Episodio 93: Anti-Chapel (part 1)

Luis abrió la puerta con decisión mientras hacía a los demás una seña de espera, y se adentró para encontrar que la ausencia de iluminación en el exterior no era una simple casualidad.

- ¿Qué demonios…?

Como en el exterior, todas las luces estaban apagadas con una salvedad: Los candelabros, en los que descansaban velas encendidas cuya longitud evidenciaba que habían sido puestas hacía apenas minutos, dando al lugar un ambiente remarcadamente lúgubre.

Esperó unos segundos, se adentró unos pasos y, tras comprobar que no les esperaba ninguna sorpresa, regresó al portón para permitir la entrada al trío.

- Qué apropiado… - masculló Simon mientras retomaban el camino.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Claire, intrigada.

- La puerta central – se adelantó el pelirrojo – es conocida como "El portal del juicio final" Supongo que Simon se refiere a entrar justo por esta puerta para acabar con De Rais.

El menor asintió mientras la joven esbozaba una momentánea sonrisa, que se desvaneció apenas pusieron los pies dentro de la catedral.

- ¡Nos reciben con velas y todo! ¿No es romántico? – exclamó con sorna el español mientras se adentraban aún más.

- Como guerra psicológica no es mala táctica – opinó el mayor de los Belmont – pero… - desenvainó su Salamander y puso la funda boca abajo, dejando caer un papel cuidadosamente doblado – poco daño nos va a hacer un poco de oscuridad.

- El caso es que ya estamos aquí – resolvió la joven, poniendo las manos sobre la cintura - ¿Qué buscamos exactamente, chicos?

- A eso voy – El pelirrojo recogió el papel y lo desdobló - ¡Venid todos!

Claire, Simon y Luis se reunieron a su alrededor para descubrir lo que Erik había traído escondido en su arma: Un mapa, si bien no era un mapa muy común ya que, del tamaño de 4 folios unidos, tenía dibujados lo que parecían ser varios planos unidos entre sí por líneas, así como diversos bocetos y garabatos en general.

- ¿De dónde has sacado esto? – le preguntó su hermano tratando de guiarse entre las líneas

- Lo tracé mientras descifraba – explicó – estaba todo escrito, sin ninguna ilustración, así que lo guarreé bastante ¿Os vais quedando con él?

Claire asintió sin pronunciar palabra, mientras que su colega sonrió y murmuró un "¡ahora me lo explico!"

- Bueno… es un mapa, sí – articuló la joven cuando deshicieron el corro – pero ¿de dónde?

- Precisamente del lugar a donde vamos ahora – respondió el pelirrojo volviendo a doblar el papel – seguidme y preparad vuestras armas.

El grupo siguió a Erik hasta una losa anormalmente grande, del tamaño de dos lápidas unidas aproximadamente, y se detuvo ante ella.

- Tenemos que levantarla – indicó el Belmont – es la entrada.

- Y… ¿cómo?

- Por eso dije que prepararais vuestras armas – dijo mientras desenvainaba su Salamander para, acto seguido, insertarla en la junta de la baldosa – Tendremos que desencajar esto de algún modo ¿no?

Luis, que se colocó en el lado perpendicular al de su colega, lo imitó sin ponerlo en duda ni por un momento; Claire tardó un poco más, preguntándose para qué era todo aquello, hasta que al final se encogió de hombros y, colocándose frente al pelirrojo, lo imitó también.

- Bien – articuló este - ¡Tirad!

El Belmont comenzó a tirar hacia atrás con su espada haciendo gala de todas sus fuerzas, Luis y la joven lo siguieron y, luchando contra la flexibilidad de sus propias armas y el peso de la lápida, finalmente lograron hacer que ésta comenzara a levantarse.

- ¡Simon, ve preparando el látigo! – indicó el español, mientras se agachaba para meter los dedos en la abertura creada y tratar de levantarla a peso - ¡Y vosotros, echadme una mano!

