es verdad, no… no puedes saber eso —balbuceó la cocinera muy alterada.

La cocinera era más bajita que ella, por lo que tuvo que inclinarse para mirarla directamente a los ojos.

—¿Estás segura? Isla Mema es una isla muy pequeña, supongo que todas las presentes conocer a Gri…

—¡No! —chilló la cocinera—. ¡No lo digas! ¡Lo siento mucho, solo era una broma! No quería…

Astrid sacudió a la cocinera del brazo.

—¿Quién te ha contado ese rumor? —preguntó la bruja con voz envenenada.

—¡Solo lo oí de pasada! —se defendió la cocinera con lágrimas en los ojos.

—¿Dónde y a quién se lo oíste decir? —insistió la bruja retorciendo ligeramente su muñeca.

La cocinera chilló de dolor aunque Astrid sabía que estaba exagerando porque apenas estaba empleando fuerza. Brusca se había levantado y había sujetado de su hombro para suplicarle que por favor parara.

—¡A Mocoso! —chilló la cocinera llorando—. ¡Me lo contó esta mañana cuando fui a llevarle el desayuno!

La bruja tuvo que contenerse para no salir disparada a darle una paliza a ese cabrón, pero sabía que tanto ella como Hipo tenían terminantemente prohibido la entrada a la prisión. Se había decidido aislar allí a las personas presas del hechizo de Le Fey, puesto que tras la batalla se habían tornado especialmente violentas, sobre todo cuando alguno de ellos dos andaban cerca.

Había sido irremediable que Mocoso hubiera acabado encerrado allí. Tampoco se había opuesto nadie a dicha decisión, es más, si no lo habían ejecutado había sido por la intervención de la propia Astrid. Irónico, ¿verdad? Ella jamás se había fiado de Mocoso y, tras haber sido descubierto por la guardia de Ingrid Gormdsen y se hubiera dado la alarma por su culpa, no le hubiera podido importar menos su destino. Sin embargo, nadie hubiera esperado que las acciones de Mocoso Jorgenson pudieran ir a peor, pero fue esa manera por la que Astrid logró entenderlo todo.

Los gemelos habían necesitado la ayuda de dos hombres fornidos para arrastrarlo hasta la casa de los Haddock y ni siquiera lo metieron dentro porque estaba hasta arriba de mierda por haber estado oculto en la letrina de Ingrid Gormdsen. Casualmente, Hipo no estaba en ese momento allí porque había llevado a su madre hasta los establos para evaluar cómo iban albergar a tantos dragones en la isla. Astrid, quien ya había empezado a dar instrucciones para montar el hospital de campaña, se había quedado con Estoico para terminar de darle los puntos en la cabeza. El Jefe arrugó la nariz para no oler la peste que emanaba su sobrino y tuvo que esforzarse en no vomitar cuando le formuló una serie de preguntas formales y suaves que Mocoso se negó a responder.

—¡Míranos a la cara, cobarde! —intervino Astrid furiosa ante su silencio—. ¡Admite al menos que fue por tu culpa que sonó la alarma!

Mocoso no se movió y Astrid, cegada por la ira, hizo un gesto con su mano que le obligó a levantar el cuello. Mocoso Jorgenson tenía la cara cubierta de mierda y lágrimas, pero Astrid no sintió el más mínimo atisbo de compasión por él.

—¿Has visto los cadáveres de hombres, mujeres y dragones que hay por las calles, Mocoso? Tus manos están manchadas con su sangre. ¿Por qué coño abandonaste tu puesto? —Mocoso no respondió— ¡Contesta!

—Quería recuperar esta espada —respondió Brusca por él tendiendole una espada sucia de heces y con aspecto de ser poco funcional—. Era de su padre.

Astrid miró a su amiga sin dar crédito a lo que estaba escuchando. Se volteó hacia Mocoso, quien había vuelto a bajar la mirada a sus pies.

—¿Has hecho todo esto porque querías… recuperar una espada que ni sirve para luchar? —Astrid se la arrebató a Brusca de las manos y la contempló asqueada—. Esto tiene que ser una puta broma.

Estoico se acercó para contemplar la espada de cerca.

—Patón ni siquiera la usaba porque era muy incómoda para luchar, ¿por qué…?

—¡Porque era la espada de mi familia! —rugió Mocoso intentando zafarse del agarre de los hombres—. ¡La familia que vosotros me arrebatasteis!

