CAPÍTULO 51
MARY MARGARET
Érase una vez yo era el tipo de mujer que vestía de blanco y brillaba entre la multitud, de esas que parecen caminar entre nubes sin que nada les afecte. Pasé mis dedos por mi corta cabellera pensando en lo mucho que había cambiado, y yo no era la única, para muestra Regina, siempre luciendo físicamente impecable incluso cuando su vida era un completo desastre, pero ahora todo en ella era perfecto, absolutamente perfecto.
Cuando su agua se rompió todos nos paralizamos por un par de segundos y entonces comenzamos a movernos con nerviosismo, David se encargó de alistar los autos, Emma corrió por la maleta y la pañalera que habían preparado previamente, y a mí me tocó ayudar a Regina a llegar hasta su habitación para que pudiera cambiarse, aunque ella insistiera en no necesitar mi ayuda.
Parecía tranquila, un poco nerviosa, pero tranquila en general, y yo no podía dejar de mirarla, la forma en que sus manos se apretaban en puños por lo que parecía ser una contracción, respirando pausadamente y como si lo hubiese ensayado. Yo no tuve esa oportunidad, no pude preparar nada porque, aunque tuve una habitación lista para Emma, mi corazón sabía que no tenía probabilidades de ver crecer a mi hija.
No era justo. Todos podían decir que yo era la mala del cuento, que había perdido la cabeza y que debía perdonarla, pero nadie que no haya estado en mi posición podía juzgarme. Podría aceptar que Regina siguiera con su vida y lograra ser feliz, el problema es que no quería tener un recordatorio constante de su felicidad, porque nosotros habíamos perdido una vida entera, la vida de nuestra hija, nada nos lo iba a devolver.
Emma llevó a Regina en su auto y con David las seguimos en el nuestro.
—Parece estar bien —dijo David rompiendo el silencio incómodo.
—Nada de esto está bien.
—Nieve.
—Somos tú y yo en este momento David, cuando lleguemos a la clínica apoyaremos a Emma, pero en este momento necesito que seas sincero o te juro que voy a volverme loca.
—Estoy feliz por Emma.
—Al igual que yo… pero Regina… nuestra hija debió llegar al mundo rodeada de felicidad en lugar del horror que vivimos.
—Lo sé. Y sé lo que estás sintiendo… la sostuve en mis brazos y tuve que enviarla lejos de nosotros por temor a que ella la mate.
—Y ahora tendrá todo lo que nunca tuvimos.
David dio un suspiro apesadumbrado y sostuvo mi mano un instante.
—Hacemos esto por Emma, porque es la única manera de ser parte de su vida, incluso por Henry porque es nuestro nieto.
—Voy a amar a esa niña porque es parte de Emma —me limpié las lágrimas que resbalaron por mis mejillas—, hacemos esto también para ser parte de la vida de esa niña.
—Claro que sí, es nuestra nieta, vamos a amarla sin condiciones.
—Pero a Regina no la querré nunca, no importa el tiempo que pase, puedo perdonarle muchas cosas, pero haberme arrebatado la vida de mi hija no se lo perdonaré jamás.
—Lo sé, amor. Lo sé mejor que nadie.
Besó mi mano y me sentí mejor al saber que mis sentimientos eran compartidos, me hacía pensar que no era tan mala persona. No pude evitar preguntarme si Regina se sentía de la misma forma, nuestro odio había llegado a un punto mutuo, solo esperaba que al igual que David y yo, su amor fuese suficiente para que Emma nunca tenga que sufrir por causa de ella.
—Escríbele a Sarah para que recoja a Henry —dijo David.
Sarah tampoco era de mi agrado, no la odiaba, simplemente no me caía bien, parte de eso era debido a mis celos, su cercanía con Emma no me agradaba, si ella estuviese lejos las cosas serían más fáciles, ocupaba un lugar que era mío, hasta Henry parecía estar acercándose demasiado a esa mujer.
Con mi nieta tendría la oportunidad de comenzar desde cero y ganarme su afecto para ser su única abuela, debía reconocer que estar lejos de todos los problemas mágicos nos daría la oportunidad de llevar una vida tranquila, y mi nieta no tendría que vernos pelear; estaba dispuesta a cumplir mi palabra para llevar nuestra vida en paz.
Nosotros dejamos el carro en el estacionamiento, David se ocupó de hacer lo mismo con el carro de Emma, mientras yo las acompañé a entrar. Una enfermera se encargó de llevarnos a una sala de espera en dónde le pidió a Emma que llenera los papeles del ingreso mientras revisaban a Regina.
—¿La pasarán a una habitación? —pregunté curiosa.
—Primero deben revisarla, si ha dilatado lo suficiente la pasarán a una habitación privada en donde podrán acompañarla.
