Capítulo 7 – En las fauces del brujo

– ¿Serás tú el primero en desafiar mi poder? – le retó Dabra con una maligna mirada.

– Así es – le dijo Glova – Y espero que des más guerra que tu padre Hazam.

La expresión del Dakka cambió.

– ¿Conoces a mi padre? – le preguntó en un tono serio de voz.

– Yo fui quien le dio muerte – le informó el saiyan – Y vengo a matar al brujo que te tiene preso y a llevarte al lugar del que procedes, Dakka del mundo de las tinieblas.

Todos los acompañantes de Glova (exceptuando a Glacier y Akkaia) miraron al saiyan con sorpresa.

– Esto es nuevo – se sorprendió Babidí desde su nave, escuchando y viendo aquella conversación en directo desde su esfera de cristal – ¿Hazam ha muerto? Quizás este joven sea más peligroso que los demás. Además, noto algo muy extraño en él... Y aún no sé qué es.

Dabra rio entre dientes, pero parecía calmado.

– Vengaré con placer la sangre de la que provengo, pero solo porque mi amo desea vuestro fin.

– Entonces ven a por mí – le contestó Glova, manteniendo seriedad en su rostro. Cerró sus puños, se concentró y un aura dorada le rodeó tronando con clamor. Su cabello ahora dorado se erizó con un estilo característico y sus ojos desafiaron al demonio con un brillo verde inconfundible. Por último, su cola rubia se enrolló en su cintura.

– Lo sabía – pensó Vegeta cruzado de brazos.

– Impresionante... – admitió Shin, boquiabierto – ¡Qué poder!

Goku, Gohan y Piccolo mantenían una media sonrisa al ver el progreso de su viejo colega en tantos años.

Glova subió la guardia y esperó a su oponente mientras todos los demás espectadores se alejaban unos metros para dejar espacio a los contrincantes.

En ese mismo instante, la nave de Oriam detectó un poder inmensamente superior al de cualquier terrícola en la otra parte del planeta.

– Al habla Oriam – se comunicaba con Purple – Te paso la localización de un foco de energía.

– Perfecto – respondió él al activar el mapa de su scouter – Lo tengo – entonces aumentó la velocidad, directo a aquel punto.

En el torneo, Kuren tornó su cabeza hacia la procedencia de un fuerte ki.

– Haced el favor de visitar ese sitio – susurró – Quien esté más cerca debería investigarlo.

¡Klan! – la espada de Dabra golpeó el escudo de Glova sin hacer mella alguna y este último giró sobre sí mismo para patear lateralmente al demonio, que no pudo esquivar el embate y se cubrió la cabeza con el brazo.

El Dakka cayó al suelo, pero se levantó gracias a la inercia que le produjo el golpe y se mantuvo en el aire, ahora menos confiado.

– Parece que su poder es muy superior al que me temía – pensó para sí.

El super saiyan subió la guardia de nuevo y pasó a la ofensiva. Comenzaron a intercambiar bloqueos y esquivas de ataques feroces sin descanso, algo que atrajo la atención de la mayoría de los presentes.

Los soldados de Babidí miraban el combate con temblores en las piernas y evitaban las miradas de los otros intrusos.

– Ese tipo es más fuerte de lo que aparentaba – admitió Goku, refiriéndose al malvado ser cornudo.

– ¿Fuerte? – habló Shin, boquiabierto – Un solo saiyan está plantando cara al rey del mundo de los demonios. Es de locos.

– No es para tanto – le interrumpió Vegeta.

– ¿Vosotros podéis hacer lo mismo? – preguntó el Kaioshin, fascinado – Si le ayudamos, podremos reducirle.

– No creo que quiera ayuda – dijo Vegeta.

– Ni que la necesite – añadió Goku – Es muy fuerte para ser un super saiyan básico.

– ¿Básico? – el desconcierto de Shin no hacía más que aumentar.

Vegeta miró a Goku con cierto matiz de rivalidad.