De no haber estado tan enfadada, quizás Astrid hubiera podido detectar el extraño atisbo en los ojos de Mocoso, pero estaba más preocupada por mantener a raya la magia que le suplicaba a gritos que la dejara salir para destrozarlo. La espada resbaló de entre sus dedos, cayendo sobre la hierba en un golpe seco y casi silencioso, y se limpió la mano en su pantalón, convencida de que luego tendría que lavársela hasta que se le quedara en carne viva para quitarse aquel pestilente olor de su piel. Se giró sobre sus propios pies, decidida a dejar todo aquello a manos de los humanos porque, si dejaban que Astrid tomara una decisión sobre su destino, ella misma le mataría con sus propias manos y Mocoso no dejaba de ser sobrino del Jefe de Isla Mema y primo carnal de su heredero.

Quizás se debiera al dolor de cabeza que la estaba torturando desde hacía rato, o puede que al cansancio acumulado por las peleas con Drago o Thuggory y la falta sueño o la tensión que se acumulaba en sus cervicales por todo el trabajo que se le estaba acumulando a medida que pasaban los minutos, pero Astrid lo vio venir demasiado tarde. Es más, no se dio la vuelta cuando escuchó el grito de Brusca o cuando detectó el movimiento fugaz de su espalda, sino cuando Mocoso estaba a poco menos de un metro de ella con la espada de su padre en alto decidido a clavársela. No podía evadir el ataque, pero la magia de Astrid ya estaba reaccionando para contraatacar y matarlo cuando el filo de otra espada la sorprendió interponiéndose entre ella y Mocoso. El choque del acero contra el acero le dio dentera y el cuerpo de Astrid temblaba, no por miedo, sino porque su magia anhelaba por salir en un instinto de protegerla. La bruja sintió la magia de Hipo removerse furiosa a su lado, aunque él parecía estar en sus perfectos cabales y, si las miradas pudieran matar, su novio ya habría fulminado a su primo. La bruja supuso que o bien él o bien su madre habían sufrido alguna visión que les había advertido de lo que iba a suceder y dio gracias a que su novio hubiera reaccionado a tiempo. Tras todas las situaciones de muerte casi segura por las que habían pasado, haber muerto a manos de Mocoso Jorgenson habría resultado humillante, aunque estaba segura de que si Hipo no hubiera intervenido a tiempo, Astrid habría matado a Mocoso casi sin quererlo.

Sin embargo, fue en ese momento, en el que solo trascurrieron unos míseros segundos desde que Mocoso se había liberado hasta que Hipo había evitado su asesinato, cuando Astrid lo vio. Resultaba casi imperceptible en las irises azules de Mocoso, pero ahí estaba. El resquicio de Le Fey, la magia que se adentraba hasta lo más profundo de las mentes de sus víctimas como un veneno y las impulsaban a sacar lo peor de sí mismas. Mocoso había estado todo ese tiempo bajo el dominio de Le Fey y todos, pensando de que su actitud de mierda se había debido a un duelo tóxico y fatalmente llevado, ni siquiera se habían planteado la sola posibilidad de que Mocoso había estado esperando el momento preciso para matarla. Le Fey había aprovechado su dolor y su vulnerabilidad para implantar una semilla en la profundidad de su mente para que así labrara sus raíces y se extendiera peligrosamente hasta que llegara su ocasión de actuar.

Astrid volvió en sí misma cuando Estoico y los otros dos hombres se habían abalanzado sobre Mocoso. El Jefe era perfectamente consciente de que si la mataba a ella, su hijo moriría también, y parecía tener toda la intención de romperle el cuello cuando la bruja gritó:

—¡Ya basta! ¡Deteneos! ¡Es inocente!

No fue fácil convencerlos de sus sospechas, sobre todo porque resultaba extraño que Mocoso no hubiera intentado matarlos antes cuando le había sobrado oportunidades para hacerlo. Astrid justificó que, probablemente, Le Fey lo había usado para quebrar la unidad de los Jinetes, ya que fue Mocoso siempre había sido el que más problemas había causado con diferencia de todos ellos. Había convencido a Chusco para que se enganchara a las setas alucinógenas tras escapar de Isla Mema, había cuestionado cada decisión de Brusca por encontrarlos, había intentado poner en duda la autoridad de Astrid desde que había tomado las riendas del entrenamiento y había sido un grano para el culo de la Resistencia desde el minuto uno. Por supuesto, toda la parafernalia de la espada no había sido más que una treta de la mente corrupta de Mocoso para dejarse ver y que así dieran la alarma. Que hubiera intentado matarla no había sido nada más que un último recurso escondido bajo la manga de Le Fey para matarla y, por suerte, había salido mal. Estoico dio orden de meter a Mocoso en prisión y no había vuelto a salir desde entonces, pero su lengua se había vuelto viperina y, por supuesto, no sentía remordimientos por contar oscuros que su yo cuerdo jamás hubiera contado si hubiera estado en sus cabales.

