Episodio 91: War

El tiempo transcurrido desde el momento en que escucharon la noticia hasta que Luis llegó de nuevo al piso fue eterno, agónico; el matrimonio, junto a los dos hermanos, se sentó en el sofá, cogiéndose de la mano y mirando las noticias con expresión de total incredulidad, Simon y Erik por su parte ocuparon cada uno un sillón, dejándose caer pesadamente en ellos y, mientras que el menor adoptaba una actitud similar a la del matrimonio, el mayor tan sólo dejó caer la barbilla sobre el pecho con expresión sombría.

Erik maldijo su conocimiento del idioma porque, al igual que Elise y Fran, estaba entendiendo absolutamente todo lo que se decía: Los lamentos de los padres, comentarios de testigos y curiosos, las palabras de Rousseau… todo.

Tan sólo abandonó el asiento cuando Luis, pálido y con una desgarradora expresión en el rostro, arribó a la vivienda, dejándose caer en el asiento de Erik en el momento en que éste se lo cedió y lanzando sobre la mesita del centro una carpeta amarilla.

Nadie dijo nada, porque nadie sabía qué decir, tan sólo el español aportó algo de sonido a aquel silencio incómodo respirando pesadamente, encorvado y con el rostro hundido en las manos; nadie podía ver su expresión, pero sus dedos crispados daban una idea bastante certera acerca de los sentimientos que lo embargaban en aquel momento.

Dolor.

Impotencia.

Rabia.

- Luis ¿estás…? – articuló François tras algunos momentos de duda.

- ¿Tengo pinta de encontrarme bien? – Lo cortó el español con un hilo de voz – Habéis visto las noticias, supongo.

- La televisión estuvo puesta hasta hace apenas media hora – respondió Simon con voz falsamente firme.

- Entonces no necesito contaros nada – celebró arrastrando pesadamente las palabras – Si queréis algún dato más, está en esa carpeta. Yo me niego a volver a abrirla.

Erik, más movido su instinto investigador que por una curiosidad real, asió la carpeta y la abrió.

Inmediatamente comprendió a su amigo, encontrando el contenido de esta increíblemente doloroso: Informes pre-autopsia, declaraciones transcritas y… fotos, muchas fotos, todas a tamaño Din A-4 y a una resolución excelente.

Una a una las observó con todo el detalle que le permitía su estómago, eran imágenes en detalle de las laceraciones, quemaduras, infecciones y otras erosiones que los cadáveres tenían a lo largo de su cuerpo. No es que no estuviera acostumbrado a ese tipo de cosas, pero… ¿Qué clase de sádico podía hacer algo así a unas pobres criaturas? Aquello estaba por encima de las leyendas de De Rais.

Estaba a punto de cerrar el archivo de puro asco cuando una fotografía llamó su atención: Era el torso de uno de los niños, y había algo grabado en él con algún tipo de objeto cortante.

- Luis, esto…

Fue a mostrarle la fotografía, pero el Fernández lo detuvo con un gesto.

- Los grabados ¿verdad?

- Sí

- Eso no se ha permitido que trascienda a la prensa – Explicó, sin elevar el tono de su voz por encima del que ya había usado antes – En el informe consta como señal de sacrificio ritual – descubrió su rostro y golpeó los brazos del sillón con los puños cerrados - ¡Panda de gilipollas!

- No tiene nada que ver con la ritualidad – las siguientes fotos, haciendo un total de seis, contenían un grabado por torso – Esto es…

Calló antes de revelar nada más. Podía traducirlos todos, estaban escritos exactamente igual que el libro sustraído de la biblioteca: En vampiria antigua codificada, que a estas alturas no encerraba ningún secreto para él.

- ¿Qué "es"? – Lo interrogó Elise, acuciante.

Erik se mordió el labio inferior, al tiempo que traducía mentalmente y se sentía invadido por una creciente ira.

Cada torso contenía la descripción de una jugada en una corta partida de ajedrez. Uno por uno, Erik reconoció en los movimientos cada una de las pesquisas realizadas, cada una de las batallas libradas. Sintió su cabeza y su corazón arder mientras identificaba cada uno de los sucesos:

El rapto del sexto niño

El primer combate contra Erzabeth Barthory

La noche en que descubrieron a Jacques Rousseau como siervo

La batalla del Louvre

Su viaje en busca del códice

El sexto era el único que no podía identificar, pero terminaba con la caída de la reina a manos de un alfil, el acorralamiento del rey y un rotundo Jaque Mate.

