52. ¡Corre!

Una aparente calma llegó a sus vidas, pero solo fue aparente. La policía buscaba a Nagato, pero cuando lo localizaron e intentaron echarle el guante, ya se había marchado.

Aquel sinvergüenza era muy escurridizo y aunque Jake tranquilizaba a Itachi diciéndole que lo atraparían, a él no le parecía suficiente. La vida de reclusión que llevaban Sakura y los niños los agobiaba y asfixiaba cada día más.

Una tarde, Iruka y Genma fueron a visitarlos. Iruka ya estaba recuperado de la paliza, pero aunque las marcas de su cuerpo casi habían desaparecido, a Sakura se le había quedado una gran marca en el corazón. Entre risas, se estaban bañando en la piscina cuando entró Naruto para despedirse.

—Me voy —dijo—. Ya han llegado George y Santos. Ellos se quedarán esta noche.

Sakura asintió y Genma dijo:

—¿Por qué tanta prisa? Métete en la piscina con nosotros, ahora que has terminado tu turno.

Naruto sonrió y dijo con picardía:

—Lo siento, colega, pero tengo una cita.

Cuando Naruto salía por la puerta, se cruzó con Itachi, que llegaba con Utakata y Hotaru, que acudían a cenar. Preciosa se había quedado en casa, pues tenía colegio al día siguiente.

Aunque se lo pidieron, Hotaru se negó a meterse en la piscina. Había ido a la peluquería aquella mañana y no quería estropearse el peinado. Pero tras un empujón de Kai, acabó vestida y dentro del agua, riendo y jugando. Poco después, Utakata e Itachi se pusieron unos bañadores y se unieron a ellos.

Aquello era lo que Itachi quería para Sakura y los niños. Risas y diversión, y sonrió aliviado.

Kai se acercó a él nadando con sus manguitos y, agarrándose a su cuello, dijo:

—Tengo fío, papi.

Desde que Sakura e Itachi se habían reconciliado tras la terrible discusión, los niños habían decidido cambiar el nombre de Itachi por papi y él aceptó encantado. Nada podía hacerlo más feliz.

Itachi salió del agua rápidamente, cogió una toalla, sacó al niño y lo envolvió en ella.

—¿Ahora estás mejor? —preguntó.

Kai le dedicó una de sus bonitas sonrisas.

Una hora después, agotados tras jugar a la pelota dentro de la piscina, los demás también salieron y, una vez duchados, Paola los avisó de que ya estaba la cena.

Después de cenar, Lola se encargó diligentemente de los niños y, como siempre, Ayamé protestó porque no se quería ir a la cama. Pero lograron convencerla. Los mayores entraron en el salón para tomar algo mientras charlaban.

—Ah, no... —declaró Hotaru—, no me casaré el catorce de febrero. No soy tan romántica.

—Todavía estamos a tiempo, cariño —bromeó Utakata.

Pero Hotaru exclamó escandalizada:

—¡Por el amor de Dios, pero si solo quedan dieciocho días! ¿Cómo quieres organizar una boda en tan poco tiempo?

Utakata, tras mirar a su hermano con guasa, dijo:

—Amor... si tú me dejas, yo te organizo la boda en veinticuatro horas.

—¡Que no! —replicó Hotaru—. Yo quiero una boda preciosa, con un vestido espectacular, y para eso necesito tiempo.

—Pero si tú estás guapa con cualquier cosa —afirmó Utakata, besándola en el cuello.

—Ay, bichito... qué galante eres —murmuró ella encantada.

Desde que le había dado aquella nueva oportunidad, Utakata no paraba de demostrarle que había cambiado. El de ahora era mil veces mejor que el que había conocido años atrás, y eso la hacía feliz. Y cada noche, antes de dormir, rezaba para que continuara siendo así.

Irruka y Genma estaban encantados con la felicidad que se respiraba en el ambiente.

—Bueno, ¿y vosotros habéis pensado en tener niños tras la boda? —preguntó Genma a Sakura.

—Aisss, sí —aplaudió Iruka—. Mi amol, te salen tan bonitos que no tenerlos sería un pecado.

Sakura casi se atraganta con su bebida, pero Itachi respondió:

—Creo que con los que tenemos vamos sobrados.

—Pues me parece fatal —intervino Hotaru—. Un hijo es la culminación del amor.

—Por eso nosotros ya estamos en ello —bromeó Utakata.

De nuevo, todos miraron a Sakura, que finalmente dijo:

—Lo siento, pero no. Tras los gemelos, la fábrica se cerró. Llevo toda mi vida cuidando niños y ahora que empiezan a ser más independientes, no quiero más.

—Pero, cuqui —insistió Hotaru—, tienes una rubia y dos pelirrojos, ¿no te gustaría tener un pelinegro?

Todos rieron por esa observación e Utakata le preguntó a su hermano:

—¿Tú tampoco lo quieres?

Él bebió un sorbo de su cerveza. Claro que lo quería, pero mirando a su preciosa Sakura, respondió:

—Con dos pelirrojos y una rubia creo que me doy por satisfecho.