Astrid terminó soltando a la cocinera y ésta cayó sobre sus rodillas acunando su muñeca, aunque enseguida salió disparada de la cocina llorando a lágrima viva. El resto de cocineras volvieron rápidamente a sus tareas, evadiendo los ojos furtivos de Astrid.

—Te has pasado un poco —le acusó Brusca en voz baja.

—¡Si ni siquiera le he hecho daño! —se defendió Astrid.

Brusca le lanzó una mirada de circunstancias.

—¿Cómo sabías lo del amante? —preguntó la vikinga con inevitable curiosidad.

—Rumores —respondió ella con sequedad.

—No te había tomado como una persona que atendiera a rumores y cotilleos.

Astrid se mordió el labio. Aún no comprendía bien cómo había empezado, pero el poder que había heredado de Eyra se había presentado en ella de una manera tan fluida y natural que ahora tenía una facilidad casi extraordinaria para utilizarlo. Podía rebuscar en los recuerdos de las personas hasta encontrar sus más profundos secretos y acudía a su llamada siempre y cuando estuviera en contacto con la persona. Tenía la sensación de que una parte perezosa de su mente se hubiera despertado por fin y ahora podía ver y conocer la historias de las personas en imágenes nítidas de su mente con solo tocarlas. La repentina e intensa manifestación de aquel poder la había dejado muy confundida, pero Hipo se atrevió a teorizar al respecto:

—En las últimas semanas has intentado forzar a tu poder y no te ha salido bien. Quizás, ahora que estás focalizada en otras cosas y no le estás dando tantas vueltas, te sale de una forma tan natural e inconsciente. Tú siempre me lo has dicho: la magia trata de estar en control y relajado.

—Estoy de todo menos relajada —advirtió Astrid.

—Sí, pero es obvio que has estado tan concentrada en salvar vidas que no has tenido ni tiempo para pensar en otra cosa que no fuera eso.

Y era verdad. Astrid había sufrido muchísima ansiedad los días previos a la batalla, temerosa de que aquello pudiera ser el fin, pero había sobrevivido y se había preocupado de que el resto de Mema lo hiciera también. Además, a pesar de que estaba muy inquieta por desconocer qué pasos iba dar Le Fey a raíz de todo aquello, había decidido marcarse sus prioridades y la reina, por el momento, no se encontraba en las primeras líneas de su lista de preocupaciones.

A media tarde, a la vista de que no la necesitaban en el hospital, Astrid se retiró para buscar a Hipo. Lo encontró trabajando solo en la herrería, en su espacio donde tantas veces le había visto trabajar, sudando, lleno de hollín y con el pelo medio recogido en un pequeño moño, aunque algunos mechones caían sobre sus ojos. Tan concentrado estaba en su tarea que no reparó en su presencia hasta que Astrid acarició la piel descubierta de su nuca. Hipo dio un pequeño bote ante el cosquilleo causado por su piel templada y el vínculo, pero enseguida le regaló una sonrisa cansada.

—Me sorprende verte por aquí —señaló su novio antes de volver a enfocarse en su tarea—. ¿Te han echado del Gran Salón o qué?

Astrid no pudo contener una carcajada.

—Me apetecía verte —confesó ella.

Hipo alzó la mirada con un brillo familiar en sus ojos.

—¿Ah sí? Y yo que pensaba que te habías casado con tu nuevo trabajo —se burló sin un ápice de malicia.

—¡Mira quien fue a hablar! —exclamó ella con falsa indignación.

Su novio se rió y se levantó para darle un pico en los labios, pero Astrid fue espabilada y se adueñó de su boca a la vez que rodeaba su cintura con sus piernas para pegar su cuerpo contra el suyo. Hipo jadeó sorprendido, pero no dudó en seguir el ritmo. Él enseguida rompió el beso y bajó su boca para succionar la piel sensible de su cuello a la vez que su apretó uno de sus senos con su mano izquierda. Astrid suspiró feliz. Apenas habían tenido un momento de intimidad desde su cumpleaños y resultaba desesperante no haber podido encontrar un solo momento a solas en la que ambos pudieran calmar sus frustraciones y necesidades físicas.

