Capítulo 51
El autobús reanudó su viaje hacia Osaka. Cuando los Niños Elegidos regresaron a bordo, todos encontraron a Takeru mucho más relajado y confiado. Daisuke, sorprendido, se sentó junto a Ken y le preguntó en voz baja:
– Oye, ¿qué le dijiste para que se sintiera mejor de repente?
Ken sonrió:
– Que debemos seguir creyendo en la existencia de la luz, incluso en nuestros enemigos.
– ¿Incluso en nuestros enemigos? repitió Iori.
El chico observó a Ken, impresionado, frunció el ceño y puso las manos sobre las rodillas, repitiéndose las palabras de su amigo: ¿realmente se podía creer en la existencia de la luz incluso en el corazón de Yggdrasil? Daisuke asintió y le dijo a Ken:
– Hiciste lo correcto.
El movimiento regular del autobús, la atmósfera cálida y la oscuridad pronto corrieron un velo de sueño sobre los Niños Elegidos: se apoyaron en sus mochilas y se durmieron. Solo Koushiro mantuvo su computadora encendida en su regazo. En medio de la noche, Taichi abrió los ojos y descubrió que la luz de la pantalla de su amigo seguía brillando; el delicado sonido de sus dedos en las teclas apenas era audible con el runruneo del motor del autobús. Taichi se inclinó hacia el asiento de Koushiro y murmuró:
– ¿Oye, Koushiro? ¿Todavía no duermes?
– Ah, Taichi… no, me gustaría avanzar en algo. ¿Te molesta la luz?
– No, pero... ¿qué estás haciendo?
El joven apretó los labios, como si dudara en decirle el propósito del programa que estaba creando.
– Bueno... quizás esté trabajando para nada. Por eso prefiero no deciros nada por el momento. Si funciona, te explicaré todo, ¿vale?
– Hum... vale. Pues, buenas noches entonces.
– Buenas noches.
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Un rayo de sol atravesó el cristal de la ventana y cayó sobre el pelaje ocre de Ryudamon. El digimon parpadeó, todavía adormilado, y miró por la ventana. Entonces sus ojos se abrieron completamente y saltó en el regazo de Sakae:
– ¡Sakae, Sakae, despierta!
La chica parpadeó y se enderezó: el autobús estaba cruzando un puente bajo el cual se desplegaban las aguas opalinas de un inmenso lago. Una cadena de montañas rodeaba sus orillas: el amanecer vestía sus laderas de una púrpura antracita y una niebla casi irreal los envolvió. Por encima del más alto de los picos rocosos se alzaba un sol resplandeciente. Sus primeros rayos esparcían una estela temblorosa y dorada sobre las aguas del lago.
– Qué hermoso, murmuró Sakae. Meiko, dijo sacudiendo a su hermana por el hombro, despierta...
– ¡Despertaos todos! añadió Ryudamon, saltando de un asiento a otro.
Cuando oyeron sus voces, los adolescentes y los digimons salieron de su letargo y se enderezaron, para quedarse sin palabras ante el hermoso espectáculo del lago iluminado por el amanecer; una pálida luz matinal atravesaba el autobús.
– ¡Hikari, es espléndido! dijo Tailmon.
– Sí, es verdad, asintió su compañera.
Patamon, con las patas apoyadas en el cristal, murmuró:
– ¿Takeru?
– ¿Sí?
– Tu mundo es realmente hermoso. Son en momentos como este que me alegro de estar siempre a tu lado para proteger la Tierra. Si un mundo puede ser tan hermoso, entonces no le tengo miedo a la oscuridad.
Takeru miró a su compañero, conmovido, y sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
– Takeru, ¿qué te pasa? ¿Dije algo malo?
El joven sonrió y sacudió la cabeza:
– No, no, Patamon en absoluto. Al contrario.
Lo tomó en sus brazos y lo abrazó. Patamon sintió que el corazón de Takeru latía muy fuerte y supo que su compañero estaba feliz, tan feliz como él. Ken miró a Takeru y a su digimon y sonrió.
Miyako, tumbada sobre el reposabrazos de un asiento del lado del pasillo, era la única quién no se había despertado: su sueño pesado era casi legendario en el grupo. Sentado en la fila de enfrente, Daisuke miró fijamente su rostro somnoliento y el hilo de baba que comenzaba a escaparse de las comisuras de sus labios. De repente, una idea comenzó a germinar en su mente: se puso de pie, agarró la mochila de la chica del baúl encima de ella y la colgó de la barra de agarre, bien atada con un nudo doble... justo por encima de la cabeza de Miyako. En ese momento, Ken se dio cuenta de lo que Daisuke estaba haciendo: sus ojos se abrieron y exclamó en voz baja:
– Daisuke, ¿qué diablos estás haciendo? Deja de hacer tonter...