Y pronto se abrió un debate sobre los niños. Sakura, sentada junto a Itachi, observó que callaba y no decía nada. Sin duda no estaba de acuerdo con ella, pero respetaba que no quisiera tener más hijos y se lo agradeció. Una vez más, Itachi le demostraba lo generoso que era.

Un buen rato después, Geenma e Iruka contaron sus anécdotas de su viaje a Italia y todos se divirtieron de lo lindo. Eran la pareja perfecta.

Sakura les preguntó a todos si querían más bebida y se fue a la cocina a buscarla. Hotaru la acompañó.

—Ya ves, cuqui. Utakata está muy pesadito con lo del catorce de febrero.

—Itachi está igual —respondió Sakura.

Hotaru se retiró un mechón de la frente y cuchicheó:

—Me apena que no quieras tener al menos un hijo con Itachi. Estoy segura de que a él le encantaría, aunque, bueno, está muy contento con los tres que tenéis. Es un amor, ¿verdad?

Sakura sonrió.

—Sí, Itachi es un amor. —Y, para cambiar de tema, la miró y dijo—: ¿Y tú por qué no le das ese gusto a Utakata y os casáis el catorce de febrero? Ya tienes el vestido de novia, ¿no?

—Dale tú el gusto a Itachi y ten un hijo con él, ¡so lista! —replicó Hotaru sonriendo. Sakura se rio y la otra añadió divertida—: Boda nueva, vestido nuevo. Me voy a casar con Utakata, pero no voy a llevar el vestido que me compré para la boda con Alexei. Repetir da mala suerte y con Utakata no me quiero arriesgar.

Mientras ella hablaba, Sakura se fijó en lo que llevaba colgado al cuello y Hotaru, al darse cuenta, se lo tocó y dijo feliz:

—El bichito la encargó para mí y me la dio el otro día. ¡Es tan romántico!

Hotaru llevaba aquella llave tan significativa para los Uchiha, con el «Para siempre» grabado.

—Lo veo tan pendiente de mí, de mis necesidades y de mis deseos, que a veces me da hasta miedo —continuó Hotaru enamorada—. Solo espero que esto sea realmente para siempre...

—Lo será —afirmó Sakura con una sonrisa—. No hay más que ver cómo te mira para saberlo. Sin duda, durante el tiempo que ha estado solo, Utakata se ha dado cuenta de muchas cosas, y una de ellas es de lo mucho que te quiere y te necesita.

Sakura se acercó a la nevera, sacó varias cervezas y cogió el abridor. Pero al hacerlo, un destello a través de la puerta que daba al jardín le llamó la atención.

Eran las once de la noche y la oscuridad reinaba en el exterior. Mientras Hotaru continuaba hablando, Sakura abrió la puerta corredera y miró fuera. Todo parecía en orden y silbó para llamar a Melodía y Luis Alfonso, pero ninguno de los perros acudió.

—¿Qué ocurre? —preguntó Hotaru, saliendo con ella al jardín.

—Es raro que no vengan los perros —dijo ella y volvió a silbar. Esperó, pero nada.

De pronto, le pareció oír la voz de Ayamé. Con rapidez, se dirigió hacia donde le parecía haberla oído y su voz le llegó de nuevo. Era ella, que la llamaba, y Sakura se alteró.

Sin dudarlo, corrió, seguida por Hotaru y, horrorizada, vio a Ayamé ir hacia ellas en pijama y medio asfixiada, gritando:

—¡Mamá... mamá...!

—¿Qué pasa, cariño?

Tras tomar aire, Ayamé consiguió decir:

—Lola... Lola se lleva a Kai y a Kairi. Te lo dije... te dije que era mala.

A Sakura se le paró el corazón.

—¿Que se los lleva? ¿A dónde se los lleva? —preguntó Hotaru desconcertada.

Sakura miró hacia donde señalaba la niña y vio a Lola sacar a los niños por la cancela del fondo del jardín y meterlos a toda prisa en un coche oscuro.

—No... no... no... —susurró horrorizada.

Al ver aquello se sintió morir. Se llevaban a sus hijos y tenía muy claro quién conducía aquel coche oscuro.

—¡Ve adentro! —le gritó a Ayamé—. Corre a avisar a Itachi...

—Pero...

—¡Corre! —gritó ella desesperada.

Sin tiempo que perder, Sakura se dirigió al garaje a toda velocidad y Hotaru fue con ella. Al hacerlo se tropezaron con Santos, uno de los vigilantes, tirado en el suelo. Hotaru gritó asustada, pero al ver que Sakura lo saltaba para continuar hacia el garaje, ella hizo lo mismo.

Con manos temblorosas, Sakura marcó la clave de acceso para abrir la puerta del garaje, mientras se oía ladrar a los perros. Allí estaban, encerrados dentro.

Cuando la puerta se abrió, ambos perros salieron escopeteados. Sakura vio entonces a George, el otro vigilante, tirado en el suelo del garaje, sin sentido. Pero no podía perder un minuto. Cogió las llaves del R8 de Itachi, que estaban colgadas en una pared, y corrió hacia el vehículo.

Al entrar en el coche, Hotaru también lo hizo y Sakura, acelerada, dijo:

—Quédate aquí. Será lo mejor.

—Ni hablar, cuqui —replicó Hotaru—. Yo voy contigo.