Erik y Claire se agacharon a su vez y sujetaron la losa, alzándola en peso entre los tres hasta dejarla lo suficientemente inclinada como para dar paso a un adulto agachado. A toda prisa el pelirrojo pidió el látigo a su hermano, lo desenrolló y rodeó la piedra con él, dándole los dos extremos a Simon.

- Sujeta hasta que yo te diga – indicó – vamos a ir bajando.

El muchacho obedeció y sostuvo con todas sus fuerzas mientras, uno a uno, se iban adentrando en el pasadizo: Primero Claire, después Luis y por último, siguiendo las indicaciones del pelirrojo, el propio Simon, mientras su hermano sostenía la piedra con todas sus fuerzas antes de acabar descendiendo él también, quedando el camino sellado sobre sus cabezas.

Con la caída de la gigantesca lápida se cerró también la entrada de la única fuente de iluminación del pasaje, una especie de covacha excavada en la roca cuyos escalones parecían tallados sobre la misma; ninguno se movió hasta que se hubieron reunido los 4 y, una vez juntos, iniciaron el descenso en completa oscuridad.

- Debería sacar algo de luz – propuso Simon en los primeros minutos.

- Reservad vuestras energías – respondió Erik a eso – lo único que necesitáis saber es que esta escalera es de caracol y los escalones pueden ser un poco irregulares.

- Te lo has estudiado bien ¿eh? – comentó el español.

- A conciencia – se limitó a responder el Belmont.

- Es una batalla que hay que ganar sí o sí, así que Erik tiene razón – coincidió Claire – mejor reservemos todas las energías posibles.

Se hizo el silencio mientras continuaban descendiendo en la más completa oscuridad, la bajada se estaba haciendo eterna, y la ya anunciada irregularidad de los escalones junto a la humedad ambiental provocaba más de un resbalón que obligaba a los cazadores a sostenerse unos con otros.

Finalmente, acabaron divisando una luz que se reflejaba en las pulidas paredes del pasadizo, era una luz verdosa, casi mortecina, y casi al tiempo que la vislumbraban el ambiente parecía cargarse de un extraño olor.

- Se ha hecho más largo de lo que esperaba – comentó Simon, deseoso de terminar con las escaleras de una vez.

- Si interpreté bien los textos – le respondió su hermano, que se colocó a la cabeza del grupo – vas a desear volver a las escaleras.

Al final alcanzaron un rellano franqueado por una puerta de madera completamente desvencijada, raída y carcomida, a través de la cual se filtraba la luz, Erik la empujó y al atravesarla salieron a lo que parecía una gigantesca estancia muy tenuemente iluminada por unas teas en las paredes cuyo fuego era de color… verde.

Se detuvieron de inmediato, los cuatro sabían que se encontraban en un espacio donde cualquier enemigo podría atacarles, y sus ojos aún habían de acostumbrarse a aquel escaso nivel de iluminación. Cada uno empuñó su arma mientras dejaban trabajar su vista y afinaban el oído.

No pasó ni un minuto hasta que uno de ellos hizo el primer movimiento: Claire, que lanzó tres puñales a la oscuridad, escuchándose casi enseguida tres grititos agudos.

- ¿Murciélagos? – preguntó Erik sin moverse un milímetro.

- Sí, los escuché moverse – respondió ella - ¿Cómo lleváis lo de adaptaros a esta luz?

- Deberíamos ponernos en marcha – sugirió Simon – quedarnos aquí parados no nos va a servir mucho que digamos.

Se miraron unos a otros y asintieron, el pelirrojo se adelantó como portador del mapa que él mismo había trazado, pero su colega no tardó en ponerse a la par suya.

- En fila somos más vulnerables – comentó, mientras se colocaba al lado de Erik – así podremos protegernos mejor.

Caminaban despacio, pero con paso seguro mientras sus ojos terminaban al fin de hacerse a aquella mortecina luz verdosa. Con los ojos puestos en su alrededor, Luis fue el primero en notar la extraña superficie de parecía conformar las paredes y comentarlo al grupo, a lo que el mayor de los Belmont se limitó a reaccionar torciendo el gesto. Él sabía de qué estaban revestidas las paredes y el techo.