En particular, aquella proclamación de victoria encendió una violenta llama en el interior del joven, la ira y el deseo de venganza se apoderaron de él. Respondería a ese desafío ¡Vaya si lo haría!

Cerró la carpeta y la lanzó a la mesa antes de encaminarse hacia la habitación de invitados a toda prisa, sólo la voz de Luis, que se había dado la vuelta para llamarlo, lo detuvo.

- ¿¡A dónde vas!?

- A seguir – respondió – Tengo un libro que traducir.

- No se te ocurra entrar ahí si no es para dormir, Erik.

Aquello arrancó una exagerada expresión de sorpresa al pelirrojo, que no podía creer lo que estaba oyendo.

- ¿¡Estás en tus cabales!? – reaccionó, alterado - ¡Seis niños han aparecido muertos hace apenas un par de horas! ¿¡Y quieres que me eche un sueñecito!?

- ¿¡Qué crees que podrás hacer en tu estado!? – contestó Luis, elevando el tono de su voz - ¡Te recuerdo que estos días has estado trabajando en ese mamotreto hasta desmayarte! ¿¡Qué harás si tienes que combatir!?

Erik apretó los dientes, no era una buena idea discutir con él cuando se encontraba tan alterado.

- ¡Pero tenemos que encontrar a ese hijo de puta! – replicó, casi a voz en grito - ¡No pienso echarme a dormir por una nimiedad como esa! ¡Necesitamos resultados, Luis! ¡Y la policía también!

El gesto del Fernández se ensombreció aún más al escuchar aquello último.

- Olvídate de la policía, tío. Estamos fuera del caso.

- Qu… - Aquellas palabras bastaron para que el pelirrojo abandonara su iracundo estado de ánimo, dejando paso a un tremendo gesto de incredulidad – Luis… ¿Qué COÑO estás diciendo?

Aunque no dijeron nada, la reacción de los demás presentes fue exactamente la misma.

- Estoy diciendo exactamente lo que has oído: Tanto nosotros como los Lecarde, Rousseau y los hombres designados por él hemos sido apartados oficialmente del caso. Consideran que sólo nos hemos dedicado a perder el tiempo y competir entre países.

- ¡Eso es estúpido! – saltó Elisabeth.

- ¡Malditos imbéciles! – exclamó François a su vez - ¡Nosotros somos franceses y también nos han estado poniendo la zancadilla!

Los hermanos Belmont por su parte endurecieron el gesto, Simon incluso parecía albergar cierta satisfacción.

- Yo no veo ningún problema – comentó el menor – ahora podemos ir a nuestra bola.

- Exacto – corroboró el mayor – Ya no tenemos normas que seguir – tras estas palabras, dirigió la mirada a su amigo – NO pienso descansar un segundo, para mí ahora mismo es más importante dar con ese hijo de puta que tumbarme a dormir la mona. Esto es la guerra, Luis.

Dicho esto, entró en la habitación y cerró la puerta a sus espaldas, con la intención de no volver a abrirla hasta finalizar su cometido.

No pasó mucho rato hasta que Simon asintió con mirada decidida y abandonó también su lugar.

- ¿Y tú a dónde vas? – lo interrogó el español sin abandonar su tono de desánimo.

Simon, que estaba a las puertas de la habitación de invitados, donde descansaba su látigo, se detuvo y miró a su cuñado.

- Yo no soy una lumbrera como mi hermano – respondió – pero él lleva razón, esto es una guerra, y voy a prepararme para lo que puedo hacer mejor: Luchar.

Entró, dejando la puerta abierta, y salió con la misma celeridad, látigo en mano y cerrando la habitación de nuevo.

- Si alguien me busca, estoy en la azotea.

Una vez hubo salido por la puerta principal, Luis frunció los labios y cerró los ojos por un momento, él no sentía la misma animosidad que los hermanos Belmont. Sí, cierto, quería vengar a esos niños, pero… después de tantos combates, que habían desembocado en semejante fracaso, no le quedaban energías.

- Cariño ¿Te importa si me voy yo también?

Relajó el gesto y abrió los ojos, François se levantaba y entraba en la despensa para sacar de ella su lanza Alucard. No sabía qué pretendía hacer, pero tenía cierta curiosidad.

