¿Acaso es todo lo que quieres decirme?
Candy había venido a verlo actuar acompañada de Albert, pero no se percató hasta el final de la representación.
Cuando actuaba se sumergía por completo en otro mundo, calzándose la piel del personaje al que interpretaba. Tan solo prestaba atención a los sonidos que emanaban de las gradas y que le ayudaban con el ritmo de su actuación, pero procuraba no mirarles para que nada más que la obra mantuviera su atención.
Él, debido a su aspecto, estuvo muy cerca de no lograr el papel, pero Karen lo había ayudado al maquillarlo, convincentemente, antes de la audición. Su interpretación había sido tan convincente que las siguientes pruebas se cancelaron. Terry recuperó sentimientos y emociones que no había vuelto a sentir desde que se enamoró de Candy.
Sobre el escenario, la desconocida imagen de Anthony se volcaba en el actor que interpretaba a Casio. Sin embargo, Karen poco le recordaba a Candy... Quizás si Desdémona hubiera sido interpretada por Susanna... Cuando aquellos pensamientos asaltaban su mente, aún podía escuchar su dulce voz "¡Terry! No importa quien la interprete. ¡Tú puedes hacerlo! Siempre has brillado con luz propia, no con la de los demás".
Susanna siempre lo había defendido y alentado. Desde el primer día que fuera aceptado en la compañía de Stradford e, incluso, a su retorno desde Rockstown. El director no quería ni oír hablar de readmitirlo, después del modo en que los dejó.
Para la compañía ya había sido un duro revés perder a una actriz como Susanna Marlowe, en uno de los papeles protagónicos, a causa del infortunio. Perder al otro resultó devastador. Los substitutos no despertaban, ni por asomo, la misma expectación ni transmitían la misma química que Susanna y Terry. La venta de entradas descendió en picado y tuvieron que retirarla de cartel, antes de tiempo.
Tras esto, Robert Hattaway maldecía el nombre de Terry Graham cada vez que alguien lo pronunciaba en su presencia. La única oportunidad que le concedió fue gracias a ella. Ella le rogó y le juró que Terry estaba completamente recuperado.
También su, teóricamente, secreta madre fue a rogarle. Pero, por mucho que la admirara, sabía que las madres jamás eran objetivas y desconfió. Sin embargo, Susanna había demostrado siempre, desde que la conociera, un compromiso inquebrantable. Jamás había incumplido su palabra.
En cambio, la propia Eleanor Baker, había abandonado, durante un par de semanas, una de sus obras sin dar más explicaciones. Después había regresado, sí, pero Robert podía calcular que las pérdidas para la otra compañía deberían haber resultado bastante cuantiosas. Corrieron rumores sobre un idilio secreto. Otros dijeron que no se trataba de un joven amante, sino de un hijo que la actriz tuvo al inicio de su prometedora carrera.
Fuera como fuera, en el teatro, todos los engranajes debían funcionar correctamente. Tanto más cuanto más importante era el papel del actor que fallase.
Desde su regreso y con el apoyo incondicional de Susanna Marlowe, Terry Graham no había dejado de cosechar éxito tras éxito para la prestigiosa compañía, pero Robert le había hecho ganarse cada papel a conciencia. Más verlo interpretar a Otello había rebasado todas sus expectativas.
El joven se crecía y transmutaba en un ser totalmente consumido por los celos. Las escenas de los asesinatos resultaban de lo más acongojantes y se podía palpar los sentimientos de la supuesta traición. Poco importaba que Karen no llegara a estar completamente a su altura. La obra mostraba magistralmente toda aquella locura y sin razón.
La ovación fue atronadora. Los vítores y bravos resonaban invadiendo todo el recinto. Candy y Albert también se alzaron, emocionados, para aclamarlo desde sus propias localidades. En un momento dado, Albert silbó con fuerza y logró captar la atención del protagonista que, de inmediato, esbozó una enorme sonrisa al reencontrar a sus viejos amigos entre el público.
Sin romper el contacto visual, Terry les indicó que salieran por un lateral. Albert captó el gesto y, tras esperar que la sala empezara a vaciarse, se dirigió con Candy hacia la salida alternativa. Terry en persona fue a su encuentro, abriéndoles la puerta.
Albert no esperó para abrazar a su viejo amigo que le correspondió igual de efusivo. Candy, por contra, permaneció paralizada. El recuerdo de su última carta, tras la muerte de Susanna, invadió su mente y una pujante incomodidad la colmó.
Sabía que su compromiso con Albert se había publicado en los diarios locales de Chicago, tras realizar el anuncio familiar, pero no tenía la certeza de si en el resto de estados se habrían hecho eco. Todavía no acaba de comprender la magnitud de la importancia del clan. Tampoco estaba segura de lo que había pretendido Terry con aquella última y breve misiva. Pero en aquel entonces su mente y su corazón ya no le pertenecían...
