¡Buenos días a todos! Estoy de vuelta con la continuación. Hoy empieza una parte de la historia que va a cambiar un poco del ambiente de Tokyo y del mundo digital, espero que os guste.
Luisangel°camachohernandez: ¡muchas gracias por tu última review! Estoy contenta que te haya gustado la manera de la cual retraté a Joe, me parecía que podía ser una reacción plausible de su parte, además de darle un leve tono cómico que este personaje suele tener. Y Mimi, como siempre, le ayuda a tranquilizarse, es un dúo de amigos que funciona muy bien a mi modo de ver. Y Ken, sí, el pobre todavía tiene remordimientos, desgraciadamente son cosas que no creo que se pueda olvidar fácilmente. Me hace muy feliz que te haya gustado la parte con Agumon, me parecía interesante mostrar como no solo los Elegidos han madurado, sino también sus compañeros digimons. En cuanto a Taichi, para mí un buen líder es el que guía, apoya a sus compañeros sin obligarlos a nada, y creo que a este nivel de la historia Taichi ha adquirido suficientemente madurez para actuar así.
¡Buena lectura!
Capítulo 50
– A ver Agente Nishijima, repíteme eso para que esté seguro de que lo he entendido bien, dijo el Sr. Mochizuki.
Cuando salió el sol, el profesor había ido a la oficina del director para hablar con el Sr. Tagaya y el Sr. Mochizuki. Les expuso el plan elaborado por Taichi y sus amigos y les explicó que querían viajar a la isla Yonaguni para intentar encontrar la calcorita que alimentaba el mundo digital y protegerla de un posible ataque de Yggdrasil.
– Sí, su decisión es lógica, asintió el director.
– Pero no tienen el dinero para financiar este viaje, continuó Nishijima. Por lo tanto, me preguntaba si la Agencia podría cubrir los gastos.
– ¿Sus gastos? ¿A todos? exclamó el Sr. Mochizuki. Agente Nishijima, ¿se da cuenta de que le está pidiendo al Estado que pague un billete de avión de último minuto para catorce personas?
– Quince. Quiero ir con ellos.
– ¡¿Eh?! ¿Pero estos niños no podrían dividirse en dos grupos para que solo uno asuma esta misión?
– Siempre han actuado juntos y ahora que saben por qué fueron elegidos, ya no van a querer separarse.
– Bueno, en cierto modo los entiendo, admitió el Sr. Tagaya. Pero el Sr. Mochizuki tiene razón: esto le van a costar un ojo de la cara a la Agencia.
– No les pediría este favor si pudieran pagarse el transporte.
– Tiene usted razón... está bien, voy a ver lo que puedo hacer.
Media hora después, el Sr. Nishijima se unió a los Niños Elegidos que dormían en la sala de sofás.
– ¡Está arreglado! dijo con una sonrisa triunfante.
– ¿De verdad han aceptado pagarlo todo? se sorprendió Taichi.
– Digamos... que he tenido que hacer compromisos. Era demasiado caro pagar quince billetes de avión desde Tokio hacia Yonaguni, así que tomaremos el autobús hasta Osaka y desde allí un avión nos llevará a la isla de Ishigaki.
– ¿La isla de Ishigaki? repitió Sora, sorprendida. Pero ¿no tenemos que ir a la isla de Yonaguni?
– El aeropuerto de Yonaguni es muy pequeño y pocos vuelos paran allí. Si vamos en avión nos costará mucho dinero; Ishigaki es la isla más cercana, así que aterrizaremos allí y luego tomaremos un ferry hacia Yonaguni.
– Vaya... ¡parece que nos vamos al final del mundo! dijo Miyako.
– ¡Está genial! se entusiasmó Mimi. ¡Nos recordará las excursiones que hacíamos en el colegio!
– Nos vamos esta tarde, les advirtió el Sr. Nishijima. El autobús circulará de noche, así que volved a casa y tomad unas cosas para dos o tres días. Nos vemos a las nueve en la estación.
– ¡Entendido! respondieron los adolescentes con determinación.