Antes de que pudiera terminar su oración, Daisuke dio unas palmadas fuertes justo al lado de la cabeza de Miyako. La chica se despertó sobresaltando con un grito agudo y, como lo esperaba el adolescente, chocó contra la bolsa colgante.
– ¿Qué diablos pasa aquí? exclamó, con las gafas en medio de la cara.
Se enderezó mientras Daisuke ya se estaba riendo a carcajadas.
– Eres verdaderamente irrecuperable, Daisuke, le dijo Ken con una voz exasperada.
– ¡Pero admite que fue gracioso!
– ¡Daisuke, realmente te comportas como una niña! le gritó Miyako. ¡Me lo pagarás!
Daisuke se rio aún más, bajo la mirada desesperada de sus amigos. Miyako se arrinconó en su sillón, con los brazos cruzados y maldiciendo a su amigo.
Dos horas después, el autobús llegó a Osaka: allí, los Elegidos se dirigieron hacia el aeropuerto donde tenían que tomar el avión que les llevaría a Ishigaki, la isla más cercana a la de Yonaguni.
El aeropuerto de Osaka estaba ubicado en una isla artificial construida sobre el mar, a la que se accede por un largo puente que cruzaba las aguas. Los Elegidos aprovecharon de que disponían de una hora libre para picotear algo; habían decidido que sus compañeros permanecerían en la sala virtual del ordenador de Koushiro durante el viaje para no llamar la atención. Después de comer, los adolescentes se presentaron a los controles. Mientras Daisuke recuperaba su mochila, Mimi empezó a sacar todos los accesorios, objetos metálicos y gadgets que contenía su bolso para ponerlos en la cinta transportadora.
– A este paso, vamos a perder el avión, suspiró Taichi.
– Les chicas se llenan de cosas innecesarias, dijo Daisuke.
– No solo las chicas, observó Yamato. Joe también tiene bastante follón en su mochila...
Efectivamente, Joe se enredaba con todas las cajas de medicamentos y pañuelos que transportaba y de los cuales la mitad se cayó al suelo.
– ¡Vaya, no!
El adolescente se arrodilló para recuperar todas sus cajas y el Sr. Nishijima, que pasaba los controles detrás de él, le echó una mano. El controlador los vio recoger los paquetes y tirarlos uno por uno en la cinta transportadora, mientras Joe les contaba:
– Veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho… ¡ya he contado todo!
– Perdone, usted... ¿usted toma todas estos medicamentos solo?
– Eh… ¡claro, por supuesto! mintió Joe con una sonrisa forzada.
El controlador lo miró, desconcertado. Probablemente un depresivo, pensó. O quizás un bipolar. Mejor dejarlo pasar rápido antes de que tenga un ataque. En una cinta paralela una mujer había abierto la maleta de Mimi para examinarla.
– Lo siento señorita, pero no se puede tomar más de un litro de líquido en el equipaje de mano, y en envases de menos de 50 mililitros. Tengo que tirar esta botella de champú, el acondicionador y el esmalte de uñas...
– ¿Qué? Mimi exclamó, indignada. ¡Pero son productos de primera necesidad!
– Puede usted comprar unos en la zona franca después de los controles.
– ¿Y pagarlos por una fortuna? ¡No, gracias!
– ¡Mimi, date prisa! le dijo Sora. ¡Todavía tenemos que hacer cola para embarcar!
– ¡Ya voy! Bueno, ya está bien, ¡quédese con estas botellas! dijo con desdén a la controladora.
Mientras cerraba su maleta, vio a la mujer tirar el champú, acondicionador y esmalte de uñas en un bote de basura al lado de la pantalla de controle. La chica se encogió de hombros y se unió a sus amigos con una mueca de indignación.
– ¡Qué desperdicio!
– No te preocupes, en Yonaguni podrás comprar lo que necesitas, trató de tranquilizarla Meiko.
– Eso me lo pregunto... ¿una isla a la que solo se puede llegar en barco debe ser una isla desierta, ¿no?
– Estás exagerando, dijo Miyako. ¡Inevitablemente habrá algo abierto!
– Tenemos que darnos prisa, repitió Iori.
Caminaron por largos pasillos con revestimiento sintético y llegaron a las puertas de embarque. Mientras hacían cola, Mimi notó de repente que las piernas de Joe temblaban.
– Vaya... ¿qué te está pasando? ¿Te sientes mal?
– No, no, estoy súper bien, respondió Joe, que no parecía creer una palabra de lo que decía.