- Luis ¿Tú que vas a hacer? ¿te vas a quedar ahí?

Elisabeth, que sujetaba cariñosamente a su pequeño – ni se había dado cuenta de que René había despertado ya – lo miraba expectante.

- Yo…

François salió por la puerta principal, pocos segundos después la voz y el rostro de la Kischine adoptaron un cálido matiz maternal.

- Tal vez – dijo mientras, sentando al niño en su rodilla, mantenía sus ojos clavados en él – quieras hablar de ello.

Entre tanto, Simon entrenaba bajo el naciente sol de la mañana, practicando movimientos con su látigo que solían ser demasiado difíciles para él y, de hecho, era raro cuando no acababa recibiendo un auto-latigazo, pero precisamente por ello sabía que debía mejorarlos.

Recientemente había estado pensando en uno, una forma de combinar su Holy Punch con el arma, pero su práctica solía conllevar la necesidad posterior de acabar vendado hasta los bíceps. Aún así…

Cargó su brazo derecho y lanzó un latigazo, después otro, otro, y otro…

"Rápido, rápido ¡Más rápido!" Se repetía a sí mismo mientras su cabeza se cargaba de cálculos. No era cosa fácil manejar un arma como esa, debía tener bien claro cómo reaccionaría cada centímetro del cuerpo del látigo, la flexibilidad de cada sección, el peso del material… Era capaz de hacerlo porque podía pensar rápido, pero…

- ¡AGH! – Un latigazo en pleno costado, sintió la brisa pasar a través de su ropa rasgada y el escozor de la herida recién abierta. Había perdido el control del arma, y la velocidad de su ataque aún era apenas un tercio de la que sus puños eran capaces de desarrollar. No importaba, debía recuperar el control y continuar.

Debía mejorar, y continuó mientras su mente se agotaba; demasiados golpes seguidos como para controlarlos todos, y ya sentía escozor en su cuello, hombro derecho, espalda y ambas piernas. Fue a lanzar un latigazo más, pero entonces se detuvo bruscamente, aparentemente se había enganchado con algo.

- Suficiente – dijo una voz a su espalda - ¿Estás entrenando o flagelándote?

Sorprendido, se dio la vuelta para encontrar allí a François Lecarde acompañado de su lanza, en la que el látigo se había enrollado.

- ¿Fran? – preguntó extrañado - ¿Qué haces aquí?

- No tengo nada que hacer – respondió éste mientras liberaba el asta – y no me apetece quedarme de brazos cruzados, así que pensé en subir a acompañarte ¿Te apetece un combate de entrenamiento?

El Belmont sonrió, era justo lo que necesitaba.

- Por mí – se puso en guardia – vale.

El día transcurrió lento y pesado mientras el ambiente se teñía de una extraña aura de malignidad opresiva, nadie en casa de los Lecarde probó bocado, Simon y François incluso bajaron pasada la sobremesa, satisfechos pero decaídos y, por parte del Belmont, anormalmente en guardia, respondiendo a la curiosidad de su cuñado respecto a ello con un simple "tengo un mal presentimiento"

Erik por su parte no había abandonado el cuarto más que para salir al baño, ni siquiera él comió nada aún cuando su expresión evidenciaba un hambre atroz, todos se preguntaban por qué esa dedicación enfermiza, pero ninguno sabía nada acerca de lo escrito en el torso de los niños.

El crepúsculo sucedió a la tarde y, tras éste, llegó la noche con la que Elise, harta del pesado silencio reinante en la casa, encendió la televisión a pesar de saber que a esa hora sólo encontraría noticiarios, y que en todos se estaría hablando de lo mismo.

Por supuesto, aquello sólo logró arrancar expresiones malhumoradas a los presentes, y el matrimonio dibujó una idéntica expresión de asco cuando, en un debate, empezaron a mezclar los asesinatos con la política, Elisabeth llegó incluso a tirar el mando contra la televisión, pero Simon estuvo al quite y lo cogió antes de que la mujer provocara una desgracia.

Entonces las transmisiones se interrumpieron a causa de un informativo de última hora, otro de tantos que se habían visto en aquellos días pero que, de nuevo, logró hacer palidecer a todos los presentes. Luis, que tenía en la mano una lata de cerveza, se contuvo para no estrujarla mientras llamaba a voces a su amigo que, de gesto agotado y con los ojos casi inyectados en sangre por la cantidad de horas forzándolos, salió corriendo al salón sin preguntar siquiera qué ocurría, no necesitaba hacerlo, las caras de los presentes hablaban por ellos.