—El seguro lo cubre todo —dijo Emma—. ¿La doctora ya llegó?
—Si, vendrá en un momento.
El lugar era de primera, incluso eso era absolutamente perfecto. Me quedé sorprendida al ver la habitación a donde la pasaron, tuve que morderme la lengua para no decir algo incorrecto, aunque la única razón por la que ella tenía el suficiente dinero para llevar una vida llena de lujos era a causa de hacerme la vida imposible.
—La doctora vendrá en un momento, si necesitan algo no duden en llamarme, estaremos en la estación de enfermeras al final del pasillo —dijo la enfermera sonriente y nos dejó solas en la habitación.
Justo cuando estaba lista para amargarme por toda la perfección que rodeaba a Regina, una fuerte contracción la hizo retorcerse del dolor un poco, no era una venganza en sí, pero aprendería a conformarme con esas pequeñas cosas.
XXXSQXXX
EMMA
Uno de los días más felices parecía llegar al fin, los nervios me volvían loca, pero al mismo tiempo no podía con tanta emoción. Con Regina habíamos dejado todo listo, así que cuando su agua se rompió corrí como loca para ir por la pañalera y la maleta pequeña de Regina, a diferencia de todo mi correteo por la casa, al momento de subirnos al carro fui una conductora de lo más prudente.
—¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? ¿Cuántas contracciones por minuto?
—Estoy muy bien.
—¿Y las contracciones?
—No sé.
—No puedes no saber, es importante controlar el tiempo.
Ella se encogió de hombros y acarició su barriga.
Hice respiraciones largas y pausadas, como si la que estuviera en trabajo de parto fuera yo, sentía que si no lo hacía me iba a volver loca. Regina en cambio parecía de lo más tranquila, sonriendo dulcemente mientras se acariciaba la barriga y me daba indicaciones para llegar a la clínica, incluso se ocupó de enviar un par de mensajes a Sarah para darle indicaciones sobre Henry.
—Cuando nuestra pequeña nazca no quiero que te separes de ella.
—Todo estará bien.
—Promételo.
—Lo prometo.
—He investigado, cuando nazca la llevarán lejos para asegurarse de hacerle todas las pruebas, limpiarla y revisar que esté perfecta.
—Solo será un momento.
—Es igual, vas a mantenerte a su lado todo el tiempo, no puedes perderla de vista ni un segundo.
—Está bien, despreocúpate de eso.
Esperaba que Sarah trajera a Henry para que mis padres se ocupen de él, de esa forma podría cumplir la promesa a Regina. Pensé en mi propio parto, en lo sola que estuve y no poder ver a Henry porque tenía que entregarlo para que tuviera su mejor oportunidad, nuestra pequeña no pasaría por eso, sonreí al pensar que pronto la tendría en mis brazos.
Cuando la enfermera nos acomodó en la habitación y mi madre dejó de hacer preguntas sobre lo mucho que nos costaría si tuviéramos que pagar en lugar de aprovechar el buen seguro médico que Regina tenía, me sentí un poco más relajada, incluso había elegido zapatos deportivos y ropa cómoda para aguantar todas las horas del trabajo de parto.
—¿Cómo estás? —pregunté otra vez y besé la frente de Regina.
No pudo contestar, una fuerte contracción la hizo apretar mi mano y ahogar un quejido.
—Respira, recuerda lo que practicamos y piensa en nuestra princesita.
—Esta si dolió.
—Lo sé. Todavía estás a tiempo de pedir la epi.
—No quiero drogas, voy a traer a nuestra hija al mundo sin drogas.
—Ok. Lo que tú digas —no era momento de contradecirla, aunque yo en su lugar ya habría pedido todas las drogas, sin embargo, ella parecía lidiar muy bien con el dolor.
La ayudé a ponerse cómoda, consintiéndola lo más que me era posible, haber pasado por lo mismo tiempo atrás me ayudaba un poco a saber cómo hacerla sentir mejor.
—Hola mamis —dijo nuestra doctora ingresando a la habitación, casi me lancé a abrazarla, era definitivamente la mejor gineco obstetra que habíamos podido conseguir.
Revisó a Regina con toda la paciencia del mundo, contestó cada pregunta, nos mostró que nuestra bebé estaba muy bien y nos dijo que estaba en buena posición, lo cual nos aseguraba que el plan de parto marchaba como lo esperábamos.
—Tienes una excelente tolerancia al dolor, Regina —dijo la doctora sorprendida al verla reaccionar ante las contracciones—. Vamos muy bien. Vendré a darles otra vuelta en un par de horas.
—¿Horas? —preguntó Regina sorprendida y en el fondo escuché a mi mamá reír.