Pronto comenzó a castañetear los dientes; su mirada no se apartaba de la puerta de embarque que parecía inspirar más terror que cualquier Señor Demonio. Mimi, con las manos en las caderas y una sonrisa en los labios, le preguntó con una voz socarrona:
– ¿No me digas... que tienes miedo de viajar en avión?
– Pues... como decirlo, es que va a ser la primera vez, así que…
Sus dientes se entrechocaron con más fuerza. Sus amigos se dieron la vuelta y lo observaron durante algunos segundos, como dudando entre la incredulidad y la risa, y finalmente no pudieron contenerse y se rieron a carcajadas. Con lágrimas en los ojos, Mimi exclamó:
– ¿Tienes miedo de viajar en avión? ¿Después de todos lo que hemos vivido en el mundo digital? ¡No me lo creo!
– Tú lo tienes fácil, ¡viajas muy a menudo entre Estados Unidos y Japón!
– Justamente, todavía estoy en vida, tendría que tranquilizarte, ¿no?
– ¿Pero imagínate que el piloto pierda el conocimiento? ¿O que sea víctima de un ataque terrorista? ¿Qué le salga mal el despegue? ¿O peor aún, el aterrizaje?
– Hombre, es verdad que nuestros riesgos de estrellarnos en el mundo digital eran mucho menores, te lo concedo. Especialmente cuando caíste de cabeza al vacío desde el Monte del Infinito...
– ¡Es que yo no tengo un digimon volador, por si lo habías olvidado! ¡Estoy acostumbrado a la tierra firme!
– No te preocupes, le dijo Takeru, poniendo una mano tranquilizadora en su hombro. Leí en un blog que solo hay una posibilidad de cada diez mil millones de morir en avión.
– ¡Ah, sabía que el riesgo no era cero!
Sus amigos se rieron de nuevo y en ese momento, una azafata les invitó a embarcar. Sus asientos se situaban en la parte trasera del avión, en cinco filas de tres asientos cada una. Pusieron sus mochilas en los compartimentos superiores y se sentaron, pero Koushiro conservó su ordenador: aunque sabía que no tendría conexión para trabajar, quería que sus digimons pudieran asistir al despegue desde la sala virtual en la cual se encontraban. Cuando el avión estuvo lleno, la voz de una azafata resonó encima de sus cabezas:
– Buenos días señoras y señores. El comandante y toda la tripulación le damos la bienvenida a este vuelo con destino a Ishigaki. Por motivos de seguridad y para evitar interferencias con los instrumentos de vuelo, les recordamos que los teléfonos móviles deberán permanecer desconectados desde el cierre de puertas y hasta su apertura en el aeropuerto de destino. Les recordamos que no está permitido fumar en el avión. Vamos a efectuar un simulacro de seguridad, es muy importante que presten atención.
– ¡Ah, las consignas de seguridad, miremos bien! exclamó Joe, agarrando el respaldo del asiento delante del suyo.
– ¡Oye! exclamó Mimi, que se encontraba en ese asiento. ¡No me tires hacia atrás!
Las azafatas presentaron el funcionamiento de los cinturones de seguridad, luego de los chalecos salvavidas y por fin la conducta que había de seguirse en caso de despresurización de la cabina. Joe miraba fijamente los gestos de las mujeres, bajo la mirada divertida de sus amigos.
– Eres increíble, suspiró Daisuke, ya te hemos dicho que no corres ningún riesgo…
– ¡Es siempre lo que se dice antes de que suceda el accidente!
– Vamos a despegar, terminó la azafata. Ahora por favor, abróchense el cinturón de seguridad, mantengan el respaldo de su asiento en posición vertical y su mesita plegada. Gracias por su atención y feliz vuelo.
El avión empezó a moverse y rodó hacia la pista despegue. De repente aceleró y el paisaje comenzó a pasar a toda velocidad como se veía desde las ventanillas. Joe cerró los ojos, apretó los reposabrazos y repitió:
– Solo hay una posibilidad de cada mil millones de morir en un avión... solo hay una posibilidad de cada mil millones...
En ese momento, el avión despegó y Joe contuvo un grito agudo. Todos los Elegidos se inclinaron hacia las ventanas, Koushiro había abierto discretamente su ordenador y la acercó a la ventanilla para que los digimons pudieran ver el despegue. Durante unos segundos, el avión rozó tan cerca el mar que parecía que rodaba sobre el agua. Luego cobró altura y pasaron por encima el puente que conectaba el continente con la isla artificial donde se había construido aeropuerto. El sol brillaba sobre el azul profundo del mar.
– ¡Guau! exclamó Veemon.
– La vista es espléndida, dijo Gabumon.
Daisuke se volvió hacia Joe, sentado a su izquierda, que todavía estaba agarrando los reposabrazos, y le puso una mano en el hombro;
– Ya está, puedes abrir los ojos. No estamos muertos.