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Un calor tibio entraba por las ventanas de la Agencia, iluminando las salas de reunión con un halo dorado. En los pasillos, nada venía a romper el silencio de la mañana; los empleos todavía habían llegado. Koushiro llamó a la puerta de la oficina del director de la Agencia: todos sus amigos se habían ido ya, pero él aún tenía algo que hacer.
– Pase, le respondió la voz del Sr. Tagaya.
El joven entró en la oficina mientras el director giraba su asiento.
– Ah, Koushiro eres tú… si estás buscando a Sakae, ya se ha ido con Meiko.
– No es a Sakae a quien quería ver, es a usted.
– ¿A mí?
– Sí. Desde que hemos descubierto el contenido del historial, he reflexionado mucho y hay algo que me gustaría hacer, y además me gustaría que usted me ayudase.
Rápidamente, el adolescente le explicó su plan al director, la manera de la cual pensaba concretarlo y cómo él podía ayudarle. El Sr. Tagaya lo miró fijamente durante un rato, impresionado.
– ¿Te das cuenta de la dificultad que representa este proyecto?
– Sí. Por eso le pido su cooperación.
– Ni siquiera tu verdadero padre se habría atrevido a desarrollar tal programa.
Koushiro parpadeó y luego sonrió.
– Pues, de esta manera sabremos si soy capaz de superarlo o no.
El Sr. Tagaya miró a Koushiro: cuando tenía esta expresión determinada, parecida a la de un buscador de tesoros que no renunciaría hasta que consiguiera lo que quiere, el Sr. Tagaya tenía de repente la impresión de encontrarse delante de su amigo Omura; Koushiro se parecía realmente a su padre. El director asintió:
– Te ayudaré.
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El conductor del autobús abrió la puerta corredera del maletero. Los Elegidos dieron un paso adelante: estaban casi al completo y llevaban escondidos sus digimons en sus mochilas; solo faltaban Mimi y Takeru.
– Pero ¿qué están haciendo? dijo Taichi, mirando la hora en su teléfono.
En ese momento les llegó el sonido de unas ruedecillas rodando sobre el asfalto.
– ¡Esperadme!
Mimi apareció, tirando de una enorme maleta detrás de ella y con Palmon pisándole los talones. Joe miró el gigante equipaje de la chica en el cual hubieran casi podido esconder a todos sus compañeros digimons, y exclamó con las manos en la cadera:
– ¿Mimi, qué es todo este follón? ¡Solo nos vamos por tres días!
– ¡Justamente! Cada vez que vamos al mundo digital, solo tomamos lo mínimo y nunca nos lavamos. ¡Estoy cansada de oler a chivo, así que esta vez, voy a cambiarme de ropa!
Los adolescentes la miraron con los ojos abiertos, hasta que no pudieran contener la risa.
– ¿Pero qué estás diciendo? dijo Joe entre carcajadas. ¡No hueles a cabra!
– ¡No seas hipócrita! ¡Sé que esto no es verdad!
– ¡Sí, lo es!
– ¡No!
– ¡Sí!
Mientras se enfrentaban, sus amigos reían a carcajadas. Entonces Mimi miró el bolso de Joe y arqueó las cejas:
– ¡Tú puedes hablar! ¿Has visto el tamaño de tu bolsa?
– ¡Pero solo hay cosas útiles adentro! Medicamentos, vendajes, desinfectante, mi cepillo de dientes...
– ¿Tu cepillo de dientes? ¿Tienes miedo a tener caries en solo tres días?
– ¡No te burles, la higiene dental es muy importante!
– ¡Hombre, claro!
– Bueno, ¿los dejáis en el maletero este equipaje o no? preguntó Taichi, medio muerto de risa
– ¡Ya venimos! respondieron Joe y Mimi a coro.
Sora se inclinó hacia Yamato:
– Takeru todavía no está, es curioso en general no suele llegar tarde.
– Sí, lo sé. Es raro.
– ¿Y si lo llamas?
– Ya lo intenté.