¡Bam! – una patada dio directamente en el mentón del demonio, haciéndole retroceder. Entonces Dabra abrió distancias y, apuntando con su mano abierta al oponente, disparó una gran bola de Ki roja y negra – Tengo que coger aliento – pensaba.

Pero no escuchó ninguna explosión. Solo vio cómo su ataque se dispersaba entre vibraciones sonoras y se deshacía ante sus ojos hasta divisar el escudo redondo y refulgente que se acercaba a él a través de los restos de energía de su técnica.

¡Plonk! – el metal golpeó en la nariz, produciendo un dolor masivo que se extendía por todo el rostro.

El demonio cayó al suelo, inmóvil.

– Creí que me daría más problemas – se sorprendió Glova, sin quitarle un ojo de encima.

– ¿Qué te ocurre, Dabra? – le habló Babidí mentalmente – ¡Deja de jugar!

– El chico es más poderoso de lo que esperábamos – le contestó él sin mover un músculo del suelo, fingiendo estar noqueado.

– ¡¿No puedes con él?! – le criticó el brujo.

– Claro que puedo encargarme, pero no estoy tan seguro si sus amigos fueran igual de poderosos y le ayudaran.

– ¡Entonces entra en la nave, no seas idiota!

– Alguien debería ir tras la bola de dragón restante – propuso Cargot, algo más tranquilo al notar que controlaban la situación.

– Iré yo – dijo Gohan activando de nuevo el radar.

– Te acompaño – insistió el namekiano.

– No te reocupes – le aseguró el mestizo, con una sonrisa – Seré más rápido si voy solo.

Entonces la misma aura dorada que rodeaba a Glova, abrazó ahora a Gohan. Además, su pelo y sus ojos se tiñeron del tono característico que aporta el super saiyan, haciendo volar el pañuelo rojo que cubría su cabeza.

En un segundo y tras gesticular un saludo, Gohan salió disparado a toda velocidad.

Dabra se dio la vuelta para ver aquel otro super saiyan desaparecer y comprobó en milésimas de segundo que todos habían decidido observar la ida del mestizo, así que aprovechó. Le rodeó un aura roja y salió disparado a la puerta de la nave, atropellando a tres de sus soldados por el camino – ¡Adiós! – dijo antes de introducirse en la profundidad del vehículo espacial. Todo fue muy rápido.

– Mierda – masculló Glova – Se me ha escapado.

– Eso te pasa por desconcentrarte – le reprochó Vegeta – Ahora tendremos que seguirle.

– ¡Esperad! – insistió Shin – Es contraproducente.

– Es la única opción – le dijo Vegeta mientras le ignoraba y entraba volando por la puerta tras noquear a la docena de soldados que la aguardaban – Además, algunos tenemos otras cosas que hacer.

Todos los presentes siguieron al saiyan. Kibito y Shin no tuvieron más remedio que hacer lo mismo.

– Krillin... – le habló Goku antes de entrar en la nave.

– Lo sé – sonreía el terrícola con tensión – No podría ayudar, aunque quisiera. Así que mejor me quito de en medio – admitió mientras se daba la vuelta.

Mientras tanto...

– Señor Babidí, como supuse, los otros terrícolas también obtienen un gran poder al rodearse de esa aura dorada – le dijo Dabra recién teletransportado por el brujo. Admito que necesitaré la ayuda de...

– No – le interrumpió su amo, que no dejaba de mirar su bola de cristal – El otro terrícola de aura dorada acaba de salir en busca de la bola de dragón restante. No puedo permitirlo, así que nuestro diestro aprendiz ha ido tras él.

Precisamente mientras aquella conversación daba lugar, Krillin (ya a cierta distancia) avistó una nueva silueta despegar desde alguna compuerta subterránea cercana a la nave del brujo.

– Va tras Gohan – susurró el humano – Y siento que es muy poderoso – En su cabeza combatían dos frentes opuestos que le hicieron vacilar – ¿Qué hago?