Un reportero se dirigía aceleradamente a la cámara, estaba en una calle en la que, al fondo, se podía observar un tumulto acompañado de lo que parecían ser gritos de horror. La descripción del periodista NO podía ser falsa.

- ¡Todo estaba tan tranquilo hasta que unas horribles criaturas han salido de la nada y han empezado a atacar a la gente! ¡Estábamos entrevistando allí y nos hemos salvado de pura suerte! ¡Nadie sabe lo que está pasado! ¡Todo es muy confuso!

En una ventana situada en la esquina superior derecha de la pantalla la presentadora del programa de debate le hablaba a su vez. Desde la seguridad del plató no parecía solidarizarse en absoluto con la situación de su compañero.

- ¿Pero habéis avisado a la policía? ¿Qué es lo que ha atacado a la gente?

- ¡No lo sabemos con seguridad! – respondió el locutor casi con desesperación - Esqueletos que se mueven solos, lobos caminando a dos patas… ¡Ni siquiera sabemos si estamos a salvo aquí!

La cámara se movió por un momento hasta enfocar por encima de la cabeza del periodista, se oyeron gritos de horror a su espalda y el que parecía ser el propio cámara gritó "¡Dios mío Claude! ¡MIRA ESO!"

François y Elisabeth se levantaron del sofá, Erik dio un paso hacia la televisión y Simon apretó los puños, por su parte, Luis se quedó lívido antes de adoptar un gesto de total seriedad en el rostro.

Y es que a lo que el cámara había enfocado era ni más ni menos que un gigantesco esqueleto homínido que se movía como un simio. Aún con todo el movimiento y la borrosidad de la cámara levemente desenfocada se podía distinguir un resplandor rojo en sus cuencas vacías.

En tan sólo un segundo, el Fernández había desaparecido del salón para reaparecer empuñando las armas del trío.

- ¡Simon, Erik! ¡Cogedlas! - Lanzó al menor su látigo y al mayor la espada Salamander para después dirigir su mirada a la pareja – Y vosotros dos, decidid cual se queda con René, porque nos vamos YA.

El matrimonio se miró el uno al otro mientras Luis ajustaba su Yasutsuna al cinto; se movía con prisa y decisión, y finalmente fue él quien habló por los dos.

- Elisabeth, deberías quedarte tú.

- ¿¡Eh!? ¿¡Por qué yo!? – protestó ella - ¡Soy tan capaz como tú o más, incluso!

- Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes – admitió – pero si hay alguien a proteger ahora mismo es a – señaló al infante – René. Tú podrías hacerlo mejor que cualquiera de nosotros, y eres su madre.

- ¡Pero…!

Para su sorpresa, su marido se adentró en la despensa y salió de ella con las dos armas, Espada Estelar y Lanza Alucard, en la mano, entregando la primera a su esposa.

- Lo siento Eli, pero creo que llevan razón – admitió mientras le tendía el arma – y si he de dejar a René en las manos de alguien, que sea en las tuyas.

No dejaron de mirarse mientras la Kischine tomaba la espada, la cogía y la desenvainaba para comprobar su brillante filo antes de echar una mirada a su retoño. La televisión seguía encendida, y el ruido de fondo seguía siendo el de la emisión especial.

Envainó y encajó la hoja en su funda y miró a François con ojos suplicantes. La idea preconcebida que tenía de su fragilidad y de que no fuera a ningún enfrentamiento sin ella le podía, pasó unos interminables segundos pensando en qué decir hasta que, alta como era, se abalanzó sobre él para abrazarlo y besarlo como si no lo fuera a soltar nunca.

- Por favor – le dijo tras separar sus labios de los de él – Ten muchísimo cuidado, no me gusta lo que se ve ahí.

- Lo tendré – respondió el francés – pero tenlo tú también ¿de acuerdo?

Se asintieron el uno al otro y, con premura, el cuarteto abandonó el piso; cuando se disponían a encaminarse escaleras abajo, el Lecarde les sugirió subir y alcanzar su objetivo a través de los tejados.

- Hay que rodear mucho para llegar – avisó - ¡Por arriba llegaremos antes!