Joe abrió un ojo, luego otro, y echó un vistazo hacia la ventanilla: al terror que sintió por lo alto que se encontraban sucedió rápidamente la fascinación por la vista de la cual gozaban desde allí. Con la boca abierta, se relajó y observó el paisaje a su vez. Los digimons, pegados a la pantalla de la sala virtual, no se perdieron nada del espectáculo.
– Taichi, tu país es tan grande, observó Agumon.
– En realidad no tanto, dijo Taichi con una sonrisa. Desde aquí te parece grande, pero si lo comparamos con continentes como Asia o América, Japón es bastante pequeño...
– Es verdad, confirmó Koushiro, Estados Unidos, por ejemplo, hace veintiséis veces el tamaño de Japón...
– Koushiro, ¿puedes contarnos más sobre la geografía de Japón? le preguntó Tentomon.
– Si quieres, el joven aceptó con entusiasmo, poniendo el ordenador en su regazo. Nuestro país está formado por 6.852 islas, pero cuatro de ellas, Hokkaidō, Honshū, Shikoku y Kyūshū representan el 95% del territorio nacional.
– La isla a la que vamos es bastante pequeña, ¿no? preguntó Armadillomon.
– Sí, asintió Iori que estaba a la izquierda de Koushiro. Leí antes de irme que tiene solo 28 kilómetros cuadrados y menos de 2.000 habitantes. También es la isla más al oeste de Japón.
– La gente de Yonaguni tiene un idioma propio, añadió Ken a la izquierda de Iori. Es un idioma que se escribe con un alfabeto diferente al nuestro, que parece pictogramas.
– ¿Quieres decir que no vamos a entender a la gente? se preocupó Miyako inclinándose hacia el pasillo del avión.
– No te preocupes, dijo Ken, ahora también hablan japonés.
– Ah, uf...
Las dos horas de viaje transcurrieron pacíficamente, sin alteraciones atmosféricas. Sakae dibujó las nubes que veía a través de la ventana, Koushiro trabajó en modo fuera de línea en el programa que podía perfeccionar. Ken y Iori, lanzados sobre el tema de la geografía, siguieron charlando, y Daisuke y Takeru se unieron a ellos. En las primeras filas, Sora, Meiko, Miyako y Hikari también se habían puesto a charlar. En el fondo, Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima miraban en silencio el paisaje a través la ventanilla.
De repente vislumbraron una isla en medio del mar: en sus costas destacaba una filigrana de vegetación exuberante. El avión empezó a perder altura y a medida que se acercaba al continente, distinguieron una franja de agua más clara alrededor de la isla, debajo de la cual parecían brillar arrecifes rocosos.
– ¡Es una barrero de coral! exclamó Sora.
– He leído que es una de las atracciones turísticas de la isla Ishigaki, dijo Iori. Se dice que tiene el arrecife de coral azul más grande del mundo.
El avión pasó por encima de la tierra y sobrevoló unos campos cuidadosamente delimitados. Pocos minutos después tocó el suelo con una suavidad que no le pareció suficiente a Joe. Cuando el avión se detuvo respiró hondo, aliviado. Daisuke le dio una palmada en el hombro:
– Ves, ha ido todo bien, ¿eh? Ahora ya estás listo para enfrentarte con Yggdrasil.
Los adolescentes desembarcaron: la frescura de las cabinas de los aviones los acompañó hasta el aeropuerto, sin embargo, cuando salieron al aire libre se sintieron como si hubieran entrado en un vivero. El calor les cayó encima como un yugo de varias toneladas, al cual se sumó la humedad tropical.
– Vamos a oler bien esta noche, dijo Takeru irónicamente.
– ¡Yo les había dicho que el champú era un producto de primera necesidad! gimió Mimi.
El Sr. Nishijima se quitó la chaqueta, se arremangó y dijo:
– De todas maneras, el barco que conecta Ishigaki a Yonaguni solo sale una vez al día, por la mañana. Es casi mediodía, así que tenemos que esperar hasta mañana para tomarlo. La Agencia nos ha reservado un hotel, así que sugiero que vayamos a tomarnos una ducha.
– ¡Muy buena idea! aprobó Mimi.
Encontraron sin problema el hotel situado en el centro de la ciudad. En la recepción, el Sr. Nishijima recogió cuatro pares de llaves.
– Son habitaciones para cuatro personas, explicó. Tenemos que repartirnos.
Taichi y Yamato decidieron tomar la primera habitación con el Sr. Nishijima y Koushiro. Mimi, Sora, Meiko y Sakae tomaron la segunda. A la hora de asignar las dos últimas un problema surgió:
– ¡Somos una chica de menos que los chicos! observó Miyako.