– Entonces – continuó Dabra – ¿Tendré que enfrentar yo solo a todas esas ratas?

– Cállate, Dabra – le ordenó el brujo, quien no apartaba un ojo de su esfera – Desde que han entrado en mi nave, no ha dejado emitir una señal rara.

Dabra se acercó a su señor y contempló aquel extraño suceso. Su bola de cristal se iluminaba con un inusual brillo de color azul oscuro.

– ¿Qué significa?

– Es... – el mago escudriñaba su objeto mágico – No... No es por Shin ¡Es por él!

El Dakka volvió a mirar. La esfera visualizaba a todos los recién llegados que esperaban en el primer piso de la nave, pero más concretamente a uno de ellos – ¿Ese?

– Jojojo – reía el brujo – Puede que tengas más ayuda de la que creas, mi diabólico amigo. Por si acaso, voy a ojear en los corazones de todos los que han caído en mis redes. Mientras tanto, ve y entretenles.

– Enseguida, mi señor – el demonio volvió a sonreír, confiado.

En la primera planta de la nave, nueve personas hablaban entre sí, intentando llegar a alguna solución.

– Si lo destrozamos todo, podríamos despertar al monstruo – previno Kibito.

– Pues si no aparece alguien pronto, el monstruo va a despertar – masculló Vegeta – No pienso estar aquí hasta que al brujo chiflado se le ocurra aparecer.

En ese mismo instante una de las puertas de alrededor de la sala se abrió. Era Dabra.

– ¿Otra vez tú? – se dirigió Glova a él, su cola rubia seguía moviéndose al son de su inquietud – Creía que habías tenido suficiente con el escarmiento de antes.

– No me hagas reír – le respondió el demonio – Tan solo fue un calentamiento.

– ¿Qué te propones, Dabra? – intervino Shin en la conversación – Sabes que no puedes ganar.

– ¿No puedo? – repitió él – Quizás contra todos vosotros, no. Pero tampoco estoy solo – sonrió.

– ¡AHHH! – resonó el grito en toda la habitación.

Justo en esos momentos, una persona envuelta en una túnica y ropajes largos que cubrían todo su cuerpo, excepto los ojos, empezaba a padecer el sofocante calor del sol que, aunque comenzaba a descender en el cielo, aún exhibía su potente luz en aquel páramo desértico. A no menos de trescientos metros de la nave de Babidí, en lo alto de una cumbre rocosa, aquel ser se descubrió la cabeza quitándose la banda de tela que le cubría.

Su calvicie natural no resultaba extraña en un rostro como aquel, sobre todo por un destacable tercer ojo que lucía cerrado en la frente. Los dos ojos restantes miraban fijamente al resquicio de nave que asomaba por la tierra.

– Algo muy extraño está pasando aquí, chicos – murmuró mientras se sentaba en el árido suelo – Os iré comunicando lo que pueda ver.

Dentro de la nave, parecía que el caos se había apoderado de la situación

– ¡Vegeta! – se sorprendió Goku.

El saiyan se retorcía de pie, con las manos en la cabeza, expeliendo su ki, como si fuera a explotar de un momento a otro.

– ¡Babidí está intentando controlarte mediante la maldad de tu corazón, Vegeta! – le informó Shin, alterado – ¡No dejes que venza!

– ¡Es muy fácil decirlo! – le reprochó él con dolor – ¡G..arh...!

– ¡Eh! – oyeron todos de Akkaia – ¡¿Qué le pasa a Glova?!

El super saiyan estaba levitando, como si una corriente en el techo le succionara. Su boca estaba abierta y por ella emergía una fuerte luz azul, como el haz de un faro. Sus brazos y piernas no respondían, como muertos, y su cola se enredaba en su cintura con presión. Entonces cayó al suelo.

Glacier le miraba sin comprender nada, con una sutil expresión de asombro.

– ¿Qué? – se asombraron Shin y Kibito. Jamás habían visto nada semejante. Pero pronto Vegeta llamó de nuevo la atención de todos. Su aura se tiñó de oro y su pelo rubio enalteció por encima del moreno, pequeñas chispas saltaron cuando la transformación se completó.