Nadie le discutió; siguiendo sus órdenes, los tres jóvenes se dirigieron al punto donde se estaba llevando a cabo la masacre, que tampoco tenía mucha pérdida ya que, fueran quienes fueran las criaturas atacantes, habían hecho los suficientes destrozos como para que el fuego de los incendios provocados marcase el lugar con un inquietante resplandor anaranjado que teñía la ciudad de la luz con un aura sanguinolenta.

Al tiempo que avanzaban se alegraban cada vez más de haber hecho caso al Lecarde; aún en línea recta y abandonando los terrados sólo para usar farolas y otro mobiliario urbano como improvisadas plataformas, el tiempo que les restaba para alcanzar su objetivo era considerable, al menos quince minutos a su velocidad, y no pudieron evitar ponerse nerviosos.

- Hay decenas de plazas y lugares de descanso en todo París - comentó François en un momento dado - ¿¡Por qué tan lejos!?

Cuando finalmente llegaron a su destino contemplaron el lugar desde el más bajo de todos los edificios, encontrando un panorama desolador: Escaparates destrozados, cadáveres repartidos por todo el lugar, coches en llamas que, en algunos casos, habían comunicado su fuego con algún establecimiento o edificio que también ardía y por supuesto, dominando el lugar, las criaturas que lo habían tomado y se habían atrincherado en él, jugando con los agonizantes supervivientes, amenazando desde la lejanía a quienes se encontraban en las calles cercanas o simplemente ahí quietas, esperando, pero… ¿Esperando a qué?

François tardó en reaccionar ante la visión de la masacre, su mano se cerró con fuerza sobre la lanza Alucard y empezó a hiperventilar, no relajándose hasta que Luis puso la mano en su hombro.

- No pierdas los nervios – le dijo – en lugar de eso, enséñales lo que pasa cuando atacan a tu gente.

Simon estaba preparado para entrar en acción, casi impaciente podría decirse, mientras que el cansado Erik observaba con atención el que sería el campo de batalla.

- ¿Qué puedes decirnos, tío? – le preguntó su colega al poco - ¿Cómo lo ves?

- Una manada de hombres lobo – informó – vampiros, esqueletos y – clavó su mirada en el gigantesco esqueleto simiesco, que reinaba en el lugar – el Silverback Skeleton. Creo que podremos con ellos.

- ¿Alguna estrategia? – preguntó a su vez el francés, más calmado.

- Nos distribuiremos – explicó el pelirrojo – Si los atacamos según nuestras capacidades, no serán rivales para nosotros.

Abajo, mientras el centro de la plaza aparentaba estar totalmente tranquilo, las calles colindantes eran un hervidero de curiosos, gente asustada y efectivos policiales impotentes que, tras perder ya a unos cuantos hombres, eran increpados por la gente a causa de su "cobardía" Estaban todos tan ocupados que nadie pareció ver la explosión lumínica que se produjo en el mismo centro del lugar, donde una figura humana se alzaba entre los esqueletos, un poco más allá una llamarada verdosa hacía a los vampiros retirarse amedrentados y un rayo caía justo delante de la manada de hombres lobo, como colofón, un fuerte golpe detuvo el patrullar triunfante del esqueleto gigante, y poco después una potente llama se roja se encendía a sus pies.

Las criaturas tardaron en reaccionar y los esqueletos, animados con magia y carentes de emociones, se abalanzaron sobre el joven, que los repelió con un latigazo circular, logrando colarse uno de ellos al que Simon reventó literalmente el cráneo de un puñetazo.

Los siguientes fueron los hombres lobo, movidos por su instinto salvaje, que atacaron a su recién aparecido adversario con sonoros gruñidos; Luis no vaciló un instante y recibió al primero de ellos con un rápido tajo desde la cintura en el que devolvió la Yasutsuna a su vaina inmediatamente, para recibir a los dos siguientes apresando sus alargados morros con ambas manos y haciendo chocar brutalmente sus cabezas para, acto seguido, lanzar una descarga eléctrica que, sin el filtro de la Agnea, no se lo puso muy difícil para tumbar a cinco o seis de ellos.

Les siguieron los vampiros, siendo ensartados dos de ellos en una afilada asta mientras que otros tantos eran golpeados por el mango metálico de esta, los heridos se deshicieron en cenizas y François, antes de verse rodeado, empleó su lanza para impulsarse y saltar sobre sus cabezas, teniendo así una visión perfecta de su próximo movimiento: Crear una botella de agua bendita que destapó y derramó, teniendo efecto inmediato las gotas sobre los chupasangres que fueron alcanzados por ellas.