– Pero no podemos poner cinco chicos en una habitación de cuatro personas, dijo Joe.
– Entonces un chico tiene que ir con las chicas, dijo Yamato. Hikari, Miyako, cogéis la última habitación: tenéis que decidir a quién aceptéis con vosotras entre Joe, Iori, Daisuke, Ken o Takeru.
– Bueno, a mí no me importa sacrificarme, dijo Daisuke, mirando a Hikari.
– ¿Cómo? exclamó Miyako, con las manos en las caderas. ¡Ni en sueños! ¡No quiero volver a sufrir una de tus estúpidas bromas!
– Oh, ¿sigues pensando en esa historia? dijo Daisuke. ¡Qué susceptible eres!
– Además, roncas.
– ¿Cómo sabes eso? ¡Ni siquiera un terremoto te despertaría!
– ¿Pero qué hablas? De todos modos, ¡no quiero que compartas nuestra habitación! ¿Por qué no vendría Ken más bien?
– ¿Có… cómo? tartamudeó este último, sonrojándose. No... no sé si sería muy conveniente...
– Bueno, entonces, ¿Takeru?
El joven miró a Miyako, luego a Hikari.
– ¿Estáis seguras de que no os molesta? preguntó con calma.
– ¡No, en absoluto! confirmó Miyako con una gran sonrisa.
– A mí tampoco, acordó Hikari en voz baja.
– ¡Esperad un minuto! Les interrumpió Daisuke. ¿Por qué Takeru y yo no? No veo qué diferencias hay entre nosotros.
– ¡La gran diferencia, articuló Miyako, es que él no cuelga una bolsa encima de la cabeza de las personas cuando duermen!
Los Niños Elegidos se echaron a reír y tomaron posesión de sus habitaciones. Mimi se fue al cuarto de baño y exclamó con una voz aliviada:
– ¡Hay gel de ducha y champú! Bueno, no hay crema acondicionadora, ¡pero al menos voy poer lavarme!
Mientras Sora sacaba todas sus cosas, Sakae se acercó a la ventana y apartó una de las finas cortinas de velo. Afuera, adivinó el mar claro y sus playas. El sol en su cenit exaltaba los colores vivos del agua y la arena dorada.
– Sakae, ¿estás bien? le preguntó Sora.
– Sí. Solo estaba pensando que tal vez podríamos… ¿ir a bañarnos?
– ¿Cómo? exclamaron a coro Sora y Meiko.
Meiko miró hacia abajo y dijo:
– No estamos de vacaciones, Sakae. Tenemos que cumplir una misión para evitar que Yggdrasil ataque la Tierra, te lo recuerdo.
– Lo sé, pero de todos modos estamos bloqueados aquí hasta mañana. Entonces, ¿por qué deberíamos quedarnos aquí y morirnos de aburrimiento? No nos ayudará cuando llegue el momento de luchar contra Yggdrasil. Al contrario, creo que ir a bañarse nos haría pasar un buen rato y fortalecería nuestros lazos. Tenemos que estar unidos.
Sora reflexionó sobre las palabras de Sakae por unos segundos y luego sonrió.
– Tienes razón. Tenemos que seguir siendo unidos. Y como bien dices, no tenemos nada que hacer por el momento. Además, todos llevamos un traje de baño ya que sabemos que la capital de los Jomons fue sumergida por el mar y que quizás tengamos que buscar la calcorita debajo del mar. Con las toallas del hotel, tenemos todo lo que necesitamos para darnos un chapuzón.
– Entonces, ¿proponemos a los demás unirse a nosotros? se entusiasmó Sakae.
– ¡Vale!
– ¡Esperad un minuto! exclamó Meiko. ¿Queréis que vayamos a la playa... con los chicos también?
Por un segundo la chica se imaginó lo que sentiría si Taichi la viera en traje de baño y sus mejillas se pusieron más rojas que un tomate. Sakae colocó un brazo en su hombro y dijo:
– No veo por qué está preocupada. Guapa como eres, no tienes por qué avergonzarte.
– Pero, no... no es el problema...
– Sakae tiene razón, le dijo Sora suavemente. Nadar un poco nos hará bien a todos. ¿Mimi? ¿Quieres ir a la playa con nosotros? gritó a través de la puerta del cuarto de baño.
– ¿A la playa? ¡Pero estoy a punto ducharme!
– Lo harás después.
Mimi salió la cabeza por la puerta del baño.
– ¡Entonces, voy! ¿Vamos a buscar a los demás?
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La propuesta entusiasmó enseguida a Takeru, Miyako y Hikari; en la habitación siguiente, Daisuke se animó en cuanto supo que Hikari había aceptado acompañar a las chicas. Convencer a Joe, Ken y Iori, que tenían un carácter más reservado, les resultó más delicado, pero terminaron por convencerlos. Mimi llamó a la puerta del último dormitorio:
– ¡Taichi, Yamato, Koushiro! ¿Queréis venir con nosotros a playa?