Esperaron unos diez minutos más, preocupados. De repente, el sonido de unos pasos apresurados resonó en el pasillo de la estación y Takeru llegó corriendo, Patamon volando tras él.
– ¡Lo siento, llego tarde! se disculpó, con un hilo de sudor en las sienes.
– ¡Por fin! exclamó Daisuke. ¡Nos preguntábamos dónde estabas!
Takeru le dirigió una mirada indiferente, casi fría, que dio escalofríos a Daisuke. Normalmente, Takeru le hubiera respondido con una broma. Hikari frunció el ceño: algo iba mal con Takeru; desde que habían descubierto el contenido del historial, se aislaba del grupo y se encerraba sobre si mismo. Taichi se dio la vuelta y preguntó:
– Vale, ¿estamos todos?
– ¡Esta vez, sí! confirmó Miyako.
– ¡Entonces nos vamos!
Uno tras otro, los Niños Elegidos se subieron al autobús y se sentaron al fondo para que sus digimons no llamaran demasiado la atención.
– ¿Podemos salir? preguntó Veemon.
– Todavía no, respondió Daisuke. Saldrás cuando nos vayamos.
En ese momento, el conductor encendió los faros y arrancó el motor que hizo vibrar las ventanas; el autobús dio marcha atrás y salió de la estación para tomar una ruta con bastante tráfico. Pronto se alejó de Tokio y tomó la autopista: la luz de las altas farolas entró por las ventanas y se deslizó sobre los rostros de los adolescentes, iluminándolos por unos pocos segundos antes de ser arrastrados por la velocidad, sucediendo la sombra a la luz y la luz a la sombra.
– Ya está, podéis salir ahora, murmuró Sakae a los digimons, abriendo la cremallera de su mochila.
Inmediatamente Ryudamon saltó y los demás digimons le imitaron para luego pegar sus narices a la ventana.
– Pero… ¡no se ve nada! exclamó Ryudamon, contrariado.
– Claro, estamos de noche, dijo Meiko con una sonrisa.
– Pero... ¡yo pensaba que conoceríamos mejor vuestro país con este viaje! dijo Tentomon.
– No se preocupéis, lo veréis mañana por la mañana, les aseguró Koushiro.
– Mientras tanto disponemos de tiempo para descansar, añadió Hikari.
– ¿Descansar? ¡Todavía no! exclamó Mimi. Ya que viajamos todos juntos, ¡vamos a divertirnos un poco primero!
– ¿Eh? ¿Qué quieres hacer? preguntó Joe.
– ¿Qué os parece si nos contamos historias de terror?
– ¡Oh no, no vais a empezar otra vez con esto! refunfuñó Yamato.
– ¿Tienes miedo? se burló Taichi.
– ¿Yo, miedo? ¡Claro que no! ¡Solo me parece ridículo!
– Vale, pues… ¿por qué no hacemos un juego? propuso Mimi.
– ¿Qué tipo de juego? preguntó Hikari.
– ¿Qué os parece si hacemos adivinanzas? Pienso en un objeto, una persona o un animal, ¡y tenéis que hacer preguntas para adivinar lo qué es!
– Vale, puede estar bien, asintió Iori.
– ¡Entonces, empiezo! decidió Mimi. ¡Quien encuentre el primero podrá hacer adivinar su objeto a los demás!
Los adolescentes iniciaron la partida con entusiasmo y el juego los ocupó durante casi dos horas. Todos participaron a la excepción de Takeru que los escuchó en silencio. Daisuke intentó animarle a que se uniese a los demás, pero el adolescente le contestó con una voz sombría:
– No, gracias Daisuke, pero yo... estoy un poco cansado.
Daisuke parpadeó, sorprendido, mientras Takeru bajaba la cabeza para evitar cruzar las miradas de sus amigos que se habían dirigido hacia él. En este momento, el autobús salió de la autopista y entró en un área de servicio.
– Es casi medianoche, observó Koushiro, mirando su reloj.
– Tengo hambre, dijo Agumon.
– Vamos, ¡ya tardabas! dijo Taichi, cruzando los brazos.