—Deberíamos parar —murmuró Hipo antes de morder el lóbulo de su oreja.

—Si te paras, te mato —le advirtió ella ahogando un gemido.

—Podría entrar cualquiera.

—¿Y te crees que eso me importa? —cuestionó ella antes de reclamar su boca.

Sus manos bajaron rápidamente a su cinturón y, tan pronto se deslizaron sus pantalones por sus firmes muslos, acarició su dura erección. Hipo soltó un sonoro gemido que ella procuró acallar domando de nuevo sus labios, pero no pudo contener su propio grito cuando Hipo le arrancó los leggins por la excitación que le tenía dominado. Acarició con sus largos y cálidos dedos sus labios inferiores, empapados por la lujuria y clavó sus uñas en los hombros de su amante cuando acarició su hinchada perla. La tensión porque alguien pudiera aparecer en cualquier momento y la falta de sexo desde hacía días apremió a ambos a actuar más rápido de lo habitual. Siempre les habían gustado los juegos previos, pero estaban impulsados por un deseo y un ansia que les causaba dolor físico. Hipo la penetró de una sola estocada y la empujó contra la mesa mientras sostenía su cintura con tal fuerza que era probable que le dejara algún que otro moretón. Astrid, por su parte, se tumbó sobre la mesa y alzó su cadera tras enredar sus piernas alrededor de la suya para facilitarle el acceso. Ambos se movían rápido, impacientes porque hubiera una mayor fricción que les ayudara a llegar al orgasmo cuanto antes. En algún punto, Hipo se inclinó para volver a besarla y ella le respondió con hambre, enredando sus dedos en sus cabellos cobrizos y arqueando su espalda para sentir su cuerpo ardiente contra el suyo. Fue entonces cuando empezó a sentir una tensión en su bajo vientre. Hipo tiró del vínculo con tal violencia que Astrid casi perdió la consciencia del orgasmo que la golpeó desde los dedos de sus pies hasta la coronilla. Hipo continuó penetrándola con rapidez hasta que, no mucho tiempo después, se corrió dentro de ella y dejó caer su cuerpo sobre el suyo, posando su cabeza contra su pecho. Astrid casi no podía ni moverse y aún temblaba por el orgasmo, pero no escondió una sonrisa de satisfacción en sus labios. La sensación de tensión y cansancio mental que había acumulado durante todos los últimas semanas se habían reducido de nuevo a unos niveles soportables y no paraba de pensar cuán afortunada era por tener a un amante tan sobresaliente como Hipo. El vikingo alzó la mirada hacia ella y sonrió perezosamente antes de besarla, primero en su mandíbula y después en sus labios. Un beso lento, húmedo y cálido, de los que solían compartir siempre en el poscoito. Astrid se hubiera quedado más tiempo así si no fuera porque, de repente, escucharon voces entrando en la herrería y ambos tuvieron que apartarse con rapidez y arreglárselas como mejor pudieron antes de que Heather y Camicazi entraran en el espacio de trabajo de Hipo.

Heather frunció el ceño tan pronto la vio sentada con las piernas cruzadas sobre la mesa, pero Camicazi sencillamente la saludó, aparentemente sin sospechar que hacía apenas un minuto Hipo había tenido su miembro dentro de ella. Camicazi informó a Hipo sobre un problema con el estado de los almacenes suministros y se pusieron a discutir diferentes soluciones mientras que Heather se sentó a su lado para hablarle en la lengua de las brujas.

—No sabía que fueras de esas que les gusta follar en lugares públicos —susurró la bruja con cierto tono de mofa.

Astrid le lanzó una mirada de circunstancias.

—¿Qué? —replicó Heather—. Esas cosas se notan, Astrid, y más si eres tú, solo hay verte. Estás ruborizada y sudando.

—Es que hace calor —se defendió la rubia de mala gana—, y más si estás aquí metida.

Heather sonrió con picardía.

—Hay que ver lo modosita que eres cuando quieres —señaló la bruja, aunque su expresión cambió enseguida a una más seria—. ¿Cómo está Dagur?

Astrid tuvo que esforzarse por no hacer una mueca de disgusto ante la mención del berserker.

—Evoluciona bien, seguramente podrá salir de la cama en un par de semanas.

Heather asintió con aire pensativo.

—Anda, suéltalo —le animó Astrid con aire resignado.