– ¿Có… cómo? se sobresaltó Koushiro mientras se sonrojaba.
– Pues… por qué no, aceptó Taichi. De toda manera, no tenemos nada que hacer.
– ¡Eso es exactamente lo que dijo Sakae!
– ¿Todos vienen? preguntó Yamato.
– ¡Sí!
Koushiro, tratando en vano de esconderse detrás de su ordenador, balbuceó:
– Yo... voy a quedarme aquí.
– ¡Oh, Koushiro, ven con nosotros! exclamó Mimi. No te vas a quedar aquí solo...
– Tengo algo importante que hacer. Y aquí tengo conexión.
– Bueno, como quieras, dijo Taichi.
En ese momento, el Sr. Nishijima salió del cuarto baño y arqueó las cejas, sorprendido por el tumulto que tenían lugar en la habitación. Taichi se dio la vuelta y le preguntó:
– Señor, vamos a ir a la playa con los demás. ¿Quiere venir usted con nosotros?
El adolescente pensaba que su profesor iba a denegar su proposición y preferir quedarse en el hotel. Sin embargo, después de un microsegundo de reflexión, el Sr. Nishijima sonrió como un niño al cual se le hubieran ofrecido un trozo de pastel.
– ¡Con mucho gusto!
Entonces Joe entró en la habitación y preguntó:
– Koushiro, ¿puedes sacar a los digimons de tu ordenador? ¡Creo que Gomamon estará feliz de refrescar sus patas!
– Ah sí, ¡por supuesto!
– ¿No vienes con nosotros?
– No, estoy trabajando en un programa importante.
– Ah, vale…
Quince minutos después, los Niños Elegidos y sus digimons llegaron a la playa principal de la isla Ishigaki. El aire tropical acarreaba el sabor salado del mar, mientras una brisa caliente levantaba unos remolinos de arena crema. Una colina cubierta de arbustos dominaba la playa: su follaje verde brillante contrastaba con la palidez del agua transparente. El paisaje tenía algo paradisiaco, y los adolescentes entendieron porque tantos japoneses venían a pasar sus vacaciones en el archipiélago al cual pertenecía la isla de Ishigaki en la cual se encontraban. Se quitaron los zapatos y hundieron sus pies en la arena caliente.
– ¡Vaya, el mar tiene un color increíble! exclamó Gomamon.
– ¿Vamos hasta el agua corriendo? sugirió Agumon.
– ¡Os voy a ganar! declaró Veemon.
– ¡Eso no te lo crees ni tú! dijo Ryudamon.
Los cuatro digimons se echaron al mar mientras los adolescentes extendían sus toallas y se desvestían. Sakae se quitó la ropa y fue la primera en correr hacia el mar donde Agumon, Gomamon, Veemon y Ryudamon ya estaban nadando.
– ¡Cuidado, ya voy!
Se zambulló de cabeza, creando olas alrededor de los digimons que se rieron y la mojaron.
– Es impresionante cómo a Sakae nunca le falta el entusiasmo, murmuró Hikari, impresionada.
– ¡Tiene razón! dijo Mimi, echando su largo cabello hacia atrás. ¡Al agua, patos!
Y corrió para reunirse con Sakae y los digimons. Sora sonrió y se quitó la camiseta también; entonces notó que Meiko aún no se había desvestido.
– Meiko, ¿estás bien?
– S… sí, asintió, sonrojándose.
Echó un vistazo a Taichi que ya se había quitado la camisa, se sonrojó aún más y miró hacia otro lado.
– Eh… no. ¡Nunca podré ponerme en traje de baño delante de todos!
– ¿Por qué? le dijo Sora en voz baja. Fuimos juntos a las aguas termales.
– ¡Pero en los baños los chicos y nosotras estábamos separados!
– Haz como quieras. Pero con este calor, te vendría mejor bañarte.
– Voy a ver, dijo, sentándose en su servilleta.
Cuando Hikari se quitó su camiseta y su falda, Daisuke no pudo evitar mirar el bonito traje de baño amarillo que llevaba debajo. Miyako pasó detrás de él y le dio una palmada en la espalda.
– ¡Podrías ser un poco más discreto!
Discutían mientras se acercaban al mar, hasta que Daisuke empujase a Miyako en las olas. Ken se quedó atrás, observando a la chica de lejos. Casi no se había dado cuenta hasta entonces como Miyako había cambiado. A pesar de su actitud todavía algo brusca, realmente se estaba convirtiendo en una mujer. Se sonrojó al darse cuenta de la dirección que estaban tomando sus pensamientos y meneó la cabeza para enfriar sus sentidos. Wormon se acercó a él y le preguntó:
– ¿Ken? ¿No vas a nadar?