—Entonces, ponte el cinturón.

El acelerón que dio para salir del garaje fue brutal. Le dio al botón del mando que abría la cancela, mientras se acercaban a ella a toda velocidad.

Hotaru, al verlo, se tapó los ojos. ¡Se iban a estrellar! Gritó asustada, pero cuando el coche dio una especie de salto por topar con algo y salió a la carretera derrapando, se quitó la mano de los ojos y susurró:

—Creo... creo que debería haberme quedado.

—Ahora es tarde. Lo siento, Hotaru —respondió Sakura, acelerando para pillar al coche que se había llevado a sus hijos.

Itachi, que estaba en el salón de la casa, charlando tranquilamente con Utakata, Genma e Irruka, se levantó al oír el estruendo, justo cuando Ayamé aparecía hecha un mar de lágrimas, gritando asustada:

—Papáaaaaa, Lola se ha llevado a Kai y a Kairi a un coche y mamá y la tía Hotaru han ido tras ellos.

Horrorizados, los hombres corrieron hacia la puerta de entrada de la casa, pero al abrirla solo vieron la cancela abierta al fondo del jardín, con una de las puertas arrancada de cuajo.

—¡Ay, Diosito! —murmuró Genma asustado, tapándose la boca con las manos.

Itachi corrió hacia el garaje, donde maldijo al ver a George en el suelo y al darse cuenta de que Sakura se había llevado su potente vehículo. Sin dudarlo, corrió hacia el todoterreno e Utakata lo siguió. Genma iba detrás, gritando:

—¡Iruka, llama a la policía! ¡Entra en la casa y quédate con Ayamé!

Con la niña hecha un mar de lágrimas por el susto, Iruka se metió dentro, mientras Itachi, Genma e Utakata subían al todoterreno de Itachi y se iban a toda mecha.

Itachi condujo como un loco hasta que, a lo lejos, vio un caos de coches y dedujo que por allí había pasado Sakura. Aceleró y aceleró hasta distinguir dos coches a lo lejos, uno de ellos su R8.

—Genma, llama a Naruto y dile lo que ocurre. Lo necesito en casa con Ayamé. ¡Y tú, Utakata, llama a Jake! —gritó Itachi.

Mientras, en el R8, Hotaru chillaba horrorizada cada vez que al derrapar se golpeaban con algún vehículo o se saltaban un semáforo en rojo. Sakura no pensaba perder de vista el coche donde iban los niños, no lo iba a consentir. Con el corazón encogido, aceleró todo lo que pudo y cuando consiguió ponerse justo detrás, vio que Nagato la miraba por el retrovisor y frenaba de golpe. Sin poder evitarlo, Sakura se empotró contra la parte trasera del coche y, colérica, gritó:

—¡Eres un desgraciado! ¡Desgraciado!

—Cuqui... cuqui... cuqui... ¡el coche de la derecha! —chilló Hotaru.

Sakura lo sorteó con maestría y la otra murmuró casi sin voz, dándose aire con la mano:

—Gracias a Dios sabes conducir.

Con la vista fija en el coche al que perseguía, Sakura contestó:

—Otra cosa no, pero eso, tranquila que lo sé hacer.

El sonido de una llamada entrante sonó en el interior del vehículo. Sakura vio que era Itachi y, tocando el botón, Hotaru descolgó.

—¡Cariño...! —gritó Itachi angustiado, al ver cómo se saltaba los semáforos en rojo y se golpeaba contra el vehículo de delante—. Para el coche. Os vais a matar.

—Se ha llevado a los niños —dijo ella descompuesta—. Ese desgraciado me ha quitado a mis niños y los tengo que recuperar, Itachi... ¡los tengo que recuperar!

Un volantazo a la izquierda cortó la comunicación y Hotaru gritó de pronto al ver a los gemelos asomando sus cabecitas por el cristal de atrás, mientras lloraban.

—¡Ay, mis niños! —gimoteó la joven.

Sakura, al ver llorar a sus hijos, se puso aún más tensa de lo que estaba, maldijo y juró que mataría a Nagato por lo que les estaba haciendo pasar. De pronto, sonó el móvil de Hotaru. Era Utakata.

—Amor... amor, ¿estáis bien?

Alterada por la velocidad, por la tensión y por ver a los niños asomar a la ventana trasera y llorando, Hotaru perdió toda la delicadeza que la caracterizaba y gritó:

—Ese desgraciado tiene a Kairi y a Kai. Y juro que cuando lo cojamos, le voy a cortar el cuello, lo voy a despedazar y luego lo voy a triturar, por desgraciado, hijo de puta y mala persona. ¡Acelera, Sakura!

—Tranquilízate, nena... tranquilízate —dijo él, a pesar de lo nervioso que estaba.

—¡¿Cómo me voy a tranquilizar?! —gritó Hotaru furiosa—. Kai y Kairi están asustados y ese hijo de mala madre no piensa en ellos.

—Cielo, escúchame y pon el manos libres para que Sakura también lo oiga —pidió Utakata. Hotaru hizo lo que le pedía y él explicó—: Vamos varios coches por detrás de vosotras y la policía ya está en camino. Sakura, aminora la marcha. La policía interceptará el coche de ese delincuente varias calles más adelante.