—¿El qué? —cuestionó Heather confundida.

—Lo que sea que se te está pasando por la cabeza —matizó Astrid—. Te conozco lo bastante como para saber cuándo quieres decir algo y no te atreves a soltarlo.

Heather hundió los hombros.

—Tengo miedo, Astrid.

—Bien, me alegra saberlo, el miedo despierta los sentidos y te pone en guardia —le advirtió la bruja.

Heather puso los ojos en blanco.

—¡Ya sabes a lo que me refiero! —insistió ella—. No sabemos nada de Le Fey ni tampoco hemos tenido noticias de tus amiguitas de los otros aquelarres, ¿qué pasará cuando contraataque? Ahora hay demasiado que perder y me parece absurdo que perdamos el tiempo atendiendo heridos y reconstruyendo una aldea cuando lo que deberíamos hacer es reagruparnos y atacar.

Astrid alzó una ceja y miró a Hipo y Camicazi, quienes discutían intensamente sobre una cuestión en la que parecían estar en total desacuerdo.

—La Resistencia no está en situación para organizar ningún ataque, Heather —argumentó Astrid con cansancio—. Y Le Fey no atacará todavía.

—¿Cómo estás tan segura de ello?

—Porque, por irónico que suene, la conozco mejor que nadie —respondió Astrid—. Le Fey nos hará saber a todos cuándo atacará, montará una escena y un espectáculo para que todo el Archipiélago sepa que es ella la que tiene el control. Si no ha atacado todavía es porque está igual o peor que nosotros.

—¡Entonces deberíamos atacar aprovechando su estado de debilidad!

—No —dijo Astrid tajante—. Le Fey es aún más peligrosa e impredecible cuando no se expone y, además, no sabemos dónde se esconde. No voy a arriesgar la vida de nadie por una misión suicida y estamos todos necesitados de recuperar fuerzas.

—Pero…

Astrid posó su mano sobre su hombro con la vaga esperanza de que eso ayudara a calmar la ansiedad de su amiga.

—Sé que estás preocupada por Dagur, pero ahora mismo es inútil que quieras impulsar esto —advirtió Astrid con cautela—. Nos guste o no, necesitaremos la ayuda de las brujas del Nakk para lanzar una ofensiva y, de momento, ellas también tienen que recuperarse del ataque contra nuestro aquelarre.

Astrid reconoció un brillo acusatorio en los ojos de Heather. No podía culparla, pues ella se sentía inevitablemente culpable por haber expuesto a las brujas de su antiguo aquelarre al ataque de las del Nakk, pero Astrid no podía protegerlas en contra de sus propios intereses y tenía que recordarse a sí misma que ellas ya no eran su responsabilidad. Por no mencionar que el aquelarre jamás se había merecido toda la lealtad y protección que ella les había proporcionado y, aún así, una parte de sí misma seguía reprendiendo su supuesta traición.

—¿Va todo bien, chicas? Estáis muy serias de repente —preguntó Camicazi al verlas tan tensas y calladas.

Heather y Astrid intercambiaron las miradas, conscientes de que no podían hablar ni siquiera entre ellas de un tema tan complejo y tan difícil de explicar. Nadie que no hubiera pertenecido a un aquelarre comprendía el lazo que una bruja tenía con su aquelarre y, aunque ambas hubieran sido expulsadas de forma cruel e injusta, era imposible borrar del todo el lazo que les había unido al aquelarre de Le Fey. Ambas brujas argumentaron que simplemente estaban agotadas y que tendrían que retirarse pronto, aunque Hipo no apartó sus ojos de Astrid, probablemente porque había escuchado toda la conversación a la vez que conversaba con Camicazi. A Astrid le resultaba increíble la capacidad de su novio de prestar atención a veinte cosas a la vez y no morir en el intento.

—Por cierto, Astrid, se me había olvidado comentarte que Gothi ya está en su casa —dijo Camicazi mientras recogía los planos que había estado enseñando a Hipo—. ¿Me imagino que querrás verla?

—Sí, ahora mismo voy —respondió Astrid bajándose de la mesa.

—Voy contigo —se ofreció Hipo.

—No hace falta, puedo ir sola —replicó la bruja.

—Ya sé que puedes ir sola —dijo Hipo con cierta impaciencia—, pero eso no quita que quiera ir contigo.