—No pienses en el tiempo, esta niña nacerá en menos de lo que puedas imaginarte. Voy a quedarme todo el tiempo hasta que esta niña nazca en mi guardia.
La doctora nos volvió a dejar solos y Regina casi me arrastró a su lado tomando mi mano.
—¿Cuántas horas?
—Con suerte nacerá esta noche.
—Emma, falta demasiado para que sea de noche.
—Puede incluso nacer mañana —dijo mi madre—. Los partos duran horas.
—Vas a ver que el tiempo se pasa volando —ignoré a mi madre y besé la frente de Regina.
Sarah llegó con Henry para que nos diera abrazos y besos antes de la llegada de su hermana. David y Mary Margaret estuvieron de acuerdo en relevar a Sarah y llevar a Henry a casa para acompañarlo hasta que llegue el momento del nacimiento. La tensión de la habitación se aligeró sin su presencia.
Regina paseó por la habitación, caminando para acelerar el proceso, se veía adorable en sus pantuflas y la bata rosa de hospital. La ayudé a sentarse en el balón de parto para ayudar con sus molestias.
—Vamos nena, respira —aguanté su fuerte apretón de manos durante sus contracciones.
—Estoy cansada —dijo casi en un puchero.
Había caído la noche y llevábamos horas en el proceso, era normal que comenzara a cansarse, la ayudé a subirse a la cama, acomodé las almohadas y masajeé su espalda. Sarah trajo un vaso con cubitos de hielo y un refresco para mí.
—Ve a comer algo —dijo Sarah.
—No pienso moverme.
—Ve. No quiero que te desmayes e incumplas tu promesa. Sarah me hará compañía.
—Come algo, Emma. Yo me quedo aquí.
—Ve —dijo Regina con su voz de mando.
Fui porque ellas tenían razón y porque moría de hambre. Comí un par de sánduches en la cafetería, un café bien cargado, y una barra de granola con chocolate. Aunque me demoré solo quince minutos, la ansiedad me hizo parecer que fueron horas, volví corriendo a la habitación y me sentí tranquila al ver a Regina, estaba resplandeciente, hermosa como ninguna.
—Quiero que nazca ya —dijo Regina.
—Falta muy poco.
—Estoy muy cansada.
Me senté junto a ella en la cama y sobé su espalda.
—Duerme un poquito.
—No puedo, las contracciones duelen cada vez más.
Era evidente que las contracciones se habían vuelto más frecuentes y dolorosas, de todas formas, sonreí al pensar que yo había gritado como loca desde el inicio mientras que Regina efectivamente parecía una verdadera reina que apenas se quejaba. Algo más que también me recordó el nacimiento de Henry fue las bombillas parpadeando, era magia, de eso ya no tenía ninguna duda.
Cuando el momento llegó, mis padres esperaban con Henry fuera de la habitación, acompañados por Sarah también. Regina estaba muy agotada, sus mejillas estaban mojadas de lágrimas por todo el dolor y esfuerzo, la doctora y las enfermeras la animaron a seguir pujando, y las bombillas no dejaban de parpadear.
—Tú puedes, mi amor, un último esfuerzo.
Regina se aferró a mi mano con fuerza. Las luces iluminaron la habitación, con una luz brillante casi cegadora; estoy segura que alguna bombilla reventó, pero cualquier ruido o perturbación a mi alrededor me pasó desapercibida al escuchar el llanto de mi hija y al verla por primera vez. Mis ojos se llenaron de lágrimas y no las contuve, la emoción que me embargaba era desbordante. Pusieron a nuestra pequeña en brazos de Regina y ella, llorando al igual que yo, besó su pequeña cabecita.
—Te amo —susurró Regina a nuestra pequeña.
—Te amo —dije besando a Regina.
—Es nuestra hija —dijo Regina mirándome a los ojos.
No podía ni hablar de la emoción. Corté el cordón con mucho nerviosismo, sin poder quitar mis ojos de ella, la forma en que sus deditos se aferraron alrededor del dedo índice de Regina, la forma en que se calmó estando en sus brazos, casi reconociendo que estaba en brazos de su mamá; dejé a un lado mis temores y me atreví a besar uno de sus piecitos.
—¿Quieres cargarla mamá? —preguntó la doctora y era a mí a quien se dirigía.
Creo que asentí.
Una enfermera envolvió a mi pequeña en una manta rosa y la acomodó en mis brazos. Mi pequeñita lloró un momento, demostrando lo fuerte que estaban sus pulmones, su manita rozó mi nariz y para mí fue la mejor experiencia del mundo.
—Soy tu mamá también, soy tu mamá, mi princesita.