– ¡Sí, sí, ya voy!
– ¡Voy contigo!
El Sr. Nishijima observó divertido cómo el grupo de adolescentes se hacían bromas y se observaban a hurtadillas como los jóvenes lo hacen a su edad. Se quitó la ropa también, revelando un short de baño rosa que dejaron perplejos a los otros chicos del grupo. Mientras tanto, Iori se acercó a Joe, que estaba buscando algo en su bolso, arrodillado en la arena.
– ¿Joe? ¿Qué haces?
El adolescente sacó del bolso un pequeño tubo de crema solar con una expresión triunfante.
– ¡Hay que protegerse del sol! Pero... pero ¿dónde están los demás?
– Ya en el agua.
– ¿Sin crema solar? ¡Van a tomar golpes de sol!
– Sabes, son suficientemente mayores para cuidarse solos.
– ¡Entonces, que esta crema me sirva a mí! dijo presionando el tubo con determinación.
Empezó a untar sus brazos y su rostro. Iori sonrió, se puso un poco de crema en las mejillas y los hombros y luego se unió a los demás. Taichi dio un paso adelante para seguirle cuando se dio cuenta de que Meiko se quedaba sentada en su toalla.
– Sora, ¿Meiko no viene?
– ¡Creo que no se atreve!
Los ojos de Taichi se agrandaron: hubiera tenido que haberlo adivinado. Miró por encima del hombro a Meiko, dudó un momento y finalmente caminó hacia ella. Cuando le vio llegar, Meiko sintió que se sonrojaba de nuevo. Taichi se detuvo justo delante a ella, tan cerca que no podía ignorarle. La noche en la cual la había tomado contra él, en el bosque del mundo digital, le parecía muy lejana y todavía se sentía muy intimidada delante del adolescente.
– Meiko, ¿estás segura de que no quieres venir con nosotros? No quiero forzarte, pero... si te quedas en la playa podrías tener una insolación con el calor que hace.
Meiko se sonrojó aún más: el chico se preocupaba por ella y quería que viniera con ellos. De repente se sintió estúpida. Meiko se armó de valor y se puso de pie.
– Vale, vengo con vosotros.
Se quitó las gafas y la ropa, y esta vez, fue Taichi quien se sonrojo al descubrir su bañador y desvió la mirada.
– ¿Vamos? preguntó el chico.
– Sí…
Caminaron hacia el mar: el agua que acariciaba la orilla era cristalina, a medida que uno se alejaba de la playa, el mar cogía unos tonos turquesas. Cuando el reflujo mojó los pies de Meiko, se sintió extremadamente bien. Taichi ya se había echado al agua y estaba nadando el crol. Meiko parpadeó, sin poder desviar su atención de él. Una exclamación de Sakae la sacó de su letargo:
– ¡Ah, Mei, decidiste venir, ¡qué bien!
– Y Joe, ¿qué diablos está haciendo? se exasperó Mimi.
– Creo que todavía no ha terminado con su crema solar, dijo Iori.
Efectivamente, Joe estaba ya recubierto con una capa de protección solar que lo hacía parecer más blanco que una camiseta lavada con lejía. Se quitó las gafas y las puso en su toalla.
– ¡Joe, apúrate un poco! lo llamó Gomamon.
– ¡Ya voy, ya voy!
– Y Gabumon, ¿dónde está? preguntó Palmon.
– Bueno, como siempre, no quiere bañarse para no tener que quitarse la piel, dijo Patamon.
– ¡Ah, qué tonto! dijo Agumon. Incluso Meiko viene a bañarse, podría hacer un esfuerzo...
– Es que es tan terco como su compañero humano, dijo Taichi.
– ¿Que acabas de decir? gruñó Yamato.
– Nada, nada...
Tan pronto como Joe estuvo en el agua, Takeru llegó con un balón.
– Me lo prestaron en el hotel. ¿Formamos equipo y nos hacemos pases?
– ¡Buena idea! dijo Taichi.
– ¿Podemos jugar también? preguntó Ryudamon.
– ¡Claro! asintió Sakae.
– ¿Podemos hacernos pases por el aire? preguntó Hawkmon. Para que Piyomon, Tentomon y yo podemos jugar volando.
– Vale, aceptó Takeru.
– ¿Chicas contra chicos? propuso Mimi.
– Sois una de menos que nosotros, señaló Daisuke. ¿No tienes miedo a perder?
– ¿Por qué tendríamos miedo? respondió Miyako. Vamos a mostraros lo que valemos, ¿verdad, chicas?