Silverback Skeleton, como el pelirrojo lo había llamado, atacó a su adversario con el hueso que empuñaba a modo de maza, pero vio su embate rechazado por un puñetazo de la misma potencia del que había recibido en la cabeza, retrocediendo y casi elevándose hasta una pose erguida mientras Erik corría, puño derecho preparado, directo hacia su mano con el fin no de desarmarlo, si no de reducir su arma a pulpa.

Los cuatro cazadores lucían una mirada escalofriante en el rostro, mezcla de odio, concentración y sed de venganza. Fueran quienes fueran esos monstruos, y sin importar la razón por la que habían tomado la plaza, no existirían para ver la luz de un nuevo día.

Simon miró a su alrededor mientras los esqueletos se reagrupaban tras el primer ataque, sabía que no eran muy duros por separado, pero podían suponer un problema todos juntos, así que plantó su mano libre en el suelo y convocó un Holy Seal que paralizó a los más próximos y se lanzó contra ellos; por supuesto, aún podían atacar, pero no podían escapar de los latigazos del joven que, cada vez con más celeridad, iba dando cuenta de ellos.

Naturalmente, el sello sagrado no había bastado para atraparlos a todos, no sólo eran demasiados, si no que además el muchacho decidió no gastar más energías ya que, una vez terminada su parte, se lanzaría a asistir a alguno de sus compañeros; es por ello que, mientras sostenía la batalla contra los esqueletos paralizados, no redujo con contundencia a los esqueletos que no quedaron atrapados por el grimorio sagrado, y acabó recibiendo algunas heridas y cardenales antes de recuperar el control de la situación.

François, por su parte, se vio aterrizar exactamente en el mismo lugar del que había despegado. La mayoría de vampiros alcanzados por el agua bendita se habían retirado del cerco o fueron reducidos a cenizas, pero habían sido sustituidos por otros, sedientos de sangre, que miraban amenazadoramente al francés. En vista de esto, François apuntó con su lanza al suelo, apoyó los pies en la parte posterior de la punta y, al tocar tierra, liberó una pequeña explosión turquesa que se llevó por delante a unos cuantos, extrajo la pica enseguida y, usando su cintura como eje, la hizo girar con un violento movimiento para terminar empuñándola con ambas manos y embestir hacia delante, eliminando a unos cuantos vampiros y escapando del cerco para adoptar una nueva estrategia.

Erik evitó otro huesazo y, en carrera, saltó y golpeó la rudimentaria arma con una patada descendente que abrió una pequeña grieta, subiendo acto seguido en ella y echando a correr mientras pisaba con todas sus fuerzas hasta llegar a la mano, que atacó con su espada llameante, abriendo una fisura chamuscada que, si bien parecía insignificante, bastó para que Silverback Skeleton respondiera con un manotazo que el pelirrojo, a causa del cansancio acumulado, no pudo evitar, cayendo al suelo con una voltereta gracias a la que terminó de pie, listo para volver a la carga.

Entre tanto, Luis continuaba su batalla en un frenesí despiadado, golpeaba a los licántropos en sus órganos vitales y usaba su espada contra los más fuertes. En un momento dado se despistó, habiendo visto por el rabillo del ojo el ataque sufrido por su colega, y se vio rodeado por tres bestias mientras que las demás empezaban a formar corro a su alrededor.

De reacción rápida, el español no se dejó sorprender y atacó las gargantas de los que se situaron a sus respectivos lados con la mano de serpiente, rompiendo su nuez, se dobló hacia atrás para evitar un mordisco y sintió una garra clavarse y retorcerse en su espalda, a lo que respondió sujetando el peludo brazo, dándose la vuelta para retorcerlo y propinarle una poderosa descarga eléctrica mientras rechazaba a los que le atacaban por detrás a base de patadas. Finalmente, agobiado y viéndose superado por la numerosa manada, desenvainó su Yasutsuna y, partiendo de una estocada, se quitó de encima a unos diez hombres lobos en apenas un par de segundos.

- ¡HOLY PUUUUUUNCH!

Apenas volvía a envainar su katana cuando los licántropos situados a su espalda eran empujados hacia delante; reconoció la técnica y la voz, era Simon, y se permitió medio segundo para mirar a su espalda y comprobar que no quedaba ni rastro de los esqueletos.