– Ahh... – suspiró Vegeta, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Entonces los miró, una gran M resaltaba en su frente.

– Oh, no… – maldijo Kibito – Ahora está bajo su mando.

– ¿Estás bien, Glova? – le levantaba Akkaia del suelo, pero la larga cola de Glacier la agarró de la cintura y la apartó del saiyan.

– No creo que sea buena idea, Akkaia – le aconsejó el praio – Mírale.

Glova se levantó como si nada hubiera ocurrido a su alrededor, pero con una mirada fría y perdida, con unas pupilas neblinosas.

– ¿Qué te ocurre? – le habló Akkaia, preocupada.

– Babidí le controla también – dedujo Piccolo, alertado por la situación.

– Es imposible – masculló Cargot – Mirad su frente, no tiene ninguna señal de estar bajo su posesión.

– Piccolo tiene razón – afirmó Glacier – De alguna manera, ese brujo ha entrado en la mente de Glova.

– Jijiji – rio el brujo, feliz – Ahora quiero que ataquéis a todos. Hacedles sufrir, no importa si llegáis a matarlos, pero recordad que cuanto mayor daño hagáis, mayor energía aportaréis a Majin Bu.

– ¡Cállate! – le contestó Vegeta – Me dan igual tus objetivos – señaló a Goku – ¡Lo que quiero es luchar contra Kakarot, a solas!

Dabra, como todos los presentes, estaba atónito ante las palabras de Vegeta.

– Vaya... – pensó el brujo – Éste no me hace caso del todo, pero no importa. Le concederé su deseo – entonces le habló de nuevo – ¡Muy bien! Os llevaré a ti y a tu amigo a otro lugar donde jugar – ¡PAPARAPÁ!

Todo el grupo contempló cómo los saiyans desaparecieron en un santiamén ante sus ojos.

– ¿Dónde han ido? – cuestionó Cargot, nervioso.

Dabra y Glova se dieron la vuelta y se retiraron. El saiyan entró en la puerta izquierda de la sala y el Dakka entró en la derecha, cerrándose tras ellos. Entonces todo se volvió negro, parecían estar en otra dimensión donde aquel par de puertas se veían luminosas como estrellas.

– ¿A qué estás jugando, Babidí? – le habló Shin.

– ¿Queréis llegar hasta mí? Entonces derrotadlos – rio el brujo – Pero tendréis que dividir vuestras fuerzas.

– Bastardo – maldijo Cargot – ¿Vamos a hacerle caso?

– No hay otra opción – opinó Piccolo, muy serio.

– ¿Y cómo nos dividimos? – preguntó Kibito.

La taulin dio un paso hacia la puerta izquierda, pero Glacier volvió a pararla.

– No, Akkaia. Eso no sería inteligente. No te dejes llevar por tus emociones.

Ella reflexionó un momento con el puño en tensión, pero finalmente dio un paso atrás.

– Vosotros id a por Dabra – dijo al fin el praio – Yo me encargaré de Glova.

– ¿Qué? – se sorprendió Cargot – Eso no es muy equitativo.

– No le conocéis – insistió Glacier – Es mucho más peligroso que ese demonio.

– Por eso mismo deberías aceptar alguna ayuda – habló Shin.

– Ninguno salvo yo está a la altura – dijo el praio con dureza mientras su cola se alzaba por detrás – Sería una pérdida de tiempo. Ese Dakka es mucho más previsible y confiado. Entre todos vosotros podréis hacerle frente. O eso espero – susurró.

Shin bajó la mirada, avergonzado. Se sentía superado por sus propias expectativas. Pero aun así no se rendiría, porque era su responsabilidad.

– Entonces terminemos con esto antes de que Babidí consiga la última bola de dragón.

Piccolo, Cargot, Shin y Kibito se adentraron uno por uno en la puerta derecha. Akkaia, antes de entrar, desafió los fríos ojos de Glacier – No le mates – le dijo antes de entrar.