– ¡Absolutamente! asintió Sora.
– En este caso, dijo Taichi, ¡que gane el mejor!
La partida fue intensa: cada equipo tenía que hacerse pases sin que sus oponentes les robaran el balón. Su práctica del fútbol les daba a Taichi, Daisuke y Ken una resistencia física notable, pero Iori y Takeru tenían buenos reflejos. Joe, por fin concentrado, tenía la ventaja de ser alto, al igual que el Sr. Nishijima, lo que les permitía interceptar más fácilmente del balón. Las chicas no se quedaron atrás: Sora y Sakae eran atléticas y su resistencia puso a prueba la de los chicos. Aunque a Miyako le faltaba a veces habilidad, mostró una determinación casi feroz a la hora de mantener el balón en su equipo. Hikari y Meiko, estratégicas, intervinieron en los momentos adecuados. Sus digimons, exaltados, reenviaban el balón con entusiasmo. Los dos equipos estuvieron en igualdad de condiciones durante más de veinte minutos, pero los chicos finalmente ganaron.
Cuando se fueron de la playa, un sol bermellón se estaba poniendo sobre la isla Ishigaki. Caminaron calle arriba hacia el hotel, con la cabeza vacía y el corazón lleno de energía y optimismo.
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En esa noche sin luna, la frontera entre el mar y la tierra de Ishigaki se desvanecía, borrada por una nada sin profundidad ni relieve. Sin el reflujo que murmuraba a distancia, los Niños Elegidos podrían haber olvidado que se encontraban en una isla. Habían cenado en el restaurante del hotel y se habían retirado a sus respectivas habitaciones para descansar. Koushiro había trabajado muy duro toda la tarde, y para seguir con su investigación había sacado una mesa baja y un cojín en la terraza de la habitación que compartía con Taichi, Yamato y el Sr. Nishijima. Mientras Yamato se duchaba, Taichi se acostó en una de las camas, con las manos detrás de la cabeza. Miró la puerta de cristal que daba a la terraza: la frente de Koushiro delataba una intensa concentración. El Sr. Nishijima, sentado con las piernas cruzadas en otra cama, siguió la mirada de Taichi.
– Me pregunto en qué estará trabajando.
– No lo sé, respondió Taichi. No quiere contármelo, pero viendo lo duro que trabaja, tiene que ser algo importante.
Yamato salió del cuarto de baño en este momento. Taichi se levantó y abrió el ventanal:
– Koushiro, ¿quieres ducharte?
– Gracias, le haré más tarde.
– Tienes que descansar, Koushiro.
– Descansé en el avión, no te preocupes por mí.
Taichi frunció el ceño pero no insistió. Cerró la ventana y se metió en su cama; Yamato y el Sr. Nishijima ya estaban la suya. Apagó la luz y trató de dormirse, sin embargo, no logró encontrar el sueño fácilmente. Los dos últimos días habían sido intensos y las revelaciones del historial aún turbaban sus noches. Cayó en una somnolencia donde lo asaltaron imágenes confusas, inconsistentes y violentas. Finalmente, volvió a abrir los ojos: no se sentía nada descansado y un dolor de cabeza le retorcía las sienes. El silencio impregnaba la habitación y sólo el aire acondicionado perturbaba esta calma absoluta, con un ronroneo que recordaba el crujir de los cascos de los antiguos barcos. De repente, Taichi escuchó ecos de voces. Se dio la vuelta y vio que Koushiro estaba todavía en la terraza, con el móvil pegado a la oreja. Taichi prestó más atención y pudo entender lo que estaba diciendo:
– Sí, lo sé, decía su amigo. De acuerdo, sigo investigando en esa dirección. Hmm... sí, le preguntaré pero no sé si aceptará. Sino, tendremos que hacerlo nosotros mismos. Sí, es el mismo principio, pero no sé si tenemos la capacidad de hacerlo. Lo sé, pero como es imposible contactarla, tendremos que arreglárnoslas como podamos. Hmm... sí, buenas noches, Sr. Tagaya.
Colgó y Taichi se puso de pie, se acercó al ventanal y lo abrió de nuevo. Koushiro, sorprendido, levantó la cabeza hacia él:
– ¿Taichi? ¿No consigues dormir?
– No, tengo pesadillas. ¿Era el padre de Sakae con quien estabas hablando?
Koushiro apretó los labios.
– Sí. El director de la Agencia y yo estamos trabajando en paralelo en el mismo programa.
– ¿Pero qué es este programa que te lleva tanto tiempo?
Koushiro frunció el ceño, como si dudara en contestar. Finalmente, fijó su mirada en la de Taichi y reveló:
– Sería un programa… para resucitar a Meicoomon.