Astrid sabía que no iba a cambiar de parecer. Después de todo, a Hipo no le ganaba nadie a cabezón y, honestamente, en el fondo agradecía que quisiera acompañarla. Atravesaron la aldea dados de la mano, ajenos a las miradas curiosas o desaprobatorias a las que ya tan acostumbrados estaban de los refugiados y residentes de Isla Mema, y subieron juntos por la colina hasta la casita que durante muchos meses fue su escondite y el único lugar donde pudieron expresar libremente su amor y su pasión. Fue descorazonador ver a una Gothi tan pequeñita y demacrada, sobre todo porque su sueño parecía intranquilo a pesar de que Astrid había conseguido romper una parte de la maldición que había estado consumiendo su vida. Valka estaba allí y se ofreció a pasar esa primera noche con Gothi, pero Astrid le aseguró que no sería necesario. Gothi era la tía carnal de Eyra, por tanto era su responsabilidad hacerse cargo de la anciana. Hipo le prometió que la acompañaría a pasar esa noche y terminó marchándose con su madre cuando Astrid les pidió un tiempo a solas con ella. Tras estar un rato contemplando la respiración acompasada de la anciana y contar las arruguitas de su cara, decidió hacer algo de provecho. Abrió de par en par las ventanas de toda la casa para que la casa se ventilara después de permanecer tanto tiempo cerrada y, por raro que resultara, se puso a limpiar como si no hubiera un mañana.

Fue una buena forma para paliar su ansiedad y sus malos pensamientos. Ella jamás había sido una mujer dada a las tareas del hogar y probablemente no llegaría a serlo nunca, pero encontró un buen desahogo en quitar el polvo, limpiar los cristales y ordenar el caos que Gothi había dejado en la casa antes de huir de Isla Mema. Entrada la noche, Hipo regresó cargado con dos cuencos llenos de pollo y verduras asadas y se la encontró arrodillada en el suelo frotando la madera con esmero.

—Veo que has estado entretenida —observó Hipo desconcertado—. ¿Quieres que te ayude?

—No, dame diez minutos que acabo enseguida.

Hipo ignoró su sugerencia y cogió un trapo limpio para arrodillarse junto a ella. Astrid le dio un beso en la comisura de la boca e intercambiaron sonrisas confidentes antes de volver con su tarea. Sin embargo, a los pocos minutos, escuchó un golpeteo a su espalda y se volteó para ver que Hipo estaba dando golpecitos en la madera del suelo con sus nudillos.

—¿No ibas a ayudarme? —preguntó ella molesta, pero al ver a su novio con el ceño fruncido supo que algo no iba bien—. ¿Qué pasa?

—¿No lo oyes? —Hipo volvió a golpear sobre la madera—. Está hueco.

Astrid alzó las cejas y golpeó el tablero que estaba junto a ella. El sonido era definitivamente distinto, el habitual de la madera construida sobre tierra. Astrid jamás había reparado que el sonido de su pisada se sentía distinto, seguramente porque aquella era la zona donde siempre había estado ubicada la mesa del comedor, el cual había movido antes para limpiar el suelo como era debido. La pareja intercambió una mirada cómplice antes de que Hipo corriera a buscar algo que le sirviera como palanca para quitar los clavos. Tras un rato de forcejeo, consiguieron retirar el tablero y ambos jadearon al encontrar algo allí dentro. El baúl estaba tallado con ornamentos que debían pertenecer a una familia que ni ella ni Hipo reconocieron y era pesado para su mediano tamaño. Intentaron abrirlo, pero parecía estar cerrado con una llave con la que no contaban.

—Abrirlo no debería ser demasiado difícil —comentó Hipo estudiando la cerradura.

Astrid no dudaba que para su novio abrir aquel baúl debería ser un juego de niños, pero se preguntó si no estaría cerrado a cal y canto precisamente porque Gothi no quería que nadie viera su contenido. Astrid pasó los dedos por los tallados de madera e inconscientemente dejó que su poder fluyera a través de ella, pero tan pronto le vinieron las imágenes de la dueña de aquel baúl se apartó nerviosa. Hipo cogió de su mano temblorosa y la obligó a que le mirase.

—¿Sabes de quién es?

—Es… es de Eyra.

Hipo no parecía sorprendido. Acarició el dorso de su mano y respiró profundamente antes de preguntar:

—¿Qué quieres hacer? Podemos guardarlo y esperar a que estés lista.