—¡Candy! ¡Luces espectacular! —exclamó Terry al soltarse de Albert—. Creo que la enhorabuena está a la orden del día —comentó al presentir su incomodidad y sin soltar el brazo de su amigo. Terry había crecido aún más desde la última vez que lo encontrara en Rockstown. No llegaba a alcanzar la estatura de Albert, pero poco le faltaba.
—Creo que somos nosotros los que deberíamos felicitarte a ti ¡Has estado asombroso! —repuso con cierta timidez. En el internado se había mostrado tantas veces celoso... Y después de la impresionante interpretación Candy sentía que le costaba relajarse ante él, al comprobar que sí debía saber de su compromiso. Estudió su semblante, buscando algún resquicio de aquel muchacho impetuoso que no soportaba escuchar el nombre de su amado Anthony.
Terry se sentía muy emocionado de ver a ambos. Por un tiempo siguió creyendo que jamás superaría su amor a Candy. Pero al pasar el tiempo junto a Susanna, con las nuevas experiencias que compartieron y, especialmente, tras sus últimos días con ella, había comprendido que, con Candy, había estado enamorado de un espejismo. Realmente no la conocía. No como había llegado a conocer a Susanna. Con esta última compartió tantas cosas... Buenas y malas.
Su regreso al gran teatro no había sido un camino de rosas. Solo Susanna era conocedora de todas sus debilidades. De sus intermitentes recaídas en el alcohol. De los interminables problemas con el duque de Granchester, que parecía dispuesto a amargar su existencia, incluso desde el otro continente. Habían luchado juntos en tantos frentes, concediéndose apoyo mutuo. Tiempo más tarde tuvo el arrebato de escribirle a Candy, pero ahora, al reencontrarla llegó incluso a sentir cierta vergüenza por haberle enviado algo tan vacuo a su antiguo amor…
—Muchas gracias —agradeció con cierta turbación por los recuerdos y emociones que en aquellos momentos lo asaltaban—. Candy, me preguntaba sí... ¿Recibiste mi última carta? —preguntó, desviando brevemente la mirada hacia Albert, con cierto nerviosismo.
—S... Sí... —contestó sorprendida e incómoda. Se había sentido tan ilusionada por verlo actuar y era tan feliz junto a Albert que no se había llegado a plantear que aquella situación se pudiera dar. Susanna se veía siempre tan feliz en todas las fotografías... y su carta había sido tan breve y fría que, tras meditar sobre ella en posteriores lecturas, la interpretó como un saludo de un viejo amigo. Un amigo muy querido, por todo lo que significó en su pasado. Un amigo que quería calmar su posible preocupación, asegurándole que ya no volvería a caer tan bajo como lo hizo en Rockstown ¿Era posible que se hubiera engañado a sí misma minimizando la persistencia de los sentimientos de Terry a causa de su propia felicidad?
De pronto, uno de los compañeros de reparto se aproximó hasta ellos tomando el brazo de Terry— Terry, siento interrumpirte, pero tienes que irte de inmediato —El hombre miró a sus compañeros dejando claro que se trataba de algo privado que no les concernía a los que él consideraba extraños.
Terry, un poco extrañado y sin saber muy bien como reaccionar, lo acompañó a una esquina alejada. Allí su semblante se tornó casi blanco, a pesar de todo el maquillaje que lo ennegrecía. Regresando brevemente hasta ellos se despidió— Lo lamento. Me hubiera gustado poder hablar con vosotros, pero mi compañero tiene razón...
—¡Terry! ¡Venga! ¡Tienes que avisar a Robert, lo antes posible, para la función de mañana! —insistió el otro actor.
—Terry, ¿Hay algo que podamos hacer para ayudarte? —abordó Albert, tan extrañado y preocupado como Candy.
—No, no, no... —respondió con la mirada perdida, recordándole a Candy alguno de los últimos momentos precedentes a su ruptura, cuando, seguramente, estuvo pensando en Susanna.
—¿Seguro? —Candy encontró por fin su voz—, Terry. ¿Qué ha pasado? —Volver a verlo así era descorazonador.
—No. Gracias. Lo siento. De veras. Tengo que irme... —Se giró para acompañar al otro hombre. Sin embargo, antes de desaparecer por otra de las puertas tras bambalinas, se volvió hacia ellos—. De veras. Lamento mucho las circunstancias. Pero me alegró mucho verlos. De verdad —Alternó entre ambos su mirada—. Os deseo, sinceramente, lo mejor.
Candy sintió un déjà vu, donde el destino se empeñaba en apartarla de Terry, persistentemente.
Continuará...