– ¡Yo también tengo hambre! se quejó Veemon.
– Como no, tan pronto como habla Agumon tú también reclamas, se burló Daisuke.
– A todos nos va a venir bien andar un poco y comer algo, dijo Sora.
– Vamos a ver lo que venden en el restaurante del área, dijo el Sr. Nishijima.
– ¿Nos invita usted profesor? preguntó Taichi con una gran sonrisa.
– Pues... si no tenéis mucho dinero, puedo...
– ¡No le haga usted caso, lo dice a posta! dijo Yamato, apoyando un codo en el hombro de su amigo.
– Es verdad, hemos traído dinero, añadió Iori. La Agencia ya nos está pagando el viaje, sería de mala educación abusar de su generosidad.
– ¡Vamos! exclamó Sakae.
Compraron bocadillos para matar el hambre y se sentaron en una mesa al aire libre. Sus compañeros, satisfechos, no tardaron a adormecerse. Koushiro les propuso pasar la noche en la sala virtual que había creado para ellos: los digimons entraron en el ordenador sin hacerse rogar. Algunos de los adolescentes se levantaron para ir a estirar las piernas: Taichi y Yamato se fueron por un lado, Sora, Mimi, Meiko y Sakae por otro, Joe sacó un libro de texto para estudiar, el Sr. Nishijima fue a llamar al director de la Agencia y Koushiro se acercó al restaurante para captar el wifi. Solo Daisuke, Ken, Miyako, Iori, Takeru y Hikari permanecieron sentados en la mesa de picnic. Iori, pensativo, dijo:
– Me resulta extraño que viajemos así todos juntos otra vez… me recuerda a cuando dimos la vuelta al mundo con Imperialdramon hace tres años.
– Es verdad, asintió Ken. Parece tan lejano...
– Sí, confirmó Miyako, mirando al cielo. Sobre todo porque la misión que nos corresponde ahora está en una escala completamente nueva. El mundo no estará seguro hasta que derrotemos a Yggdrasil...
– No sé si realmente tendríamos que destruir a Yggdrasil, dijo Hikari con gravedad.
Sus amigos, sorprendidos, se volvieron hacia ella, y las pupilas de Takeru se pusieron a temblar mientras sentía que su corazón se aceleraba.
– ¿Qué quieres decir?
Hikari miró hacia abajo y apretó el tejido de su falda en sus manos.
– Aunque Yggdrasil quiso destruir a los hombres y aunque diez humanos y sus digimons tuvieron que sacrificarse para encerrarlo en el Mar Oscuro, estoy convencida de que somos en parte responsables en su degeneración: fueron porque Gennai y Hayato le mintieron sobre su verdadera naturaleza que se dejó invadir por la ira. Si hubiera sabido desde el principio lo que era, un simple programa de inteligencia artificial, tal vez nada de todo esto hubiera sucedido. Quizás Homeostasis nunca hubiera sido creado, quizás los Jomons hubieran sobrevivido... y quizás Yggdrasil hubiera desarrollado una relación armoniosa con ellos. No puedo borrar de mi memoria la manera de la cual miraba los digimons jugando con los humanos cuando todavía era ese dios benéfico del mundo digital… quería tanto compartir esta felicidad que sentían los digimons y los humanos y que él no entendía. Al verlo, no pude evitar sentir lástima.
Sin que entendiera lo que le pasaba, Takeru sintió una ola de ira invadirle de los pies a la cabeza de manera incontrolable, terrible, como un tsunami que le devastaría todo a su paso. Se puso de pie y gritó:
– ¿Cómo puedes decir tal cosa?
Hikari se sobresaltó y levantó la cabeza hacia el chico.
– ¿Cómo te atreves a hablar de Yggdrasil en estos términos? se enfadó Takeru. ¿Después de todo el mal que ha hecho? ¡Lo que dices es un insulto a la memoria de los humanos y de los digimons que han muerto!
– Yggdrasil ha hecho cosas terribles, admitió Hikari, pero Gennai y su colega también cometieron errores. Creo que Yggdrasil sufrió, mucho más de lo que podemos imaginar.