Hotaru la miró, pero Sakura gritó, con la mirada puesta al frente:

—¡No, no voy a aminorar hasta que Nagato lo haga!

Al oír su contestación, Itachi, que sorteaba el tráfico como podía, gritó a su vez:

—¡Sakura, aminora la marcha ahora mismo!

—No.

Genma, al ver que el semáforo que ella iba a pasar ya estaba en rojo, chilló:

—¡Cachorra! Os vais a matar. Por el amor de Dios, ¡para!

Pero Sakura, dispuesta a no perder de vista el coche en el que sus hijos lloraban desconsoladamente, se olvidó de la seguridad, de la sensatez y de todo, y se saltó el semáforo en rojo. Hotaru gritó cuando un coche las embistió por el costado y la comunicación se cortó al salir el móvil despedido por la ventana.

Tras el golpe, Sakura consiguió hacerse de nuevo con el control del vehículo y después de hacer un par de trompos, aceleró de nuevo y siguió con la persecución.

—Dios santo, ¡está loca! —murmuró Utakata angustiado.

—No, Utakata. Es una madre en busca de sus hijos —contestó Itachi.

—¡Cuidado! —gritó Genma, al ver que un coche se acercaba a ellos.

Itachi lo sorteó como pudo, y maldijo frustrado cuando se vio atrapado entre varios automóviles y no pudo seguir.

Mientras, Sakura, que tenía sangre en la cabeza tras haberse golpeado contra el cristal, miró a su compañera, que estaba muy callada, y preguntó:

—Hotaru, ¿estás bien?

Esta, con un enorme chichón en la frente por haberse golpeado también con el cristal de su lado, apretó la mandíbula y respondió:

—Sinceramente, cuqui, ¡estoy fatal! Pero acelera y cojamos a ese sinvergüenza.

Ver que estaba bien, su energía y su empuje le dio fuerzas a Sakura y aceleró de nuevo. Los niños volvían a asomar las cabecitas por el cristal trasero, ahora roto, todavía llorando.

—Ese desgraciado me las va a pagar muy caras —murmuró ella furiosa.

El sonido estridente de las sirenas de la policía llegó a sus oídos y Hotaru, al mirar hacia atrás y ver que las perseguían, dijo esperanzada:

—Ya viene la caballería.

Sakura sorteó un par de coches con maestría y gritó de frustración cuando vio que Nagato embestía a dos coches patrulla para continuar su fuga.

Las manos le temblaban. Sus hijos estaban dentro de aquel vehículo sin sujeción, sin defensas, y podían salir despedidos en cualquier momento por el cristal. Quería gritar y llorar, pero no podía hacerlo. Debía seguir a sus pequeños fueran a donde fueran. Si iban al infierno, ella iría con ellos.

El vehículo de Nagato logró alcanzar la autopista en dirección a Las Vegas y Hotaru, hecha un manojo de nervios al ver que salían de la ciudad, susurró:

—Los nenes estarán bien. Ya verás como sí.

Sin apenas poder respirar, Sakura asintió y continuó, mientras dejaban atrás las luces de la ciudad y acortaban distancias.

No tenía miedo a nada, así que apretó el acelerador hasta donde el potente motor del R8 la dejó y consiguió ponerse al lado del coche de Nagato. Miró a este con enfado y le pidió a gritos que parara. Pero él se rio e hizo amago de golpearla y, con su gesto, ambos coches estuvieron a punto de colisionar. Sakura lo esquivó con habilidad, salvando el peligro.

La oscuridad de la noche y la amplitud de la autopista les permitían ver que no estaban solas. Cientos de luces de coches de policía se distinguían por todos lados y Sakura vio que en el siguiente desvío iban a intentar frenar a Nagato.

Asustada, supo que aquel salvaje volvería a embestir a los vehículos policiales sin pensar en la seguridad de los niños y, de pronto, se le ocurrió una locura. Ella debía pararlo fuera como fuera y, mirando a su copiloto, dijo:

—Lo siento, Hotaru.

—¿Por qué? —preguntó ésta asustada.

Con lágrimas en los ojos, Sakura miró a la joven de cabellos rubios y explicó:

—Tengo que parar ese coche antes de que se estrelle contra los de la policía y mate a mis hijos.

Con el corazón en la boca, Hotaru asintió. Sakura tenía razón. Y, convencida de que no se podía hacer nada salvo lo que ella decía, se agarró con fuerza al asiento y dijo:

—Lo que sea por Kairi y Kai. ¡Páralo!

Con su habilidad y la potencia del vehículo, Sakura aceleró hasta ponerse delante de Nagato para obligarlo a aminorar la marcha. Sin embargo, este, no dispuesto a permitirlo, las golpeó en diversas ocasiones, haciéndolas chillar cuando el coche se sacudía con brusquedad.

Pero esos golpes, le gustaran o no, iban frenando su velocidad. Sakura miró por el retrovisor y murmuró:

—Eso es, desgraciado. Dame todos los golpes que quieras, pero conmigo delante no podrás saltarte el control de seguridad.