Ella le contempló unos segundos, insegura de qué hacer. ¿Y si lo que encontraba no le gustaba? ¿Y si ahí dentro había alguna prueba que demostraba que sus padres no la habían querido nunca? ¿Y si… y si aquella era la clave para descubrir lo que realmente sucedió la noche en la que ellos murieron? Sintió una náusea. Llevaba mucho tiempo queriendo conocer la verdad, pero ahora que la tenía al alcance de su mano… ¿realmente quería saberla?

—¿Astrid?

Los ojos de la bruja buscaron sus bellas orbes verdes que la estudiaban preocupadas y tristes. Ella subió su mano para acariciar su mentón que estaba cubierto por un ligero rastro de barba que no se había afeitado ese día.

—¿Te quedarás conmigo?

Él posó su mano sobre la suya.

—Siempre.

Con un solo chasquido de sus dedos, el cerrojo al baúl se abrió solo y, con sumo cuidado, abrieron la tapa. Se quedaron tan sorprendidos como desconcertados por el contenido del cofre. Habían varios cuadernos, uno de ellos estaba repleto de textos y dibujos de plantas y flores, como si fuera una especie de herbario. Otros tenían simples escritos que parecían cuentos y pensamientos. Astrid contuvo la respiración al caer que todo aquello debían ser todos aquellos textos con los que Eyra parecía haber estado trabajando en sus visiones. Aquella era la letra de Eyra Hofferson, la letra de su madre. En algunos de sus escritos, la caligrafía era sinuosa y torpe, como si le costara mucho escribir, pero en otros se veía un trazo seguro, seco e incluso acelerado.

Sacaron también muchos trozos de pergamino doblados, escritos de arriba abajo. Algunos eran poemas escritos con una letra bonita y cuidada y Astrid soltó una exclamación cuando en, uno de esos poemas, encontró una pequeña nota al pie firmada que rezaba:

"He transcrito este poema que he encontrado en un libro en la casa del Jefe de los Dentudos. He pensado que te podría gustar, aunque es un poco ostentoso para mi gusto. Me gustaría mucho que compartiéramos pareceres cuando vuelva a casa dentro de dos semanas, quizás incluso ya esté allí para cuando recibas esta carta. Si es así, ya sabes donde encontrarme. Espero que estés bien y que no te estés metiendo en líos, Andersen. Con cariño, E."

—Vaya, vaya —señaló Hipo divertido—. ¡Así que tu padre enviaba poemas a tu madre!

Astrid sintió un ligero rubor en sus mejillas, pero no pudo evitar cierto cosquilleo de excitación en su estómago. Aquella no era una carta de amor y, como bien había señalado Erland, aquel poema en concreto era una alegoría a la primavera que resultaba demasiado petulante. Sin embargo, había afecto en las palabras de la nota, quizás para entonces ya hubiera cierto romance entre ellos o puede que solo compartieran una amistad puramente platónica. Fuera lo que fuera, le gustó tener aquel pergamino que muchos años antes había estado en manos de su padre quien, a su vez, pensaba en su madre mientras escribía en él. ¿Cómo habría reaccionado Eyra? Quizás se hubiera reído por la ridiculez del poema, quizás se habría abrazado a aquel trozo de papel mientras suspiraba por un amor que ella pensaría que no era correspondido. Astrid estaba releyendo una vez más la nota de Erland cuando Hipo sacó del fondo del baúl una bolsa de terciopelo donde estaban guardados dos medallones, uno con un martillo tallado en oro y otro, mucho menos ostentoso y simple, con un símbolo del nudo escudo tallado en el metal.

—¿Qué son? —preguntó ella confundida.

—Son medallones de compromiso —explicó Hipo repasando con sus dedos el tallaje de ambos medallones—. Ahora ya no es tan común, pero en la época de nuestros padres era habitual intercambiar estos medallones como símbolo del compromiso.

—¿Y por qué uno es de oro y otro es de metal?

—¡Ah! Me imagino que el del martillo será el que tu padre regaló a tu madre, supongo que el martillo de Thor era un símbolo que los Hofferson usaban como escudo familiar.

Astrid abrió mucho los ojos.

—¿Tú crees?

Hipo asintió.

—Piensa que los Hofferson eran una familia muy adinerada, poderosa y muy reputada en la aldea, podían darse el lujo de llevar el martillo de Thor como símbolo familiar —argumentó Hipo—. Tendría sentido que tu padre le regalara esto a tu madre, mientras que este —alzó su mano con el medallón más sobrio—. Este es más humilde y el símbolo del nudo escudo es una simple marca de protección, probablemente porque tu madre era huérfana y no contaba con dote. De todas formas, podemos preguntar a mis padres si quieres, seguro que…

—No —le cortó Astrid con suavidad—. Creo… creo que tengo un plan mejor, pero… no… no sé qué va a suceder.