– ¡No me importa cómo se sienta Yggdrasil! Se dejó invadir por los poderes de la oscuridad, sabiendo lo que esas fuerzas representaban, y entregarse a sabiendas a las tinieblas es un acto imperdonable. ¡La oscuridad puede destruirlo todo, tragarlo todo, y para derrotarla nos vemos obligados a hacer sacrificios a los que no hay alternativa! ¿Alguna vez has olvidado que Patamon tuvo que desaparecer para derrotar a Devimon? ¿Alguna vez has olvidado que nuestros digimons han vivido un reboot? ¿Que los amigos del Sr. Nishijima murieron? Todo este sufrimiento, ¿no significa nada para ti?
Hikari nunca había visto tanta implacabilidad en la mirada de Takeru; temblaba literalmente de ira, una ira que borraba en él cualquier sentimiento de compasión o de bondad. Nunca le había hablado así y la dureza de sus palabras la paralizó durante varios minutos. Hikari lo miró fijamente durante algunos segundos, luego frunció el ceño y le preguntó con calma:
– ¿Tú crees que Yggdrasil decidió totalmente ser la creatura en la cual se ha convertido?
Takeru abrió los ojos y miró a Hikari como si acabara de pronunciar la peor blasfemia.
– Ahora sabemos que Yggdrasil no tiene alma, continuó la chica. ¿Tú crees que es fácil tomar decisiones cuando no tienes una conciencia para guiarte? Para nosotros, parece simple. Pero, ¿qué harías si no tuvieras un alma para entender lo qué es la amistad o el amor?
Las frases de Hikari le daban vértigo a Takeru; tenía la sensación de se le escapaban sus certezas, de que se caía al vacío sin poder aferrarse a nada. Apretó los puños y gritó:
– ¡No me importa todo esto! ¡Yggdrasil siempre será responsable del mal que causó!
– Takeru, no entiendes...
– No, ¡tú no entiendes!
Takeru cerró los ojos, sus hombros se tensaron y durante unos segundos se mantuvo inmóvil. Luego, temblando, se dio la vuelta y se alejó a grandes pasos. Mientras caminaba, sentía los remordimientos que se apoderaban de él. ¿Por qué se había enfurecido? ¿Por qué le había gritado a Hikari? Se culpaba terriblemente a sí mismo y, sin embargo, no podía evitar pensar que era él quien tenía razón. No podía controlar la avalancha de emociones que lo abrumaba. Con rabia, lanzó una piedra de la punta del pie y se alejó aún más. Daisuke le gritó:
– ¡Takeru, espera!
– ¡Dejadme tranquilo! ¡Dejadme solo!
– Takeru, murmuró Hikari con el corazón desgarrado.
Ahora que el chico se había ido, Hikari sintió que las lágrimas llegaban a sus ojos. No quería herirle, no quería verle así, pero le había hablado con tal virulencia que no había podido evitar responderlo... Se mordió el labio, mientras los remordimientos la invadían. Ken le puso una mano en el hombro:
– No te preocupes. Voy a hablarle.
Sorprendidos, Daisuke, Miyako y Iori se volvieron hacia el chico: su expresión era seria pero confiada.
– ¿Sabes… lo que le vas a decir? le preguntó Daisuke.
– Sí.
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Encima del aire de descanso brillaba un cielo plácido y estrellado; en la atmósfera se mezclaban los olores del verano y de la noche, el lejano bullicio del restaurante, el chirriar de los motores que arrancaban y los que se callaban cuando los vehículos se detenían. Ken caminó unos diez minutos sin encontrar a Takeru; su amigo no había vuelto al autobús ni se había sentado en ningún banco. Ken empezaba a sentirse preocupado aunque sabía que Takeru no había podido irse muy lejos. Estaba a punto de abandonar cuando escuchó el sonido de sollozos ahogados. Se dio la vuelta y entrecerró los ojos: debajo de un árbol alejado de las zonas iluminadas por las farolas, una figura estaba de pie en la sombra, de espaldas al parking. Los sollozos provenían de esa dirección. Ken se acercó a la farola más cercana y se detuvo: era Takeru. Las lágrimas de su amigo se detuvieron, pero no se movió. Permanecieron a diez metros de distancia durante varios segundos. Finalmente, Takeru dijo con voz ronca:
– Sé que estás aquí, Ken. ¿Qué quieres?