De pronto, Sakura se fijó en que un poco más adelante, a la derecha, un cartel indicaba una salida y, al ver el movimiento de Nagato con el coche, supo que la iba a tomar en el último momento. Ella lo imitó. Al girar el volante bruscamente, Sakura perdió el control y, tras un brusco golpe que hizo que los parachoques de ambos vehículos quedaran enganchados, llegaron derrapando a una cuneta, donde, estruendosamente, ellas volcaron.

Silencio, quietud. Eso fue lo primero que sintió Sakura cuando abrió los ojos y se vio tumbada de lado, mientras el polvo la hacía toser. Se movió rápidamente. Estaba bien; entonces miró a su acompañante, que gemía, y preguntó:

—Hotaru, ¿estás bien?

Esta asintió lentamente y, tocándose el cuello, murmuró:

—Sí, tranquila. Vayamos por los niños.

Sakura se desabrochó el cinturón y salió trepando del vehículo a toda velocidad, y al ver que el coche donde iban sus hijos no había volcado, corrió hacia él aliviada.

Según se iba acercando, dejó de oír los fuertes latidos de su corazón para percibir unos llantos, y una especie de tranquilidad se apoderó de ella. Sus hijos estaban vivos. Eso era lo único que importaba.

Al pasar junto al vehículo, vio moverse a Lola y a Nagato. Y, sin preocuparse de ellos, abrió la puerta trasera del coche y sacó a los pequeños, que lloraban desconsoladamente. Los dos se abrazaron a ella, terriblemente asustados.

Sakura estaba dándoles mil besos para tranquilizarlos cuando alguien la agarró del pelo, tiró de ella y gritó:

—¡Puta! ¡Me las vas a pagar!

Sakura soltó a los pequeños y miró al hombre que estaba dispuesto a arruinarle la vida. Tenía una pistola en la mano. Sin miedo, sin pensar en su vida, sin pensar en nada más que no fuera matarlo y alejarlo de sus hijos, Sakura se abalanzó sobre él. Lo arañó, lo golpeó, lo insultó, pero él tenía más fuerza, así que pronto la redujo y volvió a controlar la situación.

Hotaru, que también había conseguido salir del coche, al ver que Lola intentaba coger a uno de los niños, se quitó uno de sus caros zapatos de tacón y lanzándose contra la joven con toda su rabia, la golpeó gritando:

—¡No los toques, zorra asquerosa!

Lola cayó redonda al suelo y ella, tras soltar un grito, miró a los niños.

—Kai, Kairi, venid con la tía Hotaru—dijo.

Kairi obedeció, pero Kai al ver a su madre luchando en el suelo con su captor, corrió hacia ella. Nagato vio que los coches de policía se acercaban, agarró al niño, soltó a Sakura y, poniéndole la pistola en la sien, masculló:

—Primero verás morir a tu hijo y luego morirás tú.

—¡No! —gritó Sakura enloquecida.

Hotaru, horrorizada, cogió a Kairi en brazos y le tapó los ojos. Varios coches de policía aparcaron a pocos metros de ella y los agentes salieron encañonando al hombre que tenía retenido al niño.

—Le habla la policía de Los Ángeles; ¡baje el arma! —Dijeron.

Hotaru no podía moverse de donde estaba, y acunó a Kairi sin apartar la vista de lo que ocurría.

Sakura, al ver que Hotaru tenía a Kairi, sin importarle su vida, se acercó a Nagato y suplicó:

—Suéltalo, por favor... suéltalo. No le hagas daño a mi hijo.

—¡Es mío también, ¿no?! —gritó descompuesto, viendo cómo los rodeaba la policía—. ¡Tengo el mismo derecho que tú a él!

—Sí... sí..., pero, por favor, no le hagas daño.

Itachi, que llegaba en ese instante a donde los coches habían parado, se quedó paralizado al ver su vehículo volcado en la cuneta. ¿Qué le había ocurrido a Sakura?

—Dios Santo —murmuró Utakata, al observar lo mismo que él.

Genma no supo qué decir y solo gimió horrorizado.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Itachi corrió hacia los coches de policía y vio la escena. Sobrecogido y aterrorizado, intentó llegar hasta Sakura, pero los policías no lo dejaron pasar, a pesar de que estaba hecho una fiera.

Kai, al ver a Itachi gritar asustado, comenzó a llamarlo entre sollozos:

—Papi... papi...

Nagato lo zarandeó al oírlo y siseó:

—¡Tu padre soy yo, no él!

Itachi gritó al ver que el niño lo llamaba y, frustrado, empezó a dar puñetazos a los policías. Y tras él Utakata y Genma. Tenían que llegar hasta Sakura y Kai como fuera. Al final, el nerviosismo les pudo y, después de reducirlos entre varios agentes, los tuvieron que esposar.

—Itachi, Utakata, tranquilizaos —dijo Jake, acercándose a ellos tras el revuelo—. Dejadnos hacer nuestro trabajo.

—Son mi mujer y mi hijo, ¿cómo quieres que me tranquilice? ¡Suéltame ahora mismo Jake! —gritó Itachi, mientras Utakata lo secundaba y Genma insultaba a todo el que se le acercaba.

Jake entendía cómo se sentían, pero respondió:

—Lo siento, amigo, pero no te voy a soltar. No puedo dejarte llegar hasta donde ellos están. Lo creas o no, eso no ayudaría. Probablemente lo empeoraría.