Hipo la observó intrigado durante unos segundos hasta que pareció comprender de qué estaba hablando.

—¿Crees que puedes usar tu poder para saber lo que pasó?

Astrid asintió titubeante y metió sus manos en el baúl para sacar lo que parecía ser una muñeca de trapo sucia y muy desgastada.

—Este baúl recoge la vida entera de Eyra. Creo… creo que puedo hacerlo, pero tengo miedo —admitió Astrid nerviosa.

—¿Por qué? —preguntó Hipo angustiado.

—¿Y si… y si realmente Asta consiguió su objetivo? ¿Y si… y si realmente acordaron todos en entregarme a Le Fey?

Hipo la contempló muy serio y la bruja se mordió el labio, incapaz de contener las lágrimas por más tiempo. El vikingo rodeó sus hombros con su brazos y apoyó su cabeza contra la suya. El calor que emanaba su cuerpo le resultó reconfortante a pesar del calor sofocante que hacía en la casa de Gothi.

—Si fuera el caso, que sinceramente lo dudo, estaré aquí para ti, Astrid —le prometió él—. Llevas demasiado tiempo buscando la verdad sobre tus padres. Si decides no usar tu poder, vivirás con la incertidumbre toda la vida, pero si lo haces y resulta que tus miedos son la verdad… entonces, por muy duro que sea al principio, al menos sabrás por qué pasó y podrás pasar página.

Hipo limpió sus lágrimas con los dedos y ella ahogó un sollozo antes de apartarse y meter todo de nuevo al baúl.

—No puedo hacer esto sola —murmuró ella nerviosa.

—Me quedaré contigo todo el tiempo que necesites —dijo Hipo besándola en la sien.

Astrid cerró todas las ventanas de la casa de Gothi y echó la llave para asegurarse de que nadie entrara mientras ella se encontraba en su estado de trance. Revisó a Gothi una última vez antes de coger el baúl de Eyra y subir con Hipo a su antigua habitación. Astrid había limpiado su viejo cuarto de arriba abajo y su cama estaba desnuda de sábanas. Se sentaron sobre el colchón de paja y dejaron el baúl entre ellos dos. Hipo esperó pacientemente a que ella se preparara, pero a Astrid le estaba costando un triunfo mantenerse calmada.

—¿Y si… y si lo vieras todo conmigo?

Hipo alzó las cejas.

—¿Cómo?

—Quizás… creo que puedo hacer que los dos nos sumerjamos en la visión, no lo he hecho nunca, así que no sé qué puede pasar.

—¿Pero estás segura de que quieres que lo vea todo yo también? ¿No prefieres hacerlo en privado?

—No hay secretos entre nosotros, Hipo —argumentó Astrid convencida—. No quiero estar sola cuando… cuando… ya sabes.

Era probable que si su poder le permitiera hacer una retrospectiva de la vida de Eyra, también llegaría a la parte de su muerte. Anhelaba conocer lo que verdaderamente había sucedido durante aquella fatídica noche, pero también se sentía aterrada por lo que podría encontrarse en su visión. Hipo cogió de sus manos con suavidad y le regaló una sonrisa tan cálida y tan suya que consiguió calmarla. Lo amaba con todo su ser y estaba tan contenta de tenerlo a su lado, de que ambos hubieran sobrevivido a la última batalla, que no paraba de dar las gracias a los dioses por ello.

Astrid guió su mano hasta la tapa del baúl y le pidió que cerrara los ojos con ella. Escuchó la respiración de Hipo, lenta y tranquila, su olor a jabón y un atisbo de humo por haber vuelto a pasar por la herrería antes de volver a casa de Gothi y, por supuesto, su magia vibraba en sintonía con la suya gracias al vínculo y la compenetración que ambos habían construido desde hacía tantísimos meses. El cuerpo de Hipo se relajó con el suyo cuando aquel poder, tan extraño como familiar, se manifestó como un pequeño trazo de luz solar que se extendía de sus manos hasta el resto de su cuerpo. Poco a poco, ambos cayeron en la más profunda y remota oscuridad, similar a cuando caían rendidos al sueño todas las noches.

Fue entonces cuando apareció la luz y ambos se fundieron en ella hacia un destino incierto.

Xx.