Ken frunció el ceño.
– ¿Te acuerdas del día que nos peleamos cuando todavía era el Emperador de los Digimons?
Takeru parpadeó, sin mirar atrás.
– Sí.
– Ese día me hiciste entender algo muy importante: nadie puede dominar las tinieblas, siempre son ellas que te dominan. Sin embargo, pueden infiltrarse en tu alma porque también crees en la luz. Sin oscuridad, la luz no tendría sentido, de igual modo que el valor, la amistad o el amor. Por eso nunca se podrá erradicar la oscuridad por completo, pero lo más importante es mantener encendida la luz de la esperanza en nuestros corazones. Fuiste tú también quién me enseñaste eso, hace tres años.
Takeru seguía inmóvil. Sin embargo, susurró:
– La vida es frágil. Lo entendí el día que perdí a Patamon, y lo que leímos el historial del mundo digital me lo confirmó. Es tan fácil que la oscuridad crezca, que la muerte se extiende, pero es muy difícil que la luz y la vida se mantengan. Si Yggdrasil cedió al mal por su propia voluntad, no puedo perdonarlo.
Ken miró la espalda de su amigo y con calma le preguntó:
– Si dices que Yggdrasil se entregó a la oscuridad, entonces crees que había una parte de luz en él antes, ¿no?
Los ojos de Takeru se agrandaron y luego frunció el ceño.
– No... no lo sé. Admito que Hikari no estaba del todo equivocada. ¿Realmente Yggdrasil supo alguna vez lo que son la luz y la esperanza? Puede que no. Pero en este caso, dudo que pueda descubrir esa luz en sí mismo si nunca la ha conocido antes.
– ¿Entonces crees que Yggdrasil es un ser totalmente dominado por la oscuridad?
– Sí. ¿Tú no?
– Creo que si decimos esto, dejamos que la oscuridad gane.
Esta vez Takeru se volvió hacia su amigo: Ken se encontraba en el círculo de luz que emitía una farola, inmóvil. Takeru lo miró fijamente y parpadeó: Ken tenía razón, el mal solo nos ataca si permitimos que nos invada, y él se había entregado a la ira y el odio. A la oscuridad. Salió de la sombra del árbol y entró en la zona iluminada de la farola. Sus ojos azules se fijaron en los de Ken y se miraron el uno al otro unos instantes. Finalmente Takeru preguntó:
– ¿Quieres que yo crea en la existencia de una luz incluso en el corazón de nuestro enemigo?
Ken parpadeó.
– ¿No es esa la esperanza que tu emblema simboliza?
Los dos amigos se miraron en silencio. Ken añadió:
– Sé que ahora mismo nos hemos propuesto eliminar a Yggdrasil para evitar que cometa más catástrofes. No tengo otra alternativa que ofrecer a este problema y creo que, tal como está, es lo mejor que podemos hacer. Sin embargo, creo también que no tenemos que olvidar quien fue Yggdrasil cuando nos enfrentemos a él.
En los ojos de Ken murmuraban una sabiduría que Takeru aún no poseía, lo entendía ahora. Solo Ken podía creer en la existencia de una luz en un ser tan oscuro como Yggdrasil, porque él también había experimentado el peligroso poder del mal. Takeru se dio cuenta de que ese instante Ken se merecía el emblema de la esperanza mucho más que él. Bajó la cabeza y murmuró:
– Gracias, Ken. No sé qué decisión tomaremos al final, pero me has recordado la importancia de guardar siempre la esperanza. Creo que tengo menos miedo a seguir adelante, ahora.
Ken sonrió y caminaron de regreso al autobús.