- ¿Huesos? – preguntó Claire repentinamente tras unos pocos minutos de andadura, llamando la atención de Simon y Luis.

- ¿Qué? – preguntó este último, extrañado.

- Las paredes, parecen recubiertas de… huesos.

Una vez empezaban a acostumbrarse a la luz se iban dando poco a poco cuenta de las cosas: Se hallaban en un pasillo de gran envergadura iluminado por antorchas cuyo fuego casi no emitía luz y el lugar era anormalmente húmedo, no obstante, la oscuridad era demasiado espesa como para vislumbrar gran cosa y Claire, que por alguna razón tenía menos problemas que ellos para adaptarse a aquel ambiente, era la que veía con más claridad, y no le gustaba lo que percibían sus ojos.

La muchacha se detuvo y empezó a mirar a su alrededor con detenimiento; en efecto y tal y cómo había vislumbrado las paredes y el techo estaban revestidas de huesos, concretamente de cráneos humanos en el caso de las primeras y una amalgama de cúbitos, radios, húmeros, fémures y otros componentes alargados del esqueleto recubriendo el segundo.

Se quedó lívida por un segundo, horrorizada mientras miraba a su alrededor, preguntándose de donde podrían haber salido tantos esqueletos.

- Mientras no os acerquéis a las paredes podremos pasar esta parte sin sobresaltos – informó el pelirrojo, aparentemente impasible, pero también mirando el pasillo con cierta aprehensión.

- Vale, vale – respondió el menor, que ya había acostumbrado sus ojos a la escasa iluminación – Pero ¿Qué es todo esto?

- Restos humanos – comenzó a explicar Erik – restos de personas que murieron durante la pandemia de peste bubónica en el siglo XIV. Este lugar comenzó a construirse durante aquello, y De Rais lo retomó y amplió más adelante.

- ¿¡Esto está bajo Nôtre Dame!? – Exclamó Luis, sorprendido y asqueado.

- Cuesta creerlo – aceptó el pelirrojo torciendo el gesto – pero en su momento esto empezó como una especie de homenaje, de hecho… - se detuvo por un momento mientras, con ojos desorbitados, miraba por encima del hombro de su amigo - ¡Simon! ¿¡Qué haces!?

Simon había desobedecido el consejo de no acercarse a las paredes y se hallaba en aquel momento palpando uno de las calaveras engarzadas en el muro, ante la llamada de su hermano, se sobresalto y lo miró extrañado.

- ¿¡Qué!? – preguntó – No va a pasar nada ¡Son cadáveres!

Erik se llevó la mano a la cara mientras cientos de cuencas vacías se encendían con fulgurantes ojos rojos, estuvo a punto de gritar a Simon que se apartara de ahí inmediatamente cuando la pared frente a él estalló, y el cráneo que estaba tocando empezó a flotar en el aire, rodeado por una llama azulada.

El grupo desenvainó sus armas de inmediato, el propio Simon se deshizo al instante del cráneo flotante de un puñetazo mientras que a su alrededor cada vez más y más cabezas se abalanzaban contra ellos.

- ¡Fantasmas Calavera! – los informó Claire, preparándose para repeler a los que la embestían.

- ¡Por esto dije que no os acercarais a las paredes! ¡Las almas de algunos de los muertos siguen aquí, y están al servicio de De Rais! – Erik, con su espada llameante encendida, hablaba mientras batallaba con los fantasmas que iban a por él - ¡Este lugar lleva seiscientos años siendo la guarida de Guilles De Rais!

- ¿¡Estas cosas llevan seis siglos inactivas aquí abajo!? – Luis, al igual que Erik y Claire, eliminaba de un solo tajo a cada uno de los fantasmas, Simon por su parte requería varios golpes con su látigo, que agrietaba poco a poco sus cráneos.

- ¡Vámonos de aquí – Indicó el pelirrojo – antes de que esto empeore aún más!