- ¡Vi cómo te rodeaban! – explicó el muchacho mientras se colocaba a su lado - ¿¡Estás bien!?

- ¡Eso es lo de menos! – respondió, ignorando la herida de su espalda - ¡Me vienes de perlas!

Rechazaron a golpes a dos hombres bestia que se lanzaban sobre ellos, y Simon aprovechó para preguntar.

- ¿¡Cual es tu plan!?

- ¡Ataca – desenvainó su Yasutsuna y atravesó el corazón de dos hombres lobo – con todo lo que tengas!

El Lecarde ensartó en su pica a los últimos tres vampiros, que se deshicieron en cenizas, y miró a su alrededor; la gente se había acercado más a la plaza y los miraba, no le importaba, pero vio a Simon enzarzado junto a Luis en batalla contra los hombres lobo y a Erik contener el gigantesco hueso de Silverback Skeleton, que a lo largo de su cuerpo tenía diversas muescas chamuscadas y algunas grietas, con sus manos desnudas.

El mayor de los Belmont, esforzándose por repeler aquel ataque que le había cogido por sorpresa, se alegró al ver una serie de llamas turquesas engullir algunas de las articulaciones del gigantesco homínido, debilitándolo y permitiendo al pelirrojo rechazar la gigantesca maza ósea a pulso y con sus propias manos.

- ¿¡Cómo vas, Erik!?

El pelirrojo no tenía demasiada buena pinta, no había sufrido demasiadas heridas, pero sus ropas estaban rasgadas y sucias de haber caído varias veces al suelo, y jadeaba de puro cansancio.

- Mas… o menos… - respondió, tratando de recuperar el aliento – Gra… gracias…

Saltaron cada uno a un lado para esquivar un nuevo garrotazo, un vistazo cercano permitió a François comprobar que el arma estaba a punto de hacerse astillas, no pudo observar mucho más, ya que el grito de "¡SALTA!" del pelirrojo lo advirtió de lo que seguía: Silverback Skeleton iba ahora a por él con un huesazo horizontal, y tuvo la suerte de saltar justo sobre el ataque y aterrizar desequilibrado, cayendo sobre los destrozados adoquines.

Fallido su nuevo embate, el esqueleto alzó su hueso y apuntó al francés, que apenas se estaba levantando, a lo que Erik respondió lanzando una llamarada al homínido con el fin de llamar su atención.

- ¡EH, MONO DE MIERDA! ¡TU ADVERSARIO SOY YO!

Tal y como esperaba, el esqueleto volvió a mirarlo y preparó su ataque, Erik se preparó para recibirlo pero, justo cuando el monstruo iniciaba su envite, le fallaron las fuerzas y tuvo que obligarse a moverse. Sin embargo, el ataque nunca llegó.

- ¡LO TENGO, ERIK!

La voz de Simon llegaba desde atrás y, tal y como esas palabras indicaban, el muchacho sujetaba muy acertadamente el hueso con su látigo, pero no fue la única sorpresa, ya que Luis apareció de la nada por detrás de la criatura y cayó justo frente a ella, atacando verticalmente la calavera con su Yasutsuna, asestando un poderoso tajo que, contra todo pronóstico, quedó en un corte limpio sin apenas profundidad.

- ¿¡ESTÁIS BIEN!? – preguntó el español mientras corría desde su posición hacia ellos.

Tanto François como el Belmont sintieron la tentación de devolverle la pregunta, el Fernández estaba casi cubierto de sangre y lucía una serie de zarpazos de aspecto preocupante.

- ¡Sí, tranquilo! – contestó finalmente el Lecarde.

- No… puedo… - la voz de Simon seguía sonando desde la espalda del homínido – sujetarlo… ¡MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!

El grito del muchacho precedió al ataque, Erik tomó posición y lanzó un puñetazo ascendente que se encontró con el hueso en un punto exacto, el golpe sonó vacío, hueco, casi de juguete, y el arma se hizo astillas sobre la cabeza del pelirrojo; la criatura tardó en darse cuenta de que había quedado desprovisto de su maza ósea y, cuando lo hizo, lanzó un bramido gutural y cacofónico que fácilmente podrían escuchar en media ciudad. Apenas preparaba un nuevo ataque, esta vez con sus manos, cuando una cruz de abedul sesgaba el brazo, armado hasta hacía apenas unos segundos.