—¡Jake, por favor! —gritó Itachi desesperado.

—Si quieres que ella y el niño salven la vida, déjanos trabajar —insistió su amigo con seriedad.

En ese instante, Hotaru llegó corriendo con Kairi entre sus brazos, acompañada por dos policías. Itachi suspiró al verlos y Utakata dio gracias al cielo aliviado.

—Jake, te prometo por mi vida que si me quitas las esposas, no te daré problemas y os dejaré trabajar —dijo Itachi—. Por favor, suéltame —suplicó desesperado.

Jake lo pensó. Miró a Utakata, que, tras haber sido liberado, abrazaba a su mujer, y, finalmente acercándose a él, le quitó las esposas y susurró:

—Itachi, no me la juegues ni se la juegues a ellos. Una tontería los puede matar.

Desesperado, pero consciente de que lo que su amigo decía era verdad, asintió y, volviéndose para mirar al desconsolado Kairi, dijo, mientras le tendía los brazos:

—Kairi, ven con papá.

El niño se tiró hacia él en busca de consuelo, protección y amor, e Itachi, emocionado al ver cómo aquel cuerpecito temblaba, lo abrazó y lo tapó con una manta que le dio uno de los médicos de las ambulancias.

La angustia del niño era palpable y lloraba sin parar. Como pudo, Itachi intentó tranquilizarlo y evitar que viera a su madre y a su hermano, mientras el médico de la ambulancia le curaba las magulladuras.

—Menudo golpe tienes en la frente, cariño —dijo Utakata, mirando a Hotaru.

—Estoy bien... —respondió ella, solo pendiente de lo que ocurría con Sakura.

Los médicos que los atendían a Kairi y a ella decidieron llevárselos al hospital para hacerles un reconocimiento, pero Hotaru se negó. De allí no se movía sin Sakura y Kai. Finalmente, Itachi, tras mirar a Utakata y este asentir, propuso:

—Iremos todos juntos al hospital cuando esto se solucione.

—Llamaré a Shisui —dijo Utakata.

De pronto sonó un disparo y todos gritaron. Itachi, con el pulso acelerado y casi sin respiración, tras dejar presuroso a Kairi en brazos de Genma, corrió hacia Jake, que al verlo explicó:

—Tranquilo, están bien. Lo que has oído ha sido un tiro que ese imbécil ha disparado para achantarnos.

Itachi vio a Sakura y a Kai en la lejanía, pero su intranquilidad aumentaba por momentos y, con la angustia reflejada en el rostro, masculló:

—Mataré a ese hijo de perra con mis propias manos si les ocurre algo.

Sakura, terriblemente asustada tras el disparo de Nagato al aire, y sin saber qué ocurría al otro lado del cordón policial, suplicaba:

—Por favor... por favor... aleja la pistola del niño.

Pero Nagato la pasó por la barriga del pequeño y siseó:

—Temes que el siguiente tiro sea justo aquí...

—¡No! —gritó horrorizada.

Él soltó una risotada y, al ver el miedo en sus ojos, le tapó la boca al niño, para no oírlo llorar y susurró:

—Lo hiciste muy mal, pelirosa. Muy mal. Y lo vas a pagar.

—Cógeme a mí y suéltalo a él —insistió por enésima vez—. Haz conmigo lo que quieras. Mátame o despelléjame si eso te hace feliz. Pero Kai es un niño, es muy pequeño y está muy asustado, ¿no lo ves?

Sin mirar al pequeño, Nagato preguntó:

—¿Por qué no me dijiste lo de los críos?

Intentando calmarse pese a la tensión del momento, Sakura respondió:

—Porque... porque cuando me marché no sabía que estaba embarazada y luego, cuando lo descubrí, tenía miedo de regresar.

Él asintió y, con los ojos casi fuera de las órbitas, gritó:

—¡Te busqué durante meses! Había decidido matarte si te encontraba y cuando casi me había olvidado de ti, me topé con tu rostro sonriente en las revistas. De pronto, mi pelirosa se había convertido en la novia de un ricachón, y decidí alcanzar mi objetivo. Había dado contigo y te iba a matar por zorra. Lola —dijo, señalando a la joven que aún continuaba inconsciente en el suelo— buscó a la niñera de los niños. Se hizo su amiga y luego solo hubo que tirar por la escalera a la madre de esa imbécil para que tuviera que regresar a su casa para cuidarla. Y una vez con Lola dentro de vuestro caro nidito de amor, todo fue fácil para mí.

Sakura lloraba mientras lo escuchaba. Ahora entendía cómo era posible que supiera sus movimientos y cómo tenía al día sus números de teléfono en todo momento.

—Pero cuando aquella mañana en el restaurante te tuve frente a mí, no pude matarte como había planeado. Tus ojos, tus bonitos ojos me volvieron loco de nuevo. Sin embargo, en cuanto descubrí que los dos mocosos eran mis hijos, supe que debía retomar mi plan y mi venganza. No obstante, decidí hacer un cambio. Los niños morirían primero.

—No, por favor. No... no lo hagas —rogó Sakura, consciente de su crueldad—. Kai no tiene la culpa de nada. Solo es un niño —insistió.