La abracé contra mi pecho y besé su cabecita. Miré a Regina y pude haberme perdido en su mirada en ese momento, ella me había dado todas las alegrías de mi vida, me había devuelto a Henry y me había regalado una segunda oportunidad de ser madre, no me iba a alcanzar la vida para agradecerle por tanta felicidad, supe en ese instante que dedicaría cada segundo de mi vida a devolverle la misma felicidad que ella me había dado.
XXXSQXXX
REGINA
A veces los sueños se hacen realidad, mi vida se había convertido en un hermoso sueño sin fin, sentía que mi corazón podía detenerse en cualquier momento de tanta felicidad. Emma cumplió su promesa de acompañar a nuestra hija mientras cuidaban de ella, asegurándose que todo estuviese bien, cada segundo que estuvimos separadas fue casi una tortura. Estaba agradecida por todas las atenciones, las enfermeras se encargaron de todo tan bien que pareció casi mágico. Cuando trajeron a mi pequeña de regreso estiré las manos, deseosa de tenerla en mis brazos nuevamente.
Le habían puesto el trajecito blanco que elegimos con Emma, le quedaba un poco grande, pero se veía hermosa. La acomodaron en mis brazos y la enfermera me indicó todo lo que debía hacer para intentar amamantarla. El nerviosismo de no poder hacerlo me invadió. Con Henry había sido difícil, y amamantar no era igual que preparar un biberón.
Emma se mantuvo a mi lado, ayudándome con todo hasta que nuestra pequeña logró prenderse de mi pezón, estaba hambrienta y me sentí relajada al lograr amamantarla, no podía imaginar fallándole. El mundo entero desapareció, me quedé hipnotizada observándola, cada uno de sus rasgos era perfecto, su nariz era un pequeño botoncito.
—Mira su cabello —dijo Emma en un susurro y quitándole el gorrito. Era un poco claro, aunque no tenía idea si sería igual de rubia que Emma o tendría el cabello oscuro, su piel era blanca y perfecta, sus mejillas rosadas al igual que sus pequeños labios—. Es perfecta. Es la cosita más hermosa que he visto.
—Lo es. Me recuerda un poco a Henry.
—Tenemos los hijos más lindos del mundo.
La enfermera volvió a entrar para ayudarme a cambiarla de seno, me enseñó a acomodarla a pesar de que mi pequeña no dejaba de llorar y me ponía un poco nerviosa el no poder hacerlo sola. Dejó de llorar en cuanto se prendió del pezón, parecía estar sumamente hambrienta a pesar de haber comido un poco. Cuando terminó, la misma enfermera le enseñó a Emma a sacarle los gases. Fue en ese momento que Henry ingresó, me abrazó brevemente y su curiosidad lo llevó directo hacia su hermana.
Lo ayudaron a sentarse en uno de los cómodos sillones y él fue el niño más feliz al sostener por primera vez a su hermana en brazos. Sarah aprovechó para tomar las mejores fotos, y la habitación se llenó de felicidad. Nieve y David ingresaron a la habitación después, habían hecho su máximo esfuerzo por darnos nuestro espacio. La mayor parte de mi embarazo me había preocupado lo que ellos harían cuando mi hija naciera, así que al verlos sinceramente felices abrazando a mi hija, pude estar tranquila al fin. Ellos parecían amarla al igual que a Henry, y ese era el mejor acto de paz entre nosotros.
Nieve la tomó en brazos y no paró de decirle a Sarah que le tomara todas las fotos posibles, y David dijo que tendríamos serios problemas por lo hermosa que era.
—Creo que va a ser rubia como nosotros —dijo David.
—No lo creo —debatió Nieve—, pero creo que sus ojos son claros.
—Como los nuestros —otra vez dijo David, abrazó y besó a Emma—. Es la niña más bella del mundo.
—En serio es hermosa, Regina —dijo Nieve mirándome a los ojos—. Y va a ser la niña más amada, al igual que nuestro Henry.
Era todo lo que quería escuchar, que mi familia tuviera el amor que a mí me faltó.
Después de un rato todos se fueron. Emma se aseguró que nuestra pequeña estuviera durmiendo en la cuna que la clínica había dispuesto junto a mi cama.
—Mis padres están de acuerdo en esperar para saber su nombre.
—Es la tradición —dije en medio de un bostezo.
—Es muy Rey León para mi gusto, pero no me opondré. Duerme un rato mientras la cuido.
El cansancio logró vencerme al fin, quizá porque estaba segura que Emma cuidaría de nuestra hija, y porque todo había resultado absolutamente perfecto.
—Al fin tengo mi final feliz completo —dije con una sonrisa.
Emma acomodó mi cabello, acarició mi mejilla y me dio un beso.
—No. Este es solo nuestro feliz comienzo.