Era Simon de nuevo, el muchacho corría hacia ellos presentando un aspecto similar al de Luis, pero con energías suficientes como para seguir combatiendo toda la noche.

- ¡Eso ha sido muy oportuno! – comentó François, aliviado, mientras el chico se les unía.

- Esta cosa es lo único que queda – informó Luis.

- Tranquilo, lo he dejado bastante tocado – contestó el pelirrojo – y habéis hecho justo lo que necesitaba – echó a correr, embistiendo directamente al esqueleto - ¡DEJÁDMELO A MÍ!

Atónitos, vieron cómo Erik corría hacia la criatura y evitaba dos ataques que ésta le lanzaba con la mano que le quedaba mientras se veía rodeado por su aura, que empezaba a concentrarse en su brazo derecho.

- El punto débil de los Silverback es – saltó hacia el esqueleto, encontrándose demasiado cerca como para que éste pudiera rechazarlo - ¡LA SÉPTIMA VÉRTEBRA!

Un resplandor rojizo precedió a la paralización total del gigantesco homínido que un segundo después empezó a desmoronarse, derrumbándose hasta quedar sólo un montón de huesos gigantes coronados por un enorme cráneo, mientras que un par de metros más allá Erik abandonaba la posición arrodillada a duras penas y regresaba con sus tres compañeros de batalla, apenas había llegado con ellos cuando explotó una estruendosa ovación, y poco a poco la gente empezaba a entrar en la plaza, apenas controlados por la policía.

Podía ser una victoria celebrable, al propio Luis le pareció que no estaría de más disfrutar de un poco de gloria después de la tragedia de la noche anterior, pero cuando fue a dirigirse a François se dio cuenta de que éste miraba en dirección a su casa, pálido y con el terror reflejado en su rostro.

- ¿Fran? – lo llamó el español, extrañado, alertando con ello a los hermanos Belmont.

- Fran ¿pasa algo? – preguntó Erik, posando su mano sobre el hombro del francés.

- François ¿estás bien?

- Tengo un mal presentimiento – respondió el aludido a los tres muchachos.

- ¿C-cómo? - Erik sacudió la cabeza – Un… ¿mal presentimiento?

- Ha pasado algo – dijo entre dientes - ¡Ha pasado algo!

Sin mediar palabra, escapó de la multitud que se estaba formando a su alrededor hacia una callejuela desde la que sabía que podría escalar uno de los edificios más bajos a través del que acceder a los tejados, Simon, Erik y Luis lograron seguirlo a duras penas y se pusieron en camino.

- ¡Fran! ¡FRAN! – lo llamó Luis nada más alcanzarlo - ¿¡Qué sientes!? ¿¡Qué ha ocurrido!?

- ¡No lo sé, Luis! – se limitó a responder el Lecarde, desesperado - ¡NO LO SÉ!

A pesar de su estado tras el combate, fue tal la velocidad de la carrera que hicieron el camino en apenas diez minutos, y apenas arribaron al tejado del edificio la preocupación del trío se sumó a la de François al encontrar algo que no debía estar así.

La puerta de la azotea había sido reventada, y la pared estaba seriamente dañada.

Ya asustados, bajaron los escalones de dos en dos, encontrando diversos daños en el camino hasta llegar al piso, cuya puerta había sido literalmente arrancada y, una vez dentro, se les heló la sangre.

No quedaba nada intacto en el pequeño piso, absolutamente todo había quedado destrozado y el cuarteto se separó, yendo los hermanos a la habitación de invitados, Luis a la de matrimonio y François directamente al salón, en cuyo centro yacía Elisabeth, rodeada por los restos del mobiliario y tirada de cualquier manera en el suelo, cubierta de heridas.

François enloqueció, se arrodilló al lado de su esposa y la movió con cuidado, dejándola boca arriba y llamándola a voz en grito, ni siquiera se dio cuenta cuando Luis y los hermanos, tensos y jadeando, se reunieron con él y trataron de llamar su atención, de hecho, Luis tuvo que arrodillarse tras él, agarrarlo del hombro y darle la vuelta de un tirón. Al ver la expresión de su cara, el francés se puso blanco como el papel.

- Fran… - el Fernández respiró hondamente antes de continuar - …No hay ni rastro de René.