—Le habla la policía de Los Ángeles; ¡baje el arma! —Se oyó de nuevo.

Haciendo caso omiso, Nagato, siseó:

—No vivirás, pelirosa. No sonreirás nunca más al saber que por tu culpa este pequeño dejó de respirar. ¿A que es una buena venganza?

—Dios mío... no... no... no... ¡No, por favor! —gritó Sakura llena de angustia.

—Vamos, dile adiós a tu niñito.

Aquel sinvergüenza había ideado la peor venganza que se le podía hacer a una madre. Solo buscaba su dolor, y sin piedad, colocó la pistola sobre la garganta de Kai y tiró de su pequeña cabecita hacia arriba.

—¡No lo hagas! ¡No! —suplicó, mirando los ojos asustados de Kai.

—Pelirosa, ¡prepárate para ver morir a tu mocoso! —gritó.

Y, dispuesta a morir con él, dio un paso adelante cuando se oyó un seco disparo.

Sakura gritó horrorizada. No podía ser. No podía ser verdad. No podía haber matado a su hijo.

De pronto, Nagato, aquel maleante de mala vida, puso los ojos en blanco y cayó al suelo. Sakura corrió hacia su pequeño, que gritaba asustado.

Sin saber si Nagato estaba vivo o muerto, incluso si los podía matar en un segundo a los dos, Sakura se sentó en el suelo y abrazó a su hijo, lo besó y lo acunó para calmarlo, hasta que segundos después sintió unas fuertes manos en los hombros y oyó:

—Todo ha terminado, mi vida. Todo ha terminado.

Era Itachi. Su Itachi estaba allí junto a ella; apoyó la cabeza en él y lloró desconsoladamente, mientras los policías se acercaban al cuerpo sin vida de Nagato y unos médicos les echaban a ella y al niño unas mantas encima.

Angustiada y sin aliento, Sakura no pudo responder e Itachi, sin soltarlos, añadió:

—Vámonos a casa, cariño.

Como pudo, se levantó del suelo temblando y entonces gimió asustada:

—¿Dónde está Kairi?

—Está bien. Con Hotaru, Utakata y Genma. Tranquila.

Sakura intentó dejar de llorar, pero las lágrimas salían por sí solas, mientras agarrada a Itachi y a su hijo caminaba hacia el cordón policial. Lo ocurrido había sido terrible, ¡horroroso! Ni en la peor de sus pesadillas habría podido imaginar que Nagato pudiera ser tan despiadado.

Itachi, al notar sus escasas fuerzas, le quitó al niño de los brazos. El crío se agarró a él con desesperación y, besándole la cabeza, Itachi murmuró:

—Tranquilo, Kai, papá está contigo y no permitirá que te pase nada.

Al llegar junto al cordón policial, Kairi llamó a su madre y los tres fueron hacia donde él estaba. Sakura, con lágrimas de felicidad corriéndole por las mejillas, lo abrazó con fuerza.

Jake e Itachi se miraron y este estrechó la mano de su amigo y dijo con sentimiento:

—Gracias, Jake. Gracias por haber hecho lo que has hecho.

El otro asintió sereno, porque en aquella ocasión todo había acabado bien.

—De nada, colega, de nada. Era mi deber.

Durante varios minutos, Sakura estuvo abrazada a sus dos niños, acunándolos, sintiendo su olor, su tacto. Cuando por fin los tres dejaron de llorar y los médicos comprobaron que ella y el pequeño Kai estaban bien, Sakura vio a Hotaru y las dos se fundieron en un cálido abrazo que lo dijo todo.

—Siempre me has tenido a tu lado, pero ahora me tendrás para el resto de tu vida, para todo lo que necesites —susurró Sakura emocionada—. Gracias. Gracias por haber estado ahí.

Hotaru, tan aliviada como ella de que todo hubiera acabado bien, asintió y, dándose aire con la mano, dijo:

—Pues te voy a necesitar dentro de un par de días, porque acabo de decirle a Utakata que sí al catorce de febrero y necesito comprarme urgentemente un glamuroso vestido de novia.

Eso las hizo sonreír a ambas. Sin duda, la vida continuaba y debían volver a la normalidad. Utakata, feliz y conmovido, las abrazó aliviado. En su vida había estado más asustado.

Genma, que había permanecido en un segundo plano, al ver que Sakura lo miraba, se acercó a ella y exclamó:

—Se acabó, cachorra. Se acabó vivir con miedo. Eres libre, mi niña. Libre para ser feliz, para reír, para viajar, para lo que quieras. Y, por lo que veo, los cachorritos saben perfectamente quién es su papá —comentó, al ver a los dos niños agarrados al cuello de Itachi y llamándolo papi.

Emocionada por lo que esas palabras significaban, Sakura se fundió en un fuerte abrazo con su amigo. Y cuando el móvil de este empezó a sonar, Genma se secó las lágrimas y explicó:

—Es Iruka. Está con la reina de las telenovelas y con Naruto en casa y creo que nuestra niña se alegrará mucho si habla con su mamita linda.