El grupo echó a correr con Erik a la cabeza y los fantasmas persiguiéndoles, no eran adversarios realmente peligrosos por sí solos, pero su número y el hecho de que no dejaran de salir uno tras otro los convertían en una trampa mortal.

Sin embargo, aquello no era todo, mientras escapaban pudieron observar cómo varios esqueletos completos se desincrustaban de las paredes para lanzarse al ataque, la mayoría fallaban en su intento o eran dejados atrás, pero se vieron obligados a deshacerse a puñetazos de unos cuantos que emergieron frente a ellos.

Finalmente alcanzaron el final del camino, franqueado por un pesado portón de hierro chapado en madera que Erik y Luis abrieron rápidamente para después cerrar y asegurar a sus espaldas una vez Simon y Claire hubieron cruzado también.

- ¡Mierda, que pasillo más largo! – se quejó el Fernández mientras apoyaba la espalda contra la puerta – Simon ¿¡Se puede saber en qué estabas pensando!?

- ¡Yo no tenía ni idea de que iba a pasar eso! – contestó él - ¡Yo sólo…!

- Ya vale – los interrumpió inmediatamente el mayor de los Belmont – Simon – lo miró directamente – dije explícitamente que no os acercarais a las paredes, y Luis – ahora se dirigió a su colega – si el ser humano pusiera la prudencia por delante de la curiosidad aún estaríamos comiendo carne cruda y vistiendo pieles secadas al sol.

El español torció el gesto al verse reñido por su colega mientras Simon expelía aire por la nariz en un claro gesto de fastidio.

- Escuchad, así no vamos a ninguna parte – intervino Claire – si vais a discutir hacedlo cuando hayamos terminado. No olvidéis – enfatizó el tono de sus palabras – que hemos venido a por el hijo de vuestro amigo.

- Es cierto – reconoció Luis – ya tendremos tiempo de hablar cuando hayamos salido de ésta, lo primero es lo primero – se dirigió al pelirrojo, que ahora parecía pensativo - ¿Hacemos algún movimiento en particular, Erik?

Éste abandonó su abstracción y miró al resto del grupo.

- ¿Pasa algo? – le preguntó su hermano menor, preocupado.

- Erik…

El Belmont frunció el ceño, separó su espalda del portón y miró a su alrededor.

- Luis, antes dijiste que el pasillo te pareció largo ¿verdad? – preguntó de inmediato.

- Eh… sí

- No lo era – lo contradijo al instante – según el libro ese pasillo no era más que una entrada que no debía medir más de 50 metros, siendo generosos.

- ¿Y eso qué significa? – Se interesó la muchacha.

- Significa que tenemos que andar con cuidado – informó – algo está alterando nuestra percepción espacial aquí – chasqueó la lengua – En el libro no venía nada de esto…

- Debe tratarse de algún tipo de hechizo protector – dedujo el español – siendo lo que es este lugar me extrañaría mucho que no lo tuviera.

- ¿Y no se puede saber de cual se trata? – Preguntó Simon – así veríamos si podemos quitárnoslo de encima o protegernos de alguna forma.

- Imposible – respondió Claire al instante – este sitio está cargado de magia ambiental, no puede distinguirse nada, ya lo he intentado.

Los cuatro quedaron pensativos mientras, sin que se hubieran dado cuenta, a su alrededor la estancia se había iluminado con la misma leve iridiscencia verde que iluminaba el pasillo recién superado, eso les permitió comprobar el aspecto y dimensiones del lugar, que asombraron a todos salvo al propio Erik.

De hecho, los cuatro abandonaron sus pensamientos para contemplarla: el lugar era grande, más incluso que la planta de la propia Notre Dame, e imitaba la distribución de elementos de ésta, de hecho parecía una copia a escala, pero todo estaba anegado por el polvo y las telarañas, la decoración parecía tallada en una piedra negra y porosa - probablemente la propia roca subterránea – incluyendo los propios bancos, y un pesado olor a humedad inundaba el ambiente.

- Bueno… - articuló Erik desde las espaldas de sus compañeros - ¡Bienvenidos a la Catedral del Dolor!