Glacier cerró los ojos y se mentalizó. Cuando los abrió de nuevo sabía que hacía lo correcto. Entonces traspasó la puerta con decisión y con la tranquilidad propia en él.

Pilaf, Mai y Shu llevaban minutos sumergidos en un gran lago de alguna parte recóndita del mundo. Se encontraban dentro de un submarino viejo pero funcional.

– Un poco más – murmuraba Pilaf – Un poco más...

– ¡Ya la veo! – exclamó Mai – ¡Allí! – señaló con el dedo algo que brilló en el fondo del lago, iluminado por el foco del submarino.

Un brazo robótico dirigido por Shu mediante los mandos de control del sumergible levantó una roca pesada y desveló la esfera naranja, cogiéndola al instante. Entonces fue absorbida por un conducto del propio mecanismo y llegó a manos del perro humanoide a través de un canal circular.

– ¡La tenemos! – gritó Shu con ánimo.

– ¡Ja já! – celebró Pilaf – ¿Qué os dije yo? Gracias a mi avión superveloz tenemos tiempo de sobra para llevar el premio al señor Babidí ¡Emerjamos!

– ¡Sí! – contestó Mai pulsando botones y moviendo los mandos del vehículo – Ahora solo tenemos que volar de vuelta hasta la nave y... – la chica calló de repente. Al salir del agua, pudieron ver a alguien levitando justo enfrente, mirándolos de brazos cruzados. Parecía un superhéroe, con capa incluida. Tan solo les separaba el cristal del puente de mando.

– Dadme la bola de dragón – se dirigió Gohan al trío.

– ¡Máxima potencia! – ordenó Pilaf.

El submarino activó sus propulsores, pero algo les impedía avanzar. Se encontraban en el aire, impulsados por un suave empujón del superhéroe.

– Pero ¿qué? – exclamó Mai – ¡No estamos en el agua!

¡Plam! – el vehículo acuático se estrelló contra el suelo. A los minutos, salieron por la compuerta los tres peones de Babidí, dispuestos a morir como nunca antes por defender la bola de dragón que Shu portaba en su saco.

– No pienso repetirlo – dijo calmadamente el mestizo. Sus ojos seguían ocultos bajo las gafas de sol, pero su expresión delataba la seriedad del asunto.

– Dásela, Shu – ordenó temblando Pilaf. Al parecer no estaban tan dispuestos a dar la vida por su amo, nunca lo habían estado.

Shu extrajo de su bolsa de tela una esfera naranja y la alzó para entregársela a aquel desconocido, pero algo le detuvo.

– ¡No se la deis! – exclamó una voz grave y portentosa.

– ¡Jamas! – Pilaf apartó a Shu del mestizo y le atizó un soplamocos – ¿Cómo te atreves a entregársela al enemigo? – riñó a su compañero.

Gohan miró al recién llegado.

– Así que eres tú quien me seguía todo el tiempo.

– Puedes llamarme Bojack – sus ojos serenos retaban al super saiyan y, al igual que aquel torpe trío. Lucía una M negra en la frente. Su piel era verde agua y su cabello largo y pelirrojo; llevaba solo un pantalón blanco y holgado, por lo que dejaba ver su corpulento torso repleto de venas que resaltaban como serpientes.

– No tengo tiempo de jugar – dijo Gohan.

Sin que Shu pudiera darse cuenta, el mestizo fue rápidamente hasta él y le quitó la esfera mágica de la mano – Me voy – se despidió.

Justo entonces Gohan recibió una patada en la muñeca que provocó que soltara lo que acababa de hurtar y cayera al suelo rodando a toda velocidad. Había sido Bojack, que ahora se encontraba a dos palmos de él.

– ¡Id a por la bola de dragón, imbéciles! – ordenó Bojack al trío.

– ¡Masenko! – gritó Gohan uniendo las manos a la altura de su cabeza.