Sakura habló con ellos y los tranquilizó. Ayamé lloró emocionada al escuchar la voz de su madre. Cuando colgó el teléfono y se lo devolvió a Genma, sus ojos buscaron los de Itachi y ambos sonrieron. Itachi le pasó los niños a Utakata, el cual mirando a Hotaru, a Genma y a Jake, les guiñó un ojo para que lo siguieran.

Rodeados de policías, sirenas y luces centelleantes, Itachi y Sakura se miraron. Itachi le tendió una mano y ella se la cogió, antes de abrazarse con fuerza.

—Siento cómo he dejado tu coche —dijo Sakura.

Itachi sonrió y murmuró:

—Eso da igual. Un coche se cambia por otro, pero tú o los niños sois irreemplazables.

Como siempre, Itachi acertaba en su respuesta y ella sonrió mientras él la abrazaba y murmuraba:

—No sabes el miedo que he pasado. Pensar que os podía perder a ti o a los niños me volvía loco, cariño. Pero por suerte todo ha acabado bien y os tengo a los tres de nuevo conmigo.

—Llegué a tu vida y a tu hogar para desbaratártelo —dijo ella suspirando—, para sumirte en el caos y hacerte de golpe padre de tres niños. Pero tú has estado a mi lado en todos los momentos que te he necesitado, para cuidarme, para apoyarme y protegerme y ... —No pudo acabar.

Itachi, al ver que se le quebraba la voz y se echaba a llorar, fue a decir algo, pero Sakura susurró:

—No... no... déjame que acabe, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, taponcete —asintió él enternecido.

Sakura tras secarse las lágrimas continuó:

—Sé que este momento es especial, y que lo recordarás el resto de tu vida. Tú lo hiciste el día de mi cumpleaños. Estabas guapísimo pidiéndome que me casara contigo y ...

—Tú siempre estás preciosa, mi vida —matizó él, y ella sonrió, pues sabía que no era cierto.

—Itachi, te quiero como no creo que pueda querer nunca a otro hombre, pero llegados a este punto, me encuentro en la obligación moral de decirte: corre y aléjate de mí. Hazlo antes de que te diga ¡sígueme la corriente y cásate conmigo el catorce de febrero porque te quiero, porque no puedo vivir sin ti, porque eres el hombre de mi vida y porque quiero tener hijos contigo y, si sale pelinegro, genial, porque ya tenemos una rubia y dos pelirrojos!

—Ay, Diosito —murmuró él al escucharla y, sonriendo, continuó, al ver que todos los observaban—: No me tientes.

—¿A salir corriendo o a casarte conmigo el catorce de febrero y tener hijos?

Itachi, que había pasado la peor noche de su vida, al ver que todo lo que quería y adoraba se podría haber esfumado en un segundo, esbozó una de sus increíbles sonrisas y, abrazándola, respondió:

—Por supuesto a salir corriendo, ¿acaso lo dudas?

Ambos rieron y él, loco de amor por aquella pelirosa, añadió:

—Como nunca me cansaré de decirte, eres, has sido y siempre serás la casualidad más bonita que ha sucedido en mi vida. Te quiero, taponcete, y por supuesto que digo que sí a esa proposición del catorce de febrero y sí también a lo de los niños.

Emocionados y enamorados, se besaron felices sin pensar en nadie más, mientras sus familiares y amigos aplaudían y los vitoreaban.

Jake, conmovido por lo oído, miró a Utakata, que contemplaba a su hermano sonriente, y preguntó:

—Pero ¿no me acabas de decir que tú te casas el catorce de febrero?

—Los Uchiha siempre nos casamos el catorce de febrero —respondió Utakata, sin soltar la mano de Hotaru.

Esa madrugada, tras pasar por el hospital para ser atendidos por un preocupado Shisui y otros médicos, una vez comprobaron que estaban bien a pesar de los golpes, pequeños cortes y magulladuras, todos regresaron a sus casas.

Una vez en la suya, Itachi se ocupó personalmente de todos y, cuando se fue con Sakura a la cama, la besó con delicadeza en los labios y murmuró:

—Ahora me encargaré de ti.

Agotada, se dejó desnudar por él.

Cuando Itachi se tumbó por fin en la enorme cama, acarició con delicadeza aquel rostro que tanto amaba. Ella lo miró a los ojos y susurró:

—Gracias por querernos y haber estado a mi lado en todo momento.

Itachi sonrió y posó los labios en los de ella.

—Si no os quisiera estaría loco. Tú y los niños sois lo más importante que tengo y lo que pienso proteger celosamente el resto de mi vida.

Sakura sonrió. Sabía que él decía la verdad, y al ver su sonrisa, Itachi pidió:

—Repítela.

Ella lo hizo y él señaló con mimo:

—Nunca me cansaré de decir que tienes la sonrisa más bonita del planeta, pero ahora debes descansar, cielo. Ha sido un día muy largo.

—No puedo —dijo ella.

Itachi la miró preocupado y Sakura, acercando la boca a la de él, con una maravillosa sonrisa llena de felicidad murmuró:

—Únicamente podré hacerlo si antes me haces el amor como solo tú sabes.

Él, feliz al verla sonreír de aquella manera, asintió y, estrechándola con dulzura y posesión, dijo:

—Tus deseos para mí son órdenes.